Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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viernes, 2 de octubre de 2015

Un apunte sobre las mixtificaciones en la epopeya de los pasadores

[Este artículo fue publicado, con alguna modificación que no afecta al sentido, el 20 de julio de 2015. Al día siguiente recibimos la llamada de la hija de Joaquim Baldrich -que no se llama Maria Teresa: Quimet no tuvo ninguna hija con este nombre- para confesarnos su sorpresa, por no decir pasmo, ante la sensacional noticia de que dábamos cuenta: el nicho que el fugitivo Alberto Curiel le legó en 1982 a Maria Teresa Baldrich en agradecimiento a los servicios de su padre como guía, puesto que fue Baldrich el que supuestamente le ayudó a cruzar el Pirineo y llegar a Barcelona. Ciudad donde, por cierto, Curiel acabó instalándose. De hecho, Baldrich murió en 2012 y jamás mencionó el episodio de Curiel y el legado del nicho. Su hija no le concede ninguna verosimilitud. No es la única aportación que se ha revelado dudosa, por no decir falsa, de Refugi de jueus, el libro recientemente publicado y del que procede el episodio del nicho. También parece descartado que fuera Antoni Puigdellívol, el contrabandista y exdeportado andorrano (a Buchenwald, por cierto), el Puigdellívol implicado en la venta de un supuesto autoretrato de Rembrandt que tuvo lugar en mayo de 1945 en Barcelona, y que dejó rastro en un informe de la unidad de inteligencia del ejército norteamericano dedicada al expolio artístico perpetrado por los nazis. En este caso la precisión la aportó la historiadora Rosa Sala Rose, que ha investigado a fondo la trayectoria de Puigdellívol -uno de los secundarios de lujo de El marqués y la esvástica- y que concluye que el traficante de arte es otro Puigdellívol -Antoni Puigdellívol Puigdellívol- y que además se trata muy probablemente de un falso Rembrandt, según el dictamen -dice Sala Rose- de uno de las máximas autoridades en el pintor flamenco. Como se ve, entre Sala Rose y la hija de Quimet Baldrich nos dejaron sin artículo. Y por esta misma razón lo habíamos dejado en el cajón. Hasta hoy: pensamos ahora que merece la pena volver sobre este asunto para llamar la atención sobre el peligro de mixtificación que se cierne sobre materia tan seductora como es la epopeya de los pasadores (y por supuesto, de los fugitivos). Hasta un volumen como este, patrocinado por la Diputación de Barcelona y que cuenta con el aval académico de Josep Calvet -probabemente, la máxima autoridad en la materia- incluye (por lo menos) dos gazapos considerables, que corren el peligro de sentar cátedra precisamente por la autoridad de sus promotores: si la hija de Baldrich no hubiera leído este artículo y no se hubiera tomado la molestia de hacer la llamada, hubiera quedado establecido un episodio incierto, por lo menos en estos términos y con estos protagonistas. Por otra parte, a cualquiera -menos a Sala Rose, tan tenaz como meticulosa- se le hubiera pasado por alto que Antoni Puigdellívol Puigdellívol y Antoni Puigdellívol Argelich no son la misma persona, y le hubiera atribuido alegre y verosímilmente al segundo veleidades de traficante de arte expoliado. La evasión pirenaica durante la II Guerra Mundial es, en fin, suficientemente rica en capítulos y personajes heroicos -y también escabrosos- como para enriquecerla con episodios fabulosos. Por esta razón decidimos incluir el artículo que sigue, aun sabiendo que las dos anécdotas que lo sustentan son -por lo que sabemos- falsos. Pero incluso así, igualmente fascinantes, ya verán.]

Más oportuno, imposible: hace dos meses fallecía Lluís Solà, el último superviviente de la epopeya de los pasadores. Por lo menos, en Andorra y alrededores. Y resulta que su periplo durante los años centrales de la II Guerra Mundial como guía de fugitivos -ya saben, sobre todo judíos pero también jóvenes franceses refractarios al Servicio de Trabajo Obligatorio o que pretendían unirse a las filas de De Gaulle, así como aviadores aliados abatidos sobre la Europa ocupada- da precisamente cuerpo a uno de los capítulos de Barcelona, refugi de jueus (Angle), una nueva monografía sobre este fascinante episodio recién salida del horno y que, como su título apunta, repasa el paper de la capital catalana como lugar de tránsito -y, en ocasiones, destino final- de una cantidad considerable de evadidos judíos.

Joaquim Baldrich, en primer plano, y Eduardo Molné, delante del hotel Palanques de la Massana, sede más o menos oficial de la cadena de Antoni Forné en la que ambos colaboraron; de todos ellos se ha hablado ampliamente en este blog; si volvemos a sacarlos a colación es porque, según el testimonio de Nelly Curiel, su padre, refugiado judío que se instaló en Barcelona en 1942, legó al fallecer un nicho al guía que lo ayudó a cruzar los Pirineos: el mismísimo Baldrich. Fotografía: Máximus.
Lluís Solà, fallecido en julio de 2015 y el último superviviente de la epopeya de los pasadores; también de él hemos dado cumplida cuenta desde estas páginas. Refugi de jueus dedica un capítulo a sus andanzas. Fotografía: Familia Solà.
Supuesto autoretrato de Rembrandt expoliado por los nazis que según los historiadores Víc, a la compañçíator Sorenssen y Rosa Serra intentó colocar Antoni Puigdellívol, excontrabandista y superviviente del campo de Buchenwald a la compañía Bauer Type Foundry de Nueva York. La unidad de inteligencia del ejército norteamericano encargada de seguir el rastro de las obras de arte expoliadas redactó un informe sobre este asunto, pero se desconoce cómo concluyó. Fuente: Rosa Sala Rose.

El historiador Josep Calvet -coautor de Refugi de jueus y autor, seguro que lo recuerdan, de Las montañas de la libertad y Huyendo del Holocausto- habla de unos 10.000 fugitivos para el Pirineo catalán. Lo hace en el capítulo titulado Escapant de la persecució nazi, en que nuestro Solà juega un paper destacado, ya lo hemos avanzado, pero también Joaquim Baldrich (el Pla de Santa Maria, Tarragona, 1917-Escaldes, 2012) y por supuesto la red que Antoni Forné dirigía desde el hotel Palanques de la Massana. Detengámonos un momento en Baldrich, viejo conocido de este blog, porque aparece a cuenta de uno de los judíos que ayudó a pasar -el judío Alberto Curiel- con la particularidad de que al morir éste último en Barcelona, en 1982, y como muestra de agradecimiento -algo truculenta, todo hay que decirlo- le legó... ¡un nicho!

Volveremos enseguida a este episodio porque -convendrá el lector- se lo vale. Pero es que Calvet deja también constancia del tristísimo caso de Jenny Kehr, que Rosa Sala Rose ya había recogido años arás en La penúltima frontera: originaria de la ciudad alemana de Appenheim, donde había nacido en 1895, Kehr fue capturada el 8 de octubre de 1942 en Coll de Nargó, a un tiro de piedra de la frontera andorrana, junto a su marido, Max Regensburger. Procedían del campo de concentración de Gurs, de donde habían huido un minuto antes de que los judíos en él retenidos fueran deportados al Este, y tenían la esperanza de saltar a los EEUU. El matrimonio fue a parar a los calabozos de la Seo, como tantos otros en su misma situación, y a partir de aquí sus caminos de separan de forma definitiva y también trágica: Max es reexpedido al campo de Miranda, destino habitual de los fugitivos en edad militar; Jenny, a la prisión de mujeres de las Corts, en Barcelona, con la mala fortuna de que el gobernador civil de Lérida, Juan Antonio Cremades, ordena el 30 de octubre que sea repatriada a Francia, lo que equivalía a una condena a muerte. Nunca pisó suelo francés; de hecho, ya no salió de Barcelona: la noche antes de ser repatriada se colgó en su celda de las Corts: "Cansada de vivir", concluyó el informe oficial.

Perseguidos, salvados y ausentes
Calvet repasa, en fin, las tres fases que se pueden distinguir en el tránsito de refugiados por los Pirineos durante la guerra: la primera, entre el estallido del conflicto , el 1 de septiembre de 1939, y mayo de 1940, con la caída de París. Durante estos meses pasan de forma legal, con la documentación validada y presentándose reglamentariamente en la aduana correspondiente, sobre todo familias judías procedentes de Polonia, Bélgica y Holanda, los tres primeros países que cayeron en las garras nazis; a partir de 1940, dice el historiador, "las autoridades franquistas dejan de emitir visados y pactan con Vichy la repatriación de los evadidos detenidos en un radio de cinco kilómetros alrededor de la frontera". Al albur de esta nueva política oficial, cientos de judíos, dice Calvet, fueron devueltos a Francia hasta principios de 1943. Es precisamente en este momento, y no antes, cuando empieza el tráfico clandestino de personas. La tercera fase, en la que se concentran el mayor número de evasiones, se registra a partir de noviembre de 1942, con la ocupación alemana de la Francia de Vichy que Hitler ordena en respuesta al desembarco aliado en África.

Calvet recuerda también el papel destacadísimo del portugués Samuel Sequerra, el alma del Joint Distribution Comittee, en la atención a los fugitivos -recuerden en este punto el caso sensacional de Carla Kimhi- y también el de Joan García Rabascall, el hombre del consulado británico en el Pirineo de Lérida, con funciones similares a las de Sequerra: socorrer sobre el terreno a los evadidos que entraban en España, sufragando los gastos generados y gestionando primero el traslado a Barcelona y después a un tercer país de acogida, generalmente EEUU e Israel. Por lo que respecta a la trayectoria de Solà, les remitimos a las notas biográficas publicadas recientemente aquí mismo; otro tanto cabría decir de Baldrich, pero el caso de Curiel -raramente se produce el milagro de poder vincular a un pasador con uno de sus clientes- y especialmente ese pintoresco legado -¡una sepultura para su salvador!- merece sin duda atención especial.

