Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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viernes, 27 de febrero de 2015

1943: el lado oculto de la sentencia

Los milagros existen. Y si no, que se lo digan al conservador de los fondos fotográfico del Archivo Nacional de Andorra, Isidre Escorihuela, y a su directora, Susanna Vela, que seis meses atrás se quedaron estupefactos cuando el historiador Climent Miró se presentó en las dependencias con su último descubrimiento: tres instantáneas inéditas de la fatídica jornada del 18 de octubre de 1943. Seguro que lo recuerdan porque lo hemos contado aquí mismo en otras ocasiones: la lectura de la sentencia de muerte de Pere Areny Aleix, autor confeso del parricidio de su medio hermano, Antoni, la madrugada del 31 de julio de ese mismo año en el dormitorio que compartían en el domicilio familiar de Casa Gastó, en el lugar de Ransol (Canillo). Areny fue pasado por las armsas a mediodía del 18 de octubre, previa lectura pública de la sentencia en plaza Benlloch de Andorra la Vella, en un episodio convertido en espectáculo y del que hasta la fecha conocíamos tan solo gracias a la muy divulgada y canónica fotografía de Valentí Claverol, tomada desde el edificio del Comú, y a los dos minutos de película rodados por Bonaventura Rebés desde el balcón de la casa familiar en la misma plaza. Hasta ahora, insistimos: las tres imágenes exhumadas por Miró mientras revisaba fondos fotográficos para L'Abans: la Seu d'Urgell -monumental ejercicio de memoria gráfica de la que un día les hablaremos- forman parte de la colección particular de Manuel Pomares (la Seo, 1924-2014) que su nieta, Anna Solans, ha depositado en el Archivo Comarcal del Alto Urgel. Tres fotografías de autor vamos a decir que desconocido y de las que Solans ha cedido copia digital al Archivo Nacional de Andorra. Un tesoro documental que complementa la visión que hasta ahora teníamos de este trágico y decisivo capítulo de nuestra historia reciente, porque Areny fue el último reo condenado a muerte y ejecutado en este rincón de los Pirineos.


18 de octubre de 1943: el reo, Pere Areny Aleix, es conducido desde la prisión, ubicada en  la Casa de la Vall, hasta la plaza Benlloch de Andorra la Vella, donde se ha concentrado una pequeña multitud -que parece más numerosa en la fotografía de Claverol- para asistir a la lectura pública de la sentencia, que lo condenará a muerte. Las fotografías de Pomares están tomadas desde el lateral de la misma plaza, frente al Comú, probablemente desde el primer piso de Casa Cintet. Claverol era el único fotógrafo autorizado por el Consell General para documentar el episodio, por eso las imágenes de Pomares, que por otra parte era un fotógrafo aficionado, son de peor calidad, poco nítidas e incluso "sucias" : no dejan de ser imágenes robadas. Fotografía: Colección Pomares / Archivo Comarcal del Alto Urgel / Archivo Nacional de Andorra.

La fotografía canónica de Claverol, autor de las únicas imágenes de la lectura pública de la sentencia conocidas hasta la fecha. Claverol disparó desde el Comú de Andorra la Vella; Pomares, dese el segundo piso de Casa Cintet, que no aparece (por poco) en la fotografia de Claverol. En cambio, quien sí que sale con toda claridad es Bonaventura Rebés, que rodó dos impresionantes minutos de película: es el hombre trs la cámara a la derecha del balcón que preside la escena. Fotografia: Fundación Valentí Claverol / Todos los derechos reservados.

La más borrosa y probablemente la más impresionante de la fotografías aparecidas en el archivo de Pomares: tras la lectura de la sentencia y cuando ya conoce el veredicto, Pere Areny es conducido en comitiva hasta el patíbulo, situado al lado del cementerio de Andorra la Vella, a unos 500 metros escasos de este lugar. Aquí todavía está en la plaza, escoltado por un agente de policía y por mossèn Lluís Pujol, arcipreste de los Valles de Andorra, que le auxiliará en este último trance.  Fotografía: Colección Pomares / Archivo Comarcal del Alto Urgel / Archivo Nacional de Andorra.

