Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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jueves, 1 de octubre de 2015

1933: el año que casi fuimos una república

El historiador Gerhard Lang, biógrafo de Boris Skossyreff, sostiene que el síndico Pallarès, secundado por el Consell General, planeaba prescindir de los Copríncipes y proclamar la República, y que estuvo "en un tris" de conseguirlo. La destitución del Consell decretada por el Tribunal de Corts, la convocatoria de elecciones para el 31 de agosto y sobre todo, la presencia de Baulard y sus gendarmes, ayudaron a sosegar los ánimos. De Pallarès, poco más se supo.


Colegio electoral del quart de Escaldes, que entonces formaba parte de la parroquia de Andorra la Vella, en las elecciones que tuvieron lugar el 31 de agosto de 1933 y bajo la tutela de los gendarmes de Baulard. Una imagen de esta serie sirvió para ilustrar la portada del especial que La Vanguardia dedicó a los comicios andorranos, que llamaron la atención de la prensa internacional. Al año siguiente, calmados ya los ánimos, el encargad de soliviantar al personal fue Borís Skossyreff. Fotografía: Fondo Brangulí (Biblioteca Nacional de Cataluña). 





Los guardias móviles de Baulard, en la plaza Benlloch de la capital, donde tenían su cuartel general: el destacamento llegó a Andorra el 19 de agosto con  la misión de garantizar el orden público -ante las movilizaciones de los obreros de Fhasa- y hacer cumplir la resolución del Tribunal de Corts, que el 10 de junio había destituido a un Consell General francamente refractario a acatar las decisiones judiciales, algo que por lo visto ha creado escuela Runer abajo. Fotografías: Fondo Brangulí (Biblioteca Nacional de Catalunya).

Dos policías franceses montan guardia ante la central de Fhasa entonces en construcción, a la salida de Escaldes en dirección a Encamp. El edificio existe todavía. Fotografía: Fondo Brangulí (Biblioteca Nacional de Cataluña).

¡Qué año, 1933! Vale que al siguente Boris la armó, y cómo, pero admitamos que todo empezó a hervir en abril de 1933. Ya sabe, con la ocupación, el 5 de ese mes, de la Casa de la Vall por un grupo de "jóvenes" que reclamaban, para empezar, la instauración del sufragio universal -masculino, por supuesto- la publicidad de las sesiones del Consell General y la modernización de la administración; fue también el año de las dos huelgas convocadas por los obreros de Fhasa, algo jamás visto por aquí, y la consiguiente movilización del somatén, y la primera intervención de los gendarmes de Baulard, que aterrizaron en este rincón de Pirineo el 18 de agosto y se quedaron hasta el 9 de octubre, una vez elegido el nuevo (y más dócil) Consell, y restablecido aparentemente el orden.

Todo esto nos lo habían contado con cierta prolijidad Antoni Morell (52 dies d'ocupació?) y Arnau González i Vilalta (La cruïlla andorrana de 1933), y parecía por lo tanto que el tema estaba finiquitado. Pues nos equivocábamos, porque Gerhard Lang, el historiador y grafómano alemán que ha buceado en los pontificados de los cuatro primeros obispos de Urgel del siglo XX - Riu, Laguarda, Benlloch y Guitart-, que ha investigado los intentos (frustrados) de Friedrich Weilenmann por establecer unos correos andorranos, además de la figura proteica de nuestro gran Borís, desarrolla una interpretación alternativa de los hechos que tuvieron lugar en ese año crucial en Andorra, 1920-1940, nuevo tocho que busca editor y que aporta una perspectiva inédita, por no decir revolucionaria, a los acontecimientos de 1933.

Por resumir: Lang sostiene que los síndicos del momento, Roc Pallarès -el del telegrama a Roosevelt- y Agustí Coma, tenían un plan más o menos secreto, una -ejem- agenda oculta para prescindir de los Copríncipes y proclamar la república, "siguiendo un modelo similar al español", y que contaba para esta aventura pintoresca y de resultado tirando a incierto "con el apoyo de la mayoría del Consell General". Lo argumenta a partir de la interpretación de la documentación ya conocida  conservada en los archivos diplomáticos de Nantes y en los de los Pirineos Orientales, en Perpiñán, así como en el vaciado de la prensa madrileña de la época -"Sigue con mucho detalle los acontecimientos de esos meses decisivos, y Vilalta la pasa por alto"- con aportaciones personales como el proyecto de Constitución redactado por el mismo Weilenmann, inspirado en el modelo suizo y tan avanzada que el Consell difícilmente la hubiera aprobado, sospecha.

El trabajo de zapa estaba "muy avanzado" del lado de la Mitra: dice Lang que hacía tiempo que el obispo Guitart había dejado de ser el interlocutor del Consell, que despachaba directamente con las autoridades republicanas; del lado francés las cosas era algo más peliagudas, pero en este sentido iba la contumaz negativa de reconocer la autoridad de Joseph Carbonell, el veguer adjunto, una figura inventada en 1932 para vigilar á Charles Romeu -especula Ludmilla Lacueva, biógrafa del veguer; la sibilina asunción de competencias ajenas, como el mando de facto de la policía -cuenta Lang que el encargo de una partida de armas a Bilbao por parte del Consell enardeció al veguer francés, de quien dependían las fuerzas del orden, y que hubo repetidos intentos de prescindir de Paul Larrieu, viejo amigo nuestro que desde 1932 se encargaba de la instrucción de los agentes locales: diez años después, seguía al pie del cañón-, y la reforma de la ley electoral para que pudieran votar todos los hombres mayores de 25 años -y no sólo los caps de casa, como hasta entonces.

Pallarés, síndico y oportunista
Esta última constituía, de hecho, una de las reivindicaciones de los amotinados de abril -aunque ellos, en realidad, pretendían rebajar la edad del voto a los 21 años y, atención, no tenían ninguna intención de romper amarras con respecto a los Copríncipes- y Pallarés la asumió de forma "oportunista". Y este "oportunista" es el adjetivo que, dice, mejor le sienta al síndico, "un individuo que sólo buscaba su propia supervivencia política y que por esto mismo, y si era postulando la independencia, adelante; en cierta manera, me recuerda a Artur Mas": "Tres días después de la ocupación de la Casa de la Vall se convoca una Asamblea Magna en que "tras un orden del día transido de minucias administrativas se intuye la decidida voluntad de prescindir de los Copríncipes". Cuando el Tribunal de Corts los destituye en bloque, el 10 de junio, síndicos y consellers ignoran la resolución y siguen ejerciendo sus funciones, hacen suyas las reivindicaciones de los revolucionarios, y el 27 de julio, dos días antes de ser desposeídos de sus cargos, les pasan la patata caliente a los comuns, solicitándoles que se pronuncien sobre la ruptura institucional: unos, como la capital, se oponen; otros, como Canillo, asienten, y también los hay que guardan silencio: "El caso es que el 29 de julio se impone el criterio de los consellers destituidos, un criterio que para muchos equivalía a una declaración de independencia respecto de los Copríncipes".

