Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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viernes, 8 de mayo de 2015

Charney: retrato de un as

Lo recuerda perfectamente aunque han transcurrido 33 años porque aquel 3 de junio de 1982 hizo campana. Por supuesto, con una buena excusa: Rafael García y sus padres, Rafael Y Ángeles, iban a asistir al entierro de Kenneth Langley Charney (Quilmes, Argentina, 1922-la Massana, Andorra, 1982). El piloto angloargentino, as de la II Guerra Mundial, acababa de fallecer y sus restos iban a ser enterrados en el nicho número 209 del cementerio de la Quera. Fue una ceremonia íntima, recuerda Rafael. Incluso demasiado íntima: apenas seis allegados, con la viuda al frente, con los García como refuerzo: ellos asistían porque desde 1978 Charney residía en la planta baja de la casa familiar, el chalet Carvajal de la Massana.

Rafael García posa en el rellano del cementerio de la Quera, en la Massana, donde el Comú ha colocado la placa en memoria de su ilustre vecino (a la derecha). Sostiene una copia de la célebre fotografía en que Ken Charney, en la cabina de su Spitfire, recibe el saludo de Pierre Clostermann, a quien tuvo bajo sus órdenes en el escuadrón 602 durante la campaña de Normandía. Fotografía: Máximus.

Mike Leonard tenía 25 años cuando conoció a Charney: eran vecinos en Soldeu, la primera llocalidad andorrana donde nuestro as residió. En 1978 se mudó al chalet Carvajal de la Massana. Con Leonard, piloto deportivo, compartió su pasión por los aviones. En la imagen, sostiene un retrato de Ken en los años de la guerra. Fotografía: Máximus.

Recreción artística del ilustrador argentino Carlos García del combate que Charney y Clostermann mantuvieron el 2 de julio de 1944 y sobre la localidad normanda de Cabourg y Lisieux con un enjambre de 40 Focke Wulff 190: nuestro hombre abatió dos cazas enemigos, en una acción por la que se fue recomppensado con la Distinguished Flying Cross. El Spitfire de Charney, en primer término. Ilustración: Carlos García.

Así que Rafael conserva un recuerdo muy vivo de aquel hombre "alto y delgadísimo, que siempre llevaba calada una gorra blanca". Un tipo taciturno, poco dado a las efusiones ni a sincerarse con extraños, y por lo visto tampoco con sus caseros: "Sabíamos que había sido piloto de combate porque tenía las paredes llenas de fotografías y condecoraciones. En cierta ocasión en que preparaba para el instituto un trabajo sobre la II Guerra Mundial quedé pasmado al encontrar en un libro una referencia a Kenneth. Naturalmente, bajé a su piso y le mostré, orgulloso, mi descubrimiento. El hombre sonrió y eso fue todo. No le gustaba evocar los viejos tiempos. Por lo menos, conmigo. Aunque es normal, porque no tenía ni quince años: ¿qué me iba a contar, a mí?"

Pero lo cierto es que no siempre fue el tipo más bien huraño de sus últimos años. Sostienen los García que experimentó un cambio radical cuando conoció a June Cherry, vecina suya en la Massana, con quien en 1980 contraería matrimonio y hoy residente en East Sussex (Inglaterra). Poco a poco, continúan, fue dejando de lado sus antiguas aficiones -el esquí, la montaña y el cámping, a bordo de una furgoneta VW T1 de color crema- así como las escapadas hivernales a Jávea (Alicante), hasta que prácticamente se recluyó en el chalet Carvajal. Así pasó sus últimos meses, hasta que un día, dice Rafael, "June subió a nuestro piso y se puso a gritar: '¡Marrrido muy infermo!' Un infarto. Se lo llevaron al hospital, y ya no volvió a casa". Días atrás revivía estos recuerdos desde el rellano del cementerio de la Quera donde el Comú de la Massana ha instalado la placa que hasta ahora estaba en el nicho 209 y que rinde tributo a Charney: ¡Rafael no lo había vuelto a pisar desde ese lejano 1982!

