Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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sábado, 5 de julio de 2014

Vindicación del obispo Simeón

El historiador catalán Jordi Buyreu reconstruye el decisivo papel del prelado de Urgel en el mantenimiento de las instituciones, la neutralidad y los privilegios andorranos tras la Guerra de Sucesión, en que el Consell de la Terra reconoció al perdedor, el archiduque Carlos.

Imagínese el lector al Muy Ilustre Síndico dirigiendo una recua de mulas cargando los 600 quesos, 600, que el Consell de la Terra le envía en plan obsequio al rey Felipe V, que ha puesto corte en Zaragoza. Sólo el viaje ya debió de ser una aventura, por no decir una proeza, entre dramática y algo cómica. Dramática porque la comitiva atravesaba un país sumido en la Guerra de Sucesión; y cómica porque uno se imagina el diálogo de besugos del buen Síndico ante las inquisitivas preguntas de las tropas con que se iba cruzando: "¿Qué llevan estas bestias? Pues quesos para nuestro señor el Rey". El caso es que los andorranos de la época intentaban congraciarse con el nieto de Luis XIV, el Borbón que aspiraba a la corona hispánica -de hecho, ya era rey- y en cuyo favor se estaba decantando la guerra. Estamos en 1711 y resulta que llevados de un exceso de celo, por las circunstancias o -más probablemente- por una fatal colusión de todos estos factores, el Consell de la terra tenía que hacerse perdonar la precipitada toma de partido por el rival de Felipe, el archiduque Carlos de Anjou, desde 1705 rey de los catalanes. Lo cuenta con pelos y señales el historiador catalán Jordi Buyreu, profesor de Historia Moderna en la Universidad de Barcelona, en La Guerra de Sucesión en los Valles de Andorra (1700-1720), suculento artículo recientemente publicado en la revista de Historia Moderna de la Universidad de Valencia.

"Plan de Castel Siutat et de la Ville d'Urgell" conservado en la Biblioteca Nacional de Francia. Fotografia: Gallica.


"Planta de fortificación de Castellciutat con lo que esté hecho, lo que se va fabricando y lo que se ha de hacer", fechado en 1692 y conservado en el Archivo General de Simancas junto a un discurso del ingeniero mayor Ambrosio Borsano sobre la ciudadela, uno de los escenarios de la Guerra de Sucesión en el Alt Urgell. Fotografía: Ministerio de Cultura / Archivo General de Simancas.

Una aventura excepcional porque nuestros abuelitos del XVIII llevaron hasta la perfección el noble arte de hacerse el andorrano. Ya saben, mirar hacia otro lado, hacer como si no y preguntarse en voz alta: ¿Yo? ¡Ni idea! Buyreu trata de explicar(se) en una veintena de suculentas páginas cómo se li hizo aquella buena gente para mantener no solo las exenciones fiscales y los pirivilegios comerciales que España y Francia les reconocían desde tiempos casi inmemoriales sino también y sobre todo el peculiarísmo statu quo jurisdiccional e institucional: el Coprincipado, la (proto)independencia y la semilla de la soberanía actual. En resumen: ¿cómo es posible que Felipe V respetara la singularidad andorrana después de que el Consell de la Terra apostara por Carlos de Anjou, cuando en la vecina Cataluña se aplicó a consciencia para anular sus instituciones seculares Decreto de Nueva Planta mediante? ¿Por qué perdonó a Andorra pero no a Cataluña? Y mira que tenía muchos y buenos motivos para el castigo. No solo el reconocimiento del rey Carlos III, detalle que según cómo podría interpretarse como un crimen de lesa majestad. Es que en 1709 el Consell de la Terra satisfizo la qüestia reglamentària al obispo Julián Cano, como era de ley aunque el mitrado estuviera huido, y también al de Anjou, por si acaso se le ocurría cortar el grifo y retirar los privilegios comerciales, como había amagado que haría. Hay que añadir que Andorra no lo tenía fácil, y que se la jugaba tomara la decisión que tomara e independientemente del aspirante al que apoyara: el obispo, decíamos, estaba huido porque -como recuerda Buyreu- era partidario de Felip, mientras que el capítulo catedralicio de la Seo se había alineado con el archiduque. Una situació "anómala" -según el historiador; quizás le sentaría mejor "pintoresca"- en que a los andorranos no les quedaba otra que hacer equilibrismos -la puta i la Ramoneta, vaya- para evitar males mayores. Tan pronto hubo reconocido al de Anjou como Carlos III, éste les confirmó los privilegios para importar mulas desde Francia. Pero es que además, cualquiera le tosía entonces a Carlos, con los ejércitos austracistas instalados en Cataluña y llevando la voz cantante en la guerra.
Pero estas veleidades imperiales no les iban a salir gratis, y los Borbones se lo iban a cobrar antes que después: ya en 1709, el duque de Noailles propone una primera represalia -los dichosos mulos que los andorranos podían importar libres de impuestos para después revenderlos en España. El mismo año, dice Buyreu, el Consell de la Terra ha de abonar una multa de 1.000 libras francesas, oficialmente por haber dejado pasar por su territorio a una partida de badoleros, pero la cosa huele también a represalia. En 1711, otra multa, esta vez de 11.000 libras. Una relación tirante que ya había empezado mal: en 1701, en los prolegómenos de la Guerra de Sucesión, las Cortes catalanas acordaron un "donativo" de 1,5 millones de libras barcelonesas al rey Felipe, y la Diputación del General exigió a Andorra  una contribución de 450 libras, "como el resto de poblaciones catalanas". Una exigencia absolutamente inólita que provocó las lógicas renuencias y que solo la intervención in extremis del obispo Cano evitó.

