Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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jueves, 1 de octubre de 2015

"Naturellment! Nous sommes en Andorre: chez nous!"

[Este artículo se publicó cinco semanas antes de las elecciones del 1 de marzo de 2014, que revalidaron la mayoría absoluta de Demòcrates per Andorra, el partido-movimiento surgido en 2011 y aglutinado alrededor de la figura del actual jefe de Gobierno, Toni Martí, para desalojar del ejecutivo al socialdemócrata Jaume Bartumeu, que en 2009 había obtenido la primera victoria de la izquierda en la historia constitucional de Andorra. La actual cònsol de Sant Julià -entonces militaba en DA, hoy lo hace en el Partido Liberal de Andorra- tildó los dos años de Bartumeu al frente del ejecutivo de "accidente" en la historia política del país.]

La reportera catalana Irene Polo cubrió para el periódico La Humanitad la jornada del 31 de agosto de 1933. Por primera vez en la historia de Andorra podían votar todos los varones mayores de 25 años. La victoria se la jugaron tres partidos: los "bisbistes", los "antibisbes" y los "jóvenes". Polo concluye que ganaron las izquierdas. Incluso en Sant Julià. Y esto sí que es una noticia bomba.




La reportera catalana Irene Polo conversa los días anteriores a las elecciones con el síndico Roc Pallarès, depuesto de su cargo en junio por el Tribunal de Corts, junto con el Consell General en pleno; con el coronel Baulard, comisario extraordinario que aterrizó en Andorra a mediados de agosto con la misión de garantizar el orden público, y con Joseph Carbonell, turbio personaje -en opinión de la historiadora Ludmilla Lacueva- que fue nombrado veguer adjunto -un cargo creado ad hoc e inexistente en el ordenamiento institucional- pero que nunca fue reconocido por el Consell. Fotografías: Colección Casimir Arajol. 

Las elecciones, ya lo saben, el 1 de marzo. Mientras el panorama se aclara y los gurús a la izquierda y a la derecha se dejan querer, daremos un vistazo a las primeras elecciones con sufragio universal masculino que se convocaron por aquí arriba. Lo haremos, además, de la mano de la reportera catalana Irene Polo, que dejó de este episodio unas suculentas crónicas publicadas en el diario barcelonés La Humanidad. Los comicios tuvieron lugar el 31 de agosto de 1933, el año de la (ejem) "revolución", como dice el historiador Arnau González i Vilalta (La cruïlla andorrana de 1933). Se refiere, seguro que lo recuerdan, a la ocupación del Consell General perpetrada el 5 de abril de ese mismo año por un grupo de jóvenes -cerca de dos centenares, lo que no está nada mal si se tiene en cuenta que la población del país no superaba las 6.000 almas- que reclamaban para empezar el sufragio universal y la publicidad de las sesiones del Consell, que ejercía -salvando muchas, pero muchas distancias- una pintoresca amalgama de competencias, entre ejecutivas y legislativas, aunque el poder real -entre otras potestades, la de dirigir al servicio de policía- residía entonces en los veguers. La cosa se complicó con la destitución del Consell, por lo visto demasiado contemplativo, decretada por el Tribunal de Corts en junio, y para acabarlo de arreglar los obreros de Fhasa -más de medio millar, se ocupaban de levantar la central hidroeléctrica y concluir la red viaria- convocaron no una sino dos huelgas generales en un país donde las movilizaciones de este tipo eran una absoluta novedad. Suficiente berenjenal como para que el Copríncipe francés, con la aquiescencia del obispo Guitart, nos enviara a los guardias móviles de Baulard, nombrado comisario extraordinario para la ocasión.

Los gabachos llegaron mediado agosto, oficialmente para garantizar el orden público. Polo, que formaba parte del batallón de corresponsales internacionales -La Vanguardia, El Diluvio y La Humanitat, pero también el Times, el Daily Mail y el New York Times- destacados hasta la Seo para seguir de cerca (?) los acontecimientos, los describe como "gente extraña, hombretones rubicundos, pesados, vestidos de azul y negro, con casco de hierro, porra, machete y revólver en la cintura", que los nativos observaban con una mezcla de "curiosidad, rabia y pasmo". La reportera visita días antes de la jornada electoral a monsieur Joseph Carbonell, turbio personaje que ejercía el cargo de veguer adjunto -creado por cierto para él, y que el Consell jamás se prestó a reconocer- y por lo visto el hombre fuerte del momento. Un individuo que no se cortaba un pelo al advertir que el solicito copríncipe francés enviaría tropas "de verdad" -no sólo policías- si el asunto se desmadraba. Es decir, si resultaban reelegidos los consellers destituidos -extremo harto improbable, porque tanto ellos como el síndico, Roc Pallarès, otro personaje, había sido inhabilitados por un año- o si al nuevo Consell se le ocurría romper la baraja y cortar con los Copríncipes. "Tropas, ¿también?", le pregunta Polo con impostada ingenuidad. "Naturellment! Nous sommes en Andorre, chez nous!", le responde el veguer adjunto. Claro que el tal Carbonell tenía una visión muy particular sobre los nativos: "La mayor parte [de los andorranos] son gente honrada y trabajadora, pero ha surgido una minoría que ha soliviantado tanto los ánimos que si no llegan a acudir los gendarmes hubiéramos visto cosas terribles. Lo que queremos es evitarle al país un baño de sangre", dice el buen Carbonell, con su cara de ángel bigotudo y barbudo.