Morir de tedio
Rafael está naturalmente entusiasmado ante la perspectiva de la repatriación de los restos de su ilustre inquilino -bueno, de sus padres, pero no vamos a ponernos tiquismiquis: sus seis (o siete) victorias probadas, más las cinco probables que consiguió entre 1942 y 1944, enrolado en los escuadrones 185, 602 y 132 de la RAF y siempre a la carlinga del mítico Sptifire suponen un score de as -categoría que requiere por lo menos cinco victorias en el zurrón. Igualmente entusiasmado se confiesa Mike Leonard, en la época un chico de 25 años que conoció íntimamente a Charney, de quien fue vecino en su primer destino andorrana -en Soldeu, antes de  mudarse en 1978 a la Massana- y con quien compartía la pasión por la aviación: Leonard es él mismo piloto deportivo y destila un genuino interés por las operaciones aéreas de la II Guerra Mundial. Así que con él sí que compartió nuestro hombre algunos de los episodios de su biografía bélica, con dos capítulos decisivos: la defensa de Malta, a donde es enviado en 1943 y donde conseguirá tres de sus seis derribos -los tres a cuenta de sendos Macchi 202 italianos- y Normandía, donde en julio de 1944 abatió sobre Cabourg y Lisieux dos Focke Wulff alemanes, en una célebre misión en que lo acompañaba el as francés Pierre Clostermann y que les reportó sendas Distinguished Flying Cross, la máxima condecoración aérea británica.

Coincide Leonard en el carácter reservado de nuestro héroe, "pero él mismo tenía una explicación para esto: decía que había llevado una vida tan intensa, tan estimulante, pilotando cazas durante la guerra y aviones a reacción tras ella, que al jubilarse, a principios de los 70, se moría literalmente de tedio". Quizás por este motivo, aventura, se abandonó durante sus últimos años a la bebida, "algo que no es en absoluto extraño entre los pilotos de combate: pero es que era perfectamente capaz de dar cuenta de una botella de whisky, él solo y antes de comer!" De lo que no tiene la menor duda es de que Charney fue un piloto "excepcional", aunque él mismo sostuviera que muchos otros mejores que él habían caído en combate: "Pero lo cierto es que para abatir seis aviones enemigos tenías que ser bueno, muy bueno, ¡y todavía mejor para sobrevivir a cuatro años de guerra! Terminada ésta, además, conservó su plaza en la RAF -de donde se retiró en 1968, para convertirse durante un breve período en instructor de la Fuerza Aérea Saudí-  y ahí sólo se quedaban los mejores".

Leonard, en fin, se perdió el entierro de su amigo, en 1982. Lo que no se perderá por nada del mundo -él ha sido pieza clave en la investigación que ha permitido al historiador argentino Claudio Meunier localizar el nicho anónimo donde Charney fue enterrado y en la gestión de la autorización de la viuda para repatriar los restos a la Argentina- será la exhumación de los restos del piloto, que tendrá lugar el 10 de enero [de 2015]. Al día siguiente, las cenizas viajarán a Buenos Aires a bordo del Airbus del capitán Covello, para ser enterradas -esta vez, definitivamente- en una tumba del cementerio de la Chacarita. Será, ahora sí, el último vuelo de Ken Charney, el as de la Quera.

[Este artículo se publicó el 22 de diciembre de 2014 en el Diari d'Andorra]

sábado, 31 de enero de 2015

Charney: misión cumplida

El aviador angloargentino Ken Charney será enterado el 9 de mayo en el cementerio la Chacarita de Buenos Aires. El historiador Claudio Meunier, artífice de la repatriación de los restos del as de la II Guerra Mundial, recogió ayer la urna con las cenizas y le rindió un último homenaje en la Quero, el camposanto de la Massana (Andorra) donde han reposado desde el fallecimiento de Charney, en 1982.

La escena tuvo lugar ayer, sábado, a primerísima hora de la mañana y en medio de una inusual expectación. Inusual por el lugar y por el cometido, ya verán. El historiador argentino Claudio Meunier firmaba la documentación y recogía en una funeraria de la localidad de Escaldes la urna con las cenizas de Kenneth Langley Charney (Quilmes, Argentina, 1920-la Massana, 1982), cuyos restos habían sido incincerados el día anterior. Sólo quedaban dos detalles y habría culminado un apasionante ejercicio de memoria histórica de la de verdad, iniciado hace una década: subir hasta el cementerio de la Quera, en la Massana -donde los restos del piloto angloargentino descansaron durante 23 años y hasta el viernes- para rendirle un último homenaje -en un gesto que la comitiva argentina cumplimentó ayer mismo- y volver a cruzar el Atlántico en el Airbus que pilota el capitán Alejandro Covello, compañero de idor en esta misión y, por cierto, antiguo piloto de combate de la Fuerza Aérea Argentina. Piloto de Pucara, el célebre avión de ataque a tierra del que supimos por vez primera durante la guerra de las Malvinas. A Covello le fue de poco, pero no llegó a combatir en ella.

Charney, el primero por la izquierda, recibe el saludo del duque de Edimburgo. Fotografía: Archivo familia García (la Massana).

Charney posa en la carlinga de un reactor, probablemente un Meteor. Fotografía: Archivo familia García (la Massana). 

