Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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domingo, 6 de abril de 2014

Boquica: el escupitajo del infierno

Historia de un bandolero: la literatura romántica convirtió Josep Pujol en el prototipo de bandolero sanguinario de la Guerra del Francés. Pero, ¿fue realmente Boquica el bandido, violador, asesino y -encima- traidor afrancesado que cuenta la crónica negra decimonónica?

Robaba, secuestraba, violaba, torturaba a sus víctimas con suplicios refinadísimos y las asesinaba a sangre fría: al payés que se resistía a entregarle su peculio, lo ataba a la cama y le prendía fuego; si una mujer se resistía a sus intentos de seducción, no tenía escrúpulos en cortarle los pechos, ni de aplicar hierro candente a la espalda del humilde y temerario mosén que se atrevía a recriminarle su fulgurante carrera. No le tembló el pulso ni a la hora de quemar el pueblo donde nació, Besalú (Gerona), en represalia por la muerte de su hijo, envenenado con sal (!?) en la pila baptismal de la iglesia parroquial. Y todas estas fechorías, auténticas o apócrifas, las perpetró entre 1810 y 1814, cuando sirvió a las órdenes de los ejércitos franceses que ocupaban Cataluña y como comandante de un batallón de miqueletes que aterrorizaban no sólo las comarcas fronterizas del norte del Principado sino incluso el llano de Barcelona, hasta donde tuvo de ensayar una escapada para arrasar el convento de los Trinitarios. Con los frailes dentro, siguiendo en este punto una tradición muy barcelonesa aunque él fuera de tierra adentro.


Portada de José Pujol (a) Boquica, gefe de bandidos, versión en castellano de la novela del escritor rosellonés Jacques Arago (París, 1840) que dio carta de naturaleza al mito Boquica.
Boquica, según un grabado de la novela de Arago, con su vestuario de combate. Grabado: José Pujol (a) Boquica.
Partida de bautismo de Josep Pujol, nacido el 26 de septiembre de 1778 en Besalú, hijo de Pau Pujol, "traginer" -y de quien heredó el alias- y de Francisca Pujol y Barraca, y bautizado al día siguiente en la iglesia de San Vicente. Fue el cuarto de ocho hermano. Fotografia: Máximus.
En primer término, el número 19 de la calle Vilarrobau de Besalú, casa familiar de la familia Pujol. Fotografía: Máximus.
Combate entre tropas francesas y guerrilleros locales en las afueras de Besalú, según un grabado de Jean-Charles Langlois, oficial destinado en 1811 a la Península, donde sirvió a las órdenes del mariscal Saint Cyr; ¿coincidieron en alguna ocasión, los caminos de Langlois i de Boquica? Grabado: Voyage pittoresque et militaire en Espagne (París, 1826).
Acta de matrimonio de Josep Pujol y Maria Cruzet, celebrado el 25 de mayo de 1800; Maria era hija de Josep Cruzet, carretero como los Pujol, y de Narcisa Cortada. Fotografía: Máximus.
Vista idealizada de Besalú a mediados del siglo XIX.
Boquica, con el uniforme de miquelete al servicio del ejército francés. Grabado: José Pujol (a) Boquica.
Can Maholà, caserío de la localidad de Beuda, Gerona, donde el 5 de abril de 1814 el Barceloní, uno de los miembros de la partida de Boquica, asesinó a Ramon Maolà, el heredero de la casa, por negarse a satisfacer los 50 doblones que le exigían. Es la única fechoría de la que ha quedado prueba documental, y como se ve tampoco se le puede atribuir a él personalmente. Fotografía: Máximus.
Boquica se exilió a Perpiñán tras la derrota napoleónica, pero fue entregado en 1815 por las nuevas autoridades francesas. Juzgado y condenado a muerte, fue ejecutado en los fosos del castillo de San Fernando, en Figueras, el 23 de agosto de 1815; al día siguiente fue enterrado en el cementerio de la iglesia de San Pedro, en Besalú, su localidad natal. Grabado: José Pujol (a) Boquica.


Impresionante hoja de servicios la que presenta Josep Pujol, alias Boquica, carretero de oficio que ha pasado a la crónica negra del siglo XIX catalán como el prototipo del bandolero sanguinario que prosperó en el caos de la Guerra de la Independencia (1808-1814) y a la sombra de las tropas napoleónicas desplazadas a la península. Tanta maldad no podía acabar en otro lugar que en el patíbulo, y para que la historia tenga un final convenientemente ejemplarizante, Boquica terminó sus días ahorcado en los fosos del castillo de San Fernando de Figueras (Gerona). Fue el 23 de agosto de 1815, en uno de los escasos episodios fehacientemente documentados en la atribulada biografía de nuestro hombre.

Con estos antecedentes, no es extraño que el historiador olotense Ramon Llongarriu lo bautizara con el sonoro apelativo de "renec de l'infern" -el insulto del infierno- ni que su nombre quedara grabado en la memoria colectiva como la encarnación del mal, especialmente en las comarcas que fueron escenario de sus gestas: a comienzos de siglo XX, "ets més dolent que en Boquica" -"Eres peor que Boquica"- era un reproche habitual en la zona del Ampurdán, según el historiador Carlos Rahola. Y la Gran Enciclopèdia Catalana lo reconsagra de forma inapelable como uno de los grandes campeones de nuestra crónica negra.
Esta es la etiqueta que le han colgado la mayoría de los historiadores que se han interesado en su carrera.

