Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

Mostrando entradas con la etiqueta la Seo. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta la Seo. Mostrar todas las entradas

martes, 9 de junio de 2015

Los vencedores de Enigma, fugitivos pirenaicos

Dos de los tres matemáticos polacos -Marian Rejewski (1905-1980) y Henryk Zygalski (1907-1978)- que descifraron la criptografía nazi a principios de los años 30 fueron capturados por la Guardia Civil en Puigcerdà (Gerona) cuando huían de la Francia ocupada: fue el 29 de enero de 1943; el tercero, Jerzy Rozycki, había muerto en enero de 1942 en el naufragio del Lamoricière en aguas de las Baleares.


Arriba, Marian Rejewski, que en 1932 realizó una réplica de Enigma; como sus compañeros, Jerzy Rozycki y Henryk Zygalski (abajo), fue reclutado tras licenciarse en Matemáticas en la universidad de Poznan por la Oficina de Criptografia del Estado Mayor polaco; tras la guerra regresó a Polonia, trabajó como contable y no reveló su pasado como criptógrafo hasta 1967; Zygalski, por su parte, se estableció en la Gran Bretaña y se consagró a la docencia: fue profesor de matemáticas en la Universidad de Surrey. Fotografías: Wikipedia.


29 de enero de 1943. Dos fugitivos agotados, asustados y esquilmados son capturados por la Guardia Civil en la localidad fronteriza de Puigcerdà (Gerona). Son polacos y hace tres meses, desde que en noviembre del año anterior los alemanes han ocupado lo que quedaba de Francia, pululan arriba y abajo, adelante y atrás, buscando el momento de cruzar la frontera por los Pirineos y ganar la neutralidad española: desde Uzés, en el Languedoc, hasta Niza, y desde Niza a Cannes, Antibes, de nuevo Niza, Marsella, Tolosa, Narbna, Perpiñán y finalment Ax-les-Thermes, la última población francesa antes de la frontera andorrana. Parece que por fin han llegado al fin del periplo. Y es en Ax donde se hacen con los servicios de un guía paa que los ayude en la última etapa: el salto a España.

Pero no tienen suerte: el guía que el destino les depara es uno de los infames espavilados que se dedican a desplumar a los desgraciados que, como Rejewski y Zygalski, caen en sus garra: a punta de pistola les despoja de sus últimas pertenencias de valor y los abandona a medio camino. Pero aquí sí que se reencuentran con la fortuna: otros en su misma situación vuelven desorientados al punto de partida para caer en manos de los alemanes o, pero aún, se extravían en la montaña y nunca más vuelve a saberse de ellos.. Eso, si el guía de turno no los liquida en las mismas montañas para no dejar rastro, como Lázaro Cabrero.

En fin, que nuestros dos hombres de hoy han tenido la relativa suerte de ser sólo atracados por su guía, y de ir a darse de cabeza con la patrulla de la Guardia Civil de Puigcerdà, que los empaqueta inmediatamente para Bellver y, de aquí, a la Seo, donde se encuentra la prisión del partido. Aquí se quedarán hasta el 23 de marzo, cuando son transferidos a Lérida, punto de encuentro de todos los fugitivos capturados en la provincia bajo la acusación de "paso clandestino". De fronteras, se entiende. Volveremos enseguida a Lérida para seguir la pista que los conducirá hasta Londres. Pero, ¿quiénes son, Rejewski y Zygalski, estos dos polacos de quien jamás habíamos oído hablar? Pues ni más ni menos que dos héroes (semi)olvidados de la II Guerra Mundial: ellos dos, junto con un tercer hombre -el también matemático y también polaco Jerzy Rozycki, fallecido en enero de 1942 en el naufragio del transporte de pasajeros Lamoricière, en aguas de las Baleares- tuvieron una participación decisiva en la reconstrucción, primero, y el descifrado, después, de las primeras máquinas Enigma, el célebre artefacto supuestamente inviolable que el ejército y la marina alemana utilizaban para encriptar (y desencriptar) sus mensajes.

