Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

Mostrando entradas con la etiqueta Marfany. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Marfany. Mostrar todas las entradas

sábado, 28 de febrero de 2015

La leyenda negra: otro capítulo (según Pierre Saint Laurens)

Pierre Saint Laurens, contrabandista y pasador de hombres, recuerda en sus memorias la entrega a los alemanes por parte del secretario de la vegueria francesa, el ínclito Pierre Larrieu, de un grupo de fugitivos judíos; sostiene que el secretario Larrieu le impidió liberar a los fugitivos a punta de pistola en un tenso encuentro mantenido en Fra Miquel, el refugio en lo alto del puerto de Envalira.

Días atrás conocíamos el testimonio sensacional de Carla Kimhi, la judía austríaca que en 1942, cuando tenía 12 años, huyó de los nazis a través de Andorra y llegó a España gracias a uno de los pasadores con base en nuestro rincón de Pirineos: un tal Pierre, de quien no sabemos nada más que tenía una hija de la misma edad de Carla que había tenido que dejar atrás -se había exiliado tras la Guerra Civil española- y a la que visitaba aprovechando sus periplos como contrabandista de hombres. He aquí otro capítulo de la leyenda blanca de los pasadores contado por una vez y de viva voz por uno de sus protagonistas. Pero esta fascinante epopeya tiene como es bien sabido su reverso, su lado oscuro: episodios de pura sevicia en que los supuestos guías que tenían que conducir su cargamento de fugitivos hasta la relativa seguridad que les brindaba la neutralidad española aprovechaban la ocasión para desvalijarlos, abandonarlos en la montaña a su (mala) fortuna, incluso entregarlos a la policía alemana de fronteras. Hechos abonados a la rumorología y que raramente son fehacientemente documentados.

Saint Laurens (Gaillac, departamento del Aude, 1918-?) en la época en que ejercía de contrabandista y pasador. Su testimonio deja en muy mal lugar al veguer francés, Lesmartres, y a su secretario, Larrieu, y lanza una duda general sobre la lealtad de los andorranos del momento, más interesados en el negocio que en la causa de la libertad. Fotografía: Archivo Saint Laurens / Contes de faits.

También hace unos días sabíamos gracias al historiador leridano Josep Calvet (Huyendo del Holocausto) del caso de cuatro judíos polacos expoliados por sus presuntos salvadores -los guías españoles Antonio Heredia y Luis Sala Gil, aquí van sus nombres para infamia suya- en la frontera hispanoandorrana. Y hoy rescatamos gracias al historiador francés Éric Guillon otro capítulo que engordará la leyenda negra. La cuenta, además, un testimonio presencial: Pierre Saint Laurens (Gaillac, departamento del Tarn, 1918-?), contrabandista y miembro de la red Morhange que operaba en Tolosa en los años centrales de la II Guerra Mundial.

El caso es que Saint Laurens evoca en sus memorias de guerra, Contes de faits: souvenirs, témoignages (1995), un hiriente, infame episodio que implica directa y nada gloriosamente al secretario de la vegueria francesa, el ambiguo Pierre Larrieu, viejo conocido nuestro. Según cuenta Saint Laurens, en cierta ocasión en que regresaba a pie a Tolosa -nos encontramos en plena Guerra Mundial- tuvo que detenerse a descansar en el refugio de Envalira, de cuyo guarda nos habla, y en términos no precisamente elogiosos: "Le patron du refuge, Pereira, était un portugais acquis aux services franquistes et nazis, et il était préférable de ne pas trop s'attarder chez lui". Se da la circunstancia de que justo mientras Saint Laurens recuperaba fuerzas al calor del refugio se detuvo frente a él una camioneta conducida por un tal Trouvé, la mano derecha de Larrieu, que cuando lo vio salir de la cabaña no pudo evitar el sospechoso gesto de arrancar la camioneta para seguir adelante.