El arte de hacerse el andorrano
Catorce años y dos cambios de bando después, los consejeros no lo veían tan claro. Con razón: "¿Por qué los vencedores no abolieron las instituciones andorranas? ¿Por qué ni la monarquía española ni tampoco la francesa aprovecharo la coyuntura para acordar el traspaso del territorio a la jurisdicción de la una o de la otra?", se pregunta con legítima sorpresa Buyreu. Seguramente no fue gracias a los 600 quesos de 1711. Más bien apunta a las dotes diplomáticas (!?) de los síndicos del momento -esta rara habilidad para jugar a dos barajas sin terminar nunca de pillarse los dedos- pero sobre todo a la figura proteica del sucesor de Cano, Simeón de Guinda, al frente del Obispado desde 1714 hasta su muerte, en 1737, y a quien el historiador presenta como "un personaje capital para entender el mantenimiento de la neutralidad andorrana en aquellos difíciles años".
¿Cómo se lo hizo el navarro Guinda para convencer a Felipe y conservar pues los privilegios y el statu quo andorrano? Ante todo, siendo un hombre del régimen -del régimen borbónico, claro-, y porque por algún motivo que desconocemos tenía cierta influencia en la corte del monarca. Más que cierta: la suficiente para salirse con la suya y conseguir que en 1717, cuando se decretó la clausura de todos los colegios de la Compañía de Jesús  para favorecer a la leal ciudad de Cervera, la orden no afectara al de la Seo, el único de toda Cataluña que continuó abierto y como si nada. En fin, que el hombre "se tomó muy a pecho los derechos que le confería el Coprincipado y no estaba dispuesto a renunciar ni al poder ni a la jurisdicción sobre los Valles de Andorra, ni a ninguna otra de las prerrogativas y rentas que el título comportaba". Así que ordenó al Consell de la Terra que no satisficiera ningún tributo más que al rey de Francia o a él mismo, como estaba mandado, por mucho que lo mandara la borbónica administración de Su Católica Majestad.
El panorama se complicó de nuevo en 1719 con jua nueva guerra, esta vez entre Franca y España, y la consiguiente ocupación gabacha de los territorios fronterizos, incluida la Seo, donde los ocupantes restablecieron astutamente el régimen anterior a la Nueva Planta. El caso, dice Buyreu, es que "miembros destacados de la comunidad" -se refiere de nuevo a la Seo- mantuvieron "algunas reuniones conspirativas en Andorra para facilitar la entrada en la ciudad [de la Seo] de las tropas francesas". ¿Dónde? En casa del mismísimo Síndico, Joan Antoni Torres. Cuando las cosas se calmaron, tras la retirada francesa, de nuevo tenían los andorranos sobrados motivos para temer la ira del Borbón. Pero ni así. Concluye Buyrey que si salieron indemndes desués de jugar con fuego durante un par de décadas fue gracias a la doble señoría -el Copríncipe francés no tenía ninguna intención de dejarse arrebatar sus derechos de cosoberanía por estas latitudes- a la habilidad negociadora de Torres y compañía y sobre todo, sobre todo, a la influencia entre bambalinas que ejerció el obispo Guinda: "La paradoja es que la monarquía española aceptó las peticiones de Andorra por boca de Guinda -aun habiendo reconocido a Carlos III durante buena parte de la Guerra de Sucesión- mientras anulaba y perseguía las instituciones del Principado de Cataluña?" ¿Cabe mayor y mejor demostración práctica del noble arte de hacerse e landorrano? En fin, que agradecidos como sólo los andorranos sabemos ser, Simeón no tiene hoy ni una calle, ni una plaza, ni un triste rincón que salvaguade su memoria. Y esto, en un país en cuyo callejero clérigos, mosenes, obispos y demás són legión. Mi país y yo somos así, Señora.

