Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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domingo, 16 de febrero de 2014

Billete de vuelta (el caso Charney V)

La intervención del cónsul argentino en Barcelona desencalla la repatriación del as de la aviación aliada enterrado en la Massana (Andorra); el permiso de la familia, pendiente de confirmación escrita, último trámite para que los restos del piloto sean trasladadas a la localidad de Bahía Blanca.

Hacía casi dos años que no hablábamos de él y la verdad, algunos ya habíamos perdido la esperanza de que la Operación Charney, la repatriación a su Argentina natal de los restos del aviador Kenneth L. Charney (Quilmes, 1920-la Massana, 1982) que reposan en el cementerio de la Quera, llegase un día a buen (aero)puerto. El papeleo, las dificultades de reunir los fondos necesarios y el aparente desinterés de la familia, que es la que en última instancia tiene que autorizar (o no) la repatriación, habían ido retrasando el desenlace de esta apasionante aventura promovida por el historiador militar Claudio Meunier, el hombre que con una perseverancia a prueba de Focke Wulff localizó los restos del aviador en el anónimo nicho 209 de la Quera. Todo esto ocurría en 2008. Como ven, cuando todavía no le habíamos visto las orejas al lobo de la crisis. Bueno, que entonces nos las prometíamos muy felices. Y todavía más cuando en 2010 el Comú de la Massana condonó el alquiler pendiente de la tumba -impagado desde 1988, se dice rápido- e identificó con una austera lápida el paradero de Charney. Con todo este ajetreo, no es extraño que Meunier llegara a anunciar para 2011 el regreso a casa del héroe.

Charney, a la cola de un He 111 con la esvástica nazi abatido sobre la base británica de El Daba en Egipto. Fotografía: Archivo C. Meunier.

Pero todo esto fue a parar al baúl de las buenas intenciones, y aquí parecía que iba a permanecer durante una buena temporada, quizás para siempre. Hasta ayer: la consejera de lo social de la Massana, Pilar Gabriel, contactó a través de La Querencia -la asociación que aglutina a buena parte de los argentinos residentes en Andorra- con el cónsul de su país en Barcelona, Felipe Álvarez de Toledo, de visita relámpago a la capital para resolver trámites consulares de sus conciudadanos. El objetivo era desencallar el dosier Charney. Y en este punto hay que decir, en honor a la verdad, que no deja de sorprender que haya sido precisamente el Comú quien haya tomado la iniciativa. El caso es que entre unos y otros el último vuelo de Charney parece hoy un poco más cercano que ayer. El cónsul Álvarez de Toledo confirmó ayer que el ministerio de Exteriores argentino gestionará ante las autoridades municipales de Bahía Blanca -la ciudad donde Charney se crió y donde Meunier considera que debe ser enterrado- la cesión de una tumba en El Recuerdo de Villa Harding Green, el barrio más populoso de la ciudad.

Para el tramo andorrano de la operación el dinero parece que no será un problema: la factura por la exhumación y la cremación de los restos del as ascendería -dice Gabriel- a poco más de 800 euros. Y excusará el lector que hablemos en términos tan fríamente contables de uno que abatió siete aviones del Eje, más otros seis tocados y cinco probables, por no hablar de las dos Distinguished Flying Cross -¡dos!- y el sobrenombre de El Caballero Negro que se ganó a pulso con la temeraria, casi suicida táctica de lanzarse de morros contra los escuadrones de bombarderos enemigos para romper la formación y proceder a liquidarlos uno a uno. En dos palabras: un as. De hecho, la cremación es uno de los aspectos que parece haber agilizado el expediente: a diferencia de un féretro, que requiere de un papeleo kafkiano para cruzar legalmente una frontera -y no digamos ya si son dos, la española y la argentina, y de postres hay que cruzar un océano y 10.000 kilómetros- la urna con las cenizas la puede guardar el interesado en la maleta, glups, sin necesidad de más trámites. Otra cosa es quien se hará cargo del pasaje de Meunier, si como parece el historiador es quien se encarga físicamente de la repatriación. Argentina, dice el cónsul, sólo intermediará con el consistorio de Bahía Blanca, pero no financiará la operación.

