Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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lunes, 12 de mayo de 2014

Padre Tragan: "Si Bonaventura Ubach viera hoy Irak, se le caería el alma a los pies"

¡Bonaventura Ubach! Sí, hombre, el monje benedictino, biblista y viajero catalán (Barcelona, 1879-Montserrat, 1960) que en las primeras décadas del siglo XX recorrió Tierra Santa y más allá -Palestina, Siria, el Líbano e Irak- y volvió convertido en el primer orientalista con credenciales científicas del país. El novelista Martí Gironell lo convirtió en héroe de ficción en El arqueólogo, y la monumental colección de gadgets arqueológicos que reunió se conserva hoy en el monasterio de Montserrat, donde ingresó en 1894. Años atrás el Museo del Tabaco de Sant Julià de Lòria (Andorra) expuso una parte de esta colección (Viaje al Oriente bíblico), y el Centre d'Art d'Escaldes hace ahora lo propio con un puñado de recipientes, ungüentarios y vasos de vidrio y cerámica de origen árabe que forman parte de la exposición El Antiguo Egipto y tejidos coptos de Montserrat. Comisariada, y no es casualidad, por el padre Pius Tragan. Atención: el último discípulo vivo de Bonaventura Ubach. Por eso hablamos con él.

El padre Tragan posa en el Centre d'Art d'Escaldes ante algunos de los recipientes reunidos por el padre Ubach -el arqueólogo- que forman parte de la exposición El Antiguo Egipto y tejidos coptos de Montserrat. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

-¿Se hubiera reconocido, el padre Ubach, en El arqueólogo de Gironell?
-La novela es muy fiel a su trayectoria, y aprovecha con acierto el hecho evidente de que el padre Ubach llevó una vida muy novelesca. Lo que ocurre es que el autor le ha añadido algún condimento que no acaba de encajar con la realidad.

-Ahora nos lo tendrá que contar.
-El sacerdote que lo acompañó al Sinaí, el monje belga Joseph Vandervorst, se queda obnubilado en la novela contemplando la danza de una bailarina beduina. Tanto, que lo deja todo y no vuelve. El padre Vandervorst existió, pero no tuvo una crisis de fe por culpa de ninguna bailarina. Ni beduina ni nada.

-Una licencia poética puede perdonarse...
-Por supuesto: una novela debe tener algo de sal y algo de pimienta, así que se comprende perfectamente.

-¿La hubiera leído, el padre Ubach?
-Hmmm... Estaría contento por lo menos por una cosa: porque lo que él escribió es muy académico, muy serio, incluso espeso. De muy difícil acceso para el lector no especializado. El arqueólogo ha dado a conocer su figura en todas partes. Si no se le conoce por su ciencia, por lo menos que se le conozca por su vida. Aunque sea novelada.

-Casa poco con la modestia que se le supone a un monje...
-Su obsesión era divulgar el conocimiento de la Biblia. Y hablando de él y de su vida, aunque sea a través de El arqueólogo, estamos hablando de la Biblia, de los escenarios donde transcurren los Evangelios. Pero aplicarle los criterios de hoy al padre Ubach es muy difícil. Es un hombre de otra época. Casi de otro mundo.

-¿Cómo le sentaría, esto de verse convertido en una especia de Indiana Jones a la catalana?
-Esto sí que no, porque a Indiana Jones le falta la dimensión religiosa, que para el padre Ubach lo era todo.

-Me imagino que el material que fue coleccionando está debidamente justificado. Vaya, que no se dedicó a practicar este expolio encubierto y con coartada cultural a que éramos tan aficionados los occidentales hasta hace cuatro días.
-Normalmente lo compraba. Pero también fue un hombre a quien la fortuna sonreía con cierta frecuencia. Una de las piezas más destacads que trajo de sus periplos por Oriente fue un talento babilonio...

-¡¿Un talento?! Ejem: ¿una moneda?
-Una medida de peso: un talento de oro equivalía a 32 kilos de oro. Pues este talento en concreto lo localizó en una morada muy humilde: la puerta del edificio giraba sobre un agujero en el que había una piedra encajada. El padre Ubach se percató de que la piedra aquella no era del mismo color que la tierra de los alrededores. En fin, que le pidió a la señora de la casa que le dejara observar la piedra en cuestión más de cerca. Y la buena mujer, y mejor negociante, contestó: "Si me paga usted la puerta, adelante". Y así lo hizo.