Las fotografías de Pomares están tomadas desde el lateral de la plaza Benlloch que queda frente al Comú -el ayuntamiento de Andorra la Vella. Es decir, desde el ángulo inverso al de Claverol, que -lástima- no aparece en las fotografías de Pomares. Seguramente, por poco. Opina Escorihuela que nuestro hombre -hablamos ahora de Pomares, no de Claverol- debía encontrarse en el segundo piso de Casa Molines o, más probablemente, de Casa Cintet. Iconográficamente no aportan, advierte, novedad alguna al material hasta ahora conocido. Pero revelan una perspectiva absolutamente inédita del episodio: Calverol, que era el único fotógrafo autorizado por el Consell General para documentar la escena, tomó la versión oficial que ha permanecido hasta hoy en la memoria colectiva.

Por eso vemos de frente a consellers, batlles veguers, así como al resto de las autoridades que presiden el espectáculo. Nuestro fotógrafo va por libre, moviéndose como un reportero en tierra hostil, dispara a escondidas y por eso el resultado recuerda -en opinión de nuevo de Escorihuela y salvando todas las distancias- la fotografía "sucia" de los corresponsales de guerra de la época. Especialmente, arguye, la impresionante instantánea tomada a pie de calle, claramente robada y con el reo escoltado por un agente de policía y por mossèn Lluís Pujol, arcipreste de los Valles de Andorra, que lo atenderá en sus últimos momentos. Porque no olvidemos que este hombre a quien el mismo tribunal ha descrito en la sentencia como un individuo de mentalidad "bastante simple" y por quien no tendrá clemencia se dirige con la cabeza gacha, humilde y resignadamente al patíbulo, un poste de madera levantado al efecto en la Roureda de Moles, al lado del cementerio de Andorra la Vella, donde lo atarán, le vendarán los ojos y lo fusilarán.

La perspectiva de Pomares ayuda a hacerse una composición de lugar y una idea cabal de la escena: la plaza Benlloch no parece tan abarrotada como en las fotografías de Claverol, y asistimos, con mucha mayor nitidez que en la película de Rebés, al trágico, patético paseíllo que le obligaron a recorrer al reo desde la cárcel, un habitáculo entonces en la Casa de la Vall, hasta el centro de la plaza donde tendrá lugar la lectura de la sentencia. Pomares nos muestra también cómo el círculo de espectadores que asiste al espectáculo va cerrándose a su paso, cómo escucha el veredicto y cómo se lo llevan a pie, maniatado y escoltado, camino del patíbulo.

Estas tres fotografías son la prueba, en fin, de que todavía es posible que aparezcan documentos históricos inéditos, de que en este ámbito no está todo dicho, aunque lo parezca. En este caso, los negativos de material plástico y del formato estándar en la época, 6 por 7 centímetros- forman parte de la colección de Pomares, contable de profesión y fotógrafo aficionado durante toda su vida, que se interesó sobre todo en las escenas, fiestas y celebraciones familiares. Un archivo que depositó en manos de la nieta con el encargo de no divulgarlo hasta su fallecimiento. Quizás era consciente de la transcendencia histórica del documento, algo que se les escapó a Solans pero que Miró supo detectar a tiempo. Por lo que respecta a la autoría, el mismo Miró especula con que fuese Pomares el autor de la serie; su nieta, en cambio, descarta la hipótesis y se decanta por alguno de los amigos de juventud del abuelo, que lo acompañaron hasta Andorra para asistir a un episodio que sin duda dio mucho que hablar en la comarca. El enigma está servido y esta historia parece que no se termina nunca. Estén atentos, porque habrá más.

[Este artículo se publicó, con alguna modificación, en el diario Bon Dia Andorra el 13 de febrero de 2015]

lunes, 28 de abril de 2014

El tesoro de Sonplosa

Molines Patrimonis y el ministerio de Cultura restauran los dos centenares de piezas de hierro y bronce recuperadas en el yacimiento de la Roureda de la Margineda, la mayor fortaleza medieval excavada en la vertiente sur de los Pirineos.