En este contexto, la llegada de Baulard como comisario extraordinario al frente de sus guardias móviles se antoja providencial, aunque lo cierto es que hacer entrar en razón al destituido Consell General era sólo una de sus misiones. De las elecciones del 31 de agosto, convocadas por los Copríncipes, emergió un nuevo Consell con el síndico Pere Torres al frente: "No era la opción preferida por los Copríncipes, que hubieran optado por Cairat, pero Torres, por lo visto, tampoco era tan refractario a su autoridad como lo había sido Pallarès. Un hombre, este último, que solo aspiraba a "perpetuarse en el poder", y que por esta misma razón abrazó con el entusiasmo del neófito la causa de la independencia: "De hecho, pretendía que el cargo de síndico fuera vitalicio, y que los consellers se eligieran por dos mandatos -12 años en total- según un proyecto inédito que he localizado en en el alamanaque Gotha".

Lang especula, en fin, que de haber planteado abiertamente sus intenciones rupturistas, el pueblo -que había encajado muy mal la destitución unilateral del Consell decretada por el Tribunal de Corts, "no lo hubieran seguido porque entendían que hubiera sido un suicidio". Y concluye que si los franceses "no hubieran intervenido, habría ganado la lista independentista". Sin Pallarès, por cierto, inhabilitado como todo el Consell destituido a un año alejado de la vida pública: "En mi opinión, todo esto estuvo en un auténtico tris de que ocurriera". Sensacional, ¿no? Pues bien pronto, más. En Andorra, 1920-1940.

[Este artículo se publicó el 30 de septiembre de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

sábado, 28 de febrero de 2015

La leyenda negra: otro capítulo (según Pierre Saint Laurens)

Pierre Saint Laurens, contrabandista y pasador de hombres, recuerda en sus memorias la entrega a los alemanes por parte del secretario de la vegueria francesa, el ínclito Pierre Larrieu, de un grupo de fugitivos judíos; sostiene que el secretario Larrieu le impidió liberar a los fugitivos a punta de pistola en un tenso encuentro mantenido en Fra Miquel, el refugio en lo alto del puerto de Envalira.

Días atrás conocíamos el testimonio sensacional de Carla Kimhi, la judía austríaca que en 1942, cuando tenía 12 años, huyó de los nazis a través de Andorra y llegó a España gracias a uno de los pasadores con base en nuestro rincón de Pirineos: un tal Pierre, de quien no sabemos nada más que tenía una hija de la misma edad de Carla que había tenido que dejar atrás -se había exiliado tras la Guerra Civil española- y a la que visitaba aprovechando sus periplos como contrabandista de hombres. He aquí otro capítulo de la leyenda blanca de los pasadores contado por una vez y de viva voz por uno de sus protagonistas. Pero esta fascinante epopeya tiene como es bien sabido su reverso, su lado oscuro: episodios de pura sevicia en que los supuestos guías que tenían que conducir su cargamento de fugitivos hasta la relativa seguridad que les brindaba la neutralidad española aprovechaban la ocasión para desvalijarlos, abandonarlos en la montaña a su (mala) fortuna, incluso entregarlos a la policía alemana de fronteras. Hechos abonados a la rumorología y que raramente son fehacientemente documentados.

Saint Laurens (Gaillac, departamento del Aude, 1918-?) en la época en que ejercía de contrabandista y pasador. Su testimonio deja en muy mal lugar al veguer francés, Lesmartres, y a su secretario, Larrieu, y lanza una duda general sobre la lealtad de los andorranos del momento, más interesados en el negocio que en la causa de la libertad. Fotografía: Archivo Saint Laurens / Contes de faits.

También hace unos días sabíamos gracias al historiador leridano Josep Calvet (Huyendo del Holocausto) del caso de cuatro judíos polacos expoliados por sus presuntos salvadores -los guías españoles Antonio Heredia y Luis Sala Gil, aquí van sus nombres para infamia suya- en la frontera hispanoandorrana. Y hoy rescatamos gracias al historiador francés Éric Guillon otro capítulo que engordará la leyenda negra. La cuenta, además, un testimonio presencial: Pierre Saint Laurens (Gaillac, departamento del Tarn, 1918-?), contrabandista y miembro de la red Morhange que operaba en Tolosa en los años centrales de la II Guerra Mundial.

El caso es que Saint Laurens evoca en sus memorias de guerra, Contes de faits: souvenirs, témoignages (1995), un hiriente, infame episodio que implica directa y nada gloriosamente al secretario de la vegueria francesa, el ambiguo Pierre Larrieu, viejo conocido nuestro. Según cuenta Saint Laurens, en cierta ocasión en que regresaba a pie a Tolosa -nos encontramos en plena Guerra Mundial- tuvo que detenerse a descansar en el refugio de Envalira, de cuyo guarda nos habla, y en términos no precisamente elogiosos: "Le patron du refuge, Pereira, était un portugais acquis aux services franquistes et nazis, et il était préférable de ne pas trop s'attarder chez lui". Se da la circunstancia de que justo mientras Saint Laurens recuperaba fuerzas al calor del refugio se detuvo frente a él una camioneta conducida por un tal Trouvé, la mano derecha de Larrieu, que cuando lo vio salir de la cabaña no pudo evitar el sospechoso gesto de arrancar la camioneta para seguir adelante.

Saunt Laurens no se lo permitió porque le dieron muy mala espina, dice, "los lamentos humanos" que procedían de la parte posterior del vehículo. Démosle la palabra para describir la "visión dantesca" que, continúa, le heló la sangre: "Un caos de niños y de ancianos hacinados de cualquier manera en la caja, hasta el punto de que era imposible decir cuántos habría; unos lloraban, los otros chillaban y una de las ancianas me contó en mal francés que los habían detenido de madrugada, por judíos, que los habían desvalijado y que ahora los conducían a la frontera para entregarlos a los alemanes". Saint Laurens se olvida de consignar lo más importante: ¿quién lo hizo? ¿Y por orden de qué autoridad? Continúa el relato diciendo que mientras intentaba liberar a aquellos desgraciados el tal Trouvé tuvo tiempo de telefonear a la vegueria, Larrieu se presentó en el refugio y a punta de pistola arrestó al contrabandista. Los judíos fueron finalmente conducidos hasta la frontera y entregados como había augurado la anciana a los alemanes. Un destino muy diferente, como se ve, del de los Kimhi.

Saint Laurens se libró por muy poco de caer en manos de los boches, pero todavía le quedan arrestos para intentar una nueva operación de contrabando que será, esta sí, la última, con una emisora de radio portátil que transporta a hombros desde Acs -la última localidad francesa donde vivió Carla- y sorteando a las patrullas alemanas de guardia en la frontera. Dice que lo recoge en el puerto de Envalira, agotado, en medio del temporal y cuando ya lo daba todo por perdido, un amigo andorrano -el laurediano Antonio Pintat- que lo acoge en su hotel de Sant Julià, le busca comprador para la emisora e incluso lo invita a una suerrealista, cinematográfica timba de póquer con los delegados locales de los servicios de inteligencia español (Auguste Marfany), francés (el doctor Bourrel) e inglés (Fornell). También está presente el alemán; lástima que no nos da su nombre. 

