Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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miércoles, 4 de marzo de 2015

Baby Doc: el huésped más incómodo

Los EEUU, Francia y el Vaticano presionaron en mayo de 1986 al obispo Martí Alanis para que acogiera al derrocado dictador haitiano; tres días de frenética actividad diplomática en que participaron activamente el veguer episcopal, Francesc Badia, y el secretario del Copríncipe, Joan Massa, evitaron que se consumara la Operación Duvalier.

Baby Doc salió de Haití en febrero de 1986, tras ser derrocado por una revulera popular; se instaló en Francia -fue pululando entre la Alta Saboya, la Costa Azul, los Alpes Marítimos y, claro, París- y no regresó a su país hasta al cabo de un cuarto de siglo. En 2011 volvía a pisar tierra haitiana, donde fue acusado de corrupción, tras haber amasado una fortuna calculada en 300 millones de euros que se llevó consigo al exilio. Murió el 4 de octubre de 2014 en Puerto Príncipe, la ciudad donde nació, en 11951.
El fallecimiento de Jean-Claude Duvalier hace quince días pasó por aquí arriba casi desapercibido. Normal, pensará el lector, porque no parece haber ningún vínculo entre nuestro rincón de Pirineos y quien fuera dictador de Haití entre 1971 y febrero de 1986. Pero las cosas podrían haber sido muy diferentes si se hubiera consumado el plan urdido por la embajada de los EEUU en Madrid, la Santa Sede y la misma Francia para endosarnos a tan incómodo huésped. La Operación Duvalier -recuerda Francesc Badia, veguer episcopal entre 1972 y 1993- se gestó contra reloj una vez el dictador hubo aterrizado en territorio francés y a lo largo de tres días de frenética actividad diplomática en que se vio directamente involucrado.

Retrocedamos hasta principios de mayo de 1986. El obispo de Urgel y Copríncipe de Andorra, Martí Alanis, se encuentra en Palma de Mallorca en la inauguración del II Congreso Internacional de la Lengua Catalana, qué oportuno. Y en el palacio episcopal de la Seo reciben una llamada. La atiende Nemesi Marqués, delegado permanente de la Mitra; su interlocutor le plantea la sensacional propuesta de que Andorra conceda asilo político al derrocado dictador haitiano. Marqués se pone inmediatamente en contacto telefónico con Martí Alanis, que se muestra tajante: "De ninguna manera podemos cobijar a este individuo en Andorra", le instruye; "pocas veces lo era tan taxativo", recuerda Badia.

Inmediatamente después, el Copríncipe recibe en Palma una segunda llamda. Ahora es el Nuncio apostólico en Madrid -en la época, Mario Tagliaferri- que insiste en la ocurrencia: "Al llegar a esta punto el obispo ya estaba francamente preocupado: temía que recurrieran a los hechos consumados, y que la comitiva de Duvalier se plantara en el Pas de la Casa con el consiguiente recuelo diplomático. Así que el Obispo ordena a Badia que informe de la situación al entonces síndico, Francesc Cerqueda, que le brinda todo su apoyo, y que ponga en marcha un discreto despliegue policial en el Pas.

La larga mano del Elíseo
En este momento entran en liza los EEUU: probablemente advertidos de la negativa del Obispo, la embajada yanqui juega una última carta y envía a Palma al cónsul norteamericano en Barcelona para entrevistarse en persona con el Copríncipe, que se sacude como puede el muerto de encima. El argumento al que recurrió, cuenta Badia, es que tan solo la escolta que acompañaba a Duvalier ya sería probablemente más nutrida que todo el cuerpo de policía andorrano, que en aquellos momentos apenas superaba el medio centenar de agentes. Aparentemente, el señor cónsul picó el anzuelo. Pero por si acaso, y ya de regreso a la Seo, el sábado, 3 de mayo, se reúne con Badia y le ordena que a la mañana siguiente parta hacia Madrid para entrevistarse con el Nuncio. Y así fue: "Para mi sorpresa, dijo que nos comprendía perfectamente y me pidió que le trasladara al obispo Martí Alanis su pleno apoyo. Y en aquel mismo momento terminó el incidente. Jamás volvimos a recibir llamada alguna respecto a este lamentable capítulo".

Fuese por las dotes convicción del obispo, fuese prque los EEUU, Francia y el Vaticano ya le habían buscado otra salida mas viable a Duvalier, Andorra acababa de esquivar, no sabremos si por méritos propios o por simple hartazgo del personal, la molesta presencia del dictador caribeño. Pero quedan todavía algunos cabos por atar. El más gordo de todos: ¿quién fue el instigador de todo este asunto? Joan Massa, en aquellos momentos secretario de los servicios del Copríncipe episcopal -porque este era exactamente su cargo-, ve detrás de tdo esto la larga mano de los servicios especiales del Elíseo. Y apunta a un hecho según él clave: la primera llamada que se recibió en el palacio episcopal fue hecha directamente desde París, omitiendo de lleno el canal reglamentario, que eran los veguers, en este caso el francés. Badia evoca desde sus 93 años la sincera cara de estupefacción de su colega galo, Louis Deblé, cuando le expuso la delicada situación. Por eso lo interpreta como una ocurrencia extraoficial del Quay d'Orsay -y saben, el ministerio de Exteriores francés- para sacarse el muerto de encima: "Otra cosa es si ellos [los franceses] actuaban al dictado de los norteamericanos, que quizás le debían algún favor al dictador".

Más cabos sueltos: el papel del entonces jefe de gobierno español, Felipe González. Massa fue testigo presencial de la conversación telefónica que mantuvieron en plena crisi con el obispo Martí Alanis: "Felipe entendió enseguida que aquello no podía ser, que Duvalier era un pez demasiado grande para un país tan pequeño. Desconozco si el mismo González realizó por su parte alguna gestión ante la embajada de los EEUU, pero podría haber sido así".

