Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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jueves, 20 de marzo de 2014

Los héroes del Palanques suben al escenario

La productora K-Das-Q debuta con Un any de la nostra vida, inspirada en la epopeya de los pasadores.

La cita es el 11 de noviembre [de 2013] en el teatro de Les Fontetes (la Massana, Andorra), en la primera de las seis funciones programadas de Un any de la nostra vida. Y empecemos por el principio: el año del título es 1943, en plena guerra mundial y con toda la carne en el asador: los nazis han ocupado el pedazo de Francia que le habían dejado a Pétain para mantener las apariencias, y grupos de pasadores integrados mayoritariamente por antiguos soldados republicanos, contrabandistas y miembros de la Resistencia inspirados por el MI6 se juegan la vida para conducir hasta el consulado británico Barcelona a miles de fugitivos de la Europa ocupada: aviadores aliados abatidos sobre el continente, jóvenes franceses refractarios al Servicio de Trabajo Obligatorio o que pretenden unirse a las fuerzas de la Francia Libre, y judíos de todas las nacionalidades -o peor aún, apátridas- destinados a los campos de exterminio.

Los actores de Un any de la nostra vida, obra de Martí Llimois estrenada el 11 de noviembre en el teatre de les Fontetes (la Massana, Andorra). De izquierda a derecha: Joan Sans (mosén Manel), Emma Laurent (Paquita), Xavi Fernández (Ton), Meri Rabassa (Glòria), María Alaminos (mademoiselle Laila), Marcos Rodríguez (Ramon) y Noemí Pagès (Sió). Fotografía: K-Das-Q.

En fin, la historia es suficientemente conocida porque la hemos contado aquí en repetidas ocasiones -y las que vendrán. No hace mucho, a cuenta de la defunción de Eduard Molné, el último superviviente -bueno, ahora ya no- de la cadena que Antoni Forné dirigía desde el hotel Palanques de la Massana. Y como ciertos acontecimientos tienen en ocasiones un raro, perturbador eco, he aquí que la productora K-Das-Q ha escogido para su debut en los escenarios Un any en la nostra vida, texto firmado por un tal Martí Llimois -les advertimos que se trata de un pseudónimo- que se estrena también como autor dramático con una peripecia ambientada -lo decíamos al comienzo- en 1943, con el telón de fondo de la contienda y el tráfico de refugiados de lo más variopinto que generó en nuestro rinconcito de la galaxia.

Antes de pasar al meolllo del asunto, digamos que K-Das-Q es la (pen)última aventura escénica de Xavi Fernández, el hombre-para-todo de la escena nacional -con minúsculas, atención, nada que ver con la Escena Nacional de verdad- que se ha decantado para su puesta de largo por un tema, dice -y con toda la razón- "fascinante y que incomprensiblemente no había sido llevado nunca a los escenarios". Un any en la nostra vida encarna por otro lado el ideario teatral de K-Das-Q y, por lo tanto, de Fernández: "Un proyecto nacido a partir del texto, que es el que ha marcado el equipo técnico y artístico que necesitábamos, y no al revés, como suele ser habitual en nuestros escenarios". Así funcionará en adelante la productora, una aventura -por cierto- inédita (y también incierta) por aquí arriba, donde nadie se juega un céntimo -ni en aventuras teatrales ni de ningún otro tipo- si no tiene detrás, o debajo, o dentro un buen cojín en forma de subvención. K-Das-Q procederá al revés: primero levantará el montaje y luego irá a buscar el patrocinio público y privado. Pobres: cómo diría Ash, el androide de Alien, "no tenéis ninguna posibilidad, pero contáis con toda mi simpatía..."

Micromecenazgo
Una opción arriesgada porque se juega el peculio, con un presupuesto que roza los 28.000 euros -sin cortarse un pelo, ya ven- astronómico para los estándares andorranos -y sospechamos que también para los catalanes- que espera reunir a través del micromecenazgo y de la taquilla, y que le reportará al director y productor una envidiable, rarísima libertad creativa: para empezar, ha prescindido de la clásica compañía estable, el sempiterno grupo de actores que cada curso busca una texto que se adapte a sus necesidades; Fernández, lo hemos dicho, procederá exactamente al contrario: es la productora la que irá a buscar a los intérpretes que considere más oportunos para cada proyecto en concreto. Como se estila en la escena profesional, vamos. El primero de todos es Un any de la nostra vida. El artefacto lo produce K-Das-Q a través de su -ejem- división teatral, Prou Ensemble, y lo dirige, claro, Fernández. Para esta singladura ha enrolado a cinco actores que provienen del Aula de Teatro de Andorra la Vella y de Lapsus, la joven compañía de Encamp -Meri Rabassa, Emma Laurent, María Alaminos, Marcos Rodríguez y Joan Sans. Y se ha permitido el lujo de repescar a Noemí Pagés, antigua alumna del Aula hoy embarcada en el Retaule de Sant Ermengol de la Seo.

