Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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jueves, 1 de octubre de 2015

1933: el año que casi fuimos una república

El historiador Gerhard Lang, biógrafo de Boris Skossyreff, sostiene que el síndico Pallarès, secundado por el Consell General, planeaba prescindir de los Copríncipes y proclamar la República, y que estuvo "en un tris" de conseguirlo. La destitución del Consell decretada por el Tribunal de Corts, la convocatoria de elecciones para el 31 de agosto y sobre todo, la presencia de Baulard y sus gendarmes, ayudaron a sosegar los ánimos. De Pallarès, poco más se supo.


Colegio electoral del quart de Escaldes, que entonces formaba parte de la parroquia de Andorra la Vella, en las elecciones que tuvieron lugar el 31 de agosto de 1933 y bajo la tutela de los gendarmes de Baulard. Una imagen de esta serie sirvió para ilustrar la portada del especial que La Vanguardia dedicó a los comicios andorranos, que llamaron la atención de la prensa internacional. Al año siguiente, calmados ya los ánimos, el encargad de soliviantar al personal fue Borís Skossyreff. Fotografía: Fondo Brangulí (Biblioteca Nacional de Cataluña). 





Los guardias móviles de Baulard, en la plaza Benlloch de la capital, donde tenían su cuartel general: el destacamento llegó a Andorra el 19 de agosto con  la misión de garantizar el orden público -ante las movilizaciones de los obreros de Fhasa- y hacer cumplir la resolución del Tribunal de Corts, que el 10 de junio había destituido a un Consell General francamente refractario a acatar las decisiones judiciales, algo que por lo visto ha creado escuela Runer abajo. Fotografías: Fondo Brangulí (Biblioteca Nacional de Catalunya).

Dos policías franceses montan guardia ante la central de Fhasa entonces en construcción, a la salida de Escaldes en dirección a Encamp. El edificio existe todavía. Fotografía: Fondo Brangulí (Biblioteca Nacional de Cataluña).

¡Qué año, 1933! Vale que al siguente Boris la armó, y cómo, pero admitamos que todo empezó a hervir en abril de 1933. Ya sabe, con la ocupación, el 5 de ese mes, de la Casa de la Vall por un grupo de "jóvenes" que reclamaban, para empezar, la instauración del sufragio universal -masculino, por supuesto- la publicidad de las sesiones del Consell General y la modernización de la administración; fue también el año de las dos huelgas convocadas por los obreros de Fhasa, algo jamás visto por aquí, y la consiguiente movilización del somatén, y la primera intervención de los gendarmes de Baulard, que aterrizaron en este rincón de Pirineo el 18 de agosto y se quedaron hasta el 9 de octubre, una vez elegido el nuevo (y más dócil) Consell, y restablecido aparentemente el orden.

Todo esto nos lo habían contado con cierta prolijidad Antoni Morell (52 dies d'ocupació?) y Arnau González i Vilalta (La cruïlla andorrana de 1933), y parecía por lo tanto que el tema estaba finiquitado. Pues nos equivocábamos, porque Gerhard Lang, el historiador y grafómano alemán que ha buceado en los pontificados de los cuatro primeros obispos de Urgel del siglo XX - Riu, Laguarda, Benlloch y Guitart-, que ha investigado los intentos (frustrados) de Friedrich Weilenmann por establecer unos correos andorranos, además de la figura proteica de nuestro gran Borís, desarrolla una interpretación alternativa de los hechos que tuvieron lugar en ese año crucial en Andorra, 1920-1940, nuevo tocho que busca editor y que aporta una perspectiva inédita, por no decir revolucionaria, a los acontecimientos de 1933.

Por resumir: Lang sostiene que los síndicos del momento, Roc Pallarès -el del telegrama a Roosevelt- y Agustí Coma, tenían un plan más o menos secreto, una -ejem- agenda oculta para prescindir de los Copríncipes y proclamar la república, "siguiendo un modelo similar al español", y que contaba para esta aventura pintoresca y de resultado tirando a incierto "con el apoyo de la mayoría del Consell General". Lo argumenta a partir de la interpretación de la documentación ya conocida  conservada en los archivos diplomáticos de Nantes y en los de los Pirineos Orientales, en Perpiñán, así como en el vaciado de la prensa madrileña de la época -"Sigue con mucho detalle los acontecimientos de esos meses decisivos, y Vilalta la pasa por alto"- con aportaciones personales como el proyecto de Constitución redactado por el mismo Weilenmann, inspirado en el modelo suizo y tan avanzada que el Consell difícilmente la hubiera aprobado, sospecha.

El trabajo de zapa estaba "muy avanzado" del lado de la Mitra: dice Lang que hacía tiempo que el obispo Guitart había dejado de ser el interlocutor del Consell, que despachaba directamente con las autoridades republicanas; del lado francés las cosas era algo más peliagudas, pero en este sentido iba la contumaz negativa de reconocer la autoridad de Joseph Carbonell, el veguer adjunto, una figura inventada en 1932 para vigilar á Charles Romeu -especula Ludmilla Lacueva, biógrafa del veguer; la sibilina asunción de competencias ajenas, como el mando de facto de la policía -cuenta Lang que el encargo de una partida de armas a Bilbao por parte del Consell enardeció al veguer francés, de quien dependían las fuerzas del orden, y que hubo repetidos intentos de prescindir de Paul Larrieu, viejo amigo nuestro que desde 1932 se encargaba de la instrucción de los agentes locales: diez años después, seguía al pie del cañón-, y la reforma de la ley electoral para que pudieran votar todos los hombres mayores de 25 años -y no sólo los caps de casa, como hasta entonces.

Pallarés, síndico y oportunista
Esta última constituía, de hecho, una de las reivindicaciones de los amotinados de abril -aunque ellos, en realidad, pretendían rebajar la edad del voto a los 21 años y, atención, no tenían ninguna intención de romper amarras con respecto a los Copríncipes- y Pallarés la asumió de forma "oportunista". Y este "oportunista" es el adjetivo que, dice, mejor le sienta al síndico, "un individuo que sólo buscaba su propia supervivencia política y que por esto mismo, y si era postulando la independencia, adelante; en cierta manera, me recuerda a Artur Mas": "Tres días después de la ocupación de la Casa de la Vall se convoca una Asamblea Magna en que "tras un orden del día transido de minucias administrativas se intuye la decidida voluntad de prescindir de los Copríncipes". Cuando el Tribunal de Corts los destituye en bloque, el 10 de junio, síndicos y consellers ignoran la resolución y siguen ejerciendo sus funciones, hacen suyas las reivindicaciones de los revolucionarios, y el 27 de julio, dos días antes de ser desposeídos de sus cargos, les pasan la patata caliente a los comuns, solicitándoles que se pronuncien sobre la ruptura institucional: unos, como la capital, se oponen; otros, como Canillo, asienten, y también los hay que guardan silencio: "El caso es que el 29 de julio se impone el criterio de los consellers destituidos, un criterio que para muchos equivalía a una declaración de independencia respecto de los Copríncipes".

En este contexto, la llegada de Baulard como comisario extraordinario al frente de sus guardias móviles se antoja providencial, aunque lo cierto es que hacer entrar en razón al destituido Consell General era sólo una de sus misiones. De las elecciones del 31 de agosto, convocadas por los Copríncipes, emergió un nuevo Consell con el síndico Pere Torres al frente: "No era la opción preferida por los Copríncipes, que hubieran optado por Cairat, pero Torres, por lo visto, tampoco era tan refractario a su autoridad como lo había sido Pallarès. Un hombre, este último, que solo aspiraba a "perpetuarse en el poder", y que por esta misma razón abrazó con el entusiasmo del neófito la causa de la independencia: "De hecho, pretendía que el cargo de síndico fuera vitalicio, y que los consellers se eligieran por dos mandatos -12 años en total- según un proyecto inédito que he localizado en en el alamanaque Gotha".

