Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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jueves, 27 de marzo de 2014

La Virgen de Meritxell: ¿chamuscada, secuestrada o robada?

Erik el Belga sugiere que el incendio del santuario de Meritxell, el 8 de septiembre de 1972, podría haber servido de coartada para ocultar la sustracción de la talla románica de la patrona de Andorra; Sergi Mas, último restaurador de la pieza, y Pere Canturri, en la época director del servicio de Arqueología del Consell General, discrepan sobre los detalles de un episodio que todavía levanta ampollas.

"Más que sopechoso". Contundente y lacónico: así despacha René vanden Berghe, alias Erik el Belga, el incendio que la noche del 8 de septiembre de 1972 arrasó el santuario de Meritxell, en Canillo (Andorra) y -siempre según la versión oficial- la talla románica de la patrona. Sospechoso porque la coartada del incendio -viene a decir nuestro hombre- es un expediente clásico que ha servido históricamente para camuflar el robo de incontable sobras de arte. Y lo dice uno que sabe de lo que habla. Vale que Erik el Belga desmiente inmediatamente cualquier implicación en el asunto y que alega no saber nada sobre lo que ocurrió aquella fatídica noche.

Más que nada, reconoce, por las dificultades logísticas que comportaba trabajar en el país. Y vale que, como él mismo se encarga de resaltar en el subtítulo de sus memorias, estamos hablando del ladrón de arte "más famoso del mundo", y por lo tanto hay que aplicar a su testimonio una saludable y preventiva dosis de escepticismo. Pero exactamente por el mismo motivo, se trata de la opinión de un experto en la materia. Una opinión que además coincide con los rumores que ya en la época corrieron de boca en boca y que apuntaban a una versión alternativa: que la talla no había ardido con el santuario sino que alguien la había hecho desaparecer oportunamente antes del incendio. Una hipótesis que está, por cierto, en la base de la trama de Azul de Prusia, la novela con que Albert Villaró se llevó en el 2006 el premio Carlemany.


Talla románica policromada de la Virgen de Meritxell que ardió en el incendio del 8 de septimebre de 1972 (según la versió oficial, claro). Medía 83 centímetros de altura, y calzaba unos zuecos tan desproporcionados que recibió el sobrenombre de Mare de Déu dels Esclops, la Virgen de los Zuecos. La fotografía esta tomada por Guillem de Plandolit antes de 1933; hay que decir que hasta 1950 la imagen que se veneraba en el santuario como si fuera la Virgen de Meritxell no era la talla románica de la patrona sino otra talla gótica de la Virgen del Roser, más acorde con los gustos estéticos de la época.. Fotografía: Fondo Guillem de Plandolit / Archivo Nacional de Andorra.

El incendio del santuario de Meritxell se declaró a medianoche del 8 de septiembre de 1972, justo después de la romería que cada año se celebra este día con motivo de la festividad de la patrona; el informe oficial atribuye el desastre a una chispa provocada por el obsoleto sistema eléctrico que prendió en el entarimado del templo. Fotografía: Fondo Peig / Archivo Nacional de Andorra.
El tallista Sergi Mas contempla una copia de la talla de Meritxell en su taller de Aixovall, Sant Julià de Lòria; el Consell General le encargó en 1969 una réplica exacta para obsequiar al obispo Iglesias Navarri, así que Más conoce al dedillo las intimidades físicas de la Virgen. Fotografía: Máximus.

Lo recuerda desde su refugio de Aixovall, Sant Julià de Lòria, el tallista Sergi Mas. Voz doblemente autorizada porque él es el autor de la réplica de la talla original que el Consell General le ofreció al obispo Iglesias Navarri cuando hizo efectiva su renuncia, en 1969 -una copia "exacta, la más fiel al original que jamás se haya hecho", dice ,y que como veremos le proporcionó un conocimiento exhaustivo, casi forense de la anatomía de la pieza- y porque Mas fue unno de los centenares de ciudadanos que la mañana del 9 de septiembre de 1972 se plantificó en Meritxell para contemplar el desastre. Con la particularidad de que tuvo la ocurrencia de saltarse de estranquis el cordón policial, penetrar en lo que quedaba del santuario, subir al camarín de la Virgen e inspeccionar personalmente la magnitud de la tragedia.

