Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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miércoles, 1 de enero de 2014

Raginis: una evasión de película

Se lo presentábamos días atrás en este mismo rincón de blog: Witold Raginis, un chaval polaco, casi un niño, nacido en 1923 y que constituye la última aportación del historiador Claude Benet -vía Portella- a la epopeya de los pasadores. Raginis es otro de los aviadores con nombre y apellidos abatido en los cielos de la Europa ocupada durante la II Guerra Mundial que pasaron por Andorra huyendo de los nazis y camino del consulado británico en Barcelona después de una peripecia digna de película y de quien Benet ha localizado el rastro. Con mejor fortuna para nuestro protagonista de hoy, digámoslo antes de continuar, que oara Francis Owens, William Plasket y Harold Bailey, de los que dábamos cienta en juna entrada anterior y que se dejaron la piel en el intento.

El caso es que la historia de Raginis la recoge su paisano Wilhelm Ratusynski en un documentadísimo, fascinante portal -Polish Squadrons Remembered- que repasa la trayectoria de un buen puñado de entre los miles de militares polacos que sirvieron en las fuerzas aéreas aliadas, especialmente en la Royal Air Force. De nuestro héroe del día ha recuperado, e incluso clogado, hasta el informe oficial de evasión, clasificado en su momento como "most secret" por el MI-9 -el departamento de la Inteligencia Militar británica que se encargaba de infiltrar agentes tras las líneas enemigas y de recoger (y verificar) el testimonio de los evadidos- y contiene suculentos detalles de la odisea de Raginis. Veámoslos.

El periplo de este antiguo estudiante de 19 años que había residido en Francia desde 1923 y que en septiembre de 1941 había pasado a Inglaterra para enrolarse en la RAF -"Sin el permiso de mis padres", dice en el informe- acabó felizmente, ya lo habíamos avanzado, con su llegada a Andorra el 3 o el 4 de noviembre de 1943, diez días después de que Owens y compañía murieran de frío en el Port del Rat. Pero arranca quince meses antes. Exactamente, el 20 de agosto de 1942, cuando el bombardero Wellington IV del 305 escuadrón de la RAF donde servia como artillero de cola fue tocado por las defensas antiaéreas germanas -los temibles y eficaces Flak, el cañón de 88 milímetros que perforaba cualquier blindaje que se le ponía por delante y que fue incluso utilizado como letal arma antitanque- en una misión para sembrar de minas la rada de Brest y se ve obligado a un amerizaje de emergencia. Ya vemos que la cosa empieza bien. Los cinco hombres de la tripulación son rescatados por pescadores locales y entregados a la guarnición alemana de la ciudad, que los trata con sorprendente humanidad, y comienza para Raginis un larguísimo peregrinaje como P/W, las siglas inglesas para Prisionero de Guerra. Primero, los interrogatorios de turno, en París y luego en Frankfurt. Los oficiales de inteligencia -¿recuerdan el fulano que mutila a Willem Dafoe en El paciente inglés?- muestran un comprensible interés por averiguar su escuadrón, la misión en que fue abatido y los nombres del resto de la tripulación. Raginis se niega a responder. Primero lo consigue -"No recurrieron ni a amenazas ni a violencia alguna, el interrogador mostró maneras amables", afirma- pero en seguida se cansan del juego, se olvidan de las buenas maneras, le ordenan mantenerse en posición de firmes cuando le interrogan y le someten a una dieta de pan y agua.

Un Wellington IV de los escuadrones polacos de la RAF. El sargento artillero Witold Raginis tripulaba unos de estos aparatos cuando fue derribado en una misión sobre Brest, el 20 de agosto de 1942.