La historia que cuenta Imitation Game, vaya, con la particularidad de que la película británica sigue la vida y milagros del muy mediático Alan Turing, la estrella polar del equipo de criptógrafos que desde el cuartel general de Bletchley Park luchan contra reloj y a mayor gloria de Su Graciosa Majestad para descifrar las nuevas y cada vez más sofisticadas versiones de Enigma, mientras que pasa de largo por los antecedentes polacos de una gesta que, al decir de ciertos historiadores, abrevió dos años el desenlace de la guerra.

Héroes (semi)olvidados
El descubrimiento se lo debemos, como es habitual en el negociado de la II Guerra Mundial y alrededores, a Claude Benet, aquí en funciones de historiador emérito, preso de legítimo entusiasmo por el hecho de que dos personajes clave en la derrota de Hitler fueran a parara a la prisión de la Seo, qué pequeño es el mundo, y quién sabe si con deriva andorrana incluida: "Una vez en Ax, no es gratuito pensar que pudieran pasar por Andorra o que el guía que los traicionó fuera conocido de los Forné, Molné, Solá y compañía". Quizás uno de los aragoneses con los que Baldrich pasó en cierta ocasión por el pico del Port Negre y le indicaron el lugar exacto donde habían esquilmado y liquidado a una pareja de judíos. Quizás. Rejewski, Zygalski y Rozycki tuvieron en los primeros años 30 un papel destacadísimo cuando, tras pasar por la Universidad de Poznan fueron reclutados por la Oficina de Criptografia del Estado Mayor polaco: Rejewski construyó en fecha tan avanzada como 1932 una réplica de Enigma, mientras que Zygalski y Rozicki idearon un método para descifrar los famosos y diabólicos rotores del artefacto.

Con la invasión de Polonia, el 1 de septiembre de 1939, los criptógrafos polacos fueron inmediatamente evacuados a Francia en un tren especial, y en septiembre de 1940 los encontramos en una base secreta camuflada en el castillo de Fauzes, en Uzés, hasta que la ocupación de Vichy, en noviembre de 1942, los obliga a huir. Ya saben: Niza, Cannes, Antibes, Niza, Marsella, Tolosa, Narbona, Perpiñán y Acs. Los reencontramos en Lérida, en la especie de prisión habilitada en el Seminario Viejo que Alberto Poveda describe en Paso clandestino. Pero no se quedarán ahí por mucho tiempo porque, dice Benet, el MI6 -el espionaje exterior de Churchill- mueve cielo y tierra para recuperar a estos dos hombres: el 4 de mayo salen rumbo a Madrid; el 21 de mayo, hacia Lisboa, y el 3 de agosto llegan a Londres tras hacer escala en Gibraltar, para incorporarse a las filas del ejército polaco en el exilio, en labores de inteligencia de segunda fila.

Terminada la guerra siguieron trayectorias diversas: Rejewski regresó a Polonia, ejerció de contable y no dijo ni pío de su trabajo como criptoanalisa hasta 1967; Zygalski se estableció en la Gran Bretaña y se consagró a la docencia -profesor de matemáticas- en la Universidad de Surrey. En el 2000 recibieron a título póstumo la máxima condecoración civil polaca, y su epopeya la recoge Sekret Enigmy, ignoto largometraje estrenado en 1979 que no tuvo ni remotamente la fortuna mediática de The Imitation Game -¡era polaco!- y que quizás deberíamos recuperar. Así que cualquier día de estos volvemos a la carga.

