Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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viernes, 21 de febrero de 2014

Cuando Josemaría fue un fugitivo

Son las 14 horas del viernes, 10 de diciembre de 1937. Un grupo de ocho hombres -el que posa en la portada del libro de aquí abajo, en la plaza Benlloch de Andorra la Vella, para el objetivo de Valentí Claverol- espera a que los gendarmes del puesto de aduanas del Pas de la Casa acaben de revisar la documentación para subir al autobús y cruzar la frontera, camino de l'Ospitalet, Lourdes y finalmente San Sebastián, ya en la España nacional. Se encuentran en la última etapa de un periplo que había comenzado el 8 de octubre de aquel mismo 1937, cuando la expedición abandonó la relativa seguridad que les ofrecía el consulado de Honduras en Madrid dispuestos a dejar atrás la zona republicana. El itinerario: Madrid-Valencia-Barcelona-Peramola-Pallerols-Sant Julià de Lòria. Entre estos ocho hombres se encuentra Josemaría Escrivá de Balaguer, sacerdote aragonés que en 1928 había fundado la prelatura del Opus Dei y que había de ser canonizado en 2002. En tiempo récord, por cierto, pero esta es otra historia.

Volvamos a la escapada: habían entrado en Andorra el 2 de septiembre por el Mas d'Alins, después de recorrer a pie los últimos 100 kilómetros del trayecto, con el guía del Pallars Josep Cirera al frente, y para ellos -como para tantos otros antes y después- nuestro rincón de Pirineo iba a convertirse en sinónimo de libertad. El periplo andorrano de San Josemaría se prolongó ocho días, y hace tres años Alfred Llahí y Jordi Piferrer lo reconstruyeron al detalle en Terra d'acollida, volumen que pasó injustamente desapercibido y que acaba de ser publicado en castellano por Rialp -claro. Una edición que se distribuirá en España y la América Latina y que -atención- coincidirá con el estreno, previsto para el 6 de marzo, de There be dragons, la superproducción dirigida por Roland Joffe (La Misión) que recrea la peripecia bélica del fundador del Opus Dei.

Portada de Andorra: tierra de acogida, originalmente publicado en catalán (Terra d'acollida) y que ahora Rialp edita en castellano. Fotografía: Archivo.

Oportunidad de oro, como se ve, para recuperar Tierra de acogida y descubrir la mina de anécdotas vividas de primera mano y por aquí arriba por uno de los hombres clave -claroscuros incluidos- de la Iglesia Católica del siglo XX. La jornada andorrana de San Josemaría tenía que durar exactamente eso: un día. Estaba previsto que el 3 de diciembre los recogiera en el Pas de la Casa un automóvil enviado por el marqués de Embid, hermano de uno de los miembros de la expedición -José María Albareda. Siempre vienen bien estar  bien relacionado. La nieve que cayó al día siguiente de llegar a Andorra cerró el puerto de Envalira -2.800 metros: no es broma- y fue retrasando la partida de la expedición. No les quedó más remedio que prolongar la estancia en el hotel Palacín de Escaldes -que todavía existe: rebautizado Siracusa. El diario que llevaron los ocho expedicionarios -y que constituye la fuente documental del volumen de Llahí y Piferrer- pasa lista a amigos, conocidos y saludados que les salen al paso en tierra andorrana. Entre los primeros se encuentra mosén Lluís Pujol, arcipreste de los Valles de Andorra, y también los monjes benedicitinos de la congregación que dirigía el colegio de Nuestra Señora de Meritxell, también en Escaldes, y las monjas del colegio de la Sagrada Familia.

Entre los conocidos que desfilan por el diario se encuentra un misterioso Sr. C., que los autores identifican con Joan Fornesa, banquero de la Seo, así como el coronel Baulard, huésped también del mismo hotel Palacín. También rinden cuentas: con el guía Cirera, a quien adeudan 5.000 pesetas por los servicios prestados -deuda que saldarán religiosamente después de la contienda- y con la familia Palacín-Fiter, que les hace no obstante un precio de amigos y les arregla la factura. Vean: ocho huéspedes, ocho noches, por unos módicos 1.300 francos. A 20 francos por barba y día, una sustancial rebaja de l10% sobre la tarifa estándar para no refugiados... En fin, que Tierra de acogida es una mina de anécdotas de este estilo: sin doctrina, sin sermones, sin grandes aspavientos, pero un retrato exacto de las penalidades y de las miserias cotidianas de un grupo de desplazados en tierra extranjera -aunque sea de acogida. Se lee de un tirón y tendrá continuidad con la entrada El Paso de los Pirineos que el mismo Llahí prepara para el monumental Diccionario de San Josemária Escrivá de Balaguer que la editorial Monte Carmelo publicará en 2012. Figurar en la geografía y en el imaginario del Opus Dei es un filón -religioso, por supuesto, pero también cultural y sobre todo turístico- que hasta ahora se ha omitidode forma obtusa y que alguien -ayuntamientos, ministerio- tendría que lanzarse a explorar.

