Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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martes, 31 de marzo de 2015

Carles Gascón, autor de 'La catedral saquejada': "Los agresores eran gente del país, mercenarios que hacían la guerra a tiempo parcial"

Año del Señor de 1195: medio millar de hombres a las órdenes del conde Ramon Roger de Foix pone sitio a la Seo de Urgel, prende fuego a la ciudad y expolia la la catedral. Empieza lo que el historiador local Carles Gascón denomina la Guerra de los Cien Años del Pirineo, que trastocará para siempre el orden establecido e influirá decisivamente en la configuración del Coprincipado de Andorra. Lo cuenta en La catedral saquejada (Salòria), donde propone también suculentas novedades historiográficas, como que fue la madre del conde de Urgel, Dolça, quien reclamó la intervención de Ramon Roger de Foix en contra de su propio hijo, y que el obispo, Bernat de Castelló, se puso muy probablemente del lado del invasor. Sin que se notara demasiado.

El historiador de la Seo Carles Gascón, autor también de Càtars al Pirineu català i de Comarques oblidades -donde sigue la peripecia de José Zulueta, el ideólogo de la Cooperativa del Cadí- propone en La catedral saquejada la tesis de que fue la misma madre del conde Ermengol de Urgel, Dolça, quien auspició la intervención del conde Ramon Roger de Foix, y que el obispo de Urgel,  se unió sibilinamente a los invasores. Fotografía: Ricard Lobo.

¿Por qué estalla esta Guerra de los Cien Años pirenaica?
La unión de las casas de Castellbó y de Caboet, primero, y de Castellbó y Foix, después, culmina la maniobra envolvente sobre los territorios del obispo de Urgel, que se encuentra en la disyuntiva de luchar para conservar su poder o resignarse a un papel secundario, que es lo que acabará ocurriendo.

¿Serán cien años de reloj?
La guerra se prolongará durante todo el siglo XIII, hasta que el Pareatge de 1278 resuelve aunque sea parcialmente las principales disputas políticas en juego.

¿Quién gana?
Más bien quién pierde: el obispo de Urgel, que empieza la guerra como poder hegemónico en los territorios del norte del condado, la terminará siendo obligado a compartir el señorío de Andorra con el conde de Foix.

¿Es gracias a esta guerra, que Andorra es Andorra?
Entre otras causas, porque se firmaron otros pareatges similares en Orgañá, la Vallfarrera y Ferri de la Sal, por ejemplo, y ninguno de estos territorios dio lugar a una entidad remotamente parecida a Andorra, regida por dos soberanos -el obispo de Urgel y el conde de Foix- que ejercen un poder indiviso.

Pero sin el coseñorío, que es consecuencia de la guerra, ¿habría seguido Andorra el camino de los otros valles pirenaicos?
Sin duda.

Dice el historiador Climent Miró que el norte del condado de Urgel no se recuperará jamás de este siglo de enfrentamientos fratricidas. ¿Por qué?
Todo el territorio desde Coll de Nargó hasta los valles de Andorra había estado hasta entonces en la órbita del condado de Urgel. En adelante serán los señores de Foix los que mandarán por aquí arriba, y el condado de Urgel, que en otro tiempo no muy lejano llegaba hasta las mismísimas puertas de Lérida, queda reducido a la mitad de lo que actualmente es la comarca de la Noguera. 

¿Y el señor obispo?
Seguirá siendo un actor importante, pero el que podría haber sido el árbitro de los litigios de esta región acaba confinado tras las murallas de la Seo. Y todavía puede darse con un canto en los dientes.

Vayamos a la guerra: ¿en qué consistió, la invasión?
En el sitio e incendio de la Seo y el consiguiente saqueo de la catedral, donde se había refugiado la población -en la época, un millar escaso de almas. Pero el saqueo fue tan solo un efecto digamos colateral, no el objetivo de las operaciones: el conde lo autorizó para pagar la soldada de los mercenarios que servían en su ejército.

