Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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viernes, 8 de mayo de 2015

Charney: retrato de un as

Lo recuerda perfectamente aunque han transcurrido 33 años porque aquel 3 de junio de 1982 hizo campana. Por supuesto, con una buena excusa: Rafael García y sus padres, Rafael Y Ángeles, iban a asistir al entierro de Kenneth Langley Charney (Quilmes, Argentina, 1922-la Massana, Andorra, 1982). El piloto angloargentino, as de la II Guerra Mundial, acababa de fallecer y sus restos iban a ser enterrados en el nicho número 209 del cementerio de la Quera. Fue una ceremonia íntima, recuerda Rafael. Incluso demasiado íntima: apenas seis allegados, con la viuda al frente, con los García como refuerzo: ellos asistían porque desde 1978 Charney residía en la planta baja de la casa familiar, el chalet Carvajal de la Massana.

Rafael García posa en el rellano del cementerio de la Quera, en la Massana, donde el Comú ha colocado la placa en memoria de su ilustre vecino (a la derecha). Sostiene una copia de la célebre fotografía en que Ken Charney, en la cabina de su Spitfire, recibe el saludo de Pierre Clostermann, a quien tuvo bajo sus órdenes en el escuadrón 602 durante la campaña de Normandía. Fotografía: Máximus.

Mike Leonard tenía 25 años cuando conoció a Charney: eran vecinos en Soldeu, la primera llocalidad andorrana donde nuestro as residió. En 1978 se mudó al chalet Carvajal de la Massana. Con Leonard, piloto deportivo, compartió su pasión por los aviones. En la imagen, sostiene un retrato de Ken en los años de la guerra. Fotografía: Máximus.

Recreción artística del ilustrador argentino Carlos García del combate que Charney y Clostermann mantuvieron el 2 de julio de 1944 y sobre la localidad normanda de Cabourg y Lisieux con un enjambre de 40 Focke Wulff 190: nuestro hombre abatió dos cazas enemigos, en una acción por la que se fue recomppensado con la Distinguished Flying Cross. El Spitfire de Charney, en primer término. Ilustración: Carlos García.

Así que Rafael conserva un recuerdo muy vivo de aquel hombre "alto y delgadísimo, que siempre llevaba calada una gorra blanca". Un tipo taciturno, poco dado a las efusiones ni a sincerarse con extraños, y por lo visto tampoco con sus caseros: "Sabíamos que había sido piloto de combate porque tenía las paredes llenas de fotografías y condecoraciones. En cierta ocasión en que preparaba para el instituto un trabajo sobre la II Guerra Mundial quedé pasmado al encontrar en un libro una referencia a Kenneth. Naturalmente, bajé a su piso y le mostré, orgulloso, mi descubrimiento. El hombre sonrió y eso fue todo. No le gustaba evocar los viejos tiempos. Por lo menos, conmigo. Aunque es normal, porque no tenía ni quince años: ¿qué me iba a contar, a mí?"

Pero lo cierto es que no siempre fue el tipo más bien huraño de sus últimos años. Sostienen los García que experimentó un cambio radical cuando conoció a June Cherry, vecina suya en la Massana, con quien en 1980 contraería matrimonio y hoy residente en East Sussex (Inglaterra). Poco a poco, continúan, fue dejando de lado sus antiguas aficiones -el esquí, la montaña y el cámping, a bordo de una furgoneta VW T1 de color crema- así como las escapadas hivernales a Jávea (Alicante), hasta que prácticamente se recluyó en el chalet Carvajal. Así pasó sus últimos meses, hasta que un día, dice Rafael, "June subió a nuestro piso y se puso a gritar: '¡Marrrido muy infermo!' Un infarto. Se lo llevaron al hospital, y ya no volvió a casa". Días atrás revivía estos recuerdos desde el rellano del cementerio de la Quera donde el Comú de la Massana ha instalado la placa que hasta ahora estaba en el nicho 209 y que rinde tributo a Charney: ¡Rafael no lo había vuelto a pisar desde ese lejano 1982!

Morir de tedio
Rafael está naturalmente entusiasmado ante la perspectiva de la repatriación de los restos de su ilustre inquilino -bueno, de sus padres, pero no vamos a ponernos tiquismiquis: sus seis (o siete) victorias probadas, más las cinco probables que consiguió entre 1942 y 1944, enrolado en los escuadrones 185, 602 y 132 de la RAF y siempre a la carlinga del mítico Sptifire suponen un score de as -categoría que requiere por lo menos cinco victorias en el zurrón. Igualmente entusiasmado se confiesa Mike Leonard, en la época un chico de 25 años que conoció íntimamente a Charney, de quien fue vecino en su primer destino andorrana -en Soldeu, antes de  mudarse en 1978 a la Massana- y con quien compartía la pasión por la aviación: Leonard es él mismo piloto deportivo y destila un genuino interés por las operaciones aéreas de la II Guerra Mundial. Así que con él sí que compartió nuestro hombre algunos de los episodios de su biografía bélica, con dos capítulos decisivos: la defensa de Malta, a donde es enviado en 1943 y donde conseguirá tres de sus seis derribos -los tres a cuenta de sendos Macchi 202 italianos- y Normandía, donde en julio de 1944 abatió sobre Cabourg y Lisieux dos Focke Wulff alemanes, en una célebre misión en que lo acompañaba el as francés Pierre Clostermann y que les reportó sendas Distinguished Flying Cross, la máxima condecoración aérea británica.