Una etiqueta que tiene padre y también madre. Josep Riu, paisano de Boquica y que prepara una biografía sobre el personaje- les pone nombre y apellidos: uno es Jacques Arago, escritor rosellonés autor de Jose Pujol, chef de miquelets (1840), la novela fundacional del mito Boquica; el otro, el historiador barcelonés Víctor Balaguer y su Historia de Cataluña y de la Corona de Aragón. "La conversión de Boquica en un bandido, en un criminal sádico, responde a las tendencias historiográficas de mediados del siglo XIX, cuando lo que se pretendía era construir una historia nacional [española] e reinterpretar el pasado en términos de héroes y traidores y sin matices". Un deporte, en fin, muy familiar en la Cataluña del siglo XXI. Entre los canonizados se encuentran Álvarez de Castro, defensor de la inmortal Gerona, o el barón de Eroles, comandante de las fuerzas patriotas en el Ampurdán, aparte de absolutista recalcitrante: "A Boquica le tocó en el reparto el papel de villano, y parece que a todo el mundo le ha parecido bien", concluye.

Boquica volverá
Riu se ha pateado los archivos comarcales de la Garrotxa, el Alto Ampurdán, el Ripollès y el Pla de l'Estany para reconstruir la biografía del Pujol miquelet y encontrar las pruebas de sus supuestos crímenes. El resultado de sus pesquisas es sorprendente: ni asaltos, ni secuestros, ni asesinatos, ni violaciones: "¿Cómo es posible que un tipo que ha pasado a la historia como uno de los más grandes bandidos que han visto los tiempos no ha dejado rastro documental en ningún lado?, se pregunta.

Pero antes de enfrentarnos al Boquica histórico, acabemos con su leyenda, según la cual el carretero Pujol ejercía esporádicamente el contrabando -como tantos de sus paisano: la Garrotxa linda con Francia- hasta que en  los comienzos de la Guerra de la Independencia se alista en el bando patriota. Todo transcurre dentro de cierta normalidad hasta que la Junta de Figueras lo acusa de espía y lo encierra en la plaza de Tarragona, capital insurrecta. Se escapa de su cautiverio -un lance que siempre da lustre a una vida aventurera- y el general Mathieu, gobernador de Barcelona, lo recluta para la causa francesa. Estamos ya en 1810, y Boquica ha ascendido hasta el rango de capitán de miqueletes, la milicia local que ejercía funciones de policía y recaudaba los tributos. En adelante aparecerá siempre en primera línea en todas las acciones bélicas de importancia: la ocupación de Olot y de Ripoll, las batallas de la Garriga, Puiggraciós i la Salud, el saqueo de Arbúcies, Vic y Camprodón, hasta la derrota final en Bañolas, el 13 de junio de 1813, a manos de las tropas del barón de Eroles. Hay también noticia de masías asaltadas en Besalú, Lligordà, Beuda, Lliurona, Sant Llorenç de la Muga, Sadernes, Entreperes y Guitarriu. ¡Uf! Ah, sí, y un rocambolesco episodio de doble juego cuando en junio de 1811 finge la entrega del castillo de San Fernando de Figueras -donde finalmente lo colgarán- y en el último instante delata al agente del barón de Eroles, un tal Narcís Massanas, hijo de Sant Feliu de Guíxols.

Hasta aquí, la leyenda. Lo cierto es que, tal como consta en el archivo parroquial de Besalú, Josep Pujol nació el 26 de septiembre de 1778, muy probablemente en el actual número 19 de la calle Vilarrobau. Fue el cuarto de ocho hermanos, su padre era carretero y de él heredó el sobrenombre: Boquica -de significado incierto y quizás relacionado con "boquer" y "boqueria", según Corominas "carnicero" y "carnicería" en catalán medieval. Su madre era hija de Can Barraca, casa fortificada en las afueras de la localidad. La siguiente noticia documental es la de su matrimonio con Maria Cruzet, el 25 de mayo de 1800, del que nacieron cuatro hijos entre 1801 y 1809. El 28 de agosto de 1801 toma el hábito de la venerable congregación de la Mare de Déu dels Dolors, porque Boquica -como el Joan Serra de Llach- podía (o no) ser un asesino, pero era ante todo hombre piadoso. Saltamos ahora hasta el 15 de septiembre de 1813, cuando una entrada del libro de bautismos de la iglesia de San Vicente, parroquial de Besalú, exhumada por el historiador Josep Maria Parés, deja constancia del nacimiento de un tal Pere Ambrós, "hijo de Francisco Ambrós, cazador del Ampurdán de las Compañías del comandante Don José Pujol". Parés ha tirado del hilo, y al final de todo aparece la viuda de nuestro Ambrós, que en fecha tan tardía como 1840 solicita (y obtiene) una rectificación para limpiar la memoria del marido difunto. Resulta que no quiere que conste como "parrot", uno de los apelativos -junto a "caragirats" y "brivalla", todos ellos infamantes- con que se conocía a los catalanes que sirvieron del lado francés. Dos testigos que reconocen haber formado parte de los miqueletes de Pujol niegan haber conocido a Ambrós. Según se desprende de la declaración, el hombre -un comerciante de Pineda- fue secuestrado por los bandoleros, que exigieron un rescate que la esposa no llegó a tiempo de satisfacer porque Ambrós murió en poder de Boquica.