[Este artículo se publicó el 8 de febrero de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

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Josemaría, gancho turístico

El Diccionario del fundador del Opus Dei, recientemente publicado, consagra una entrada a la huida de la zona republicana a través de los Pirineos.

Somos un país sin memoria o, en el mejor de los casos, con una memoria a la altura de Dory. Ya saben, la amigiuta de Nemo. Qué le vamos a hacer. Ni una humilde placa evoca e lpasp por nuestro rinconcito de Pirineo de la plétora de personajes de toda condición que han tenido el detalle de visitarnos -por gusto o forzados por las circunstancias- no diremos ya a lo largo de la historia, sino de nuestro mucho más familiar siglo XX. Anteayer, como quien dice: ni Josep Trueta, ni Pablo Casals, ni García Márquez, ni Josep Pla ni tan siquiera Martí i Pol han merecido tan alto honor. A duras penas el obispo Benlloch, el benfeactor, y aún. A Miguel Mateu, otro prohombre con calle -en Escaldes, a cuenta de la central de Fhasa que él contribuyó decisivamente a construir- se la quitaron hace unnos años. Por franquista.

Bronce de la escultora catalana Rebeca Muñoz en la iglesia parroquial de Sant Julià de Lòria. Se instaló en diciembre de 2012 y conmemora la primera Misa que San Josemaría celebró en tierra andorrana, la mañana del 2 de diciembre de 1937. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Vista actual del hotel Siracusa, en la avenida Pont de la Tosca de Escaldes (Andorra): en 1937 era el hotel Palacín, y en él se hospedó entre el 2 y el 10 de diciembre el grupo de San Josemaría. Abonaron una factura de 1.300 francos, con una sustancial rebaja del 10% sobre la tarifa habitual, recuerda Alfred Llahí en Tierra de acogida. Fotografía: Àlex Lara / El Periòdic d'Andorra.

Bueno: pues por eso mismo tiene doble mérito la ocurrencia de Alfred Llahí, que pretende marcar con una pequeña rosa de Rialp los escenarios principales de la jornada andorrana de San Josemaría -ya saben, el fundador del Opus Dei- en el episodio conocido como El Paso de los Pirineos que el mismo periodista ha contado con pelos y señales en Tierra de acogida. Esos ocho días, entre el 2 y el 10 de diciembre, que el futuro santo pasó entre nosotros huyendo de la persecución religiosa desencadenada en la España republicana -los incontrolados y tal- y que protagonizan una de las 288 entradas del Diccionario de San Josemaría Escrivá de Balaguer (Monte Carmelo), tocho considerable que roza las 1.400 páginas y que pretende resumir en estas 288 pastillas la vida, la obra y la doctrina del santo. Que conste que más de la mitad de las voces son de contenido estrictamente teológico, así que el Diccionario no es precisamente para todos los paladares.

Hay que decir que Llahí no se ha limitado al copy/paste de turno, ni tampoco a extractar los datos de Tierra de acogida, sinpo que lo ha completado con las peripecias anteriores y posteriores a la jornada andorrana, que habían quedado fuera del primer volumen: es decir, lo que ocurrió entre el 8 de octubre de 1937, cuando Escrivá y sus compañeros abandonan la embajada de Honduras en Madrid, donde se habían refugiado, y la madrugada del 2 de diciembre, cuando entran en Andorra por el Mas d'Alins. El 10 de diciembre cruzan la frontera andorranofrancesa por el Pas de la Casa, para plantarse al día siguiente en Hendaya, después de dormir en Saint Gaudens y previa parada en Lourdes para celebrar la reglamentaria Misa.