Calvet parte del testimonio de la hija del mismo Curiel, originario de la ciudad turca de Esmirna, emigrado en 1920 a París, que en 1942 se planta en Tolosa dispuesto a cruzar los Pirineos con destino a Barcelona, donde un tío suyo comercializaba con notable éxito el entonces célebre Jarabe Famel. En fon, que lo consiguió gracias a Baldrich, dice Nelly Curiel. Un detalle de la biografía del padre -este de la evasión- que sólo llegó a conocer cuando, una vez fallecido, la familia abrió el testamento y se encontró con la sorprendente manda de un nicho "a una chica que se llamaba Maria Teresa Baldrich y que ninguno de nosotros conocía de nada". El relato pormenorizado de la trayectoria de Curiel lo encontrarán en el apartado documental de Perseguits i salvats, la estupenda web que evoca la epopeya pirenaica de los fugitivos de la II Guerra Mundial y en que Andorra, inexplicablemente, todavía no está presente. Pinchen en perseguits.cat y nos lo dicen: ¿tan difícil resultaría?

Puigdellívol y el autorerato de Rembrandt
El tercer protagonista andorrano de Refugi de jueus es Antoni Puigdellívol. Y de nuevo, con polémica incluida, como en El marqués y la esvástica, de Sala Rose y García-Planas, y Andorrans als camps de concentració nazis, de Porta y Cebrián. Rosa Serra y Víctor Sorenssen desentierran en Els supervivents de l'Holocaust, el capítulo que cierra el volumen, un informe de la Art Looting Investigation Unit (ALIU) -la unidad de inteligencia que investigaba el expolio de arte perpetrado por los nazis durante la guerra- que involucra al antiguo contrabandista y superviviente de Buchenwald en un oscuro caso de tráfico de obras de arte, a cuenta de un supuesto autoretrato de Rembrandt que Puigdellívol, dicen Serra y Sorenssen, intentó vender en julio de 1945 a la compañía Bauer Type Foundry de Nueva York. Pero ni ellos ni la ALIU aclaran el resultado de la operación, así que esta nueva aparición estelar de Puigdellívol el maremágnum de la II Guerra Mundial quedará otra vez envuelto en la sombra.

[Este artículo se publicó el 20 de julio en el diario Bon Dia Andorra]

viernes, 4 de septiembre de 2015

El otro éxodo de la Guerra Civil

El historiador Ferran Sánchez Agustí, autor de Maquis y Pirineos, Espías, contrabando, maquis y evasión, El maquis anarquista y La Guerra Civil al Montsec, calcula en 25.000 el número de fugitivos que cruzaron el Pirineo oriental en dirección norte entre 1936 y 1939.

Tropas franquistas en la aduana hispanoandorrana de la Farga de Moles: el 6 de febrero de 1939 una columna de requetés al mando del capitán Aguirre se entrevistó en la frontera con el síndico Cairat y el coronel Baulard. Foto: Fondo Casal i Mas / Archivo Nacional de Andorra.

21 de junio de 1937: Antonio Gabriel Golet (Ponts, Lérida, 1910-1974) pasa por el coll de la Baseta, a un tiro de piedra de Sant Joan de l'Erm, y emprende la última etapa de un periplo que había comenzado cuatro días antes en su localidad natal. A la expedición inicial, que integraban él y dos amigos de Ponts -Joan Tàpies y Miquel Esteve- se le habían ido añadiendo fugitivos, y al llegar a Bixessarri, la madrugada del 27 de junio, ya eran una veintena. Cuando se vieron en Andorra, liberaron la tensión de las últimas jornadas: "Hubo una explosión de alegría y entusiasmo para no ser descrita. Encendimos una hoguera y empezamos a cantar y a chillar. Bueno, ¡la Caraba!"

Una vez en Bixessari se zamparon un plato de sopa y unas sobras de conejo -el festín les salió por 10 pesetas, una pequeña fortuna en aquel momento; en Sant Julià de Lòria visitaron a Francisco Mallol, convecino de Ponts que les había precedido, son interrogados por los gendarmes de Baulard y vacunados contra la viruela; al día siguiente los encontramos en el Café Burgos de Escaldes, "embajada oficiosa de la España rebelde, auditorio público de las emisiones fascistas de Radio Jaca y Radio Sevilla, nido de evadidos que gestionaban los papeles para llegar a la zona franquista", y el 25 de junio, después de tramitar el pasaporte a través de Manuel Cerqueda, "de facto cónsul de Franco en cualidad de Delegado de Repatriación del Estado español en Andorra", suben de madrugada al autobús que les ha de conducir hasta Fuenterrabía, en la zona del País Vasco controlada por los rebeldes, tras un periplo que pasa por el Pas de la Casa, Ax, Foix, Tarascón, Tarbes, Saint Girons, Pau y Bayona: 20 horas de viaje. Añadamos que una vez alcanzada la zona nacional, nuestro Golet se enrola en el 12º regimiento de artillería ligera, con el que hará lo que queda de guerra, hasta la entrada en Barcelona, el 26 de enero de 1939.

Golet es, en fin, uno de los 25.000 fugitivos que durante la Guerra Civil cruzaron los Pirineos huyendo de la zona controlada por la República. Estos son, claro, los cálculos de Ferran Sánchez Agustí (Sallent, Barcelona, 1951), prolífico historiador especializado en la Guerra Civil, el maquis y la II Guerra Mundial en los Pirineos catalanes, que vuelve ahora a la carga con La Guerra Civil en el Montsec (Pagès). Sostiene Agustí que, por el volumen total, el tráfico de refugiados en dirección norte entre 1936 y 1939 no queda demasiado lejos de las cifras de fugitivos que entre 1942 y 1945 siguieron la ruta inversa huyendo de los alemanes: "Calvet y Eychenne cifran este segundo éxodo en unos 100.000 personas, una cantidad que a mí siempre me ha parecido demasiado elevada; creo que la mitad, unos 50.000, sería un cálculo más realista".

Se trata en cualquier caso de sumas hipotéticas obtenidas de forma indirecta -enseguida lo veremos- porque no existe ningún tipo de registro ni nada que se le parezca. Pero lo más sorprendente de todo es el silencio mineral que, a pesar del volumen y del relativo boom de monografías sobre la epopeya de los pasadores de estos últimos años, envuelve todavía hoy este movimiento masivo de fugitivos que se registró durante la Guerra Civil. Agustí, que siempre se ha movido por los márgenes de la academia, lo tiene claro: "A la historiografía oficial sólo le interesa la represión franquista, así que se ha olvidado de episodios como éste, de los asesinatos cometidos durante los primeros meses de la guerra, o de los campos de concentración que proliferaron en Cataluña, un tema éste, por cierto, que solo ha tocado Francesc Badia (Els camps de treball a Catalunya durant la Guerra Civil)".

Bentanachs, el hombre récord
Hablar de los evadidos de la zona republicana no vende, y tampoco de los guías que los ayudaron a pasar al otro lado. Previo pago, claro. Pues precisamente esto es lo que se propone Agustí en este último libro. Con nombres y apellidos y con prolijidad casi exasperante. Golet y su grupo formaron parte, pues, de este más que considerable éxodo. Huían, dice, no necesariamente por afinidad política con los sublevados "sino sobre todo para evitar ir al frente", aunque este es como hemos visto el destino que le esperaba a Golet. Y los ayudaban los mismos contrabandistas, gentes de la frontera que cuatro años después se pondrían al servicio de las redes de pasadores aliadas. Al Goley y su grupo les tocó Antoni Cases, alias Ermengolet de Peracolls, natural de Sallent como Agustí, payés y por supuesto contrabandista, "que cobraba entre 40 y 80 duros de plata por barba, y que en el pantalón llevaba el pistolón y el rosario". Agustí hace números y especula que, hasta que fue abatido por los carabineros en Os de Civís, cerca de la frontera andorrana -"En aquella ocasión, el grupo que conducía era muy numeroso, casi un centenar de fugitivos, y la cantidad para comprar la complicidad de los agentes resultó insuficiente"- Ermengolet ayudó a cruzar la frontera a cerca de  medio millar de prófugos. Para que nos hagamos una idea: ¡casi el doble de los que habitualmente se atribuyen a Joaquim Baldrich, y siempre nos han parecido muchos!

Y eso que el tal Ermengolet no fue el más prolífico. Este título le corresponde a Jesús Betanachs (1907-1969), que tras la guerra habría de ser durante 23 años alcalde de Noves de Segre (Lérida). Pues bien: como tantos otros colegas, Bentanachs compaginó el contrabando con el paso de fugitivos, y hasta que él mismo pasó al lado franquista -temía ser detenido, y con razón- condujo a cerca de un millar de evadidos por rutas que a través de Valls d'Aguilar, Sant Joan de l'Erm y Sant Joan Fumat, por un lado, y Noves, la Parròquia d'Hortó, Aravell, Arduix y Mas d'Alins, por el otro, confluían en Sant Julià de Lòria, ya en Andorra.

Nuestro Ermengolet y Bentanachs pasaron ellos solos a millar y medio de personas. Si tenemos en cuenta que hubo muchos otros guías -y Agustí los repasa en el volumen: Josep Gasol, de Castilló de Tor; Senén Brufau, de Vilanova de Bellpuig; Miquel Plana, de Gósol; Jacint Batalla, de Llessui, y Josep Prat, de Guardiola de Berguedà, por citar sólo los que sabemos que operaban por Andorra- y que no era extraño que se formaran grupos con más de un centenar de fugitivos, la cifra total de 25.000 evadidos que da Agustí parece a falta de datos más concluyentes plausible. Y esto, sin tener en cuenta a los que dejaron el pellejo en el intento, que los hubo. Agustí, siempre puntilloso, detalla una veintena de casos, incluida la ejecución sumarísima en la misma frontera de la desventurada expedición que terminó dramáticamente el 5 de marzo de 1938: cinco hombres -los hermanos Antonio y Agustí Codina, de Hortoneda de la Conca, y Josep Estada, Antoni Batalla y Ramon Castejón, los tres de Vilanova de Meià- intentaban ganar Andorra con la ayuda del guía Joan Guitart, que los había recogido en Isona.