Lang especula, en fin, que de haber planteado abiertamente sus intenciones rupturistas, el pueblo -que había encajado muy mal la destitución unilateral del Consell decretada por el Tribunal de Corts, "no lo hubieran seguido porque entendían que hubiera sido un suicidio". Y concluye que si los franceses "no hubieran intervenido, habría ganado la lista independentista". Sin Pallarès, por cierto, inhabilitado como todo el Consell destituido a un año alejado de la vida pública: "En mi opinión, todo esto estuvo en un auténtico tris de que ocurriera". Sensacional, ¿no? Pues bien pronto, más. En Andorra, 1920-1940.

[Este artículo se publicó el 30 de septiembre de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

martes, 24 de marzo de 2015

Muertos que recuperan su identidad (75 años después)

El Archivo Nacional de Andorra pone nombre y apellidos a los cadáveres de los tres refugiados de la Guerra Civil aparecidos en el fondo fotográfico de Narcís Casal i Vall, adquirido en diciembre y formado por 144 placas de vidrio: Pere Isern, Emili Font i Josep Forradelles. Los tres eran catalanes y murieron entre 1937 y 1938 cuando intentaban huir de la zona republicana a través de Andorra.

"Pronunciadas por el nunci las palabras mort qui t'ha mort y mort es qui no parla, el Sr. facultativo ha practicado el reconocimiento del cadáver y ha determinado que la defunción se produjo a consecuencia de un ataque de asistolia a causa del frío y del agotamiento". Es el 31 de octubre de 1938 y el difunto en cuestión es Pere Isern, "vaquero, natural de Lavansa (Lérida), de veinticinco años de edad y de estado soltero". Así consta en el acta de la visura practicada ese mismo día por el batlle episcopal, Antón Tomàs Gabriel, en la borda del Tosal, y si hablamos de este asunto hoy y aquí es porque Isern es el protagonista de la impactante fotografía que tienen aquí abajo: la publicó el Archivo Nacional de Andorra a principios de diciembre, formaba parte de un lote de 144 placas de vidrio de autor anónimo que acababa de ingresar en el mismo Archivo, y mostraba a un nutrido grupo de hombres -con importante presencia de gendarmes franceses, dando a la escena un raro empaquen institucional- que exhibía el cuerpo exánime de un hombre no identificado. El conservador de los fondos fotográficos del Archivo, Isidre Escorihuela, se preguntaba entonces por la identidad de aquel pobre diablo, por los motivos de la enorme expectación que generó el funeral del difunto -que tuvo lugar en la parroquial de Escaldes y que nuestro anónimo fotógrafo tampoco se perdió- y por los misteriosos individuos ataviados con cazadoras de cuero, polainas y aspecto paramilitar que acompañan el cortejo fúnebre -¿milicianos, o quizás requetés? Y por supuesto, por el autor de la serie.





El cadáver de Pere Isern Arnau, recuperado el 31 de octubre de 1938 al pie del monte Claror. Según el médico que asistió al levantamiento del cadáver, practicado en la Borda del Tosal aunque el cuerpo se localizó algo más arriba, fue "un ataque de asistolia a consecuencia del frío y del agotamiento". Sus compañeros de huida rescataron sus restos al día siguiente del fallecimiento. El hecho de que su hermano, Joan, residiera ya en Andorra, explica la rara expectación que generó el funeral de Isern, que fue enterrado en el cementerio de Escaldes. Fotografías: Fondo Casal i Vall / Archivo Nacional de Andorra.

 Emili Font Alex, de quien solo conocemos el nombre, apareció muerto en la montaña de Perafita el 9 de abril de 1937. De nuevo, el reconocimiento médico practicado in situ por el doctor Nequi establece que falleció "a causa del frío y por inanición, a consecuencia de la fatiga experimentada". Fue enterrado en el cementerio de la capital. Fotografía: Fondo Casal i Vall / Archivo Nacional de Andorra.

Josep Forradelles, nacido en Noves de Segre, "de unos 26 años de edad y maestro de primera enseñanza", según el acta de la visura, formaba parte de una expedición que había partido de la localidad de Tost el 26 de agosto de 1938. Tuvo la mala suerte de golpearse la cabeza en una caída, y aunque pareció recuperarse, cuatro días después, y cuando el grupo ya llegaba a Andorra, falleció de repente, tras sentirse muy cansado, a medio kilómetro de la frontera andorrana, por la parte del Port Negre. Sus compañeros y las autoridades andorranas rescataron el cadáver al día siguiente, luego de trasladarlo hasta territorio andorrano. Fotografía: Fondo Casal i Vall / Archivo Nacional de Andorra.

Pues tres meses después, enigma resuelto. El fotográfo es el futuro editor Narcís Casal i Vall (Barcelona, 1911-1987), y resulta que entre el lote de 144 placas adquirido por el Archivo hay dos más de temática mortuoria: las tienen también aquí arriba y muestran los cuerpos de dos individuos encontrados también muertos en nuestras montañas, que Escorihuela presumía hace tres meses y con buen tino fugitivos de la España republicana. Un documento extraordinario porque jamás hasta la fecha, dice, se había documentado el fatal destino de un buen número de refugiados que durante la Guerra Civil cruzaban la frontera con la esperanza de dejar atrás la zona roja.

Escorihuela ha identificado también a estos dos infortunados: Emili Font Aleix, de quien no sabemos más que el nombre y los apellidos -ignoramos su procedencia y las circunstancias concretas de su defunción- y cuyo cuerpo fue localizado y rescatado el 10 de abril de 1937 en la montaña de Perafita; y Josep Forradelles, que formaba parte de una expedición que había salido el 26 de agosto de 1938 de la localidad de Tost (Lérida) y que dos días después sufrió a la altura de Vinyoles de Segre una caída que acabaría resultando fatal para él: Foradelles murió el 30 de agost a consecuencia de este golpe en la cabeza cuando se encontraba, en un negro giro del destino, a medio kilómetro de la frontera andorrana, por la parte del Port Negre, como relataron sus compañeros de escapada al batlle Tomàs.

El caso es que después de tocar sin mucha suerte las teclas más variopintas -el Memorial Democrático de Barcelona, el madrileño Archivo Nacional de la Memoria, el Museo Militar de Montjuïch, e incluso la asociación de veteranos de los tercios de Nuestra Señora de Montserrat- resulta que la respuesta estaba mucho más cerca: el historiador alemán Gerrhard Lang -sí, hombre, el biógrafo de Skossyreff- dio la pista aportando copia de una carta que el jefe de la policía andorrana de la época, Secundí Tomàs, envió en mayo de 1937 al gobierno franquista de Burgos con la fotografía de Font con la vaga esperanza de confirmar su identidad, porque lo cierto es que sus señas proceden de una papel que los policías que fueron a recuperar el cuerpo a Perafita encontraron a unos metros del cadáver, papel "que parecía ser una autorización a nombre de Emili Font Aleix con fecha del 28 de noviembre de 1936". Y esto es todo. En fin, a partir de aquí, y por una rara confluencia astral, la archivera que precisamente estas semanas ha inventariado el monumental fondo documental de la Batllia episcopal, cayó en la cuenta de la existencia de una impresionante serie de fotografías de levantamientos de cadáveres que coincidían temporalmente con las fechas probables de las imágenes de Narcís Casal. Y todo encajó cuando adjuntas a las fotografías mortuorias (o al revés) aparecieron las actas de las visures practicadas por el batlle Tomàs, que han permitido poner nombre y apellidos a estos tres cadáveres hasta hoy anónimos. 