Coincide Leonard en el carácter reservado de nuestro héroe, "pero él mismo tenía una explicación para esto: decía que había llevado una vida tan intensa, tan estimulante, pilotando cazas durante la guerra y aviones a reacción tras ella, que al jubilarse, a principios de los 70, se moría literalmente de tedio". Quizás por este motivo, aventura, se abandonó durante sus últimos años a la bebida, "algo que no es en absoluto extraño entre los pilotos de combate: pero es que era perfectamente capaz de dar cuenta de una botella de whisky, él solo y antes de comer!" De lo que no tiene la menor duda es de que Charney fue un piloto "excepcional", aunque él mismo sostuviera que muchos otros mejores que él habían caído en combate: "Pero lo cierto es que para abatir seis aviones enemigos tenías que ser bueno, muy bueno, ¡y todavía mejor para sobrevivir a cuatro años de guerra! Terminada ésta, además, conservó su plaza en la RAF -de donde se retiró en 1968, para convertirse durante un breve período en instructor de la Fuerza Aérea Saudí-  y ahí sólo se quedaban los mejores".

Leonard, en fin, se perdió el entierro de su amigo, en 1982. Lo que no se perderá por nada del mundo -él ha sido pieza clave en la investigación que ha permitido al historiador argentino Claudio Meunier localizar el nicho anónimo donde Charney fue enterrado y en la gestión de la autorización de la viuda para repatriar los restos a la Argentina- será la exhumación de los restos del piloto, que tendrá lugar el 10 de enero [de 2015]. Al día siguiente, las cenizas viajarán a Buenos Aires a bordo del Airbus del capitán Covello, para ser enterradas -esta vez, definitivamente- en una tumba del cementerio de la Chacarita. Será, ahora sí, el último vuelo de Ken Charney, el as de la Quera.

[Este artículo se publicó el 22 de diciembre de 2014 en el Diari d'Andorra]

jueves, 7 de mayo de 2015

Claudio Meunier, historiador: "La Bolsa de Falaise, en la campaña de Normandía, fue el momento estelar de Charney"

"Per ardua ad astra". Hacia las estrellas, a través de la adversidad. He aquí la sensacional divisa de la RAF, y he aquí también la leyenda que lucirá a partir del 9 de mayo la tumba de Kenneth Langley Charney (Quilmes, Argentina, 1920-La Massana, Andorra, 1982) en el sector británico del cementerio de la Chacarita, en Buenos Aires, donde será enterrado con todos los honores del as de la aviación que nuestro hombre fue. Los restos del piloto viajan hoy [12 de enero de 2015] hacia su Argentina natal, siete años después de que el historiador Claudio Meunier (Bahía Blanca, 1970) los localizara en un nicho anónimo del cementerio de la Quera, en la Massana. A partir de ahora descansaran definitivamente en casa. "Per ardua ad astra": capitán Ken, ¡qué envidia! En la conversación que transcribimos a continuación, mantenida el 10 de enero en el homenaje de despedida que el comú de la Massana le tributó a nuestro hombre, participan también el capitán Alejandro Covello, antiguo piloto de combate de la Fuerza Aérea Argentina, y Mike Leonard, quien fue vecino y amigo de Charney en sus años andorranos -además de piloto deportivo.

10 de enero de 2015: Michael Leonard, amigo de los años andorranos de Charney, conversa con el historiador Claudio Meunier y con el piloto Alejandro Covello en el cementerio de la Quera, en la Massana (Andorra), después de recoger la urna con las cenizas del aviador angloargentino. Fotografía: Máximus.
Lápida de la tumba del sector británico del cementerio de la Chacarita (Buenos Aires) donde yacen las cenizas de Kenneth L. Charney. El encabezamiento de la lápida, "Per ardua ad astra", es la sensacional divisa de la RAF; Charney se enroló en 1942, obtuvo su bautismo de fuego en julio de 1943 durante la campaña de Malta, y terminó la guerra con siete derribos confirmados y cinco probables. El rey Jorge VI le concedió la Distinguished Flying Cross, máxima condecoración del arma aérea británica, no una sino dos veces, de ahí la "bar", o banda. El sobrenombre de Caballero Negro se lo ganó en Malta por su temeraria táctica de combate. Foto: Archivo Claudio Meunier.

La tumba de Charney se encuentra a escasos 100 metros de la de Hans Langsdorff, el capitán del Graf Spee, el célebre acorazado de bolsillo. Ironías que tiene el destino.
Claudio Meunier: El sector británico de la Chacarita está al lado del alemán, donde descansan los caídos en la batalla del Río de la Plata. Pero han transcurrido 70 años y no hay rencor: angloargentinos y germanoargentinos conmemoran a sus muertos en armonía y con absoluto respeto. Al final todos son camaradas de armas. Lo mismo ocurre con los veteranos de las Malvinas, sean argentinos o británicos.