Los objetos hablan. Observe el lector si no lo cree las llaves de hierro de aquí abajo. De acuerdo: a primera vista no parece muy prometedor, pero resulta que datan de la primera miad del siglo XIV y fueron recuperadas en el yacimiento de la Roureda de la Margineda (Andorra), que Casa Molines -propietaria de la finca- excava desde 2007 y donde ha aparecido por sorpresa e incluso contra pronóstico la mayor fortaleza medieval jamás exhumada en la vertiente sur de los Pirineos. Seguro que lo recuerdan, porque no es la primera vez -ni será la última- que hablamos de esta fascinante aventura arqueológica: un recinto amuralladao de unos 1.500 metros cuadrados de superficie donde se conservan los restos de lo que parece una casa fortificada habitada ininterrumpidamente entre los siglos XI y XIV. La cuestión, en fin, es: ¿qué puerta abrían estas llaves? ¿Qué mano fue la última que la abandonó en un rincón de la fortaleza?¿Qué prisas incitaron a su último poseedor a largarse del lugar dejando las llaves atrás, como si hubiera decidio que jamás regresaría? ¿Quizás la peste negra, que arrasó la Europa de mediados de siglo XIV y que -según el arqueólo Ivan Salvadó, que dirigió las primeras temporadas de la excavación- podría haber precipitado la evacuació del castillo?







Algunos de los 187 objetos de hierro y bronce recuperados en el yacimiento y restaurados por Casa Molines y el ministerio de Cultura. De arriba abajo, llaves de hierro fechadas en la primera mitad del siglo XIV; punta de flecha de seis centímetros de longitud y vaina de espada; olla cerámica del siglo XIV; vellón acuñado en Valencia en 1271, tijeras y hebilla de cinturón también de hierro. Fotografías: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.
Piedra con inscripción en latín (pendiente transcripción) exhumada en Sonplosa. Fotografía. Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.
Vista general del yacimiento, abierto al público en 2012. El grupo de visitantes entra en el recinto soberano por la puerta principal de la fortaleza. En primer término, restos de lo que se supone que era la capilla del conjunto residencial. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Pues las llaves on sólo una de las 200 piezas de hierro y bronce que han aflorado en la Rouoreda -que recibe también el nombre de Sonplosa, sin duda mucho más sonoro. Casa Molines y el ministerio de Cultura restauyraron el año pasado una docena de ellas, entre las que se encuentran objetos muy poco habituales en yacimientos de estas características: principalmente, unas tijeras también de hierro, una hebilla y un anillo de bronce, y -atención, los aficionados a la parafernalia bélica- abundante material de uso militar: una punta de lanza de unos 25 centímetros de largo, otra punta -ésta, de flecha- de tan solo seis, y para acabar, la vaina de una espada. El tesoro excavado en la Margineda y hasta ahora restaurado se completa con una moneda de vellón acuñada en Valencia en 1271; una olla de cerámica del siglo XIV, y tres piezas más de pizarra fechadas entre los siglos XI y XIV que incorporan motivos bélicos, un nudo de Salomón -emblema por cierto del yacimiento de Sonplosa- y un texto en latín pendiente de transcripción.

Todo el material apareció en un estado de conservación "sorprendente" -según la restauradora Aida Alarcos- y una vez restaurado se conservará en el servicio de Patrimonio. El resto del tesoro, hasta llegar a las 187 piezas mayores -así como los miles de fragmentos de cerámica y los restos de dos molinos también exhumados- tendrán que conformarse de momento con ser catalogados, descritos y conservados, eso sí, en las condiciones de temperatura óptimas. Habrá una exposición, por lo que parece, pero en un futuro que la ministra de Cultura, Susanna Vela, no supo concretar.

De momento, el futuro inmediato es la inminente campaña que Casa Molines llevará a cabo en primavera para consolidar y asegurar los muros más degradados del yacimiento. El objetivo final es abrirlo a lpúblico este mismo verano. Siempre en pequeños grupos y citas concertadas, y con la posibilidad de que se convoquen jornadas de puertas abiertas coincidiendo con acontecimientos como las Jornadas Europeas de patrimonio. La campaña de primavera se prolongará durante todo un mes y tendrá un presupuesto de 20.000 euros, a portados por Casa Molines y el ministerio. Será la quinta desde 2007 y se completará con un estudio de las posibiidades de dinamización y museización del recinto. Los arqueólogos que lo redactarán se han inspirado en el poblado ibérico de Calafell, el parque arqueológico de Gavà, fechado hacia el 6000 a. C. y que constituye la explotación minera más antigua de Europa. Ah, sí, y también en yacimiento de Atapuerca. Ambición no les falta, desde luego. 