Morir en el Port Negre
Una apasionante labor detectivesca, ya lo ven, que no se termina aquí porque las visures contienen información valiosísima para comprender las condiciones en ocasiones letales a que tenían que hacer frente los fugitivos en un trayecto relativamente corto como era el que seguían para pasar a Andorra, habitualmente por la antigua ruta de contrabandistas que parte de la Cerdaña y que penetra en Andorra por el Port Negre. Emili Font, "que había aparecido en la montaña de Perafita todavía nevada" -la visura la practica el batlle en Entremesaigües, hasta donde han trasladad el cadáver, el 10 de abril de 1937- murió según el "facultativo" que asiste al levantamiento -el doctor Nequi, por cierto, hoy con calle a su nombre en la capital- "a causa el frío, por inanición como consecuencia de la fatiga experimentada". Fue enterrado en el cementerio de Andorra la Vella.

En el caso de Pere Isern, el cadáver lo identifica in situ un hermano suyo, Joan, vecino en la época de la capital. Sus compañeros de periplo tuvieron que abandonarlo, ya muerto, en la zona de Claror -asistolia, o parada cardíaca, ¿recuerdan?- "a un kilómetro aproximadamente de la frontera española", y al día siguiente vuelven al lugar del fatal desenlace para trasladarlo hasta la Borda del Tosal para las preceptivas diligencias. El acta del batlle concluye con una declaración casi sorprendente del hermano superviviente, Joan, "que tiene el convencimiento de que la defunción ocurrió a consecuencia del agotamiento y del frío, sin que tuviera la menor sospecha de que existiesen móviles que pudiera haber inducido al crimen a los compañeros con los que viajaba". Signo inequívoco de que en casos similares se habían registrado, sin duda, circunstancias comportamientos sospechosos. La leyenda negra, pero en la Guerra Civil. Como hemos visto, en fin, Pere Isern fue enterrado el 31 de octubre de 1938 en el cementerio de Escaldes, en una multitudinaria ceremonia a la que no debía ser ajeno la presencia en Andorra de su hermano.

Pero el caso más singular, enseguida lo verán, es el de Josep Forradelles, natural de Noves de Segre (Lérida), "de unos 26 años de edad y maestro de primera enseñanza", dice el acta de la visura, con el reglamentario mort qui t'ha mort y mort és qui no parla. Singular porque murió, lo hemos visto, a consecuencia de un mal golpe que se pegó en la cabeza de camino hacia Andorra. Sus compañeros de viaje lo relatan como sigue: "El martes, de madrugada [30 de agosto de 1938] se encontró muy cansado diciendo que no podía seguir [...] Como nevaba y hacía muy mal tiempo, intentamos hacerle reaccionar practicándole unos masajes, y entre dos lo ayudamos a caminar hasta que estuvimos a medio kilómetro de la frontera [con Andorra]". Fue aquí, a la vista del Port Negre, donde cayó muerto. Al día siguiente, sus compañeros, que habían continuado el camino sin él, "convencidos de que no podían hacer nada por él y resultándoles imposible trasladarlo hasta territorio andorrano por lo agotados que se encontraban", regresaron al lugar del Cap dels Clots de la Tora, en Claror -este es el topónimo que consta en el acta-, donde habían abandonado el cadáver, para recoger el cuerpo. Necesitaron una comitiva de ocho hombres, a las órdenes de los policías Riberaygua y Benazet, reforzados por "dos guardias mandados por el Sr. Coronel Comisario Extraordinario" -¡Baulard!- para trasladarlo hasta las Feixes del Jaumetó, en Escaldes, "donde el tribunal nos estaba esperando".

El expediente de Forradelles se completa con la correspondencia en que su padre, Josep, reclama sus pertenencias y el dinero que llevaba encima al morir. No parece muy satisfecho con las cuentas del batlle andorrano, según el cual al difunto se le encontraron al morir "en total, 4.700 pesetas de serie, tres billetes de veinticinco pesetas serie nueva y un miliciano de 5 pesetas, y además 21,50 pesetas de plata". De esta cantidad, la familia recuperó exactamente 2.200 pesetas, "después de deducidos todos los gastos que dice [el batlle] que tuvo que liquidar en francos y haciendo un mal negocio". "Ruinoso", dirá el padre Forradelles con cierto humor negro, y sin conseguir sacarse la mosca de detrás de la oreja porque, dice, su hijo "llevaba más de 6.000 pesetas en serie y el guía cobróse 675". Pues lo cierto es que hechas así, las cuentas no salen. 

Casal i Vall, eslabón perdido de la fotografía andorrana de entreguerras
El primer enigma de esta estupenda historia de misterio era el nombre del autor de las 144 placas de vidrio adquiridas en otoño por el Archivo Nacional en una librería de lance de Barcelona, con escenas de la vida cotidiana de la Andorra de los años 30 -los pioneros del esquí y los primeros excursionistas, más bien exploradores; procesiones religiosas y fiestas mayores, faenas del campo y caramelles, gendarmes y naturalmente, fotografía digamos forense. Escorihuela intuía entonces y con buen ojo qe el autor tenía que ser un andorrano (o hijo de andorrano) establecido en Barcelona pero que pasaba largos períodos en el país. La pista que nos lleva hasta Narcís Casal -que en 1956 levantaría, junto a sus tres hermanos, la editorial Casal y Vall, sello fundamental en el mercado editorial catalán de los años 60- es el reverso de la fotografía de Emili Font enviada a Burgos por la policía andorrana para confirmar la identidad, y donde consta nítidamente la firma del autor: "Cliché N. CASAL". Un fotógrafo de quien hasta la fecha no teníamos noticia, pero que ayudará a reconstruir gráficamente uno de los períodos más convulsos y, por lo tanto, interesantes, del siglo XX andorrano. También obligará al Archivo a un esfuerzo suplementario para adquirir -si todavía está a tiempo- el resto de la colección de Narcís Casal, inicialmente descartada porque era de temática ajena a Andorra. 

[Este artículo se publicó el 24 de marzo del 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

martes, 8 de julio de 2014

Don Roque, el diplomático

Robert Lizarte localiza la respuesta del presidente Roosevelt a la felicitación del Síndico Roc Pallarès.

¡Qué final más redondo para el primer intercambio diplomático entre los EEUU y Andorra! Seguro que lo recuerdan, porque lo contábamos ayer mismo a cuenta de la felicitación que el Síndico Roc Pallarès le envió en marzo de 1933 a Franklin D. Roosevelt con motivo de la investidura de este último como 32º presidente. Una pintoresca, ingenua y conmovedora carta manuscrita que se conserva en la biblioteca presidencial de Albany (Nueva York) y que el historiador Gerhard Lang -el hombre que ha seguido el rastro de nuestro Borís Skossyreff por medio mundo- exhumó tiempo atrás y que ha acabado cediendo al Archivo Nacional de Andorra -una copia, ep, que el original se quedó en Albany. Pues ayer nos quedamos a medias: teníamos la carta del Síndico y la respuesta que el jefe de gabinete de Roosevelt, Louis Howe, le proponía al presidente. Y aquí abajo tienen copia de la carta que el cónsul de los EEUU y señora, Mr. y Mrs. Dawson, le entregaron en persona a nuestro buen Roc en mayo del mismo año. La copia del documento forma parte de la colección de Robert Lizarte, que lo mismo sube a un campanario para escrudriñar los secretos de nuestras campanas que caza pedazos de historia perdidos en el hiperespacio. Puestos a ser puntillosos, alguien se quejará porque se trata de una humilde copia, y que lo que toca es localizar el original: si sobrevivió, como parece probable, a la Revolución de 1933, el sentido común indica que debería conservarse en el Consell General o en Sindicatura. Pero tampoco pondremos la mano en el fuego. Ya no.


Respuesta del presidente Roosevelt a Roc Pallarès, fechada el 12 de abril de 1933 y que le fue trasladada al Síndico por el cónsul general de los EEUU un mes más tarde, y crónica del ABC de Sevilla sobre la visita que Pallarès y el subsíndico, Agustí Coma, giraron a Manuel Azaña en octubre de 1931, cuando acababa de jurar como presidente del gobierno provisional de la República. Fotografía: Archivo Robert Lizarte.