Advierte el director, para que nadie se lleve  engaño, que el texto navega en las fecundas aguas de la ficción histórica: los protagonista -comenzando por Ramón, exiliado catalán de la Guerra Civil y contrabandista reconvertido en pasador, un trasunto, claro, de Joaquim Baldrich, y acabando por Ton, que dirige la cadena junto a mosén Manel- los resultarán muy, pero que muy familiares a los que hayan seguido la epopeya de nuestros pasadores exhumada por Claude Benet (Guies, fugitius i espies) y Josep Calvet (Las montañas de la libertad). Hasta el punto de que el cuartel general de Ramon, Ton i mosén Manel está ubicado en una fonda que recuerda abiertamente al Palanques, aunque sin citar ni una sola vez el nombre -y no acabamos de entender por qué.

Pero no se trata sólo de pasadores. El texto está trufado de episodios que remiten directamente a la estricta realidad histórica: Ramon es capturado por los alemanes precisamente la noche del 29 de septiembre del 1943, la misma fecha en que se produjo la aciaga incursión de la Gestapo que terminó con Eduard Molné en Saint Michel, y con los cuatro soldados polacos que viajaban en su taxi deportados: nunca más se supo. Un capítulo clave en la biografía de Molné y en la historia de los pasadores que el mismo Antoni Forné -que se libró de un pelo de acompañar a Molné- contó con todo detalle en aquella fundacional serie de artículos publicados en 1979 el semanario Andorra 7 -y novelado por otra parte por Francesc Viadiu (Entre el torb i la Gestapo) y Norbert Orobitg (Pau dins la guerra).

Radio Andorra, banda sonora
Para que no falte de nada, el autor -este Llimois tan recatado- ha aliñado la trama con algún elemento enteramente ficticio pero que, como verán, si non è vero è ben trovato. Por ejemplo, se ha sacado de la manga un programa de Radio Andorra -Café, copa y caliqueño- con dedicatorias que ocultan mensajes cifrados. Licencia poética que queda muy lejos de la realidad histórica porque Radio Andorra -matiza Fernández- emitía "como mucho" canciones para notificar de la llegada a territorio andorrano o a su desitno final en Barcelona de cierto grupo de refugiados (lo contamos, ejem, en la entrada Tout va rès bien, madame la marquise de este mismo blog). La guerra de las ondas -qué lástima- era cosa de la BBC. Pero este detalle le basta para involucrar a la estación -no falta la voz de una locutora que recuerda sospechosamente a la de Victoria Zorzano- y dotar a la obra de una estupenda banda sonora por donde desfilan los hits de aquel 1943, desde Perfidia hasta Rascayou, y desde Glenn Miller hasta Edit Piaf. 

Un any en la nostra vida, en fin combina la gran historia -la peripecia de los pasadores y la infiltración de un topo con el objetivo de dinamitar la cadena: hubo en realidad uno, Nicodème, alias Nico, el falso polaco que delató a Molné- con una subtrama digamos doméstica que se centra en el affaire de Ramon, nuestro héroe, con mademoiselle Laila, enviada por la Resistencia para desenmascarar al traidor. La cosa se complica con el pequeño detalle de que Ramon está casado -y bien casado- con una pubilla del país, y la cosa traerá naturalmente cola. Atención también a los cameos ilustres: especialmente, al del obispo Iglesias Navarri, que aparece en la obra -cortesía del No-Do- en la jura como copríncipe, el 1 de mayo de 1943, con la chiquillería de Sant Julià saludando tan tranquilamente, glups, brazo en alto, y al de Gastó de Canillo, nuestro último condenado a muerte (y ejecutado: cualquier día hablamos de él). Si han tenido la paciencia de seguirnos hasta aquí, ¿no se mueren de ganas de que llegue el 11 de noviembre?

[Este artículo se públicó el 2 de octubre del 2013 en El Periòdic d'Andorra]

miércoles, 26 de febrero de 2014

El último del Palanques

Con la muerte de Eduardo Molné, el pasado 21 de agosto, desaparece el último testimonio de la cadena de evasión que Forné dirigía desde la Massana.