Contes de faits recoge otras aventuras andorranas. Asegura nuestro hombre de hoy que también ejerció esporádicamente como pasador -con dos rutas principales: la fácil, según él, por Enveig i Puigcerdà, en la Cerdeña; y la nuestra, que consistía en traer al fugitivo hasta Andorra y dejarlo aquí en manos de un transportista local que lo conducía en coche hasta Barcelona- y aunque no aporta más detalles dice que su base de operaciones en Andorra era el domicilio de un tal Costes, francés establecido en Escaldes que había convertido su piso en una especie de centro de acogida de fugitivos, incluida una "vieja judía" que le pide a Saint Laurens que la traiga de su casa en Tolosa jabón para su higiene personal y... ¡la cubertería de la familia! Una cubertería que acabará confiscada por una patrulla alemana en Porta. Pero la ocupación de la Francia de Vichy, en noviembre de 1942, termina con el negocio -"Andorra había dejado de ser la tierra de libertad", dice, porque los grandes "caids" del contrabando [sic] se convierten en informadores de alemanes y españoles- y Saint Laurens no volverá a tentar la suerte por aquí abajo. De su trayectoria tras la guerra,a la que sobrevivió, tan solo sabemos que ejerció como magistrado en Dahomey. Pierre, en fin: como el que ayudó a escapar a los Kimhi. Quién sabe...

Un país "trufado" de "confidentes" y lanzado al "negocio"
La fauna local no sale muy bien parada del retrato que de ella nos deja Saint Laurens en su relato. Además del portugués Pereira y de los que él denomina los "caids" de contrabando convertidos en chivatos de alemanes y españoles, dice que los andorranos se interesaban sobre todo en los "negocios" y en el "contrabando" (de coches y de neumáticos), y "apenas en el curso de la guerra". Les echa en cara que quieran sacar tajada de la situación, y no siempre con buenas artes. Cualquier excusa es buena para renegociar -a la baja, se sobreentiende- el precio convenido por una mercancía de contrabando. Y lejos, muy lejos de la versión idealizada que nos deja la versión televisiva de Entre el torb i la Gestapo, sostiene que el país estaba "trufado" de "confidentes" de los que era preferible mantenerse lo más alejado posible.

Un diagnóstico que coincide con la Andorra que recordaban Jaume Ros y Joaquim Baldrich, en las antípodas del escenario edulcorado de la película de Lluís Maria Güell. Por eso evita Saint Laurens cafés y hoteles -ni una sola referencia al Mirador- y se refugia en casa del tal Costes, francés como él, natural del Aude y "exdesertor", dice, a quien llaman "el Gabacho" y sospechoso a ojos de los nativos de ser a su vez confidente de los aduaneros. Un laberinto inescrutable de intereses y de lealtades cruzadas y con frecuencia encontradas donde, para terminar de arreglarlo, la vegueria francesa, con Lesmartres y Larrieu enfrentados entre si, juega un papel más que dudoso: "Me resistía ingenuamente a creer que se hubieran convertido tan rápidamente en auxiliares del nazi invasor, pero enseguida me percaté de que el veguer tomaba todas las medidas necesarias para dificultar la entrada de refugiados y para devolver a Francia a los que conseguían llegar".

[Este artículo se publicó el 2 de febrero de 2015 en el Diari d'Andorra]

viernes, 4 de abril de 2014

Puerto de Envalira, invierno del 36

Fermí Rubiralta reconstruye en Vida i mort d'un separatista la trayectoria de Miquel Badia, político independentista y excomisario de Orden Público de la Generalitat asesinado en Barcelona hace 75 años.

Ayer se cumplieron 75 años. Miquel Badia (Torregrossa, Lérida, 1906-Barcelona, 1936), antiguo comisario general de Orden Público de la Generalitat, cabeza visible de los comandos paramilitares de Estat Català, veterano de los Fets d'Octubre e independentista de largo recorrido que acababa de regresar a Cataluña después de dos años de exilio, era abatido a tiros en la calle Muntaner de Barcelona -número 38, esquina Diputación: una placa recuerda hoy el episodio- por cuatro pistoleros de la CNT, la principal central anarquista del momento. Faltaban tres meses escasos para que estallara la Guerra Civil, y el sector más radical del separatismo catalán perdía a un hombre de acción que como número 2 de Josep Dencàs en la consejería de Interior de la Generaliat había impuesto el orden -a tortazos, cuando convenía- en la turbulenta Barcelona de 1933 y 1934.

10 de febrero de 1936: Miquel Badia, a la izquierda, departe con Secundino Tomàs, jefe de la policía andorrana, en la actual plaza Benlloch de la capital; atención al campanario de San Esteban, al fondo, antes de la remodelación a la que lo sometió Puig i Cadafalch en 1940: salió de ella con un piso más. Fotografía: Archivo Arnau González i Vilalta.

Badia, hoy figura casi legendaria para cierta izquierda irredenta y que nuestro Jaume Ros -él también militante de Estat Català de primera hora- había retratado cuando nadie se acordaba del personaje en Un defensor oblidat de Catalunya, dispone ya de su primera biografía académica. se titula Vida i mort d'un separatista (Duxelm) y la firma el historiador Fermí Rubiralta. Biografía que tiene, por cierto, una curiosa, poco conocida y finalmente decisiva deriva andorrana: porque Badia, exiliado desde los Fets d'Octubre -de 1934: ya saben, cuando Companys salió al balcón de la Generalitat para proclamar por su cuenta y riesgo y saltándose la legalidad republicana el Estat Català- y que había sido todopoderoso comisario general de la Generalitat, apareció el 19 de enero de 1936 en el refugio del puerto de Envalira.

Hasta el 13 de febrero de aquel mismo año, cuando se le pierde definitivamente la pista andorrana, fue una de las vedettes de la vida social, política y también policial del momento: el batlle episcopal primero -Antoni Tomàs, en la época- y el secretario del veguer francés, después -Paul Larrieu, que últimamente nos aparece en todas partes- sometieron a aquel incómodo huésped a sendos interrogatorios que el historiador Arnau González i Vilalta -a quien Rubiralta sigue en este punto- rescató de las profundidades abisales del archivo de la veguería francesa en Nantes. Sostiene Rubiralta que la aventura andorrana de Badia constituye la última etapa del exilio que había estrenado dos años atrás y que lo había llevado a Francia, Colombia, México, Alemania y Bélgica. Se trataba de estar lo más cerca posible de Cataluña para cuando se consumara el esperado triunfo de las izquierdas en las municipales de febrero de 1936. Unas elecciones que, esperaba, le abrirían las puertas del regreso: él era el hombre destinado a reorganizar a las juventudes de Estat Català descabezadas tras los Fets d'Octubre. Pero no tuvo tiempo: los pistoleros de la CNT, con un tal Justo Bueno como jefecillo del comando, lo liquidaron en el atentado del 28 de abril que les costó la vida a él y a su hermano Josep.