¿Hubo víctimas?
Muertos, sin duda. Y nos consta que algunos defensores fueron secuestrados y tuvieron que satisfacer luego el consiguiente rescate. También fueron muy comentados los sacrilegios cometidos por las huestes del conde de Foix.

A ver, a ver.
Hubo quien dio de comer a las monturas en los altares de la catedral.

La datación del saqueo, con la transcendencia que tuvo, sorprende por incierta. ¿Cómo se explica esta ausencia de fechas concretas?
Durante años se dijo que había tenido lugar en 1198. Pero hemos reducido la horquilla a un período comprendido entre mayo de 1195, cuando Bernat de Castelló es nombrado obispo de Urgel, y agosto de 1196, cuando el mismo obispo y la condesa dan unos dineros para reconstruir precisamente el altar mayor de la catedral, signo inequívoco que el saqueo ya se había producido.

Los hombres de Foix, ¿eran un ejército de verdad, o simples bandoleros?
Ni una cosa ni otra. Los documentos de la época los describen como "aragoneses" o "brabançones" -de Brabante, en Falndes, tesis que considero altamente improbable. En mi opinión, se trataba de gente el país que se dedicaba a la guerra a tiempo parcial. Incluso conocemos el nombre de uno de ellos: un tal I. de Nargó.

¿Eran muchos?
Medio millar, quizás, pero es una cifra que deducimos de lo que sabemos de episodios similares en territorios próximos. Las crónicas coetáneas no nos dicen nada al respecto. Pero para un ejército feudal, medio millar de hombres no estaba nada mal.

¿Y los defensores?
En el mejor de los casos hubo una milicia integrada por los caps de casa. Pero la gran diferencia es que los agresores eran mercenarios, profesionales que guerreaban a cambio de una paga; los defensores eran civiles, tejedores, sastres, herreros, tenderos...

Propone una tesis alternativa a la tradicional para explicar la invasión del obispado. Primero de todo, ¿cuál es la tesis digamos oficial?
Que el conde Ramon Roger de Foix saqueó la catedral porque era intrínsecamente malo. Un degenerado. Un argumento completamente ahistórico que en los últimos tiempos se había apuntalado en el supuesto catarismo del conde.

¿Y qué relectura propone?
Que un hecho de tan graves consecuencias no se puede explicar simplemente porque el conde era "malo". El deber del historiador es buscar las causas geopolíticas, económicas y sociales que condujeron a esta guerra.

Pues díganoslos usted.
Se puede resumir en la lucha de facciones dentro del condado de Urgel.

¿Cuáles eran, estas facciones?
De un lado, y simplificando, la alta nobleza, con Arnaldo de Castellbó como figura prominente.

¿Y del otro?
El obispo, el conde y el rey, que intentarán en vano limar los poderes de los señores feudales e imponer una especie de nuevo orden público. Fracasarán.

El conde de Foix, ¿a quién apoya?
A los barones, para enfrentarse a Ermengol de Urgel. La cosa se complica porque la madre de Ermengol -y a su vez tía del conde Ramon Roger- es quien insta al conde de Foix a intervenir...

¡...contra su propio hijo!
Eso es, porque Ermengol estaba casado con Elvira, a quien creía estéril, y quería promover a otra de sus hijas, casada ésta con el conde de Cabrera.

Mala pécora, esta Dolça.
Y encima se equivocó por todo lo alto: Ermengol de Urgel tuvo finalmente una hija con esta esposa supuestamente estéril, Auremabiaix. Quien, por cierto, fue amante de Jaime I el Conquistador.

También insinúa que el obispo se puso del lado del de Foix: ¡el invasor de su propio obsipado! ¿Un traidor?
Más bien un peón al servicio de la facción que lo había puesto en el cargo, los canonges de la catedral, a su vez extraídos de la nobleza local.