Cada día más cerca
Pero el escollo final, a estas alturas y después de un lustro no es tanto el dinero como la familia. Charney dejó viuda -June, con quien se casó en 1980 en la Massana, hoy residente en Sussex, Inglaterra- y dos hijas de un matrimonio anterior. Según Fernández de Toledo, es una de estas hijas, residente por su parte en los EEUU, con quien Meunier ha contactado y quien ha dado el consentimiento verbal para la exhumación, la cremación y la repatriación de los restos. Ahora sólo falta que estas buenas intenciones se traduzcan en un poder notarial sin el cual Charney jamás podrá moverse de la Massana. Así que de momento no hay ni calendario ni plazos, admite el cónsul, y todo está en manos de la hija norteamericana. Pero es bastante más de lo que teníamos anteayer y no nos engañemos, el apoyo de la cancillería argentina, ni que sea moral, constituye un aval en absoluto menor para una gestión de estas características. También lo es que el Comú de la Massana mantenga tres años después el interés en resolver favorablemente la última peripecia de Charney, y que Meunier haya encontrado en La Querencia un interlocutor transatlántico que le facilitará enormemente las gestiones.

En resumen: que el inquilino del nicho 209 de la Quera tiene fundadas esperanzas de adquirir más pronto que tarde billete de vuelta y ser recibido en Bahía Blanca como el héroe que es -un as de la aviación, y la máquina de matar más eficaz entre los 800 angloargentinos que se enrolaron en las fuerzas aéreas aliadas durante la II Guerra Mundial. Antes de terminar recordemos que Charney es uno de los pilotos que vuelan en El gran circo, las memorias de guerra del gran Clostermann; que fue el primero en descubrir lo que quedaba del 7º ejército pánzer en retirada, en las jornadas siguientes a Normandía -"¡Envíen a toda la aviación!"- en una gesta que ha pasado a los libros de historia -¡y a los videojuegos: vean Call of Duty!- con el nombre de la Bolsa de Falaise, y que el final de la guerra lo pilló en el Pacífico, a bordo del portaaviones HMS Smitter y a punto para la invasión de Malasia. Ah, sí: y que siempre, siempre desde que obtuvo las alas de combate, en mayo de 1941, pilotó un Spitfire, el héroe de la Batalla de Inglaterra. ¿Saben qué? Que me largo al bazar Valira a ver si queda una maqueta, quizá una Airfix, para armarla este fin de semana, que no tengo a la niña.

[Este artículo se publicó el 16 de noviembre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]

miércoles, 15 de enero de 2014

El héroe sin nombre del nicho 209 (el caso Charney II)

El historiador argentino Claudio Meunier localiza en una tumba anónima del cementerio de la Massana los restos de Ken Charney; el piloto, as de la aviación aliada de la II Guerra Mundial, murió en 1982

Esta historia tiene un final triste. Tristísimo, porque acaba en un nicho con número pero sin nombre del cementerio de la Massana: el 209. En esta tumba sin lápida, cubierta solo por una gris capa de cemento, descansan los restos de Kenneth Langley Charney (Quilmes, Argentina, 1920-la Massana, Andorra, 1982), piloto angloargentino y as de la aviación aliada de la II Guerra Mundial, doblemente condecorado por el rey Jorge con la Distinguished Flying Cross -la máxima condecoración del arma aérea británica- y con una hoja de servicios que incluye siete aviones del Eje abatidos, cuatro más probables, y otros cinco dañados. Vale: no son las 352 vistorias de Hartmann, pero tampoco nos pondremos ahora exquisitos. Unas cifras, en fin, que lo convierten si no en e lmejor, por lo menos en el más letal de los cerca de 800 pilotos angloargentinos que se enrolaron en las fuerzas aéreas aliadas. El historiador Claudio Meunier, paisano de nuestro Charney, había reconstruido su azarosa carrera en Alas de trueno: sabía que a mediados de los años 70 se instaló en Soldeu, Andorra, con June Cherry, que en 1980 se convertiría en su esposa, y que había fallecido de cáncer el 3 de junio de 1982. Pero ignoraba el destino de sus restos. La oportuna aparición en escena de Michael Leonard, amigo de los años andorranos de Charney, permitió estrechar el cerco hasta que el Comú de la Massana confirmó la cruda realidad: Ken es el anónimo inquilino de la tumba número 209 del cementerio comunal de la Quera. Un inquilino en riesgo de deshaucio, porque el impago del alquiler de la tumba desde 1988 ha generado una deuda de 1.291 euros que Meunier pretende cubrir a fuerza de aportaciones voluntarias, a la vez que repatriar el cuerpo -o lo que queda de él- para enterrarlo en el cementerio de Bahía Blanca, la ciudad argentina donde el futuro piloto se crió y donde cocnoció a pioneros de la aviación como Saint Éxupéry, Jaen Mermoz y Paul Vachet.