Hay que decir que la misiva de Roosevelt fue probablemente una de las últimas intervenciones de Pallarès en la (digamos) escena internacional, porque en agosto de 1933 fue destituido -de hecho, fue una de las víctimas ilustres de la revolución. Pero ni mucho menos la primera: por lo visto, era el Síndico hombre a quien gustaba la alta política, si por alta entendemos internacional. El mismo Lizarte ha localizado la crónica que el ABC de Sevilla -¿de verdad había algún lector sevillano a quien le interesaban estos episodios?- publicó sobre la visita que nuestro hombre y el subsíndico, Agustí Coma, giraron en octubre de 1931 a Manuel Azaña, que acababa de jurar el cargo como presidente del gobierno provisional de la República. Como se ve, tenía querencia por los gestos simbólicos y por los grandes momentos históricos, y sabía aprovechar la ocasión: a Roosevelt le escribió con motivo de la investidura, y seguro que por su cabeza llegó a pasearse la posibilidad de cruzar el Atlántico, pero no; a Azaña, cuando el hombre todavía ocupaba el cargo de forma más o menos interina. Pero él, como si nada: cogió los bártulos y se plantó en Madrid "por un deber de cortesía" -dice el periodista del ABC- "y a la vez gestionaremos algún asunto de enseñanza y alguno de hacienda". Aquí entra en acción Coma, que va directo al grano: "Queremos que la República nos conceda libertad de aduanas y también procuraremos que nos subvencione la enseñanza del castellano". Por pedir, que no quede. Pero que conste que hoy en Andorra cualquier ciudadano (o residente) puede llevar a sus hijos a la escuela pública española. Gratuita... y pagada por los españoles. Así que Pallarès no pedía nada del otro mundo. Para la posteridad queda el detalle de que Pallarès y Coma se hicieron acompañar por Andreu Massó, "el abogado asesor del Consejo General de la misma República" (andorrana, en este caso) y personaje ubicuo en la vida andorrana de los años 30, y la descripción del Síndico -Roque, para el reportero- como "un viejecito en roble (?) apacible y fuerte". El hombre sentado en el centro de la fotografía. Lo que quieran, pero lo cierto es que no habrá mucha gente que pueda presumir de haber conocido a Azaña y de haberse carteado con Roosevelt. Don Roque, sí.

[Este artículo se publicó el 24 de enero de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

lunes, 7 de julio de 2014

'My Dear Mr. President...'

El fondo del historiador Gerhard Lang depositado en el Archivo Nacional conserva copia de la felicitación del Síndico Roc Pallarés a Franklin D. Roosevelt con motivo de la primera investidura del presidente de los EEUU; lo más sorprendente es que el yanqui respondió.

La cosa va hoy de presidentes. Uno, Franklin D. Roosevelt, acababa de ser investido 32º presidente de los EEUU. Esto ocurría el 4 de marzo de 1933 -recordemos que Roosevelt fue reelegido en 1936, 1940 y 1944- y a nuestro Síndico, entonces Roc Pallarès, le faltó tiempo para enviarle una carta de felicitación fechada aquel mismo mes de marzo. De tú a tú, porque Pallarès, que apuraba sus últimos meses de mandato, no tenía pelos manías: "Mensaje dirigido por el Presidente de la pequeña República de Andorra al nuevo Presidente de los Estados Unidos, Mr. Roosevelt..." El mensaje en cuestión, que forma parte del muy prometedor fondo que el investigador alemán Gerhard Lang ha depositado en el Archivo Nacional, consiste en dos páginas manuscritas, una veintena escasa de líneas encabezadas por el sello de Sindicatura, redactadas en un esforzado castellano y con una caligrafía más que razonable -¡y sin faltas de ortografía! El contenido constituye una lacónica y algo pelotera declaración de buena voluntad, sin florituras ni divagaciones, en que Pallarès no descuida "hacer votos para que pueda ver realizados y con feliz éxito todos los proyectos que en bien de América y de sus ciudadanos tiene proyectados".


Las dos páginas manuscritas con el membrete de Sindicatura con que el Síndico Roc Pallerès felicitó la investidura de Roosevelt como 32º presidente de los EEUU. La recepción por el Departamento de Estado está fechada el 1 de abril de 1933, y el original se conserva en la biblioteca presidencial de Albany (Nueva York). Como intermediario en el trayecto de ida actuó Ralph Heinzen, corresponsal de la agencia United Press en París. Esta copia realizada por Gerhard Lang se conserva en el Archivo Nacional de Andorra. Fotografía: Máximus.
Transcripción mecanoscrita al inglés de la carta del Síndico Pallarès efectuada por el Departamento de Estado. La copia también procede del fondo Lang y se conserva en el Archivo Nacional de Andorra. Fotografía: Máximus.

Hasta aquí, nada que se salga de la cortesía habitual en las relaciones (ejem) internacionales. Al fin y al cabo, se trata de dos presidentes interactuando en razón de su cargo. Lo curioso del caso es la pintoresca fórmula en que el Síndico le hizo llegar a Roosevelt su "más cordial y sincera felicitación": a través del corresponsal en París de la agencia United Press, un tal Ralph Heinzen que por lo que parece aterrizó por nuestro rinconcito de Pirineos en el invierno de 1933, quizás atraído por la (digamos) revolución que se estaba cociendo por aquí. Así lo cuenta el primer documento de este exótico dosier que parece salido, comprenderá el lector, de una película de los hermanos Marx: una carta que el presidente -jolín, otro- de UP en Nueva York le envía al delegado de la agencia en Washington, Fred Storm: "Aquí va una interesante: he ejercido a lo largo de mi vida de intermediario entre jefes de gobierno, y también de consejero en la sombra de pobres diplomáticos, pero jamás me habían solicitado que mediara entre dos presidentes". La cosa comienza bien., y continúa todavía mejor con el relato de cómo el presidente de Andorra -"La República más antigua del mundo, según tengo entendido", suelta Storm en un alarde de originalidad- le solicitó al bueno de Heinze que trasladara sus congratulations a Roosevelt: "Como no tiene secretario, lo escribió él de su propia mano, y como tampoco tiene ministro de Asuntos Exteriores ni, de hecho, problemas exteriores -¡hombre afortunado!- tuvo que recorrer a nosotros para llegar a la Casa Blanca". Lo mejor de todo llega en el post scriptum: "Por cierto: su nombre es Roc Falleres" [sic].
El caso es que contra pronóstico, la carta del Síndico acabó llegando a la Casa Blanca, después de pulular unos días por la Secretaría de Estado y de generar el correspondiente papeleo sobre cómo procedía responder al presidente de la república más antigua del universo -según tenía entendido Heinze. Y aquí viene la segunda sorpresa: que Roosevet encontró un momento para contestar. Bien, quien hizo un hueco en su agenda fue su jefe de gabinete, Louis Howe, el cerebro de la todavía más concisa respuesta, a duras penas una decena de líneas, mecanografiadas y en inglés, encabezadas por un sonoro "My Dear Mr. President", y que dicen así: "Es con mi más sincero agradecimiento que he recibido la amable comunicación que me dirigió con motivo de mi investidura como Presidente de los EEUU. Reciba un cordial saludo, créame, señor Presidente. Sinceramente, Franklin D. Roosevelt". El caso es que la carta -en el Archivo Nacional se conserva una copia procedente de la biblioteca personal del presidente norteamericano- no está dirigida ni a Roc Pallarès ni tan solo a Roc Falleres, sino a "Su Excelencia Roi [sic] Palleres, presidente de la República de Andorra".
El epílogo de este sainete -uno se imagina a los funcionarios del Departamento de Estado buscando desesperadamente información sobre nuestra remota y minúscula república- es el viaje inverso que tuvo que girar la respuesta presidencial. Nos da de ello oportuna noticia un artículo del Majorca Sun publicado en mayo de 1934 y rescatado de las profundidades abisales de la hemeroteca universal por el mismo Lang. Según el diario mallorquín, los encargados de trasladar el mensaje a Andorra fueron el cónsul general de los EEUU y su esposa, Mr. y Mrs. Dawson, que según la crónica viajaron en coche desde Barcelona, fueron recibidos "calurosamente" por el "ejecutivo" andorrano y por los consellers, se instalaron unos días en el hotel de Bernat Mas en Encamp -el histórico hotel Oros, que resultaría arrasado en las devastadoras inundaciones de octubre de 1937, pero ésta es otra historia- y tuvieron el humor de hacer alguna escapadita, con especial atención a la vez que se desplazaron hasta Soldeu, "la localidda más alta del país", dicen, "y hasta donde nos permitió avanzar la nieve".. La excursión, probablemente la primera misión diplomática norteamericana en Andorra, tuvo como guía de excepción al periodista y viajero Lawrence Fernsworth, que acababa de publicar en el National Geographic un extenso reportaje, Andorra: Mountain Museum of Feudal Europe, con un título que delata los prejuicios con que los yanquis se plantaron por aquí. Pero no nos pondremos ahora tiquis miquis, porque de lo que se trataba hoy era de celebrar la "sincera" y "cordial" amistad entre Roi Falleres y Franklin D.