[Esta entrevista se publicó el 4 de marzo de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

martes, 4 de marzo de 2014

Vuelve, ay, la leyenda negra

Rosa Sala Rose y Plàcid Garcia-Planas se sumergen en el lado más oscuro de los pasadores en El marqués y la esvástica: en las librerías el 19 de marzo.

Ay, ay, ay... ¿Le suenan al lector aquellos inquietantes, malditos reportajes sobre la leyenda negra de los pasadores que Reporter -revista española en la línea de Interviú, pero de vida mucho más efímera- propaló hacia 1977 y que, dicen los que lo recuerdan, levantó una considerable polvareda, secuestro de ejemplares incluido? Pues bien: la historadora Rosa Sala Rose y el periodista Plàcid Garcia-Planas tienen a punto, pero muy a punto -el 19 de marzo llega a las librerías- El marqués y la esvástica (Anagrama), un tocho de medio millar de páginas y alguna más- que amenaza con retomar el hilo allí donde lo dejó Reporter, con la publicación de los documentos que dieron lugar a la dichosa serie de reportajes y reconstruyendo con pelos y señales -y con nombres y apellidos- los nombres de las víctimas y, glups, de los verdugos de la leyenda negra, según un extenso artículo consagrado al libro que La Vanguardia avanzaba el sábado.

El volumen de Sala y Garcia-Planas, publicado por Anagrama, llega el 19 de marzo a las librerías. Fotografía: Archivo.

El supuesto marqués del título -de Cagigal, nada menos- es César González Ruano, uno de los grandes nombres del periodismo español de posguerra -por lo menos, hasta ahora- que según los autores se dedicó durante su estancia en el París ocupado por los nazis a extorsionar sin contemplaciones a incautos judíos que huyendo de la deportación iban a caer en sus garras con el anzuelo de gestionarles la huida por los Pirineos. Sala y Garcia-Planas, en fin, tiran del hilo apuntado en 2002 por el anarquista Eduardo Pons Prades y acaban documentando la deriva andorrana del tráfico de hombres -matanzas incluidas- en que González Ruano se involucró.

El autor de Mi medio siglo se confiesa a medias -¡y tan a medias!- es el gran protagonista de El marqués y la esvástica. Pero entre los muchos secundarios que pululan por el libro figura cierto pasador catalán posteriormente naturalizado andorrano que con la derrota de Hitler y desde el bar La Rambla de Hospitalet (Barcelona) gestionó el billete de huida jerifaltes nazis de segunda fila como el colaboracionista francés Georges Delfanne, alias Masuy, "sádico gestapista conocido por la invención del suplicio de la bañera". En fin, que El marqués y la esvástica dedica nueve capítulos y casi un centenar de páginas a hurgar en la leyenda negra, sección andorrana, así que la cosa promete dar más de un disgusto -además de aportar algo de luz a las investigaciones pioneras de Claude Benet (Guies, fugitius i espies), Roser Porta y Jorge Cebrián (Andorrans als camps de concentració nazis) i Josep Calvet (Las montañas de la libertad).

Un capítulo como es sabido especialmente opaco, por el que los historiadores han pasado tradicionalmente de puntillas, no fueran a pisar algún inoportuno callo, y que cuenta con escasísimos testimonios de primera mano: Joaquim Baldrich contaba el episodio en que dos pasadores aragoneses le mostraron en el Pic Negre los cuerpos semienterrados de dos parejas que habían liquidado por dinero -"Primero se tiraron a las mujeres y luego los mataron a los cuatro", explicaba todavía indignado 60 años después- y José Bazán recuerda en sus memorias el caso de tres jóvenes fugitivas que en 1942 fueron encontradas muertas en la zona entre Ràmio y Entremesaigües: "Todo el pueblo de Escaldes se concentró en el cementerio. Debían matar a sus familias y ellas huyeron, pero acabaron muriendo de frío y de agotamiento. Las enterraron en el suelo, con unas sencillas cruces de madera pero sin nombre, porque no los sabíamos. Y con una muda indignación porque sospechábamos que los culpables de aquellas muertes estaban entre nosotros, simulando la pena que a todos nos embargaba", apuntaba el mismo Bazán en 2008 con motivo de la presentación de Jo, un nen de la guerra.