Todo iba bien; tan bien, que cuando descendían por el barranco de Llimois, camino de Bixessarri y por lo tanto a un palmo de llegar a tierra andorrana, fueron descubiertos por una partida de carabineros. Guitart escapó de milagro, pero sus clientes fueron abatidos "al pie del Bony dels Tres Culs, en el camino de Civís a Os". Los fusilaron sin contemplaciones en los cortals de Serbella. Los cuerpos fueron recuperados por Vicenç Baró y Joan Reig, vecinos de Os, y enterrados en el cementerio de esta localidad fronteriza. El mes anterior, cuenta Agustí, habían seguido esta misma ruta, y con éxito, Climent Durich, Joan Estrada y Josep Miranda, los tres de Vilanova de Meià. ¿Qué pasó con Gasol y su grupo? Especula Agustí que cuando se vieron a un tiro de piedra de Andorra alguno de ellos, presa del entusiasmo, disparó el arma en señal de desafío. "Quizás se dejaron llevar por la emoción y lanzaron gritos del estilo de '¡Azaña, hijo de puta! ¡Viva Franco!' La patrulla -da incluso los nombres: Modesto Montesinos, Felipe RodrígueZ, Jaime Peña y N. Román, del 31º Batallón- los descubrió, los arrestó y los fusiló in situ.

Algo raro ocurrió, sospecha, porque no era extraordinario -opina- que los carabineros hicieran la vista gorda, especialmente cuando mediaba un soborno. Hubo encontronazos y también muertos, como en este caso, pero porque fueron muchos los que pasaron, fácilmente llevaban armas, y -no hay que perderlo nunca de vista- los evadidos se jugaban la vida y no iban a dejarse prender con facilidad. De todas formas, concluye, no puede hablarse de una persecución implacable: más bien las capturas se producían cuando el intento de evasión era demasiado flagrante como para mirar hacia otro lado.

Hubo también entre los guías de la Guerra Civil alguna oveja negra. Agustí relata el caso de Esteve Corominas, apodado el Arnau o el Gavatx, natural de Gisclareny, en la comarca del Berguedà (Barcelona), que se enriqueció con el tráfico de personas, primero durante la Guerra Civil y después, con la II Guerra Mundial. En ambos casos, Andorra era estación de paso en la ruta de evasión. En fin, la Dirección General de Seguridad lo tenía fichado, y lo describe de forma algo pintoresca como "un soltero que ha trocado su humilde existencia por la de un verdadero ricachón con el dinero que le produjo el pasar a Francia a elementos nacionales durante el período rojo, y el producto que le proporcionaba la exportación de contrabando a gran escala". Pasó un año en prisión, entre agosto de 1944 y julio de 1945, acusado de haber ayudado a cruzar la frontera, con rumbo a Barcelona, hasta a tres grupos de fugitivos en los primeros meses de 1944. Redimió la pena, dice Agustí, "asistiendo a extensión cultural y catecismo". Por lo visto, coló. El caso es que al salir volvió a las andadas, derivó en un mucho menos épico tráfico de estupefacientes y divisas al tiempo que se reciclaba en confidente de la policía franquista, hasta que un mal día, como en las aventis de Marsé, el cadáver del Arnau apareció flotando en las aguas del puerto de Barcelona.

[Este artículo es una versión ampliada del publicado el 2 de septiembre de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

sábado, 27 de junio de 2015

Lluís Solà: el último pasador lo cuenta (casi) todo

Excombatiente republicano, exiliado en Francia, internado en el campo de Arles sur Tech, de donde se fugó para ser repatriado y deportado al penal gaditano de Isla Saltés, y huido de nuevo a Andorra, adonde llegó a finales de 1939, Lluís Solà evoca a sus 99 años su peripecia como contrabandista y guía durante la II Guerra Mundial, así como su amistad con Marcel·lí Massana y Ramon Vila, Caracremada, los últimos maquis antifranquistas.
[Lluís Solà murió el 1 de julio de 2015 en Andorra la Vella; nos cuenta su nieta, Regina Solà, que esta crónica fue una de sus últimas lecturas, y que se sentía especialmente satisfecho del resultado. Que la tierra le sea leve.]

Solà, en agosto de 2014 en Andorra la Vella, donde reside. Fotografia: Archivo Familia Solà.


Foto de carnet tomada probablemente durante la Guerra Civil. Fuente: Archivo Familia Solà.

Carnet de antiguo combatiente expedido por la oficina francesa de veteranos y víctimas de guerra, válido para el período comprendido entre junio de 1982 y junio de 1983. Fuente: Guies, fugitius i espies / Archivo Familia Solà.



Normalmente, a sus fugitivos los acompañaba hasta Josa del Cadí (Lérida), donde se hacía cargo de ellos el siguiente tramo de la cadena, que los conducía hasta el consulado británico de Barcelona. Eran grupos de siete u ocho: "así es como pasé a muchos polacos", dice Lluís Solà (Santa Eulalia de Lluçà, Barcelona, 1916), vecino de Andorra la Vella y el último superviviente de la estirpe de los pasadores. Gente de una pieza, poco dada a los alardes -recuerden los casos de Forné, Baldrich, Molné o Català- y que mantuvo casi hasta el final el silencio más absoluto sobre sus gestas. En fin: el caso es que en aquella ocasión modificó, a saber  por qué, el procedimiento habitual: el cliente era un aviador norteamericano derribado en los cielos de Francia, y decidió acompañarlo personalmente hasta el final del trayecto. Todo fue bien hasta Manresa, adonde llegaron en tren: como polizones, subidos a la cabina del guardafrenos, dice, y saltando justo antes de entrar en la estación, cuando el convoy empezaba a frenar. El plan era esperar en la misma estación la salida del primer tren para Barcelona: al aviador, que no hablaba una palabra de español, lo colocó en el primer vagón; él se subió al último. Y como pudo, recuerda, "le hice entender que si le pillaba la Guardia Civil, a él no le pasaría nada, pero que a mí me cortarían el cuello".

Hizo bien en advertírselo porque la cosa se torció enseguida. Solà sospecha que los delató algún chivato que los pilló en los servicios, cambiándose de ropa para la etapa final. El caso es que llegada la hora -"Muy pronto, no recuerdo si salía a las 6 de la mañana"- el tren no acababa de arrancar. Al cabo de un cuarto de hora, sacó la cabeza y lo que vio encendió todas las alarmas: su aviador se acercaba cada vez más... amablemente escoltado por la reglamentaria pareja: "Iban controlando a todo el pasaje. '¿Conoce usted a este hombre?', le preguntaron al americano cuando llegaron a mi altura. Él no dijo nada. Me pidieron la documentación, y todo estaba en orden. 'No pases cuidado', le dijo un guardia al otro, 'que ya hablará antes de llegar a Barcelona'".

Solá no se quedó para comprobarlo. Antes de que ganara velocidad, ya había saltado del tren marcha -lo que hay que hacer cuando uno se ve con un pie en el calabozo, especialmente si el calabozo es franquista. "No debieron verme, porque si hubiera sido así, me fríen a balas", deduce. Pues esta es la vez que más cerca estuvo de caer en su larga carrera como guía o pasador de fugitivos durante la II Guerra Mundial. Una trayectoria que ya habían apuntado Claude Benet en Guies, fugitius i espies -lo pone a las órdenes de Antoni Forné i de Francesc Viadiu- y también Josep Calvet en Las montañas de la libertad, y que el mismo Solà relató en una extensa entrevista hasta ahora inédita, recogida por su nieta, Regina, y a la que hemos tenido el privilegio de acceder. 

Como en tantos otros casos, el origen de su peripecia como pasador -del francés passeur, aunque ellos raramente se referían a sí mismos con esta palabra, sino más bien como guías- hay que rastrearlo en el oficio de contrabandista que empezó a ejercer al año de instalarse en Andorra. Y esto ocurrió a finales de 1939: se empleó de mozo con los masoveros de Casa Rebés. Venía de pasarlas de todos los colores: excombatiente republicano -voluntario de primerísima hora en la columna Acero Rápido, que combatió en el frente de Tardienta, Huesca, y perdió a un altísimo precio la ermita de Santa Quiteria: apenas sobrevivieron una treintena de los 150 hombre de la unidad-, fugitivo del campo de concentración francés de Arles sur Tech, capturado por la gendarmería y empaquetado en un tren hacia España, fue a parar al campo de prisioneros de Isla Saltés, en Huelva, donde tampoco lo pasó tan mal y de donde fue finalmente puesto en libertad. Volvió a casa, en Obiols (Barcelona), pero cuando Franco vuelve a llamar a filas a todos los quintos de los reemplazos del 35 al 42 él se planta y huye. A Andorra, con otro compañero y con la ayuda de cierto contrabandista que se negaba a cobrar por el trabajo y al que obligaron a aceptar 20 duros por sus servicios. Lo pasó mal, en sus primeros tiempos por aquí arriba, como sus compañeros de exilio: "Nos teníamos que esconder: los que tenían algo de dinero, en el hotel Espel de Escaldes o en el Pol de Sant Juliò; los que no, aunque tuviéramos trabajo no podíamos dejarnos ver demasiado". Solà tuvo la habilidad de ir encadenando faenas, pero esto no le evitó la inquina de cierto policía que le hizo la vida imposible y que por lo menos en dos ocasiones lo amenazó explícitamente: "'No te quiero ver más por aquí', me decía. No sé si porque era un refugiado republicano o si simplemente me tenía manía. En fin, me aconsejaron que me casara, porque así no me molestarían, pero la verdad es que hasta que terminó la guerra [mundial] nos sentimos perseguidos por la policía [andorrana] y por los gendarmes [franceses]".