31 de agosto. La reportera recorre los colegios electorales. Dice que en Sant Julià se han registrado "incidentes". Por culpa de las mujeres que, "ganadas por la significación religiosa del obispo esperaban a sus hombres a la puerta del colegio y en cuanto iban a depositar la papeleta en la urna los abrazaban desesperadamente rogándoles que no se dejaran arrastrar por la causa del demonio". En Encamp, en fin, encuentran la puerta del colegio expeditivamente atrancada con un... ¡fusil!. A las cuatro de la tarde, los colegios cierran y comienza el escrutinio. Polo aprovecha para reemprender el peregrinaje. En Canillo, el "conseller primer Armany, a quien llaman 'el Azaña de Andorra', anuncia la victoria de los consellers de izquierdas: Josep Areny, Jaume Bonell, Anton Duedra y Anton Torres". Si se molestan en buscar los nombres de los políticos hoy en activo, comprobarán como 80 años después sus nietos siguen en el cargo. Como si fuera con la herencia familiar. En fin, que según Polo estos Areny, Bonell, Duedra y compañía estaban "contra el obispo, contra Fhasa y contra la invasión de los franceses". Pues ocho décadas después tenemos obispo, tenemos Fhasa -hoy, Feda- y tenemos "franceses".

Si la victoria progresista es desde la perspectiva actual sorprendente en una localidad como Canillo -donde en las últimas dos elecciones ha concurrido una sola lista: la del Gobierno- todavía lo es más en Sant Julià, cuna de cierta y muy andorrana manera de ejercer la política, entendida como cosa de unas pocas familias, y se llevan el gato al agua los que Polo -siguiendo con la terminología de la época- denomina "antibisbes". Es decir, los que van contra los gendarmes, contra el obispo y contra Fhasa". Sus nombres: Anton y Ventura Duró, Manuel Areny y Ventura Fanus. Del mismo color es la victoria en la Massana, donde salen elegidos los consellers Guillem Areny, Gil Font, Ventura Torres y Pere Montané. En la capital -con Josep Coma, Anton Cerqueda, Josep Pla y Joan Serra- y naturalmente en Ordino, cómo no -Ventura Adellach, Miquel Pujol, Manuel Font y Ventura Coma- arrasa la derecha "bisbista". Y Encamp resulta la única parroquia donde se registra un reparto de consellers: un "acérrimo" del obispo, Antoni Picart; dos de los denominados "jóvenes" (Antoni Puy i Antoni Mussoy), y un "empate". Es decir, un conseller no asignado. Cómputo final para el Consell salido de las elecciones: dieciséis "antibisbes" contra siete "bisbistas". Así que puede afirma sin empacho que se han impuesto "las izquierdas".

¡¿Cómo?! ¡¿La izquierda, dice usted, en Andorra?! ¿Ocho décadas antes del accidente Bartumeu? Vilalta interpreta los resultados de aquellas primeras elecciones más o menos democráticas con la perspectiva del tiempo transcurrido y, sobre todo, con la documentación generada por la vegueria francesa ante los ojos. Y no lo tiene tan claro como Polo, que ganaran las "izquierdas" y los "antibisbes", porque lo cierto es que los gendarmes se marcharon del país el 9 de octubre, antes de las nevadas cortaran el puerto de Envalira y les obligaran a quedarse toda la temporada en tierra andorrana. Y concluye que si los gabachos se fueron es porque creían que la amenaza revolucionaria había pasado.

[Este artículo se publicó el 19 de enero de 2015 en el Diari d'Andorra]

viernes, 25 de abril de 2014

Juegos de guerra en Encamp

Las memorias de Josep Carner-Ribalta reconstruyen la conexión andorrana de los Fets de Prats; el político catalán evoca el paso por el país de uno de los batallones que tenían que invadir Cataluña a las órdenes de Macià.

Es sin duda uno de los capítulos, tan abundantes en el siglo XX andorrano, en que la memoria ha ido cediendo el recuerdo a la rumorología y finalmente a la mixtificación histórica: el paso por Encamp (Andorra), a finales de 1925 de uno de los batallones de aquel Ejército Catalán que, inspirado por Macià, se preparaba para la invasión de Cataluña. Fue ésta una quimérica y al final frustrada operación maquinada por Estat Català, grupo paramilitar fundado en 1922 y que propugnaba la lucha armada como vía para acceder a la independencia (de Cataluña, claro). Procedente del Rosellón, este Ejército Catalán -en realidad, dos columnas integradas por medio millar de hombres- tenía que entrar por el Coll d'Ares-entre la localidad española de Molló (Gerona) y la francesa de Prats de Molló (Pirineos Orientales)- y por Sant Llorenç de Morunys, en el noreste de Lérida, confluir sobre la población de Olot (Gerona) y proclamar desde aquí la República Catalana, con la esperanza de que el resto de plazas caerían como fichas de dominó por efecto de la presión popular.