Pero vuelve a salirse con la suya, y sin chivarse. Al menos, esto es lo que parece deducirse del informe oficial. Lo transfieren a un campo de P/W en Lamsdorf (Alemania), donde permanecerá durante seis meses, "la mayor parte del tiempo encadenado". Aquí cambia de identidad con otro P/W, el soldado raso Edward Lehem, y ya con su nueva identidad lo envían a un nuevo campo de trabajo, ahora a Tarnoweskie, en la Silesia alemana, donde contactara con un futuro compañero de escapada andorrana -el sargento Piotr Bakalarski, polaco como él y piloto del 300 escuadrón de bombardeo de la RAF abatido el 27 de julio de 1942 al norte del estuario del Elba, cuando regresaba a bordo del Wellington que pilotaba de una incursión sobre Hamburgo. Raginis i Bakalarski -de quien también conocemos el informe de evasión- se presentan voluntarios para un kommando de mineros y los trasladan a la localidad polaca de Beuthen, donde protagonizarán el primer intento de fuga por el sencillo expediente de cortar la reja del campo.

Estamos ya en septiembre de 1943, más de un año después de caer en manos alemanas. Bakalarski tiene la mala fortuna de ser interceptado por una patrulla de la Gestapo que justo en ese momento, y en ese lugar, se encontraba cazando miembros de la Resistencia polaca. Pero tuvo suerte: a su guía lo liquidan sin contemplaciones. Raginis, siempre afortunado, se oculta en una granja, contacta con la Resistencia, lo conducen a Cracovia -donde permanecerá siete semanas, tiempo suficiente para reencontrarse con Bakalarski, que se había vuelto a fugar- y haciéndose pasar por trabajadores polacos consiguen llegar a Francia: el 18 de agosto se encuentran en Sarrenbourg; el 15 de septiembre, en Luneville; y el 25 de octubre comienzan la travesía de los Pirineos. Su grupo lo forman cuatro militares aliados -Raginis, Bakalarski, un tal sargento Philo, y un soldado neozelandés a quien llaman Hatson- más un guía local.

La excursión hasta Andorra, que tenía que durar ocho horas, se prolonga de forma inquietante: a las 6 de la tarde, después de 18 horas andando, todavía no han llegado ni a la frontera, Hatson no puede más y Raginis y el guía deciden adelantarse para pedir ayuda. A la altura de Fontargent, el guía lo abandona. Raginis está a punto de ser sorprendido por una patrulla alemana, pero con su fortuna habitual da con un grupo de trabajadores que le permiten quedarse tres días en su cabaña; llega como puede a Aston, roba una bicicleta en la carretera de Ax y contacta en Urs con el guía español que había desaparecido en Fontargent, que le presta un último servicio -quizás para hacerse perdonar la felonía- y lo acompaña en tren hasta Merens, lo empaqueta hacia Ospitalet y el 3 o el 4 de noviembre por la noche -no queda claro el día- comienza la última y ahora sí definitiva etapa: en cinco horas se planta "a 8 quilómetreos al sudeste de Soldeu" -que para un fugitivo de la Gestapo ya es concretar- donde encuentra un hombre que le confirma que sí, que se encuentra por fin en Andorra, tierra de promisión. Está salvado. Continúa a pie, incansable, hasta Escaldes, y el final es digno de un hombre que ha sobrevivido al impaxto de un Flak, a un amerizaje forzoso, a los interrogatorios de la Gestapo y, en fin, a quince meses de hospitalidad nazi: "El viaje a España me lo gestioné yo mismo". Raginis se encuentra el 29 de noviembre de 1943 en Gibraltar, y al día siguiente, en Whitchurch, Inglaterra. Toma ya.

La lástima es que, a diferencia de los compañeros de escapada de Owens, lo ignoramos todo -de momento, claro- sobre qué fue de Raginis después de su odisea bélica: ¿volvió a su puesto de artillero de cola de los escuadrones de bombarderos polacos de la RAF? ¿Sobrevivió a la guerra? ¿Volvió quizás a Montluçon, la localidad auvernesa donde residía en tiempos de paz? ¿Y a Andorra? ¿Acabó, en fin, sus interrumpidos estudios?