Solà, en fin, debutó como paquetaire -o porteador- por cuenta de un tal Tarrés, de Sant Llorenç de Morunys (Barcelona): por llevar hasta esta localidad de la comarca del Solsonés un fardo con 35 kilos de tabaco de picadura le pagaban 300 pesetas; 500, hasta Berga: "¡Collons! Si yo ganaba 15 pelas diarias, y 10 o 12 se me iban en pagar la habitación y el plato en la mesa!" Así que no es de extrañar que en cuanto reunió un capital se instaló por su cuenta. El género lo colocaban en Avià o en cal Rosal. Y para amortizar algo  más la excursión, en el trayecto de regreso -un itinerario que transcurría por la mina de Coll de Jou, el Pi de les Tres Branques, Llinars, Sorribes, Gósol y Josa, antes de salvar la sierra del Cadí, cruzar por el puente de Arenys i desembocar en la Rabassa, Andorra- cargaban el fardo con lana. Cada expedición le reportaba, recuerda, un beneficio de entre 700 y 1.000 pelas. Añadamos aquí que quien con al poco tiempo se convertiría en su suegro se había dedicado al contrabando con cierta intensidad, dice, durante la Guerra Civil: "En la ida cargaban tabaco; a la vuelta, gente de derechas que querían huir a la zona de Franco a través de Andorra y de Francia. Con este negocio hizo bastante dinero".Y recuerda en este punto -otra muesca en la leyenda negra- el caso de cierto individuo -su viuda era la propietaria de la compañía de taxi para la que trabajó durante un tiempo- que se hizo rico durante la contienda traficando con lana... y con fugitivos de la zona republicana: a algunos de ellos los entregó, sostiene, a la Guardia Civil antes de llegar a Andorra. "Era una mala persona", concluye, y el consuelo es que lo liquidaron en la Palanca de Noves. 

Inquilino en la Tercera galería de la Modelo
Recibían una cantidad similar -unas 1.000 pesetas, la tercera parte de la tarifa de la cadena de Baldrich- por cada hombre que entregaban. Contaban con la complicidad de ciertas masías de la zona que, dice, "o bien eran gente de izquierdas o bien tenían un hijo en el contrabando y nos camuflaban: allí comíamos, descansábamos y comprábamos pan para el camino: la Casa Gran, lo llamábamos". Algunas de aquellas familias lo pagaron caro: Solà recuerda más de un caso en que la Guardia Civil les aplicó la infame ley de fugas. Los contrabandistas también se la jugaban: lo hemos visto en el caso de su topetazo en Manresa. Escapó por los pelos, pero la Guardia Civil liquidó sin contemplaciones, dice, a "tres o cuatro compañeros que pillaron por las montañas". Él mismo, en cierta ocasión en que se dirigía a la Seo con otros dos compañeros, oyó el sonido apagado de unos pasos en la nieve -una nieva muy oportuna, por otra parte. No les hizo falta más para abandonar allí mismo el fardo y largarse: "Pegaron tres o cuatro tiros, pero no sentí ninguna bala y no pasó nada, pero en el trayecto de regreso [en sus primeros años andorranos residió en Sant Julià de Lòria, donde se casó en 1942 con la hija de la casa donde se hospedaba] me rompí el dedo gordo de pie y estuve por lo menos un mes con bastón". Y sin contrabando, cabe pensar.

Para el anecdotario queda la cena que compartió en Ca la Castellar de Gósol con Marcel·lí Massana, en la última expedición como contrabandista que protagonizó el después celebre maquis catalán. El único, por cierto, que salió con vida de este asunto. Y Massana no desaprovechó la oportunidad de captarlo para su grupúsculo, en cuanto se hubo pasado al maquis full time: "'Si quieres unirte a mi grupo, siempre estarás a tiempo', me decía. Yo les respondía que tenía mujer y dos hijos y que por lo tanto debía de andar con ojo. Pero él no se daba por vencido: 'Lo que ganes con el contrabando, también lo tendrías...' Pero nunca intervine en nada con ellos, porque se jugaban del pellejo de verdad."

Ni el dedo gordo ni Massana son nada comparados con el episodio que puso el punto final a su carrera como contrabandista: fue en marzo de 1957, cuando ya ejercía de taxista a Barcelona y aprovechaba las carreras para bajar "un par de botellas de whisky, unos kilos de Rosly, en fin, cuatro cosillas". A los guardias de la aduana los tenía en el ajo -"Siempre dejaba cinco duros en el cenicero o en una cajetilla de cerillas dentro de la guantera"- pero aquel día, en la plaza de la Villa de Madrid de Barcelona, cuando estaba a punto de subirse el coche para emprender el camino de vuelta, "se presentaron dos señores: 'La documentación, haga el favor'. Lo tenía todo en regla, pero no sirvió de nada; iban a por mí". De la comisaría de la calle Lauria a la de Vía Layetana, y de aquí, fin de trayecto, a la tercera galería de la Modelo. Lo acusaban de distribuir propaganda contra el régimen -franquista, se entiende. No le encontraron nada que pudiera inculparle, pero lo mejor del caso es que los guardias burlados estaban en lo cierto: "Llevaba propaganda, sí, pero, ¿sabes dónde? Escondida entre las hojas de papel de fumar de aquellos libritos que se lamaban Jan; la escribía Ventura Armengol [el Mestre Orelleta, personaje conocido en la Andorra de los años 40 y 50, incluso antes]". Pero la broma le salió cara: el fiscal solicitaba para él cuatro años de prisión. Y se temía lo peor cuando una noche, al cabo de once meses, lo llaman: "'Coja usted la ropa o lo que sea y afuera'. No me dieron ninguna explicación. Eso sí, tuve que pagar 50.000 pesetas de fianza y otra 50.000 más al abogado: "En aquellos años, con este dineral hubiera podido comprar toda Andorra".

[Este artículo es una ampliación del que se publicó el 25 de junio de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

sábado, 13 de junio de 2015

1860: al garrote por 30 libras

Juan Mandicó, vecino de Canillo, fue condenado a la pena capital y ejecutado el 29 de febrero de 1860. Fue el primer reo que sufrió en Andorra el garrote vil, que en 1854 había sustituido a la horca como método de ejecución. El primero... y también el último. El garrote no volvería a funcionar por aquí arriba: el siguiente condenado a muerte -Manuel Bacó, en 1896- vio en el último momento conmutada la pena por la de prisión a perpetuidad, y Pere Areny fue ejecutado en 1943 por un pelotón de fusilamiento. 



A instancias del Consell, el obispo Caixal instituyó en 1854 el garrote como forma de ejecución en el caso de pena capital, en sustitución de una horca que el Excelentísimo y Reverendísimo Señor tenía por método algo primitivo. Según el prelado, el garrote permitía conciliar "lo últim e inevitable rigor de la justicia ab la humanitat y la decencia en la execucio de la pena capital", en una pintoresa interpretación de lo que es y no es "humanitario". En fin, que el garrote de aquí arriba se conserva hoy en el depósito del servicio de Patrimonio del ministerio de Cultura. A principios de los años 80 apareció por sorpresa en el interior de un cuartucho situado bajo las escaleras de Casa de la Vall que por lo visto utilizaban los verdugos. Hay que tener en cuenta que el garrote original es el artefacto metálico; poste y silla son añadidos actuales. Fotografía: Servicio de Patrimonio.





El notario, Pere Calvet, y el veguer, Don Guillem Torres, son junto con el fiscal -de quien no aparece citado el nombre- los protagonistas destacados del caso Mandicó. Por la causa desfilan una docena larga de testigos, aparte del mismo reo, de cuyas declaraciones se deduce la culpabilidad del inculpado. Hay que decir que entre que es detenido, el 28 de enero de 1859, y la ejecución, el 29 de febrero de 1860, transcurre más de un año. En este caso, como ocurrirá en 1943 con el reo Pere Areny, nadie ejerció por lo visto el derecho de solicitar la gracia para el condenado; Manuel Bacó, en 1896, tuvo más suerte: la pena capital le fue a él conmutada por la cadena perpetua, que cumplió en una prisión frabcesa. Fotografía: Màximus / Fondo Tribunal de Corts / Archivo Nacional de Andorra. 

"Lo dia 27 de febrer del 1860, entre les tres i les quatre horas de la tarda, fou posat en capella en la iglesia de Casa la Vall Juan Mandicó, y lo dia 29 del corrent mes y entre onse y dotse del mati fou executada la sentencia, y entre 5 y 6 de la tarda li daren sepultura a la fosa de la vila de Andorra". Esta es la lacónica nota que da carpetazoal caso Mandicó, por no decir que lo liquida. Que tiene de especial que fue el primer y último agarrotamiento que ha tenido lugar en nuestro rincón de Pirineo. Y eso que el garrote jubiló a la horca en 1854 y estuvo teóricamente vigente hasta que se abolió la pena de muerte por aquí arriba, en 1990. Fue el obispo Caixal quien tuvo la ocurrencia: consideraba por lo visto que el garrote era un método mucho más humanitario que la horca. Mandicó fue, en fin, el único de los cuatro sentenciados a muerte desde 1854 que fue agarrotado: en abril de 1862, un tal Masteü, contrabandista acusado de asesinar a un colega de oficio de quien hemos dado cuenta aquí mismo, fue decapitado a golpe de espadón en la misma plaza de Andorra la Vella. Según la noticia que dio tres lustros después de los hechos el historiado Héliodore Castillon, que muy fiable no parece porque no hay rastro ni de la sentencia ni del caso en el archivo del Tribunal de Corts que se conserva en el Archivo Nacional de Andorra. A Manuel Bacó, el parricida de Escaldes que en 1896 fue condenado por la muerte de su madre, Maria Calbó, la pena le fue conmutada por la de trabajos forzados a perpetuidad. Como es bien sabido, hubo un cuarto condenado a muerte, este ya en el siglo XX: Pere Areny Aleix, otro parricida y vecino como Bacó de Canillo, que sí que fue ejecutado -en octubre de 1943- pero no al garrote sino fusilado.

En fin, que nuestro hombre de hoy tuvo el dudoso privilegio de estrenar el garrote. El tribunal lo consideró culpable de la muerte de Gil Areny, yerno de la casa Marticella de Els Plans (Canillo), la noche del 25 de enero de 1859. Y no vacila: "Vist, ates i considerat tot cuant devia veure's, atendre's i considerarse, declara que deu condemnar com ab la presenta condemna a Juan Mandico, fadrí, pagès de Canillo, segons la pena de mort en garrot vil, que deura ser executada en lo terme de esta vila en lo punt designat per l'execució de la sentencia". Lo firma el veguer, Don Guillem Torres. La sentencia fue reglamentariamente publicada "entre las onse y dotse horas del mati del dia de avui [27 de febrero de 1860, un año y un mes después de los hechos], pel jurat de esta cort, que la ha cridada ab clara e inteligible veu".