Un conspirador de altura
El invierno andorrano del 36 fue, por lo tanto, el último de su breve y agitada existencia. El 19 de enero había entrado clandestinamente en el país bajo el nombre falso de Miquel Comes -según Vilalta, que recoge el episodio en Miquel Badia: documents sobre el seu pas per Andorra- y después de recorrer esquiando los 20 kilómeros que separan Pimoren de Envalira. Los excursionistas que se encontraban aquel día en el refugio -que por otra parte se convirtió en su hogar durante las siguientes cuatro semanas, con ocasionales escapadas a la capital y Escaldes, donde se hospedaba en el hotel Palacín: ¡el mismo donde el invierno siguiente pernoctaría Escrivá de Balaguer!- reportan la llegada de un individuo "vestido de esport, con el pecho al aire y con semblante patibulario, que vestía armilla especialmente corta y muy falto de elementos económicos..." Él ni se inmuta: dedica las siguientes jornadas a entrevistarse con sus conmilitones de Estat Català -Miquel Xicota y Manuel Masaramon- con la consecuencia que el 6 de febrero las autoridades locales empiezan a inquietarse ante la frenética actividad más o menos conspirativa que despliega Badia. Con la excusa de unas supuestas injurias que podría haber proferido contra los veguers con motivo de la lejana expulsión de Enric Canturri, alcalde de la Seo que tras los Fets d'Octubre se había refugiado en Andorra, el batlle Tomás lo cita a declarar. Y Badia, claro, lo niega todo: "En el ánimo del declarante sólo hay un poso de agradecimiento hacia las autoridades y hacia el pueblo andorrano donde ha encontrado acogida", manifiesta con algo de peloteo.

El veguer francés también mete baza y envía al secretario Larrieu para que lo interrogue en el mismo refugio de Envalira. Donde, por cierto, tiene que esperarlo cinco horas hasta su regreso de una jornada de esquí con un periodista de La Dépéche du Midi. Lo más sospechoso que le sonsaca Larrieu es alguna baladronada y una luctuosa premonición -"Se ha jactado de algunos golpes de fuerza en que tuvo que esgrimir el revólver con cierto virtuosismo, y teme ser víctima de una muerte violenta, que por otra parte espera lejana...- y le asegura que se opondrá a una eventual extradición a España. El veguer concluye que llegado el caso habría que expulsarlo a la fuerza. Una eventualidad que afortunadamente para todos no llegó a producirse porque Badia desapareció el 13 de febrero exactamente igual a como había llegado: por sorpresa y sin encomendarse ni a Dios ni al diablo.

Tampoco a las autoridades andorranas, que se quitaron un peso de encima mientras Badia se encaminaba con paso firme a su cita con la muerte. El atentado del 28 de abril levantó mucha polvareda. Todavía hoy la sigue levantando. La versión oficial sostiene que los autores materiales del asesinato fueron cuatro anarquistas de la CNT -Manuel Costas, Ignacio de la Fuente, José Villagrasa y Bueno, el cabecilla- como venganza porque Badia, al frente de las juventudes de Estat Català les había reventado en 1934 una huelga de tranvías. A eso se le llama tener memoria. Esta es también la tesis de Rubiralta, que niega verosimilitud a hipótesis más rocambolescas: la extrema derecha, las mafias del juego y hasta Companys (?), por un oscuro asunto de faldas a cuenta de Carme Ballester, entonces esposa del presidente de la Generalitat.

Lo cierto, concluye el historiador, es que la enemistad con Companys era manifiesta desde los Fets d'Octubre, cuando los separatistas de Estat Català se sintieron engañados por el presidente. Le reprochaban haber hecho, según ellos, todo lo posible para que el golpe fracasara. Según esta tesis, Companys sólo buscaba un golpe de efecto de cara a la galería; Estat Català, la efectiva separación de España: "A Badia lo asesinan el 28 de abril de 1936", concluye Rubiralta. "Pero políticamente ya estaba muerto desde el 6 de octubre de 1934. Es entonces cuando fracasa su estrategia y la de Dencàs, el ideólogo de Estat Català, de profundizar en la nacionalización [glups] de Cataluña aprovechando la hegemonía política de ERC y, si se presentaba la ocasión, lanzarse por el atajo hacia la independencia. Este atajo tenían que ser los Fets d'Octubre: cuando fracasa el golpe, fracasa Badia". Con algún matiz, todo este asunto suena inquietantemente familiar.

[Este artículo se publicó el 29 de abril de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

miércoles, 2 de abril de 2014

Dos pasadores salen del armario

Sala Rose y Garcia-Planas rescatan en El marqués y la esvástica la carrera de Paul Barberan y Manuel Huet, secundarios de lujo en el infausto periplo de González Ruano en el París de la Ocupación.

Lo mencionábamos aquí mismo hace cosa de un par de semanas y con motivo de la publicación de El marqués y la esvástica, el tocho con que la germanista Rosa Sala Rose y el reportero Plàcid Garcia-Planas destripan el infame papel del escritor César González Ruano en el tráfico de fugitivos a través de los Pirineos en el París de la II Guerra Mundial. Y probablemente no lo hayan olvidado porque Paul Barberan ingenió un sistema en verdad singular para pasar a sus clientes desde el lado francés hasta Andorra -y de aquí, a Barcelona. Singular, audaz -por no decir temerario- y de rara eficacia, porque nuestro protagonista de hoy sostiene que no perdió ni uno solo de sus clientes. Pero juzgue el lector: ciudadano francés criado en Andorra, contrabandista notorio -dicen los autores- y con cuartel general por aquí arriba durante los años álgidos de la Ocupación nazi, Barberan instaba a los hombres que tenía que conducir a través de la frontera a disfrazarse como si fueran porteadores, con el fardo a la espalda y todo. Un fardo que podía contener las escasas pertenencias que los fugitivos habían podido salvar del desastre o que, para aprovechar el trayecto, llenaba con la mercancía con la que contrabandeaba arriba y abajo -botones de nácar, aneto lsintético para fabricar pastís, neumáticos, licor y cigarrillos. Si disfrazar a sus fugitivos de contrabandistas ya era un expediente de los más intrépido, qué decir de la manera como se aseguraba la aquiescencia de las patrullas alemanas que pululabanpor la forntera: ¡enrolándolos también a ellos como porteadores!

Un grupo de porteadores fotografiado en los años 40 en el puerto de Envalira por Josep Alsina. Fotografía: Fondo Alsina / Archivo Nacional de Andorra.
Los Nanos d'Eroles, con Dionisio en medio, en una imagen de sus días de vino y rosas publicada en noviembre de 1936. ¿Se encuentra Huet entre ellos? Fotografía: Mi Revista.

Obviamente, a los judíos que habían confiado en Barberan la visión de los soldados convertidos en improvisados compañeros de evasión les debía parecer cualquier cosa menos tranquilizadora: "El momento en que les decía que iban a ser escoltados por una guardia alemana siempre iba acompañado de reacciones que podían llegar hasta el desmayo. Entonces restablecía la situación por diversos medios, incluidos la firmeza y el coñac. Los soldados, armados y con el fardo a la espalda, saludaban ruidosamente a los porteadores, que respondían con una sonrisa crispada que se podía atribuir al rudo temperamento catalán..." Esto es lo que explica Barberan en unas suculentas memorias -Le passe-débout (1979)- hoy inencontrables y que por aquí arriba han pasado absolutamente desapercibidas, pero que Sala Rose y Garcia-Planas han desenterrado oportunamente del cementerio de los libros olvidados y que citan profusamente en El marqués y la esvástica. Le consagran un capítulo entero, El contrabandista feliz, una docena de páginas de las que emerge un tipo simpaticote, decidido y de una pieza, del estilo -para entendernos- de Joaquim Baldrich, pero "pícaro y mujeriego" -dicen- y que se enorgullecía de su oficio: "Mi único país era el que atravesaban los caminos del contrabando; mi única ley, el fraude; mi única moral, la amistad". Audaz como pocos, para ahorrarse problemas con los aduaneros franceses del Pas de la Casa, cuando conducía un convoy de camiones con género de contrabando ponía a sus amigos alemanes como chóferes: "Los aduaneros callaban y ni tan solo se tomaban la molestia de salir de la garita..."