[Este artículo se publicó el 2 de julio de 2014 en El Periòdic d'Andorra]


Reivindicación del obispo Simeón

El quinto volumen del Diplomatari de la Vall d'Andorra, consagrado al siglo XVIII, repasa unos años decisivos en la configuración de Andorra como realidad política "diferente de España y de Francia", sostiene el coordinador de la obra, el historiador catalán Jordi Buyreu.

Una mina, oigan. De lectura quizás pelín reconcentrada, porque no se puede obviar su origen (y su destino) esencialmente académico; pero con algo de paciencia -no mucha, de verdad- una auténtica mina de episodios y de personajes insólitos y pintorescos. Esto es lo que ofrece la quinta y -de momento- última entrega del Diplomatari de la Vall d'Andorra, correspondiente al siglo XVIII, editada por Jordi Buyreu y que ayer se presentó en la Biblioteca Nacional. Noticia de las gordas porque el anterior volumen del Diplomatari -el del siglo XV, porque el orden es en esta aventura algo caprichoso- se remontaba al 2002 y el proyecto parecía aparcado sine die en el cajón de las buenas intenciones. Como tantos otros similares, ya que hablamos de ello. ¿Por ejemplo? La coleción L'Andorra dels viatgers que patrocinaba el ministerio de Exteriores en la época de las vacas gordas -la del ministro Minoves, por concretar- y que un día fuese y no hubo nada.

Buyreu, en la presentación del Diplomatari de la Vall d'Andorra en la Biblioteca Nacional de Andorra, en diciembre de 2012. Fotografía: Àlex Lara / El Periòdic d'Andorra.