El informe del fiscal no deja lugar a la duda desde la primera línea: acusa a Mandicó, que tenía en el momento de los hechos 27 años, de ser "plenament convicte del homicidi alevos comes en la persona del mencionat Gil Areny". Los hechos se remontan a la noche del 25 de enero de 1859: "Després de haber sopat, resat lo rosari y enseñat la doctrina a sa familia", declara la suegra de Areny, Antonia Font, la víctima salió de su casa -Cal Marticella de Els Plans- para dar de comer a los animales. Como tardaba en regresar, "baixa la muller de dit Gil y fila de la declarant y lo troba mort y estes davant la porta del estable, regresant a casa amb gran alarma davant la noticia". Inmediatamente acuden los vecinos, y el primero en llegar es Andreu Rossa, quien depone al día siguiente ante el veguer, Guillem Torres. Y es éste quien ordena al batlle de Canillo "la formació de las diligencias, rebent las declaracions convenients y evacuant las citas dels testimonis". El fiscal no puede evitar la tentación y tira de retórica para explotar el dramatismo del momento: "Pero esta mort, fou natural o violenta? Y en est cas, que causas la produiren, quina clase de medis o instruments emplea lo agresor?"

La víctima, en fin, murió "per un derrame de sanch en las yugulars" y como consecuencia de la docena de cuchilladas en el cuello que le propinó Mandicó, así como de un porrazo que le soltó en la cabeza "con un palo largo y ensangrentado" que los vecinos encontraron "seguint un rastre de sanch y pasos deixat per lo agresor prop del lloch de la ocurrencia". Un tal Joan Bofastar, probablemente médico, que inspecciona el cadáver, cuenta una decena de heridas: "Una ferida grave en lo cap feta amb instrument contundent; altra molt grave en la part superior de la part dreta del costat de la traquea feta mab instrument punxant i cortant; altra també molt grave en la part superior del coll esquerra; tres feridas graves en la mateixa part del coll donades amb arma igual; altra ferida grave en la regó humilical feta també amb instrument punxant y cortant, altra de molt grave en los nas amb instrument contundent y en fi tres feridas leves totas de arma punxant y cortant". El informe forense concluye con la opinión de Josep Rey, médico y cirujano, y Pere Rialp, cirujano, de que "algunas de las feridas descritas son per si solas mortals de necessitat, tant mes quan anaven acompañadas de moltas altras de no tanta gravetat".

El vicario de la parroquial de San Cernín de Canillo, mosén José Campmajor, certifica a instancias del tribunal el 16 de febrero la muerte de Gil Areny, "estado, casado, que falleció de muerte violenta entre las ocho y las nueve del día 25 [de enero de 1859], de edad cerca unos veinte y seis años poco más o menos, hijo legítimo y natural de los consortes Francisco Areny, natural de la Costa, y de Maria Heretes, de la Seo de Urgel" (en castellano, en el original). El vicario termina advirtiendo -como si hiciera falta- que el difunto "no recibió sacramento alguno por ser imprevista su muerte, y se le dio sepultura con misa baja".

El homicida no sólo no tuvo la prudencia de deshacerse del arma del crimen -el día que es capturado le encuentran encima "lo ganivet brut de sanch"- sino que además perdió durante la trifulca el corbatín, que apareció chorreando sangre al lado del cuerpo de la víctima. Por si no fuera poco, el día que presta declaración ante el veguer, inmediatamente después de ser capturado, presentaba heridas en cuello y rodillas. El fiscal rechazó por "ridículas e inadmisibles" las explicaciones que al respecto aportó el reo: que "estaba ple de sanch o gabinet per haber ajudat a sos amos a matar lo tosino", y que las heridas se las había hecho la noche de autos durante un errático periplo entre Canillo y Os, entre Os y Andorra la Vella, y vuelta a Canillo, donde se presenta la noche del 26 de enero "tot ensangrentat, especialment del mich en amunt".

No se acaban aquí los "indicios indubitables" -según el fiscal y el sentido común, claro- de culpabilidad: añade la "mala fama y no bona conducta que [Mandicó] tenia en la parroquia", los antecedentes penales -el reo admite haber birlado algún dinero a un tal Anton del Magistre, y haber estado preso en España por el robo de treinta carneros- y, atención, "a circunstancia de estar devent al difunt trenta lliures". Esto es lo más próximo a un móvil que aporta el fiscal. La conclusión de lo que antecede se veía venir desde el principio. No se trata de un "simple" homicidio, dice el señor fiscal, un lince, sino de una muerte "alevosa", "per haberlo comes en una persona desprevinguda y indefensa", "ab premeditació coneguda y evident", en la "soledat del lloch", y "per haber escollit una hora de nit". La lista de agravantes enterita. Y con voluntad de matar. Dolo, vamos, como deduce "per lo número y gravetat de feridas, per haber esperat una ocasio tan favorable per la poca resistencia que pogue fer el difunt, desarmat y indefens com estaba". Gil Areny fue sin duda víctima de un asesinato. Y el culpable es Juan Mandicó, como se concluye de la "serie de indicis cuasi tots indubitables y evidents" que obran en autor.

Desfilan ante el tribunal varias decenas de testimonios. Y cada declaración es un clavo más en los maderos del garrote: Antonia Farré, la mestressa de casa Call del Font, en Canillo, la casa donde trabajaba como mozo, asegura haberle visto a Mandicó un pañuelo igual al que aparece en el suelo, al lado de la víctima, y que al siguiente de los hechos apareció en casa sin el corbatín dichoso. El marido de Farré, Nicolau Naudí, sostiene que el cuchillo que se le encuentra "es propi de sa casa, reconeguentlo com a tal per haverlo lo declarant treballat". El cerco se va estrechando, y las desposiciones de lo vecinos dejan cada vez lugar a menos dudas. Jaume Font, Miquel Casal y de nuevo Andreu Rossa, los tres que primero llegaron al lugar del crimen, localizan en el prado de la casa Marticella de Els Plans "un tros de pal llargarut y ensangrentat" que otros testigos aseguran que era propiedad de Mandicó, que por lo visto se paseó por medio país con las manchas de sangre y las heridas que se llevó de la pelea: Juan Pintat, vecino de Os, dice que a las 7 de la mañana del 26 de enero -pocas horas después del homicidio- Mandicó se presentó en su casa ensangrentado y con un dedo malherido, y al sospechoso no se le ocurre coartada mejor que alegar que de camino a Os, y a la altura de Bixessarri, se le ha caído encima un muro. En su declaración, Mandicó alega haber ido por  a Os a reclamarle al tal Pintat una deuda en nombre de "la vella Marticella dels Plans", la suegra del difunto Gil; deuda que resulta ser cierta según Pintat. El hombre, sin duda aturdido, aparece a mediodía en la capital y echa un trago en el hostal de Pau Martí, que también repara en las heridas que luce en la cara, el cuello y el dedo índice de la mano derecha. Los cirujanos que lo reconocieron una vez capturado -el ya conocido Rialp y un tal Francisco Rafartés- coinciden con los testigos: Mandicó presentaba cuatro lesiones, una en el cuello producida por instrumento "punxant y cortant"; otra en la rodilla izquierda del mismo origen, y dos más "en lo expressat dit indice de la ma dreta".

El fiscal y probablemente todo el mundo lo ve claro desde el primer moment: ""Esta sang, estas feridas, ¿no son un indici vehement y clar de que lo desgraciat Gil Areny a pesar de trobarse desprevingut i indefens se resisti tot lo posible y lucha hasta caure mort?" El cuchillo que se le incauta es para el perspicaz fiscal otro indicio "indubitable de culpabilitat del reo Mandicó", que se enreda en un ovillo de coartadas a cual más inverosímil: sostiene que la sangre de su cuchillo se debe a haber ayudado a sus amos con la matanza del cerdo, y al carnicero de Canillo a despellejarlos, excusa "ridícula e inadmisible", rebate el fiscal, "cuant l'últim tocino que es mata en sa casa lo fou quinse dias abans del dia de la desgracia". Y en un último y poco convincente intento, a la pregunta de por qué cree que ha sido conducido ante el tribunal, responde el hombre que por el asunto del tal Anton de Magistre. El alegato final es demoledor, y lo cierto es que lo tiene fácil, por no decir chupado, acusarlo de homicidio con los agravantes de alevosía, "per haberlo comes en una persona desprevinguda y indefensa", premeditación "coneguda y evident", dice, y nocturnidad, "per la soledat del lloch y per lo haber assaltat una hora de nit".

Así que el fiscal pide la única pena que cabe al caso: la de muerte, aparte las costas ocasionadas "en la present inquisició", en lo que a todas luces parece un exceso de celo leguleyo: difícilmente cabe pensar que el desgraciado Mandicó tuviera pecunio suficiente para cubrir los 193 duros a que -enseguida lo veremos- subió la minuta del caso. El Tribunal de Corts lo vio igual de claro. "En garrote vil y por mano de verdugo". Y así fue. No sabemos dónde -quizá en la misma plaza de la capital donde se leyó públicamente la sentencia "ab clara e inteligible veu", quizás en el cementerio, o puede que en la intimidad de la Casa de la Vall- pero lo cierto es que Mandicó murió agarrotado "entre las 11 y las 12 del 29 de febrero de 1860", en la primera y última vez que rechinó el garrote vil que ven aquí arriba.