Sánchez Agustí pone nombre a víctimas y verdugos de las evasiones en la Guerra Civil
Empecemos por el final, con la desventurada expedición que terminó trágicamente el 5 de marzo de 1938: cinco hombres -los hermanos Antoni y Agustí Codina, de Hortoneda de la Conca (Lérida), y Josep Estrada, Antniet Batalla y Ramón Castejón, los tres de Vilanova de Meià (Lérida)- intentan pasar a Andorra huyendo de la Guerra Civil, como tantos otros antes, y tantos otros después. Lo hacían con la ayuda del guía Joan Guitart, que lo había recogido en Isona. Y todo parecía ir bien; tan bien, que cuando descendían por el barrando de Llimois, en dirección a Bixessarri -ya en Andorra- fueron descubiertos por una patrulla de carabineros. Guitart pudo escapar de milagro, pero sus clientes cayeron "al pie del Bony dels Tres Culs, en el camino de Civís hacia Os". Fueron fusilados sin contemplaciones allí mismo, en los cortals de Serbellà." Los cuerpos fueron recuperados los días siguientes por Vicenç Baró y Joan Reig, ambos vecinos de Os, y enterrados en el cementerio de esta localidad. El funesto desenlace de esta expedición lo recoge el historiador barcelonés Ferran Sánchez Agustí en La Guerra Civil al Montsec, que llega la semana que viene a las librerías, y una auténtica mina que en el capítulo dedicado a la etapa final de las evasiones por Andorra -Del Rialb a les Valls de Valira, carrefour d'evasió, por i mort- pasa luctuosa lista a una treintena de casos como el del grupo del guía Guitart, la mayoría -religiosos, carlistas, disidentes, desertores o simplemente desafectos que huían de la España republicana- víctimas de los carabineros.

[Este artículo se publicó el 9 de junio de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

viernes, 27 de marzo de 2015

Samuel Sequerra, el ángel de los Pirineos

El historiador Josep Calvet rescata del olvido el papel del delegado de la Joint Distribution Committee en la acogida a miles de fugitivos judíos que durante la II Guerra Mundial huyeron a través de los Pirineos.

Se llamabab Nanette Fleischmann y Regine Heit. La una, polaca nacida en 1903; la otra, alemana de 1906. Y las dos, judías. Por esta razón, ambas ingresaron el 19 de enero de 1903 en el Santo Hospital de la Seo de Urgel con gravísimas congelaciones; tan graves, y tan mal tratadas fueron, que al cabo de un mes tuvieron que amputarles los do pies. A Nanette y a Regine. Desconocemos cómo llegaron a la Seo, pero es muy probable que con alguna de las numerosas expediciones de fugitivos que aquellos días cruzaban la frontera de norte a sur y pasando por Andorra. Esta fue la ruta que había seguido el marido de Nanette, Siegfried, con otros tres compañeros y camino de la Seo, en una peripecia que ya hemos relatado aquí mismo y en la que fueron engañados, expoliados y abandonados por los guías. Aunque por lo menos sobrevivieron; otros, ni eso.

El caso de Nanette y de Regine es tan solo uno de los que recoge el historiador leridano Josep Calvet en Huyendo del Holocausto. El mismo Calvet, seguro que lo recuerdan, que días atrás reconstruïa documentalmente en periplo de Carla Kimhi y de su familia, los Bernson. Pero si nos hemos detenido precisamente en estas dos fugitivas es porque en junio de 1943 fueron trasladadas desde la Seo hasta la clínica del doctor Pi i Figueras en Barcelona, eminencia de la cirugía de la época, gracias a los buenos oficios de Samuel Sequerra, que en cuanto supo del caso de nuestras dos protagonistas de hoy, se fue hasta la Seo y se las llevó inmediatamente.

¿Sequerra? Sí, hombre, el gran olvidado de la epopeya de los pasadores y la figura clave, sostiene Calvet, para entender la supervivencia de los miles de fugitivos judíos -el historiador calcula que entre 4.000 y 6.000, solo para los Pirineos leridanos- desfilaron entre 1943 y 1944 por Viella, Sort, La Seo, Lérida y finalmente, Barcelona (o Madrid, como en el caso de los Bernson). Nacido en 1913 en Faro (Portugal), Sequerra era un economista -judío, por supuesto- que trabajaba para el gobierno portugués y que en noviembre de 1941 desembarca en Barcelona con el cargo oficial de delegado de la Cruz Roja portuguesa -una tapadera- pero con el objetivo real de abrir una sede de la American Joint Distribution Committee (JDC), organización de ayuda a los refugiados judíos sufragada con fondos de sus correligionarios norteamericanos. La fijó en el hotel Bristol, entonces en la plaza de Cataluña y epicentro de una frenética actividad. Hasta que las oficinas, que ocupaban toda una planta del hotel, fueron asaltadas el 18 de julio de 1944 por un grupo de falangistas y Sequerra y los suyos tuvieron que emigrar al vecino Paseo de Gracia.