Y hemos dejado para el final la gran pregunta: ¿qué hubiera ocurrido si la comitiva de Duvalier aparece aquella noche de mayo por el Pas? Badia no lo duda: recibí órdenes expresas de no dejarles pasar. Llegado el caso la decisión la hubiéramos tomado conjuntamente con el veguer francés, que hubiera estado de acuerdo... siempre que no hubiese instrucciones en sentido contrario. Como recuerda Badia, al día siguiente al día siguiente recibieron en la Seo una llamada tranquilizadora del mismo Badia: "Noche sin incidentes". La vigilancia se mantuvo unos días, y finalmente el incidente Duvalier se perdió como las lágrimas del replicante Roy en la lluvia interestelar. Hasta hoy claro.

El hombre a quien todo el mundo se quería sacar de encima
La buena memoria del veguer Badia y del secretario Massa ha permitido añadir el nombre de Andorra a la larga lista de países que sonaron como candidatos para acoger en el exilio a Duvalier (1951-2014), derrocado el 7 de febrero de 1986 a causa de una revuelta popular y que embarcó con destino a Francia en un avión de la Fuerza Aérea de los EEUU. Lo más curioso del caso es que ni estos, sus antiguos padrinos, ni Francia la antigua metrópoli, estaban en absoluto dispuestos a concederle asilo. Finalmente el gobierno galo cedió y se instaló en Francia (la Alta Saboya, la Costa Azul, los Alpes marítimo y, claro, París), ya arruinado, primero con un permiso temporal y después de forma más o menos temporal, pero con la connivencia de las autoridades. En 2011 volvió finalmente a Haití, de donde había salido 25 años antes. Fue entonces acusado de corrupción -se calcula que huyó con 300 millones de dólares en los bolsillos- pero no por las 30.000 muertes violentas que se registraron durante sus quince años de mandato. 

[Este artículo se publicó el 19 de octubre de 2014 en el Diari d'Andorra]

domingo, 22 de febrero de 2015

Carla Kimhi: una odisea judía del siglo XX

12 de noviembre del 1942: el día siguiente de la ocupación nazi de lo que queda de Francia. Es la respuesta de Hitler al desembarco aliado en el norte de África. Se ha acabado la pantomima de Vichy. Cuatro personas caminan carretera arriba, hacia el puerto de Envalira. Acaban de rodear el Pas de la Casa. Son los Bergson, matrimonio de judíos austríacos con sus dos hijos, Sigmund, de 18 añis, i Carla, de 12. Han venido andando desde el otro lado de la frontera, hasta donde los ha acompañado un vecino de Acs, la localidad vecina donde los Bergson llevan meses ocultos: "Un día, de repente, los soldados alemanes aparecieron por la plaza de Acs. Y fui con la noticia a casa: '¡Han llegado, han llegado!' Mi padre no lo dudó un segundo: 'Nos vamos'.Y nos fuimos. Con lo puesto." Los Bergson llevaban cuatro años huyendo de Hitler: exactamente, desde el Anschluss, cuando el Tercer Reich se zampó Austria. La familia huyó primero a Italia, luego a Normandía, París y finalmente, Acs, en el pedazo de Francia que Hitler cedió a Vichy y a un tiro de piedra de España... y de Andorra. Pero estamos en la carretera de Envalira. Han bordeado el edificio de la aduana francesa del Pas de la Casa, donde pronto ondeará la esvástica, y lo han dejado unas decenas de metros atrás. De repente, sale de él un oficial alemán que se encamina con paso firme hacia el grupo de fugitivos: "Nos abrazamos los cuatro, petrificados por el miedo, y nos quedamos quietos allí en medio del camino. Por el otro lado de la carretera, aunque algo más lejos, vimos otros dos hombres acercándose. Por el uniforme, dedujimos que eran policías. Pero fue el alemán el que llegó primero". Les exigió los pasaportes, les arrestó y les ordenó que lo siguieran hasta la garita de la aduana. Los Bergson no se movían. Así es como dieron tiempo a que llegara la pareja de uniformados: dos agentes de la policía andorrana -y ya es casualidad porque en la época, estamos en 1942, en todo el país sólo había seis agentes. Y entonces se produjo el forcejeo (dialéctico) entre el oficial alemán y los dos agentes: "Enseguida se hicieron cargo de la situación, le exigieron a su vez el pasaporte con el visado en regla al alemán, y como éste no los tenía y se encontraba en territorio andorrano le hicieron retroceder. Cuando se hubo ido, nos tranquilizaron, nos aseguraron que no nos ocurriría nada y nos pidieron que les acompañáramos hasta el edificio donde se encontraba la aduana andorrana, donde esperaríamos a que nos viniera a recoger el jefe de la policía, que esa misma tarde nos conduciría a Escaldes. Y así fue. Estábamos salvados. Andorra nos había salvado la vida. Comprenderán que cada vez que recuerdo este episodio acabe llorando".


Carla Kimhi, acompañada de su actual marido, compareció el 29 de enero de 2015 en la sala de prensa del Gobierno de Andorra para agradecer la ayuda que encontró en el país cuando ella y su familia llegaron a Andorra en noviembre de 1942, huyendo de la ocupación nazi de la Francia de Vichy. Ella, su hermano y sus padres terminaron en Madrid, y en 1944 fueron autorizados a emigrar a Palestina. Fotografía: Fernando Galindo.
Vista general del Pas de la Casa a finales de los años 40, principios de los 50. A la derecha de la fotografía -en realidad, una postal de la casa APA- el edificio de la aduana francesa, de estilo alpino, y que es el mismo que que sirve de portal a este blog. El escenario no debe diferir mucho del que se encontró Carla Kimhi. Fotografía: APA / Colección Rosa Sala Rose.

Lo contaba la semana pasada Carla Bergson -hoy, Kimhi, su apellido de casada- en la sala de prensa del Gobierno de Andorra, tras una recepción oficial con el jefe de Gobierno, Toni Martí, y para dar públicamente las gracias al país que dice que la salvó. La historia es absolutamente inusual: hasta ahora habíamos conocido de primera mano las gestas de los escasos pasadores supervivientes -cada vez menos-, los contrabandistas y resistentes reconvertidos en guías que conducían hasta la relativa seguridad del consulado en Barcelona su cargamento humano; algunos de los fugitivos de entonces dejaron escrito el relato de sus peripecias, que hemos conocido así a través del papel.