[Este artículo se publicó el 23 de enero de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

viernes, 7 de febrero de 2014

Gerhard Lang: "Borís era un cuentista, un mujeriego y un estafador; esto último, por pura necesidad"

Aquí lo tienen: Gerhard Lang (Saarbrücken, Alemania, 1951), el hombre que ha dedicado sangre, sudor y quien sabe si alguna lágrima a seguir el rastro de Borís Skossyreff por archivos de medio mundo, incluidas las profundidades abisales de la burocracia soviética. El resultado es Borís von Skossyreff, agente alemán, rey de los andorranos, la primera biografía académica que merece el efímero y pintoresco monarca, y un pozo de jugosas sorpresas como comprobarán enseguida. Lo encontrarán en las librerías a tiempo del próximo Sant Jordi, si todo va bien. Lang, que también ha radiografiado el pontificado de los cuatro primeros obispos de Urgel del siglo XX -Laguarda, Riu, Benlloch y Guitart: encontrarán el tocho en el Archivo Nacional de Andorra, ¡aunque en alemán!- ha tenido el raro gesto de ceder su monumental dosier skossyrefiano al mismo Archivo, como han podido comprobar las últimas semanas. Pero dejémosle hablar de una vez a él.

Borís Skossyreff, autoproclamado rey de Andorra -reinó entre el 11 y el 20 de julio de 1934: aquí, rodeado de periodistas durante la asonada- a quien el historiador alemán Gerhard Lang ha seguido el rastro durante los años 30, la II Guerra Mundial y la postguerra, hasta su muerte en Boppard en 1989: en 1943 se enroló en la 6a división pánzer y fue destinado al frente del Este; en 1948 fue capturado por los soviéticos en Eisenach, y enviado al gulag; regresó a Alemania en 1957. El escritor andorrano Antoni Morell lo convirtió en protagonista de la novela Borís I, rei d'Andorra. Fotografía: Archivo.

 -Perdone, pero, ¿de dónde le viene, esta obsesión por nuestro buen Borís?
-Me topé con él mientras investigaba la historia de Andorra. En aquella época su rastro se perdía después de ser detenido en la Seo y trasladado a Madrid. Aquello picó mi curiosidad, y cuando localicé su biografía alemana todavía me intrigó más. Así que comencé a tirar del hilo. Para mí ha sido como escribir una novela policíaca.

-Según el expediente de la Administración Militar Soviética que lo llevó al gulag, se había afiliado en 1935 a la sección francesa del partido nazi.
-Pues no. Hay que tener en cuenta que una de las obsesiones de Borís es conseguir un pasaporte. Primero lo intenta en Francia, y es por esta razón que se casa con Marie Louise Parat en 1931; pero fracasa; así que lo vuelve a intentar en Alemania, inventándose este pasado nazi. Pero al partido sólo se podían afiliar los ciudadanos alemanes. Y Borís era un apátrida, como consta incluso en su expediente militar.

-¿De qué le servía, ante un juez soviético? Más bien parece una temeridad, reivindicarse nazi ante semejante auditorio.
-En la época lo habían enrolado como agente de los servicios secretos de la futura República Federal, apadrinados por la CIA. Si los soviéticos lo hubiesen acusado de espionaje, se arriesgaba a penas de decenas de años, quien sabe si al pelotón de fusilamiento. Como cuando lo pillaron no llevaba ningún documento encima que lo delatara como el espía que en realidad era, se inventó como mal menor y para desviar la atención este plausible pasado nazi. De aquí surge este supuesto activismo en la Francia de mediados de los años 30. Haber sido nazi era un pecado, pero no tan grave como el de ser espía.

-¿Qué misión cumplía en Eisenach cuando lo capturan los soviéticos?
-El expediente no lo dice. Él alega que se había desplazado hasta la zona soviética por motivos comerciales, pero eso suena a otra patraña de las suyas. Un pretexto para que no saliera la verdad: que era un es´pía.

-¿Qué pena le cae?
-25 años de reclusión.

-Pues tampoco es que saliera tan bien librado. ¿Y cómo se las arregla para ser liberado en 1957?
-Adenauer firmó en aquellos años un acuerdo según el cual la Alemania Federal reconocía a la URSS, y a cambio los soviéticos liberan a los prisioneros de guerra. Primero vuelven los militares; poco después, los civiles condenados por delitos digamos comunes -o con cualquier otro pretexto, porque con los soviéticos nunca se sabía. Y Borís entra en este segundo paquete.

-¿En qué campos estuvo encerrado?
-Gracias a los archivos de la Cruz Roja sabemos que pasó por cuatro o cinco, pero sólo conocemos con seguridad uno que se encontraba cerca de Moscú.

-Lo que cuenta el expediente soviético -que lo adscribieron a la unidad de inteligencia d ela 6a división pánzer, que ganó dos Cruces de Hierro...- ¿nos lo hemos de creer?
-Una parte se la inventa y la otra es probablemente cierta, porque los mismos rusos la contrastaron con sus propios informes. Sabemos que antes de enrolarse en la Wehrmacht tuvo algún cargo de cierta responsabilidad en los campos de trabajadores extranjeros de los alrededores de Berlín. Los soviéticos dicen que fue una especie de Kapo, y que incluso llegó a castigar a alguno de los internos. Es obvio que una información como esta, que le perjudicaba, no la facilitó él. La debieron extraer de algún informe propio que no he podido localizar. Pero es que en la región de Berlín hubo cerca de 5.000 de estos campos. ¡5.000!

-¿Él formaba parte de este contingente de mano de obra llegada al Reich para trabajar en la industria de guerra?
-Tenemos el contrato firmado en París en octubre de 1943 por el que se compromete con la firma AEG. Como hablaba varios idiomas, enseguida prosperó y fue elevado a jefe de barracón.

-¿Cómo logra pasar del campo de trabajo a la Wehrmacht?
-Por sus contactos. Tenía una prima, también emigrada, que se había instalado en Berlín. Y con cierto éxito: se había afiliado al partido nazi y la habían destinado a la contrapropaganda. Lo ayudó a colocarse en el ejército. Lo destinan como sonderführer de la Policía Militar, como oficial de enlace de la 6a división pánzer, que había sido transferida en 1943 al frente del Este. Su función consistía en interrogar a los prisioneros soviéticos.

-¿Era un simple intérprete o tomaba parte activa en los interrogatorios?
-Muy probablemente recibió cierta formación en técnicas de interrogatorio.