En fin, que quizás no era el "insulto del infierno" con que lo bautizó Llongarriu, pero tampoco fue un santo. Queda claro en el libro de óbitos de la parroquia de Sant Pere de Lligordà, que documenta la muerte a manos de nuestro Boquica de Ramon Maolà, heredero de un importante caserón de Beuda. Pero es la única que se le puede imputar documentalmente. Aun así, tampoco a él en persona, porque el documento en cuestión, exhumado esta vez por el mismo Llongarriu, dice así: "Los parrots o mossos de Josep Pujol comandante de tropas francesas lo mataron de una estocada y fue uno a quien llamaban Barceloní (...) Le dio una puñalada de sable en el costado y cayó muerto repentinamente". Ocurrió el 5 de abril de 1814 ante la puerta principal de la casa. El delito, que Maolà se había negado a satisacer la cantidad de 50 doblones exigida por Boquica. De ahí el pareado (con cierta mala idea) que todavía circula por esos parajes, vecinos por cierto de la localidad natal de Boquica: "Tremola, Maolà, que en Boquica tornarà" ("Tiembla, Maolà, que Boquica volverá").

El Boquica histórico
Riu pasa inmediatamente al contraataque, "no para defenderlo ni para limpiar la memoria del presunto bandolero, sino para situar los hechos en su contexto histórico". Su tesis es que Josep Pujol sirvió como chivo expiatorio de una historiografía romántica empeñada en glorificar las gestas nacionales y en presentar a un pueblo que había combatido unánimente al invasor francés... con las excepciones de personajes infaustos como Boquica. El capítulo que le dedica Crímenes célebres españoles (1859), volumen curiosísimo, dice que los hombres de Pujol eran "en su totalidad escapados de presidio o de la horca, siendo en suma la escoria del Principado y de las provincias limítrofes". Cosa que, convendrá el lector, no está nada mal. "Con frecuencia nos olvidamos -insiste Riu- de que la ocupación francesa en Cataluña, y especialmente en Gerona, fue un paseo militar, si exceptuamos el sitio de Gerona y unas pocas batallas puntuales. En la mayoría de los casos no hubo oposición digna de este nombre.

Es lo que ocurrió por ejemplo en Besalú, que a finales de 1809 ya estaba en manos francesas y que así siguió hasta el final de la guerra". Una de las primeras medidas de las fuerzass ocupantes consistía en confiscar las armas bajo amenaza de pena de muerte para los contumaces, así como de los carros y bestias de carga. Es decir, señala Riu, "los útiles de trabajo de un carretero como Boquica, que no tuvo más remedio que alistarse en el cuerpo de miqueletes creado en 1810 como fuerza auxiliar de las tropas napoleónicas". Media docena de vecinos de Besalú siguieron los pasos de Boquica, pero, "¿qué otra opción les quedaba, en un momento en que la posición francesa parecía inexpugnable? ¿Se le podía exigir a un padre de familia el gesto heroico de echarse al monte para unirse a la guerrilla?" Con el mismo sentido común interpreta Riu las depredaciones que se le imputan: "Cuando se dice que Boquica saqueó, ocupó o arrasó tal pueblo, no debemos olvidar nunca que los miqueletes eran una fuerza auxiliar, subordinada al mando francés. No iban por libre, sino que estaban bajo rigurosa disciplina militar. Si diéramos credibilidad a los relatos que nos han llegado, parecería que era Boquica y sus cuatro miqueletes los que entraban a sangre y fuego por todas partes".

Lo cierto es que el final de la guerra, y por si acaso, Pujol se exilia en Perpiñán, con su mujer e hijos. Por poco tiempo: el 1 de agosto de 1815 las nuevas autoridades francesas, que no reconocen a sus antiguos aliados -"Roma no paga a traidores"- lo entregan a las tropas del barón de Eroles, y el mismo 23 de agosto es ejecutado en la horca. Lástima que no se haya conservado el proceso. Ni la esposa ni sus hijos regresaron a Besalú, donde en cambio sí que continuaron viviendo sus padres. A mediados de siglo, un hermano de Boquica todavía ejercía de sastre, y en el padrón de 1871 una rama de la familia seguía residiendo en la casa familiar de la calle Vilarrobau: "¿Alguien cree que habrían dejado tan tranquilos a los parientes de un tipo al que se le atribuyen la lista de crímenes que supuestamente perpetró Boquica?" Riu concluye que tras la Guerra de la Independencia había que buscar chivos expiatorios, colaboracionistas que expiaran culpas colectivas -algo parecido a lo que ocurrió en la misma Francia tras la Liberación. Y Boquica no era ni un burgués, ni un notario, ni un aristócrata ni un ilustrísimo pintor negro, como otros miles de afrancesados que se reintegraron a la vida civil tras la contienda: "No digo que no fuera un aventurero o un oportunista, quién sabe, ni que su hoja de servicios esté limpia de episodios dudosos. Pero la serie de tropelías que se le atribuye hay que demostrarlas, no se las podemos adjudicar alegremente por inercia, sin otro aval que la imaginación de un oscuro novelista decimonónico y los prejuicios de una historiografía romántica más preocupada por la construcción nacional que de la realidad histórica".