Pues no. Y vayamos de una vez por todas al meollo del tocho de hoy. Buyreu ha transcrito 109 documentos depositados mayoritariamente en el Archivo Nacional -archivo de las Set Claus, Llibre de resolucions del Consell de la Vall- y en menor medida, en los archivos comunales, parroquiales y también familiares -Casa Bonavida, Casa Colat, Casa Blau... Un trabajo de hormiga -decir de chinos, con el caso Emperador sub iudice, parce inoportuno- que Buyreu ha aparcado con dos criterios entre ceja y ceja: por un lado, seguir documentalmente el "proceso de afirmación" de Andorra como realidad política, social y cultural "diferente del Reino de Francia y de la monarquía hispánica". Un "proceso" que tiene en la Guerra de Sucesión y en la figura del obispo Simeón de Guinda (1714-1737) el momento y el personaje decisivos. Volveremos en seguida a ellos. Por otra parte, rastrear la vida cotidiana de los andorranos del momento. Entre los documentos que el historiador catalán ha desenterrado figura una centencia criminal -con c ochocentista, sí- dictada por el Consell de la Terra el 12 de octubre de 1739 y que condena a Guillem Castellà, "treballador del lloch d'Arensal", a tres años de remo en galera. No sabemos ni el crimen del que se acusa al pobre Castellà, ni dónde cumplió la pena, ni si volvió para contarlo. Tampoco queda claro si el tribunal fue en esta ocasión más o menos benévolo que el que el 2 de septiembre de 1733 había condenado a un ciudadano de quien no sabemos ni el nombre a la pena de "relegació ha una isla, nomenadora per sa magestat cathòlica, per lo temps de deu anys". Tampoco en este caso nos ha llegado el pecado que el reo debía expiar en una "isla". Contrabando de tabaco, quizás, no de los deportes nacionales que ya practicábamos tres siglos atrás con contumacia y que fue objeto de prohibiciones tan repetidas como, por lo que se ve, ignoradas: "Que desta hora en avant ninguna persona de qualsevol estat, sexo o condició que sia se atrevesca a fer o plantar tavaco, fabricar-lo ni negociar ab ell, baix pena de cot de la terra [o multa] i desterro perpétu de estas Valls", insistía el Consell General el 1 de marzo de 1765... señal de que la prohibición no tenía mucho seguimiento.
Más color tiene todavía la intervención del veguer Pere Fiter i Rossell -hermano de Antoni, el del Manual Digest: ¡menuda familia!- fechada en julio de 1754 y por la que ordena la detención de Jaume Vila, Isidor Font y Andreu Vila, "fadrins de la vila de Sant Julià", por haberles reventado el baile de la noche de San Juan a los vecinos de la plaza mayor de la localidad. Los hechos son los siguientes: "Jaume Vila isqué ab una barra, y mos apagarent los llums, cridant als demes fadrins que tranquessent los instruments al músich, no sent content de aver apagat ls llums y fer quedar donselles y casaes y viudes sensa llum a la plasa". Igualmente curiosa es la institución, el 14 de noviembre de 1713, de una causa pía a favor de la "doncellas pobres" de la capital por el benefactor Antoni Bosquets. Debía de haber más mujeres "aptas y idòneas" que dineros contante y sonante. ¿Cómo se repartía el capital? Fácil: en primer lugar, a la más pobre, en una competición algo indigna; si dos candidatas se demostraban igual de pobres, entonces tenía preferencia la más "virtuosa"; y en el caso extremo de que dos aspirantes fuesen igual de pobres y a la vez igual de virtuosas -que ya sería- "se posarà lo nom de cada una en redolí y sgons la sort de cada qual se farà consigna".
Hasta aquí hemos ido viendo cómo se las arreglaban los andorranos del siglo XVIII para ir tirando. Pero es que Buyreu se interesa también (y sobre todo) por la idiosincrasia política de este rincón de Pirineo. Se trata de explicar cómo y por qué Andorra, que tuvo el poco ojo de seguir a los catalanes en el apoyo al candidato austracista consiguió salir indemne de la Guerra de Sucesión. Mérito mayúsculo porque -como nos recuerdan día sí, día también, Junqueras y compañía- los territorios de la Corona de Aragón salieron trasquilados de la contienda. Para Buyreu, el mérito hay que repartirlo a partes iguales entre Guinda -no lo busquen en el callejero andorrano, tan pródigo en copríncipes de aquí y de allá, porque no lo encontrarán por ningún lado- y a las habilidades diplomáticas de los astutos andorranos del Ochocientos, que consiguieron dársela a todo un Luis XIV. En fin, que esto es un no acabar. Ya lo saben: en el Diplomatari del XVIII. Y no se dejen asustar por el título.

[Este artículo se publicó el 7 de diciembre de 2012 en El Periòdic d'Andorra]

sábado, 1 de febrero de 2014

Por Dios, la patria y el Pirineo

El historiador Pere Boixader reconstruye en 'Rastres de sang i foc' el papel de la Seo de Urgel en la última carlistada