Saunt Laurens no se lo permitió porque le dieron muy mala espina, dice, "los lamentos humanos" que procedían de la parte posterior del vehículo. Démosle la palabra para describir la "visión dantesca" que, continúa, le heló la sangre: "Un caos de niños y de ancianos hacinados de cualquier manera en la caja, hasta el punto de que era imposible decir cuántos habría; unos lloraban, los otros chillaban y una de las ancianas me contó en mal francés que los habían detenido de madrugada, por judíos, que los habían desvalijado y que ahora los conducían a la frontera para entregarlos a los alemanes". Saint Laurens se olvida de consignar lo más importante: ¿quién lo hizo? ¿Y por orden de qué autoridad? Continúa el relato diciendo que mientras intentaba liberar a aquellos desgraciados el tal Trouvé tuvo tiempo de telefonear a la vegueria, Larrieu se presentó en el refugio y a punta de pistola arrestó al contrabandista. Los judíos fueron finalmente conducidos hasta la frontera y entregados como había augurado la anciana a los alemanes. Un destino muy diferente, como se ve, del de los Kimhi.

Saint Laurens se libró por muy poco de caer en manos de los boches, pero todavía le quedan arrestos para intentar una nueva operación de contrabando que será, esta sí, la última, con una emisora de radio portátil que transporta a hombros desde Acs -la última localidad francesa donde vivió Carla- y sorteando a las patrullas alemanas de guardia en la frontera. Dice que lo recoge en el puerto de Envalira, agotado, en medio del temporal y cuando ya lo daba todo por perdido, un amigo andorrano -el laurediano Antonio Pintat- que lo acoge en su hotel de Sant Julià, le busca comprador para la emisora e incluso lo invita a una suerrealista, cinematográfica timba de póquer con los delegados locales de los servicios de inteligencia español (Auguste Marfany), francés (el doctor Bourrel) e inglés (Fornell). También está presente el alemán; lástima que no nos da su nombre. 

Contes de faits recoge otras aventuras andorranas. Asegura nuestro hombre de hoy que también ejerció esporádicamente como pasador -con dos rutas principales: la fácil, según él, por Enveig i Puigcerdà, en la Cerdeña; y la nuestra, que consistía en traer al fugitivo hasta Andorra y dejarlo aquí en manos de un transportista local que lo conducía en coche hasta Barcelona- y aunque no aporta más detalles dice que su base de operaciones en Andorra era el domicilio de un tal Costes, francés establecido en Escaldes que había convertido su piso en una especie de centro de acogida de fugitivos, incluida una "vieja judía" que le pide a Saint Laurens que la traiga de su casa en Tolosa jabón para su higiene personal y... ¡la cubertería de la familia! Una cubertería que acabará confiscada por una patrulla alemana en Porta. Pero la ocupación de la Francia de Vichy, en noviembre de 1942, termina con el negocio -"Andorra había dejado de ser la tierra de libertad", dice, porque los grandes "caids" del contrabando [sic] se convierten en informadores de alemanes y españoles- y Saint Laurens no volverá a tentar la suerte por aquí abajo. De su trayectoria tras la guerra,a la que sobrevivió, tan solo sabemos que ejerció como magistrado en Dahomey. Pierre, en fin: como el que ayudó a escapar a los Kimhi. Quién sabe...

Un país "trufado" de "confidentes" y lanzado al "negocio"
La fauna local no sale muy bien parada del retrato que de ella nos deja Saint Laurens en su relato. Además del portugués Pereira y de los que él denomina los "caids" de contrabando convertidos en chivatos de alemanes y españoles, dice que los andorranos se interesaban sobre todo en los "negocios" y en el "contrabando" (de coches y de neumáticos), y "apenas en el curso de la guerra". Les echa en cara que quieran sacar tajada de la situación, y no siempre con buenas artes. Cualquier excusa es buena para renegociar -a la baja, se sobreentiende- el precio convenido por una mercancía de contrabando. Y lejos, muy lejos de la versión idealizada que nos deja la versión televisiva de Entre el torb i la Gestapo, sostiene que el país estaba "trufado" de "confidentes" de los que era preferible mantenerse lo más alejado posible.

Un diagnóstico que coincide con la Andorra que recordaban Jaume Ros y Joaquim Baldrich, en las antípodas del escenario edulcorado de la película de Lluís Maria Güell. Por eso evita Saint Laurens cafés y hoteles -ni una sola referencia al Mirador- y se refugia en casa del tal Costes, francés como él, natural del Aude y "exdesertor", dice, a quien llaman "el Gabacho" y sospechoso a ojos de los nativos de ser a su vez confidente de los aduaneros. Un laberinto inescrutable de intereses y de lealtades cruzadas y con frecuencia encontradas donde, para terminar de arreglarlo, la vegueria francesa, con Lesmartres y Larrieu enfrentados entre si, juega un papel más que dudoso: "Me resistía ingenuamente a creer que se hubieran convertido tan rápidamente en auxiliares del nazi invasor, pero enseguida me percaté de que el veguer tomaba todas las medidas necesarias para dificultar la entrada de refugiados y para devolver a Francia a los que conseguían llegar".