Ni idea. Pero volvamos a Fontargent: ¿qué ha pasado mientras tanto con Bakalarski, Philo y Hatson? Según el primero, el soldado neozelandés murió en la montaña, en algún lugar al norte del pico de Rhule, dice Bakalarski, el mismo 25 de octubre que perdieron de vista a Raginis y al guía. Al día siguiente tiene que curar los pies congelados de su compañero Philo, y el 27 encuentran refugio en otra cabaña de pastor, siempre tan oportunas, después de haber evitado, continúa Bakalarski, a los "gendarmes de montaña andorranos"... Un cuerpo por otra parte en aquellos tiempos inexistente. Pero tampoco nos vamos a poner ahora quisquillosos con la memoria del bueno de Baka. Habían tardado dos días y una noche en recorrer el camino entre Luneville y Andorra. A Raginis todavía le quedaban diez de maratón. Pero por lo menos no se quedó en la montaña como Hatson.

[Este artículo se publicó el 13 de junio de 2013 en El Periòdic d'Andorra]

martes, 31 de diciembre de 2013

La muerte espera en el Port del Rat

Se llamaban Francis Owens, William Plasket y Harold Bailey. Los tres eran jóvenes aviadores enrolados en los escuadrones de bombarderos de la Fuerza Aérea de los EEUU, les célebres Fortalezas Volantes -¡como el Memphis Belle!- que trituraron la Alemania nazi (y cercanías). Pasen un día por el bazar Valira si quieren armar una buena maqueta de un B-17: la encontrarán, seguro. El caso es que el destino les reservaba una muy mala sorpresa: abatidos en los cielos de la Europa ocupada -el teniente Bailey, sobre París; los sargentos Owens y Plasket, sobre Normandía- formaban parte de la expedición de trece fugitivos -siete aviadores yanquis y otros seis franceses- que el 24 de octubre de 1943 salía de Suc e Sentenac, en la Arièja, con destino a Barcelona.

Por supuesto, antes había cruzar los Pirineos, y como tantos otros antes y después ellos -o sus guías- decidieron hacerlo a través de Andorra. Después de treinta horas de camino, debilitados por meses de clandestinidad y por una pésima alimentación, con vestuario totalmente inadecuado para la alta montaña -¡zapatos de cartón!- y la clásica e inopinada tormenta de viento y nieve -nuestro temible torb- Bailey dijo basta, y Owens y Plasket tomaron la heroica (y suicida) decisión de cargarlo a hombros hasta que también ellos reventaron. Estaban en la cima del Port del Rat y no hubo manera: ni las amenazas de los guías de pegarles allí mismo un tiro les hicieron cambiar de opinión. No podían más. Así que el resto del grupo continuó adelante hasta llegar -ya del lado andorrano de la frontera- a una cabaña de pastor donde les ofrecieron un catre y comida caliente.

A la mañana siguiente, el guía y los franceses, ya descansados, rehicieron el camino para intentar rescatar a los tres hombres. Pero fue inútil: Owens, Plasket y Bailey se quedaron en su nicho de hielo y nieve hasta que en la primavera siguiente una partida local recuperó los cuerpos -o lo que quedaba de ellos- y los inhumó en sendas tumbas sin nombre en el cementerio de Arinsal. La historia de estos tres combatientes podría haberse acabado aquí mismo y de una forma más bien triste, digámoslo todo. Pero el servicio de registro de tumbas del ejército norteamericano -¡a esto se le llama organización!- exhumó los restos de los tres hombres y un año después los identificó -¡y a esto se le llama eficacia! El artillero Owens fue enterrado en el cementerio militar yanqui de las Ardenas, mientras que el operador de radio Plasket y el navegante Bailey fueron devueltos a sus respectivas localidades natales: el primero, a Salem, Nueva York; el segundo, a Lancaster, Carolina del Sur.

El sargento Francis Bud Owens, artillero de una Fortaleza Volante B-17 abatida sobre el departamento del Orne el 4 de julio de 1943.

