Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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martes, 18 de febrero de 2014

1428: el año que el Pirineo tembló

El geólogo Valentí Turull y el historiador Carles Gascón localizan en la Vall del Valira trazas documentales del terremoto más devastador jamás registrado en el noreste peninsular.

El historiador Joan Lluís Ayala ha pasado recientemente lista a las catástrofes naturales registradas en nuestro rincón de mundo a partir del siglo XVI: inundaciones, grandes nevadas, lluvias torrenciales, incendios, ventisqueros y ventoleras. Algunas de las cuales de fatales consecuencias, como el alud que en abril de 1718 causó cinco víctimas mortales en la zona de la Portelleta, a la entrada de Soldeu. Y otras auténticamente devastadoras, como la crecida del Valira en 1772, que destruyó el puente de la Tosca, en Escaldes, y que Ayala no duda en calificar -aunque no consta el número de víctimas- como el peor desastre natural jamás registrado en el país. Sorprendía en esta inquietante relación de desgracias naturales la ausencia de terremotos: sobre todo, que el del 2 de febrero de 1428, el más devastador registrado en Cataluña, y el del 1 de noviembre de 1755 -el que destruyó Lisboa- pareciesen haber pasado de largo. O no haberse atrevido ni a entrar en estos predios. Como si un extraño, caprichoso designio divino hubiese preservado nuestro pedazo de Pirineo de los periódicos accesos de ira de la madre Naturaleza. Qué raro. Ya entonces advertía Ayala de la posibilidad de que sí, que se hubieran producido en tiempos más o menos recientes seísmos que no dejaron no obstante huella en los archivos que él ha podido consultar, y que por lo tanto habían escapado a su olfato.

Ábside de la iglesia de Sant Serni de Tavèrnoles en el primer tercio del siglo XX: la torre, inicialmente circular, se había reconstruido con planta cuadrada. Fotografía: Archivo Comarcal del Alto Urgel (Fondo Plandolit).

Exterior del antiguo monasterio de Sant Serni de Tavèrnoles, parcialmente arruinado a causa del terremoto de 1427. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Interior de la iglesia del monasterio, restaurada en los años 70. Un documento de 1534 afirma que ya no se puede celebrar la Misa en el templo "a causa del seismo que hundió y arrasó el cenobio". Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Pues tenía razón. Porque Andorra no es territorio libre de terremotos, por si alguien se lo había creído. En absoluto. El geólogo Valentí Turull y el historiador Carles Gascón han documentado los efectos que el seísmo de 1428 tuvo en la Vall del Valira: el hundimiento de las naves, del campanario y de la torre de la iglesias de Sant Serni de Tavèrnoles. El monasterio no se recuperó jamás de semejante golpe, hasta el punto de que un siglo y medio después, en 1592, el papa Clemente VIII suprimía el cenobio y convertía lo que quedaba del templo en la parroquial de la localidad vecina de Anserall. Una tesis que defienden en el artículo Pont Trencat: la seqüència sísmica del 1427-1428 a la Vall de la Valira, publicado recientemente en el primer número de la revista Interpontes. Una tesis que obligará a revisar la interpretación académica del terremoto de 1428, con epicentro en Caprodón y cuyos efectos se percibieron incluso en Zaragoza. Hasta ahora, dice Gascón, se creía que Puigcerdà marcaba el límite del área donde el seísmo exhibió todo su poder destructivo. Según las crónicas, en esta villa causó entre 100 y 300 víctimas al hundirse la bóveda del convento de San Francisco donde en el momento de producirse el terremoto se estaba celebrando Misa. En cambio, no hay noticias de las consecuencias del movimiento desde Puigcerdà hacia aquí.