Pero regresemos a Llahí y a la idea esta de amojonar el rastro andorrano del fundador de la prelatura. Una ocurrencia si se quiere modesta, pero ensayada (con éxito) en todo el Occidente civilizado para aprovechar el gancho de celebrities de primera, segunda o quinta fila. En el caso que nos ocupa, se trata de  un turismo religioso de proporciones modestas -"Sería abusrdo soñar en un turismo de masas", advierte- pero fidelísimo y reincidente: sólo hay que ver los centenares de peregrinos que cada junio se congregan en el aplec de San Josemaría convocado por la Associació d'Amics del Camí de Pallerols de Rialp a Andorra, y que en diciembre pasado, en la también anual jornada Camins de Llibertat, reunió a una pequeña multitud en el Centro de Congresos de Andorra la Vella: un millar de personas son la prueba física del poder de convocatoria de nuestro santo de hoy.

En fin, que lo que Llahí propone es tan discreto como eficaz: una rosa de Rialp -el símbolo de Josemaría- en el hotel Siracusa de Escaldes, donde los refugiados se instalaron en 1937; otra en el Centro de Arte, también en Escaldes, donde en la época la orden benedictina regentaba el colegio Nuestra Señora de Meritxell, y -por qué no- una tercera en la parroquial de Sant Julià de Lòria, la primera iglesia sin profanar que San Josemaría pisaba desde julio de 1936, donde celebró su primera Misa en libertad, y donde hace un año se instaló un bronce de la escultora catalana Rebeca Muñoz que evoca y conmemora aquel momento epifánico. Ya que hablamos de todo esto, alguien podría tomar nota y dedicarse a localizar y marcar nuestros escenarios de la -ejem- memoria. Como dice Llahí, si los mallorquines han convertido en una rentable industria turística los 15 días escasos que Chopin pasó en Valldemossa, ¿por qué no tomamos debida nota? La verdad, otras de más verdes han madurado.

[Este artículo se publicó el 21 de noviembre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]

viernes, 14 de febrero de 2014

El año que hicimos la Revolución

El historiador Arnau González i Vilalta cuestiona en La cruïlla andorrana de 1933 el papel del obispo Guitart en los tumultuosos años 30 andorranos, y desvela la lista de solicitantes del sufragio universal, una de las causas del secuestro del Consell General

El calendario tiene estos caprichos: el miércoles inaugurábamos en Andorra la Vella un bronce en homenaje al obispo Guitart, el copríncipe episcopal de los convulsos años 20 y 30. Se lo describió entonces como un hombre especialmente próximo al pueblo, sinceramente preocupado por el mantenimiento de la neutralidad, la independencia y la soberanía nacional, y como uno de los artífices de los hitos en el camino hacia la Andorra moderna, desde la concesión de Fhasa -Fuerzas Hidroeléctricas de Andorra, SA, hoy Feda- hasta el fomento de la educación y la creación de un servicio de orden público. Casualidad o no, ni una palabra aquel día sobre 1933, uno de los años clave de su pontificado. Fue, para decirlo con la terminología que Arnau González i Vilalta (Barcelona, 1980) utiliza y reivindica sin las manías de otros historiadores, el año en que los andorranos hicieron la Revolución, el año en que los gendarmes franceses ocuparon el país, y el año en que los obreros de la hidroeléctrica -mayormente, catalanes- convocaron sendas huelgas generales, lo nunca visto por aquí arriba.

Por acción o por omisión, algo debía pintar en todo esto el señor obispo. Son precisamente estos prolíficos, apasionantes, decisivos doce meses los que el historiador catalán ha radiografiado en La cruïlla andorrana de 1933: la revolució de la modernitat (Cossetània). Guitart es, obviamente, uno de los protagonistas principales del volumen. Y no sale de él muy bien libardo, que digamos. Él obispo es uno de los responsables, dice el autor, de las "tensas" relaciones que la Mitra y el Consell General mantenían en la época. Más que tensas, prácticamente inexistentes: "Formalmente habían roto relaciones. Lo cierto es que el interlocutor principal del Consell era el delegado del copríncipe francés, que residía en Perpiñán. No digo que la actuación de Guitart fuera negativa, pero sí que tuvo un papel muy secundario y que tanto las autoridades andorranas como Francia lo dejaron de lado".