Charney es un as de la II Guerra Mundial porque abatió más de cinco aviones enemigos. Pero no queda claro si fueron seis o siete.
Claudio Meunier: Recientemente he localizado un informa de combate del piloto neozelandés Gray Stenborg. Volaron juntos en Malta y cuenta que en una misión conjunta derribaron un Messerschmitt 109. De regreso a la base, y en el momento de apuntarse la victoria, Ken le soltó: "¡A la mierda: quédesela usted!"

¿Conclusión?
Claudio Meunier: Los pilotos de combate eran así: cumplían con su deber, hacían su trabajo y no se daban importancia porque sabían que tarde o temprano les llegaría su hora, que vivían con los días contados. No acaparaban victorias para aumentar su score

Sobrevivió a cuatro años de guerra, y él mismo contaba que había visto morir a muchos pilotos que eran mejores que él. ¿Tuvo suerte?
Claudio Meunier: El Charney que llega a Malta en 1942 -a bordo del HMS Eagle, desde donde despegó sin experiencia previa en operar desde la cubierta de un portaaviones- es un piloto indudablemente novato y con escasas perspectivas de supervivencia. Pero de la veintena de pilotos que defendían la isla sólo dos salieron de ella con vida. La suerte en combate cuenta, por supuesto. Pero también la pericia, y el Ken que combate en Caen y en Normandía es un veterano con dos Distinguished Flying Cross en el zurrón. Va camino de la leyenda y lo sensato era apostar por él.
Mike Leonard: Pienso que era un piloto muy, muy bueno. Y la prueba es que tras la guerra permaneció en la RAF, algo que sólo lograban los mejores.

¿Es el más letal de los pilotos argentinos de la guerra?
Claudio Meunier: Este honor es para Eric Norman Woods, que ants de desaparecer en 1944 sobre el Adriático sumó 17 victorias. Por otra parte, en el Imperial War Museum de Londres se conservan filmaciones tomadas desde el avión -una cámara instalada en el morro se activaba automáticamente cuando el piloto disparaba el cañón- y resulta que tenemos documentadas 38 misiones de Charney. Hay que estudiarlas, y es posible que aparezcan nuevas victorias que hasta ahora no teníamos contabilizadas.

¿Cuántos veteranos angloargentinos quedan con vida?
Claudio Meunier: En 2004, cuando publiqué Alas de trueno -donde recogía la trayectoria de los 880 argentinos enrolados en las fueras aéreas aliadas- quedaban una veintena. Hoy, sólo uno: Ronald Scott, que tiene 97 años y que voló en el 838 escuadrón. Y que asistirá a la ceremonia del 9 de mayo.

Piere Clostermann, el gran as francés -además de íntimo de Charney: lo saca en su Gran circo- abatió 23 aviones enemigos; el récord absoluto de la guerra lo tiene el piloto alemán Eric Hartmann, con... ¡353! Las seis (o siete) de nuestro Ken le pueden saber a alguien a poco.
Claudio Meunier: Los aliados, sobre todo en los primeros años, cuando perdían la guerra, necesitaban saber por que y llevaban una estadística rigurosa; Hitler, en cambio, necesitaba héroes; la Luftwafe no hacía estadísticas, sino propaganda. Por otra parte, no era lo mismo combatir en el frente del Este, donde los alemanes consiguieron centenares de victorias, que en el del Oeste.

¿A qué se debe el sobrenombre de El Caballero Negro que Charney se ganó en Malta?
Claudio Meunier: A la nueva doctrina de combate que él y su compañero Alfred Ogilvie idearon: consistía en atacar de frente, con rumbo de colisión, a las formaciones cerradas de bombarderos enemigos, como los caballeros medievales que se enfrentaban en un torneo. Para evitar el impacto, los aviones enemigos acababan rompiendo la formación, dispersándose y convirtiéndose en un blanco fácil para los cazas. Ea el momento en que el resto del escuadrón aprovechaba para lanzarse a por el enemigo. Por supuesto, hacían falta grandes dosis de sangre fría, y por lo visto Ken la tenía.
Alejandro Covello: Se trataba de ver quién aflojaba primero. Un clásico de la aviación de combate.

Comparado con sus enemigos -el Macchi 202 italiano, y los Me 109 y Focke Wulff 190 alemanes- el Spitfire de Charney, ¿era una máquina superior?
Claudio Meunier: La guerra también se libró en el campo de batalla tecnológico: los británicos fabricaron una veintena de versiones del Spitfire. Más que superior, requería una habilidades diferentes, y una manera diferente de pilotar: los cazas alemanes atacaban en picado, disparaban y salían pitando; el Spitfire, en cambio, aprovechaba el excelente comportamiento en los virajes que le confería su ala  llevar al enemigo a su terreno: si el Me 109 picaba el anzuelo, estaba frito.
Mike Leonard: Los últimos modelos del Spitfire tenían hasta 3.000 CV de potencia. Una barbaridad. Hubo pilotos que tras la guerra intentaron pilotarlos y se estrellaron porque era una máquina especialmente caprichosa, sobre todo al despegar y al aterrizar. Como el Mersserscmitt, por otra parte.
Alejandro Covello: Durante la Batalla de Inglaterra, por lo visto un día Goring se acercó a Galland, otro de los grandes ases alemanes, muy desmoralizado por las enormes pérdidas de la Luftwaffe. "¿Qué necesitas?", le preguntó. Y Galland respondió: "Un escuadrón de Spitfires".