[Este artículo se publicó el 2 de febrero de 2015 en el Diari d'Andorra]

domingo, 29 de diciembre de 2013

El pasador discreto (y II)

[Segunda y última entrega sobre la peripecia de Albert Moles Damunt, capturado en septiembre de 1943 al frente de un grupo de diez aviadores aliados en la cima del Port Negre, y detenido en la prisión de la Seo de Urgel; las autoridades andorranas, incluida la Mitra, se movilizaron para conseguir su liberación: salió de la prisión el 5 de enero de 1944, previo pago de una multa gubernativa de 500 pesetas.]

Otra vez con los pasadores, sí, porque nunca nos cansaremos de volver a uno de los escasos capítulos del siglo XX en que Andorra jugó un papel de cierta relevancia. Y encima, del lado de los buenos. Lo haremos de nuevo con Albert Moles (Barcelona, 1923-Quillan, Arièja, Francia, 2007), el pasador discreto y el último -de momento, claro- en unirse a las filas de los Forné, Viadiu, Baldrich y compañía. Porque así se lo prometimos al lector, y nosotros cumplimos. Bueno, casi siempre... Empezaremos por el final, con la notificación de la libertad de nuestro hombre firmada el 5 de enero de 1944 por el inspector jefe del destacamento de la guardia civil en la Seo de Urgel: "El individuo Alberto Moles Demunt que se hallaba en esta prisión de mi cargo [...] en el día de la fecha ha sido puesto en libertad..." Concluía así un pequeño calvario -más burocrático que otra cosa, enseguida lo verán- que había comenzado con la captura de la partida que Moles conducía, un grupo de diez hombres que el 4 de septiembre de 1944 cayó en las zarpas de la guardia civil de fronteras a la altura del Port Negre, cuando iniciaban la última etapa del camino que les tenía que conducir al consulado británico en Barcelona: la libertad.

A sus diez compañeros de escapada -aviadores aliados, sostiene el historiador Josep Calvet, autor de la monografía canónica sobre la materia, Las montañas de la libertad, y que ha exhumado de los archivos del gobierno civil de Lérida el expediente de donde procede la información que hoy revelamos: la prosa burocrática los despacha lacónicamente como "súbditos extranjeros"- se les pierde enseguida la pista: el 9 de septiembre son transferidos a la prisión provincial de Lérida y es de suponer que acabarán como tantos de sus colegas en el campo de Miranda de Ebro, el peaje previo a la libertad que tenían que abonar los oficiales aliados capturados en España. Era malo; pero era todavía peor ser entregado a la Gestapo.

En fin, que de Moles podemos reconstruir el periplo carcelario, cuatro meses intensos en que veremos interceder por él y en dos ocasiones nada menos que al delegado de la Mitra [recuerde el lector que el obispo de Urgel era y es el copríncipe de Andorra: el jefe del Estado], al síndico Francesc Cairat y al cónsul de Andorra la Vella, Joaquim Marfany, así como un abundante intercambio de notas entre el director de la prisión, el inspector jefe de la comandancia de la guardia civil en la Seo, el gobernador civil de Lérida y -atención, que no está nada mal- la mismísima Dirección General de Seguridad de Franco, en Madrid. Porque hasta la capital española llegó el caso Moles.



Expediente de Moles exhumado por Calvet del archivo del Gobierno civil de Lérida: el 10 de septiembre de 1943 el inspector jefe de la Seo informa de la detención del grupo de Moles; el 6 de noviembre, el secretario de la Mitra se interesa en el caso: las autoridades andorranas certifican que es "persona de buena conducta", y nota manuscrita del director de la prisión de la Seo decretando la puesta en libertad del pasador andorrano, fechada el 5 de enero de 1944.