El historiador catalán Arnau González i Vilalta, autor de La cruïlla andorrana de 1933. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.
Eso, claro, según la documentación que ha podido consultar en los archivos diplomáticos franceses depositados en Nantes, y en los departamentales de Perpiñán: "Quizás si el archivo episcopal hubiera atendido alguna de las demandas que he cursado los últimos dos años y me hubiera permitido investigar tendría otros elementos de juicio", dispara. En fin, que entre las muchas novedades que aporta La cruïlla andorrana de 1933 conviene fijarse en la lista con las firmas autógrafas de los 240 andorranos que presentan al Consell General con las reclamaciones que darán lugar a la revolución. Reclamaciones tan revolucionarias como el sufragio universal masculino para los mayores de 25 años, la publicidad de las sesiones del Consell, hasta entonces secretas, y la modernización de la administración. La chispa prendió el 5 de abril, cuando un grupo de jóvenes irrumpe en la Casa de la Vall, sede del Consell -el parlamento andorrano- cierra la puerta y se conjura para no abandonar el recinto hasta que se acepte este programa de mínimos. ¿Merece todo esto el nombre de revolución? "Para la opinión pública catalana, española, francesa y europea en general, lo parecía. Tanto por el desconocimiento absoluto sobre la realidad andorrana como también porque aquello era un caramelo para la prensa barcelonesa. Es cierto que no se puede considerar un asalto al poder, un golpe de estado propiamente dicho. Pero la confluencia de las demandas de modernización, el ejemplo de la política española y la tensión social derivada de la presencia de centenares de trabajadores de Fhasa sí que permiten hablar de revolución, si la entendemos como sinónimo de irrupción de la modernidad".

Apellidos que suenan
¿Quiénes son los instigadores de la revolución? González i Vilalta cita a los miembros de Unió Andorrana, el primer protopartido del país, donde aparecen nombres como los de Cinto Riberaygaua, Antoni Picart, Esteve Sirés y Manuel Cairat, muy influenciados por los emigrados a Barcelona y Besiers. Más que imponer una ideología, su programa consiste en una reforma de la administración que incida en la sanidad y en la educación y que sustituya el rudimentario aparato estatal existente en ese momento: "Los podríamos definir como progresistas o modernizadores, pero en el contexto andorrano del momento no es mucho decir porque cualquier reforma era modernizadora por definición". Sostiene el historiador que presunta la existencia de un partido profrancés y de otro favorable a la Mitra es una ilusión alimentada por la prensa catalana que no respondía a la realidad. Tampoco los elementos catalanistas, aglutinados en torno a Bonaventura Armengol, tuvieron influencia alguna más allá de las proclamas meramente retóricas.

Y llegamos así al otro momento álgido del año: la ocupación ejecutada por un escuadrón de medio centenar de gendarmes franceses comandados por el coronel René Baulard. La entrada se produjo el 18 de agosto, a iniciativa del copríncipe francés y con la aquiescencia del obispo Guitart, y se prolongó hasta el 9 de octubre. Lo explica también Antoni Morell en 52 dies d'ocupació? Pero, ¿por qué se decidió a intervenir, Francia? Por el cambio de régimen electoral, que los copríncipes no podían aceptar porque no se les había consultado; por la conflictividad laboral de Fhasa, el no reconocimiento del Consell por parte del veguer francés, y por la destitución del mismo Consell aprobada por el Tribunal de Corts. Todo esto es lo que convenció a Francia de que debía enviar un cuerpo de gendarmes para controlar a los obreros, disolver el Consell y convocar nuevas elecciones.

¿Se puede hablar propiamente de ocupación? "La operación se diseñó como una ocupación en toda regla: cierre de fronteras, control de las comunicaciones interiores, destitución de las autoridades locales... Y todo esto, en un país que los franceses consideraban algo propio y que tenían que tutela y proteger de posibles injerencias extranjeras. La prensa catalanista hizo especial énfasis en la ocupación, pero también la británica e incluso la norteamericana", arguye Vilalta, que añade que el especial talante de Baulard y la elección de los gendarmes entre la tropa catalanohablante ayudó a atenuar entre los andorranos la sensación de ocupación extranjera: "Aunque el hecho es que la presencia de los gendarmes fue muy mal recibida por la población". La ocupación es una buena excusa para lanzarnos a la historia-ficción y elucubrar con una hipotética anexión de Andorra (a Francia, se entiende): "Tanto los catalanistas como las autoridades españolas pretendían también apropiarse del país. El clima anticlerical de la II República parecía el escenario propicio para un cambio de soberanía. Pero había dos factores que lo impedían: la preocupación por el contagio catalanista, que preocupaba tanto en Madrid como en París, y la tajante negativa francesa a admitir la sustitución de la Mitra por el presidente de la República española. Los franceses preferían un socio menor y manejable como era el obispo de Urgel". Guitart mismo.