En 1945 fue transferido al Pacífico, pero no llegó a entrar en combate: ¿cuáles hubieran sido sus prestaciones ante los Zero japoneses?
Claudio Meunier: A aquellas alturas de la guerra las fuerzas aéreas niponas prácticamente habían dejado de existir. He entrevistado a veteranos del Pacífico que cuentan que podían transcurrir semanas enteras sin divisar un solo aparato enemigo. En cualquier caso, Ken formaba parte del primer escuadrón que llegó a Hong Kong, a bordo del portaaviones HMS Smiter.
Mike Leonard: Cuentan también que los Zero que intentaban seguir los virajes del Spitfire rompían las alas: no podían resistirlo.

Su historial de guerra incluye Malta y Normandía, raids sobre las rampas de lanzamiento de las V-1, y la célebre misión sobre Casen en que abatió con Clostermann cinco aviones alemanes. ¿Con cuál se queda usted?
Claudio Meunier: El momento estelar de Ken en la II Guerra Mundial fue la Bolsa de Falaise, en agosto de 1944. Él fue el primero en localizar lo que quedaba del VII Ejército pánzer en retirada, intentando huir de la ratonera en que se había convertido Normandía. Fue él quien dio la voz de alarma - "Envíen toda la fuerza aérea", fue su mensaje por radio. Los aliados destruyeron en aquella acción centenar y medio de blindados alemanes. Fue un golpe decisivo de la campaña, que allanó el camino hacia París.

Charney falleció en junio 1982, en el momento álgido de la guerra de las Malvinas. ¿Cómo cree que encajó aquel conflicto?
Claudio Meunier: Algunos compañeros de Ken, veteranos como él de la II Guerra Mundial -pienso en Wittinghton y en Harvey- se ofrecieron para volar con la fuerza aérea argentina. Otros quemaron su pasaporte y sus condecoraciones británicas. No sé lo que Ken hubiera hecho, ni lo que pensó, por supuesto. Pero probablemente hubiera dicho algo así como: "¡Mierda de guerra! Vayamos a tomar un whisky".

Nació en Quilmes, vivió en Bahía Blanca y lo entierran en Buenos Aires. ¿Por qué?
Claudio Meunier: También vivió en Buenos Aires, y en Rosario. Lo iban echando de todos los internados, porque por lo visto era un estudiante especialmente rebelde. Lo apodaban El Indio, que es como en Argentina llamamos a los tipos indomables.
Mike Leonard: Es curiosoque un tipo tan indisciplinado como Ken se enrolara en la RAF e hiciera carrera. Sus primeros meses debieron ser para él un auténtico suplicio.
Alejandro Covello: Esta querencia por la indisciplina es un rasgo de carácter muy común entre los pilotos de combate. Por otra parte, la comunidad británica tiene su centro en Buenos Aires, donde la comunidad inglesa tiene mucha presencia y mucha actividad. Era el lugar ideal para preservar su memoria.

¿Es fácil, disparar contra otro avión?
Alejandro Covello: Es algo instintivo. Cuando estás en el aire apenas hay tiempo para pensar. Si te agarra una turbulencia lo correcto, lo sensato y lo que te sale por instinto es responder tal como te has entrenado a hacer.

La viuda de Charney, June, ¿nunca propuso repatriar los restos de Ken a Inglaterra, a Sussex, donde ella vive?
Claudio Meunier: Jamás. Siempre estuvo de acuerdo con la idea de devolverlo a la Argentina.
Mike Leonard: Creo que también tiene un memorial en la capilla de Saint Clementines, donde se recuerda a todos los caídos de la RAF.

Oficialmente murió de un ataque al corazón. Pero existe la sospecha de que falleció a consecuencia de un cáncer que pudo tener su origen en las pruebas atómicas en Christmas, en el Pacífico, que tuvieron lugar durante su servicio en la isla.
Claudio Meunier: Esto es lo que sostiene su viuda, June. Por otra parte, se ve que dio bastante la tabarra a sus superiores porque empezó a cuestionar las pruebas: decía que comprometían la supervivencia de las formaciones coralinas que rodean la isla.
Mike Leonard: Un tío de mi esposa estuvo también destinado en Christmas y murió de cáncer a los 39 años. Es posible que recibieran altas dosis de radiación.