Son los conocidos como Fets de Prats de Molló, que deben el nombre a la localidad del Vallespir -en el departamento de los Pirineos Orientales- donde el mismo Macià y su estado mayor fueron capturados por la policía francesa el 1 de noviembre de 1926, precisamente el día fijado para la insurrección. Los había delatado Ricciotti Garibaldi, miembro del contingente de (supuestos) antifascistas italianos enrolados en la causa independentista, pero en realidad un topo a sueldo de Mussolini. Se practicaron un centenar de detenciones, pero sólo diecisiete de ellos -entre los cuales, por cierto, Josep Fontbernat, decenios después instalado en Andorra y creador del Glossari andorrà, la primera emisión radiofónica en catalán de la posguerra- fueron finalmente juzgados y condenados a leves penas de prisión.

Se sabía que un grupo de militantes de Estat Català se concentró durante unos meses en Encamp preparar la invasión, y se especulaba con la posibilidad de que hubieran recibido aquí algún tipo de entrenamiento militar. Pero no disponíamos ni de los detalles ni de los nombres de los hombres que participaron en estos juegos de guerra a la andorrana. La reedición de las Memòries de Josep Carner-Ribalta (Balaguer, Lérida, 1898-California, 1988) aportan algo de luz sobre un episodio que terminó pareciéndose antes a una acampada de boy scouts -con esperpéntica sorpresa final, enseguida lo verán- que a los preparativos para una operación bélica con pies y cabeza. El político catalán, uno de los lugartenientes de Macià en el complot de Prats, dedica un capítulo entero de sus memorias a la aventura andorrana del Ejército Catalán: el origen de la ocurrencia hay que situarlo en la necesidad de establecer un lugar de reunión entre los militantes en el interior de Cataluña y los que organizaban la invasión desde Francia. Un punto seguro como Andorra. Y dentro de Andorra, Encamp. Para no levantar suspicacias ante las autoridades francesas para "justificar la presencia de una brigada de trabajadores catalanes en territorio andorrano, se simuló la existencia de unas minas de cobre en una montaña de la zona de Soldeu", cuenta Carner-Ribalta.

El hombre sobre el terreno fue Pere Musela, nacido en Solsona (Lérida). Carner-Ribalta sitúa en el otoño de 1925 -antes de las primeras nieves, dice- la llegada de un primer pelotón con una veintena de "minyons", según la terminología puramente escoltista del autor, que acto seguido y con algunas pretensiones asegura que la auténtica misión del destacamento era "constituir una aduana libre para el paso de propaganda, correspondencia y ocasionalmente armas; revisar itinerarios y rutas fronterizas, y servir de campo de entrenamiento para las fuerzas de la futura gesta". Operaciones más o menos clandestinas que había que compaginar, claro, con la coartada de la explotación minera. Por eso, continúa Carner-Ribalta, "cada mañana, los minyons que no estaban ausentes por otros servicios salían con el pico a cuestas y ofrecían una performance como nunca jamas se había visto en aquellas montañas". Cosa que es mucho decir -y mucho ignorar- porque históricamente ha habido en Andorra una intensa actividad minera con extracción del mineral de hierro que se trabajaba en las fargas locales. Claro que todo esto no tenía por qué saberlo Carner-Ribalta, y tampoco iba a hacer sombra a las gestas de sus minyons.

Pobre Musella
Pues el mismo Carner-Ribalta no duda en calificar de "éxito moral y material" la incursión andorrana, que según él dio salida a los excesos de testorerona de los elementos más incontinentes de Estat Català -quizás por aquello que canten Manel: "Ja sabem que els guerrers s'avorreixen si no hi ha una mica d'acció..." Tal y como lo recuerda, "Macià sabía que en aquellos momentos unas migajas de acción de verdad, por incipiente que fuese, calmaría la inquietud de estos jóvenes". Los minyons, ya saben. También aporta los nombres de algunos de los soldados que desfilaron por la base de Encamp -Samper Mononelles, Gual, Nunyes (!), Carbonel, Armengol, Tarragó...- y evoca el ambiente de camaradería algo kumbayá que se respiraba en el campamento: "Por la noche, los que no habían ido a Encamp o a el Hospitalet [la primera población francesa, al otro lado del Pas de la Casa] se explayaban alrededor de una rutilante hoguera con sus pensamientos.