Lo que costaba una ejecución: 193 duros
El expediente del caso Mandicó conserva una detallada nota con la relación de gastos generados durante los trece meses que se alargó la instrucción, entre el 26 de enero de 1859 y el 29 de febrero del año siguiente. La minuta más onerosa la presenta el notario, Pere Calvet, que asiste a las declaraciones y las transcribe extensamente: 48 duros. Le sigue, atención, el verdugo, que contra todo pronóstico -recordemos que el reo fue agarrotado- no es español sino que hubo que ir a buscarlo a Francia -por cierto: el hombre que fue a buscarlo, no sabemos dónde, recibió 2 duros y 12 reales. El verdugo, en fin, se embolsó por sus servicios 26 duros, más un complemento de 16 reales "por los días que está tancat"; al veguer, don Guillem Torras, le tocaron 7 duros y 12 reales; los carpinteros, menudo trabajito, se llevaron seis duros más por arreglar el cadalso, un duro con ocho reales suplementarios por la -ejem- caja donde depositar el cuerpo del reo tras la ejecución, y otro duro con cuatro reales "per engrandir els forats dels seps". Los guardias que custodiaron a Mandicó los tres días que estuvo en capilla recibieron dos duros, y por el transporte del cuerpo hasta el cementerio hubo que abonar un duro y 12 reales. La factura incluye incluso la nota por "desfer y portar lo cadalso en Casa la Vall": un duro y doce reales. En total, 193 duros con 17 reales. Y queda la duda de dónde estuvo recluido Mandicó durante los trece meses que transcurrieron entre la captura y la ejecución.

[Este artículo es una versión ampliada del que se publicó el 13 de octubre de 2014 en el Diari d'Andorra]

viernes, 27 de marzo de 2015

Samuel Sequerra, el ángel de los Pirineos

El historiador Josep Calvet rescata del olvido el papel del delegado de la Joint Distribution Committee en la acogida a miles de fugitivos judíos que durante la II Guerra Mundial huyeron a través de los Pirineos.

Se llamabab Nanette Fleischmann y Regine Heit. La una, polaca nacida en 1903; la otra, alemana de 1906. Y las dos, judías. Por esta razón, ambas ingresaron el 19 de enero de 1903 en el Santo Hospital de la Seo de Urgel con gravísimas congelaciones; tan graves, y tan mal tratadas fueron, que al cabo de un mes tuvieron que amputarles los do pies. A Nanette y a Regine. Desconocemos cómo llegaron a la Seo, pero es muy probable que con alguna de las numerosas expediciones de fugitivos que aquellos días cruzaban la frontera de norte a sur y pasando por Andorra. Esta fue la ruta que había seguido el marido de Nanette, Siegfried, con otros tres compañeros y camino de la Seo, en una peripecia que ya hemos relatado aquí mismo y en la que fueron engañados, expoliados y abandonados por los guías. Aunque por lo menos sobrevivieron; otros, ni eso.

El caso de Nanette y de Regine es tan solo uno de los que recoge el historiador leridano Josep Calvet en Huyendo del Holocausto. El mismo Calvet, seguro que lo recuerdan, que días atrás reconstruïa documentalmente en periplo de Carla Kimhi y de su familia, los Bernson. Pero si nos hemos detenido precisamente en estas dos fugitivas es porque en junio de 1943 fueron trasladadas desde la Seo hasta la clínica del doctor Pi i Figueras en Barcelona, eminencia de la cirugía de la época, gracias a los buenos oficios de Samuel Sequerra, que en cuanto supo del caso de nuestras dos protagonistas de hoy, se fue hasta la Seo y se las llevó inmediatamente.

¿Sequerra? Sí, hombre, el gran olvidado de la epopeya de los pasadores y la figura clave, sostiene Calvet, para entender la supervivencia de los miles de fugitivos judíos -el historiador calcula que entre 4.000 y 6.000, solo para los Pirineos leridanos- desfilaron entre 1943 y 1944 por Viella, Sort, La Seo, Lérida y finalmente, Barcelona (o Madrid, como en el caso de los Bernson). Nacido en 1913 en Faro (Portugal), Sequerra era un economista -judío, por supuesto- que trabajaba para el gobierno portugués y que en noviembre de 1941 desembarca en Barcelona con el cargo oficial de delegado de la Cruz Roja portuguesa -una tapadera- pero con el objetivo real de abrir una sede de la American Joint Distribution Committee (JDC), organización de ayuda a los refugiados judíos sufragada con fondos de sus correligionarios norteamericanos. La fijó en el hotel Bristol, entonces en la plaza de Cataluña y epicentro de una frenética actividad. Hasta que las oficinas, que ocupaban toda una planta del hotel, fueron asaltadas el 18 de julio de 1944 por un grupo de falangistas y Sequerra y los suyos tuvieron que emigrar al vecino Paseo de Gracia.

Héroe busca biógrafo
Entre estas localidades, y como hemos visto en el caso de Nanette, se encontraba la Seo, así que Calvet cree más que probable que Sequerra protagonizara alguna incursión andorrana para comprobar in situ las condiciones de sus fugitivos en el Principado. De hecho, uno de los judíos que efectivamente cruzó a través de Andorra la frontera, el austríaco Franz Glück -encontrarán su peripecia en el libro- se quedó en Barcelona trabajando a las órdenes de Sequerra, así que nuestro hombre conocía la importancia de la estación andorrana en el tinglado de los pasadores. ¿En qué consistía el trabajo de Sequerra y las dos decenas de hombres y mujeres que integraban la JDC? Según Calvet, mantenían un contacto continuo con los hoteles de los pueblos de frontera, que les informaban de la llegada de una expedición y estaban autorizados a alojar por cuenta de la JDC a cualquier apátrida que recogieran. Una vez informado de la llegada de un grupo, Sequerra los recogía, pagaba la cuenta y se los llevaba a Barcelona, donde buscaba alojamiento temporal para una gente que, como los Bernson, llegaban al final de la escapada con lo puesto. La JDC abonaba 23,50 pesetas diarias por persona entre alojamiento, manutención y dinero de bolsillo. Además, gestionaba los permisos para abandonar el país y organizó los primeros grandes convoyes de refugiados judíos que zarparon hacia Palestina, como el que en enero de 1944 salió de Cádiz con los Bernson a bordo.

Sequerra era un todoterreno, sabía con quién estaba tratando y no dudaba en sobornar a guardias, policías y si convenía, incluso gobernadores civiles. Cuenta Calvet que ideó una hábil argucia para evitar que los refugiados judíos en edad militar acabaran en el campo de refugiados de Miranda de Ebro: "A partir de un cierto momento, todos los judíos detenidos en España tuvieron menos de 18 o más de 40 años; y como tenía a las autoridades en nómina, funcionaba". Con este expediente, lo más sorprendente de todo es el absoluto desconocimiento del papel prominente de este portugués discreto en el capítulo de los pasadores de la II Guerra Mundial. El hecho de ser judío, advierte Calvet, le impide ser reconocido Justo entre las Naciones -como el Schindler de Spielgberg, o como el embajador Sanz Briz, biografiado por Arcadi Espada en En el nombre de Franco- pero esto no explica ni el silencio que hasta hoy había caído sobre su figura, ni tampoco el escaso interés de la JDC en rescatar del olvido la memoria de este hombre.

Hasta ahora, claro. En fin, que Sequerra continuó al frente de la JDC de Barcelona hasta 1952, atendiendo a los huérfanos judíos que recalaban en la ciudad y gestionando su traslado a Palestina. Y hay que añadir que lo hizo con la ayuda de su hermano Joel. Gemelos, por cierto. En 1952 dejaron Barcelona y se instalaron en Brasil, para continuar desde allí la labor que habían empezado en España: ahora, acogiendo a los judíos que arribaban a América huyendo del Egipto de Naser. Digamos para terminar que la JDC continúa hoy en activo en Barcelona, dedicada ahora a socorrer a los inmigrantes judíos de la Europa del Este. "Por no tener, se lamenta Calvet, Sequerra no tiene ni la biografía que se merece. Es un olvidado". Pues ahora, por lo menos, ya tiene artículo.

[Este artículo se publicó el 13 de marzo de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

martes, 17 de marzo de 2015

La odisea Kimhi en sus documentos

El historiador Josep Calvet reconstruye el periplo por diferentes prisiones españolas -la Seo, Lérida, Madrid y Miranda de Ebro- de los cuatro miembros de la familia Bernson que en 1942 huyeron de los nazis a través de Andorra.

"Ruego a V. se sirva admitir en la prisión a su merecido cargo los extranjeros detenidos en esta localidad a las 7 horas de hoy por haber pasado la frontera sin autorizacion [...], los cuales se componen por el matrimonio Sigmundo Berson y Classa-Zivosga (?) Perzenik y us hijos, Heins y Cara". Es el 23 de noviembre de 1942 y el comandante de la Guardia Civil del puesto de Organñá (Lérida) -que es quien firma el atestado- acaba de empaquetar para la prisión de la Seo a los cuatro miembros de la familia Bernson.

Atestado de la Guardia Civil de Orgañá (Lérida) en que el comandante del puesto, un tal Antonio Espinosa Izquierdo, se saca de encima a los Bernson y los factura a la prisión de la Seu y, por lo tanto, bajo la responsabilidad del gobernador civil. Fechado el 23 de noviembre, dice poner a disposición del "Señor Jefe dela Prisión del Partido" el matrimonio formado por Sigmund y Channa Bernson, junto con sud dos hijos, Heinz y Carla. Fotografía: Archivo Histórico de Lérida. / Archivo Josep Calvet.
Certificado de ingreso en la prisión de la Seo a nombre de Sigmund Bernsona, con fecha del 25 de noviembre de 1942. Se declara hijo de Isaac y de Clara, y esposo de Chana, con domicilio en  París. Fotografía: Archivo Histórico de Lérida / Archivo Josep Cavet.
Interrogatorio al que fue sometido Sigmund Bernson a su ingreso en el campo de Miranda de Ebro. Declara encontrarse en París al estallar la guerra y dedicarse a la exportación de leña; que entró en España, procendente de Andorra, por la parte de Orgañá el 19 de noviembre de 1943, "sin guía, ni brújula ni mapa", pro con "su señora y sus dos hijos"; que fue detenido el 24 de noviembre por la Guardia Civil, trasladado a la Seo donde se encontraba la prisión del partido judicial, y que ingresó el 6 de diciembre en la prisión del Seminario Viejo en Lérida. Continúa el interrogatorio dando cuenta de cierto certificado expedido el 13 de junio de 1921 y en posesión de Sigmund que dice que es abogado en ejercicio en Viena, y que la intención de la familia es largarse a los EEUU en cuanto obtengan la "permisión" del departamento de Estado. Declara finalmente no tener amigos ni familiares en España, y el funcionario lo describe finalmente como hombre "de estatura alta, pelo gris, barba, cejas y ojos castaños". Fotografía: Archivo General Militar de Guadalajara / Archivo Josep Calvet.
Carla Kimhi compareció en enero en la sala de prensa del Gobierno de Andorra para agradecer, decía, que el país la salvara a ella y a su familia de una muerte segura, cuando fue aceptada por los policías que localizaron a Kimhi. Fotografia: Màximus.