Héroe busca biógrafo
Entre estas localidades, y como hemos visto en el caso de Nanette, se encontraba la Seo, así que Calvet cree más que probable que Sequerra protagonizara alguna incursión andorrana para comprobar in situ las condiciones de sus fugitivos en el Principado. De hecho, uno de los judíos que efectivamente cruzó a través de Andorra la frontera, el austríaco Franz Glück -encontrarán su peripecia en el libro- se quedó en Barcelona trabajando a las órdenes de Sequerra, así que nuestro hombre conocía la importancia de la estación andorrana en el tinglado de los pasadores. ¿En qué consistía el trabajo de Sequerra y las dos decenas de hombres y mujeres que integraban la JDC? Según Calvet, mantenían un contacto continuo con los hoteles de los pueblos de frontera, que les informaban de la llegada de una expedición y estaban autorizados a alojar por cuenta de la JDC a cualquier apátrida que recogieran. Una vez informado de la llegada de un grupo, Sequerra los recogía, pagaba la cuenta y se los llevaba a Barcelona, donde buscaba alojamiento temporal para una gente que, como los Bernson, llegaban al final de la escapada con lo puesto. La JDC abonaba 23,50 pesetas diarias por persona entre alojamiento, manutención y dinero de bolsillo. Además, gestionaba los permisos para abandonar el país y organizó los primeros grandes convoyes de refugiados judíos que zarparon hacia Palestina, como el que en enero de 1944 salió de Cádiz con los Bernson a bordo.

Sequerra era un todoterreno, sabía con quién estaba tratando y no dudaba en sobornar a guardias, policías y si convenía, incluso gobernadores civiles. Cuenta Calvet que ideó una hábil argucia para evitar que los refugiados judíos en edad militar acabaran en el campo de refugiados de Miranda de Ebro: "A partir de un cierto momento, todos los judíos detenidos en España tuvieron menos de 18 o más de 40 años; y como tenía a las autoridades en nómina, funcionaba". Con este expediente, lo más sorprendente de todo es el absoluto desconocimiento del papel prominente de este portugués discreto en el capítulo de los pasadores de la II Guerra Mundial. El hecho de ser judío, advierte Calvet, le impide ser reconocido Justo entre las Naciones -como el Schindler de Spielgberg, o como el embajador Sanz Briz, biografiado por Arcadi Espada en En el nombre de Franco- pero esto no explica ni el silencio que hasta hoy había caído sobre su figura, ni tampoco el escaso interés de la JDC en rescatar del olvido la memoria de este hombre.

Hasta ahora, claro. En fin, que Sequerra continuó al frente de la JDC de Barcelona hasta 1952, atendiendo a los huérfanos judíos que recalaban en la ciudad y gestionando su traslado a Palestina. Y hay que añadir que lo hizo con la ayuda de su hermano Joel. Gemelos, por cierto. En 1952 dejaron Barcelona y se instalaron en Brasil, para continuar desde allí la labor que habían empezado en España: ahora, acogiendo a los judíos que arribaban a América huyendo del Egipto de Naser. Digamos para terminar que la JDC continúa hoy en activo en Barcelona, dedicada ahora a socorrer a los inmigrantes judíos de la Europa del Este. "Por no tener, se lamenta Calvet, Sequerra no tiene ni la biografía que se merece. Es un olvidado". Pues ahora, por lo menos, ya tiene artículo.

[Este artículo se publicó el 13 de marzo de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

lunes, 31 de marzo de 2014

Josep Cirera: un guía para un santo

Jordi Piferrer traza en Entre la noche y la esperanza (Milenio) la biografía del pasador que en 1937 condujo hasta Andorra a san Josemaría y su grupo; vecino de Bellestar (Lérida), ayudó a huir a dos centenares de fugitivos durante la Guerra Civil.