¿Qué se encontró, allí arriba? O por decirlo con más propiedad: ¿qué no se encontró en el camarín? De entrada, recogió lo que quedaba de la talla gótica de la Virgen del Roser que hasta 1950 se había venerado en lugar de la de Meritxell, más rústica y primitiva y por lo que parece menos del gusto de los andorranos del siglo XIX y primera mitad del XX. Un tocón, este del Roser, al que todavía se le reconocían vagamente las formas marianas y que entregó diligentemente a los bomberos que trabajabanen la extinción del incendio. Hasta aquí, todo iba bien. Pero en el camarín de la patrona las cosas empezaron a torcerse: alí no quedaban ni los restos del tocón carbonizado de lo que durante los últimos ocho siglos había sido la Virgen de Meritxell. nada. Ni tan siquiera los clavos de hierro forjado -seis, como mínimo, asegura- que fijaban la talla a su humilde trono de madera.

El misterio de los clavos forjados
La talla se había fundido, literalmente. Y precisamente la de la patrona. Un fenómeno que cuatro dácadas después todavía le da a Mas que pensar: "Cuando tallé la copia que le regalaron al obispo Iglesias Navarri tuve que subir muchas veces al santuario para tomarle medidas y muestras de color, calcar la silueta de frente y de lado, tanto de la Virgen como del Niño. Hasta le hice una máscara; en fin, que tallé una copia exacta", insiste. Tanta intimidad le permitió conocer algunos de sus secretos mejor guardado, comenzando por los clavos de forja y terminando por la policromía: en la capa de pintura original -que sólo se había conservado en la parte posterior de la talla- se le había añadido como mínimo otra capa en una restauración anónima que fecha a finales del siglo XIX. Si a las reglamentarias tres capas de cola que los artesanos medievales aplicaban de oficio a una talla les añadimos la del lífting decimonónico, el resultado final da un grosor de entre 2 y 5 milímetros que, añade Mas, "funcionaba como una especie de armadura de yeso incombustible". Además, estamos hablando de un tocón que tenía casi mil años y que por lo tanto tenía que haber perdido casi toda la resina, que es el elemento que hace a la madera combustible: "Tendría que haber quedado por lo menos el mismo tocón carbonizado que en el caso de la talla del Roser". Pero no: no quedaron ni los clavos de hierro forjado.

A esta opinión autoriuzada hay que añadirle otro elemento que, recuerda Mas, circul´p en la época con insistencia y que alimentó la imaginación de los más escépticos. Según ellos, los primeros vecnos que llegaron a Meritxell una vez declarado el incendio no entraron en el camarín oirque las llamas ya lo impedían; pero sí que pudieron meter la nariz en la ventanilla posterior del santuario, que daba precisamente al camarín de la patrona. Y la talla ya no estaba en su sitio. A todo lo que antecede hay que añadir -y así lo hace Mas- que la instalación eléctrica del santuario -la causa última del incendio, según la versión oficial- se encontraba en unas condiciones deplorables y que era perfectamente plausible que alguno de los cirios de la procesión nocturna -el 8 de septiembre es la festividad de Meritxell, de gran devoción popular- que se dejaban en el interior del templo cayera accidentalmente al suelo y la llamita prendiera el entarimado de madera.

¿Qué conclusión de puede sacar de todo lo que antecede? ¿Que alguien prendió fuego al santuario para agenciarse la talla de la Virgen? ¿O quizás se aprovechó de un incendio fortuito para sustraerla? Si es asi, ¿quién? "Unos, quizás los más crédulos, se tragaron la versión oficial; los más desconfiados pensaron que aquello no fue un accidente; que no pudo serlo. ¿Qué creo yo? Pues yo explico lo que vi, y sólo sé que en aquellos años corrían por los Pirineos bandas de ladrones de arte". como la de Erik el Belga, aunque él mismo se borrara de lista de hipotéticos sospechosos con el impecable argumento de que, prescrito como estaría el supuesto delito, nada le impediría hoy admitir el trabajo de Meritxell. Si hubiera sido él, claro. Y dice que no.