Josep Calvet ojea un ejemplar de su última monografía sobre los pasadores -en este caso, pasados-, Huyendo del Holocausto, en la librería la Puça de Andorra la Vella. Fotografía: Tati Masià.


¿Los Bernson? Sí, hombre, los judío vieneses establecidos en Acs que huyeron de su último refugio -habían huido en 1938 de Viena, y desfilado por el norte de Italia, Normandía y París, antes de recalar en el Aieja- cuando los alemanes invadieron lo que quedaba de la Francia de Vichy, a principios de noviembre. La hija menor, Carla, tenía entonces 12 años, y resulta que a finales de enero de este año -ahora ya octogenaria: Kimhi es su apellido de casada- se personó en la sala de prensa del Gobierno de Andorra para explicar la odisea familiar y sobre todo, sobre todo, dar mil veces las gracias al país que, dice, salvó a los Bernson de la muerte. Seguro que lo recuerdan: los Berson habían llegado en automóbil hasta el Pas de la Casa, y subían ya a pie el puerto de Envalira, cuando un soldado alemán destacado en la aduana del Pas les dio el alto. Con el golpe de suerte que lo hizo precisamente en el momento en que una pareja de policías -de policía andorrana, se entiende- aparecía de forma providencial desde el otro sentido de la marcha y reclamaba para sí el trofeo, puesto que se encontraban en suelo andorrano. Se salieron con la suya, el alemán, que no debía de ser un tipo muy curtido, se hizo atrás y los Bernson se salvaron.

Pero todo esto ya lo sabíamos. Lo que desconocíamos es el periplo posterior de Carla y familia. Y es precisamente esto lo que Calvet -autor de una monografía clave sobre todo este asunto de los pasadores, Las montañas de la libertad, y que precisamente ayer presentaba en la librería la Puça su último título sobre la materia, Huyendo del Holocausto- ha reconstruido con ojo clínico exhumando los expedientes sobre los Bernson que se han conservado, oh, milagro, en el Archivo Histórico de Lérida y en el Archivo Militar General de Guadalajara. Pero habíamos dejado a nuestros protagonistas de hoy en la prisión de la Seo, el 24 de noviembre de 1942. Al día siguiente los reexpiden hacia Lérida: Sigmund y Heinz van a parar a la prisión del Seminario Viejo, primer o segundo destino habitual de los extranjeros detenidos por "paso clandestino de fronteras". El 6 de diciembre los vuelven a facturar: padre e hijo son enviados al campo de concentración de Miranda de Ebro, y ellas, a la madrileña prisión de las Ventas, un destino dice Calvet que sorprendente para unas detenidas en Lérida, que acostumbraban a terminar en Barcelona. Tampoco queda claro por qué Sigmund, que dice haber nacido en 1890 en la localidad polaca de Budzanow -hoy, Budaniv, en Ucrania- acaba en Miranda, donde sólo ingresaban los hombres en edad militar, entre los 18 y los 40 años. Él tenía 52.

Detenidos en Orgañá
El reglamentario interrogatorio a que Sigmund es sometido en Miranda depara una sorpresa: resulta que en los recuerdos de Carla los Bernson fueron detenidos en el autobús que hacía la línea entre la Seo y Barcelona. El padre, a quien los funcionarios describen como un hombre "de estatura alta, pelo gris, barba, cejas y ojos castaños", declara en cambio haber salido en Andorra el 19 de noviembre "por los montes en el pueblo español de Orgañá sin guía, ni brújula ni mapa". Y es aquí mismo, en Orgañá, donde el comandante Espinosa los detiene. Contaba en cambio Carla que los había ayudado a huir un tal Pierre, exiliado republicano. Considera Calvet que la afirmación "sin guía, sin brújula, sin mapa", bien podría tener como objetivo no revelar la identidad de su salvador.

El caso es que los Bernson -todos, hombres y mujeres- se reencuentran finalmente en Madrid el 23 de marzo de 1943. Cabe imaginar la alegría del momento, cuatro meses después de la separación. Ya están en libertad. De aquellos meses madrileños recordaba Carla 71 años después su alegre paso por el Liceo Francés y por el orfanato de la Sagrada Familia, que la habían acogido. Pero la jornada madrileña de los Bernson fue relativamente breve. Sigmund había anunciado a sus interrogadores que la intención de la familia era "esperar la permisión del departamento de los EEUU" para emigrar al otro lado del Atlántico. Pero a la hora de la verdad, y como contó Carla, su destino fue Palestina, entonces protectorado británico: los Bernson se unieron al primer convoy de refugiados que Samuel Sequerra, el hombre de la Joint Distribution Comittee -agencia norteamericana de ayuda a los refugiados financiada con capital judío- hizo zarpar hacia Tierra Santa.

El buque era el Nyassa y navegaba bajo pabellón portugués. Había salido de Lisboa el 15 de enero de 1944 e hizo escala en Cádiz para recoger a su cargamento humano. Con récord incluido, dice Calvet, porque el Nyassa fue el primer transporte de pasajeros que cruzaba el estrecho de Gibraltar desde el inicio de la guerra. El caso es que los Bernson llegaron sanos y salvos al puerto palestino de Haifa el 22 de enero. La madre fallecería antes del final de la contienda; Sigmund, nada más terminada, de un ataque al corazón y en Viena, adonde había viajado con la vana ilusión de recuperar parte del patrimonio familiar. Carla se enroló en 1948, nada más proclamado el estado de Israel, en la fuerza aérea del Tsahal.

El periplo de los Bernson encarna y resume -concluye Calvet- el de los otros miles de refugiados judíos -entre 4.000 y 6.000, según sus cálculos- que pudieron huir del Holocausto a través del Pirineo de Lérida, en un éxodo que se concentró sobre todo en julio de 1942, con la celebre redada del Velódromo de París, y diciembre de aquel mismo año, justo tras la ocupación alemana de Vichy. Al cabo de unos meses, los que no habían huido habían sido detenidos y deportados. Ya no quedaban más que un puñado de judíos ocultos. Los topos de toda guerra. A esta historia, en fin, no le podía faltar un héroe, y este héroe es Sequerra, el gran olvidado de la epopeya de los pasadores que merece, ya lo verán, artículo propio. Pues lo tendrá.

[Artículo publicado el 11 de marzo de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

lunes, 2 de marzo de 2015

Tres Rotschild y un destino

El historiador leridano Josep Calvet recoge en Huyendo del Holocausto el periplo de tres de las mujeres de la familia de banqueros judíos que escaparon de los nazis gracias a una red de pasadores que operaba desde territorio andorrano. Y añade nuvos datos a la leyenda negra. No se puede tener todo.

Lérida, 8 de diciembre de 1942. Alberto Poveda, el funcionario encargado del registro de los refugiados que arriban a la ciudad después de haber sido capturados por la policía, da con una de las sorpresas mayúsculas de su carrera: tres mujeres perfectamente equipadas con ropa de abrigo, pantalones y botas de esquí -lo que ya era una absoluta rareza en los fugitivos que aterrizaban en Lérida, habitualmente con una mano delante y otra detrás después de haber sobrevivido a mil penalidades- que se identifican como la baronesa Claude Rotschild y sus dos hijas, Nicole y Monique, de 19 y 17 años. Es decir, las herederas de una de las tres ramas francesas de la celebre saga de banqueros judíos.

Las tres Rotschild, atención, declaran haber cruzado los Pirineos con una de las redes que operaba a través de Andorra -no sabemos cuál: qué lástima- según recuerda el mismo Poveda en Paso clandestino -un día hablaremos de este librito- y recoge el historiador Josep Calvet en Huyendo del Holocausto: judíos evadidos del nazismo a través del Pirineo de Lérida (Milenio). Hay que añadir que las Rotschild le anuncian a Poveda la intención de continuar viaje hasta Barcelona con el objetivo de reunirse con el barón, James Rotschild, que a su vez había cruzado la frontera francoespañola por la parte de Gerona. Y así lo hacen: se hospedarán, por cierto, en el hotel Continental de la Rambla de Canaletasm y una vez reunida toda la familia continuarán hasta Portugal y, desde aquí, hacia Inglaterra. ¡Salvadas!

La de los Rotschild es una de las más afortunadas entre las peripecias con deriva andorrana que recoge Calvet -autor también de Las montañas de la libertad, obra de referencia sobre este asunto. Pero hay otras igualmente suculentas: especialmente reveladora, ya lo verán, es la expedición de otros cuatro judíos -tres de elos polacos, Salomon Nomberg, Moshe Karger y Barnard Margulies, y uno alemán, Siegfried Fleischmann- que en diciembre de 1942 contactan en Ussat-les-Bains con dos contrabandistas españoles -Antonio Heredia y Luis Sala Gil, dos nombres más para la historia universal de la infamia- que se comprometen a conducirlos hasta España. Pasando, claro, por Andorra. El precio del billete: 35.000 francos por cabeza. La expedición, cuenta Calvet, "parte de Ussat la noche del 19 de diciembre, entra en Andorra por el Coll de la Cortinada, y desde aquí se dirigen para descansar al hotel Palanques de la Massana".