Cuatro siglos de ocupación humana

El recinto soberano desde el exterior de las murallas, en una reconstrucción ideal del yacimiento. Carecía de torre del homenaje y los muros podían llegar hasta los cinco metros de altura y los seis de espesor. Ilustración: Molines Patrimonis.

Molines Patrimonis inició en 2007 la excavación del yacimiento de la Roureda de la Margineda. Las tres campañanas precedentes han dado como resultado la exhumación del recinto soberano de la fortaleza, un área de 1.500 metros cuadrados protegida por murallas que podían alcanzar los 5 metros de altura y los 6 de espesor. En el interior de la zona noble se levantaba una casa fortificada de dos o tres plantas, sin torre del homenaje pero con patio y capiulla. Los restos más antiguos corresponden a un edificio de uso agrícola fechado entre los siglos XI y XII. La fortificación del recinto comenzó hacia 1190, mientras que con la firma del Pareatge de 1288 decae el uso militar y el castillo regresa a su primigenio uso agrícola. Sus últimos residentes lo abandonan a mediados del siglo XIV, probablemente a causa de la peste negra.

[Este artículo se publicó el 28 de enero de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

lunes, 10 de febrero de 2014

Cuando vivíamos en castillos

El yacimiento de La Margineda, en Santa Coloma (Andorra), conserva la mayor fortaleza medieval jamás excavada en la vertiente sur de los Pirineos; los arqueólogos sitúan el momento de esplendor a mediados del siglo XIII; los muros llegaban hasta los cinco metros de altura y los seis de grosor.

Retrocedamos 800 años, hasta 1190. El conde de Urgel acaba de ceder la fortaleza de Sant Vicenç d'Enclar al vizconde de Castellbò y, según un documento citado por el historiador Roland Viader- le ha dado permiso para levantar nuevas defensas "en la parte baja del monte Enclar". Es decir, en La Margineda. Esta es por lo visto la primera y única referencia documental del castillo que desde hace dos temporadas la propiedad de la finca, Casa Molines, excava en Santa Coloma (Andorra). Un yacimiento que emerge a escasos cien metros de la carretera general y donde se han localizado los vestigios de lo que -según el arqueólogo catalán Ivan Salcedo, director de las excavaciones- constituye la mayor fortaleza medieval exhumada en la vertiente sur de los Pirineos.

La excavación del yacimiento de la Roureda de la Margineda, en Santa Coloma (Andorra), se inició en 2007. Hasta el momento se ha excavado el llamado recinto soberano, el corazón de la casa fuerte, que se extiende por una superficie de unos 1.500 metros cuadrados. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.
El recinto soberano desde el exterior: los muros podían llegar hasta los cinco metros d altura, y en determinados puntos, hasta los seis de grosor. El recinto soberano, el corazón del castillo, constaba de edificio residencial de dos plantas y, posiblemente, una tercera rematada con una terraza defensiva; en la planta baja se concentraban las dependencias funcionales -cocina, fresquera, forja y despensa-, más el patio de armas y una pequeña capilla de planta absidial. Ilustración: Molines Patrimonis.
 La fortificación del recinto empezó hacia 1190, mientras que con la firma de los Pareatges de 1288 decae el uso militar y el castillo retorna a sus primitivos usos agrícolas. Los muros se utilizaron como cantera y se adosaron nuevas casas al recinto. La peste negra de 1348 comporta el abandono del asentamiento. Ilustración: Molines Patrimonis.

El castillo sigue la estructura habitual de las casas fuertes catalanas de la época: edificio residencial de dos plantas y posiblemente una tercera rematada con una terraza defensiva. En los bajos se concentraban las dependencias funcionales -cocina con lar, fresquera, forja y despensa- más un patio de armas y hasta una pequeña capilla de planta absidial. En el primer piso residía la familia del castlá -el señor del castillo por cuenta del vizconde de Castellbò- más los sirvientes y una pequeña guarnición de hombres de armas.