Pero lo cierto es que el terremoto de 1428 no pasó de largo. Ni mucho menos. La pista la dio Turull, que al estudiar las terrazas fluviales del Valira localizó en la zona del Pont Trencat, en el antiguo trazado de la N-260 de la Seo a Andorra, un desprendimiento de origen sísmico que fechó entre 1424 y 1456. Una horqiulla temporal que coincidía con la serie de terremotos de 1427 y 1428. Con esta prueba geológica en el zurrón, Gascón se puso manos a la obra. Pero, ¿dónde buscar el rastro documental, si se han perdido -ya es mala suerte- las actas de las visitas parroquiales giradas en el obispado de Urgel entre 1312 y 1545, actas que son la fuente canónica para seguir las huellas del terremoto porque -dice el historiador- dan exacta constancia del estado de conservación de las iglesias de la diócesis? Con ojo clínico, Gascón buscó una institución susceptible de haber dejado documentación de este período. Descartado el archivo municipal de la Seo, pendiente de catalogación, se sumergió en el diplomatario de Sant Serni de Tavèrnoles publicado por Cebrià Baraut. Y la clavó: un documento de 1500 indica que hay que reparar la parte de la iglesia que quedó en pie después del seismo. Otro papel de 1534 insiste que no se puede decir Misa en el templo "a causa del terremoto que hundió y arruinó el cenobio". Es verdad, admite el historiador, que ni el uno ni el otro concreta la fecha del seismo que "arruinó" Sant Serni. Pero también lo es que desde 1430 -dos años después de la catástrofe- abundan las referencias al pésimo estado de conservación del monasterio benedictino, con noticia de las bóvedas hundidas y del colapso del claustro y de las dependencias monacales. En 1441 sólo reside en Sant Serni el guardián, y el altar mayor está a la intemperie. En 1479 consta el colapso de la torre del campanario.

Lo que dura un Avemaría
Otros indicios avalan la tesis de que en el primer tercio del siglo XV se produjo en la zona un seismo catastrófico. El Manual de protocolos del capítulo de la catedral de la Seo conserva una nota fechada el 29 de septiembre de 1437 en que el notario Lluís Martí apela a la protección divina ante los terremotos que, dice, "han sacudido la Seo repetidamente, de día y de noche". Tampoco el notario Martí especifica, es cierto, si se refiere al terremoto de 1427 o a otro. Pero la localización histórica localizada por Gascón y las pruebas geológicas efectuadas por Turull permiten a los investigadores sugerir que el movimiento de tierras de Pont Trencat y la ruina de Sant Serni "podría haber sido ocasionados por el seismo del 2 de febrero de 1428". Un seismo con la potencia suficiente para hundir una construcción tan sólida como lo era el monasterio de Sant Serni. La pregunta obvia es: ¿se percibió el terremoto en Andorra? Gascón argumenta por inducción: si tuvo consecuencias tan catastróficas en el tramo final del Valira, es muy probable que llegase al otro lado de la frontera. Aunque tampoco ha quedado constancia documental. Pero si el terremoto de 1428 se sintió por el este en Puigcerdá, por el sur en la Seo y Sant Serni, y por el norte en Pamiers y otras localidades del condado de Foix, la prudencia y el sentido común, aparte de los indicios indirectos, "invitan a pensar que Andorra también fue víctima del seismo", concluye.

Malas noticias para el hecho diferencial andorrano, pero estupendas para la historiografía. Y no se acaban aquí, porque el de 1428 no es el primero, ni el único ni tampoco el último terremoto que ha visitado en época histórica nuestro rincón de Pirineos. El mérito del pionero es para el 3 de marzo de 1373, con epicentro en la Ribagorza. Gascón sospecha que Santa Cecília d'Elins, en el valle de Pallerols, se hundió a causa de este seismo. Del de 1448, con epicentro cerca de Granollers y que castigó la Cataluña central y litoral, no hay en cambio noticias. Parace que a partir de aquí la Tierra se tomó un tiempo de respiro. Tres siglos, exactamente: el XVIII será un siglo sismológicamente pródigo en el Alto Urgel -y probablemente en Andorra.