Calvet ha comprobado cómo Moless alió bastante bien librado: cuatro meses en prisión y una multa de 500 pesetas, que debía de ser una cantidad importante en la época, pero que hay que situar en su contexto: a Moles lo había contratado según consta en el expediente un tal Jaime, "residente también en las Escaldes", por 700 pesetas; y según el testimonio de Joaquín Baldrich, el consulado británico no escatimaba recursos y pagaba 3.000 por cada hombre que llegaba a Barcelona. Así que la broma le salió a Moles relativamente bien... si no hubiese sido, claro, por los cuatro meses a la sombra que se tiró. En cualquier caso, el destino de nuestro pasador de hoy ilustra el trato más o menos benévolo que las autoridades franquistas reservaban a los reos de "paso clandestino de fronteras" -éste era el delito del cual se acusaba a Moles y compañía- especialmente desde que el desembarco aliado en en el norte de África, a finales de 1942, comienza a quedar claro el resultado de la II Guerra Mundial. E ilustra también la movilización de las autoridades locales, que no dudaron en interceder una y otra vez, hasta salirse con la suya, a favor de un "súbdito andorrano".

Lo sabíamos por el caso de Eduard Molné, capturado en la célebre operación de la Gestapo en el hotel Palanques, en septiembre de 1943, y encerrado en la prisión de Saint Michel, en Tolosa. Pero ahora lo comprobaremos con los documentos en la mano. El 14 de septiembre -es decir, diez días después que los capturaran en el Port Negre- la Mitra toma la iniciativa y Fornesa solicita al gobernador civil que "se digne interesarse por Alberto Moles [...] con objeto de que pueda ser aclarada la situación del detenido y se le conceda la libertad si la naturaleza de los cargos lo permite". El 6 de noviembre vuelve a la carga, a instancias del síndico, según dice, y ya sin tantos miramientos le conmina a que "tan pronto como sea posible sea puesto en libertad". La última muestra de esta solidaridad activa la encontramos el 30 de marzo de 1944. Hace ya casi tres meses que está felizmente en libertad, pero Moles solicita que se le devuelva el pase especial de fronteras que los ciudadanos andorranos necesitaban para circular por España, pase que se le había confiscado al ser capturado. Alega en defensa propia que lo necesita "para ayudar a mis padres, pobres y ancianos, y ganar honradamente mi vida, al objecto de poder trabajar como ayudante de chófer en el comercio de D. Alejandro Lluelles e las Escaldas". El caso pasa a manos del inspector jefe de la Seo, que a estas alturas ya debía set casi un íntimo de Moles. El hombre se lo piensa, pero sin demasiada convicción, porque -dice- "el reseñado individuo se dedicaba con anterioridad al contrabando y paso clandestino de extranjeros", pero no le cuesta mucho dejarse convencer: "En la actualidad parece que es su propósito enmendar su forma de vida trabajando honradamente al servicio de Alejandro Lluelles".

Así que si el señor inspector no tiene nada en contra, el gobernador civil tampoco y el 15 de abril decreta que se le permita a Moles "la entrada y circulación por España al igual que al resto de los residentes en los Valles de Andorra". El expediente de Moles acaba aquí, y también su carrera como pasador, porque según su hermano Josep el episodio le hizo ver las orejas al lobo y no se atrevió a volver al peligroso negocio del paso clandestino de frontera. El intercambio epistolar entre inspector, gobernador y director general de seguridad da en cualquier caso la sensación de que a las autoridades franquistas Moles más bien les estorba, que se lo quieren sacar de encima y que se agarran a cualquier coartada más o menos verosímil para deshacerse de él y devolverlo a Andorra salvando la cara.

El 8 de octubre el gobernador civil había puesto a Moles "a disposición" de la Dirección General de Seguridad; quince días después, es el director general el que responde que "como en esta Dirección no tiene ningún antecedente y por tanto responsabilidad pendiente, quedará detenido a disposición de V. I. para imponerle la sanción mayor o menor según su importancia social y política". Una importancia que tiene medida exacta: 500 pesetas. Ésta es la multa que el gobernador le impone el 31 de diciembre, después de haber recibido informes andorranos que lo definen, por supuesto, "como persona de buena conducta, según antecedentes y opinión general"... aunque el inspector no lo acaba de ver claro y advierte de que "se puede afirmar sin ningún género de dudas que se dedica en la actualidad al contrabando". Pero la suerte de Moles está dictada: el 5 de enero de 1944 sale de la prisión. ¡Menudo regalo de Reyes!

[Este artículo se publicó el 9 de diciembre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]