¿Pilotó siempre cazas, Charney? ¿Nunca lo hizo a bordo de bombarderos?
Claudio Meunier: El piloto de caza es un ser especial, individualista, que esta acostumbrado a volar solo y a solucionar por sí mismo los problemas que van surgiendo. Por otra parte, una de las primeras decisiones que se toman en una escuela de vuelo es el destino de los candidatos según sus cualidades: los hay que claramente no serán buenos pilotos, pero en cambio apuntan a artilleros, navegantes, ingenieros de vuelo...
Alejandro Covello: La verdad es que los que tienen mejores condiciones van a la aviación de caza. Y el resto, a bombarderos. Además de habilidad, el piloto de caza necesita ese plus de agresividad que es fundamental para este oficio. El piloto de bombardero está entrenado para despegar, volar cuatro horas -o las que haga falta- hasta el objetivo-, esquivar a los cazas enemigos y el fuego antiaéreo, soltar su carga de bombas y regresar a casa. El piloto de caza es todo lo contrario: básicamente, un depredador.

[Esta entrevista se publicó de forma muy resumida el 12 de enero el 2015 en el Diari d'Andorra]




sábado, 31 de enero de 2015

Charney: misión cumplida

El aviador angloargentino Ken Charney será enterado el 9 de mayo en el cementerio la Chacarita de Buenos Aires. El historiador Claudio Meunier, artífice de la repatriación de los restos del as de la II Guerra Mundial, recogió ayer la urna con las cenizas y le rindió un último homenaje en la Quero, el camposanto de la Massana (Andorra) donde han reposado desde el fallecimiento de Charney, en 1982.

La escena tuvo lugar ayer, sábado, a primerísima hora de la mañana y en medio de una inusual expectación. Inusual por el lugar y por el cometido, ya verán. El historiador argentino Claudio Meunier firmaba la documentación y recogía en una funeraria de la localidad de Escaldes la urna con las cenizas de Kenneth Langley Charney (Quilmes, Argentina, 1920-la Massana, 1982), cuyos restos habían sido incincerados el día anterior. Sólo quedaban dos detalles y habría culminado un apasionante ejercicio de memoria histórica de la de verdad, iniciado hace una década: subir hasta el cementerio de la Quera, en la Massana -donde los restos del piloto angloargentino descansaron durante 23 años y hasta el viernes- para rendirle un último homenaje -en un gesto que la comitiva argentina cumplimentó ayer mismo- y volver a cruzar el Atlántico en el Airbus que pilota el capitán Alejandro Covello, compañero de idor en esta misión y, por cierto, antiguo piloto de combate de la Fuerza Aérea Argentina. Piloto de Pucara, el célebre avión de ataque a tierra del que supimos por vez primera durante la guerra de las Malvinas. A Covello le fue de poco, pero no llegó a combatir en ella.

Charney, el primero por la izquierda, recibe el saludo del duque de Edimburgo. Fotografía: Archivo familia García (la Massana).

Charney posa en la carlinga de un reactor, probablemente un Meteor. Fotografía: Archivo familia García (la Massana). 

Firma autógrafa de Charney en las guardas de un libro sobre la II Guerra Mundial que hoy conserva la familia García, en cuyo chaletde la Massana vivió el piloto sus últimos años. Fotografía: Máximus.

Pero esta es otra historia. Será mañana cuando Meunier i el capitán Covello vuelen de regreso junto con el teniente Charney. El martes aterrizarán en Buenos Aires y culminará así un episodio que empezó en junio de 2005 cuando el Diari d'Andorra recogió el interés del historiador por contactar con amigos y conocidos andorranos del difunto Charney, as de la Segunda Guerra Mundial -siete aviones del Eje abatidos y dos Distinguished Flying Cross en su haber: la historia la hemos contado aquí mismo en otras ocasiones- que se había instalado a mediados de los 70 en Soldeu. Meunier pretendía reconstruir los años andorranos de Charney, un vacío en su biografía, y ha removido durante el último decenio cielo y tierra hasta conseguir la repatriación de los restos a su Argentina natal.

"Siempre tuve la convicción de que nos saldríamos con la nuestra", decía ayer con legítimo orgullo. El último obstáculo fue la autorización de la viuda, June Cherry, residente en Eastbourne (Inglaterra), requisito indispensable para la exhumación, cremación y traslado de los restos. El "sí" definitivo que abría de par en par las puertas a la Operación Charney llegó a finales de diciembre y de forma algo rocambolesca, a través de un conocido de Michael Leonard, amigo de los años andorranos del piloto, vecino a su vez de June. Rápidamente Meunier puso manos a la obra. Insiste el historiador que esta es una gesta colectiva en que él ha actuado simplemente como catalizador, concitando las complicidades del comú de la Massana, que habilitó una subvención para hacer frente al alquiler impagado del nicho donde yacía Charney y evitar el deshaucio; del mismo Leonard, decisivo a la hora de localizar la tumba del piloto y de gestionar el "sí" de la viuda; del capitán Covello, que ha facilitado el viaje transoceánico de regreso a casa a bordo de su Airbus, y del Consejo de residentes británicos en Argentina, que ha abonado los 1.200 euros de la factura de la funeraria. Todos unidos para hacer posible el final feliz, el final redondo de esta historia, que tendrá lugar el 9 de mayo en el sector británico del cementerio de la Chacarita, en Buenos Aires: "Que Ken vuelva finalmente a casa es culpa de todos los que durante estos diez años nos han ayudado de forma desinteresada a llega hasta aquí".