La primera referencia es del 31 de mayo de 1709, cuando el capítulo catedralicio ordena unas rogativas -dice el historiador- para frenar un terremoto del que no se tienen más referencias. El que sí que dejó huella es el de 1755. El relato procede del libro de notas del ayuntamiento de la Seo: "En dicho día de Todos los Santos a las once y cuarto de la mañana se experimenta el Terremoto y los que estaban dentro de la iglesia catedral lo experimentaron  muchos más; pero no fue sino por espacio de una Avemaría, se movió el edificio, las lámparas y los salomones. En el mismo día y hora sucedió en Portugal, por el que quedó arruinada la ciudad de Lisboa". El último susto sísmico del siglo se registra en 1788: entre el 11 de enero y el 31 de mayo se sucedieron una serie de movimientos -ahora es el historiador Lluís Obiols el que toma la palabra- debidamente reseñados en el libro de notas del consistorio, que tuvieron su clímax en la procesión del 3 de febrero, con el señor obispo al frente y con la exposición del Santísimo, los pendones y las reliquias de San Ot y de San Ermengol. Debió surtir efecto, la procesión: parece que la única víctima del terremoto de 1788 fue la torre de Arfa, hundida en esta última tanda.

[Este artículo se publicó el 20 de junio de 2011 en El Periòdic d'Andorra]


viernes, 10 de enero de 2014

Cuando el Pirineo era el Far West

El historiador Lluís Obiols reconstruye en Lo niu de bandolers de Catalunya la carrera de Joanot Cadell de Arséguel

Sidamunt, el Pla de Urgel, un dia de enero del Año del Señor de 1587. Una partida de bandoleros entre los que hay tipos de nombres tan sonoros y tan nuestros como el Minyó de Montellá, el Sarigüelo de Cabó, los Garreta de Oliana y el Poll del Pla (¿de Sant Tirs?) da el alto a un transporte de oro y plata propiedad de la orden de San Juan de Jerusalén -porque algunos de los protagonistas de la historia de hoy gastan propsapia muy alta, en seguida lo verán. Del "'Alto!" pasan al pedernal, y del pedernal a los heridos y también, porque estas cosas suelen acabar así, a algún que otro muero. Todos del lado de la guardia. Como se veía venir, el resultado de este asalto al más puro estilo del Lejano Oeste -pongan una diligencia de la Wells&Fargo en lugar de la tartana local, y una partida de pistoleros estilo Billy el Niño, y la cosa funcionaría igual- fue que la cuadrilla del Minyó se apropió del tesoro y se lo llevó, atención, a Arséguel.

¿Por qué precisamente a Arséguel, rincón de mundo que hoy no supera el centenar de habitantes y que en el siglo XVI no debía tener muchos más? Pues porque cuatro siglos antes de que el musicólogo Artur Blasco la convirtiese en la capital del acordeón diatónico de los Pirineos, en esta melómana y estratégica población del Baridá tenía su guarida Joan Cadell, señor del lugar y cabeza visible de la facción de los Cadells -ya saben, la contraparte de los Nyerros- que se había convertido en una especie de Vito Corleone de los bandoleros de este trocito de la galaxia y les ofrecía refugio y proteccióh en el acogedor castillo local. No la busquen hoy, la fortaleza de Cadell, porque fue arrasado cinco años y unas cuantas decenas de muertos después por las tropas de Felipe II comandadas por el gallardo Jeroni de Argensola. Añadamos que de paso arasaron todo el pueblo.

Esta prometedora y sanguinaria historia -solo le falta algo de sexo, pero es bien cierto que no se puede tener todo- es la que reconstruye el historiador y archivero (del Alto Urgel) Lluís Obiols (Adrall, 1985) en Lo niu dels bandolers de Catalunya, título honorífico que un cronista de la época, el jurista gerundense Jeroni Sanconominas, le concedió a Arséguel- que publica ediciones salòria y que saca a la luz la (fascinante) vifa y la (truculenta) trayectoria del tal Cadell, unos de los bandoleros más activos y temidos en la Cataluña del siglo XVI, quizás con un caché historiográfico y sobre todo mediático inferior al del televisivo Serrallonga -es el peaje que tenems que pagar en provincias- pero con un currículum sensacional, nunca antes ni después superado en los anales del frondoso bandolerismo catalán: hasta dos asedios en toda regla, cnco años de persecuciones y centenares de hombres necesitaron las fuerzas reales para reducir y limpiar lo niu de bandolers. Como dice Obiols, "hubo batidas para cazar bandoleros antes y después, pero esta obstinación y esta mobilización militar con todas las de la ley, absolutamente inusual, es lo que convierte el caso de Cadell en excepcional, único".