La pista de la trágica peripecia de estos tres hombres nos la da Claude Benet, infatigable investigador de la odisea de los pasadores (y de sus clientes) en el número 6 de la revista Portella. Una mina, oigan. Sólo hemos tenido que tirar del hilo para que nos apareciera la exhaustiva reconstrucción de aquellas fatídicas jornadas del otoño de 1943 que ha pergeñado Warren B. Carah, hijo de un antiguo compañero de tripulación de Owens -pero con mejor fortuna que él, esto también hay que decirlo- y de quien proceden todos los detalles que ilustran esta crónica. Carah ha identificado a sus siete paisanos compañeros de cordada de Owens, las circunstancias en que fueron abatidos y su destino final, en ocasiones no mucho mejor de los que se quedaron atrapados en el Port del Rat.

Comenzaremos por Owens, porque él es el hilo conductor de esta historia y porque, caray, desde 2012 da nombre al 381º Grupo de formación de la base aérea de Vandenberg, California: poca bromas, porque estamps hablando de la sede de la 14a Fuerza Aérea -¿querrá esto decir que hay otras trece?- y de la 13a Ala Espacial, aparte de campo de pruebas de misiles balísticos intercontinentales -los artífices de la Destrucción Mutua Asegurada, o MAD: glups. Un héroe, Owens, ya lo ven, no sólo porque tuvo las narices de acompañar a Bailey hasta la muerte sino también porque en junio de 1942, un año antes de lo del Port del Rat -quién se lo iba a decir entonces- había salvado a un mecánico atrapado bajo el fuselaje de un avión en llamas en la base del 3811 Grupo de Bombarderos en Ridgewell, Inglaterra, donde estaba destinado. Una acción por la que recibió a título póstumo la Medalla al Valor.

Pues nuestro hombre había sido abatido sobre el departamento del Orne el 4 de julio de 1943, de regreso de una misión sobre una fábrica de motores de aviación en Le Mans. Él y toda la tripulación de su B-17 saltaron en paracaídas. La Resistencia los ocultó, a él y al piloto, Olof Ballinger, hasta que el 21 de octubre de unieron en París a la expedición con la que debían cruzar los Pirineos -previo paso por las escalas de Tolosa, Boussens, Saint Girons y Massat- hasta el consulado británico de Barcelona. Ya saben cómo acabó lo de Owens; Ballinger (Allentown, Pennsylvania, 1919) tuvo algo más de suerte. Aunque sólo de momento. Llgados a Suc, al pie de los Pirineos, el piloto no se vio con fuerzas para continuar y decidió quedarse hasta el 30 de octubre, cuando viendo a la Gestapo demasiado cerca , decide intentarlo a solas: ¡y va el hombre y lo consigue! El 1 de noviembre, sostiene Carah, llega Ballinger a Andorra la Vella; el 2 sale de Sant Julià de Lòria, y el 9 ya lo encontramos en Barcelona. Aunque todo esto sólo le servirá para morir en 1955 de accidente de tráfico en California...

Pero la historia más desgraciada es sin duda la de Bailey. No sólo porque fue el causante del trágico final de sus compañeros en el Port del Rat, sino porque en realidad él no tendría que haber estado allí arriba. Su B-17 había sido tocado el 16 de agosto de 1943 en un raid sobre el aeródromo de Le Bourget, cerca de París. En el caos subsiguiente al "¡Nos han dado, nos han dado!", el hombre se lanzó en paracaídas. ¡Fue el único! El resto de la tripulación resistió a bordo del bombardero y su sangre fría tuvo recompensa: el piloto acabó dominando el aparato y regresando a Inglaterra.