Era casi una costumbre pasar la primera parte de la velada entonando canciones catalanas..."
Carner-Ribalta no concreta, es una lastima, cuándo terminaron estos campamentos andorranos. Dice, eso sí, que se convirtieron en una actividad "que cumplía su cometido y que no causaba problemas", pero termina la crónica de tan idílica peripecia independentista con un giro estrambótico que le da a todo el asunto un inconfundible aire de sainete, de aventura orquestada por unos aficionados: el mismo Musella a quien se le había ocurrido la coartada de la mina de cobre en Soldeu -dice el autor- "pretendió obligar a los minyons a trabajar de verdad, enloqueció y se pasaba el día y pare de la noche cavando". Añade para rematarlo que meses después, cuando todo el mundo "se había olvidado de lo de Andorra", apareció por Bois-Colombes, cuartel general de Macià, "un hombre pequeñajo y de aspecto rústico": era Musella, que cargaba con un enorme saco que depositó sobre la mesa de Carner-Ribalta. Un saco... con el mineral de cobre que había conseguido extraer de la mina andorrana y que le llevaba lealmente a su comandante para que dispusiera del fruto de sus desvelos en favor de la causa. "¡¿Dónde tiene usted la cabeza, Musella?!", dice que le espetó el Avi.

Para completar el rompecabezas, el historiador Arnau González-Vilalta le pone en La cruïlla andorrana de 1933 nombre y rostro a uno de los minyons de las jornadas andorranas: Bonaventura Armengol, el mestre Orelleta (Andorra la Vella, 1898-1991), todo un personaje, que un documento de la embajada española en París fechado en 1933 describe como un "maestro catalanista, expulsado durante la Dictadura de Primo de Rivera y complicado en el asunto de Prats de Molló". Casi exactamente los mismos términos con que lo despachaba ese mismo año el diario catalán L'Opinió: Catalanista de tradición, revolucionario de temperamento y andorrano de nacimiento, que participó de manera directa en el intento revolucionario de Prats de Molló". Y cierra el círculo otro historiador, el leridano Climent Miró, que ha profundizado en la conexión andorrana de los Fets de Prats zambulléndose en la correspondencia generada por el Ejército Catalán.

Así es como ha identificado exactamente la explotación que los independentistas catalanes utilizaron como tapadera: se trata de la mina de l'Orri, en los Cortals de Encamp, y -siempre según el investigador- el ciudadano andorrano que solicitó y obtuvo la concesión fue Benito Mas, vecino de Encamp, que actuó de prestanoms -hombre de paja, una institución muy, muy andorrana- y que no tuvo ningún otro papel en la insurrección. Miró avanza hasta principios de 1925 la llegada del pelotón de minyons, perteneciente al Tercio de Tolosa -uno de los tres en que, sobre el papel, se dividía el Ejército Catalán- y que fue reduciendo paulatinamente la dotación hasta quedarse en los huesos: ¡seis hombres, seis! Se repartieron entre una borda de los Cortals y casas particulares de simpatizantes de la causa. Duda Miró que llevaran a cabo ningún tipo de entrenamiento militar y no ha localizado ningún documento que pruebe que la pista andorrana fue utilizada para transportar armas. Se trataba sencillamente, concluye, "de un lugar de avanzada por donde circulaban hombres y documentos", que se desmanteló justo antes de la invasión. De Musella, el pobre, ni una palabra.

[Este artículo de publicó el 3 de mayo de 2010 en El Periòdic d'Andorra]

viernes, 4 de abril de 2014

Puerto de Envalira, invierno del 36

Fermí Rubiralta reconstruye en Vida i mort d'un separatista la trayectoria de Miquel Badia, político independentista y excomisario de Orden Público de la Generalitat asesinado en Barcelona hace 75 años.

Ayer se cumplieron 75 años. Miquel Badia (Torregrossa, Lérida, 1906-Barcelona, 1936), antiguo comisario general de Orden Público de la Generalitat, cabeza visible de los comandos paramilitares de Estat Català, veterano de los Fets d'Octubre e independentista de largo recorrido que acababa de regresar a Cataluña después de dos años de exilio, era abatido a tiros en la calle Muntaner de Barcelona -número 38, esquina Diputación: una placa recuerda hoy el episodio- por cuatro pistoleros de la CNT, la principal central anarquista del momento. Faltaban tres meses escasos para que estallara la Guerra Civil, y el sector más radical del separatismo catalán perdía a un hombre de acción que como número 2 de Josep Dencàs en la consejería de Interior de la Generaliat había impuesto el orden -a tortazos, cuando convenía- en la turbulenta Barcelona de 1933 y 1934.

10 de febrero de 1936: Miquel Badia, a la izquierda, departe con Secundino Tomàs, jefe de la policía andorrana, en la actual plaza Benlloch de la capital; atención al campanario de San Esteban, al fondo, antes de la remodelación a la que lo sometió Puig i Cadafalch en 1940: salió de ella con un piso más. Fotografía: Archivo Arnau González i Vilalta.

Badia, hoy figura casi legendaria para cierta izquierda irredenta y que nuestro Jaume Ros -él también militante de Estat Català de primera hora- había retratado cuando nadie se acordaba del personaje en Un defensor oblidat de Catalunya, dispone ya de su primera biografía académica. se titula Vida i mort d'un separatista (Duxelm) y la firma el historiador Fermí Rubiralta. Biografía que tiene, por cierto, una curiosa, poco conocida y finalmente decisiva deriva andorrana: porque Badia, exiliado desde los Fets d'Octubre -de 1934: ya saben, cuando Companys salió al balcón de la Generalitat para proclamar por su cuenta y riesgo y saltándose la legalidad republicana el Estat Català- y que había sido todopoderoso comisario general de la Generalitat, apareció el 19 de enero de 1936 en el refugio del puerto de Envalira.