Vista de la localidad de Arséguel, comarca del Alto Urgel, subcomarca del Baridá, santuario de los bandoleros al servicio de Joanot Cadell, sitiada y arrasada por las tropas de Felipe II en octubre de 1592. Fotografía: El Periòdic d'Andorra.

Hemos comenzado este relato en Sidamunt, al sur de la provincia de Lérida, porque esta operación significó según el historiador el punto de inflexión de todo este asunto: hasta entonces se habían ido sucediendo en todo el valle del Segre, entre el Pirineu y la comarca del Segriá -este era el muy considerable radio de acción de las partidas en la órbita de Cadell- "infamies, homicidis, latrocinis, furts, adulteris, strupos y mil altres crims, maleficis y maldats", causados por "hòmens ociosos e inclinats a tot gènero de vicis", en las suculentas y escandalizadas palabras de Jeroni Grau, juez de lo criminal de la Seo de Urgel sobre 1570. Pero el ataque al tesoro de San Juan de Jerusalén perpetrado además en pleno camino real, las tensiones prebélicas con la vecina Francia y la okupación del castillo de la vecina localidad de bar por secuaces de Cadell acabaron convirtiendo lo que inicialmente era un molesto problema de orden público en una cuestión de estado. Y continúa corriendo la sangre: en 1587, la cuadrilla del muy activo Minyó saquea la villa de Graus, en la Ribagorza, y se refugia en Coll de Nargó -"Tierra absolutamentre de ladrones", dicen las crónicas de la época- antes de recalar como era reglamentario en el santuario de Arséguel, chez Joanot. En enero de 1588 es la cuadrilla de otro tal Joan Gia la que gira visita a la Seo y aprovecha para cepillarse a mosén Màrtyr (!) Pallerols y a mosén Joanot Piquer, "fills d'esta ciutat, dos hòmens pacífichs". Y el 1 de abril, otra cuadrilla, esta a las órdenes de un tal Plometa, repite visita y liquida el maestro Fonaner, barbero, que debió tener la mala suerte de cruzarse en su camino.

Para cortar el problema de raíz, el virrey de Cataluña ordena a los jueces Frances Ubach y Josep Mur poner sitio al castillo de Arséguel, donde como hemos visto todas estas partidas buscaban cobijo y protección. La operación se lanza a principios de diciembre de 1588, pero hay que levantarla al cabo de diez días por las dificultades de mantener un sitio en pleno invierno, con el único rédito de la muerte del dichoso Minyó, a quien a estas alturas -digámoslo- ya hemos cogido algo de tirria. En los tres años sigiuentes asistios a un curioso y peligroso juego: como diría Jordi Pujol, Cadell se dedica a hacer "la puta i la Ramoneta", es decir, a actuar con sibilina, calculada doblez, alternando solicitudes de clemencia en las que se ofrece para levantar una fuerza de 500 hombres y luchar en Flandes a cambio del perdón real con acciones de bandolerismo puro y duro: en septiembre de 1589, nueva y sanguinaria ioncursión en la Seo, blanco por lo que se ve bastante fácil: "Alguns bandolers, fills de perdició, van per estes costes fent mil mals, fins a girarse y voler forçar les dones que van per lo terme d'esta ciutat [...] Mataren Jaume Peres, nafraren un tal Múrries y dos altres nafrats y molt mal tocats..." Más aún: a finales de año, secuaces de Cadell a las órdenes de los hermanos Averó y del Batlle d'Alós saquean el monasterio de las Avellanas,e n la vecina comarca de la Noguera, echan al abad y colocan en su lugar a un tal Abella. De la Seo, por cierto. En enero de 1592 le toca a Orgañá, donde "han mort dos o tres hòmens, ensagniades dos o tres dones y robat per 4 mil ducats".

