Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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martes, 11 de febrero de 2014

El ¿primer? evadido de la guerra

El teniente Aston relata en The long escape una fuga que tuvo en Andorra, cómo no, la penúltima etapa antes de la libertad.

Dice Josep Moles que su hermano Albert trabajaba para una célula de pasadores con sede en Tarascón, aunque el expediente conservado en el gobierno civil de Lérida deja claro que lo hacía a las órdenes de un tal Jaime, de Escaldes (Andorra). Lo que parece seguro es que no volvió a las andadas después de ser capturado por la Guardia Civil en septiembre de 1943, tal como hemos dejado constancia aquí mismo, y de probar la proverbial hospitalidad de las prisiones franquistas. Cuatro meses en la de la Seo. Así que la cordada que guiaba aquel infortunado 4 de septiembre fue la última de su carrera. Pero ni mucho menos la primera: por eso es posible -sólo posible, pero nosotros nos pegaremos como una lapa a esta remota posibilidad- que Moles fuese uno de los guías locales del teniente William H. Aston y sus dos compañeros de escapada, que en 1942 se convirtieron -afirma alegremente el mismo Aston- en "los primeros prisioneros de guerra evadidos que cruzaban los Pirineos por la República de Andorra". Será difícil establecer si fueron los primeros, los segundos o los vigésimos, pero lo cierto es que el bueno de William H. tuvo el detalle de dejar constancia escrita de su pequeña epopeya en las 200 páginas de Nor iron bars a cage, publicado en 1946 -es decir, justo después de la II Guerra Mundial y hay que suponer que con los recuerdos todavía frescos- y reeditado en 1974 con el nuevo títutlo de The Long Escape: the adventurers of three British prisoners of war: 1940-42.

Dejando de lado el tufillo kiplingiano que destila el título, el libro consagra los últimos de sus 19 capítulos a la etapa andorrana de un periplo que comienza justo después del desastre de Dunkerke, cuando los restos de la fuerza expedicionaria británica que tuvieron la mala suerte de no pillar el último barco se batían en retirada. Con ellas, nuestro Aston, teniente del cuerpo de ingenieros "con nula formación militar después de ocho meses destinado en Francia", reconoce con fair play, y que el 18 de junio de 1940 vio cómo a la altura de Rennes la aviación de Goering arrasaba el convoy ferroviario en que su unidad era trasladada; él mismo resultó herido de gravedad en una pierna y hecho prisionero.

El caso es que Aston irá de hospital militar en hospital militar (alemán, se entiende) hasta que en compañía de dos colegas, Geof y Flack (?) convalecientes como él, consigue evadirse, aunque no dé muchos detalles de la operación. Durante los dos años siguientes recorrerán media Francia -de París a Tours, de Tours a Angulema, de Angulema a Lyon, y de Lyon a La Roca d'Olmes, última etapa antes de emprender el tramo andorrano de la gran evasión. Siempre con la complicidad de la población local -incluso de un alto oficial de la Gendarmería que los escoltará hasta l'Hospitalet, en el lado francés de la frontera, y que describe con poca generosidad como "cuatro humildes casitas y un pequeño hotel"- William, Geof y Flack se ponen en manos de un tal Mouchard, comerciante de lanas "que conocía aquella parte de Francia y especialmente la frontera con Andorra como la palma de su mano". Lo cierto es que mientras los guías viajaban en automóbil -así, cualquiera guía- los tres pobres fugitivos se veían obligados por motivos de seguridad a caminar hasta Soldeu. A cualquier cosa le llamaban "pasador", por entonces. Eso sí, a Aston le consiguen una montura un burro andorrano, famosos por su resistencia, porque había perdido la pierna herida en Dunkerke y se veía obligado a usar, glups, una auténtica pata de palo. Y decimos "Glups" porque ponte tú a subir a 2.500 metros de altura -o más- con una pata de palo.

El hombre se permite al llegar a la frontera una íntima, retórica y clásica digresión que habremos leído en unas 200 o 300 ocasiones en otras relaciones de viajeros, especialmente entre los anglosajones: "Esta pseudorepública en miniatura es tan desolada que a duras penas puede mantener su pequeña población de 5.000 habitantes". Bueno. El primer destino andorrano, después de cruzar el Baladrá, es Soldeu, que como L'Hospitalet es despachado como un puñado de humildes cottages, poco más que chozas, vaya, junto al reglamentario hotel. Aquí, eso sí, se lleva la gran sorpresa: las habitaciones, confortables, no sólo están equipadas con electricidad... ¡incluso tiene agua caliente!: "Era bastante extraordinario encontrar estos lujos en medio de las salvajes y desoladas montañas de Andorra". "Salvajes", "desoladas"...: hombre, hombre. El ágape, "excelente", dice, y encima, a los postres, un vasito de Benedictine. ¿Qué más podían pedir?