La estratagema de disfrazar a los fugitivos de porteadores era inviable -por motivos obvios- con niños, mujeres y ancianos. No colaba. Pero Barberan era hombre de recursos: los cargaba en automóviles y los conducía hasta cierta curva de la N-20, la carretera del lado francés que une Ospitalet con el Pas de la Casa, y desde aquí los llevaba a pie hasta territorio andorrano. Una curva, por cierto, que en el libro de Sala Rose y Garcia-Planas tiene un inopinado protagonismo: los autores especulan que era precisamente en este punto, a siete kilómetros de la aduana pero a escasos 200 metros en línea recta del río Palomera -frontera natural entre Francia y Andorra- donde los traficantes de hombres obligaban a sus fugitivos a bajar de los camiones en que los habían transportado hasta allí y los ametrallaban sin contemplaciones: una de las tesis de El marqués y la esvástica y sucio episodio en que intentan involucrar a González Ruano. Sin conseguirlo, porque por lo visto el autor de Mi medio siglo se confiesa a medias era sólo un vil estafador, pero no un asesino ni que fuese por delegación.

Amigote de los alemanes (pero no de la Gestapo)
Como la humildad no era precisamente su mayor virtud, Barberan alardea en Le passe-débout de que él, a diferencia de otros pasadores "con muy mala suerte" -dice- no perdió ni a uno solo de sus fugitivos, a quienes por otra parte asegura que jamás cobró un duro por sus servicios. Otra cosa eran los colegas del lado español que los tenían que conducir hasta Barcelona, que "no trabajaban gratis". Y pasa disertar sobre el sistema de precios vigente en el mercadeo de fugitivos: "Había fugitivos que podían pagar generosamente, disponían de un considerable viático en divisas, oro o piedras preciosas (..) y se ofrecían a compartir esos tesoros con nostros; otros en cambio eran unos colgados e insolventes, y los había también que discutían por cada céntimo, como si de ese asunto no dependiera su vida; así que había que adaptar la tarifa a cada cliente", dice de forma pelín contradictoria -¿no habíamos quedado que él no cobraba?- y con ciertas dosis de cinismo que remata con la afirmación de que "se lllegaba a hacer pagar en función de la simpatía que se sentía por los individuos". Así que mejor caerles en gracia, a Barberan y a su tropa de generosos pasadores...

Estaba claro que aquel juego a dos bandas -fugitivos por aquí; alemanes por allá- era tan temerario que no podía terminar bien: por un lado, las estrechas relaciones con los ocupantes generaron lógicas suspicacias, especialmente -dicen Sala Rose y Garcia-Planas- la amistad "íntima" que lo unía a Germain Soulié, el secretario de la veguería francesa -y sustituto de Larrieu, ya ven cómo cuadran las cosas- individuo de reputación dudosa y conocido por sus onerosos tratos con los alemanes: "Los recibía en casa", admite Barberan, "pero esto no me convertía en sospechoso a los ojos de mis compatriotas: era sabido quemis relaciones con el ocupante se terminaban ante las puertas de la Gestapo".

Así que no es de extrañar que el 11 de abril de 1944 fuese capturado por la misma Gestapo en Ospitalet, acusado de "corrupción del personal militar del III Reich". Lo que más sorprendió a sus coetáneos -y también a nosotros, digámoslo todo- es que lo soltaran tranquilamente al cabo de dos días. Sobre todo, si tenemos en cuenta que a dos de sus cómplices alemanes los fusilaron sin contemplaciones -y que Puigdellívol, metido también en el tráfico clandestino de fugitivos y que fue  capturado poco despupés por la Gestapo- se pasó un año largo en Buchenwald. Barberan alega que a los ojos de la policía secreta nazi era un vulgar contrabandista sin compromisos políticos conocidos y que la gendarmería intervino a su favor... Los autores sospechan que tantos miramientos sólo se explican si Barberan delató a cambio a alguno de sus rivales en el ramo del contrabando... como quizás Puigdellívol. Quizás. La cuestión es que por si acaso nuestro hombre se refugió a su vez en España y que no regresó a Andorra hasta principios de 1946, ya sin alemanes en la costa.

El otro protagonista de hoy es Manuel Huet Piera, que es quien aporta en El marqués y la esvástica la pista que seguirán Sala Rose y Garcia-Planas para sdesenmascarar a González Ruano, que en el París de la Ocupación se dedicó -demuestran los autores- a timar a fugitivos a cambio de falsas promesas de evasión. Hasta el punto que los tribunales franceses de postguerra lo condenaron a 20 años de trabajos forzados -que por cierto, no cumplió. Pero regresemos con Huet, enrolado en el maquis de Robert Terres, alias El Padre, y que es el hombre que recoge malherido al judío Rosenthal, ametrallado por sus falsos pasadores con todos sus compañeros de evasión de camino hacia Andorra. Huet es también el hombre que acomaña al mismo Rosentahl a París para identificar al tipo que le vendió el billete para tan funesto viaje: y resultó que este individuo era González Ruano.

Esta historia la contamos días atrás aquí mismo. Si la retomamos hoy es porque los autores de El marqués y la esvástica también reconstruyen sucintamente la trayectoria de nuestro Huet, nacido en Valencia en 1908 y fallecido en 1984, y que en 1946 se había establecido -y mira que hay sitios- en Andorra. Conocemos su papel como pasador de la red Ponzán y como maquis a las órdenes de Terres, pero es que la (digamos) prehistoria de Huet es tan movida como la de la guerra mundial. Resulta que el hombre, mecánico de profesión, fue uno de los protagonistas -dicen los autores- del primer vuelo nocturno sobre Barcelona, que tuvo lugar en 1929 y en pena Exposición Universal. Militante anarquista de primera hora, en los primeros años 30 participó en los grupos de acción directa de la FAI, honrada actividad que se traducía, por ejemplo, en el atraco frustrado a un furgón blindado por el que fue detenido por la policía en julio de 1935. Lo encontrarán en la hemeroteca de La Vanguardia.

Con estos antecedentes tampoco es extraño -o bien mirado, y tanto que lo es: Huet, un presunto atracador, formando parte del servicio de orden!- que durante la Guerra Civil lo encontremos enrolado en los temibles Nanos d'Eroles, los hombres que bajo la dirección de Dionisio Eroles, el jefe del Orden Público de la Generalitat entre octubre de 1936 y mayo de 1937, impusieron la ley revolucionaria en la retaguardia catalana. A sangre y fuego y con los consabidos viajes. Su posterior trayectoria bélica, a partir que Eroles cae en desgracia, es algo confusa: algunas fuentes amigas lo sitúan como piloto de la fuerza aérea republicana y aseguran que, con la Retirada, sigue el periplo habitual de los exiliados españoles en Francia: Perpiñán, Burdeos, París, Beziers...