Ya está, ya no queda ninguno, así que a partir de ahora tendremos que husmear en los libros de historia y en las (escasas) entrevistas que concedieron en vida el puñado de hombres que desde el hotel Palanques de la Massana se jugaron durante la II Guerra Mundial el pellejo para conducir hasta el consulado británico en Barcelona a fugitivos de toda la Europa ocupada que pretendían cruzar el Pirineo, la última frontera de la libertad: ya saben, pilotos aliados abatidos en los cielos del continente, militares polacos refugiados en Francia después de la blitzkrieg de 1939, franceses en edad militar que pretendían evitar el Servicio de Trabajo Obligatorio o unirse a las fuerzas de la Francia Libre, y judíos de todas las nacionalidades -o peor aún, apátridas- condenados a los campos de exterminio.

Molné, a la izquierda, con Joaquim Baldrich, ante el hotel Palanques, el centro de operaciones de la cadena que Antoni Forné dirigía desde la Massana. Fotografía: Màximus.

Documento procedente de los National Archives británicos que de cuenta de la captura de Fernando Molné y de cuatro polacos por parte de la Gestapo, la noche del 29 de septiembre de 1943. Fotografía: Màximus (Fondo Lang / Archivo Nacional de Andorra).

Con la muerte, el pasado 21 de agosto, de Eduard Molné (1917-2013) desaparece el último testimonio de la cadena que el abogado catalán Antoni Forné dirigía desde el Palanques por cuenta del MI6, el legendario servicio exterior de Su Graciosa Majestad. Él y Joaquim Baldrich, fallecido en enero de 2012, fueron los primeros que a principios de la década pasada dieron el paso de evocar públicamente uno de los episodios más fascinantes pero -hasta entonces- peor conocidos del siglo XX andorrano: la participación en este tráfico de hombres de redes de pasadores radicadas en nuestro rinconcito de Pirineo. Hubo por supuesto otras, pero la de Forné es probablemente una de las mejor estudiadas gracias en primer lugar al mismo Forné -en aquella imprescindible, fundacional serie de artículos publicados en 1979 en la desaparecida revista Andorra 7- y al testimonio de Baldrich y de Forné, que salieron del armario en otoño de 2003 en otro reportaje publicado esta vez en el semanario Informacions. Pongamos nombre a esta estirpe de héroes, porque además de Molné, Baldrich y Forné -el cerebro de la cadena- también deben figurar aquí -se lo debemos- sus compañeros de peripecia bélica: Alfredo Vicente Conejos, Josep Mompel y Salvador Calvet. Queda dicho.

Pero vayamos de una vez al grano: así como Baldrich era el pasador arquetípico, el hombre de acción que condujo hasta Barcelona -según recordaba él mismo- a cerca de 400 clientes en algo menos de 40 misiones -y sin perder jamás un solo hombre, como le gustaba recordar con legítimo orgullo- Molné encarna al colaborador ocasional, espontáneo y la mayor parte de las veces anónimo que prestaba servicios puntuales pero que constituía un eslabón imprescindible para el éxito de las cadenas. Jamás ejerció de guía sobre el terreno, ni condujo a ningún grupo de refugiados por caminos erigidos en autopistas de la libertad.

De hecho, su participación en esta peripecia se reduce a un único pero sonadísimo episodio. Fue la noche de 23 de septiembre de 1943. Molné, él mismo hijo del hotel Palanques y mecánico de profesión, había acompañado al volante de su Renault -matrícula AND 591- a Forné y a Conejos hasta el Vilaró, justo antes de llegar al lugar de Llorts, para recoger una expedición formada por cinco militares polacos procedentes de Pàmies -dos oficiales, Jan Daniez y Jan Sarnicki, y dos soldados, Czeslaw Giejstowt y Josef Lawicki, cuenta Claude Banet en Guies, fugitius i espies, la biblia sobre la materia- que habían sobrevivido al frío y al agotamiento pero que habían perdido por el camino a otro compañero de evasión, Alozy Bukowski. El plan consistía en conducirlos en automóvil hasta el Palanques para reponer fuerzas. Pero en la Massana les esperaba una desagradable sorpresa: dos coches con matrícula francesa -un Delaye y un Citroën, según Forné- con cuatro o cinco hombres envueltos muy cinematográficmente en sospechosas gabardinas: "Fue Conejos el primero que, instintivamente, exclamó: '¡La Gestapo!' Un terror repentino y muy vivo se apoderó de nosotros, pero no perdimos el oremus, y aceleramos al pasar con la intención de huir", contaba el mismo Forné en 1979.