lunes, 27 de enero de 2014

Paso clandestino: teoría y práctica

Claude Benet reconstruye en 'Guies, fugitius i espies' el papel de Andorra en las redes de evasión durante la II Guerra Mundial; compila el testimonio inédito de pasadores locales y de refugiados que cruzaron los Pirineos por el Principado.

E. Lloyd y H. Turnbull, soldados de artillería del ejército británico, fueron afortunados. Muy afortunados. Capturados por los alemanes en la localidad de St. Valéry-sur-Somme, al noroeste de Francia, el 12 de junio 1940, exactamente un año después llegaban a Gibraltar para ser repatriados hacia Inglaterra y reincorporarse el 1r regimiento de artillería montada de Su Graciosa Majestad. Había una guerra que había que ganar, ahí fuera. El periplo de estos dos hombre hacia la libertad se alargó doce meses desde que se escaparon de Frevent, el 23 de junio de 1940, aprovechando un despiste de sus captores: su ruta pasa por Aquest, Plouy, Amiens y Marly-le-Roi, contando siempre con la ayuda y la complicidad de la población local, lo que no deja de tener mérito porque en 1940 la mayoría de los franceses todavía no tenían muy claro de qué lado estaban, si es que estaban de alguno. No olvidemos que la mayor parte de Francia ha sido ocupada, y que a Pétain le han dejado un rinconcito simbólico: Vichy.

El caso es que en Marly-le-Roi los acoge el jefe de la policía local y que es él mismo quien se encarga de conducirlos en tren hasta París, donde los enchufa en el expreso de Toulouse. Llegan a esta ciudad el 10 de agosto, los detiene la policía -no tan acogedora como la de Marly, por lo visto, pero vuelven a escaparse y, ahora a pie, pasan por Pamiers y Foix y llegan el 27 de agosto a Tarascón. El 1 de septiembre, la misma familia que se la ha jugado ofreciéndoles refugio durante cuatro días los ayuda a cruzar hasta Andorra: la salvación. Ocho meses en un hotel -quizás el Coma de Ordino un clásico de estos menesteres- a cuenta del consulado británico en Barcelona y de sus contactos sobre el terreno -quizás Francesc Areny, de casa Bonavida de Ordino- y el 18 de mayo de 1941 reciben la orden de unirse a unos contrabandistas que los conducirán hasta España y los empaquetarán en coche hacia Barcelona. El 6 de junio, ya se ha dicho, pisan Gibraltar, y diez días más tarde están de nuevo en Inglaterra.

Guies, fugitius i espies es la primera monografía centrada en el papel de Andorra en las redes de evasión de la II Guerra Mundial; además del testimonio de los pasadores supervivientes, la principal aportación de Benet son las docenas de relatos de los mismos fugitivos que cruzaron los Pirineos por Andorra. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Lloyd y Turnbull tuvieron toda la fortuna que les faltó al teniente Harold Bailey y a los sargentos Francis Owens y William B. Plasket. Los tres eran tripulantes de sendos bombarderos de la USAF abatidos sobre París, Stuttgart y Normandía entre julio y septiembre de 1943, y después de una muy cinematográfica peripecia fueron a morir de frío y de puro agotamiento en el Pla de l'Estany, bajo el Comapedrosa, el 25 de octubre, cuando tenían la libertad a un paso. Los cuerpos de los tres militares fueron descubiertos al cabo de un año, enterrados en el cementerio viejo de Arinsal y exhumados en 1950 por el ejército norteamericano.