Hasta el 13 de febrero de aquel mismo año, cuando se le pierde definitivamente la pista andorrana, fue una de las vedettes de la vida social, política y también policial del momento: el batlle episcopal primero -Antoni Tomàs, en la época- y el secretario del veguer francés, después -Paul Larrieu, que últimamente nos aparece en todas partes- sometieron a aquel incómodo huésped a sendos interrogatorios que el historiador Arnau González i Vilalta -a quien Rubiralta sigue en este punto- rescató de las profundidades abisales del archivo de la veguería francesa en Nantes. Sostiene Rubiralta que la aventura andorrana de Badia constituye la última etapa del exilio que había estrenado dos años atrás y que lo había llevado a Francia, Colombia, México, Alemania y Bélgica. Se trataba de estar lo más cerca posible de Cataluña para cuando se consumara el esperado triunfo de las izquierdas en las municipales de febrero de 1936. Unas elecciones que, esperaba, le abrirían las puertas del regreso: él era el hombre destinado a reorganizar a las juventudes de Estat Català descabezadas tras los Fets d'Octubre. Pero no tuvo tiempo: los pistoleros de la CNT, con un tal Justo Bueno como jefecillo del comando, lo liquidaron en el atentado del 28 de abril que les costó la vida a él y a su hermano Josep.

Un conspirador de altura
El invierno andorrano del 36 fue, por lo tanto, el último de su breve y agitada existencia. El 19 de enero había entrado clandestinamente en el país bajo el nombre falso de Miquel Comes -según Vilalta, que recoge el episodio en Miquel Badia: documents sobre el seu pas per Andorra- y después de recorrer esquiando los 20 kilómeros que separan Pimoren de Envalira. Los excursionistas que se encontraban aquel día en el refugio -que por otra parte se convirtió en su hogar durante las siguientes cuatro semanas, con ocasionales escapadas a la capital y Escaldes, donde se hospedaba en el hotel Palacín: ¡el mismo donde el invierno siguiente pernoctaría Escrivá de Balaguer!- reportan la llegada de un individuo "vestido de esport, con el pecho al aire y con semblante patibulario, que vestía armilla especialmente corta y muy falto de elementos económicos..." Él ni se inmuta: dedica las siguientes jornadas a entrevistarse con sus conmilitones de Estat Català -Miquel Xicota y Manuel Masaramon- con la consecuencia que el 6 de febrero las autoridades locales empiezan a inquietarse ante la frenética actividad más o menos conspirativa que despliega Badia. Con la excusa de unas supuestas injurias que podría haber proferido contra los veguers con motivo de la lejana expulsión de Enric Canturri, alcalde de la Seo que tras los Fets d'Octubre se había refugiado en Andorra, el batlle Tomás lo cita a declarar. Y Badia, claro, lo niega todo: "En el ánimo del declarante sólo hay un poso de agradecimiento hacia las autoridades y hacia el pueblo andorrano donde ha encontrado acogida", manifiesta con algo de peloteo.

El veguer francés también mete baza y envía al secretario Larrieu para que lo interrogue en el mismo refugio de Envalira. Donde, por cierto, tiene que esperarlo cinco horas hasta su regreso de una jornada de esquí con un periodista de La Dépéche du Midi. Lo más sospechoso que le sonsaca Larrieu es alguna baladronada y una luctuosa premonición -"Se ha jactado de algunos golpes de fuerza en que tuvo que esgrimir el revólver con cierto virtuosismo, y teme ser víctima de una muerte violenta, que por otra parte espera lejana...- y le asegura que se opondrá a una eventual extradición a España. El veguer concluye que llegado el caso habría que expulsarlo a la fuerza. Una eventualidad que afortunadamente para todos no llegó a producirse porque Badia desapareció el 13 de febrero exactamente igual a como había llegado: por sorpresa y sin encomendarse ni a Dios ni al diablo.

Tampoco a las autoridades andorranas, que se quitaron un peso de encima mientras Badia se encaminaba con paso firme a su cita con la muerte. El atentado del 28 de abril levantó mucha polvareda. Todavía hoy la sigue levantando. La versión oficial sostiene que los autores materiales del asesinato fueron cuatro anarquistas de la CNT -Manuel Costas, Ignacio de la Fuente, José Villagrasa y Bueno, el cabecilla- como venganza porque Badia, al frente de las juventudes de Estat Català les había reventado en 1934 una huelga de tranvías. A eso se le llama tener memoria. Esta es también la tesis de Rubiralta, que niega verosimilitud a hipótesis más rocambolescas: la extrema derecha, las mafias del juego y hasta Companys (?), por un oscuro asunto de faldas a cuenta de Carme Ballester, entonces esposa del presidente de la Generalitat.