Se trataba, dice Meunier, de darle un adiós "digno de un hombre con ideales, que luchó por la libertad de todos sin pedir nada a cambio, y que participó activamente en la victoria aliada. Teníamos el deber moral de reconocérselo y evitar que esta historia se perdiera". Se trataba también, continúa, de demostrar que hubo ciudadanos argentinos comprometidos con la lucha por la democracia, para contrarrestar "cierta leyenda que define a Argentina con un país germanófilo". Charney -esto es cosa sabida- se enroló en la RAF y participó, en fin, en las campañas de Malta y Normandía. A diferencia de la mayoría de sus compañeros de armas -de los veinte pilotos destinados a Malta, recuerda Meunier, solo sobrevivieron dos- él sobrevivió a la guerra... después de 350 misiones de combate y un puñado de incidencias que hemos recordado aquí mismo en otras ocaciones. Sobrevivió, sí, pero tocado, como cuenta Pierre Clostermann, el as francés que sirvió a sus órdenes en el escuadrón 602 de la RAF, en sus memorias de guerra, Le grand cirque.

Y más aun cuando se jubiló, en 1973 y después de 40 años de servicio. Se convirtió en un hombre taciturno, dice el historiador y corroboran los que le conocieron en esta última, algo penosa etapa -Leonard, otra vez, y la familia García, que lo tuvo de inquilino en su chalet Carvajal de la Massana- incapaz de darle un sentido a su nueva condición de civil. Murió el 3 de junio de 1982, oficialmente a consecuencia de un ataque de corazón. Y su memoria ha estado a punto, muy a punto de perderse. El 9 de mayo, en la Chacarita, enterarán también un pedacito de Andorra: en la caja -coffin, dice Meunier- depositarán la maqueta en miniatura de un Spitfire que los últimos tiempos apareció en el nicho de la Quera. Y también una botella de whisky, el elixir de los pilotos de combate, dice Covello. Y no vamos nosotros a contradecirlo. Que la tierra le sea leve, Ken: misión cumplida.

[Este artículo de publicó el 11 de enero de 2015 en el Diari d'Andorra]


jueves, 16 de enero de 2014

El as que recuperó el nombre (el caso Charney III)

La Massana identifica la tumba hasta ahora anónima de Ken Charney, aviador angloargentino y as de la II Guerra Mundial

A veces, el ejercicio del periodismo depara pequeñas, íntimas satisfacciones personales como la que motiva este artículo. Verán: un par de años atrás, en noviembre de 2008, El Periòdic d'Andorra recogía en un reportaje titulado El héroe sin nombre del nicho 209 el tristísimo destino de los restos de Kenneth Langley Charney (Quilmes, Argentina, 1920-la Massana, 1982), olvidados en una tumba anónima del cementerio del Bosc de la Quera, en la Massana (Andorra). El historiador argentino Claudio Meunier -autor de Alas de trueno y Nacidos con honor, donde recoge las peripecias de sus paisanos enrolados en las fuerzas aéreas aliadas durante la II Guera Mundial- las había localizado en este rincón, después de años de pesquisas y de que incluso la familia de Charney hubiera dado sus restos por perdidos.



La tumba de Charney en el cementerio de la Quera, antes (arriba) y después de que el Comú de la Massana identificara con una humilde lápida a su ilustre inquilino. La fecha de nacimiento de Charney es errónea: vino al mundo en 1920, no en 1902. Fotografía: El Periòdic d'Andorra.


Pues no. No estaban perdidos sino simplemente olvidados y, eso sí, en peligro inminente de deshaucio porque el alquiler del nicho se dejó de pagar en 1988 y durante todo este tiempo se había acumulado una deuda de 1.291 euros. Y ya se sabe que no le puedes ir a la burocracia con romanticismos. O sí, aunque sólo sea por una vez, porque a raíz del reportaje el Comú de la Massana contactó con Meunier, comprobó los datos y en verano pasado [2010] la corporación acordó colocar en el nicho 209 una modesta lápida -"Aquí va ser enterrat Kenneth Langley Charney, heroi de la II Guerra Mundial"- que honra la memoria de su ilustre inquilino. Meunier, además, se ha asegurado de que Cahrney acabe, glups, en el osario mientras reúne los cerca de 11.000 euros que, calcula, le permitirían saldar deudas y repatriarlo a la Argentina, donde según la viuda de Ken -nos permitiremos llamarle por su nombre- nuestro hombre había manifestado en vida la voluntad de ser inhumado.
El final redondo de esta historia será por lo tanto una tumba como dios manda en el cementerio de Bahía Blanca, la ciudad donde vivió hasta los 13 años y donde, gracias a la profesión de su padre -ejecutivo de la compañía Anglo Mexican Petroleum- conoció a pioneros de la aviación como Antoine de Saint Éxupéry -el autor, ya saben, de Vuelo de noche y El principito, y piloto celebérrimo entonces enrolado en la línea postal que operaba en la Patagonia. Así que nuestro Ken parecía predestinado a una vida aérea. Y lo consiguió al estallar la II Guerra Mundial: él fue unos de los cerca de 4.000 ciudadanos argentinos que se alistaron en los ejércitos aliados. Charney lo hizo en la RAF, la fuerza aérea británica, y a finales de 1943 inició su periplo bélico en la defensa de Malta. Fue aquí donde consiguió la primera de las siete victorias -con el derribo de un Macchi 202 italiano: es la guerra- que coleccionó hasta 1945. Es verdad que no son las 12 de Chuck Yeager, pero en cualqiuer caso son suficientes para entrar en el olimpo de los ases -que requiere un mínimo de cinco aviones abatidos; enemigos, claro- y lo convierten en el más letalmente eficaz de los pilotos argentinos que tomaron parte en la guerra. Y si Yeager combatió a la cabina de un Mustang P-51, el formidable caza norteamericano que se enfrentó con éxito a los Focke-Wulff alemanes, no menos mítioco es el Spitfire de Charney, el auténtico héroe de la Batalla de Inglaterra.