Historias de refugiados
Lloyd, Turnbull, Bailey, Owens i Plasket son sólo cinco de los casos pacientemente reconstruidos por Claude Benet en Guies, fugitius i espies: camins de pas per Andorra durant la II Guerra Mundial, publicado por Editorial Andorra. Una obra minuciosa y magnética, que tiene el mérito indiscutible de los testimonios rigurosamente inéditos que el autor aporta: de los pasadores que operaron en este sector de los Pirineos, claro, pero también y sobre todo de los fugitivos para los cuales Andorra se convirtió en sinónimo de libertad. Entre los primeros figuran los casos ya conocidos de Joaquim Baldrich y Lluís Solà, los últimos supervivientes de la epopeya, al lado de Vicenç Conejos, Salvador Calvet y Josep Monpel, ya desaparecidos: hombres de acción a los que Benet prefiere denominar "caminadores" antes que "pasadores", y que eran los que se jugaban el pellejo en primera línea conduciendo por las montañas los convoyes de refugiados. Pero la lista elaborada por Benet es mucho más extensa: Enric Comas Cases, Antonio Guitar, Josep Ibern, Alphonse Courtade, André Benigos, Émile Delpy, Joan Català, Joan Benazet... Entre los "organizadores", los contactos locales del MI-9 que recibían el aviso de la llegada de un grupo de fugitivos, gestionaban su recogida y organizaban el trayecto final hasta el consulado británico, cita los casos también conocidos de Francesc Viadiu y su -dice- mano derecha, Antoni Forné, y rescata del olvido la figura prominente de Francesc Areny Naudi, el Cisquet de Canillo.

Pero la mayor aportación de Guies, fugitius i espies son con toda seguridad las docenas de relatos de fugitivos, desde judíos que huían de la Solución Final -la berlinesa Lilo Kohen y el nantés Maurice Rothel, entre otros- hasta jóvenes franceses que querían ahorrarse el Servicio de Trabajo Obligatoio en Alemania o enrolarse en los ejércitos de la Francia Libre -Paul Jordan, Roger Estournel, Geroges Tamissier, André Castan y el joven Grosjean, muerto de frío en la montaña y enterrado en el cementerio viejo de Llorts- y pilotos aliados, claro -Joe Cackle, Maurice Collins, James Cobbs, George Stillwell... Benet ha buceado en archivos catalanes, franceses, británicos e israelíes; comunales, departamentales, nacionales e institucionales. Todos ellos le han abierto generosa y naturalmente las puertas: para eso existen. Todos, excepto uno: el del Obispado de Urgel, con la excusa difícilmente creíble de que "no hay documentación sobre esta materia". La conclusión de las casi 300 páginas de Guies, fugitius i espies es que Andorra fue durante la contienda, y en general, "tierra de acogida, donde se trató razonablemente a los refugiados y no se entregó jamás a ninguno a los alemanes". En medio del marasmo, no es poco orgullo.

[Este artículo se publicó el 4 de noviembre de 2009 en El Periòdic d'Andorra]

domingo, 26 de enero de 2014

De Andorra al infierno

Roser Porta y Jorge Cebrián siguen en Andorrans als camps de concentració nazis el periplo de los trece ciudadanos del Principado que terminaron en el sistema concentracionario; seis de ellos no regresaron jamás.

Cuando el 19 de enero de 1944 Josep Franch (Prats de Canillo, Andorra, 1903) ingresó con el número de registro 40.525 en el campo de concentración de Buchenwald y lo asignaron al barracón 52 tuvo que llevarse una sorpresa mayúscula: entre los internos que malvivían en aquel "establo para caballos" -como define el barracón el hijo de unos d los deportados- se encontró a cinco paisanos, cosa que tiene mérito porque a mediados de los años 40 Andorra apenas sobrepasaba los 6.000 habitantes: Bonaventura Casal, Francesc Mora, Bonaventura Bonfill, Càndid Rossell y Pere Mandicó. Sólo los tres últimos escaparon de las zarpas del sistema concentracionario nazi. Ni Franch ni Mora ni Casal volvieron jamás a Andorra. Casal (Santa Coloma, Andorra, 1911) experimentó al menos el consuelo de asistir a la liberación del campo por los aliados, el 11 de abril de 1945. Pero después de dos años largos de confinamiento -fue detenido el 28 de marzo de 1943, e ingresó en Buchenwald en enero del año siguiente- su organismo dijo basta y murió en junio de 1945... libre y en el hospital. Un destino que sufrieron muchos de sus compañeros de cautiverio. Un fin más penoso todavía tuvo Mora (Sispony, Andorra, 1912): lo enrolaron en las mortíferas caravanas de la muerte que organizaron los alemanes en los estertores de la guerra, en plena retirada: "No pudo seguir el ritmo, las SS le pegaron un tiro y lo abandonaron en un rincón. Muerto", cuenta su hermano Amadeu. Según los registros del campo, Franch murió el 17 de junio de 1944, exactamente a las 5.30 horas de la madrugada a consecuencia, supuestamente, de una infección pulmonar y reglamentariamente acompañado por un médico. Una rara y muy sospechosa precisión burocrática que enmascara las torturas que le propinaron sus carceleros y que llevó a Franch a la tumba, según la Resistencia comunicó a la familia.