Pero jamás hasta la semana pasada habíamos tenido la oportunidad de escuchar de viva voz, y en Andorra, el testimonio de uno de los centenares de hombres, mujeres y niños, quien sabe si miles, para quienes este país se convirtió un día en sinónimo de libertad. Carla Kimhi (Viena 1930) se llama esta mujer que conserva a sus 84 años el porte elegante de la hermosa mujer que sin duda fue. Cuenta que solo en una ocasión, cuatro años atrás, había visitado Andorra desde la epopeya de 1942; su historia quedó entonces en la intimidad familiar. Si ahora ha transcendido ha sido por pura casualidad: le contó la aventura al conserje del hotel en que se hospedaba, el Kandahar del Pas de la Casa, y claro, el conserje se la contó a su vez al propietario del establecimiento, Jordi Montané, y éste fue con  la historia al gabinete del jefe de Gobierno. Y ya se sabe: estamos en precampaña -elecciones el 1 de marzo- y no es cuestión de desaprovechar una ocasión tan pintiparada. Aunque para ser honestos, Martí se ha mantenido en esta ocasión en un elegante segundo plano. De hecho, en la comparecencia de Kimhi ante la prensa ni se le vio, cosa rara, cediéndole como era de ley a ella todo el protagonismo.

De apátrida a palestina; de palestina a sionista
Pero volvamos a 1942. Habíamos dejado a la pequeña Carla refugiada en la aduana andorrana del Pas. Aquella misma tarde y tal como les habían prometido, los Bergson fueron conducidos hasta Escaldes por el jefe de policía, Daniel Armengol. Atención, un hombre de salud de hierro que a sus... ¡100 años! todavía recuerda el episodio. Cualquier día de estos les hablamos del señor Armengol, toda una institución en Andorra. Pero no nos dispersemos. A los Bergson los alojaron en un hotel con aguas termales, "igual que las que habíamos dejado atrás, en Acs". Dice Carla que, por lo que le cuentan, quizás fuese el Muntanya. Quizás. Una vez salvados, el siguiente paso era pasar a España. "Nos dijeron que tendríamos que contratar los servicios de un guía. Pero no teníamos ni un céntimo. Cuatro años de exilio forzado nos habían dejado con lo puesto. Mi padre era doctor en Derecho y dirigía en Viena una empresa de exportación de madera. En París todavía pudo dedicarse a sus negocios, incluso tenía abierta una oficina. Pero cuando empezó la guerra y empezamos a huir de nuevo de los alemanes, fuimos consumiendo los ahorros. La verdad es que no sé cómo se lo hizo para mantener a mujer y dos hijos; sé que él y mi hermano trabajaron ocasionalmente en alguna granja..."

Lo cierto es que llegaron a Andorra con los bolsillos vacíos. O casi. Uno de sus anfitriones sugirió la posibilidad de empeñar las joyas de la señora Bergson. En el caso de que todavía las conservara, claro. Hubo suerte, recuerda Carla. En su memoria, la madre fue conducida a una especie de "castillo" -no hay ninguno en Andorra: como mucho, alguna casa más o menos fortificada, la casa Rossell o la casa de Areny-Plandolit, las dos en Ordino- donde empeñó sus escasas pertenencias con el compromiso de que no serían revendidas y que podría recuperarlas tras la guerra. Naturalmente, las joyas de la señora Bergson, que falleció antes de la derrota alemana, jamás regresaron a manos de la familia. Aun así, Carla se muestra todavía agradecida, porque aquella transacción les permitió contratar al día siguiente un guía. Un pasador.

Dice Carla que se llamaba Pierre, un refugiado español que se dedicaba al negocio del paso clandestino para sacarse unos dineros con que visitar a su hija de 12 años, la misma edad que ella, que se había quedado en España: "Mi padre aceptó el trato y en unos días, no recuerdo cuántos, partimos hacia España". Y que recuerda haber dormido las "noches" que duró el periplo en las "granjas" que encontraban por el camino. Una vez en la Seo de Urgel -a 10 kilómetros de Andorra- siguieron los consejos de Pierre: se dirigieron a la estación de autobuses y compraron "cuatro billetes para Barcelona" -y lo recuerda Carla en castellano. "Si nos arrestaban, que fuese en un lugar público y con testigos, que la Guardia Civil no nos pillaran en un descampado y nos pudiera pegar cuatro tiros". Y eso fue exactamente lo que ocurrió: la pareja que reglamentariamente, recuerda, ocupaba en la inmediata postguerra y en zona fronteriza los últimos asientos del coche de línea arrestó a los Bergson, que iniciaron un nuevo periplo, de prisión en prisión, hasta que terminaron en la madrileña de las Ventas, entonces cárcel de mujeres y cabe entender que destino de Carla y de su madre.

El capítulo español de los Bergson concluye en 1944, cuando obtienen unos certificados para emigrar legalmente a Palestina, entonces protectorado británico. En España, y tras los durísimos inicios a los que se enfrentaba cualquier refugiado de a pie -otra cosa eran los militares aliados, sobre todo los oficiales y los pilotos- los Bergson recibieron el auxilio del Joint Distribution Comittee, la agencia norteamericana de ayuda a los judíos cuya labor en España ha rastreado Josep Calvet en Huyendo del Holocausto. Y todavía recuerda con afecto su paso por el Liceo francés y por el orfanato de la Sagrada Familia. Se da la circunstancia, recuerda Carla con cierto humor, "de que mi primer pasaporte fue palestino. En fin, llegamos a un país joven, vacío, terriblemente caluroso... ¡con lo que a mí me gustaba la montaña! Pero vivos".