Retrato de Charney con su uniforme de la RAF tomado durante la II Guerra Mundial. Fotografía: Archivo Claudio Meunier.
Esta es la historia que Meunier ha reconstruido pacientemente y que en verano verá la luz en forma de libro (Nacidos con honor) y documental (Voluntarios). Una historia teñida de épica que arranca a principios de 1942, cuando Charney se embarca en el transporte Highland Monarch con destino a la Gran Bretaña y con el objetivo de enrolarse en la Royal Air Force. Lo conseguirá, y hasta el final de la guerra volará en cerca de 300 misiones de combate integrado en los escuadrones 91, 185, 602 y 132 de la RAF, y siempre a la cabina de un Spitfire, el más célebre de los cazas aliados. Su carrera bélica tiene tres hitos ineludibles: el primero, la defensa de Malta, donde cazó su primera victoria -un Macchi 202 italiano, abatido el 1 de julio de 1943, y donde se ganó el sobrenombre del Caballero Negro, por la temeraria táctica consistente en atacar a los aviones enemigos de frente, como cargaban los caballeros medievales.

La Bolsa de Falaise
En junio de 1944 lo encontramos en Normandía, protegiendo las cabezas de playa aliadas: ya saben, Utah, Omaha, Sword y todos esos nombres hoy míticos. El 2 de julio protagoniza al lado de Pierre Clostermann -el as francés da cuenta del episodio en El Gran Circo, su autobiografía- un épico combate con un escuadrón de Focke-Wulff alemanes, y el 7 de agosto descubre las columnas blindadas nazis retirándose de la Bolsa de Falaise y lanza su célebre aviso por la radio: "¡Envíen a toda la Fuerza Aérea!" El resultado fue la destrucción de un centenar y medio de tanques del V Ejército Pánzer. Casi nada. En diciembre, Charney y todo el escuadrón 132 es transferido al teatro del Pacífico a bordo del HMS Smitter, pero el fin de la guerra le impedirá entrar en combate contra el Japón.
Se acaba aquí el periplo bélico del piloto. Seguirá enrolado en la RAF hasta 1970, pero antes de recalar en Soldeu aún tendrá tiempo de protagonizar un último e insólito capítulo como instructor de la Fuerza Aérea Saudí, nada menos.

Los restos de Charney descansan desde 1982 en el nicho número 209 del cementerio de la Quera, según ha confirmado el Comú de la Massana.Fotografía: El Periòdic d'Andorra.
El Charney que se instala en Andorra es ya un hombre tocadísimo: "Nunca fue capaz de adaptarse a la vida civil. Decía que entre 1942 y 1945 había vivido 50 vidas. Se lo veía cansado y hastiado", recuerda Leonard. A lo que hay que añadir el estrés de guerra que, dice Meunier, lo acabó separando de su primera mujer, Pamela Forster, con quien no se llegó a casar pero con quien tuvo dos hijas que hoy viven en los EEUU: "Al final sentía la pena inmensa de no haberse podido reunir con ellas, porque la madre se casó cun un diplomático norteamericano, cambió su nombre de soltera y les perdió la pista". Su segunda y última mujer, June, se marchó de Andorra tan deprisa que ni le puso nombre a la tumba. Su pista se pierde en Durban (África del Sur), de donde parece que era originaria. "Es una auténtica lástima que una vida tan intensa acabe de manera tan triste y anónima", se lamenta Meunier. La burocracia amenaza hoy con borrar la última huella del héroe anónimo del nicho 209. Sería una lástima que el mismo Comú que ha homenajeado justamente a los pasadores del Palanques se desentendiera ahora del destin de tan ilustre vecino.