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De "boc" a "boquica": dos bocazas y un solo nombre
Sobre el alias de Josep Pujol tampoco hay acuerdo. Como afirma Josep Maria Parés, lo único indiscutible es que lo heredó de su padre, Pau Pujol, que ya firmaba Boquica en el recibo de un censal constituido en 1758 a favor de la congregación de la Mare de Déu dels Dolors, enormemente popular en Besalú y en la que el mismo Josep Pujol profesó el 9 de abril de 1802. El historiador Francesc Xavier Morales intenta explicar el origen del sobrenombre como una deformación de "boca", "boques" o "boquí", como un sinónimo de "bocamoll", "bocazas" o "lenguaraz", aunque también sugiere la posibilidad de que provenga de "boc", en el sentido de "hombre grosero, vicioso o cornudo". En cualquier caso, continúa Morales, no hay que confundir a los dos Boquicas que constan en la historia del bandolerismo catalán del XIX: nuestro Josep Pujol es cronológicamente el primero y el que ha tenido más fortuna digamos mediática, pero hubo otro Boquica, un tal Josep Puig, veterano de la primera carlistada y lugarteniente del brigadier de la partida de Joan Cavalleria en la Guerra des Matiners, en 1846, y activo sobre todo en la vecina comarca del Ripollès.

La novela romántica, a la construcción del "más bárbaro catalán"
El origen del mito de Boquica hay que buscarlo en Joseph Pujol, chef de miquelets, novela tirando a fabulosa publicada en París en 1840 por el rosellonés Jacques Arago, que pretendía haber conocido a nuestro bandido durante si breve exilio en Perpiñán. Rápidamente se tradujo al castellano, en versión íntegra -José Pujol (a) Boquica, gefe de bandidos, y Españoles contra España, o sea, el Caudillo de los incendiarios- o abreviada, como el capítulo que le dedica Angelon en Crímenes célebres españoles. En cualquier caso, una pura fábula que en algunos aspectos autores posteriores no dudarán en tomar por rigurosos hechos históricos. El incendio de Besalú en venganza por la muerte de su hijo, el saqueo del convento de los Trinitarios de Barcelona, la aparición en escena de una gitana que se hace pasar por hombre para enrolarse en la banda y seducir al Boquica o la presencia de un hermano suyo en la partida son algunos de los episodios estrictamente novelescos que han alimentado el mito Boquica. Como también las canciones y coplillas sobre el personaje que proliferaron en el siglo XIX, desde Boquica, lo gran lladre, hasta la Verdadera relación del más bárbaro catalán.

Cataluña, país de bandoleros (y a mucha honra)
Buena parte del éxito de Boquica en la literatura decimonónica se explica porque Pujol ejerce como aparente nexo de unión entre el bandolerismo del Barroco, con Serrallonga y Rocaguinarda como nombres de referencia, y los trabucaires del segundo tercio del XIX. Para Xavier Torres, catedrático de Historia moderna de la Universidad de Gerona, se trata sin embargo de dos fenómenos absolutamente diferentes, uno nacido en el marco de las relaciones señoriales todavía existentes en el siglo XVII, y el otro, fruto de la desmovilización de las tropas después de las carlistadas. Boquica se encuentra justo en medio. Lo curioso del caso es que con el se produjo el proceso inverso que con Serrallonga o Rocaguinarda: la reelaboración novelesca y también la historiográfica lo convirtió en el reverso negativo del bandolero barroco, sin ninguna de las virtudes que adornan en el imaginario popular a los dos bandoleros nacionales catalanes. Boquica no fue ni mucho menos el único parrot o caragirat al servicio de los franceses: colegas suyos sin tanta fortuna mediática son Josep Garriga, activo en el Ampurdán; Manel Matamala, en Riudoms, y Damià Bosch, en Vilafant, según las cuentas de Morales. Por cierto: Morales y Riu no son los únicos que se han fijado últimamente en nuestro Josep Pujol: Martí Gironell, autor de El puente de los judíos y paisano de Boquica, convertirá a su conciudadano en protagonista de su próxima novela, La venganza del bandolero.

[Este artículo se publicó el 5 de octubre de 2007 en el semanario Presència]




sábado, 8 de marzo de 2014

Con Langlois, de viaje

Descubrimos el Voyage pittoresque et militaire en Espagne del oficial napoleónico, una de las joyas de la monumental biblioteca de Casi Arajol.

Hacía años, quizás décadas -glups- que íbamos detrás del Voyage, la colección de grabados inspirados en su experiencia como oficial del ejército napoleónico destacado en la península que el pintor francés Jean-Charles Langlois (Beaumont en Auge, Calvados, 1789-París, 1870) publicó en la casa Engelmann en 1826. Extraño, dirán ustedes. Pues sí, pero es que cada uno elige sus obsesiones, y esta de Langlois en concreto por muchas y plausibles razones: entre otras, la estupenda perspectiva de la puerta y la palanca de Sant Julià de Lòria que tienen aquí abajo, con el camino de cabra que sube a Fontaneda y el Pui d'Olivesa al fondo.


Arajol, en el sancta santorum de su biblioteca, examinando su ejemplar del Voyage con las láminas en color; atención a la lupa. Fotografía. Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Porte de St Julien d'Andorre. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Vallé de la Sègre. Fotografía. Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Pont du diable sur la Sègre. Fotografía. Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Vue prise auprès d'Orgagna. Fotografía. Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.
Vue de Bezalu. Fotografía. Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Fácil, dirán los más avisados: la Biblioteca Nacional conserva una edición facsímil del volumen publicado en 1978 por General Gràfic, sello misterioso donde los haya, y Gallica, el estratosférico, oceánico, fascinante portal digital de la Bibliothéque Nationales -de Francia, claro- ha colgado generosamente las 40 láminas, que además uno se puede descargar gratis total, inmediatamente y a una resolución más que razonable. Pero es que nosostros, quisquillosos que somo, buscábamos exacamente el Voyage original, esta rarísima joyita de 1826. Y no se lo creerá el lector, pero la hemos encontrado. Y como quien dice al lado de casa. De hecho, podríamos haber caído mucho antes en la cuenta: si alguien podía poseer un ejemplar del Voyage -un libro así no se tiene: se posee- era Casimir Arajol. Y así es. Lo adquiiró pongamos que hace una década, así que Langlois forma parte del millar largo de libros de temática andorrana que pueblan la que es, sin duda, una de las colecciones privadas, casi un océano de papel, más completas y mejor surtidas de nuestro rinconcito de Pirineo. Y nos atreviríamos a decir que incluso de algo más allá, con el permiso de Enric Palmitjavila, bibliófilo titular de las Valles Neutras de Andorra.