Lo cierto, concluye el historiador, es que la enemistad con Companys era manifiesta desde los Fets d'Octubre, cuando los separatistas de Estat Català se sintieron engañados por el presidente. Le reprochaban haber hecho, según ellos, todo lo posible para que el golpe fracasara. Según esta tesis, Companys sólo buscaba un golpe de efecto de cara a la galería; Estat Català, la efectiva separación de España: "A Badia lo asesinan el 28 de abril de 1936", concluye Rubiralta. "Pero políticamente ya estaba muerto desde el 6 de octubre de 1934. Es entonces cuando fracasa su estrategia y la de Dencàs, el ideólogo de Estat Català, de profundizar en la nacionalización [glups] de Cataluña aprovechando la hegemonía política de ERC y, si se presentaba la ocasión, lanzarse por el atajo hacia la independencia. Este atajo tenían que ser los Fets d'Octubre: cuando fracasa el golpe, fracasa Badia". Con algún matiz, todo este asunto suena inquietantemente familiar.

[Este artículo se publicó el 29 de abril de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

sábado, 22 de febrero de 2014

Miguel Mateu, defenestrado

El gremio de historiadores cuestiona el cambio de nombre del tramo final de la avenida Carlemany de Escaldes en adelante rebautizada como Pont de la Tosca; el Comú pretende realzar así el monumento, pero Amparo Soriano cree que se le castiga "por franquista".

Indignada. Así se siente Amparo Soriano, autora de Andorra durant la Guerra Civil espanyola y probablemente la historiadora que más y mejor ha estudiado la trayectoria de Miguel Maeu, ante el cambio de nombre del tramo final de la avenida Carlemany de Escaldes, acordado el verano pasado -con cierta agostidad, por decirlo claramente- y que ha eliminado del nomenclátor y de la memoria pública al empresario, financiero y político catalán, el hombre clave -según Soriano- en la erección de Fhasa. Fhasa, sí: Forces Hidroeléctricas d'Andorra, la central eléctrica que hizo posible el despertar de todo un país de la modorra secular, completó la red de carreteras, creó el primer servicio de Policía y lo catapultó, en fin, hacia la modernidad. Casi nada, vamos. El Comú -o ayuntamiento- ha rebautizado el tramo con el mucho más aséptico nombre de avenida del Pont de la Tosca, en na decisión que, según las actas del consejo, sólo pretende "realzar la importancia histórica y simbólica del monumento".

Miguel Mateu i Pla (Barcelona, 1898-1972) era hijo del fundador de la Hispano Suiza; en 1929 obtuvo la concesión de Fhasa, Fuerzas Hidroeléctricas de Andorra; miembro del estado mayor franquista durante la Guerra Civil, alcalde de Barcelona (1939-1945), embajador en Francia (1945-1947), procurador a Cortes (1943-1972) y presidente de la patronal Fomento del Trabajo. Fotografía: Archivo.

El Comú de Escaldes rebautizó en agosto de 2010 como Avenida del Pont de la Tosca el tramo final de la avenida Carlemany de Escaldes, que desde los años 70 llevaba el nombre del prócer Miguel Mateu; abajo, el monumento que la robó la calle al fundador de Fhasa. Fotografías: El Periòdic d'Andorra.
El argumento oficial no convence en absoluto a Soriano, que percibe en la decisión una sospechosa aplicación selectiva de la memoria histórica y un castigo más o menos velado por los conocidos vínculos de Mateu con el primer franquismo. En este sentido, conviene recordar que el empresario formaba parte del estado mayor del bando nacional durante la Guerra Civil, que fue el primer alcalde de la Barcelona de postguerra y que ejerció también como consejero de Falange, a demás de procurador a Cortes. Un franquista de tomo y lomo, vamos. Aunque este historial, añade Soriano, no puede borrar sus méritos andorranos, que son precisamente por los que figuraba hasta ahora en el callejero. Fue Mateu, y no otro, quien intercedió ante Franco para que en plena Guerra Civil pudieran llegar a Andorra los alimentos que escaseaban; y fue Mateu quien evitó que los nacionales bombardearan la central de Escaldes, destino que corrieron las otras hidroeléctricas pirenaicas en territorio de la República. Aún más: gracias a Fhasa -es decir, a Mateu- se completó la red de carreteras, se creo el servicio de orden y se fundó el Banc Agrícol, precedente del actual Andbanc: "Todo esto no tiene nada que ver con el franquismo; de hecho, es anterior a la Guerra Civil. Por eso me parece injusto y demagógico que ahora le retiren el nombre. Y me recuerda mucho a esta lastimosa reescritura de la historia que consiste en borrar lo que no nos gusta de lo que ocurrió, como el olvido de Pétain en la lista de los copríncipes franceses en la Nova aproximació a la història d'Andorra", insiste la historiadora.