Bonaventura Casal (Santa Coloma, 1911) fue uno de los seis ciudadanos andorranos que coincidieron en el campo de Buchenwald; los otros cinco fueron Josep Franch (Prats de Canillo, 1903), Francesc Mora (Sispony, 1912), Bonaventura Bonfill, Càndid Rossell y Pere Mandicó. Ni Franch, que ingresó en el campo el 19 de enero de 1944, ni los dos últimos sobrevivieron a la guerra. Fotografía: Andorrans als camps nazis.

Éstas son seis de las trece historias recogidas por los periodistas Roser Porta (la Seo de Urgel, 1971) y Jorge Cebrián (Gijón, 1977) en Andorrans als camps de concentració nazis, libro reportaje editado por el ministerio de Exteriores del gobierno de Andorra, que parte de sendas investigaciones periodísticas que los autores emprendieron por separado en El Periòdic d'Andorra -donde Porta publicó a principios de 2007 una serie de cuatro reportajes sobre el asunto que nos ocupa- y en Andorra Televisíó (ATV), para la que Cebrián dirigió en junio de 2007 el documental Lluitant per la vida. La confluencia temática, el padrinazgo intelectual de la ministra Meritxell Mateu y una exhaustiva labor de documentación que los ha llevado a sumergirse en los archivos nacionales de París y Washington, en el de la veguería francesa depositado en los archivos departamentales de Nantes, en el del Memorial de la Shoah y en el de Buchenwald, entre otros, ha cristalizado en una obra que sigue el rastro y reconstruye el periplo vital -y en ocasiones la muerte, como hemos visto- de los trece ciudadanos andorranos que acabaron en los campos nazis. A los seis infortunados que en enero de 1944 se encontraron compartiendo barracón en Buchewald hay que añadir para completar la lista los nombres de Francesc Vidal (la Margineda, Andorra, 1919), Josep Calvó (1913), Miquel Adellach (Llorts, Andorra, 1908), Anton Vidal (Prats de Canillo, 1900) y Antoni Puigdellívol (la Seo de Urgel, 1917). Todos ellos fueron clasificados como presos políticos: algunos, como Franch, cayeron efectivamente por colaborar con la Resistencia; otros, como Puigdellívol, por colaborar con las redes de pasadores que ayudaban a cruzar los Pirineos a judíos, franceses refractarios al Servicio de Trabajo Obligatorio y a pilotos aliados abatidos sobre la Europa ocupada. Y hubo casos de auténtica mala suerte, como el de Mora, que venía de Tolosa en tren y tenía que bajara en l'Hospitalet, el último pueblo antes de la frontera andorrana, pero se durmió y fue capturado por la Gestapo en Latour de Querol.


Postal remitida por Bonaventura Cazal a su familia, residente en Besiers, fechada en Buchenwald el 3 de febrero de 1842. En el remite se pueden leer los datos de Cazal: su número de interno, el 40.493, y el bloque al que estaba destinado, el 52. Fotografía: Familia Casal / Andorrans als camps de concentració nazis.


El libro del año
Como advierten los autores, la lista no está cerrada y es posible que en el futuro aparezca el rastro y los nombres de otros andorranos que han quedado enterrados entre las montañas de papel que generó la burocracia concentracionario. Franch, Casal y Mora no fueron, con todo, las únicas víctimas mortales de los nazis: Vidal murió el 29 de marzo de 1945 en Mauthausen, oficialmente a causa de una enfermedad del intestino grueso. A saber que cómo murió realmente; Pons pereció en el campo de Melk en noviembre de 1944, y de Vidal y Calvó se desconoce su final: sólo se sabe que no regresaron de Alemania.