En Soldeu los recogen unos guías locales que los conducirán hasta Barcelona: dos hermanos -no dice el nombre- "de extracción española". Aunque antes los esconden en un piso franco de Escaldes de donde tienen prohibido salir durante el día. El único contacto que se permiten es el anfitrión de la borda, un abuelete nada hablador, tirando a antipático y cascarrabias, que los ignora olímpicamente. Hasta que al cabo de un par de días los hermanos reaparecen y se los llevan por la montaña al otro lado de la frontera, donde los recoge un coche venido expresamente desde Barcelona que los lleva al consulado británico. Siempre tan atento al servicio, recuerda el trato de privilegio que les dan sus anfitriones. Aunque hay que decir que no se acaba aquí la pequeña odisea de Aston y compañía, que serán empaquetados hacia la embajada británica en Madrid -el servicio, aquí, pésimo, por cierto- y de Madrid, a Gibraltar para una última etapa digna de John Huston: Aston será repatriado a bordo del Furious, superviviente del célebre convoy de Malta. A nuestro teniente las fechas se la traen floja, ustedes perdonarán, pero sabiendo que el Furious había recalado en Gibraltar el 27 de octubre de 1942, resulta que hacía dos años y cuatro meses de lo de Dunkerke. Este es el tiempo que Aston anduvo fugitivo por Francia, Andorra y España. Y sin pierna. Así que no le tendremos en cuenta que pase de días, meses y años, y que para él sólo fuésemos una "salvaje" y "desolada pseudorepública en miniatura", ¿verdad?

[Este artículo se publicó el 9 d diciembre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]

miércoles, 8 de enero de 2014

'SS Andorra Star': tocado y hundido

El U-47 de Günther Prien, as de la flota submarina nazi, torpedeó el 2 de julio de 1940 el SS Arandora Star, transporte de pasajeros que el boca-oreja histórico ha convertido, como en el juego del teléfono, en el Andorra Star.

Días atrás les hablábamos aquí mismo, a cuenta de Radio Andorra y ni que fuese de refilón, de Günther Prien. Sí, hombre, el as de la flota submarina nazi, el capitán del U-47 que la madrugada del 14 de octubre de 1939 humilló a la orgullosa Royal Navy colándose en el santuario de Scapa Flow y hundiendo el acorazado Royal Oak -y a 800 de sus tripulantes. Pues hoy, cómo son a veces las cosas, nos volvemos a encontrar con Prien. Ahora, a cuenta de una mixtificación histórica que ha creado escuela -tanta, que incluso el Imperial War Museum le concede carta de naturzaleza- y nos toca de lleno, ni que sea nominalmente, en seguida lo verán.

Resulta que el 2 de julio de 1940, en plena Batalla del Atlántico, en los Tiempos felices -para los alemanes, claro- en que la flota submarina de Dönitz -la U-Bootwaffe, glups- se hartaba a enviar al otro barrio buques aliados, el U-47 patrullaba la costa noroeste de Irlanda a ver qué presa se podía cobrar. Así es como hacia las 6.15 de la mañana descubrió al SS Arandora, crucero de pasajeros de la Blue Star requisado en los inicios de la II Guerra Mundial y reconvertido en transporte de tropas -con una notable hoja de servicios, por cierto: participó en la evacuación de Dunkerke, no diremos más. El caso es que Prien no se lo pensó demasiado: aquel buque pintado de gris, sin los distintivos de la Cruz Roja, parecía una presa de buena ley. Y le disparó un torpedo. Uno solo, con la buena fortuna -o mala, según se mire- que impactó de lleno al lado de babor del Arandora, que sólo tardó 25 minutos en hundirse... y a llevarse con él a 805 de los 1.500 civiles que viajaban a bordo.

El Arandora Star atraca en Hamburgo, en una fotografía de antes de la guerra; a babor se intuye el nombre del buque. Fotografía: Archivo.