-Ascendió hasta el grado de mayor: ¿lo podemos considerar un alto oficial?
-Comandante: ¡tú verás! También aquí demuestra su habilidad para ganarse la vida. Cuando ingresó en la Wehrmacht dijo que había sido capitán en el ejército zarista. Otra patraña, claro. Pero coló: como intérprete no hubiera pasado de sargento; sin embargo, ingresa directamente como capitán y es finalmente ascendido a comandante.

-¿Llegó a entrar en combate? Lo digo por las Cruces de Hierro que se supone que ganó.
-Lo dudo mucho. Parece la típica fanfarronada de Borís. El suyo era un trabajo de oficina. Por lo que respecta a las Cruces de Hierro, todo es mentira. He comprobado que no figura en ninguna lista oficial de soldados condecorados, que son fiables en un 95%.

-Tampoco parece muy sensato fardar no de una, sino de dos Cruces de Hierro ante un tribunal soviético.
-Lo que está claro es que en el frente ruso no cometió ninguna barbaridad. Si hubieran tenido la más mínima duda, lo liquidan.

-El final de la guerra, ¿dónde lo pilla?
-Con su división, en la frontera entre Checoslovaquia y Alemania. Cayó en manos de los norteamericanos, y como alegó que no era alemán, y además en esto no mintió, lo soltaron enseguida.

-¿Cómo fue a parar a Boppard?
-Porque el cuartel general de la división se encontraba muy cerca de esta ciudad, y además tenía un compañero de armas, un tal Von Grapov, que era originario de Boppard.

-Entre 1945, cuando se instala en Boppard, y 1948, cuando lo capturan los soviéticos, ¿a qué se dedica?
-Chanchullos, como todo el mundo. Probablemente, estraperlo con los franceses, que tenían cerca el cuartel general de su zona de ocupación. Marie Louise trabajaba como mujer de la limpieza en un hotel, y zurcía.

-Porque el matrimonio con ella había sido claramente de conveniencia...
-Sin duda: para obtener la nacionalidad francesa. Era una mujer de mala reputación, fichada por la policía, sospechosa de espionaje a favor de los alemanes durante la I Guerra Mundial y que, en fin, le llevaba 15 años a Borís: había nacido en 1885 en Marsella.

-Pero lo sigue a Berlín y después a Boppard, hasta que se separan en 1857.
-Con estos antecedentes no podía regresar a Saint Cannat. Y eso que lo intentó.

-¿Qué fue de ella, después de la separación?
-Murió en Boppard en 1962. Sus últimos años fueron muy precarios, económica y físicamente.

-¿Quién es esta Roswitha con quien Borís contrae matrimonio en 1969?
-La había dejado embarazada, por eso se casaron. Pero tuvo un aborto y se divorciaron al cabo de un año. No quiso saber nada de él nunca más.

-Pero la esquela la firma ella.
-Borís murió solo en una residencia de ancianos. Como no tenía familia conocida, la avisaron a ella, que fue quien organizó el funeral.

-¿De qué vivió, en sus últimos años?
-Tenemos que remontarnos a la inmediata postguerra, cuando trabajaba para los servicios secretos para obtener la nacionalidad: a cambio de una tarjeta de identidad alemana, aunque fuese falsa, acabó espiando para los norteamericanos. Esta tarjeta lo acompañará durante todo su cautiverio en la URSS, y la lleva encima cuando vuelve, en 1957. Es la llave que le permitirá acceder al pasaporte. A él y a su esposa. Gracias a esto tendrá derecho a la pensión de veteranos de guerra y supervivientes del gulag. Pero era una renta tan mínima, que forzosamente tenía que tener otros ingresos, muy probablemente de los servicios secretos.

-¿Volvió a casarse?
-No, no. Ya había tenido suficientes aventuras. Roswitha tampoco.

-¿Tuvo descendencia?
-No, por mucho que algunos digan lo contrario.

-¿Pudo contactar con ella?
-Sí. De hecho, muchos de los documentos personales que he reunido me los cedió Roswitha, que quería deshacerse de ellos. Ni Borís le explicó casi nada de su pasado, ni ella tuvo mostró mucha curiosidad.

-¿Alguna vez se refirió a su aventura andorrana, en la vejez?
-Roswitha sólo sabía algo de su paso por el gulag, y no gran cosa.

-La pregunta del millón: ¿por qué vino a Andorra? ¿De verdad tenía alguna remota esperanza de sacar algo de provecho?
-Hay quien dice que fue una broma. Per nadie se gasta un riñón -que por otra parte Borís no tenía- para gastar una simple broma.

-Entonces, ¿qué sugiere usted?
-Que trabajaba para los servicios secretos.

-¿Para cuáles?
-Para los alemanes, que desde los años 30 estaban muy activos en Cataluña y que intentaron infiltrarse entre los trabajadores de Fhasa para minar así la influencia francesa en Andorra, de la misma manera que lo estaban haciendo en el Sarre.

-En resumen: Borís, ¿qué era? ¿Un vividor? ¿Un estafador? ¿Un oportunista? ¿Un iluminado?
-Un personaje fascinante, difícil de explicar y de entender en términos estrictamente racionales. Sin duda fue un estafador, pero hasta cierto punto lo era por pura necesidad. Pero también un cuentista, y un mujeriego...

-¿Un chulo?
-No, porque no vive directamente de las mujeres, aunque sin duda de aprovecha de las que seduce.

-¿La pobre Florence?
-Por ejemplo. Estaba tan abducida por Borís que cuando la abandona acaba ingresando en un psiquiátrico. Piensa que a Andorra vino con Florence, que tenía alojada en el Parrilla de Escaldes, y con Phyllis, que se alojaba en el Oros de Encamp.

-¿Y dónde estaba, mientras tanto, Marie Louise?
-En Saint Canat.

-Para terminar: Borís I se publica en 1984; y Skossyreff muere en 1989. ¿Cree que llegó a conocer la novela de Morell?
-Lo dudo.

[Esta entrevista se publicó el 6 de febrero de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

miércoles, 5 de febrero de 2014

El raid alemán de 1943, según los National Archives

De acuerdo: el periodista Joan Antoni Guerrero localizó hace un lustro su rastro en los National Archives británicos, y el historiador Claude Benet publicó parcialmente los documentos en el imprescindible Guies, fugitius i espies. Nos estamos refiriendo, claro, al dosier "confidencial" que generó la célebre incursión perpetrada por la Gestapo la noche del 29 de septiembre de 1943 y que acabó, seguro que lo recuerdan, con Eduard Molné de huésped de los alemanes en la prisión del castillo de Saint Michel, en Tolosa. A Molné, que ejercía aquella inopinada noche de chófer de la red de pasadores que Antoni Forné dirigía desde el mismo Palanques, lo pillaron con cinco fugitivos polacos a bordo, y a todos los capturaron los alemanes. Él tuvo suerte: las gestiones del Síndico, Francesc Cairat, y del obispo Iglesias parece que ablandaron a sus captores, y dos semanas después regresaba a casa. Pero, ¿y los polacos? ¿Qué fue de ellos?

Benet reveló sus nombre en Guies, fugitius i espies -el capitán Alojzy Bokowski, el teniente Jan Daniez, el subteniente Jan Sarnicki, el soldado Cselaw Giejsztowt, y Josef Lewicki, que sólo era civil- y afirma que acabaron en un campo de concentración. Más allá se extiende el silencio. La noche y la niebla. El caso es que el fondo que el historiador alemán Gerhard Lang -ya saben, el hombre que sintió la llamada de Borís Skossyreff- ha depositado en el Archivo Nacional de Andorra es una auténtica mina, y además de nuestro buen rey apócrifo, entre los centenares de documentos andorranos que ha ido recolectando en archivos europeos, rusos y norteamericanos se esconde el cartapacio de cartas, mensajes y telegramas -cifrados, por supuesto- que se cruzaron el consulado británico en Barcelona, la embajada de Madrid y el Foreign Office a cuenta esta vez de lo que los ingleses bautizaron como "German raid on Andorra".