Un silencio que duele
Tuvieron éxito... a medias: la persecución terminó tras unos tiros intimidatorios -especula Forné que querían cogerlos vivos- por parte de los alemanes; Molné cruzó el coche al llegar al desvío de Sispony, y tanto Conejos como Forné saltaron hacia el otro lado, aprovechando la oscuridad para huir en dirección a Sispony. Ni Molné ni los polacos -los cuatro encajados en el asiento posterior del pequeño Renault- tuvieron tanta suerte y fueron capturados inmediatamente a punta de pistola. La comitiva inició enseguida el camino hacia el cuartel general de la Gestapo en Tolosa, con el Renault de Molné situado entre los dos vehículos alemanes. Así lo contaba el mismo Molné en Informacions: "A partir del puerto de Envalira nos encontramos un palmo de nieve en la calzada, así que nos hicierrn bajar para empujar los coches. Cuando llegamos a la frontera del Pas de la casa la barrera estaba bajada. Parlamentaron con el policía de la aduana andorrana, que me conocía, pero a pesar de que le hice gestos ostensibles para que me viera, no se apercibió de que iba dentro del Renault". Aquí sí que se vio perdido, admitía, porque Molné fue  encerrado en la prisión de Saint Michel, donde pasó "ocho o diez días". Si salió indemne de ésta fue porque pudo convencer a sus captores de que era un simple taxista que se había limitado a ejercer de chófer... y también -probablemente sobre todo- gracias a las gestiones de su padre, exsubsíndico, y del entonces síndico, Francesc Cairat, ante el obispo Iglesias -muy bien relacionado con el régimen franquista: había sido capellán castrense del dictador- y ante la vegueria francesa. Mucha menos fortuna tuvieron los polacos y un tal Bobby, norteamericano también de origen polaco que formaba parte de la cadena de Forné y que fue capturado en el Palanques: de ninguno de ellos se volvió a saber jamás.

El episodio tiene especial significación por dos motivos: por un lado, porque el golpe alemán -que Viadiu recoge, novelado, en Entre el torb i la Gestapo- fue posible por la infiltración de un topo en el grupo de Forné, un tal Nicodème -Nico, para los amigos. De otra, porque se trata de una de las escasas operaciones documentadas en que los alemanes actuaron dentro de Andorra, violando así la neutralidad del país. Por lo que respecta a Molné, se trata de la única misión en que consta que participara, y de hecho él mismo siempre insistió en figurar en un discretísimo segundo plano a la hora de los homenajes, como en la inauguración del monumento que evoca la memoria de la cadena justo ante el Palanques. ¿Un pobre bagaje? "Tuvo el valor suficiente para acompañar a Forné y a Conejos en una aventura en que se jugaban mucho, como después se vio. Y estoy convencido de que si no lo hubieran pillado, habría repetido", especula Benet, que describe a nuestro héroe del día como "un hombre elegante y modesto; otros con muchos menos méritos lo habrían explotado más; él, en cambio, optó siempre por la discreción".

De la misma opinión es el historiador catalán Josep Calvet, autor de Las montañas de la libertad, la monografia definitiva sobre la epopeya de nuestros pasadores: "No fue el guía prototípico, el refugiado español más o menos politizado, sino el autóctono que colabora de forma esporádica pero decisiva, en un nivel quizás secundario pero imprescindible: sin la complicidad de gente como Molné la misión de los pasadores estaba condenada al fracaso". Por eso duele, y mucho -añadimos nosotros- el silencio institucional que ha acompañado a la desaparición de nuestro hombre: ni una palabra por parte de las autoridades; nada de nada. Como apunta Calvet de forma sangrante, "en otro país, Molné sería un héroe". O quizás porque, como remata Benet, "Andorra es un país ingrato con la memoria histórica, sin apenas curiosidad, como si a mucha gente ya le pareciera bien que de ciertos temas cuanto menos se hable, mejor. Y en parte se entiende, porque si tiras de la madeja, a veces salen episodios honrosos, como el del Palanques, y otras aparecen sorpresas muy, muy desagradables". La buena noticia es que todavía estamos a tiempo de que el silencio y la indiferencia no se repitan con Lluís Solà, él sí el último de nuestros pasadores. De todos.

[Este artículo se publicó el 27 de agosto de 2013 en El Periòdic d'Andorra]