-¿Era un talento de oro?
-De asfalto. Y se lo llevó debajo del brazo, tan satisfecho porque por dos libras esterlinas que para aquella mujer eran una pequeña fortuna, él había podido salvar un talento.

-¿Qué ocurrió con la puerta?
-La dejó, por supuesto.

-Supongo que tenía algún mecenas detrás. ¿Cuál?
-El padre Antoni Marcet, en la época abad de Montserrat. Hay que decir que el padre Ubach y el abad habían sido compañeros en el noviciado...

-Así, cualquiera.
-La cuestión es que se entendieron a la perfección y que el abad hizo lo que estuvo en su mano para ayudarlo en sus viajes. Hay que tener en cuenta que eran los años en que se estaba reconstruyendo el monasterio, destruido durante la Guerra de la Independencia.

-Asi que tenía una buena billetera.
-No exactamente. Cuando por el camino se topaba con una excavación arqueológica, sabía ganarse a los arqueólogos de turno y con frecuencia le caía alguna pieza interesante. Uno de estos amigos que fue haciendo a lo largo del camino le obsequió con un ladrillo del palacio del rey de Babilonia. ¡Nabucodonosor! ¿Te lo puedes imaginar? Y no le costó ni un duro.

-¿Qué pensaría, si viera en lo que se ha convertido Irak?
-Lo hubiera vivido de una forma trágica. El Bagdad que és conoció era la ciudad de la paz, donde convivían musulmanes, judíos y cristianos, tanto católicos como ortodoxos. Si pudiera ver lo que ha ocurrido, se le caería el alma a los pies.

-¿Cómo se explica que un personaje que, como se ha visto, daba tanto juego, haya estado a la sombra durante tanto tiempo? ¿Falta de márketing montserratino, quizás?
-En Montserrat queda mucho trabajo por hacer. Cuando regresé de Roma, donde ejercí durante 35 años como profesor, pensé que había llegado el momento de hacer algo por el monasterio. Me fijé en el legado del padre Ubach, por si había alguna manera de darle la importancia que merecía. La sorpresa fue que había muchas piezas que ni se conocían. Arreglamos una sección del museo para exponer la colección, contactamos con el museo egipcio de Turín y pusimos en movimiento un patrimonio que estaba en Montserrat pero al que nunca ante nadie le había prestado atención.

-Regálenos una exclusiva: por ejemplo, una joya de la colección que aun espere ser descubierta...
-La colección de monedas romanas acuñadas en Egipto, desde la época griega hasta la bizantina. Hay cerca de 300 y es única. Excepcional, precisamente por el hecho de haber sido acuñadas en Egipto.

[Esta entrevista se publicó el 27 de marzo de 2013 en El Periòdic d'Andorra]

domingo, 11 de mayo de 2014

El ajuar de la momias

El Centre d'Art d'Escaldes expone una colección de tejidos coptos fechados entre los siglos III aC y XII de nuestra era conservados en el Museo de Montserrat y restaurados con la colaboración de Crèdit Andorrà.

No se hagan ilusiones: en esta ocasión no encontrarán en el CAEE ni momias ni sarcófagos. Ni tan solo de un humilde minino, como hace cuatro temporadas a cuenta de aquella estupenda exposición que fue Egipto, el paso a la eternidad. Pero quien no se consuela es porque no quiere: El Antiguo Egipto y tejidos coptos de Montserrat expone hasta el 8 de junio [de 2013] lo que podríamos denominar el fondo de armario de los difuntos que fueron inhumados en el cementerio del barrio cairota de Fustat entre los siglos II aC y XII de nuestra era. Unos cuantos, como habrá intuido el lector. Una colección adquirida en 1951 por el canónigo barcelonés Ramon Roca-Puig, que ingresó en 1997 en el Museo de Montserrat, que rara vez ha salido del santuario catalán, y que ha sido parcialmente restaurada con el patrocinio de la Fundación Crèdit Adorrà. En el CAEE recalan tapices, túnicas, mantas, cojines y cortinajes. Bueno, más bien habría que decir que recalan los fragmentos de estas piezas que han sobrevivido hasta nosotros, y a veces hace falta un notable esfuerzo de imaginación para reconstruir mentalmente la pieza entera. Y aun así. La buena noticia es que este esfuerzo lo han hecho por nosotros los comisarios -el padre Pius Tragan, erudito de otra época con cierto aire a Julio Caro Baroja, director del Scriptorium Biblicum et Orientale de Montserrat, y la egiptóloga italiana Elvira d'Amicone- con el aparato gráfico y las réplicas de las túnicas tejidas expresamente para la ocasión que ilustran la muestra.