Los Bergson habían jugado al gato y al ratón con los alemanes, y al final se habían salido con la suya. Tuvieron suerte, y era conscientes de lo que se jugaban: "Mi primer recuero político, si se puede llamarle así, es el asesinato del canciller Dollfuss, perpetrado por sicarios nazis en julio de 1934. Mi padre decidió huir de Austria en marzo de 1938, y nuestro primer destino fue París. Antes de estallar la guerra, acogimos durante unos días en casa a un chico que había estado recluido en Dachau, que no era entonces un campo de exterminio pero donde se liquidaba igualmente a los judíos. Nos contó cómo los guardias colocaban una cuerda a cierta altura, y al que no lograba saltarla le pegaban un tiro. Quiero decir con esto que sabíamos perfectamente lo que nos jugábamos si caíamos en manos de los alemanes."

Los últimos judíos de Acs
Acs fue la penúltima etapa del periplo iniciado en 1938. Tampoco en esta localidad a un tiro de piedra de la frontera con Andorra y España, estuvieron nunca seguros. Recuerda Carla las frecuentes razzias a la caza del judío, y cómo su padre les ordenaba huir unos días a la montaña, hasta que la tormenta amainaba: "Fueron cuatro años de terror, de sentir que cada día que pasaba le habíamos robado un batalla a la muerte". Los Bergson fueron sin duda afortunados: en Acs coincidieron con otras ocho familias de refugiados judíos. Todas fueron deportadas. Hasta la ocupación nazi de la Francia de Vichy, el 11 de noviembre de 1942, ordenado por Hitler en respuesta al desembarco aliado en el norte de África. Al día siguiente los Bergson hicieron las maletas y se plantaron en el Pas de la Casa a bordo del coche de un vecino de Acs.

¿Que fue de Carla, una vez establecidos los Bergson en Palestina? Sobrevivir. El padre intentó regresar tras la guerra a Viena para recuperar lo que quedara del patrimonio que había dejado atrás; con la mala fortuna que murió en la capital austríaca de un ataque al corazón. Carla y su hermano -la madre había muerto durante la contienda- quedaron solos en Israel. Ella tenía 16 años: "A veces pienso que mi padre se impuso la misión de poner a su familia a salvo, y que una vez logrado esto sentía que había cumplido con su deber". En fin, con la proclamación del estado de Israel, el 14 de mayo de 1948, nuestra ya no tan pequeña Carla fue movilizada y se enroló en la fuerza aérea del recién nacido Tsahal.

Tras el servicio militar ejerció como intérprete -habla alemán, inglés, francés, hebreo y dice que entonces, en los años 40, también un muy buen español- y también como actriz, directora y productora de teatro y música clásica, al frente de la Israel's Kibbutz Chamber Orchestra. Pero esta es otra historia que quizás otro día podamos contar. Hoy Carla había venido a hablar de Andorra, "que fue para mi familia y para tantas otras un rayo de luz en una Europa negra. Negrísima". Y no se marcha antes de una última observación a cuenta de su país adoptivo: "Israel se parece algo a Andorra: los dos son pequeños pueblos rodeados de grandes vecinos. La diferencia es que a ustedes les dejan tranquilos. A nosotros no; ni un minuto. Nos acusan de todo, cuando lo único que queremos es vivir tranquilos. Uno de mis nietos tiene que cumplir pronto su servicio militar. No saben lo que eso me inquieta..."

martes, 22 de julio de 2014

Los zapadores se divierten

El historiador Claude Benet aporta luz (y datos) sobre los militares franceses descubiertos por Casimir Arajol; fueron requeridos por Baulard, el comandante de los gendarmes estacionados en Andorra durante la Guerra Civil, y tenían su base en Porte, a escasos kilómetros de la frontera.

Pues no; no vinieron al final de la Guerra Civil, como especulábamos días atrás, sino al comienzo; y lo hicieron a instancias del coronel Baulard -ya saben, el comandante de los gardes mobiles, los gendarmes que el Copríncipe francés envió hasta este rincón de Pirineo para desalentar el aventurerismo de los incontrolados, ay, que ya habían dado muestras de sus apetencencias expansionistas aprovechando el río revuelto de la guerra. Y fue exactamente el 25 de noviembre de 1936, es decir, cuatro meses después de iniciado el conflicto: Baulard sugería a sus superiores que enviaran al país (o alrededores) un destacamento de skieurs militaires para garantizar la circulación del correo postal entre Andorra y Francia. Lo dice con la boca pequeña, porque de momento es algo más que una hipótesis pero algo menos que un hecho documentado, el historiador Claude Benet, autor -seguro que lo recuerdan- de Guies, fugitius i espies y que es, con el permiso de la también historiadora Amparo Soriano (Andorra durant la Guerra Civil espanyola), la máxima autoridad sobre esta convulsa y todavía confusa época.



Arriba: cuatro de los zapadores del 28ème Génie posan en las escaleras del hotel Paulet de Escaldes, con un niño y un policía andorrano, quizás Pere Canturri; jugando distendidamente con unos gorrinos en un punto de la carretera de la Massana: el hombre de la izquierda, con americana y corbata, es sin duda un civil, lástima que quedara fuera del encuadre; sobre estas líneas, vista de Escaldes desde la habitación del hotel Paulet. Fotografías: Colección Casimir Arajol.


Retrato de grupo en la carretera de la Massana, ahora con uno de los gendarmes de Baulard (a la derecha), y otra escena doméstica desde la terraza del Paulet. Fotografías: Colección Casimir Arajol.