Era por lo tanto cuestión de tiempo que el señor virrey de hartara de todo este tinglado. Y esto es justo lo que pasará ese mismo año, con el nombramiento de Alemany de Tragó como gobernador del vizconado de Castellbó y la comisión de Jeroni de Argensola -veterano de la guerra de Flandes, como Alatriste- como comandante del segundo y definiitvo sitio. Una operación que arranca el 22 de septiembre de 1592 y que concentrará en Arséguel una fuerza de cerca de 600 hombres, entres soldados pagadaos por a Generalidad, tropas castellanas y el somatén. Parece que la fortuna le ha dado finalmente la espalda a Cadell. Y ya era hora. Pero le quedaba un último as en la manga: misteriosamente, porque las crónicas no recogen las causas del portento, en la madrugada del 27 de octubre el centenar y medio de bandoelros acogidos por Cadell, con sus familias y seguidos por los habitantes de Arséguel, que temen con toda la razón las represalias reales, consiguen romper el cerco y escapar... ¡sin ser vistos! Por ninguno de los 600 hombres que los rodean. ¿Portentoso o no? Obiols lo atribuye a un más que probable acuerdo secreto para evitar males mayores -aunque acabó con el castillo y el pueblo de Arséguel arrasados.

Carta autógrafa de Joanot Cadell a los cónsules de la Seo, fechada en julio de 1589. Fotografía: Fondo ayuntamiento de la Seo de Urgel / Archivo comarcal del Alto Urgel

¿Qué fue de los bandoleros? A Cadell nos lo encontarmos en noviembre de ese mismo año tranquilamente instalado en la vecina Tarascón, como Tartarín, y maquinando con sus amigos franceses nuevas incursiones en tierras catalanas como si no hubiera ocurrido nada. Morirá en Foix en una fecha indeterminada entre 1598 y 1602, con sus bienes secuestrados por la justicia e implorando de vez en cuando y sin mucha convicción un perdón real que nunca llegará. Curiosamente, sus descendientes conservarán hasta finales del siglo XIX la baronía de Arséguel, pero ahora ya con la lección bien aprendida y sin trabucaires a la vista. Por lo que respecta a sus conmilitones -más de un centenar de hombres: un pequeño ejército privado- dice Obiols que procedían de la Cerdaña, del Alto Urgel, el Baridá, Cabó, Oliana y el valle del Querol... y que entre sus secuaces había por lo menos tres honorables andorranos: lo Truyta, Steve Lavaneres y un tal Bocanegra. Quizás fue gracias a ellos que las partidas de bandoleros respetaron -parece- la neutralidad del país. Hombres de ofico, opina, que se dedicaban temporalmente a bandolear para sacarse un sobresueldo: como el contrabando actual, vamos ,pero con el riesgo cierto de terminar torturado, decapitado y descuartizado.

La más cruel paradoja de toda esta historia es que mientras que el padrino de Arséguel y comarca salió razonablemente bien librado del embrollo -como si dijéramos, sólo le chamuscaron la segunda residencia, aunque fues un castillito en la montaña- mucho peor les fue a los que se la jugaron por prenderlo: en 1600, en la vecina Castellbó, un tal Perot Ribó de Artedó mató a golpe de pedernal al pobre Alemany de Tragó. El valiente Argensola ,por su parte, fue destituido y puesto en prisión, y tardó más de una década en limpiar su nombre. Triste destino que, especula Obiols, hay que atribuir a los tentáculos e influencias de Cadell, que llegaban hasta las más altas instancias, incluidas la Real Audiencia y el Consejo de Aragón, desde donde movió los hilos para defenestrar a Argensola.

En cuanto a Joanot Cadell, el autor lo erige en epítome de la pequeña nobleza comarcal a la que la falta de expectativas de promoción acaba convirtiendo en capitostes de las dos facciones -Nyerros y Cadells- en que se dividió y se desangró la sociedad catalana del XVI. Unas bandosidades que tenían poco, por no decir ningún componente ideológico, que funcionaban a la manera de las familias mafiosas -como un conglomerado de intereses y vínculos personales y de parentesco- y lo retrata como un hombre hábil, que supo utilizar sus muchos contactos y que se preocupó exclusivamente por la buena salud de su bolsillo. Tan hábil, que ni murió colgado de horca bien alta, ni tan solo descuartizado, sino probablemente de viejo y en su jergón. Y tan relevante como Serrallonga: "Lo que pasa es que Arséguel cae muy lejos de Barcelona. Estoy seguro de que si hubiera nacido en el Vallés, lo sabríamos todo de él, tendría su novelita e incluso una serie de televisón en prime time". Eso, seguro.

[Este artículo se publicó el 18 de noviembre de 2012 en El Periòdic d'Andorra]