Tejidos funerarios decorados con motivos geométricos con los que se amortajaba a los difuntos enterrados en el cementerio cairota de Fustat; proceden de la colección reunida por el canónigo barcelonés Ramon Roca-Puig, que en 1997 ingresó en el Museo de Montserrat; los recipientes de la fotografías inferiores -vasos, frascos de perfumes y ungüentarios- proceden a su vez de la colección del padre Bonaventura Ubach, el Indiana Jones de la arqueología catalana, rescatado del (semi)olvido por el novelista Martí Gironell en El arqueólogo. Fotografias: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.


El caso es que los tejidos del CAEE proceden de la necrópolis de Fustat y que, como dice el padre Tragan sirvieron en su momento para amortajar los cuerpos de los difuntos y hacer algo más acogedora la morada eterna. De hecho, d'Amicone recuerda el caso de una momia que se conserva en cierto museo de Bruselas que apareció vestida de arriba abajo y con sendos cojines bordados, uno bajo la cabeza y el otro bajo los pies. Especula que los (micro)fragmentos que ahora recalan en Escaldes fueron utilizados de manera similar por los inquilinos de Fustat. Y créanme, produce cierta impresión imaginar que las telas de aquí arriba sirvieron un día de sudario un coetáno de Cleopara. O de Cesarión, por decirlo de una forma que seguro que a Terenci Moix le molaría. Y quien dice un día, dice veinte siglos. Glups.

Alta costura post mortem
Constituyen, en fin, el testimonio más fidedigno de la vida cotidiana de los egipcios de los primeros siglos de nuestra vida. Y que las palabras no nos lleven a engaño: copto significa egipcio en griego, independientemente de la religión profesada, y aquí se utiliza en este exacto sentido; no nos hagamos ahora los listillos y pensemos que se trata de una exposición sobre el vestuario de los egipcios de fe cristiana. Porque no. Por otra parte, tampoco se trata de los ropajes que vestían los egipcios de a pie: los elaborados diseños de motivos florales, zoológicos y geométricos que ilustran los trapos montserratinos no estaban al alcance del egipcio común y corriente y eran de hecho un indicativo del estatus social y económico de su afortunado poseedor. Aunque probablemente a él estas cosas ya le trajeran sin cuidados. Casi, casi alta costura, porque se elaboraban según las indicaciones del cliente -cuando estaba vivo, se entiende- cada pieza era única y, en fin, faltaban aun dos milenios para que se inventara el prêt à porter. Un indicativo de clase que acompañaba al copto en el tránsito de la otra vida: no era lo mismo que te momificaran con una humilde túnica lisa adquirida en el Zara de la época por cuatro denarios de nada que con otra que luciese profusión de cenefas y filigranas.

Otra aclaración: estamos hablando de tejidos; es decir, trama, urdidumbre y todo lo demás. Y decorados con tintes de origen animal y mineral de tan alta calidad que el cromatismo conserva su intensidad después de dos milenios. Nada de bordados: demasiado vulgar, el bordado, debían pensar. Advierte el padre Tragan sobre la sorprendente continuidad temporal de esta antiquísima y compleja técnica, introducida en Egipto en la época de los faraones, que sobrevivió al helenismo, a la romanización y al Cristianismo, y que llegó a la perfección con la islamización. También de la progresiva simplificación de los motivos decorativos, que pasan del naturalismo inicial a una especie de protoabstracción.

Si empiezan a estar algo ahítos de trapos, no desesperen: El Antiguo Egipto y tejidos coptos de Montserrat se completa con una breve pero interesantísima colección de recipientes -vasos, frascos de pefumes y ungüentarios- que permiten hacernos una idea de cómo era la toilette de la copta pija del siglo III, por ejemplo. Y lo mejor de todo: estas piezas en concreto proceden de la colección del padre Bonaventura Ubach. Sí, hombre, el Indiana Jones a la catalana que el novelista Martí Gironell rescató del (semi)olvido en la novela El arqueólogo. Un secreto: el padre Tragan es el último discípulo vivo de Ubach. Y conoce de primera mano algunas de sus intimidades. Pero no se lo cuenten a nadie, porque volveremos a hablar aquí mismo de él en los próximos días. Mientras tanto, y para ir haciendo boca, prueben con El arqueólogo. Chssst.

[Este artículo se publicó el 21 de marzo de 2013 en El Periòdic d'Andorra]