Pero lo más espectacular e insólito del yacimiento es el perímetro amurallado que rodeaba el recinto llamado soberano que constituía el corazón del castillo: una faja de piedra que podía llegar en algunos tramos hasta los seis metros de grosor -la altura no se ha podido determinar: una lástima. Una estructura defensiva condicionada por la topografía, ya que la fortificación se levantaba sobre un  pedregal que impedía la excavación de fosos, y al estar ubicada en un terreno en pendiente, había que proteger especialmente el flanco expuesto a un hipotético ataque desde una posición superior. Es en este tramo donde se levantaron los muros ciclópeos que la distinguen respecto a otras casas fuertes hermanas excavadas en yacimientos catalanes como el castillo de Mataplana, en Barcelona. Como éstas, tampoco la de La Margineda luce torre del homenaje, aunque sí bastiones y baluartes que denotan unos depurados conocimientos de arquitectura militar en el maestro que diseñó la fortaleza. El recinto soberano, que es el único que se ha excavado, se extiende por una superficie de unos 1.500 metros cuadrados, pero las prospecciones en la zona exterior han permitido deducir la existencia de una muralla que protegía el llamado recinto jussà y que completaba el perímetro defensivo. Sumados ambos, el yacimiento se va hasta los 4.000 metros cuadrados.

La vida útil de castillo fue sin embargo efímera: según los Pareatge de 1288, el obispo de Urgel y el conde de Foix acuerdan no erigir en lo sucesivo edificaciones defensivas en los Valles de Andorra e inutilizar las entonces existentes. Decae a partir de entonces la función militar que había tenido la fortaleza y comienza una nueva etapa que se prolongara hasta 1350, y que está  marcada por el retorno a los usos agrícolas que había tenido el primitivo asentamiento de la Margineda. Se conserva el edificio residencial, pero las murallas se arrasan y se aprovecha la piedra para levantar nuevos edificios. Hasta que a mediados del siglo XIV se abandona definitivamente el asentamiento.Se pierde entonces su rastro hasta el siglo XIX, cuando se rellena con tierra y se reutilizan como bancales las estructuras supervivientes. Es en este contexto en el que hay que situar la leyenda de la bruja que es arrastrada por una yunta de bueyes hasta La Margineda. Según Pere Canturri, que realizó las primeras prospecciones en la zona en los años 50, los mayores del lugar contaban que por el camino que había seguido la bruja en cuestión no crecía ni una brizna de hierba. Pues bien: parece que estos puntos yermos podrían coincidir con los cimientos de los muros.

La utilización militar del yacimiento data del siglo XII, pero el primer asentamiento humano se remonta según Salvadó al siglo XI. De esta época se han excavado los restos de una pequeña construcción y se han recuperado tres piedras procedentes de prensas primitivas. Y poca cosa más se sabe. En la tercera campaña arqueológica se excavarán los pavimentos de losa y piedra así como los nivelamientos del recinto soberano. Según Montserrat Cardelús, consejera delegada de Molines Patrimonis, faltará una cuarta campaña para que el castillo sea visitable, objetivo último de las excavaciones. Así que habrá que esperar por lo menos hasta 2010.

[Este artículo se publicó el 3 de julio de 2009 en El Periòdic d'Andorra]


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¿Víctimas de la peste negra?
Los arqueólogos que excavan el yacimiento de La Margineda plantean la hipótesis de que el castillo fuera abandonado a causa de la pandemia que liquidó a un tercio de la población europea en el siglo XIV; hasta tres decenas de hombres residían en la fortaleza en los años de esplendor

Las noticias sobre la previsible mortalidad que la llamada gripe nueva provocará en invierno son cada día que pasa más inquietantes. Quizás no servirá de gran consuelo, pero hace 700 años, a mediados de siglo XIV, otra pandemia arrasó Europa: la peste negra o, glups, bubónica, cuyo sólo nombre ya da algo de miedo. Se calcula que liquidó entre un cuarto y un tercio de la población europea de la época. Incluida la andorrana.

Hasta aquí, nada que no se supiese. La novedad es que la peste negra fue probablemente la causa del abandono del castillo de La Margineda, que se produjo precisamente a mediados del mismo siglo XIV. Esta es la hipótesis con la que trabaja el arqueólogo catalán Ivan Salvadó, que dirige desde hace tres temporadas las excavaciones de la fortaleza. Una hipótesis todavía no sustentada documentalmente, pero que considera plausible. La cronología coincide y -dice Salvadó- "es relativamente habitual toparse con yacimientos de esta época que de repente son abandonados sin una causa aparente; y esta causa acostumbra a ser la peste negra". Sólo así se explica la evacuación de un recinto que había estado ininterrumpidamente habitado por lo menos desde el siglo XI, protegido por murallas que medían hasta cinco metros de alto y seis de grosor, rodeado de campos de cultivo y erigido en un promontorio privilegiado, al pie de Sant Vicenç d'Enclar y dominando todo el valle.