Plasket, por su parte y para terminar con los tres héroes del Port del Rat, se había lanzado en paracaídas sobre Rouen el 6 de septiembre, cuando su B-17 se quedó sin combustible tras una incursión sobre Sttutgart. También con él fue cruel, el destino, porque el bombardero dijo basta cuando los aviadores ya tenían el Canal de la Mancha a la vista.En fin. Más casualidades: en este mismo raid sobre Sttutgart fue abatido el B-17 de los tenientes Keith Murray y Charles Hoover, dos de los compañeros de escapada de PLasket. Los dos formaban parte de la tripulación del Big Time Operator -bonito nombre para un bombardero- y después de saltar en paracaídas sobre Bélgica se reencontraron -ya me dirán si no es casualidad- en el mismo refugio de París. Trate de imaginar el lector la cara que se les debió quedar... El caso es que Hoover sobrevivió a la guera y murió en 1987, mientras que Murray... ¡vive todavía en Dallas, Texas! Prometedor, ¿no? Tanto, que no nos quedará más remedio que tirar también de este otro hilo. Y para matar la espera, presten atención porque dentro de nada les hablaremos del último descubrimiento de Benet: el aviador polaco Witold Raginis.

[Este artículo se publicó el 10 de junio de 2013 en El Periòdic d'Andorra]


lunes, 30 de diciembre de 2013

Seamos británicos

[Al hablar de las cadenas de evasión la gloria se la llevan casi siempre los pasadores -habitualmente, contrabandistas reconvertidos al más lucrativo negocio de traficantes de hombres, lo que no quiere decir que algunos o muchos de ellos actúen también movidos por ideales antifascistas. Son ellos los que hasta el momento han escrito esta página de la II Guerra Mundial con su testimonio. Raramente oímos la voz de los otros protagonistas de esta gesta: los fugitivos, entre los que son mayoría los aviadores aliados -por otra parte, la mercancía mejor valorada- pero entre los que también encontraremos militares franceses y polacos, jóvenes franceses que pretenden llegar a Argel o a Londres para alistarse en los ejércitos de la Francia Libre o simplemente eludir el Servicio de Trabajo Obligatorio.

Por eso es especialmente interesante -creemos- la pista de los tres próximos protagonistas de este blog, apuntada por el historiador Claude Benet en el número 6 de la revista Portella y que nosotros hemos estirado con bastante buena suerte, hay que reconocerlo. De Witold Raginis, aviador polaco enrolado como artillero de cola en el 305 escuadrón de bombarderos de la RAF, lo cuenta casi todo su paisano Wilhelm Ratuszynski en el portal Polish Squadrons Remembered, una mina que reproduce incluso el informe especial que Raginis depuso ante el MI-9. El periplo del sargento Francis Bud Owens lo ha reconstruido Warren B. Carah, hijo de un antiguo compañero de tripulación de Owens, en una pàgina web fácilmente localizable por Internet. A Cyrill Penna nos lo encontramos casi por casualidad pululando (virtualmente) por ese inmenso, fascinante océano que es el Imperial War Museum: lo cuenta en sus memorias de guerra, Escape and evasion].

Se lo habíamos prometido semanas atrás, cuando estirando del hilo que Claude Benet apuntó en el número 6 de la revista Portella, les relatamos en estas mismas páginas las peripecias del británico Francis Owens i del polaco Witold Raginis. El primero, tripulante de un B-17, la célebre Fortaleza Volante; el segundo, artillero de cola de un Wellington IV. Y los dos, abatidos sobre los cielos de Francia, recogidos por la Resistencia y fugitivos que buscaron la libertad a través de las cadenas de pasadores que operaban en Andorra. Owens -recordará el lector su trágica historia- se dejó el pellejo en el intento: murió el 25 de octubre del 1943 cuando intentaba atravesar el Port del Rat, junto con otros dos compañeros de cordada: William Plaskett y Harold Bailey. De frío. Raginis tuvo algo más de fortuna: el mismo día que Owens moría en el Port del Rat, el comenzaba desde Luneville la travesía de los Pirineos: el 4 de noviembre tocaba tierra andorrana -por el lado de Soldeu- y el 29 de noviembre llegaba a Gibraltar. ¡Salvado!