Después de la contienda y antes de instalarse definitivamente en Andorra -donde aseguran Sala Rose y Garcia-Planas que en los años 50 departía amigablemente con Terres y con Pons Prades, el autor de Los senderos de la libertad y quien aporta la pista que conduce de Rosenthal a González Ruano- todavía tuvo tiempo de un último gesto de cara a la galería: el atraco a una sucursal del Crédit Lyionnais: por lo que parece, su célula pretendía adqurir con el botín una avioneta con la que bombardear ni más ni menos que el yate de Franco anclado en San Sebastián... Un atentado fallido, como es notorio ,pero que eleva a Huet al rango que entre nosotros ocupa mosén Farrás, el otro andorrano honorífico que tuvo narices de atentar contra Franco. A favor de Farràs diremos que el buen mosén se sale con la suya y liquida al dictador. Que sea en la ficción de Els ambaixadors, la novela de Albert Villaró, es un detalle menor que no le vamos a tener en cuenta. Nadie es perfecto.

[Este artículo se publicó el 1 de abril de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

sábado, 22 de marzo de 2014

Larrieu o Lasmartres: ¿quién fue el malo de la veguería?

Documentos exhumados en los archivos departamentales de Perpiñán permiten reconstruir la íntima enemistad que se profesaban el veguer francés y su secretario durante la II Guerra Mundial; el enfrentamiento terminó con la destitución de Larrieu, acusado después de la contienda de... ¡los crímenes de Lasmartres!

Que el veguer Lasmartres no era trigo limpio, sino un elemento de quien lo mejor que podía uno hacer era mantenerse lo más lejos posible, ya nos lo habían advertido Roser Porta y Jorge Cebrián en Els andorrans als camps de concentració nazis. Los extractos de la demoledora Note au sujet de M. Lasmartres, redactada según todos los indicios entre julio y agosto de 1943 por el secretario Larrieu y elevada al prefecto de los Pirineos Orientales (y delegado permanente para Andorra) nos retratan a un individuo "altivo y negligente", que "menosprecia" el contacto con la población local, que se creía que era (y actuaba como si lo fuese) "el amo absoluto del país", que prodigaba las "vejaciones y humillaciones" al Síndico y a los consejeros generales, y que había instaurado "un régimen despótico inspirado en el terror y el desprecio de las costumbres locales", con "accesos de furia y violencia arbitrarios" y que no se cortaba un pelo a la hora de dar rienda suelta a sus "instintos sádicos". Un elemento de tomo y lomo, ya ven. Y llegados a este punto uno echa de menos algo de concreción en Larrieu, que se podría haber explayado un poco más en esto de los "instintos sádicos" de su jefe... Pero no. Que lástima.

Juramento de Iglesias Navarri, obispo de Urgel, como copríncipe de Andorra, el 1 de mayo de 1943: Lasmartres es el tercero por la izquierda de la primera fila, con uniforme de gala y el pecho a rebosar de medallas; a su izquierda, el síndico Cairat, la máxima autoridad civil de Andorra; y al lado de Cairat, el obispo. En las filas posteriores, con tricornio, los consellers generals. Fotografia: Ramon d'Areny-Plandolit / Archivo Nacional de Andorra.
Carta del veguer Lasmartres al jefe del gobierno de Vichy (y ministro de exteriores) fechada el 27 de mayo de 1943 y en que detalla los motivos que a su juicio justifican la destitución de Larrieu, entre otros haber ocupado los tres pisos de la veguería, vender permisos de importación y asociarse con reconocidos contrabandistas del país. Fotografía: Archivos departamentales de los Pirineos Orientales (Perpiñán).
Declaración de Larrieu, detenido en Perpiñán, fechada en noviembre de 1944, en que acusa a Lasmartes de haber  entregado a los alemanes del Pas de la Casa una expedición de cinco militares franceses, y que los reproches por esta conducta fueron el motivo de la animadversión que en adelante le profesó el veguer. Archivos departamentales de los Pirineos Orientales (Perpiñán).
Una de las muchas cartas con testimonios de refugiados franceses a los que Larrieu asistió como delegado de la Cruz Roja en Zaragoza y que utilizó como prueba de su patriotismo tras su detención en Andorra y traslado a Perpiñán, en septiembre de 1944. Esta la firma el arquitecto Jean Henri Tarral. Archivos departamentales de los Pirineos Orientales (Perpiñán).
Panfleto del Agrupament Andorrà Antifeixista que recrimina el comportamiento de ciertos conciudadanos que no han recibido con el entusiasmo debido al sucesor de Lasmartres en la veguería: "Lo comprendemos", dicen; "Queríais un Larrieu que tratara a los andorranos no con liberalidad y humanidad sino despóticamente..." ¿Quiere esto decir que Larrieu era un déspota, o un funcionario íntegro? ¿O quizá lo confunden ellos también con Lasmartres? Archivos departamentales de los Pirineos Orientales (Perpiñán).

Para que no le falte nada a esta salsa, el Lasmartres que emerge de la Note es un tipo avaro y tirando a tacaño, traficante y acaparador, que cobra en pesetas -la moneda fuerte de la época- y paga en francos, y que tiene a su servicio a un esbirro llamado Trouve que ejerce como chófer, mano derecha, matón y chico para todo, y a quien Larrieu describe al paso como un "auténtico gángster", que lo mismo contrabandea por aquí y por allí que despluma a los desgraciados fugitivos que van a caer en sus zarpas. Volveremos a hablar de este Trouve, pero antes acabemos con el veguer, que en sus días de vino y rosas más parece un virrey y que no se corta a la hora de amenazar al delegado permanente de la Mitra con una inminente ocupación de Andorra por parte de sus amigotes, las tropas alemanas estacionadas en el Pas de la Casa. Larrieu le restriega las dos visitas que gira al cuartel general de la Gesatpo en Tolosa, comilonas incluidas, y sobre todo, sobre todo, lo acusa de haber entregado a los alemanes sendas expediciones de refugiados que habían conseguido llegar hasta Andorra: cinco militares franceses, el 23 de noviembre de 1942, y siete hombres más, también franceses, el 16 de marzo de 1943. Con el agravante que el 18 de abril siguiente, Lasmartres y Trouve se chivan a unos oficiales alemanes desplazados expresamente hasta nuestro rinconcito de Pirineo y con lo que previamente se habían regalado un pequeño banquete en el hotel Mirador, del paso del Port de Siguer, hasta entonces y por lo que se ve una autopista para los refugiados, con resultados trágicos: el 21 de abril interceptan una partida de fugitivos, a tres de los cuales los liquidan a tiros.

Pues según una nueva e inédita serie de documentos exhumados en los archivos departamentales de los Pirineos Orientales, la relación entre el veguer -que lo era desde noviembre de 1940- y el secretario -todo un veterano, en el cargo desde abril de 1932 y que, atención, se estableció por aquí arriba con la misión de instruir al por entonces recién creado servicio de policía- empezó a deteriorarse cuando Larrieu le reprocha abiertamente la entrega de la primera expedición, la de noviembre de 1943: "Lo fui a ver al hotel [Valira], discutimos, me acusó de gaullista, le eché en cara que no respetara el derecho de asilo previsto en las costumbres del país, y se puso a chillar que devolvería a Francia a todos los franceses que se refugiaran en Andorra de camino a España o a África.". Hay que decir que esta es una de las graves acusaciones que el secretario lanza en enero de 1945: Francia ya ha sido liberada y Larrieu -refugiado a su vez en España en agosto de 1943 y que desde entonces hasta septiembre de 1944, cuando volvió a Andorra para reincorporarse a su antiguo puesto, había ejercido como delegado de la Cruz Roja francesa en Zaragoza- se encuentra detenido en la prisión de Perpiñán: acusado, quién se lo iba a decir, de haber entregado a los alemanes a estas dos expediciones.