Así que sólo nos queda la versión oficial. La redactó Pere Canturri, entonces director del servicio de Arqueología que el Consell General había creado en los años 60. Ni las insinuaciones de Erik el Belga ni el testimonio de Mas lo desvían ni un solo milímetro de lo que escribió hace cuatro décadas: "Ojalá me equivoque y algún día la talla aparezca; pero para mi, desgraciadamente, la Virgen se quemó en el incencio". Canturri rebate uno a uno los argumentos que la -digamos- teoría de la conspiración ha ido acumulando durante estos años. Para empezar, apunta como es lógico al mal estado de la instalación eléctrica: "Es perfectamente posible queuna sobrecarga provocara una chispa", dice. Por lo que respecta a la talla, contradice los datos aportados por Mas y sostiene que la Virgen no estaba clavada a la silla por seis clavos; tan solo por uno, que ni siquiera era de forja sino "sencillo, normal y corriente, imposible de disinguir entre los restos de miles de clavos que había en el templo calcinado".

Insiste también en la alta combustibilidad de una talla casi vacía en su parte posterior -donde se ocultaba un reconditorio para las reliquias- y bajo las piernas de la Virgen, por donde iba clavada a la silla, y resta valor al testimonio de los primeros vecinos que se alzaron hasta la ventanilla de la parte posterior del santuario: "Por el ángulo de visión, desde allí era sencillamente imposible alcancar a ver el camarín de la Virgen". Así que lo despacha finalmente con la misma contundencia con que Erik el Belga abría este artículo: "Se trató desgraciadamente de un incendio catastrófico; que la talla se quemara no es en absoluto extaño. Pero insisto: ojalá me equivoque".

'Azul de Prusia': una alternativa de novela
Ni ardió ni la robaron. Por lo menos, en el incendio de 1972. Esta es la tercera vía, la suculenta hipótesis alternativa que plantea Albert Villaró en Azul de Prusia. Según el novelista, aquel 8 de septiembre de 1972 un grupo de tradicionalistas sector intransigente que se presentaban como el Consell de la terra hurtó la talla en una acción inspirada en el secuestro de la Virgen de Nuria perpetrado en junio de 1967 por un comando de antifranquistas catalanes. Con la mala fortuna que justo después de retirar la talla del camarín se declara un incendio y han de salir por patas. No se acaba aquí la cosa porque, cuatro décadas y dos cadáveres después, el espavilado Andreu Boix, o Boix el Viudo -el poli que protagoniza la novela de Villaró- descubre accidentalmente que la talla secuestrada por los héroes de el Consell de la Terra no era la original sino una copia de los años 20 que alguien había colocado en algún momento en lugar de la pieza románica original. Pero, ¿quién? Digamos sólamente que las elucubraciones literarias de Villaró se acercan antes a las de Más que a las de Canturri. Pero háganse un favor y lean Azul de Prusia.

[Este artículo se publicó el 21 de enero de 2013 en El Periòdic d'Andorra]

miércoles, 26 de marzo de 2014

Erik el Belga: "Curas y obispos vendían obras de arte como si fueran rosquillas"

Cuatro décadas después el incendio del santuario de Meritxell y la (presunta) desaparición de la talla románica constituyen todavía -para los descreídos y aficionados a las conspiraciones, claro- un enigma mayúsculo. Entre las hipótesis alternativas y más o menos fabulosas que se han propuesto para explicar el caso, una de las más conspicuas apunta hacia René vanden Berghe, alias Erik el Belga (Henripont, Flandes, 1940). Sí, hombre, aquel tipo que en los 70 y primeros 80 vació las iglesias de media España. La policía lo detuvo en 1982 en Barcelona, aunque él sostiene que se dejó cazar. Colaboró en la recuperación de tres millares de piezas que él mismo robó -o colocó- y tres años después salió de la Modelo sin ser tan siquiera juzgado. Como si nada. Hoy disfruta en Málaga de un plácido retiro, uno más de los millares de jubilados que apuran su tiempo en la Costa del Sol. La publicación de su intrigante autobiografía, un tocho de 700 páginas dudosamente titulado Por amor al arte: las memorias del ladrón más famoso del mundo (Planeta) es una ocasión que ni pintada para preguntárselo abiertamente: ¿fue usted?