El caso es que, según cuenta Benet, los skieurs plantaron su cuartel general en Porte, localidad de la Cerdaña francesa justo al otro lado de la frontera andorrana -ni en Ospitalet ni en Ax, como también aventurábamos días atrás- desde donde subían y bajaban (o al revés) a bordo de sus flamantes skis y cargando con las sacas de correos. Aunque debemos pensar que los esquís los reservaban para el invierno y que hasta que las nieves cerraban el puerto de Envalira el servicio lo prestaban de forma motorizada. Una situación, ésta de calzarse los esquís para llevar de un lado a otro paquetes postales, absolutamente inédita y consecuencias directa de la situación bélica, porque España y Francia habían firmado en 1930 un convenio para facilitar precisamente el tránsito postal por el otro lado cuando la climatología impedía hacerlo por la frontera natural. Por decirlo claramente: cuando Envalira estaba cerrado, el correo francés pasaba por la frontera española, y desde aquí, hasta Puigcerdá y Bourgmadame.
Así que tenemos de un lado a los esquiadores militares de Baulard -que muy probablemente sean los que Pere Canturri recierda bajando en procesión desde el puerto y en dirección al Pas de la Casa- y de otro los militares del 28ème Génie rescatados del olvido por el bibliófilo Casimir Arajol en aquella estupenda serie de fotografías que hoy completamos con una nueva entrega inédita. ¿Se trata del mismo destacamento? Benet deja en el aire la respuesta hasta que aparezca la prueba fehaciente, quizás un registro que certifique la unidad a la que pertenecían los skieurs... Por supuesto, podremos sobrevivir unos años más sin resolver este pequeño enigma, pero, ¿no darían algo -no sé, un poquito de soberanismo, ahora que cotiza tan a la baja y a todo el mundo le sobran un par de arrobas- por dar con la respuesta? En cualquier caso, Benet especula que el nulo rastro que dejaron en la memoria colectiva andorrana -las fotografías de Arajol aparte, claro- se deba probablemente al hecho de que no estuvieron estacionados en el país sino en Porte, y a que complementaban las funciones esencialmente policíacas que ejercían los gendarmes de Baulard: "Es muy posible que los andorranos del momento no distinguieran entre unos y otros, entre gardes y soldados".
De hecho, y contrariamente a los que sosteníamos días atrás, en las fotografías que hoy reproducimos sí que encontramos escenas en que militares del 28ème Génie -si es que lo son- y gardes mobiles confraternizan relajadamente en un punto de la carretera de la Massana. Aun más: también accede a retratrse con ellos unos de los seis agentes de la Policía andorrana -Benet sugiere que se trata de Canturri, el padre de nuestro Pere: otro dato pendiente de confirmación- en este caso en las escaleras del Paulet, que en algún momento sirvió de cuartel del destacamento como prueban las imágenes tomadas desde el balcón de una de las habitaciones del hotel, con Escaldes al fondo. El historiador, en fin, ha aportado algo de luz al misterio de los zapadores. Queda por comprobar, entre otros extremos, si se trata de la misma unidad que Baulard mandó llamar, pero los indicios apuntan en esta dirección. Y falta también por confirmar cuál era exactamente esta unidad -¿el 28º regimiento de ingenieros? ¿El 28º batallón? ¿O el 28º de transmisiones?- y sobre todo hasta cuándo prestaron sus servicios de enlace postal. Tampoco estaría mal conocer el nombre de su comandante -quizás dejó un dietario de su aventura andorrana, extremos al que eran muy aficionados los militares franceses, vean el caso del mismo Baulard- y cuál fue su destino en la inminente guerra mundial. Pero si hemos llegado hasta aquí, no duden que daremos con el final de esta historia. Es cuestión de tiempo, y la verdad, después de 74 años, no viene de unos meses.

[Este artículo se publicó el 8 de julio de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

domingo, 29 de junio de 2014

El enigma de los zapadores (con un final tirando a triste)

El bibliófilo Casimir Arajol localiza una serie de fotografíes de un destacamento del cuerpo de ingenieros desplegado en Andorra probablemente a finales de los años 30; es la primera vez en que se documenta la presencia militar francesa en el país.

Sabíamos de la presencia de los gendarmes de Baulard. Y en dos tandas: el tenso verano de 1933 y durante la Guerra Civil. Ya saben: para prevenir las tentaciones anexionistas de los contendientes. Sabíamos también de las esporádicas y clandestinas incursiones de la Gestapo en los difíciles años de la II Guerra Mundial -recuerde el lector la captura de Eduard Molné y los cuatro militares polacos perpetrada en octubre de 1943- y sabíamos por Claude Benet que patrullas alemanas acostumbraban a visitarnos de estrangis, y que tenían especial querencia por la Vall d'Incles, donde da noticia de mas de un avistamiento -¡cómo si estuviéramos hablando de Ovnis! Por no hablar de los soldados de la Werhmacht que Paul Barberan, el "contrabandista feliz" rescatado del olvido por Sala Rose en El marqués y la esvástica, solía contratar como paquetaires -que es el sonoro nombre como por aquí arriba se conoce a los porteadores, especialmente cuando se dedican a contrabandear: por el paquet, el inmenso fardo que cargaban a la espalda. Ni la estupenda instantánea de Francesc Pantebre que ejerce de pórtico de este blog, con la esvástiva ondeando en el mástil de la aduana francesa del Pas de la Casa: era el 16 de enero de 1944. Y tenemos finalmente la imagen de los requetés navarros en la Farga de Moles, recién terminada la Guerra Civil, y la de los guardias civiles que Franco empaquetó hacia Andorra durante la guerra mundial para marcar bíceps. Pero nunca, jamás hasta ahora habíamos visto un destacamento militar campando alegremente y abiertamente por aquí. ¿Quiénes son, estos soldados de aquí al lado? ¿Cuándo vinieron? Y sobre todo, ¿para qué?

Estupenda instantánea del grupo de militares franceses pertenecientes al 28º regimiento de ingenieros en la aduana francesa del Pas de la Casa; el primero, el tercero (con sus galones de soldado de primera, matiza a historiadora Amparo Soriano) y el cuarto por la izquierda aparecerán en varias de las fotografías de la serie. Compárece con la imagen tomada por Francesc Pantebre el 16 de enero de 1944, con la esvástica ondeando en el mástil, que sirve de pórtico a Pirineos en Guerra. Fotografía: Colección Casimir Arajol.

Nieve, esquís y, al fondo, lo que parece en opinión de Canturri, Arajol y Lacueva el refugio de Envalira, en las primeras rampas del puerto. Fotografía: Colección Casimir Arajol.

Una cara conocida, en la carretera de la Massana, tras los túneles de Sant Antoni: a la izquierda de la imagen, la Serra de l'Honor; a la derecha, el Pui de la Massana. Fotografía: Colección Casimir Arajol.

Otro de los protagonistas habituales de la serie, en la plaza Rebés de Andorra la Vella; a la derecha de la imagen, la desaparecida terraza de Casa Rebés, que da nombre a la plaza; al fondo, la estafeta de Correos, y detrás, la Poste. Fotografía: Colección Casimir Arajol.