Charney posa en 1944 con su Spitfire, bautizado con el nombre de Jean en honor a su novia de entonces. Fotografía. Archivo Claudio Meunier.

Estrés bélico
En Malta se ganó el sobrenombre de Caballero Negro por su temeraria táctica de combate, que consistía en atacar de frente los escuadrones de bombarderos alemanes para provocar la desbandada y proceder a eliminarlos uno a uno. Una versión aérea del clásico a ver quién se aparta primero. Pero su momento de mayor gloria militar la vivió en 1944 sobre los cielos de Normandía, donde tuvo a sus órdenes -atención- a Pierre Clostermann, el gran as francés -23 victorias en sus alas, casi nada- y donde fue el primer piloto aliado que descubrió lo que quedaba del VII Ejército pánzer en retirada, una acción célebre que ha pasado a los libros de historia -y a Call of Duty- con el nombre de Bolsa de Falaise. Charney desfiló a lo largo de la guerra por los escuadrones 185, 602 y 132 de la RAF. Y con este último fue tranferido al Pacífico en diciembre de 1944 y estacionado en Sri Lanka -entonces, Ceilán- a la espera de la orden para invadir Malasia. Pero no llegó a entrar en combate contra Japón. Al final de la guerra entra al servicio de Lord Mountbatten, el último virrey de la India, y reingresa inmediatamente en la carrera militar, que abandona en 1970. Después de un breve período como instructor de la fuerza aérea saudí, se establece en España y a mediados de los 70 recala definitivamente en Andorra -primero en Soldeu, luego en la Massana- con June Cherry, con quien se casaría en 1980 y a quien Meunier ha localizado por fin en el condado de East Sussex, en el suroeste de Inglaterra.
La experiencia béñlica lo dejó profundamente tocado -de hecho, su primera mujer, con quien no llegó a contraer matrimonio y con quien tuvo dos hijas, lo abandonó en 1945- y según recordaba en 2008 Michael Leonard, que lo trató de cerca en sus años andorranos, "nunca fue capaz de adaptarse a la vida civil: decía que durante la guerra había vivido 50 vidas, se lo veía cansado y hastiado". Meunier aún va un poco más allá: "Al final de su vida se abandonó al alcohol y murió de cáncer en 1982, probablemente a causa de las radiaciones procedentes de las pruebas nucleares de 1959 en la isla de Christmas, que presenció. Murió solo y en la pobreza, y ningún fammiliar asistió al entierro".
De hecho, y según el Comú, June se marchó del país sin pagar siquiera los servicios funerarios. Añade Meunier que para sobrevivir acabó vendiendo las condecoraciones militares de Ken, incluida la Distinguished Flying Cross (DFC), la máxima distinción de larma aérea británica, que recibió en dos ocasiones. Así que podemos considerar casi un milagro que sus restos hayan resistido hasta hoy en el nicho 209 de la Quera. "Es una lástima que una vida tan intensa acabe de manera tan triste y anónima", remataba Leonard dos años atrás. La rara sensibilidad que ha mostrado en este asuntop el Comú de la Massana le restituye mínimamente el lugar que le corresponde en nuestra memoria colectiva, tan escasa en héroes de verdad, y hace justicia ni que sea póstuma a unos de los hombres que contribuyeron con hechos -y no con mera retórica- a la derrota del nazismo en Europa.

[Este artículo se publicó el 18 de octubre de 2010 en El Periòdic d'Andorra]

miércoles, 15 de enero de 2014

El héroe sin nombre del nicho 209 (el caso Charney II)

El historiador argentino Claudio Meunier localiza en una tumba anónima del cementerio de la Massana los restos de Ken Charney; el piloto, as de la aviación aliada de la II Guerra Mundial, murió en 1982