De hecho la leyenda negra se ha alimentado històricamente antes de rumores que de hechos probados. Uno de los escasos episodios documentados de guías que liquidaron en la montaña a sus fugitivos es el del también aragonés Lázaro o Lazare Cabrero, que el mismo Calvet exhuma en La batalla del Pirineu y Francis Aguila retoma en Les cols de l'espoir. Este tal Cabrero, que trabajaba para el grupo de Ponzán, condujo en noviembre de 1943 a un grupo de cinco fugitivos entre Tarascón y Andorra. Por el camino se quedó uno de ellos, el periodista y militante socialista Jacques Grumbach. Con la mala suerte -para Cabrero, claro- de que en 1949 y durante un levantamiento geológico del pico des Aigles va y aparecen los restos de Grumbach. En 1953 le abren proceso en Foix, acusado de la muerte del periodista. Él alegó que efectivamente le disparó, pero porque viajaba herido y entorpecía peligrosamente la marcha de la expedición. Con el mismo argumento -evitar que las patrullas alemanas los localizaran- justificó (?) la sustracción de la documentación y de los 7.000 francos que Grumbach llevaba encima. Lo más sorprendente de todo es que el tribunal de Foix le creyó y le absolvió. Pues por lo que parece, casos como este hay unos cuantos más. Y los encontraremos a partir del 19 de marzo en El marqués y las esvástica. Después de 70 años, quince días más de paciencia no son nada.

[Este artículo se publicó el 4 de marzo de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

lunes, 10 de febrero de 2014

Cuando vivíamos en castillos

El yacimiento de La Margineda, en Santa Coloma (Andorra), conserva la mayor fortaleza medieval jamás excavada en la vertiente sur de los Pirineos; los arqueólogos sitúan el momento de esplendor a mediados del siglo XIII; los muros llegaban hasta los cinco metros de altura y los seis de grosor.

Retrocedamos 800 años, hasta 1190. El conde de Urgel acaba de ceder la fortaleza de Sant Vicenç d'Enclar al vizconde de Castellbò y, según un documento citado por el historiador Roland Viader- le ha dado permiso para levantar nuevas defensas "en la parte baja del monte Enclar". Es decir, en La Margineda. Esta es por lo visto la primera y única referencia documental del castillo que desde hace dos temporadas la propiedad de la finca, Casa Molines, excava en Santa Coloma (Andorra). Un yacimiento que emerge a escasos cien metros de la carretera general y donde se han localizado los vestigios de lo que -según el arqueólogo catalán Ivan Salcedo, director de las excavaciones- constituye la mayor fortaleza medieval exhumada en la vertiente sur de los Pirineos.

La excavación del yacimiento de la Roureda de la Margineda, en Santa Coloma (Andorra), se inició en 2007. Hasta el momento se ha excavado el llamado recinto soberano, el corazón de la casa fuerte, que se extiende por una superficie de unos 1.500 metros cuadrados. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.
El recinto soberano desde el exterior: los muros podían llegar hasta los cinco metros d altura, y en determinados puntos, hasta los seis de grosor. El recinto soberano, el corazón del castillo, constaba de edificio residencial de dos plantas y, posiblemente, una tercera rematada con una terraza defensiva; en la planta baja se concentraban las dependencias funcionales -cocina, fresquera, forja y despensa-, más el patio de armas y una pequeña capilla de planta absidial. Ilustración: Molines Patrimonis.
 La fortificación del recinto empezó hacia 1190, mientras que con la firma de los Pareatges de 1288 decae el uso militar y el castillo retorna a sus primitivos usos agrícolas. Los muros se utilizaron como cantera y se adosaron nuevas casas al recinto. La peste negra de 1348 comporta el abandono del asentamiento. Ilustración: Molines Patrimonis.