Una fortuna y un destino similar al de nuestro héroe de hoy: Cyrill Penna, nacido en 1922 en la localidad de Willinton, en el noroeste de Inglaterra, y que en 1941 se enroló como voluntario en la RAF: acababa de cumplir los 18 años. Lo que distingue a Penna de otros aviadores -como el mismo Raginis- que también hubieron de pasar la prueba suprema de ser abatidos en misión de combate y tener que buscar la salvación a través de los Pirineos es que él dejó escrita su odisea en Escape and evasion, un breve libro que se lee como una novela de Alistarir McLean o de Ken Follett, o casi, com la sensible diferencia -a su favor- de que aquí todo es rigurosamente cierto. Lo encontrarán en Amazon, pero corran, corran, porque servidor se llevó el penúltimo ejemplar. En fin, Penna también se distingue de sus ilustres colegas en que hoy es un saludable nonagenario con suficiente sangre en las venas para plantarse en mayo pasado en la localidad de Viry-Noureuil, a unos 150 quilómetros al norte de París, para rendir homenaje a los compañeros de tripulación que perdieron la vida la medianoche del 29 de noviembre de 1942 n que su bombardero fue abatido.

Tripulación del Stirling del 214 escuadrón de la RAF perdido el 28 de noviembre de 1942; con Penna servíen el piloto, Frank Gatland; el navegante, W. Butler; el operador de radio, G. Booth; el ingeniero de vuelo Arthur Goldsack, y los artilleros Herbert Harris y John Stammers. Fotografía: Escape and evasion.

En aquella fatídica fecha fue alcanzado el Short Stirling en que Penna servía como artillero: regresaban de una misión sobre las factorías Fiat de Turín, y el avión de nuestro hombre tuvo el honor -y la mala pata- de topar con el Messerschmitt 110 de, atención, Helmut Bergmann, as de la Luftwafe y señor de la caza nocturna con 36 victorias, una Cruz de Hierro y una Cruz de Caballero en la mochila. Casi nada. Estaba cantado que el Stirling británico no tenía opción. Con todo, hay que insistir que Penna tuvo suerte: tres de sus compañeros de tripulación perecieron a bordo del aparato, y los otros tres que -como él mismo- saltaron en paracaídas fueron capturados por los alemanes.

Penna, no. Parece que estaba tocado por la varita de los elegidos y tuvo la santa suerte de contactar con la Resistencia, que lo escondió y lo acabó enchufando en una cadena de evasión. La parte de su periplo que nos toca más de cerca comienza en Niza, que no está nada mal, a finales de enero de 1943. Desde Niza pasa a Tolosa, a Bergerac y finalmente a la localidad de Ussat-les-Bains, en el Arièja, para emprender desde aquí la definitiva travesía de los Pirineos. Penna forma parte de un grupo integrado por una veintena larga de hombres -la mitad de los cuales, aviadores británicos y norteamericanos, y la otra mitad, civiles franceses- a las órdenes de dos guías españoles. Y llegados a este punto, comprenderá el lector que me haga la ilusión de que uno de estos guías era Baldrich, nuestro Quimet... Sólo un momento.

En fin: una licencia poética como cualquier otra.Ya está. El periplo transpirenaico de Penna comienza con mal pie, y el ritmo rapidísimo que imprimen los guías a la marcha obliga a seis de los fugitivos a abandonar nada más iniciada la ascensión. Mal vestidos y peor calzados, medio desorientados por culpa de una inoportuna tempestad de nieve -quizás el temible torb de Viadiu- vagabundean toda una jornada por la montaña antes de llegar a una cabaña de pastor donde por fin pueden descansar. Con la mala ocurrencia de quitarse el calzado para aliviar los mortificados pies: con los dedos congelados, después les será imposible volver a encasquetárselas, y habrá que hacer una corte de emergencia en la puntera. Un remiendo que tendrá después funestas consecuencias. Al retomar la marcha a la madrugada siguiente, tienen que atravesar un lago helado, casi les alcanza un alud y Penna no deja el pellejo en aquella montaña de milagro. En este punto el estado de los fugitivos es tan penoso, que un teniente yanqui pierde una bota en la nieve y ni tan siquiera se da cuenta de tan  fríos como tiene los pies. El caso es que continúa andando sobre la nieve como si nada...