Por decirlo brevemente, y por si no lo sabían: el chalet Arajol de Andorra la Vella -un monumento en sí mismo, sensacional ejemplar de la arquitectura del granito local- es el paraíso del bibliófilo. Y nosotros hemos tenido el raro privilegio de huronear en él con el Voyage conomo excusa y salvoconducto. Lo que nos hemos encontrado por ahí es la madre de todos los Langlois que pululan por el mundo: uno de los 300 ejemplares de la cortísima primera edición de la obra, impreso en papel india y a todo color, detalle este que lo distingue del facsímil de la Nacional y también de los grabados de la BNF. El resultado lo tienen aquí arriba, y además de la puerta y la palanca de Sant Julià el bueno de Jean-Charles tuvo el detalle de fijarse en el claustro de la catedral de la Seu, un siglo antes de la reforma perpetrada por Puig i Cadafalch, y de unos cuantos rincones más del camino "practicable sólo a lomos de mulas", según sus palabras, que seguía el camino del Segre hasta Orgañá.

Pero, ¿quién era, nuestro Langlois? Pues un oficial topógrafo veterano de la batala de Wagram que en 1811 es destinado a las tropas del mariscal Saint Cyr estacionadas en la península, como cualquier fan de Curro Jiménez sabe. Se quedó por aquí dos añitos en los que no sabemos si guerreó mucho pero en los que se consagró a levantar los planos de las principales vías de acceso a Cataluña, con especial atención a la qiue discurría -y discurre todavía hoy- entre la Seo, Orgañá, Pons y Lérida. De paso tomaba con un estilo y un ojo inequívocamente románticos apuntes de las l`´aminas que en 1826 reuniría en el Voyage, que inicialmente tenía que ser en Espagne, pero que al final se quedó en Catalogne: menos da una piedra. Abundan las batallas en las que hay que suponer que tomó parte como ayudante de campo de Saint Cyr -Gerona, Ripoll, Rosas, Palamós, Vic- pero también las escenas más o menos cotidianas y las vistas pintorescas. Y estos dos últimos temas son los nuestros. Además, acompaña los grabados que conservan un suculento sabor entre expedicionario y colonial. ¡Lástima que los nativos seamos nosotros!

Comencemos como es natural por la puerta de Sant Julià de Lòria, que le permite dar rienda suelta a la retahíla de prejuicios que el hombre ha traído en la mochila, empezando por el mito del buen salvaje que cree descubrir en nuestros tatarabuelos. Unos prejuicios que los posteriores viajeros románticos -Vuillier, Règnault y compañía- no se cansarán de repetir: "No es sin alguna sorpresa que en el rincón más elevado de los Pirineos uno se da de bruces con esta peque población que gasta el título de 'república'. Reconoce la jurisdicción del obispo de Urgel, con la condición de que respete las costumbres de la tierra y de que nunca atente contra sus libertades. Cada nuevo obispo presta juramento en la frontera antes de cruzarla por vez primera; un juramento que puede ser peligros quebrantar si atendemos al carácter y a los hábitos de independencia de los lugareños, en cuyas casas no han penetrado las discordias civiles que sacudieron a España hace unos años". Quizá se refiera Langlois a la amable visita de cortesía que las tropas napoelónicas giraron entre 1807 y 1814. En fin.

Por el camino de Orgañá
Por el detallismo de sus grabados, es plausible que Langlois no trabaje de oído sino que él mismo llegara hasta Santa Sant Julià durante las operaciones del ejército de Saint Cyr, y captara esta idílica y colorista escena, con una camino real transitadísimo, un par de monjas a lomos de sendas mulas , las estupendas mozas lauredianas con el botijo sobre la cabeza y en primer plano lo que parece un mendigo, quizá uno de los gitanos que el archivero Ayala ha documentado en Andorra sobre el siglo XVIII: quién lo sabe. Lo que sí es seguro es que hoy la policía ya los hubiera puesto de patitas en la frontera del Runer. No son  menos provechosas las escasas cuatro líneas que dedica al claustro de la Seo, retrato de monje con señora (y botijo) y un compendio de los prejuicios anticlericales con que el buen ilustrado francés se armaba en cuanto ponía el pie en la península: "El convento del que forma parte es uno de los numerosos establecimientos religiosos diseminados por toda la península, que han sometido este bello rincón de Europa a la más terrible tiranía teocrática..."