[Este artículo se publicó el 10 de noviembre de 2008 en El Periòdic d'Andorra]

martes, 14 de enero de 2014

Un as yace entre nosotros (el caso Charney I)

[Empezamos hoy la publicación de la serie de artículos sobre Kenneth Langley Charney, piloto angloargentino y as de la II Guerra Mundial que murió en Andorra en 1982 y cuya memoria y biografía ha reconstruido el historiador Claudio Meunier, paisano de nuestro hombre. Un caso curiosísimo de auténtica recuperación de la memoria històrica, porque los restos de Charney, olvidados en un nicho anónimo del cementerio de la Massana, estuvieron a punto de acabar en el osario. Pero no. No avanzamos nada más, y reproducimos a continuación y por orden cronológico los artículos sobre nuestro aviador que hemos ido publicando desde junio de 2005, cuando supimos por primera vez de su azarosa existencia y de su triste final como quien dice al lado de casa. Aquí van y que los disfruten. Y mañana, más].

Había nacido en Bahía Blanca, Argentina, en 1920. Quizás por sus orígenes ingleses,  quizás por el recuerdo de Antoine de Saint-Éxupéry -que había escrito parte de Vuelo nocturno precisamente en Bahía Blanca durante su estancia en tierras australes- formaba parte del contingente de 522 ciudadanos argentinos que se enrolaron en la RAF durante la II Guerra Mundial. Una vez obtenidas las alas de combate se integraron mayoritariamente en el escuadrón 164 Firmes Volamos, con base en la localidad escocesa de Skeabrae: 122 de ellos murieron en combate.

Kenneth Langley Charney, Ken para los amigos, fue unos de los supervivientes. En la ilustración de aquñi abajo se lo intuye a los mandos de un Spitfire y volando en pareja con Pierre Clostermann, nada menos, as de la aviació francesa -abatió 33 aviones enemigos- en un combate sobre Normandía. Las seis victorias de Charney le reportaron la Distinguished Flying Cross, la máxima condecoració del arma aérea británica -se la impiuso el rey Jorge, el del discurso, en el palacio de Buckingham-  y lo convirtieron en el más grande de los aviadores angloargentinos -aunque a años luz, hay que reconocerlo de las 352 victorias del alemán Eric Hartmann, as entre los ases.

Charney, a los mando del Spirfire en primer plano, en combate sobre Normandía y formando pareja con Pierre Clostermann, en un óleo del ilustrador argentino Carlos García.
Esta es la peripecia militar de Charney que el historiador Claudio Meunier ha rescatado del olvido, junto a las de otro medio centenar de pilotos y compatriotas suyos, en Alas de trueno. Lo describe como un hombre a quien la guerra mutó en "triste y reservado". Quizás por eso abandonó su país natal y perdió el contacto con su familia. Poco más ha podido saber, y eso que el mismo Clostermann lo cita repetidamente en su célebre autobiografía, El gran circo. Poca cosa, aparte de un detalle que lo vincula definitivamente a Andorra, donde se casó en 1980 y donde parece que cioncidió co otro aviador, el canadiense Richard Maxwell Milne. Aquí murió dos años después, y aquí fue enterrado. La viuda, June, emigró a África del Sur -parece- y su recuerdo se ha acabado perdiendo, como las lágrimas del replicante Roy, Villon del futuro, en Blade Runner. Triste epitafio para un héroe de guerra.

[Este artículo se publicó el 11 de junio de 2005 en el Diari d'Andorra]