Firma autógrafa de Charney en las guardas de un libro sobre la II Guerra Mundial que hoy conserva la familia García, en cuyo chaletde la Massana vivió el piloto sus últimos años. Fotografía: Máximus.

Pero esta es otra historia. Será mañana cuando Meunier i el capitán Covello vuelen de regreso junto con el teniente Charney. El martes aterrizarán en Buenos Aires y culminará así un episodio que empezó en junio de 2005 cuando el Diari d'Andorra recogió el interés del historiador por contactar con amigos y conocidos andorranos del difunto Charney, as de la Segunda Guerra Mundial -siete aviones del Eje abatidos y dos Distinguished Flying Cross en su haber: la historia la hemos contado aquí mismo en otras ocasiones- que se había instalado a mediados de los 70 en Soldeu. Meunier pretendía reconstruir los años andorranos de Charney, un vacío en su biografía, y ha removido durante el último decenio cielo y tierra hasta conseguir la repatriación de los restos a su Argentina natal.

"Siempre tuve la convicción de que nos saldríamos con la nuestra", decía ayer con legítimo orgullo. El último obstáculo fue la autorización de la viuda, June Cherry, residente en Eastbourne (Inglaterra), requisito indispensable para la exhumación, cremación y traslado de los restos. El "sí" definitivo que abría de par en par las puertas a la Operación Charney llegó a finales de diciembre y de forma algo rocambolesca, a través de un conocido de Michael Leonard, amigo de los años andorranos del piloto, vecino a su vez de June. Rápidamente Meunier puso manos a la obra. Insiste el historiador que esta es una gesta colectiva en que él ha actuado simplemente como catalizador, concitando las complicidades del comú de la Massana, que habilitó una subvención para hacer frente al alquiler impagado del nicho donde yacía Charney y evitar el deshaucio; del mismo Leonard, decisivo a la hora de localizar la tumba del piloto y de gestionar el "sí" de la viuda; del capitán Covello, que ha facilitado el viaje transoceánico de regreso a casa a bordo de su Airbus, y del Consejo de residentes británicos en Argentina, que ha abonado los 1.200 euros de la factura de la funeraria. Todos unidos para hacer posible el final feliz, el final redondo de esta historia, que tendrá lugar el 9 de mayo en el sector británico del cementerio de la Chacarita, en Buenos Aires: "Que Ken vuelva finalmente a casa es culpa de todos los que durante estos diez años nos han ayudado de forma desinteresada a llega hasta aquí".

Se trataba, dice Meunier, de darle un adiós "digno de un hombre con ideales, que luchó por la libertad de todos sin pedir nada a cambio, y que participó activamente en la victoria aliada. Teníamos el deber moral de reconocérselo y evitar que esta historia se perdiera". Se trataba también, continúa, de demostrar que hubo ciudadanos argentinos comprometidos con la lucha por la democracia, para contrarrestar "cierta leyenda que define a Argentina con un país germanófilo". Charney -esto es cosa sabida- se enroló en la RAF y participó, en fin, en las campañas de Malta y Normandía. A diferencia de la mayoría de sus compañeros de armas -de los veinte pilotos destinados a Malta, recuerda Meunier, solo sobrevivieron dos- él sobrevivió a la guerra... después de 350 misiones de combate y un puñado de incidencias que hemos recordado aquí mismo en otras ocaciones. Sobrevivió, sí, pero tocado, como cuenta Pierre Clostermann, el as francés que sirvió a sus órdenes en el escuadrón 602 de la RAF, en sus memorias de guerra, Le grand cirque.

Y más aun cuando se jubiló, en 1973 y después de 40 años de servicio. Se convirtió en un hombre taciturno, dice el historiador y corroboran los que le conocieron en esta última, algo penosa etapa -Leonard, otra vez, y la familia García, que lo tuvo de inquilino en su chalet Carvajal de la Massana- incapaz de darle un sentido a su nueva condición de civil. Murió el 3 de junio de 1982, oficialmente a consecuencia de un ataque de corazón. Y su memoria ha estado a punto, muy a punto de perderse. El 9 de mayo, en la Chacarita, enterarán también un pedacito de Andorra: en la caja -coffin, dice Meunier- depositarán la maqueta en miniatura de un Spitfire que los últimos tiempos apareció en el nicho de la Quera. Y también una botella de whisky, el elixir de los pilotos de combate, dice Covello. Y no vamos nosotros a contradecirlo. Que la tierra le sea leve, Ken: misión cumplida.

[Este artículo de publicó el 11 de enero de 2015 en el Diari d'Andorra]