Se quedó descansado, el hombre. Finalmente, en las notas que acompañan las vistas del camino del Segre emerge el militar que Jean-Charles llevaba dentro. Pero primero, la pulla: "Excepto la gran carretera que va de Valencia a Barcelona pasando por Tarragona, los catalanes no reparan ningún camino, e incluso algnos de los que nosotros hemos trazado, ellos los han destruido". Después, el diagnóstico de quien ve en el terreno un posible escenario de futuras operaciones militares: el camino de la Seo a Orgañá, dice, "cruza el río por unos puentes fáciles de destriur y que, una vez destruidos, no se podrían reconstruir durante un largo período de tiempo (...) Esta carretera podría ser convertida en impracticable fácilmenten e tiempos de guerra, y Cataluña sería abordable desde este lado". Caramba: parece que estemos oyendo hablar a Fiter i Rossell, y aquella edificante, sensacional, ilustrada sentencia del Manual Digest: "No siam [els camins de frontera] bons, ni estiguin en gran disposicio, ante be, que sian bruscos, Estrets y pedregosos..." (Que no sean buenos los caminos de frontera, no estén en buena disposición, antes bien, que sean bruscos, estrechos y pedregosos).

Hasta aquí, el Voyage pittoresque de Langlois, deriva pirenaica. Que, decíamos al principio, es sólo uno de los cerca de mil volumenes de la biblioteca andorrana de Arajol. Dice que está a punto de conseguir el pequeño milagro de reunir bajo el mismo techo todas las referencias recogidas con paciencia de hormiga y formidable erudición por Lídia Armengol en Materials per a una bibliografia d'Andorra. Que los persigue a través de su librero de confianza, Jordi Rossell, en subastas de medio mundo, y en la excursión anual a París, donde los tenderos del mercado del libro antiguo que cada fin de semana se citan en el parque Geroges Brassens le reservan de un año para el siguiente las novedades andorranas. O mejor, las antigüedades. Los hay que en cuanto lo ven ya se frotan las manos ante el negocio que se avecina.

En fin, que así es como ha reunido una colección que le podría hacer legítima competencia a la de la Nacional: el volumen más antiguo es una Histoire des comptes de Foix, Bearn et Navarre de 1629, escrito por Pierre Olhagaray, historiógrafo mayor de Enrique Iv de Francia -el de los hugonotes, París y la Misa-  y donde aparecen reseñados unos leales andorranos que en 1569 hicieron a pie el viaje hasta la Rochelle para llevarle los cuatro duros de la questia a madame Jeanne d'Albret. La última incorporación, Marca hispanica sive limes hispanicus, de Pierre de Marca, es un tocho de 1688 -y en latín: ¡cómo le gustaría a Antoni Morell!- en que el tal Marca se permite el lujo de afirmar que la leyenda de la argolla de Carlomagno és -oh, sacrilegio- una "opinión ridícula". Algún día tendremos que hablar de ella.

Pero nuestro preferido -Langlois aparte, naturalmente- es Mollusques de San-Julia de Loria (1863): M. J. R. Bourguignat, biólogo francés con muy pocas obligaciones, esto está claro, describe las diez especies de moluscos -dos de caracoles, ocho de caracolas- que fue recolectando en el tramo del Valira entre Sant Julià y Andorra la Vella. Diez no parecen  demasiadas, la verdad, admite humildemente, "pero tienen interés porque casi todas pertenecen a especies raras o poco conocidas, o constituyen formas o variedades absolutamente nuevas". Con todo su entusiasmo a cuestas, aun tuvo el humor de bautizar una de estas últimas con el nombre de Pupa andorrensis... ¿No es fascinante? ¡Gracias, Casi".

[Este artículo se publicó el 30 de octubre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]



miércoles, 19 de febrero de 2014

Besalú: un puente con mil años de historia

Martí Gironell recrea en El puente de los judíos la construcción del puente fortificado de Besalú; aquí reconstruimos la biografía de un monumento milenario que ha sobrevivido a inundaciones, guerras y terremotos.

La singular forma angular y sus dos torres defensivas le confieren una personalidad única, inconfundible, y lo han convertido en uno de los monumentos más representativos -y reproducidos- del románico catalán. Por eso sorprende el vacío historiográfico que persiste, aun hoy, sobre el puente de Besalú -el Pont Vell, porque hay otro puente sobre el Fluviá, erigido en el siglo XX y que, pobre, no puede lucir el pedigrí de su ilustre vecino. En fin, que los datos disponibles son fragmentarios y se dispersan a los largo de los casi mil años de historia que han visto desfilar sus sillares. Pero el punto de partida de Martí Gironell en El puente de los judíos es rigurosamente cierto: el 17 de enero de 1316, la universidad de Besalú contrataba al maestro de puentes Pere Baró, de Perpiñán, para reconstruir el viaducto, dañado tras una de las periódicas crecidas del río Fluviá.

Lo certifica un documento recientemente desenterrado por el historiador Joel Colomer en el Archivo Comarcal de Olot. Gironell aprovecha este hecho histórico -y la oportuna aparición en escena de un antiguo manuscrito- para retroceder en el tiempo otros tres siglos, hasta 1074, y recrear literariamente la peripecia de Prim Llombard, personaje este absolutamente ficticio -por si a alguien le entran dudas- a quien el autor atribuye la paternidad del primer trazado del puente. No se trata de un personaje histórico, digámoslo de nuevo, pero si históricamente verosímil: como explica el arqueólogo Jordi Sagrera, está documentada la presencia en la Cataluña condal del siglo XI de maestros de obras lombardos que importaron la peculiar manera de tallar la piedra en sillares de pequeñas dimensiones, manejables por un solo hombre, con que se erigieron los centenares de iglesias románicas -¿por qué no puentes y otras obras civiles?- que salpican el Pirineo y el Prepirineo. Prim Llombard, en fin, bien podría haber sido uno de ellos.