Pero Andorrans als camps de concentració nazis no es una lectura fascinante sólo porque rescata del olvido un episodio dramático. No. La exhumación de documentos inéditos en archivos de Europa y América -excepto los archivos de la veguería episcopal, en la Seo de Urgel, incomprensiblemente inaccesibles a investigadores como Porta y Cebrián- ha permitido a los autores profundizar en el papel de Andorra en uno de los capítulos más apasionantes de la historia del siglo XX: la II Guerra Mundial. En el libro aparecen las redes de pasadores con sede en el país, con los Forné, Baldrich, Ros y compañía, y también el dosier -no muy complaciente- que los servicios secretos norteamericanos consagraron a Viadiu; las tirantes relaciones entre el síndico Cairat y el veguer francés, Lasmartres, y el dudoso papel del segundo, que no dudó en entregar a la Gestapo a refugiados en nuestro rincón de Pirineos. Hay un esclarecedor apartado dedicado a las peligrosas amistades alemanas de Trémoulet, el factótum de Radio Andorra, y también se documentan las represalias francesas contra colaboracionistas en tierra andorrana, una vez terminada la contienda. Hay épica, drama y también lírica -ésta última, en las cartas personales de los deportados a las familias que habían dejado atrás. Lo tiene todo. Porta y Cebrián han escrito el libro de año. Sin duda.

La unión los hizo más fuertes
El origen de Andorrans als camps de concentració nazis hay que buscarlo en Españoles deportados en los campos nazis, donde el historiador Benito Bermejo documenta el paso por el sistema concentracionario de Adellach y de Mandicó, además del de Vidal, el único andorrano que Montserrat Roig había consignado en Els catalans als camps nazis, el título fundacional en la materia. Porta y Cebrián estiraron del hilo, cada uno por su cuenta, en sendos reportajes periodístico, y el curso pasado unieron sus fuerzas para elaborar Andorrans als camps de concentració nazis. Por lo que respecta a los autores, Porta -filóloga de formación- ha consagrado dos monografías a Mercè Rodoreda; Cebrián, por su parte, ha dirigido los documentales Lluitant per la vida y Pena capital.

Roser Porta y Jorgé Cebrián, autores de Andorrans als camps de concentració nazis, en la presentación del libro en marzo de 2009. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.


De Prats de Canillo a Mauthausen
Hasta el año 2007, Anton Vidal Felipo era el único ciudadano andorrano que oficialmente había pisado un campo de concentración durante la II Guerra Mundial. Vidal, como acabamos de ver, figuraba en la lista de deportados que Montserrat Roig había consignado en Els catalans als camps nazis, libro canónico. Aquel año, el Archivo Nacional de Andorra ingresó Españoles deportados a los campos nazis, tocho en que el historiador Benito Bermejo -el mismo que desenmascaró a Enric Marco, el falso deportado que llegó a presidir la Amical de Mauthausen de Barcelona- añadía a esta lista los nombres de Miquel Adellach y Pere Mandicó. La consiguiente nota de prensa que la archivera Susana Vela y el historiador Pere Cavero facilitaron a los medios de comunicación despertó el instinto periodístico de Roser Porta y de Jorge Cebrián, que elaboraron sendos reportajes para El Periòdic d'Andorra y ATV siguiendo el rastro que los deportados andorranos dejaron en archivos e Francia, Alemania, Austria y los EEUU.

La entonces ministra de Investigación, Meritxell Mateu, los contactó para profundizar en aquella inicial pesquisa periodística, responder a la pregunta que la atormentaba -¿por qué ciudadanos de un país neutral como Andorra terminaron en manos de los nazis?- y convertirla en el exhaustivo ensayo que ahora ve la luz: un título denso y a la vez accesible, que combina el rigor de un estudio histórico con la amenidad de un libro destinado al público interesado en la materia pero no especializado, que huye tanto de la idealización que lastra Entre el torb i la Gestapo como del sensacionalismo que destilaban los reportajes que Eliseo Bayo publicó a finales de los años 70 en la revista Reporter. Además de lo que promete el título -es decir, la vida y en algunos casos la muerte de los trece andorranos en los campos nazis- Porta y Cebrián aportan luz sobre un puñado de episodios mal documentados de la historia reciente de Andorra (y cercanías): señaladamente, las incursiones alemanas durante la II Guerra Mundial y el secuestro de refugiados judíos en territorio andorrano, la ocupación relámpago de Radio Andorra perpetrada por la España franquista, y el indigno, infame papel que jugó en todo este asunto el veguer francés de la época, Émile Lasmartres.

[Este artículo se publicó el 16 de marzo de 2009 en El Periòdic d'Andorra]