Las últimas huellas humanas en el yacimiento las fecha Salvadó entre 1325 y 1350. Y la peste negra llega a la ciudad italiana de Mesina a bordo de un barco genovés procedente del Mar Negro en septiembre de 1347. Si la cronología y la hipótesis son correctas, la evacuación del castillo de La Margineda fue fulminante. El hombre no volvió a instalarse en el lugar hasta el siglo XIX, cuando lo que quedaba de las murallas ciclópeas se rellenó de tierra y se aprovechó para construir bancales. Pero con estos antecedentes todavía sorprende menos la leyenda de la bruja que rodea el yacimiento. Aunque lo cierto es que cuando la peste arrasó o simplemente vació por precaución el asentamiento de La Margineda ya había pasado el momento de esplendor de la fortaleza, que el arqueólogo sitúa entre 1190, cuando el conde de Urgel autoriza a Arnau, vizconde de Castellbò, a erigir un castillo "en la parte baja del monte Enclar", y la firma del segundo Pareatge, en 1288.

Es en este período cuando se levanta el recinto amurallado: un conjunto de cerca de 4.500 metros cuadrados de superficie que tenía su centro neurálgico en la casa fortificada ahora exhumada, que constaba de dos o tres plantas, más patio de armas y una pequeña capilla. Hoy quedan los cimientos y poco más. La levantaron los mismos vasallos del vizconde bajo la supervisión de un maestro de obra que -aventura Salvadó- tenía sólidos conocimientos de arquitectura militar, "por la forma como sabe defender las puertas, el punto más vulnerable de un castillo de estas características, de manea que un hipotético enemigo que penetrara en el recinto quedara siempre expuesto al contraataque de los defensores desde un posición elevada". Calcula que tardaron entre tres y cinco años en levantar el conjunto. Un caso especialmente singular porque en toda Andorra sólo se tiene constancia de otros tres castillo: el de Bragafolls, en Aixovall, del que tan sólo se conserva un lienzo del muro; el de San Vicenç d'Enclar, estrechamente relacionado con el de La Margineda, y el de las Bons, en Encamp- y sobre todo porque conserva la estructura original de una fortaleza del siglo XII, sin añadidos ni modificaciones posteriores.

Efecto psicológico
Salvadó aventura que en los años dorados, cuando ejercía como centro estratégico para el control de los valles de Andorra, residían en la casa fortificada el castlá con su familia, los sirvientes y una pequeña guarnición de hombres de armas. En total, entre 20 y 30 almas. Los soldados, probablemente en dependencias adosadas a las murallas del recinto soberano, el corazón del castillo y la única parte que hasta ahora se ha excavado: "Pero no debemos imaginarnos ni grandes ejércitos ni soldados uniformados; probablemente eran hombres a sueldo, algo así a los guardaespaldas de hoy". Tampoco podemos esperar ni operaciones de sitio ni grandes batallas: "Como mucho, algún golpe de mano con nobles rivales en los años previos a los Pareatge". Lo cual no significa que las murallas del castillo fueran un lujo inútil y absurdo: "Hay que pensar que los campesinos de la época, que mantenían al clero y a la nobleza, vivían en casas que eran poco más que chozas; para ellos, una casa fortificada como esta, con sus pisos y sus murallas, debía de parecerles un edifico imponente, probablemente el más grande que nunca vieron". El castillo constituía, además, el simbolo del poder, la sede de la justicia y el lugar donde estaba la mazmorra en que se encerraba a los reclacitrantes: "Hoy lo vemos con nuestros ojos de turistas, pero en la Edad Media un castillo tenía un efecto psicológico y disuasorio importantísimo para mantener el orden feudal. Y la gente del pueblo lo debía ver con una mezcla de admiración, temor y reverencia".

[Este artículo se publicó el 20 de julio de 2009 en El Periòdic d'Andorra]