Gravado de Jean Charles Langlois publicado en 1835 en Voyage pittoresque et militaire en Espagne que sirvió de inspiración para la reconstrucción del puente medieval de Besalú, acometida entre 1962 y 1965. Atención al edificio del centro, probablemente la casa del fielato, que no se incluyó en la versión del siglo XX. El puente tiene ocho arcos y mide 105 metros de longitud; las bases de los pilares pueden datar del siglo XI, y los arcos más antiguos que han subsistido hasta hoy, del XIV. Gravado: Jean Charles Langlois / Voyagge pittoresque et militaire en Espagne.




En la primera fotografía, fechada en 1912, el puente aparace sin las torres defensivas, abatidas en 1880 para que pudiese pasar maquinaria téxtil de camino hacia Olot; hasta los años 20 del siglo pasado, el puente medieval era la única forma de cruzar el río Fluviá a su paso por Besalú; en la fotografía central, contrapicado del puente antes de la voladura del segundo y del tercer arco por parte de las tropas republicanas en retirada, en febrero de 1939; los arcos se reconstruyeron a mediados de los años 60 (abajo). Fotografías: Archivo.

Pero la fecha no es aleatoria: de 1074 data la primera referencia escrita sobre la existencia en Besalú de un puente sobre el Fluviá, aunque se desconoce cuándo y mucho menos cómo se erigió: Gironell calcula que medio centenar de operariospodrían haber invertido entre ocho y diez años en levantarlo, y especula que las obras empezaran en 1066 -¡vaya, como la batalla de Hastings!- cuando el conde Bernat II en persona -el último de la dinastía local antes de que en 1111 el condado de Besalú se integrara en la casa de Barcelona- fue a buscar a Prim a la Siena natal del maestro de obras.


Sí, pero, ¿cuándo?

Hasta aquí, todo es ficción novelesca. Sagrera vuelve a la historia más o menos fehaciente, y avanza la fecha probable de la erección del primer puente hasta el segundo cuarto del siglo XI, en tiempos de Guillem el Gras, el padre de Bernat II -e hijo a su vez del célebre Bernat Tallaferro, no sé si me siguen... Otros historiadores consideran posible la existencia de un puente anterior de factura romana -del que no ha quedado rastro, por otra parte- o como mínimo, de una pasarela sobre el Fluviá. Sagrera apuesta por un trazado de la carretera de Gerona a Olot que pasaba por Besalú por el otro lado del ríoy que hacía por lo tanto innecesaria la existencia de un puente para vadearlo. Por lo menos, a la altura de Besalú.

Parace por lo tanto probado -sostiene la documentación histórica- que en el siglo XI existía ya un viaducto, pero resulta que de esta primitiva construcción no se han conservado más que algunas hileras de sillares. Y aun esto es dudoso, hasta el punto que -sostiene Sagrera- "no hay nada en el aspecto actual del puente que nos permita afirmar que es del siglo XI". Las partes más antiguas que nos han llegado -los arcos más próximos al pueblo- podrían datar del siglo XIV. La misma época en que se levantaron las torres defensivas, que Gironell atribuye en una consciente licencia literaria al diseño original del siglo XI pero que históricamente no se erigieron hasta finales del XIV, durante el reinado de Pere IV. Por no saber, incluso desconocemos siu la característica forma angular es la misma hoy que hace diez siglos: la existencia de restos de más que posibles pilares viisbles aun en el lecho del Fluviá podría indicar que en tiempos remotos el puente trazaba un ángulo todavía más agudo que hoy. Con todo, lo que sí que está fuera de dudas es que este diseño singularísimo, por no decir único, se debe a la presencia en el lecho de afloramientos rocosos que fueron hábilmente aprovechados como cimientos de los tres primeros pilares: "Con esto se ahorraron el trabajo, y el dinero, de desviar provisionalmente el curso del río mientras se levantaban los cimientos", añade Sagrera.

La realidad es que a lo largo de sus casi mil años de historia el puente de Besalú las ha visto de todos los colores. Las catástrofes naturales se llevan la palma. Especialmente las crecidas del Fluviá, claro, porque conviene no olvidar que a pesar del aspecto tirando a "raquítico" que -en palabra de Gironell- acostumbra a lucir, el Fluviá es el típico río mediterráneo, que puede pasar la mayor parte del año co un caudal más bien escaso pero que experimenta periódicas y catastróficas crecidas, especialmente en otoño. La última fue en 1940, y los más viejos del lugar recuerdan cómo el agua se podía tocar desde el puente. Pero hay inundaciones documentadas en 1315 -cuando el puente quedó "dirutus et destructus", es decir, destruido, y se requirieron los servicios de Pere Baró- y también en 1321, 1403, 1421, 1669, 1680, 1764 y 1770. En cambio, parece que la serie de terremotos de 1427 y 1428 que devastaron Olot, Amer y la Vall d'En Bas respetaron el puente, porque no consta que se ordenasen reparaciones.