El castillo sigue la estructura habitual de las casas fuertes catalanas de la época: edificio residencial de dos plantas y posiblemente una tercera rematada con una terraza defensiva. En los bajos se concentraban las dependencias funcionales -cocina con lar, fresquera, forja y despensa- más un patio de armas y hasta una pequeña capilla de planta absidial. En el primer piso residía la familia del castlá -el señor del castillo por cuenta del vizconde de Castellbò- más los sirvientes y una pequeña guarnición de hombres de armas.

Pero lo más espectacular e insólito del yacimiento es el perímetro amurallado que rodeaba el recinto llamado soberano que constituía el corazón del castillo: una faja de piedra que podía llegar en algunos tramos hasta los seis metros de grosor -la altura no se ha podido determinar: una lástima. Una estructura defensiva condicionada por la topografía, ya que la fortificación se levantaba sobre un  pedregal que impedía la excavación de fosos, y al estar ubicada en un terreno en pendiente, había que proteger especialmente el flanco expuesto a un hipotético ataque desde una posición superior. Es en este tramo donde se levantaron los muros ciclópeos que la distinguen respecto a otras casas fuertes hermanas excavadas en yacimientos catalanes como el castillo de Mataplana, en Barcelona. Como éstas, tampoco la de La Margineda luce torre del homenaje, aunque sí bastiones y baluartes que denotan unos depurados conocimientos de arquitectura militar en el maestro que diseñó la fortaleza. El recinto soberano, que es el único que se ha excavado, se extiende por una superficie de unos 1.500 metros cuadrados, pero las prospecciones en la zona exterior han permitido deducir la existencia de una muralla que protegía el llamado recinto jussà y que completaba el perímetro defensivo. Sumados ambos, el yacimiento se va hasta los 4.000 metros cuadrados.

La vida útil de castillo fue sin embargo efímera: según los Pareatge de 1288, el obispo de Urgel y el conde de Foix acuerdan no erigir en lo sucesivo edificaciones defensivas en los Valles de Andorra e inutilizar las entonces existentes. Decae a partir de entonces la función militar que había tenido la fortaleza y comienza una nueva etapa que se prolongara hasta 1350, y que está  marcada por el retorno a los usos agrícolas que había tenido el primitivo asentamiento de la Margineda. Se conserva el edificio residencial, pero las murallas se arrasan y se aprovecha la piedra para levantar nuevos edificios. Hasta que a mediados del siglo XIV se abandona definitivamente el asentamiento.Se pierde entonces su rastro hasta el siglo XIX, cuando se rellena con tierra y se reutilizan como bancales las estructuras supervivientes. Es en este contexto en el que hay que situar la leyenda de la bruja que es arrastrada por una yunta de bueyes hasta La Margineda. Según Pere Canturri, que realizó las primeras prospecciones en la zona en los años 50, los mayores del lugar contaban que por el camino que había seguido la bruja en cuestión no crecía ni una brizna de hierba. Pues bien: parece que estos puntos yermos podrían coincidir con los cimientos de los muros.

La utilización militar del yacimiento data del siglo XII, pero el primer asentamiento humano se remonta según Salvadó al siglo XI. De esta época se han excavado los restos de una pequeña construcción y se han recuperado tres piedras procedentes de prensas primitivas. Y poca cosa más se sabe. En la tercera campaña arqueológica se excavarán los pavimentos de losa y piedra así como los nivelamientos del recinto soberano. Según Montserrat Cardelús, consejera delegada de Molines Patrimonis, faltará una cuarta campaña para que el castillo sea visitable, objetivo último de las excavaciones. Así que habrá que esperar por lo menos hasta 2010.