Justo cuando están a punto de darse por vencidos, y en un giro dramático muy conseguido, francamente, arriban a Andorra. Porque después de lo que han pasado, no llegan; arriban. Penna y sus tres compañeros -dos aviadores norteamericanos, el capitán Dick Adams y el teniente John Trost, y Louis, un chico francés que a media travesía había arrancado a delirar y a quien tienen que empujar para que continúe adelante- no pueden seguir al resto del grupo en el viaje hasta Barcelona y se quedan en Andorra para recuperarse de las congelaciones. Se instalan en un hostal de Escaldes infestado, dice, de contrabandistas -buena gente, finalmente, porque Penna sospecha que son ellos los que sufragan generosamente parte de la factura del hospedaje- y donde caen en las garras del doctor Antoni de Barcia. El retrato que de él ofrece Penna es siniestro, con una improvisada y sanguinaria operación al capitán Adams que pone los pelos de punta. Solo aciertan a librarse de él cuando el mismo Barcia amenaza con amputarle a Penna los dedos del pie y antes de la escabechina consigue que lo trasladen a la clínica de Andorra la Vella. Otra vez se les aparece el ángel de la guarda, porque Penna acaba en el quirófano que el doctor Trías, nada menos -una eminencia de la cirugía española, en la época refugiado también en Andorra- había instalado en la Casa Guillemó. Como él mismo reconoce en Escape and evasion, mejor, imposible: "En ningún lado me hubieran atendido mejor, y el tratamiento que me dispensaron solo puede ser calificado de soberbio. Les debo mi pie al profesor [Trías] y a su equipo".

El pie y, sospecha Penna, la mediación providencial ante el consulado británico en Barcelona, que envía a dos oficiales a recoger a los tres aviadores aliados -el pobre Louis, en cambio, se ve obligado a quedarse en Andorra y le perdemos aquí la pista. Llegan a Madrid el 11 de marzo de 1943, exactamente 4 meses y 7 días después de que Penna fueses abatido sobre Viry-Noureuil, y son recibidos con todos los honores en la embajada británica. Un mes después, el 16 de abril, y después de recuperarse de las heridas en el hospital americano de la capital española, lo despachan para Gibraltar, y el 25 embarca en el transporte de tropas Stirling Castle -en otro rasgo de humor: lo derriban a bordo de un Stirling, y cuadra el círculo de su peripecia a bordo de otro Stirling- rumbo a Liverpool. Aún tendrá ocasión de pasar algo más de miedo, cuando el convoy en que navega rumbo a casa es atacado por una escuadrilla de Focke-Wulff -que de acuerdo, no es un Me 262, pero tampoco era para tomárselos a broma. Penna se salvará, como siempre, y después de pasar el interrogatorio de rigor a manos del MI-9 -la Inteligencia Militar británica- regresa finalmente al hogar familiar, en Willington, en la madrugada del 7 de mayo de 1943.

Penna reingresará inmediatamente en la RAF, donde prestará servicio hasta su jubilación, en 1972, y recibirá una Distinguished Flying Medal -¡como nuestro Charney, que recibió dos!- pero ya no volverá a la acción: será transferido al escuadrón aéreo de la Universidad de Queens, en Belfast, y aquí vive lo que queda de guerra. 

Escape and evasion termina con una emocionada y emocionante evocación de los compañeros caídos y de los héroes anónimos -pasadores incluidos, por supuesto- que lo ayudaron en su evasión. Nosotros lo despediremos con el epitafio que ilustra la tumba del galante capitán Edward John Smith. Ya saben, el hombre que escogió hundirse al timón del Titanic, su barco: "Faithfull in duty, friendly in spirit, firm in command, fairless in disaster... ¡Be British!" Lo que decíamos: seamos británicos. ¿Hay gloria mayor a que pueda aspirar un hombre decente?

[Este artículo se publicó el 9 de agosto de 2013 en El Periódic d'Andorra]