Se llamaba Josep Cirera, había nacido en 1914 en la masía de Cal Querol, en Sallent de Montanissell (Lérida), donde sus padres ejercían como masoveros, y en 1933 encontramos a toda la familia -progenitores y seis hermanos, seis- en otra masía, esta vez en Cal Roger, en la localidad de Bellestar, vecina de la Seo. A punto para ponerse al frente de digamos que exótica expedición que había salido el 8 de octubre de 1937 la embajada de Honduras en Madrid, y que tras pasar por Valencia y Barcelona iba a entrar finalmente en territorio andorrano -¡la libertad!- por el Mas d'Alins. Era el 2 de diciembre de aquel mismo año, y entre los fugitivos se encontraba Josemaría Escrivá de Balaguer, fundador de la prelatura del Opus Dei y destinado a convertirse un día en santo. Una canonización exprés -en 2022, tan solo una década después de ser beatificado- pero esta es otra historia.

El guía Josep Cirera (1914-2010), que entre el 28 de noviembre y el 2 de diciembre de 1937 ayudó a cruzar la frontera hispanoandorrana al grupo de san Josemaría, integrado por una treintena de fugitivos. Fotografía: Jordi Piferrer / Entre la noche y la esperanza.
Jordi Piferrer posa con un ejemplar de El pas dels Pirineus, la edición en catalán de Entre la noche y la esperanza. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Dos sanitarios atienden a un refugiado con las plantas de los pies despellajadas por las congelaciones. La escena fue captada en Andorra durante la Guerra Civil. Fotografía: Fondo Sirés, Archivo Nacional de Andorra.

No volveremos a relatar el periplo del grupo de Escrivá ni tampoco su(s) jornada(s) andorrana(s), recogido por el mismo Jordi Piferrer y por Alfred Llahí en Tierra de acogida. Hoy nos centraremos en el guía de aquella expedición, de quien Piferrer traza un suculento esbozo biográfico en Entre la noche y la esperanza, donde recoge precisamente las aventuras anteriores y posteriores a la etapa andorrana del periplo, con una prolija coda final en que reconstruye un puñado de evasiones que tuvieron lugar por la zona del Alto Urgel, el Pallars y Andorra. Pues bien, dice el autor que los hados de confabularon para que el grupo del futuro santo se encontrara aquel 28 de noviembre de 1937 con el guía Cirera: para empezar, el hombre debería haberse encontrado haciendo la mili en África y, por lo tanto, sirviendo en el bando franquista, pero por una de aquellos pintorescos errores burocráticos, los funcionarios del censo reescribieron su apellido con c (Cirera) en lugar de la s original (Sirera), con la buena suerte (para Josep) que los mozos de su quinta cuyo apellido empezaba con s fueron declarados excedentes de cupo y por lo tanto se libraron del sevicio militar.

Más aún: Cirera estaba vivo de milagro, porque meses antes de recoger al grupo de san Josemaría había sido tiroteado por tres milicianos a la altura de Tres Ponts, entre la Seo y Organyà, en una de sus expediciones hacia Andorra, y sobrevivió por pura chiripa a dos juicios sumarísimos: en uno encontró el coraje suficiente para enfrentarse al jefecillo de la patrulla de faístas que lo había cazado al frente de un grupo de doce fugitivos; la jugada la salió bien. En el segundo, lo salvó la presencia en el tribunal que lo juzgaba del médico que visitaba a su familia. Sin duda, Cirera estaba tocado por la varita de la suerte: en julio de 1936, cuando pasó por estos dos trances, los incontrolados -ya saben- pasaron por las armas a una veintena de personas sólo en la Seo. Lo cuenta Francisco Javier Galindo en La Seu, 1936, y cualquier día de estos hablaremos de este turbio, poco conocido asunto.

El caso es que Cirera se puso al frente de su primera expedición en fecha tan temprana como el 21 de julio de 1936, y su cliente fue Manel Fiter Losada, hijo de cal Marqués de la Seo, cuenta Piferrer. Hubo unas cuantas más: en octubre cruza por el Mas d'Alins -la misma ruta que al año siguiente seguiría el grupo de san Josemaría- con el rector del colegio de los Escolapios de Barcelona, y entre mayo y agosto de 1937 condujo otras cuatro expediciones antes de mudarse él mismo a Andorra -no lo debía de ver muy claro-, ponerse a trabajar en la fábrica de tabacos Reig de Sant Julià de Lòria y dedicarse de forma habitual al contrabando. Hasta que el 28 de noviembre llega puntual (y rodado) a su cita con la historia: recoge al grupo de Escrivá en La Ribaleta, en el límite entre las comarcas del Pallars Sobirà y el Alt Urgell. Son en principio 23 personas, a las que se añadirán al pasar por Noves de Segre cinco más, así como un grupo de contrrabandistas que recoge cerca de casa de sus padres, en Cal Roger.