[Este artículo se publicó el 3 de julio de 2009 en El Periòdic d'Andorra]


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¿Víctimas de la peste negra?
Los arqueólogos que excavan el yacimiento de La Margineda plantean la hipótesis de que el castillo fuera abandonado a causa de la pandemia que liquidó a un tercio de la población europea en el siglo XIV; hasta tres decenas de hombres residían en la fortaleza en los años de esplendor

Las noticias sobre la previsible mortalidad que la llamada gripe nueva provocará en invierno son cada día que pasa más inquietantes. Quizás no servirá de gran consuelo, pero hace 700 años, a mediados de siglo XIV, otra pandemia arrasó Europa: la peste negra o, glups, bubónica, cuyo sólo nombre ya da algo de miedo. Se calcula que liquidó entre un cuarto y un tercio de la población europea de la época. Incluida la andorrana.

Hasta aquí, nada que no se supiese. La novedad es que la peste negra fue probablemente la causa del abandono del castillo de La Margineda, que se produjo precisamente a mediados del mismo siglo XIV. Esta es la hipótesis con la que trabaja el arqueólogo catalán Ivan Salvadó, que dirige desde hace tres temporadas las excavaciones de la fortaleza. Una hipótesis todavía no sustentada documentalmente, pero que considera plausible. La cronología coincide y -dice Salvadó- "es relativamente habitual toparse con yacimientos de esta época que de repente son abandonados sin una causa aparente; y esta causa acostumbra a ser la peste negra". Sólo así se explica la evacuación de un recinto que había estado ininterrumpidamente habitado por lo menos desde el siglo XI, protegido por murallas que medían hasta cinco metros de alto y seis de grosor, rodeado de campos de cultivo y erigido en un promontorio privilegiado, al pie de Sant Vicenç d'Enclar y dominando todo el valle.

Las últimas huellas humanas en el yacimiento las fecha Salvadó entre 1325 y 1350. Y la peste negra llega a la ciudad italiana de Mesina a bordo de un barco genovés procedente del Mar Negro en septiembre de 1347. Si la cronología y la hipótesis son correctas, la evacuación del castillo de La Margineda fue fulminante. El hombre no volvió a instalarse en el lugar hasta el siglo XIX, cuando lo que quedaba de las murallas ciclópeas se rellenó de tierra y se aprovechó para construir bancales. Pero con estos antecedentes todavía sorprende menos la leyenda de la bruja que rodea el yacimiento. Aunque lo cierto es que cuando la peste arrasó o simplemente vació por precaución el asentamiento de La Margineda ya había pasado el momento de esplendor de la fortaleza, que el arqueólogo sitúa entre 1190, cuando el conde de Urgel autoriza a Arnau, vizconde de Castellbò, a erigir un castillo "en la parte baja del monte Enclar", y la firma del segundo Pareatge, en 1288.

Es en este período cuando se levanta el recinto amurallado: un conjunto de cerca de 4.500 metros cuadrados de superficie que tenía su centro neurálgico en la casa fortificada ahora exhumada, que constaba de dos o tres plantas, más patio de armas y una pequeña capilla. Hoy quedan los cimientos y poco más. La levantaron los mismos vasallos del vizconde bajo la supervisión de un maestro de obra que -aventura Salvadó- tenía sólidos conocimientos de arquitectura militar, "por la forma como sabe defender las puertas, el punto más vulnerable de un castillo de estas características, de manea que un hipotético enemigo que penetrara en el recinto quedara siempre expuesto al contraataque de los defensores desde un posición elevada". Calcula que tardaron entre tres y cinco años en levantar el conjunto. Un caso especialmente singular porque en toda Andorra sólo se tiene constancia de otros tres castillo: el de Bragafolls, en Aixovall, del que tan sólo se conserva un lienzo del muro; el de San Vicenç d'Enclar, estrechamente relacionado con el de La Margineda, y el de las Bons, en Encamp- y sobre todo porque conserva la estructura original de una fortaleza del siglo XII, sin añadidos ni modificaciones posteriores.