Esta historia tiene un final triste. Tristísimo, porque acaba en un nicho con número pero sin nombre del cementerio de la Massana: el 209. En esta tumba sin lápida, cubierta solo por una gris capa de cemento, descansan los restos de Kenneth Langley Charney (Quilmes, Argentina, 1920-la Massana, Andorra, 1982), piloto angloargentino y as de la aviación aliada de la II Guerra Mundial, doblemente condecorado por el rey Jorge con la Distinguished Flying Cross -la máxima condecoración del arma aérea británica- y con una hoja de servicios que incluye siete aviones del Eje abatidos, cuatro más probables, y otros cinco dañados. Vale: no son las 352 vistorias de Hartmann, pero tampoco nos pondremos ahora exquisitos. Unas cifras, en fin, que lo convierten si no en e lmejor, por lo menos en el más letal de los cerca de 800 pilotos angloargentinos que se enrolaron en las fuerzas aéreas aliadas. El historiador Claudio Meunier, paisano de nuestro Charney, había reconstruido su azarosa carrera en Alas de trueno: sabía que a mediados de los años 70 se instaló en Soldeu, Andorra, con June Cherry, que en 1980 se convertiría en su esposa, y que había fallecido de cáncer el 3 de junio de 1982. Pero ignoraba el destino de sus restos. La oportuna aparición en escena de Michael Leonard, amigo de los años andorranos de Charney, permitió estrechar el cerco hasta que el Comú de la Massana confirmó la cruda realidad: Ken es el anónimo inquilino de la tumba número 209 del cementerio comunal de la Quera. Un inquilino en riesgo de deshaucio, porque el impago del alquiler de la tumba desde 1988 ha generado una deuda de 1.291 euros que Meunier pretende cubrir a fuerza de aportaciones voluntarias, a la vez que repatriar el cuerpo -o lo que queda de él- para enterrarlo en el cementerio de Bahía Blanca, la ciudad argentina donde el futuro piloto se crió y donde cocnoció a pioneros de la aviación como Saint Éxupéry, Jaen Mermoz y Paul Vachet.

Retrato de Charney con su uniforme de la RAF tomado durante la II Guerra Mundial. Fotografía: Archivo Claudio Meunier.
Esta es la historia que Meunier ha reconstruido pacientemente y que en verano verá la luz en forma de libro (Nacidos con honor) y documental (Voluntarios). Una historia teñida de épica que arranca a principios de 1942, cuando Charney se embarca en el transporte Highland Monarch con destino a la Gran Bretaña y con el objetivo de enrolarse en la Royal Air Force. Lo conseguirá, y hasta el final de la guerra volará en cerca de 300 misiones de combate integrado en los escuadrones 91, 185, 602 y 132 de la RAF, y siempre a la cabina de un Spitfire, el más célebre de los cazas aliados. Su carrera bélica tiene tres hitos ineludibles: el primero, la defensa de Malta, donde cazó su primera victoria -un Macchi 202 italiano, abatido el 1 de julio de 1943, y donde se ganó el sobrenombre del Caballero Negro, por la temeraria táctica consistente en atacar a los aviones enemigos de frente, como cargaban los caballeros medievales.

La Bolsa de Falaise
En junio de 1944 lo encontramos en Normandía, protegiendo las cabezas de playa aliadas: ya saben, Utah, Omaha, Sword y todos esos nombres hoy míticos. El 2 de julio protagoniza al lado de Pierre Clostermann -el as francés da cuenta del episodio en El Gran Circo, su autobiografía- un épico combate con un escuadrón de Focke-Wulff alemanes, y el 7 de agosto descubre las columnas blindadas nazis retirándose de la Bolsa de Falaise y lanza su célebre aviso por la radio: "¡Envíen a toda la Fuerza Aérea!" El resultado fue la destrucción de un centenar y medio de tanques del V Ejército Pánzer. Casi nada. En diciembre, Charney y todo el escuadrón 132 es transferido al teatro del Pacífico a bordo del HMS Smitter, pero el fin de la guerra le impedirá entrar en combate contra el Japón.
Se acaba aquí el periplo bélico del piloto. Seguirá enrolado en la RAF hasta 1970, pero antes de recalar en Soldeu aún tendrá tiempo de protagonizar un último e insólito capítulo como instructor de la Fuerza Aérea Saudí, nada menos.

Los restos de Charney descansan desde 1982 en el nicho número 209 del cementerio de la Quera, según ha confirmado el Comú de la Massana.Fotografía: El Periòdic d'Andorra.
El Charney que se instala en Andorra es ya un hombre tocadísimo: "Nunca fue capaz de adaptarse a la vida civil. Decía que entre 1942 y 1945 había vivido 50 vidas. Se lo veía cansado y hastiado", recuerda Leonard. A lo que hay que añadir el estrés de guerra que, dice Meunier, lo acabó separando de su primera mujer, Pamela Forster, con quien no se llegó a casar pero con quien tuvo dos hijas que hoy viven en los EEUU: "Al final sentía la pena inmensa de no haberse podido reunir con ellas, porque la madre se casó cun un diplomático norteamericano, cambió su nombre de soltera y les perdió la pista". Su segunda y última mujer, June, se marchó de Andorra tan deprisa que ni le puso nombre a la tumba. Su pista se pierde en Durban (África del Sur), de donde parece que era originaria. "Es una auténtica lástima que una vida tan intensa acabe de manera tan triste y anónima", se lamenta Meunier. La burocracia amenaza hoy con borrar la última huella del héroe anónimo del nicho 209. Sería una lástima que el mismo Comú que ha homenajeado justamente a los pasadores del Palanques se desentendiera ahora del destin de tan ilustre vecino.

[Este artículo se publicó el 10 de noviembre de 2008 en El Periòdic d'Andorra]