Y los otros, ¿que?
El argumento definitivo es para Soriano es el agravio comparativo con otros coetáneos de Mateu que simpatizaron o, como mínimo, contemporizaron con el franquismo. Señaladamente, dice, el Síndico Cairat y el obispo Guitart, "por no hablar de otros personajes de gran prominencia en la vida económica del momento". De Guitart recuerda que se mostró "especialmente combativo con la República" -contra la República, se entiende- mientras que ante Franco procedió "con total mansedumbre": pues un busto recuerda hoy en la capital al señor obispo. Argumentos similares son los que plantea Antoni Morell para criticar la decisión del Comú. El historiador, que ha radiografiado los años 30 andorranos en 52 dies d'ocupació?, evoca el conocido caso del escultor Josep Viladomat, autor de una escultura ecuestre de Franco que hasta el final de la dictadura presidió el patio del museo militar de Montjuich. Pues bien: Viladomat tiene hoy museo propio y avenida a su nombre en la misma Escaldes. Morell cita también a Juan Antonio Samaranch, delegado nacional de educación física y presidente de la Diputación de Barcelona en el último franquismo, y hoy presidente del Campeonato europeo de policías y bomberos que Andorra acogerá en junio. Y lanza un par de preguntas que merecerían respuesta oficial: "¿Por qué le pusieron el nombre de Mateu a la avenida? ¿Por sus vínculos con Franco? ¿O en agradecimiento a su papel clave en el establecimiento de la primera industria moderna de este país?" Y dispara con bala: "Porque si es por su ideología, deberíamos concluir que el Quart de Escaldes que le homenajeó poniéndole su nombre a una avenida también era franquista... ¿Lo era?"

Más matices introduce Joan Peruga en el análisis del personaje. El autor de L'Andorra del segle XIX asegura que ya durante los años 30 "la omnipotencia y la omnipresencia de Fhasa y de su consejero delegado generó fricciones con muchos sectores de la sociedad andorrana y con las autoridades del momento". Además, su "profunda" filiación franquista lo convierte en un personaje "incómodo". Por eso concluye que, "aunque debe tener presencia, y mucha, en los libros de historia, no lo encontraré a faltar en el callejero de Escaldes". En un punto intermedio se sitúa Arnau González i Vilalta. El autor de La cruïlla andorrana de 1933 constata que Mateu, aun con su incuestionable pedigrí franquista, "no ejerció en Andorra ninguna autoridad dictatorial" y que por lo tanto se trata de un caso particular, diferente a otros casos comparables que se han dado en Cataluña en que toda referencia pública al franquismo ha sido eliminada, "una decisión que en la práctica lo que supone es borrar la historia, exactamente lo mismo que hacía la Dictadura". Vilalta aboga por una muy sensata tercera vía consistente en cambiar el nombre de la avenida en cuestión... pero manteniendo alguna referencia a su titular anterior. ¿Como podría quedar en este caso, la placa? Algo así como "Avinguda del Pont de la Tosca. Anteriorment, avinguda Miquel Mateu i Pla. Empresari català amb interessos a Andorra. Primer alcalde franquista de Barcelona, membre de l'aparell polític i empresarial de la Dictadura del general Francisco Franco". La verdad: más que la placa de un callejero parece la entrada de un diccionario biográfico. Pero es una idea.

[Este artículo se publico el 25 de enero de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

viernes, 14 de febrero de 2014

El año que hicimos la Revolución

El historiador Arnau González i Vilalta cuestiona en La cruïlla andorrana de 1933 el papel del obispo Guitart en los tumultuosos años 30 andorranos, y desvela la lista de solicitantes del sufragio universal, una de las causas del secuestro del Consell General

El calendario tiene estos caprichos: el miércoles inaugurábamos en Andorra la Vella un bronce en homenaje al obispo Guitart, el copríncipe episcopal de los convulsos años 20 y 30. Se lo describió entonces como un hombre especialmente próximo al pueblo, sinceramente preocupado por el mantenimiento de la neutralidad, la independencia y la soberanía nacional, y como uno de los artífices de los hitos en el camino hacia la Andorra moderna, desde la concesión de Fhasa -Fuerzas Hidroeléctricas de Andorra, SA, hoy Feda- hasta el fomento de la educación y la creación de un servicio de orden público. Casualidad o no, ni una palabra aquel día sobre 1933, uno de los años clave de su pontificado. Fue, para decirlo con la terminología que Arnau González i Vilalta (Barcelona, 1980) utiliza y reivindica sin las manías de otros historiadores, el año en que los andorranos hicieron la Revolución, el año en que los gendarmes franceses ocuparon el país, y el año en que los obreros de la hidroeléctrica -mayormente, catalanes- convocaron sendas huelgas generales, lo nunca visto por aquí arriba.

Por acción o por omisión, algo debía pintar en todo esto el señor obispo. Son precisamente estos prolíficos, apasionantes, decisivos doce meses los que el historiador catalán ha radiografiado en La cruïlla andorrana de 1933: la revolució de la modernitat (Cossetània). Guitart es, obviamente, uno de los protagonistas principales del volumen. Y no sale de él muy bien libardo, que digamos. Él obispo es uno de los responsables, dice el autor, de las "tensas" relaciones que la Mitra y el Consell General mantenían en la época. Más que tensas, prácticamente inexistentes: "Formalmente habían roto relaciones. Lo cierto es que el interlocutor principal del Consell era el delegado del copríncipe francés, que residía en Perpiñán. No digo que la actuación de Guitart fuera negativa, pero sí que tuvo un papel muy secundario y que tanto las autoridades andorranas como Francia lo dejaron de lado".