Efecto psicológico
Salvadó aventura que en los años dorados, cuando ejercía como centro estratégico para el control de los valles de Andorra, residían en la casa fortificada el castlá con su familia, los sirvientes y una pequeña guarnición de hombres de armas. En total, entre 20 y 30 almas. Los soldados, probablemente en dependencias adosadas a las murallas del recinto soberano, el corazón del castillo y la única parte que hasta ahora se ha excavado: "Pero no debemos imaginarnos ni grandes ejércitos ni soldados uniformados; probablemente eran hombres a sueldo, algo así a los guardaespaldas de hoy". Tampoco podemos esperar ni operaciones de sitio ni grandes batallas: "Como mucho, algún golpe de mano con nobles rivales en los años previos a los Pareatge". Lo cual no significa que las murallas del castillo fueran un lujo inútil y absurdo: "Hay que pensar que los campesinos de la época, que mantenían al clero y a la nobleza, vivían en casas que eran poco más que chozas; para ellos, una casa fortificada como esta, con sus pisos y sus murallas, debía de parecerles un edifico imponente, probablemente el más grande que nunca vieron". El castillo constituía, además, el simbolo del poder, la sede de la justicia y el lugar donde estaba la mazmorra en que se encerraba a los reclacitrantes: "Hoy lo vemos con nuestros ojos de turistas, pero en la Edad Media un castillo tenía un efecto psicológico y disuasorio importantísimo para mantener el orden feudal. Y la gente del pueblo lo debía ver con una mezcla de admiración, temor y reverencia".

[Este artículo se publicó el 20 de julio de 2009 en El Periòdic d'Andorra]

sábado, 18 de enero de 2014

La Mata Hari de los Pirineos

Francis Aguila reconstruye en Passeurs d'hommes et femmes de l'ombre el periplo bélico de Reine Cazal, agente al servicio de los alemanes que se infiltró en las redes de pasadores que operaban des el Arièja

A vueltas con los pasadores: hace apenas una semana transcendía la defunción de Quimet Baldrich, el penúltimo de los hombres de la red que Antoni Forné dirigía desde el hotel Palanques, en la Massana, y días atrás informábamos aquí mismo de la reciente publicación de La princesse de San Julia, la novela en que el laurediano Hugues Lafontaine ha convertido a Baldrich y sus compañeros de gesta en héroes de ficción. Pues no se vayan todavía, aún hay más, y de la mano de Francis Aguila, historiador del Arièja que hace tres temporadas nos soprendió con Les cols de l'espoir, donde reconstruía el periplo no sólo de los pasadores sino también y sobre todo -y he aquí su gran aportación a todo este asunto- el de un puñado de fugitivos con nombre y apellido que se convirtieron durante la II Guerra Mundial en el precioso cargamento que transportaban los contrabandistas de la libertad.

Salvoconducto expedido en noviembre de 1943 por las autoridades franquistas a nombre de Lore Hertzberger, judía alemana que con su marido, Eddie, huyeron de Alemania y atravesaron los Pirineos a través de Andorra. En el documento se especifica que entró en España "clandestinamente". Fotografía: Archivo F. Aguila / Passeurs d'hommes.

Aguila reincide ahora felizmente y con Passeurs d'hommes et femmes d'ombre, en que vuelve a fijarse en las peripecias de una docena larga de fugitivos para los que Andorra acabó convirtiéndose en sinónimo de libertad. Hay de todo, desde el militar de carrera que llevado de su celo patriótico decide pasar los Pirineos para unirse a los ejércitos de la Francia Libre (Émil Cantarel), hasta el matrimonio de judíos alemanes que huye de un destino fatal en los campos de exterminio (Lore y Eddie Hertzberger) o el joven francés que pretende evitar el Servicio de Trabajo Obligatorio para los alemanes. Están también, por supuesto, los guías, pasadores o "caminadores", como prefiere denominar Claude Benet (Guies, fugitius i espies) a estos hombres de acción. Juan Aguila, por ejemplo, padre del autor y de quien hablaremos en breve, que -avancémoslo ya- acabó cargando piedras en la tristemente célebre cantera de Mauthausen, y que fue una de las víctimas del que es, probablemente, el personaje mas novelesco, inquietante y a la vez fascinante de este volumen revelador: Reine Cazal, la Mata Hari de los Pirineos, agente doble al servicio del Abwher -el contraespionaje alemán, para entendernos- infiltrada en las redes de pasadores y que se erigió, si las cuentas de Aguila (hijo) se acercan a la realidad, en el enemigo más formidable al que se enfrentaron los pasadores que operaban desde el Arièja -como Albert Moles, otro viejo conocido nuestro.