En el Archivo Nacional disponemos de la secuencia completa de los hechos, desde los primeros informes que el consulado remite el 4 de octubre hasta la resolución del caso, el 31 de mismo mes. Bueno, una resolución a medias, porque lo que quita el sueño a los diplomáticos británicos es sobre todo la identidad de los cinco polacos "secuestrados" por la Gestapo. Y no pararán hasta conseguirlas. El caso es que a partir de aquí los National Archives enmudecen. O quizás es que el periplo administrativo de los fugitivos sigue en adelante un camino diferente del de Andorra. Una auténtica lástima porque... ¿no querrían conocer, la suerte -o más probablemente, la desgracia- de aquellos cinco hombres?



Tres de los documentos referidos a la incursión de la Gestapo en Andorra perpetrada el 29 de septiembre de 1943 y que se saldó con la detención de Eduardo Molné y los cinco fugitivos polacos que conducía en su taxi. Los cinco fueron trasladados a Tolosa, y sólo se conoce el destino de Molné, que dos semanas después fue devuelto a Andorra. Fotografía: National Archives / Fondo Lang / Archivo Nacional de Andorra.

Pero volvamos al principio de esta historia: todo empieza con un despacho del consulado con la noticia de que "dos o tres coches con personal de la Gestapo vestidos de civil" capturan la noche del 29 de septiembre y en el mismo hotel Palanques a un hombre conocido como Elias, así como a Fernando Molné [sic] y a los cuatro refugiados que conduce en su taxi. Continúa el informe diciendo que el incidente "ha infringido la neutralidad andorrana y generado indignación entre los andorranos", y que el golpe de mano alemán "pone en grave peligro a los prisioneros de guerra británicos que en número considerable cruzan la frontera para ponerse bajo la protección de un país neutral". Sostiene que la preservación de la neutralidad andorrana constituye para la Gran Bretaña una cuestión "de principio". Además, alerta de que la situación degenere en una ocupación abierta de Andorra -por parte alemana, se entiende- y apara evitarlo sugiere presionando a las autoridades españólas. ¿Cómo? Adviertiendo a Franco que la violación de la neutralidad andorrana provocaría antes o después represalias aliadas en contra de España.

Klisnie desaparece del mapa
El caso es que los diplomáticos británicos no tienen muy claro cómo han de proceder en un caso que implica a Andorra, dada su "peculiar situación constitucional" y la nacionalidad -polaca, ya lo hemos visto- de los refugiados capturados, y que finalmente se inclinan por esta presión indirecta sobre Madrid, para que Franco haga respetar a los alemanes el statu quo andorrano. Una manera muy británica, qué les vamos a contar, de lavarse las manos y endosar a otros el trabajo sucio. En fin, que lo que les interesa de verdad es la identidad de los infortunados polacos: conocida desde el primer momento la de Molné, el Foreign Office insta el 26 de octubre a la embajada en Madrid para que indague los nombres de los polacos. A la mañana siguiente ya tienen el nombre del "más prominente" -así lo denominan los cables- de ellos, este tal Elias que por lo visto es un agente británico, y un alias bajo el que se oculta Alexander Klisnie. Al cabo de tres días más, el consulado envía el telegrama definitivo con  cinco nombres: Bokowski, Daniez, Sarnicki, Giejsztowt y Lewicki- ahora ya sin rastro ni de Elias ni de Klisnie. Tampoco aparece en ningún momento de este abundante y detallado intercambio epistolar el nombre de Nico, el agente doble que delató al grupo de Molné. Ni se cita a Forné ni a Viadiu. Una lástima, pero es que no se puede tener todo.

En fin, que produce una rara emoción tener en las manos documentos que relatan un incidente hoy bien conocido pero que en aquel momento les debía sonar a los burócratas del Foreig Office a cosa remota, casi marciana. Pero ellos insisten, convencidos de que la guerra también se ganaba sabiendo lo que ocurría en la ignota Andorra y preocupándose ni que fuese a la muy británica manera por el destino de seis desconocidos capturados por los nazis. Si tienen un momento, háganse un regalo y pasen por el Archivo Nacional. Es como tocar un pedazo de historia. Aunque sean fotocopias.

[Este artículo se publicó el 30 de enero de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

lunes, 3 de febrero de 2014

Borís: de la Cruz de Hierro al gulag

El historiador Gerhard Lang localiza el rastro de Skossyreff en los archivos soviéticos y pone rostro a las mujeres del 'Rey de Andorra'

¡Ay, nuestro buen rey Borís! ¡Qué regalo fabuloso nos hizo el día que se dejó caer por aquí arriba y tuvo la ocurrencia de declarar la guerra al Excelentísimo y Reverendísimo señor Obispo! Pues bien, hoy repasaremos su vida sentimental y también su carrera militar, probablemente dos de los rinconcitos menos transitados de su proteica personalidad. Y todo, gracias a los documentos que Gerhard Lang -el historiador alemán que un buen día sintió la llamada de Borís, como Buck la del bosque- ha ido herborizando en archivos de medio mundo: un cartapacio ahora depositado en el Archivo Nacional de Andorra que constituye como han podido ir comprobando las últimas semanas una auténtica mina.
Pero vayamos de una vez al meollo del asunto: teníamos hasta ahora clichada a su amante digamos oficial, la norteamericana Florence Marmon -ex, según parece, de un magnate del automóbil con sede en Indiana-, con quien se topó en 1933 en Palma de Mallorca. Porque Borís tenía buen ojo a la hora de escoger lugar de residencia. Con decir que se casó con una vecina de la Costa Azul, y que después de su aventura andorrana se dejó caer por Estoril, a ver si pescaba algo... Y la intuición nos dice que era esta Marmon la que pagaba los sainetes de nuestro Borís. En fin, que como sabemos a la pobre Florence la empaquetó hacia los EEUU después de la guerra de Andorra. Aunque interpretó mientras duró su papel de reina consorte con convicción: incluso consiguió que el Obispo Guitart la invitara a la misa en honor del (entonces) recién traspasado presidente Macià que se celebró en la catedral de la Seo el 20 de julio de 1934. Borís y el Obispo podían estar en guerra, pero una misa es una misa. Por lo menos, así figura en los documentos de Lang.

Boris Skossyreff, con el uniforme de oficial de la Wehrmacht; se enroló en 1944, fue destinado al frente del Este y alcanzó el grado de mayor enla 6a división pánzer. Fotografía: Fondo Lang / Archivo Nacional de Andorra.

Marmon es, seguro, la que más fortuna mediática ha tenido entre las consortes de Borís. Pero no fue ni la primera ni la última, porque el hombre era en este sentido un culo inquieto parecido, en fin, a los presidentes de la República francesa. El caso es que Lang ha puesto nombre y apellidos a la segunda señora del harén de Skossyreff: la británica Phyllis Peel Smith, Polly para los amigos, cuya pista el historiador ha tenido la paciencia de seguir hasta Londes, done la pobre polly se casó en 1920 con un tal Patrick Beauchamp Heard: teniente, atención, de la Royal Navy, galones que algunos pagaríamos por lucir un día. El de teniente, o el de optio de la IX Hispana, pero esta es otra historia, me temo.
En fin, que pobre, porque Phyllis y Patrick se separaron tres años después... por adulterio. De él, se entiende. Que una década después acabara enredándose con un vendedor de humo como Borís -un pasaporte holandés a su nombre expedido en 1923 lo describe como un hombre "sin religión" de 1,79 metros de  altura, el pelo "negro", cejas y ojos "marrones" y la nariz "recta"- no dice mucho a favor de su ojo con los hombres. Del ojo de Polly, claro. Para que vean de qué clase de individuo se encaprichó, aquí va una gacetilla del The Majorca Sun fechada en Palma -donde se conocieron- en septiembre de 1933, meses antes de la asonada andorrana: "La señora Marmon y su huésped, el capitán Borís Skossyreff, han sido interrogados por la policía bajo la sospecha de que en el piso de la primera haya sido utilizado como lugar de cita de pervertidos (!), y porque podría estar involucrada en el tráfico de cocaína".