Larrieu firma ante sus interrogadores una Declaración todavía más detallada que la Note del inicio -lógico, porque se jugaba el cuello- y afirma que el mismo Lasmartres, que ya se la tenía jurada a raíz del incidente del hotel Valira, se desplaza a Barcelona para acusarlo otra vez de "gaullista" y de "traidor" ante el cónsul francés, y que en la primavera de 1943 el veguer en persona se puso a "perseguir por las calles de Andorra" a otro grupo de refugiados -que fueron reglamentariamente reexpedidos hacia Francia.

Fuego cruzado y juego sucio
El caso es que en junio de este mismo año uno y otro se lanzan con entusiasmo a una intensísima actividad epistolar -más todavía en el caso de Larrieu, pero es que le iba casi la vida en ello. Lasmartres, por su parte, llega incluso a informar al jefe de gobierno (de Vichy, claro), que es ala vez ministro de exteriores: el veguer acumula argumentos para justificar la destitución del secretario, y este no se cansa de escribir un pliego tras otro en su descargo (y que le sirven de paso para atacar la reputación de su todavía jefe: lo será exactamente hasta el 23 de julio, cuando se incorpora su sucesor). Esta guerra abierta la ganará Lasmartres, que se sale con la suya: el nuevo secretario, Germain Soulié, es un viejo conocido nuestro, lo tuvimos por aquí de visita hace unos días y resultó ser otro elemento. Entre medio asistimos a un fuego cruzado y granead, donde vale todo. Larrieu acusa a su jefe de desahuciarlo, al ordenarle que abandone el piso de la veguería que ocupaba con su familia -mujer y dos hijos de 3 años y 11 meses; de escatimarle hasta el pago de los 22 días de julio que todavía ejerció sus funciones comos secretario, y de amenazarle cn forzar su repatriación: dice que se decidió a huir él mismo a España porque unos amigos andorranos le advirtieron de que Lasmartres le había tendido una trampa y que había llegado al Pas de la Casa una patrulla especial de la Gestapo para llevarse hacia Tolosa un huésped especial: él mismo.

Pero la versión de Larrieu ya la conocíamos y por partida doble -la Note y la declaración desde la prisión de Perpiñán. En cambio, entre los nuevos documentos aparecidos como de milagro en los archivos departamentales figuran sendas y suculentas cartas del veguer, las dos fechadas el 27 de mayo de 1943 -con toda la carne en el asador- y dirigidas a M. Breddy, "ministro plenipotenciario" de Vichy encargado de los "asuntos europeos" y -ya lo habíamos dicho algo más arriba- al mismísimo jefe del gobierno (francés), porque Lasmartres no se conforma con menos: en plena contienda mundial él despacha un asunto laboral con el jefe supremo. A esto se le llaman contactos. En la primera carta se muestra relativamente contenido: "M. Larrieu no merece ninguna piedad: tendrá que responder ante la justicia francesa por fraude aduanero [hay que interpretar que por contrabando] y también ante la justicia andorrana por actos de venalidad". Y aprovecha para vender en las más altas esferas al sustituto que ya tiene en mente, este Soulie que -dice el veguer- "ofrece todas las garantías y por su conocimiento del país me será de gran utilidad". Menudo ojo clínico: "Todas las garantías..." Vea el lector -si tiene un momento- la entrada de días atrás Auge y caída del secretario Soulié y juzque por sí mismo.

En la segunda misiva dispara ya con toda la artillería. Una carga que nos ofrece la otra cara de Larrieu y que, lo comprobarán enseguida, acaba sembrando dudas también sobre un personaje que hasta ahora nos caía simpático, qué le vamos a hacer, y parecía tan solo otra pobre víctima de las circunstancias (y de los espabilados de turno). Dice que lo echa "por desacato a mi autoridad, por deslealtad y por venalidad", y enseguida pasa a desgranar las imputaciones con hechos en ocasiones (aparentemente) graves; otras, gravísimos, y unos terceros, sorprendentemente anecdóticos, como cuando dedica un par de párrafos a explicar con pelos y señales cómo Larrieu se ha lucrado con la importación de... ¡dos máquinas de escribir!

Desleal porque, continúa, Larrieu "se ha confabulado con un pequeño grupo de andorranos que gravitan alrededor de la Mitra", y porque por "ánimo vengativo" le ha proveído de falsos informes sobre ciertos ciudadanos que han acabado siendo juzgados (y condenados) por el Tribunal de Corts, del que él mismo, como veguer, forma parte: "Conducta ésta tan deshonrosa que por ella sola ya justificaría plenamente la destitución", porque Lasmartres, ya ven, es a su manera hombre de honor, como el Caspar de Muerte entre las flores. Pero lo mejor lo reserva para el final: primero siembra dudadas -gato viejo como es- sobre el patrimonio y la situación financiera de su subordinado, que según él gusta de ir de pobre -"Quejándose desde el primer día que llegué de su miserable situación", dice- pero que cobraba 30.000 francos anuales -alojamiento en la veguería aparte, acababa de contratar un seguro de vida por valor de 200.000 francos, y tenía depositados en Francia otros 100.000. ¿Cómo se lo había montado el humilde secretario de un remoto puesto de avanzada?

"Fácil", responde Lasmartres: "Traficando con sus influencias en la veguería, vendiendo sus funciones como secretario del veguer, cobrando comisiones por los permisos de importación que gestionaba en virtud de su cargo, y asociándose con contrabandistas". La conclusión es para Lasmartres tan obvia como demoledora: "Larrieu ha actuado según sus intereses personales, y la indignación que ha levantado en Andorra es inmensa". Una situación que según el veguer ya habían detectado sus dos antecesores, Samalens y Laumond, pero que por alguna razón, se sorprende, se le ocultó cuando accedió al cargo en 1940. No lo acusa, en cambio, de haber devuelto fugitivos a Francia, el cargo que se le imputará en 1944 y del que parece que finalmente se libró gracias a las cartas de refugiados franceses a quienes atendió durante su etapa en la Cruz Roja y que avalan un comportamiento intachable. Por lo menos, en Zaragoza. Pero entre la documentación de Perpiñán hay también un curioso panfleto (sin fecha) que firma un hasta ahora desconocido Agrupament Andorrà, "organización antifascista que ha llevado una lucha sorda y secreta contra la Gestapo y sus colaboradores".

Pues bien, entre las diatribas del pasquín hay una que parece escrita a propósito para turbar nuestro ánimo y alimentar las dudas con respecto al secretario: "Nos hemos dado cuenta de que la llegada del nuevo veguer [se refiere sin duda al sustituto de Lasmartres, él también huido a su vez a España tras la Liberación] no ha sido bien vista por ciertos elementos. Lo comprendemos. Queríais un nuevo Larrieu! Un Larrieu que tratara a los andorranos no con liberalidad y humanidad sino despóticamente..." Nuestro secretario... ¿¡un déspota!? ¿O es que quizás los del Agrupament también lo confundieron con Lasmartres? Una última carta del 16 de febrero del 1945, ésta del mismísimo director general de la Seguridad Nacional y dirigida al comisario de Montpeller puede sacarnos de dudas: "Parece que el interesado [Larrieu] ha sido acusado de hechos de los que podría ser culpable, en fin, M. Lasmartres, actualmente huido". Convendrá el lector que lo teníamos claro, al principio, quiénes eran los buenos y quiénes, los malos de este asunto. Pues ahora, ya no. Y uno ya no pone la mano en el fuego por nadie.