Los años de la pasarela
Pero como es habitual, su peor enemigo ha sido históricamente la mano del hombre: las dos torres de Pere IV que habían sobrevivido a crecidas y terremotos fueron derruidas en 1880 para dejar paso a un convoy de maquinaria téxtil que se dirigía a Olot. Era el precio de la industrializacion. Una versión más romántica, casi patriótica, sostiene que las torres tuvieron que ser derribadas para que pasaran las nuevas campanas del monasterio de Santa Maria de Ripoll, entonces en plena reconstrucción. Quizás. Pero lo peor tenía que llegar en el siglo XX, con la Guerra Civil: las tropas republicanas en retirada hacia la frontera francesa volaron en febrero de 1939 el tercer y cuarto arco, y de propina, parte del quinto. Durante las dos décadas siguientes el puente tenía que cruzarse a través de unas precarias pasarelas metálicas. Claro que este cataclismo propició la última y -hasta el momento- definitiva reconstrucción, que le ha restituido el aspecto que debía tener antes de 1880, cuando las torres aun vigilaban el puente: tuvo lugar entre 1963 y 1965, y a falta de fotografías, se tomó como modelo un célebre grabado de Jean Charles Langlois, oficial francés que sirvió en las filas napoleónicas durante la Guerra de la Independencia (1808-1814) y que en 1835 publicó Voyage pittoresque et militaire en Espagne. Estupenso, por cierto. Un grabado en que, por cierto, se observan no solo las torres sino también una caseta -de la guardia o del fielato- situada en la llamada Creu Grossa -Cruz Grande, literalmente- el ensanche inmediatamente anterior a la torre central, y que se habilitó en el siglo XVIII para facilitar el tránsito de carruajes y monturas.

La milenaria longevidad del puente hay que atribuirla al hecho de que, desde que se tendió -entre 1020 y 1053- y hasta 1925, cuando se inauguró el vecino puente sobre el Fluviá, constituía la única manera de cruzar el río en el nudo de comunicaciones que históricamente ha sido Besalú, donde desde época romana confluyen los caminos de Olot, Figueras y Gerona. Es verdad que el aspecto actual tiene poco que ver, por no decir nada, con el de hace diez siglos. Pero no hay que olvidar que estamos hablando de un organismo vivo que ha tenido que adaptarse y sobreponerse a diez siglos de enfermedades y afecciones. Y lo que es indiscutible es que para arrastrar mil años a sus espaldas, luce bastante buena pinta.

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Gironell: "El burdel es una de las licencias históricas que me he permitido en la novela"

Conocido sobre todo en la faceta de periodista -conduce desde hace tres temporadas el Telenotícies cap de setmana, en TV3, donde anteriormente presentó el magazín de tarde, En directe- Martí Gironell (Besalú, 1971) debutó hace dos años en el libro reportaje La ciutat dels somriures, en que pasa revista a su experiencia como cooperante en la ciudad india de Bombay. El puente de los judíos supone su debut en la ficción. Que lo haya con una novela histórica y en un momento de euforia del género es una casualidad que tiene sobre todo que ver con su relación de hijo de Besalú. Y militante.

Gironell, ante el puente que ha biografiado en la novela. Fotografía: El Periòdic de Catalunya.

-¿Por qué cambia el ordenador del Telenotícies por el de novelista?
-Nací y me crié en Besalú, y siempre he visto con asombro que nuestro puente es muy conocido allí adonde voy, pero a la vez no se sabe casi nada de su biografía. A partir de la anécdota de cómo debió acontecer la construcción del primer puente, he intentado explicar la sociedad del Besalú medieval, y lo he envuelto con un papel de aventuras, con u toque fantástico y otro -digamos- ecológico.

-¿Se apunta a la moda del género histórico?
-Lo último que querría es que e llector la comparara con las novelas de éxito que todos tenemos en la cabeza. Sólo pretendo explicar la historia de mi pueblo en el siglo XI, tal como lo he imaginado y tal como me hubiera gustado que ocurriera.

-¿Cuánto de ficción hay en El puente de los judíos?
-Tal como digo en las notas finales de la novela, me he tomado ciertas licencias: así, las torres defensivas, que se añadieron en realidad en el siglo XIV, las fecho en el XI, con el puente original, por necesidades de la trama. las rivalidades entre los condados de Besalú y Ampurias son rigurosamente históricas, pero nunca se produjo ningún asedio como el que relato en la novela. Que se sepa, claro. También me invento un túnel que atraviesa el subsuelo de Besalú. Que nadie lo busque, porque no existe.

-¿Y cuánto de historia?
-Es cierto que el botín obtenido con la expedición catalana a Córdoba, en 1010, sirvió para iniciar una especie de programa de obras públicas como -en Besalú- la pavimentación de las calles y la erección de las nuevas murallas. ¿Por qué no el puente? También me interesaban las relaciones entre cristianos y judíos, dos comunidades que se toleraban pero con un claro predominio de los primeros: no tenemos que olvidar que el call se cerraba de noche a cal y canto para garantizar la seguridad de lo sjudíos que vivén en su interior. También he cuiado el detalle: ahora que tanto se habla de cocina medieval, me he asesorado con expertos para describir cómo y qué se comía en la mesa del señor conde o en una humilde casa judía. Pero siempre desde un punto de vista literario, porque no soy historiador.

-Dibuja un Besalú que bulle de vida y actividad, muy lejos de la tranquilidad actual que solo rompen las expediciones turísticas.
-En Besalú no nos acordamos, pero entre 875 y 1111 fuimos capital de condado. Eso se traducia en un hormigieo de artesanos, mercaderes, soldados, monjes... y explica por ejemplo la existencia del burdel que sale en la novela. En la calle del Portalet, concretamente. Pero cuidado, esta es otra licencia històrica.

[Este artículo se publicó el 16 de marzo de 2007 en Presència]