René vanden Berghe, alias Erik el Belga, recuerda su carrera en Por amor al arte, que lleva por subtítulo El ladrón más famoso del mundo. Modestia aparte, claro. Fotografía: Archivo.


-Según la versión oficial, la talla se chamuscó la funesta noche del 8 de septiembre de 1972: ¿se la cree?
-No. Lo que creo es que la vendieron, ¿me entiendes? No es que lo sepa, pero lo cierto es que hubo muchos casos similares en que primero vendían la pieza y luego decían que la habían roobado, o se declaraba un oportuno incendio.

-A diferencia de la talla gótica del Roser, vecina de camarín, de la de Meritxell no quedó ni el tocón. Ni siquiera los clavos de hierro forjado que la sujetaban a la silla. Sospechoso ,¿no le parece?
-Por descontado: más que sospechoso.

-Pero, ¿no resulta muy aparatoso, además de arriesgado, quemar una iglesia para sustraer una talla, aunque sea la de Meritxell?
-Todo depende del precio.

-¿A quién le podía interesar, nuestra patrona? Hipotéticamente, claro...
-A cualquier coleccionista a quien le falte una pieza de una época o de una calidad determinada. El problema con el que me encontré con cierta frecuencia es que si un coleccionista que ya tenía cinco tallas me encargaba otra, le tenía que servir una de calidad muy superior .No quería más de lo mismo.

-¿La había visitado alguna vez, la de Meritxell?
-La conocía, sí.

-¿Y era en su opinión una pieza de caza mayor?
-Era extraodinaria; una talla excepcional.

-¿Por qué precio se podría haber colocado en el mercado?
-Por 35 o 40 millones de pesteas: una pequeña fortuna, en la época.

-Pues se lo voy a preguntar: ¿fue usted?
-No; no fui yo.

-Y si lo hubiera sido, no me lo diría a mí.
-Se equivoca: se lo contaría porque se trata de un delito ya prescrito. Por lo tanto, no me importaría explicarlo.

-Así que vino alguna vez por Andorra antes del incendio de Meritxell...
-Sí.

-¿Y se fijó -digamos que por deformación profesional- en otras piezas susceptibles de interesar a coleccionistas y ladrones de arte. Hipotéticamente, de nuevo.
-Sé que había obras muy interesantes, de gran calidad, sobre todo de estilo frances (?). Y todavía las hay.

-Pero nunca trabajó por aquí arriba...
-Jamás.

-¿No estuvo tentado de hacerlo?
-La tentación la tuve, pero resultaba muy difícil salir del país, una vez dado el golpe: carecía de transportistas que pudieran pasar las obras al otro lado. Las piezas robadas no pueden saltar volando por encima de una frontera; hacen falta cómplices, y en el caso de Andorra no fue posible encontrarlos.

-¿No recibió un encargo para trabajar por aquí, aunque fuese técnicamente imposible?
-Nunca.

-Un trabajo como el de Meritxell, ¿cómo lo habría planeado y ejectuado, usted?
-De otra manera. Jamás he destrozado o dañado una obra de arte. Esto lo sabía todo el mundo, comenzando por mis clientes. Tampoco recurríamos nunca a metodos violentos, como por ejemplo maltratar a un cura. Si ocurría un incidente así, te quedabas sin negocio porque el coleccionista no quería problemas y perdía automáticamente el interés por el encargo.

-Otro trabajo: el robo del retablo de Sant Esteve d'Abella de la Conca, hoy en el Museo Diocesano de Urgel? ¿Sabe algo, por casualidad?
-He oído hablar de él, pero no lo conozco, este caso.

-Pues hay quien lo ha vinculado con el robo del retablo: ¿no tuvo usted nada que ver?
-Nada de nada.

-Hagamos balance: su trayectoria profesional la podemos resumir en...
-...robé unas 6.000 obras en poco más de 600 golpes. Más o menos, claro.

¿Se acuerda de todas sus víctimas?
-De casi todas.

-Ya lo veremos. Sospecho que arte español, sobre todo...
-En absoluto: en España di unos cuarenta golpes como máximo; el resto, en otros países europeos.

-Cuál fue entonces su principal campo de acción?
-Francia, Alemania, Italia... pero también Hungría y Checoslovaquia cuando todavía eran satélites de la URSS.