Los ingenieros ejercen de lo que son. O por lo menos, lo simulan: trepando por un poste de telégrafos en algún punto entre la Aldosa y Anyós, con el Casamanya al fondo. Fotografía: Colección Casimir Arajol.

Turismo cultural: en el rótulo bajo la cubierta de Sant Miquel d'Engolasters se lee: "Llac d'Engolasters". La puerta de la iglesia se encuentra hoy bajo los soportales; ésta se había abierto en 1902 y se cegó con la restauración del templo. Fotografía: Colección Casimir Arajol.

De nuevo camino de la Massana, una vez superados los túneles de Sant Antoni; pero ahora, con estos dos misteriosos figurantes que no pertenecen al grupillo de amigos que suele aparecer en las fotografías: ¿quiénes eran? Fotografía: Colección Casimir Arajol.

Ante el hotel Paulet de Escaldes, en un momento de distensión. En la fachada, entre las ventanas, puede leerse: "Hotel Paulet (Banys)". El rubio que asoma la cabeza no se ha perdido casi ninguna de las fotografías. Fotografía: Colección Casimir Arajol.

En el lago de Engolasters, probablemente el mismo día que se fotografiaron en Sant Miquel. Atención a las vías del primer término, que servían a las vagonetas de Fhasa, la eléctrica propiedad de Miguel Mateu que durante la Guerra Civil Franco amenazó con bombardear -cuenta Amparo Soriano en Andorra durant la Guerra Civil espanyola- si no cesaba de suministrar fluido a las fábricas catalanas. Fotografía: Colección Casimir Arajol.

Sobre esta fotografía no hay acuerdo: Arajol y la historiadora Lourdes López opinan que se trata del puente de Aixovall, desaparecido con las inundaciones de 1982; Canturri se decanta por el vecino puente de la Margineda, mientras que la también historiadora Ludmilla Lacueva tercia en el debate e introduce una tercera opción: el puente de la Tosca, en Escaldes. Vecino, por cierto, del hotel Paulet. Fotografía: Colección Casimir Arajol.

Este documento gráfico excepcional es uno de los últimos tesoros desenterrados por el bibliófilo y coleccionista Casimir Arajol: medio centenar de minúsculas fotografías en blanco y negro -7 por 4 centímetros- con una sola y lacónica leyenda -"28eme Génie"- y un montón de enigmas por resolver. El mayor de todos: ¿cómo es posible que no hubiera quedado constancia en ningún lado de la presencia de este destacamento francés en suelo andorrano? Es evidente que pertenecen a una unidad de ingenieros. Sí, pero, ¿a cuál? ¿Al 28º regimiento? ¿Al 28º batallón? ¿O al 28º de transmisiones? ¿Fueron destinados a Andorra durante la Guerra Civil? Si es así, ¿cuándo? ¿Al principio? ¿Ya avanzada la conflagración? ¿O más probablemente, hacia el final? Si compartieron escapada andorrana con Baulard y compañía, que no abandonaron el país hasta agosto de 1940 y a instancias de Franco, ¿por qué no aparece ningún gendarme, en las fotografías? ¿O es que quizás aparecieron por Andorra una vez terminada la Guerra Civil y cuando la mundial era todavía una drôle de guerre, la guerra de mentirijillas que terminó abruptamente en mayo de 1940 con la invasión nazi de Francia?
Hay que ver cómo son las cosas: le solicitamos al historiador Pere Canturri que eche un vistazo a las fotografías. Y resulta que el que nos responde no es el historiador sino el niño Pere, que recuerda -¡bingo!- la presencia en los estertores de la Guerra Civil de un batallón de zapadores alpinos. ¿Nuestros ingenieros? Muy probablemente, opina: de hecho, el 28º du génie, formado en 1929 y acuartelado en Montpeller, estaba adscrito a la 28ª división de infantería alpina. Así que todo cuadra. O lo parece, por lo menos.
Canturri era entonces Pere, ya se ha dicho: un niño de 4, quizás 5 años, y se le quedó clavada en la retina la imagen de una hilera de soldados que descendían esquiando desde lo alto del puerto de Envalira hacia el Pas de la Casa. ¿Y qué hacía él en el Pas, donde en los años 30 se levantaban a lo sumo media docena de cabañas de madera? Pues ayudar a su abuelo, que atendía el refugio Calones, el primero que abrió las puertas en el poblado. Iban camino de Hospitalet o, quizás, Ax-les-Thermes: "Hasta recuerdo el nombre del oficial que estaba al mando, porque se llamaba igual que yo: Pierre. Y eso a un chaval lo impresiona". Dice Canturri que debieron llegar al país hacia el final de la Guerra Civil, en un momento en que la proximidad del frente -con los nacionales presionando por la parte del Pallars- hacía poco recomendable circular por la zona fronteriza. Los ingenieros, continúa, tenían la misión de asegurar las comunicaciones con Francia. Sobre todo, el correo, que en tiempos de paz y en pleno invierno, mientras el puerto permanecía cerrado, se distribuía pasando primero por España. Con las comarcas del Pallars, el Alt Urgell y la Cerdaña convertidas en escenario bélico, Envalira se convirtió en la única puerta de entrada a Francia. Formidable, sí, pero no infranqueable, como los paquetaires habían demostrado en tiempos de paz, y como comprobarían enseguida los miles de fugitivos de la Europa ocupada por los nazis que desfilarían por Andorra durante la inmediata guerra mundial.