Después volveremos con las víctimas de Prien. Pero si hablamos hoy aquí de uno de los peores desastres que la marina británica tuvo que digerir durante la II Guerra Mundial es porque un persistente, curioso lapsus linguae ha acabado convirtiendo el Arandora en el Andorra, en una degeneración que recuerda los errores y absurdos del juego infantil del teléfono. Y con este nombre, SS Andorra, es como consta en muchas referencias del naufragio, incluido, atención, el testimonio de algunos de los supervivientes y sorprendentemente -lo decíamos hace un momento- los archivos del Imperial War Museum, que parecen creer que existieron dos buques, el SS Andorra y el SS Arandora, y que los dos fueron tocados y hundidos el 2 de julio por el U-47 de Prien, y precisamente -ya es casualidad- en el mismo rincón del Atlántico: a escasas 75 millas náuticas al Oeste del condado de Donedal, en el extremo norte de Irlanda.

La mancha británica
Pero volvamos a las víctimas, que ya vemos que nos tocan muy de cerca. El caso es que la tragedia del Arandora ha pasado casi desapercibido para la historiografía militar -nada que ver con los casos celebérrimos del Lusitania y del Wilhelm Gustloff, por ejemplo- es porque a bordo viajaban -es un decir, en seguida lo verán- cerca de 1.300 pasajeros, en su gran mayoría ciudadanos de origen alemán, austríaco e italiano instalados en la Gran Bretaña y a los que el gabinete de Churchill -recuerde el lector que nos encontramos en 1940, inmediatamente después de la retirada de Dunkerke y del armisticio francés, y que la victoria de Hitler era una amenaza muy plausible- había internado en los campos porque los consideraba sospechosos de quintacolumnismo.

En cualquier caso, una mancha en el historial de guerra británico, porque entre los 1.300 pasajeros del Arandora había, sí, alemanes que eran nazis convictos, pero también judíos que habían tenido la suerte de huir a tiempo de la Alemania de Hitler -lo explica William Rabinowitz en Tails of Norman, a cuenta del judío Otto Braun, de Dusseldorf- y descendientes de antiguos emigrantes italianos instalados en Inglaterra desde varias generaciones atrás. Todos ellos, sin distinción, fueron empaquetadors en el Arandora, que había zarpado el 1 de julio de Liverpool rumbo a la localidad de Saint John's, en Terranova. Una deportación como la copa de un pino que se asemeja mucho a la que los EEUU iban a poner meses después en práctica con sus ciudadanos de origen japonés -recuerden Bienvenidos al paraíso, la estupenda película de Alan Parker- y que, las cosas como son, cesó casi por completo tras el desastre del Arandora.

Günther Prien, héroe de Scapa Flow y capitán del U-47, el submarino que el 2 de junio de 1940 torpedeó y hundió el Arandora 75 millas al oeste de Donedal, en el extremo septentrional de Irlanda. Fotografía: Archivo.

De hecho, y según recuerda el historiador irlandés Michael Kennedy en The sinking of Arandora Star: drowned like rats -artículo de referencia sobre este episodio- ésta fue la única consecuencia que tuvo la cadena de errores y despropósitos que condujo al naufragio, porque el ministerio de la Guerra corrió un espeso muro de silencio sobre el asunto. Tenía mucho que ocultar: entre otras cosas, que las cubiertas del buque estaban recubiertas para la ocasión con alambre de espino, oficialmente para evitar incidentes. De ahí el título de Kennedy, extractado del comentario que hizo el capitán del Arandora, Edward Moulton, cuando vio la trampa mortal en que habían convertido su barco: "En caso de naufragio, moriremos como ratas".

Y así fue. Para los anales queda el balance del audaz golpe de Prien: se dejaron la piel en el Arandora 470 italianos -los que salieronpeor librado porque los encasquetaron en las cubiertas inferiores-, 243 alemanes y 37 soldados ingleses, la mayoría miembros del cuerpo de guardia, pero también el capitán Moulton, que siguiendo una tradición muy británica -"Faithfull in duty, friendly in spirit, firm in command, fairless in disaster"- murió en el puente de mando. Dicen las crónicas locales que en agosto de 1940 continuaban llegando cuerpos de los desventurados náufragos a las costas de Donedal. Para que la cosa tenga un cierto sabor de justicia poética, digamos para acabar que el U-47 y Prien, el héroe de Scapa Flow y el villano del Arandora, desaparecieron en algún lugar del Atlántico el 1 de marzo de 1941. Eso sí, después de haber hundido 30 buques aliados. Incluido el Andorra Star.

[Este artículo de publicó el 2 noviembre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]