Tristany y Savalls, Castells, Moore y Alfonso Carlos de Borbón, por el lado carlista, y Martínez Campos, Cabrinetty, López Domínguez y Puigbó, por el alfonsino. Esta era la temible fauna que allá por 1874 convirtió nuestro pedazo de Pirineo en campo de batalla de los capítulos finales de la tercera y última carlistada.Sufrieron sus consecuencias los pacíficos vecinos de la Seo y de Puigcerdà, que vieron cómo en cuestión de unos pocos meses pasaban de las manos de unos a las de los otros, y vuelta a empezar. Hay que decir que todo esto acabó con la previsible derrota del pretendiente, Carlos María Isidro, y que la batalla de Castellar de n'Hug, que tuvo lugar el 14 de noviembre de 1875, puso el punto final a la tercera guerra carlista en Catalunya. Curiosamente, una de las víctimas más ilustres de aquella contienda fue nuestro buen obispo Caixal, carlista confeso, que fue desterrado a Alicante al volver la Seo a manos alfonsinas -lo que ocurrió el 26 de agosto de 1875-, que nunca volvería a pisar su obispado, y que moriría cuatro años después en su exilio romano y más o menos dorado. Entre la Seo y el Vaticano, a mediados del XIX, la elección debía ser fácil.


Partidas carlistas atacan posiciones defendidas por soldados alfonsinos en la zona del actual parque del Segre. Fotografía: L'Illustration / Rastres de sang i foc.

Pero hemos avanzado mucho y convendría volver atrás. Exactamente, hasta agosto de 1874, cuando la Seo es todavía plaza fuere liberal. Y lo haremos de la mano del historiador Pere Boixader, que ha reconstruido las operaciones militares de la última carlistada por aquí arriba en Rastres de sang i de foc: la penúltima guerra civil al Prepirineu català (1872-1875). No se lo pierdan porque con Boixader asistiremos al asalto carlista a la Seo, al sitio posterior por parte de la tropa alfonsina para recuperar la plaza, y a los otros dos sitios, dos, a que los carlistas -insistentes que eran- sometieron a la "insigne, fidelísima y heroica, siempre invicta" villa de Puigcerdà.
Así que no nos demoremos más y vayamos a la medianoche del 15 de agosto de 1874. Una partida de 200 carlistas a las órdenes del comandante García -que ya sabemos que no es mucho concretar- del teniente Collell y del alférez Espar ha conseguido tomar la Llengua de la Serp, fortín en ruinas al lado mismo de la fortaleza de la Seo. Esperarán hasta el mediodía para que el rector de Castelleciutat, mosén Pere Cerqueda, les haga desde la sierra del Corb la señal acordada -hacer ondear al viento un pañuelo blanco- para asaltar la ciudadela.
La mayor parte de la guarnición alfonsina, dice Boixader, se ha ido de fiesta a Castellciutat -es la Virgen de la Asunción- y la fortaleza ha quedado prácticamente desierta: el único centinela que vigila el chiringuito es reducido sin contemplaciones, y los ocupantes ordenan a los artilleros que han sido hechos prisioneros que disparen los cañones contra el castillo vecino. El gobernador militar hace retroceder a la guarnición alfonsina -de forma no muy honrosa, todo hay que decirlo- en dirección a Puigcerdà, con la mala fortuna de que a medio camino se topan con la columna de Savalls. También en esta ocasión se desenvuelven con más pena que gloria: acaban rindiéndose al enemigo. Aunque tratándose de un enemigo como Savalls, conocido por sus feroces represalias, a ver quién es el listo que se atreve a plantarle cara. El caso es que se rinden. Y sin ninguna baja, detalle este que no dice mucho del ardor guerrero de las fuerzas liberales. Y resulta que los únicos alfonsinos que no caerán en manos carlistas serán los que huyan en dirección a Andorra. Habría que ver la gracia que le haría a Don Guillem. Pero esta es otra historia.

La ciudadela, Castellciutat y el castillo, las tres fortalezas que defendían la Seo, en 1874, el año antes de jugar un papel decisivo en el sitio liberal de la ciudad. Fotografía: La ilustración española y americana / Rastres de sang i foc.