[Este artículo se publicó el 22 de marzo de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

viernes, 21 de marzo de 2014

Baldrich, héroe de novela

Hugues Lafontaine convierte al pasador en personaje de su debut en la ficción, La princesse de San Julia; el historiador francés afincado en Andorra retrata el país durante la II Guerra Mundial a través de los ojos de una joven refugiada española.

Cómo son a veces las cosas: el 1 de enero [de 2012] fallecía Joaquim Baldrich, el penúltimo de los pasadores de la cadena que Antoni Forné dirigía desde el hotel Palanques durante la II Guerra Mundial, y esta misma semana Quimet, que ya había pasado por derecho propio a los libros de historia (Guies, fugitius i espies, Las montañas de la libertad, Andorrans als camps de concentració nazis) ingresaba en la nómina de héroes de ficción de nuestro rinconcito de Pirineo: el historiador francés Hugues Lafontaine (Avranches, 1954), afincado en Sant Julià de Lòria, lo ha convertido en uno de los muchos personajes que pululan por La princesse de San Julia, su debut en la ficción. El historiador normando retrata en la novela la Andorra que se vio obligada a convivir -en ocasiones, ay, muy a gusto- con los tumultuosos efectos colaterales de la Guerra Civil, de un lado, y de la subsiguiente guerra mundial, del otro: refugiados de todo pelaje, contrabandistas, pasadores, agentes de la Gestapo, resistentes, topos, superviventes vocacionales y, en fin, traidores de toda calaña.


Lafontaine, profesor de historia normando instalado en Sant Julià de Lòria desde 1998, descubrió el muy literario y poco explotado campo de los pasadores y la II Guerra Mundial a raíz del testimonio de Antoni Forné en aquella fundacional serie de artículos sobre la cadena del Palanques que publicó en 1977 en el semanario Andorra 7. Desde el punto de vista de la ficción, los dos títulos canónicos sobre los pasadores son La pau dins la guerra, de Norbert Orobitg -otro de nuestros olvidados- y claro, Entre el torb i la Gestapo, de Francesc Viadiu, que para cerrar el círculo es uno de los personajes de La princesse de San Julia. Fotográfia: El Periòdic d'Andorra.

Todo ello a través de los ojos de Marietta, la princesa del título y que a pesar de las dos tes del nombre es una niña nacida en la Seo -catalana, por lo tanto- que aterriza en Sant Julià huyendo de la violencia revolucionaria -como tantos otros de sus vecinos, y como acaba de documentar desde una perspectiva mucho más académica Francisco Javier Galindo en La Seu, 1936- y que entrará aquí en contacto con las redes de pasadores que operaban desde Andorra. Baldrich es uno de los personajes reales que aportan verosimilitud a la ficción de Lafontaine. Pero hay más: el mismo Forné, por supuesto, y también Eduard Molné, con el célebre episodio de su captura por la Gestapo, la aciaga noche del 29 de septiembre de 1943, y Francesc Viadiu, el cerebro de la otra gran cadena de pasadores -por lo menos, la que ha tenido mejor fortuna mediática, gracias a Entre el torb i la Gestapo- sin olvidarnos del síndico Cairat, el veguer francés -Émile Lesmartres, hombre de infausta memoria y, dice Lafontaine, uno de los malos que saca la cabeza en esta historia.

Vaya por delante que el autor se ha tomado la libertad de salpicar el relato con cameos de estos personaes reales, que aparecen siempre en episodios, momentos y lugares históricamente documentados: por ejemplo, el más que dudoso papel de Lesmartres en los años más oscuros de la contienda, lo desvelaron Roser Porta y Jorge Cebrián en Andorrans als camps de concentració nazis, donde lo describen -a partir del testimonio de su secretario, M. Larrieu- cmo un hombrede carácter violento y agresivo, despótico, avaro y odiado por el pueblo, a quien las autoridades locales evitaban, que no dudaba en extorsionar a los refugiados que caían en sus garras ni en entregar a los refractarios al destacamento alemán inquietantemente estacionado en el Pas de la Casa.

Romeo y Julieta a la andorrana
Hay que decir que la guerra y el contrabando, los nazis y los pasadores, los espías y los delatores funcionan sobre todo como telón de fondo del nudo argiumental de La princesse de San Julia, que no es otro que la historia de amor, ay, entre la protagonista, nuestra Marietta, y Roberto, originario también de la Seo que con el estallido de la Guerra Civil abraza la causa anarquista y que, cuando la Generalidad impone finalmente el orden republicano y desaloja del poder municipal a los comités revolucionarios -pasando por encima del cadáver del Cojo de Málaga, recuerden- se refugia a su vez en Sant Julià. Y ya los tenemos a los dos juntos otra vez. Aunque no todo será de color de rosa: Lafontaine define la trama como una especie de Romeo y Julieta pirenaico, un amor trágico y condenado al fracaso desde el momento en que Roberto es cómplice, ni que sea ideológico, de los anarqiustas que asesinaron al padre de Marietta. Pecado motrtal que el hermano de la heroína, Cheno (!), no olvidará jamás y que provocará un desenlace fatal.

Pero antes, Roberto tendrá la oportunidad de redimirse al ingresar en la red de pasadores de Forné y participar de la gesta épica -leyenda negra aparte- que constituyó el tráfico clandestino de fugitivos y que ha asegurado a héroes como Baldrich un lugar en la historia. Y es precisamente Baldrich, antiguo militante de la CNT y conmilitón por lo tanto de Roberto, quien en la ficción lo recluta, primero como contrabandista y después como pasador, y le da de esta manera la oportunidad de purgar sus pecados. El juego termina mal, claro: con una delación, la reglamentaria emboscada de la Guardia Civil... y no diremos más, porque esto es una reseña como Dios manda y sin espóilers.

Pero queda por explicar el asunto principesco del título: en un giro argumental con doble salto mortal, Lafontaine hace a su Marietta descendiente de... ¡Xipaguazin! Sí, hombre, la princesa de Moctezuma, aquella estupenda mixtificación histórica que un vendedor de humo convirtió en los 70 y 80 en una lucrativa expendiduría de títulos pseudonobiliarios. Para lo que nos interesa: Marietta regresa finalmente a Toloriu, a la casa solariega de sus antepasados y con la esperanza de recuperar el mítico, fabuloso tesoro de Moctezuma que -dicen- anda enterrado por ese rincón de mundo, y pagar con él el rescate de su Romeo. Esta rocambolesca, portentosa pirueta final no impide que La princesse de San Julia -sin t ni acento; ya saben: licencia poética- haya catapultado a nuestro Quimet y a la red de Forné a la muy justa e inmortal categoría de héroes de ficción, por primera vez con nombre y apellidos, y al lado de dos clásicos como son La pau dins la guerra, de Norbert Orobitg, i Entre el torb i la Gestapo. La lástima es que no llegara a tiempo para que Baldrich lo viera. Leer la novela puede ser un acto de homenaje póstumo.

[Este artículo se publicó el 7 de enero de 2012 en El Periòdic d'Andorra]