En total, cuenta Piferrer, la expedició con la que san Josemaría entró en Andorra estaba formada por una treintena larga de fugitivos: la más multitudinaria que jamás ayudó a cruzar, ya que hasta entonces -dice el autor- se había limitado a pasar grupos de cuatrro o cinco personas como máximo. No le debió convencer la experiencia, porque no repitió con grupos tan numerosos y, de hecho, en la primavera siguiente abandonó el oficio de pasador. Demasiado peligroso. El itinerario que siguió con el grupo de san Josemaría arranca de la Ribalera y pasa por Aubenç, Fenollet, Ares, Baridà, Cal Roger, el barranco de la Cabra Muerta -glups-, Argolell y el Mas d'Alins, justo en la frontera con Andorra. Fue el 2 de diciembre de 1937, y como es bien sabido lo primero que hicieron los expedicionarios al llegar a Sant Julià de Lòria fue celebrar una Misa en la parroquial. Vale decir que Cirera les cobró a los fugitivos 1.200 pesetas por barba. Y que el hombre murió en 2010 en Barcelona. Dice Piferrer que en sus últimos años le profesó una gran devoción al santo que había ayudado a salvarse.

Una deuda moral
Cirera y san Josemaría aparte, la otra gran contribución de Entre la noche y la esperanza a la epopeya de los pasadores es la reseña de una docena larga de expediciones que terminaron con fortuna diversa. Porque hasta hoy, el grueso de la historiografía se ha centado en los fugitovos que huían de norte a sur durante la II Guerra Mundial -ya saben: judíos, franceses en edad militar y aviadores aliados abatidos en los cielos de la Europa ocupada por los nazis. Piferrer se fija en cambio en el periplo inverso, que durante la Guerra Civil emprendieron miles de españoles que huían de la zona republicana. El autor calcula que por Andorra lo intentaron unos 10.000, que pagaban a los guía pequeñas fortunas de entre 500 y 3.000 pesetas.

Dos son las expediciones que Piferrer considera paradigmáticas: la primera tiene como protagonista a Josep Rossinyol i Barcons, que había salido de Manresa el 4 de febrero de 1938: de los 72 hombres que formaban parte de su cordada, 24 murieron congelados -atención: ¡24!- y otros 17 cayeron prisioneros antes de llegar a Andorra. Sólo se salvaron 31, entre los que se encontraba nuestro Rossinyol, que se hospedó en el hotel Les Termes de Escaldes y fue atendido de congelaciones en los pies en el "hospital de los gendarmes" como él lo llama. ¿Sería nuestro hombre el protagonista de aquella impactante fotografía del fondo Sirés del Archivo Nacional en que se ve a un médico, cigarrillo en mano, limpiando los pies destrozados de un refugiado? La segunda expedición es la del valenciano Eduardo García Cordellat, que por su precario estado de salud no pudo seguir con su expedición y tuvo que refugiarse en la casa Coll de Creus, cerca de Adraén. Sus guías le prometieron que lo recogería una futura cordada. Y contra pronóstico, y desmintiendo la mala fama de ciertos pasadores, estos sí que cumplieron la palabra dada: el 10 de diciembre de 1937 entraba en Andorra por la Rabassa .Justo el mismo día -casualidades de la vida- que el grupo de san Josemaría podía cruzar el puerto de Envalira y pasar a Francia camino de San Sebastián. Dos historias, las de Rossinyol y García Cordellat, que terminaron (medio) bien. De los 10.000 que lo intentaton, Piferrer especula que cerca de la quinta parte jamás llegaron a su destino. Recordar a estos olvidados de la historia  que carecen del (digamos) glamour de los fugitvos del nazismo es también un deber moral.

[Estos dos artículos se publicaron respectivamente el 26 de marzo de 2014 y el 22 de septiembre de 2012 en El Periòdic d'Andorra]