El historiador catalán Arnau González i Vilalta, autor de La cruïlla andorrana de 1933. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.
Eso, claro, según la documentación que ha podido consultar en los archivos diplomáticos franceses depositados en Nantes, y en los departamentales de Perpiñán: "Quizás si el archivo episcopal hubiera atendido alguna de las demandas que he cursado los últimos dos años y me hubiera permitido investigar tendría otros elementos de juicio", dispara. En fin, que entre las muchas novedades que aporta La cruïlla andorrana de 1933 conviene fijarse en la lista con las firmas autógrafas de los 240 andorranos que presentan al Consell General con las reclamaciones que darán lugar a la revolución. Reclamaciones tan revolucionarias como el sufragio universal masculino para los mayores de 25 años, la publicidad de las sesiones del Consell, hasta entonces secretas, y la modernización de la administración. La chispa prendió el 5 de abril, cuando un grupo de jóvenes irrumpe en la Casa de la Vall, sede del Consell -el parlamento andorrano- cierra la puerta y se conjura para no abandonar el recinto hasta que se acepte este programa de mínimos. ¿Merece todo esto el nombre de revolución? "Para la opinión pública catalana, española, francesa y europea en general, lo parecía. Tanto por el desconocimiento absoluto sobre la realidad andorrana como también porque aquello era un caramelo para la prensa barcelonesa. Es cierto que no se puede considerar un asalto al poder, un golpe de estado propiamente dicho. Pero la confluencia de las demandas de modernización, el ejemplo de la política española y la tensión social derivada de la presencia de centenares de trabajadores de Fhasa sí que permiten hablar de revolución, si la entendemos como sinónimo de irrupción de la modernidad".

Apellidos que suenan
¿Quiénes son los instigadores de la revolución? González i Vilalta cita a los miembros de Unió Andorrana, el primer protopartido del país, donde aparecen nombres como los de Cinto Riberaygaua, Antoni Picart, Esteve Sirés y Manuel Cairat, muy influenciados por los emigrados a Barcelona y Besiers. Más que imponer una ideología, su programa consiste en una reforma de la administración que incida en la sanidad y en la educación y que sustituya el rudimentario aparato estatal existente en ese momento: "Los podríamos definir como progresistas o modernizadores, pero en el contexto andorrano del momento no es mucho decir porque cualquier reforma era modernizadora por definición". Sostiene el historiador que presunta la existencia de un partido profrancés y de otro favorable a la Mitra es una ilusión alimentada por la prensa catalana que no respondía a la realidad. Tampoco los elementos catalanistas, aglutinados en torno a Bonaventura Armengol, tuvieron influencia alguna más allá de las proclamas meramente retóricas.

Y llegamos así al otro momento álgido del año: la ocupación ejecutada por un escuadrón de medio centenar de gendarmes franceses comandados por el coronel René Baulard. La entrada se produjo el 18 de agosto, a iniciativa del copríncipe francés y con la aquiescencia del obispo Guitart, y se prolongó hasta el 9 de octubre. Lo explica también Antoni Morell en 52 dies d'ocupació? Pero, ¿por qué se decidió a intervenir, Francia? Por el cambio de régimen electoral, que los copríncipes no podían aceptar porque no se les había consultado; por la conflictividad laboral de Fhasa, el no reconocimiento del Consell por parte del veguer francés, y por la destitución del mismo Consell aprobada por el Tribunal de Corts. Todo esto es lo que convenció a Francia de que debía enviar un cuerpo de gendarmes para controlar a los obreros, disolver el Consell y convocar nuevas elecciones.

¿Se puede hablar propiamente de ocupación? "La operación se diseñó como una ocupación en toda regla: cierre de fronteras, control de las comunicaciones interiores, destitución de las autoridades locales... Y todo esto, en un país que los franceses consideraban algo propio y que tenían que tutela y proteger de posibles injerencias extranjeras. La prensa catalanista hizo especial énfasis en la ocupación, pero también la británica e incluso la norteamericana", arguye Vilalta, que añade que el especial talante de Baulard y la elección de los gendarmes entre la tropa catalanohablante ayudó a atenuar entre los andorranos la sensación de ocupación extranjera: "Aunque el hecho es que la presencia de los gendarmes fue muy mal recibida por la población". La ocupación es una buena excusa para lanzarnos a la historia-ficción y elucubrar con una hipotética anexión de Andorra (a Francia, se entiende): "Tanto los catalanistas como las autoridades españolas pretendían también apropiarse del país. El clima anticlerical de la II República parecía el escenario propicio para un cambio de soberanía. Pero había dos factores que lo impedían: la preocupación por el contagio catalanista, que preocupaba tanto en Madrid como en París, y la tajante negativa francesa a admitir la sustitución de la Mitra por el presidente de la República española. Los franceses preferían un socio menor y manejable como era el obispo de Urgel". Guitart mismo.