Del hotel Coma a Mauthausen: con billete de vuelta
Aguila la describe como una mujer entre los 25 y los 27 años -que ya es precisar- y vecina de la localidad de Foix, en el mismo departamento del Arièja, donde su hermano ejercía por lo visto de policía. Siempre ayuda, un pariente bien colocado. Se decía bailarina profesional -el toque Mata Hari- y poseía según le cuentan al autor una belleza "diabólica". Aprovechaba su dominio del español para frecuentar los círculos de republicanos en el exilio, un nido de resistentes y de pasadores, en Tarascon, Auzat y Vicdessos. Y Aguila le coloca la desarticulación de las principales redes de la zona, con víctimas ilustres como Peyrevidal, Simon Salas y Jose Fibla, Philippe Amiel, Jean Fournier y Robert Édouard, Antonio García, Felipe Espino y media docena de nombres más. Una auténtica bestia negra de la Resistencia que también está en el origen, dice el autor, de la caída de su padre en manos de la Gestapo.

Viajemos atrás en el tiempo hasta el 7 de junio de 1944, al día siguiente de Normandía. La derrota de Hitler es sólo cuestión de tiempo. A Juan Aguila, el Día H lo pilla en el hotel Coma de Ordino, escenario clásico en la epopeya de los pasadores, hasta done había conducido a un "importante personaje" por cuenta del MI-5 británico. De vuelta a casa, y pasando por el Port del Rat, cae en una emboscada. Acabará en Mauthausen, de donde no saldrá hasta la libración del campo, el 6 de mayo de 1945: sobrevivió, de acuerdo, pero cuando salió de Mauthausen pesaba... ¡38 kilos!

Juan Aguila, padre del autor y miembro de la cadena de Bourgogne-Brandy. Capturado en junio de 1944, fue internado en Mauthausen y sobrevivió a la guerra; cuando el campo fue liberado pesaba 38 kilos. La imagen está fechada en Tarascón, en octubre de 1942. Fotografía: Archivo F. Aguila / Passeurs d'hommes.

Más suerte tuvo Gabrielle Cécile Picabia, la esposa del pintor y cerebro de una de las redes que operaban desde Perpiñán y que, descubierta por la Gestapo, tiene la fuerza y la fortuna de huir. Formaba parte del mismo convoy de Cantarel -al que hemos conocido al principio de esta reseña- y nos la encontramos en abril de 1943 otra vez en el Coma, que tiene a lo largo del libro una presencia continúa y siempre salvadora. De Cazal sólo sabemos su nombre, hay que suponer un alias de guerra, pero no su final: ¿se libró de las represalias que colaboracionistas y simpatizantes sufrieron con la derrota nazi? ¿O fue una de las miles de tondues que con la Liberación fueron paseadas y escarnecidas en tantas ciudades francesas? El que sí que lo pagó caro fue un colega de Cazal, un tal Josep I. -no se acaba de entender este prurito en ocultar la identidad de un personajillo así- que vendió a la Gestapo un convoy integrado por 23 jóvenes franceses que conducía hasta Andorra, y que fue condenado a 20 años de trabajos forzados. Un nombre más en la lista negra de esta siniestra historia al lado de Lazare Cabrero, cuya carrera, por cierto, también desveló Aguila en Les cols de l'espoir.

[Este artículo de publicó el 10 de enero de 2012 en El Periòdic d'Andorra]