La Seo siguió un año en manos carlistas. Tampoco tenían muchas ganas de volver a la situación anterior. Mientras tanto, a Tristany y a Savalls se les había puesto la insigne, fidelísima heroica e invicta Puigcerda entre ceja y ceja. El gobierno liberal no se puede permitir otro tropiezo y envía al capitán general de Cataluña en persona, José López Domínguez, al frente de una fuerza de 7.500 hombres para auxiliar a la capital de la Cerdaña. El encuentro decisivo tuvo lugar entre el 2 y el 5 de septiembre en Castellar de n'Hug, y la derrota carlista fue total: 111 hombres se dejaron el pellejo en la batalla. Savalls y Tristany, no, por descontado, porque tenían una rara habilidad para salir bien parados de las peores escabechinas: los dos murieron de viejos, el primero en Niza, en 1886, y el segundo en Lourdes, en 1899. Castellar de n'Hug, en fin, pagó muy cara la connivencia con los carlistas -un incendio destruyó el pueblo- pero en cambio los vecinos de Puigcerdà respiraron aliviados cuando divisaron los refuerzos liberales: acababa de concluir el último sitio de la villa, y los carlistas, como en abril de 1873, se quedaron con las ganas de doblegar la ciudad. Ya no se les presentaría ninguna otra oportunidad.

Desfile de la guarnición carlista e la Seo de Urgel, con el obispo Caixal en primera fila, el 29 de agosto de 1875; las fuerzas alfonsinas, al mando de Martínez Campos, les rinden honores. Caixal fue desterrado a Alicante y murió en Roma en 1879. Fotografía: Le monde illustré / Rastres de sang i foc.

Castelleciutat, arrasada
A la Seo, en cambio, todavía le quedaba otra prueba de fuego: liberada Olot, era la última plaza fuerte catalana en manos del pretendiente. Así que el nuevo capitán general de Cataluña, Arsenio Martínez Campos, se puso al frente de una división de 6.000 hombres -tres brigadas al mando de Nicolau, Sáenz de Tejada y Catalán- que el 22 de julio ponían sitio a la ciudad, defendida por 1.300 carlistas al mando de Lizárraga. El 27 de julio entran en la ciudad y los carlistas se retiran a las posiciones fortificadas del castillo y la ciudadela. El 1 de agosto Martínez Campos recibe por fin dos cañones Krupp que habían tenido que llegar a través de la collada de Tosas y que a la hora de la verdad no fueron de gran ayuda: "Las granadas explotaban nada más salir disparadas por la boca de los cañones, siendo tan peligrosas para el enemigo como para los propios artilleros", dice Boixader. El  de agosto llegan más piezas de artillería, esta vez desde Sète, y el 11, a las 9 horas, "todas las baterías abren fuego sobre las fortificaciones, mientras Martínez Campos observa el espectáculo desde la ermita de San Marcos". El bombardeo de Castellciutat provocó un incendio que arrasó la mitad de las casas d de la población, hasta el punto que Martínez Campos permite la evacuación de mujeres y niños, muy británico. El 20 de agosto ordena el asalto definitivo al castillo y a la ciudadela. Los combates de alargan 36 horas. Lizárraga sueña una operación de rescate por parte de Castells. Una operación que no llegará nunca. Y el 26, agotadas las reservas de agua y víveres, y justo después de un conato de motín, se rinde a Martínez Campos.
El balance de la batalla es desolador: la ciudadela y la torre Solsona quedaron totalmente destruidas; el castillo todavía salió bastante bien librado, "casi sin desperfectos", dicen las crónicas de la época. E parte de bajas incluye 220 muertos y 108 heridos del lado carlista, aparte de los 148 oficiales, 877 soldados y 130 voluntarios capturados, que desfilan ante las tropas alfonsinas presididas por el mismísimo y camaleónico obispo Caixal. Por el lado liberal hay que lamentar 28 muertos y 160 heridos. No hay constancia, añade Boixader, de muertos y heridos entre la pblación civil. Afortunadamente los calistas desistieron enseguida de hacerse fuertes en la ciudad y optaron sabiamente por retirarse a ls posiciones fortificadas. La tercera guerra carlista, que había comenzado en abril de 1872, tenía los días contados: las última operaciones tuvieron lugar en la Pobla de Lillet y otra vez en Castellar de n'Hug en noviembre de 1875: Moore y Castells son derrotados por el coronel Deogracias Saldaña y huyen a Francia por Osseja.Y el 16 de noviembre se da por terminada la tercera y última carlistada. Por fin.

[Este artículo se publicó el 11 de septiembre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]