Tambores de guerra
No es la memoria de Canturri la única que habla; también la fotografia de aquí arriba en que se intuye a un grupo de militares en un entorno nevado y que él mismo y también Arajol identifican con el refugio de Envalira. Y la historiadora Ludmilla Lacueva, que recuerda que el refugio se abrió en 1933. Pero lo cierto es que el resto de las imágenes nos presentan a un puñado de hombres -casi siempre los mismos, con alguna variación- en escenas campestres: en Sant Miquel d'Engolasters, en el lago -atención a las vías de las vagonetas de Fhasa en primer término-, paseando por la plaza Rebés de la capital, o en la salida de los túneles de Sant Antoni, camino de la Massana. También nos los encontramos descansando ante el hotel Paulet de Escaldes -Canturri opina que estaban acantonados en Hospitalet y que iban y venían, pero que probablemente de vez en cuando hacían noche en el país: ¿por qué no en el Paulet?- y, atención, trepando por un poste de telégrafos en algún lugar entre la Aldosa y Anyòs, con el Casamanya al fondo, porque es posible, añade, que una de sus ocupaciones habituales fuera el mantenimiento y reparación de la línea.
En fin, que se les ve distendidos y sonrientes, un grupo de amigotes de excursión más que en misión militar, hecho que parece corroborar la hipótesis de que nos encontramos todavía en los meses finales de la Guerra Civil y que la mundial es una posibilidad, sí, pero todavía lo suficientemente remota como para que tengan el tiempo, las ganas y el humor de hacer turismo y pasárselo razonablemente bien. La historiadora Amparo Soriano -máxima autoridad en estos fascinantes años: Andorra durant la Guerra Civil espanyola, no se lo pierdan- comparte la hipótesis de Canturri: el caos y el interregno que precedieron y acompañaron a la derrota republicana, el fuerte despliegue militar que siguió a la victoria nacional y, sobre todo, la presión a que Franco sometió a Andorra a cuenta de los convoyes de alimentos que había hecho llegar durante la Guerra Civil -Mateu mediante- debieron aconsejar al gobierno francés que prescindiera temporalmente de la (dudosa) buena voluntad española para asegurar las comunicaciones con el país.
Desconocemos en fin cuánto tiempo se quedaron por aquí nuestros zapadores, y cuándo se marcharon para no volver. Es probable que esto ocurriera como muy tarde a mediados de 1940, con la mobilización de todos los recursos para hacer frente a la invasión alemana -y el oportunista zarpazo de Mussolini. Dicen las crónicas militares que la 28a división alpina tuvo un papel destacado y lucido en la Batalla de Francia. Y produce una cierta desazón pensar que estos muchachos de quienes no conocemos ni el nombre -solo sus caras casi adolescentes- y que posan despreocupadamente para el fotógrafo estaban a punto de marchar hacia el frente, aunque ellos todavía no lo saben. Y que el mundo que han conocido está a punto de estallar en mil pedazos. ¿Cuántos de ellos no volvieron a casa? ¿Para cuántos Andorra fue una de les últimas visiones de un mundo en (relativa) paz?

[Este artículo de publicó el 28 de junio de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

viernes, 7 de marzo de 2014

Auge y caída del secretario Soulié

Un revelador (y demoledor) informe conservado en los archivos departamentales de los Pirineos Orientales retrata la trayectoria del secretario del veguer francés entre 1943 y 1946.

Se llamaba Germain Soulié y entre junio de 1943 y 1946 ejerció como secretario de la vegueria en Andorra. El segundo de a bordo en la representación del copríncipe francés: ¡Pétain! Una posición  privilegiada que aprovechó para hacer amistades más o menos peligrosas -especialmente, entre los agentes de la Gestapo destacados en nuestro rincón de Pirineo y, ay, también entre los contrabandistas locales- y gestionarse de paso lucrativos negocios. Primero, bajo la vigilancia de los alemanes, que desde 1942 ocupaban toda Francia y que por eso habían plantado orgullosamente la esvástica en la aduana francesa del Pas de la Casa; y desde agosto de 1944, con la Liberación, por cuenta de las autoridades provisionales francesas.

Como se ve, nos encontramos ante un espectacular caso de camaleonismo y de supervivencia política que no podía terminar bien de ninguna de las maneras, porque debían ser muchos los que se la tenían jurada. De hecho, el 22 de julio de 1947 el prefecto de los Pirineos Orientales ordena al comisario de los Reinseignements Généraux en Perpiñán que prohíba la entrada en Andorra de Soulié y de las personas "que son susceptibles de acompañarlo, como su esposa, hijos y suegros". El prefecto pretende obviamente evitar que se les escabulla un trofeo de caza mayor: sospecha que el exsecretario quiere hacer mutis y abandonar discretamente el escenario. Porque Soulié, el antiguo virrey, el hombre que sobrevivió a dos regímenes y a tres veguers -Lesmartres, Barran y Degrand- y de paso se había sacado unos buenos réditos contrabandeando por aquí y por allá, ha caído finalmente en desgracia: se acerca la hora de rendir cuentas por su actuación durante la Ocupación.


Arriba, carta del prefecto de los Pirineos Orientales fechada el 22 de julio de 1947 en que le comunica a Soulié que sus salvoconductos han caducado, que no se le expedirán documentos nuevos, y que por lo tanto "parece que en estas condiciones deberá renunciar a viajar a Andorra", dice el prefecto con sibilina cortesía; abajo, comunicación con la misma fecha en que ordena al comisario de Perpiñán impedir el acceso de Soulié a Andorra por la aduana del Pas de la Casa. El tono es terminante. Fotografía: Archivo.

Así lo insinúa el expediente consagrado a nuestro hombre que se ha conservado en los archivos departamentales de los Pirineos Orientales, en Perpiñán. Un documento prolijo en detalles y fascinante no sólo porque repasa las sensacionales andanzas andorranas de Soulié durante su movido e intenso secretariado, sino porque ofrece además un suculento retrato del contexto, del ambiente y de los personajes en su mayoría turbios, tirando a oscuros, que pululaban por aquí arriba en aquellos tumultuosos años. Unos años dorados para los oportunistas, los vividores y los espavilados como el mismo Soulié.