Marie Louise Parat, primera esposa de Borís: nacida en 1895 en Marsella, la imagen procede del contrato de trabajo que la autoriza a desplazarse a Berlín, a principios de 1944. Ella y Borís se establecieron después de la guerra en la ciudad alemana de Boppard; se divorciaron en 1957. Fotografía: Fondo Lang / Archivo Nacional de Andorra.


Las legítimas
Hasta ahora nos hemos ocupado de las dos amantes digamos que oficiales de Skossyreff. Pero es que Borís también tuvo esposas legítimas. Dos, por lo menos. A la primera también la conocíamos: Marie Louise Parat, nacida en 1895 en Marsella, y con domicilio en Saint Cannat. La de la finquita en la Costa Azul, vaya. Ignoramos cuándo contrajeron matrimonio, pero lo que sí es seguro es que estaban casados en octubre de 1943, porque Lang ha localizado el contrato de trabajo que autoriza a Skossyreff y señora a trasladarse a Berlín para empezar una nueva vida. La fotografía de Marie Louise de aquí arriba proviene de este curioso, a la vez que insidioso y algo inquietante documento, que incluye una ficha antropométrica al más puro estilo nazi, con casilla para la "raza ("judía/no judía"), y datos como la altura (1,65 metros), el color del pelo ("rubio"), los ojos ("negros"), la nariz ("moyen") y la forma del rostro ("ovalado").

Boppard, 3 de abril de 1969: Borís y Maria (o Roswitha) acaban de contraer matrimonio. Son para él sus segundas nupcias (conocidas). Permanecerán casados hasta el fallecimiento de Skossyreff, el 27 de febrero de 1989. Fotografía: Fondo Lang / Archivo Nacional de Andorra.

Volveremos enseguida sobre la deriva alemana del periplo de Skossyreff. Pero antes terminemos con su trayectoria sentimental, siempre según los documentos exhumados por lang. La vida conyugal del matrimonio acaba oficialmente el 31 de diciembre de 1957, cuando Borís y Marie Louise -que después de la II Guerra Mundial se habían establecido en Boppard, en el suroeste de Alemania- firman el convenio de separación. Nos despedimos aquí de Marie Louise, que desaparece de esta historia -y quizás de la Historia- pero nos quedamos con él, para quien habrá una segunda vez.Fue el 3 de abril de 1969, cuando un Borís ya maduro -69 años, según la fecha de nacimiento, 21 de enero de 1900, que consta en el certificado de matrimonio- se casa con una tal María, una chica alemana nacida, atención, en 1939 en la localidad sajona de Brunswick. Es la señorita con cofia -ahora, ya convertida en señora- de aquí abajo, que en otros documentos aparece citada como Roswitha von Skossyreff. Parece que esta vez la cosa salió algo mejor, porque María (o Roswitha) es quien firma la esquela de Borís publicada en un diario de Boppard al día siguiente de su fallecimiento, ocurrido el 27 de febrero de 1989.

Retrato extraído del expediente de Borís elaborado por la Administración Militar Soviética en la Alemania ocupada, a raíz de su detención en Eisenach el 12 de noviembre de 1948. Fotografía: Fondo Lang / Archivo Nacional de Andorra.


En la 6a división pánzer
Así que Borís, el rey de Andorra, nacido en 1900 en Vilna, Lituania -entonces perteneciente al imperio de los zares- murió como ciudadano alemán en Boppard en 1989. ¿Sorprendente, no? Quizás no tanto si tenemos la suerte de acceder al dosier elaborado por la Administración Militar Soviética para ala Alemania ocupada con motivo de la detención de Borís, practicada el 12 de noviembre de 1948 en Eisenach por los herederos del NKVD. El acceso ahora es facilito, porque el dosier lo tenemos también en el Archivo Nacional. Pero, ¿y entenderlos? El reto es factible si tenemos a mano una auténtica rusa de Ekaterinburgo. Es nuestro caso: Alexandra Grebennikova, qué casualidad. Y resulta que según el dosier, que hay que leer, advierte, con las reglamentarias reservas que genera cualquier actuación de la policía política de la URSS- Borís Mikhalovich Skossyreff se afilió al partido nazi en 1935. Según el juez instructor, en esta fecha "ingresó en la filial extranjera del NSDAP en París y por cuenta de los servicios de inteligencia nazis se dedicó al espionaje con el objetivo de tomar el pulso a las tendencias ideológicas de la población y de distribuir propaganda nazi".
La verdad es que sorprende que la inteligencia nazi -¿el Abwehr? ¿La SiPo? ¿La Gestapo?- confiara en un hombre tan, ejem, disperso como Borís. Pero no dudaremos aquí de la capacidad de nuestro hombre para dar gato por liebre al más duro de los polis nazis. El informe soviético pasa de puntillas por las actividades concretas del espía Borís i salta hasta 1943, cuando se traslada a Berlín. Pues según el juez, Skossyreff fue nombrado "director" de un "campo de concentración para trabajadores franceses" -la clientela del Servicio de Trabajo Obligatorio, que no podemos considerar exactamente mano de obra esclava, pero tampoco trabajadores libres.

Primera página del expediente de Borís Skossyreff abierto por la Administración Militar Soviética en la Alemania ocupada. Fotografía: Fondo Lang / Archivo Nacional de Andorra.

El caso es que "como consecuencia de sus órdenes, los trabajadores franceses [bajo su custodia] sufrieron diversos castigos". Lástima que no especifique ni cuáles ni cuántos. En el mismo 1943, en fin, Borís, es reclutado por la Wehrmacht y enviado al frente del Este, glups, cuando las cosas comienzan a ponerse feas -para los alemanes, se entiende: Paulus se acababa de rendir en Stalingrado, y ya nada fue nunca lo mismo para Hitler. Participa en operaciones en Minsk, Vitebs y Smolensko, obtiene el grado de mayor y es destinado a la sección de inteligencia de la 6a división pánzer. Casi nada. Se dedicó, continúa el señor juez, a interrogar personalmente a prisioneros de guerra soviéticos. Y lo debía hacer bastante bien, porque entre pitos y flautas cosechó sendas Cruces de Hierro, de 2a y de 1a clase. Y no es por nada, pero una Cruz de Hierro se otorgaba exclusivamente por el valor demostrado en combate. Vaya, que a un juez soviético de 1948 le debía de hacer mucha gracia, toparse con uno de sus bravos titulares.
Hasta quí, la trayectoria bélica de Skossyreff, quye fue lo suficientemente hábil para volver vivo del Este, sobrevivir a las depuraciones de la postguerra y esperar que la tempestad amainara en Boppard, en el sector francés de la Alemania ocupada. Pero la suerte le dio la espalda en noviembre de 1948, cuando es detenido en Eisenach, zona soviética, procesado, condenado por espionaje y "agente al servicio de los nazis", y enviado a un "campo especial del ministerio del Interior de la URSS". Al gulag, vamos. El expediente no dice a cuántos años; el hecho es que lo liberan el 4 de junio de 1956, y si hay que juzgar por la fotografía de aquí arriba, con un aspecto no muy lozano. Pero quizás tiene que considerarse afortunado de que un tipo como él, exciudadano ruso y, por lo tanto, probablemente un traidor a ojos soviéticos, se saliera de esta con sólo ocho años de trabajos forzados. Volvió a Boppard, y rehizo su vida. No es poco para un exoficial de la Wehrmacht enviado al gulag. Borís, como ven, es una caja de sorpresas. Y sospechamos que la cosa no termina aquí.

[Este artículo se publicó el 3 de febrero de 2014 en El Periòdic d'Andorra]