-¿Y simpre arte medieval?
. Siempre: románico y gótico; nada más. Ni tan siquiera barroco.

¿Por algún motivo en especial?
-Porque era lo que mis clientes demandaban.

-¿Siempre trabajaba por encargo?
-Casi siempre. Si no tienes comprador asegurado no merece la pena arrriesgarse: no te pasearás por media Europa con una talla en el maletero sin saber si podrás convertirla en dinero.

-¿Cuál fue su golpe más... complicado?
-El retablo de San Miguel de Aralar, en Navarra, en octubre de 1979. Una preciosa pieza de esmalte de Limoges del siglo XII. El santuario se encuentra en lo alto de la montaña, adonde se llega por una carretera de 13 kilómetros. Si surge algún problema, es muy difícil escapar. Déjeme añadir que 20 años después el retablo volvió a Aralar.

-¿Y el más peligroso?
-En cierta ocasión robamos una virgen gótica de una iglesdias perdida en el sur de Alemania. Nos detuvo la polícia, uno de mis compañeros se puso nervioso y disparó, los polis respondieron y una bala se me incrustó en el cuello. Faltó poco para que no lo contara.

-Insiste en el llibro que muchos presuntos robos de arte sacro son en realidad ventas encubiertas que después se encubren con el expediente del robo.
Así nera, y así quedó probado en cantidad de sumarios. Curas y obispos vendían las obras de arte como si fueran rosquillas.

-Pero al final lo pillan y decide colaborar con la policía española.
-Así es: gracias a mi intervención se recuperaron más de un millar de piezas. Y aunque pasé tres años en prisión, nunca fui condenado.

-Dice también que gracias a su... intervención se salvaron muchas obras... Pelín cínico, ¿no le parece?
-Es la pura verdad. La mayoría de aquellas piezas se encontraban dejadas de la mano de Dios, medio podridas; se desintegraban. Daban auténtica pena.

-Permítame una cuestión personal: ¿que robó en la parroquial de Castrojeriz, Burgos, la tierra de mis abuelos castellanos?
-Media docena de tapices flamencos. Terminaron desperdigados por media Europa, pero déjeme que le diga -y así se queda tranquilo- que hace años que se recuperaron y hoy vuelvena lucir todos en Castrojeriz.

-¿El más rentable de los golpes que dio?
-El de Castrojeriz... si los tapices hubiesen sido de Rubens. Incalculable. Pero resultó que no lo eran y el cliente ya no los quiso de ninguna manera. El de Aralar tampoco estuvo mal: el retablo, que siempre se ha dicho que era del siglo XII, resultó que es muy anterior. Del siglo VIII, probablemente.

-¿Por cuánto lo colocaron?
-Sobre unos 75 millones, creo recordar.

-¿Se procuró algunas piezas para su museo particular?
-No. Como mucho llegué a cambiar piezas robadas por otras  legales; eran éstas últimas con las que me quedaba.

-Reconózcalo: ha escrito sus memorias por mala conciencia.
-En absoluto.

-Así que no se arrepiente.
-No. He aprovechado el tiempo, he robado obras que me gustaban mucho y por lo tanto mi oficio me permitió combinar mi pasión por la belleza con la satisfacción de mis clientes. Con la mayor parte de los cuales, por cierto, he mantenido hasta hoy una excelente relación.

-Imaginése que tiene la oportunidad de cerrar un pacto con el diablo, que le propone: "Erik, puedes llevarte al cielo -o al infierno- cualquiera de las 6.000 obras que has robado..." ¿Cuál escoge?
-[Ríe] Me consideraría bien pagado si puedo ir al cielo. Pero sopecho que el cielo está aquí, en la Tierra.

-Un último chismorreo: en abril de 1981 se trabajó el monasterio de Yuste, en Cáceres, donde murió Carlos V. Y cuenta que se permitió el capricho de, ejem, retozar con su novia de entonces en el mismísimo lecho del emperador. ¿Qué tal, la experiencia imperial?
-Rápida: como comprenderá, no nos entretuvimos.

[Esta entrevista se publicó el 17 de enero de 2013 en El Periòdic d'Andorra]