El caso es que en junio de 1943 el gobierno de Vichy lo destina a Andorra como secretario de la vegueria. Tampoco es algo sorprendente porque Soulié venía de ejercer como "controlador principal de aduanas" -así se denominaba su cargo- en La Tor de Querol. Nada más llegar se pone manos a la obra para levantar una red de contrabando -lana, pieles, café y... wolframio- con la complicidad de los aduaneros franceses y alemanes del Pas de la Casa -a los que llegan a ofrecer los servicios sexuales de una miembro de la red- y la entusiasta participación de contrabandistas locales cuyos nombres nos ahorraremos por prudencia. Soulié tiene el buen ojo de enrolar a los agentes de la Gestapo destacados en Andorra. Que los hay, como sabemos por Viadiu, por Baldrich, por Molné y por tantos otros. Y es en este punto donde el expediente resulta especialmente revelador porque les pone nombres y apellidos y nos ofrece un sucinto retrato de tales individuos. Aquí tenemos a Marcos von Spaien, holandés con pasaporte español instalado en el hotel Mirador -adonde volveremos enseguida, palabra- y a un tal Bequi, o quizás Vecchi, de quien no se nos concreta si es italiano o croata, pero de quien sabemos que vive en Canillo donde, atención, "compró una mujer por 50.000 pesetas" (sic). El tercero en concordia es un estonio, Hallic, que por lo visto era algo así como el sicario de Vecchi.. Hay un cuarto gestapista. aparentemente francés, que pasa de puntillas por el expediente y de quien tan solo conoceremos el apellido: Trouve.

La Gestapo en Andorra
Spaien -"De quien nadie ignora la nefasta obra que hizo en Andorra durante la Ocupación" (!), dice el dosier de forma inquietante y dejándonos con las ganas de saber algo más de esta "nefasta obra"- tenía en la lista negra al director de Radio Andorra, Etienne Laffont, que por lo que parece se negaba a pagarle al señor secretario la mordida acostumbrada. Incluso instará a la Gestapo para que detengan a Laffont y lo deporten. Sin éxito. Este mismo Spaien será finalmente uno de los que saldrán peor parados de toda esta historia: el 1 de septiembre de 1944, pocas semanas después de la Liberación, un grupo de republicanos españoles lo captura en Escaldes (Andorra) y lo entrega a las nuevas autoridades francesas del Pas de la Casa. Claro que los hay que siempre caen de pie, y este Spaien era uno de ellos: tuvo la santa suerte de que los franceses lo ponen bajo custodia... del hijo mayor de Soulié, oportunamente enrolado en las Fuerzas Francesas del Interior ahora que la guerra había cambiado sin remedio de signo: "Una de aquellas coincidencias que hacían fruncir el ceño a los extranjeros y sonreír a los andorranos", concluye el expediente.

Vecchi, por su parte, conseguirá huir a la España franquista, instalándose en San Sebastián, y Hallic -cuya esposa, porque aquí también cuentan los cotilleos, se nos dice que coqueteaba con tirios y si se terciaba con troyanos bajo su complacida mirada- intenta hacerse perdonar sus pecados colaboracionistas comprometiéndose a tenderle una trampa a Vecchi, su antiguo mentor. Es la hora, en fin, del todo vale, muy lejos de los días de vino, Gestapo y contrabando con que se regalaban estupendamente en el Mirador: alcohol abundante, comilonas opíparas y, atención, señoras que se lo hacían con el primero que se ponía a tiro, alemán, francés o marciano, tal como dice Viadiu en Entre el torb i la Gestapo y contra lo que sostenían tanto Jaume Ros como Joaquim Baldrich, que atribuían estas farras a la imaginación del novelista. Pues el dosier Soulié así lo atestigua.

Pero volvamos con nuestro hombre: ¿qué ha pasado, con el señor secretario, tras el cambio de amo? Pues sobrevivir: es decir, cambiar de chaqueta sin inmutarse y conservar la secretaría, inicialmente con Barran, el primer veguer después de la Liberación, y a partir de mayo de 1945 con Degrand, "hombre honesto pero que a causa de su avanzada edad ya no podía cumplir como era debido las obligaciones del cargo". Con la consecuencia lógica de que Soulié, nominalmente sólo el secretario del veguer, "se convierte en el veguer de facto" y paradójicamente en el hombre clave del momento, a quien solicitan orientación y consejo los agentes enviados a Andorra por los diferentes servicios secretos franceses, incluido el Deuxième Bureau: ¡Soulié, el hombre de quien la venalidad, la embriaguez y las relaciones con los alemanes durante la Ocupación eran conocidas por todos"!, se exclama el redactor con cierto efecto retórico.

O no tanto, porque el hijo de Soulié aparece involucrado en la huida a través de Andorra de un tal Goosham, el jefe de la Gestapo de Foix, según el documento, que el 19 de agosto de 1944 y acompañado por un portugués instalado, ejem, en lo más alto de Andorra "régagne l'Espagne avec des quantités importantes de francs qui'il eut bien voulu échanger contre des pesetas". Por lo que respecta a la "venalidad" del personaje, repetidamente invocada a lo largo de las ocho páginas del informe, Soulié no le hacía ascos a cualquier fuente de ingresos, por humilde que fuese, incluso después de terminada la guerra y con la situación en curso de normalizarse: en fecha tan tardía como el 5 de septiembre de 1946, un camarógrafo francés que filma las instalaciones de la vegueria es testigo de la mordida de 50 pesetas que Soulié júnior, que actúa como secretario de su padre -secretario del secretario (!)- exige bajo mano por cada trámite burocrático que gestiona en las oficinas de la vegueria. Las conclusiones, en fin, no pueden ser más demoledoras: "Soulié pertenece a quien le paga, y por dinero puede traicionar tanto a unos como a otros; aceptó dinero tanto de la Gestapo como de los andorranos y ahora de los norteamericanos. No ha pagado jamás sus aperitivos, pero naturalmente no renuncia a ellos. ¿Hasta cuándo?"

Pues como mucho, hasta el 22 de julio de 1947, cuando las autoridades francesas lo ponen en su punto de mira. Y queda por aclarar un último enigma: ¿cómo y dónde terminó el antiguo colega de los nazis, el secretario que aprovechaba su cargo para lucrarse, el hombre que cambiaba de chaqueta según soplaba el viento y según de dónde venían las oportunidades de un buen pelotazo?

[Ese artículo se publicó el 7 de marzo de 2014 en El Periòdic d'Andorra]