Un clásico. Lo que ya no lo es tanto es la extorsión a que los dos guías someterán a los fugitivos: primero les birlan los pocos francos que aun llevaban encima con la excusa de cambiárselos por pesetas; naturalmente, no volvieron a ver ni un céntimo. Después se los llevan en taxi hasta la frontera, donde supuestamente les esperaba un tercer pasador que debía conducirles hasta la Seo. Pero nada sale como les habían prometido: una vez en la frontera, no sólo no hay transporte a la vista sino que antes de abandonarlos a su suerte el tal Sala les roba a punta de pistola sus últimas pertenencias. Expoliados, humillados y cabe suponer que abatidos, todavía encuentran ánimos para continuar a pie hasta la Seo, donde serán detenidos por la policía.
Un capítulo inédito de la leyenda negra que mancha la epopeya de los pasadores y que se añade a otros episodios ya conocidos que Calvet recoge en el volumen, como el de Jacques Grumbach -militante socialista francés abatido en noviembre de 1942 en el puerto de Siguer por su guía, el aragonés Lázaro Cabrero, menudo pájaro- y a de los Allerhand, Gustave e Ida, matrimonio de judíos franceses que salieron de Ussat en septiembre de 1942 y que, concluye Calvet, "fueron presumiblemente asesinados por sus guías".

Cuenta también el periplo del judío austríaco Franz Glück, establecido tras el armisticio en Gnioure -trabajaba en la construcción de la central hidroeléctica de esta localidad vecina de Andorra- que en diciembre de 1942, tras la ocupación de la Francia de Vichy, le ve las orejas al lobo y decide huir sin demora. Por si acaso y con el mismo buen criterio de los Kimhi -¿recuerdan? Lo hará con la ayuda de un contrabandista andorra, dice Calvet y a través del Coll de Peyregrand, pero casi se deja el pellejo en el intento debido a otro clásico: el torb. La fatídica ventisca de nieve tan temida por los contrabandistas y paquetaires: "El trayecto entre Gnioure y Andorra, que en condiciones normales podía hacerse en cinco horas, le llevó 26 de marca continuada".

Llegado a Andorra con graves congelaciones, Glück salva in extremis los pies que un médico pretendía amputarle por las buenas -tal vez el doctor Coco de la leyenda negra- y el 8 de enero de 1943 lo encontramos en la prisión de la Seo -en la época, el convento de Sant Domenec. Calvet concluye el captítulo andorrano con un balance de los fugitivos capturados en la Seo entre 1939 y 1944 bajo la acusación de paso clandestino de fronteras: en total, 486, mayoritariamente franceses (171), seguidos de polacos (166) y supuestos canadienses (44), en realidad franceses que se hacían pasar por originarios del Quebec. Una cifra que considera "extremadamente reducida, sobre todo si la comparamos con los cerca de 3.000 encarcelados en Sort por este mismo delito y en este mismo período". La conclusión no puede ser más favorable para nuestros pasadores: Fue gracias a su actuación que [a diferencia de lo que ocurrió en otros puntos del Pirineo] buena parte de los fugitivos que atravesaron la cadena por Andorra llegaron sanos y salvos hasta Barcelona".

El portugués Sequerra, héroe desconocido
Además de recoger las peripecias de un grupo de fugitivos que cruza los Pirineos a través de Andorra y, sobre todo, analiza las rutas que confluían en Sort, comarca del Pallars Sobirà, Calvet rescata en Huyendo del Holocausto del olvido el papel del American Distribution Joint Committee y de su delegado en Barcelona, el hiperactivo ciudadano portugués Samuel Sequerra, en la asistencia a los fugitivos judíos que, a diferencia de las tres Rotschild, llegaban a España con lo puesto, con frecuencia después de haberlo perdido todo. Como dice Calvet, las actividades de Sequerra durante los años centrales de la guerra -viajando continuamente hasta Sort, Viella y la Seo para contactar con las nuevas remesas de fugitivos y cubrir los gastos que generaban en los hoteles donde se hospedaban- lo convierten en uno de los personajes más interesantes y, a la vez, más desconocidos del período bélico: "Merece una biografía que hoy todavía no tiene"Además de detallar y pormenorizar las rutas de acceso a España, Calvet da la relación de los establecimientos adonde iban a parar cuando pernoctaban en Andorra rumbo a España. La lista la da Claude Benet en Guies, fugitius i espies: hostal del Serrat, hotel Palanques (la Massana), fonda Mandicó (Canillo), Hotel Coma y Cal Carbó (Ordino), hotel Palacín, Paulet, Valira y Pla (Escaldes), hotel Pyrénées (Andorra la Vella) y hotel Pol (Sant Julià de Lòria).

[Este artículo se publicó el 26 de enero de 2015 en el Diari d'Andorra]

sábado, 28 de febrero de 2015

A pie, con monseñor (Guitart)

Josep Moliné Troc se refugió en Andorra en los inicios de la Guerra Civil, y aquí se quedó toda la vida. Su hija evoca hoy el papel de Moliné en el paso clandestino de fugitivos de la Seo de Urgel y comarca en los primeros meses del conflicto. Entre sus clientes, atención, el obispo Guitart.

La versión oficial de esta historia consta en el Martirologi de l'Església d'Urgell y la recoge también Francisco Javier Galindo en en volumen La Seu, 1936. Y dice que el obispo Justí Guitart huyó de la Seo a primera hora de la mañana del 23 de julio de 1936, "en el auto del Fluix [el Flojo] y vestido con una simple sotana" -se trataba de no llamar demasiado la atención, porque probablemente se jugaba la vida- y que aquel mismo día cruzaron la frontera y se refugiaron en la casa rectoral de Andorra la Vella, como huéspedes de mossèn Lluís Pujol arcipreste de los Valles de Andorra. Una segunda versión, o mejor un capítulo complementario sobre la huida del Excelentísimo obispo de Urgel y copríncipe de Andorra, la aporta en sus memorias el que fuera alcalde de la Seo, Enric Canturri, según el cual Guitart ya había intentado huir en una ocasión pero le habían cerrado el paso en la frontera y se había visto obligado a regresar a la Seo con el báculo entre las piernas. Y hoy añadimos una tercera versión inédita hasta la fecha. Nos la ofrece Lourdes Moliné (la Seo, 1937), quien sostiene que fue su padre, Josep Moliné Troc (Calvinyà, 1909-Escaldes, 1978) quien ayudó al obispo en su huida a Andorra. A pie y por la montaña, nada de coche y chófer. Y añade un detalle: Guitart le confió a su padre un fajo de cartas con el encargo de enviarlas, "pero con las prisas del momento se olvidó de darle el dinero para los sellos y fue el mismo Moline quien tuvo que comprarlos de su bolsillo".

Josep Moliné y su esposa, Clara Altimir, padres de Lourdes, contrajeron matrimonio en febrero de 1938 en Escaldes. Fotografía: Familia Moliné.

Moliné era un hombre de izquierdas, según  recuerda su hija y corrobora su expediente, conservado en el Archivo Histórico de Lérida y exhumado -cómo no- por el historiador Josep Calvet: las autoridades franquistas no le autorizaron a regresar a España hasta septiembre de 1954. Lo acusaban de haber formado parte del comité de Anserall, localidad ubicada entre la Seo y Andorra. Pero enseguida que estalló la guerra, añade Lourdes, se refugió en Andorra: "Tenía claro que, si se quedaba, lo liquidaban. Fueron aquellos primeros seis meses en los que imperó el, ejem, terror rojo, con la veintena larga de asesinatos documentados por Galindo y perpetrados en la Seo y cercanías por los reglamentarios "incontrolados" y con la aquiescencia del comité local.

La primera mención oficial a Moline procede de un documento fechado en 1940 -dice que tiene 31 años- y su nombre aparece junto al de otros rojos de la comarca: José Obiols Miguel, "gran propagandista de izquierdas (...) está en un Batallón de trabajadores"; Enrique Travé Bigordá, "formó parte del comité durante ocho días, ingresó en la escuela de aviación voluntario (...), se encuentra enujn Batallón de trabajadores"; José Catalán Parra, de "ideología izquierdista (...), carabinero retirado (...), se encuentra actualmente detenido en la cárcel de la Seo de Urgel (...), no ejerció cargo alguno en el pueblo de Anserall"; Concepción Moles Martí, también de "ideología izquierdista", que durante el "período rojo se amistó con un miliciano (...), se encuentra en la actualidad en Francia", y José Coll Blasi, "toda su familia es de ideología izquierdista (...), formó parte del comité de Anserall y parece que su actuación fue bastante mala".

De nuestro hombre de hoy, Moliné Troc, se limita a consigna que ejerció "un cargo" en el comité de Anserall y que reside en Andorra. Hay que esperar tres lustros, hasta 1954, para volver a tener noticias oficiales de Moliné. El 10 de abril de 1954, el comisario jefe del puesto de la Seo informa al Director General de Seguridad y al gobernador civil de Lérida de la denuncia formulada por Nuria Calvet, vecina de la Seo, según la cual Moliné era el guía que acompañaba a su marido; Segismundo Gallifa, el día que éste pasó hacia Andorra para desde aquí, dice la mujer, dirigirse a zona nacional. Por lo visto, Gallifa nunca llegó a su destino.

Sostiene su viuda que fue asesinado en la montaña y que Francisco Escudé, otro fugitivo que partió hacia Andorra al día siguiente, el 24 de noviembre de 1936, en compañía de Jaime Carrera, creyó percibir a medio camino entre Arcabell y Bescarán cierto olor que indentificaron como el de un cadáver que alguien estuviera intentando quemar. Cadáver que  no llegaron a ver y que solo al llegar a Andorra y percatarse que Gallifa no había llegado a su destino concluyeron que podía ser el del marido de la denunciante. Se da la circunstancia de que otro fugitivo, José Vila, vecino de la Baronia de Rialb, que tenía que haber pasado a Andorra junto con Gallifa pero que tuvo que hacerlo dos días después a causa de un registro en su domicilio que le obligó a posponer el viaje, declara en las mismas diligencias haber hecho el trayecto con el mismo Moliné como guía, y que "el trato que recibió por su parte fue inmejorable, hasta el punto de llevarles cena al pajar donde los ocultó antes de partir, ya que debieron salir a las dos de la madrugada partiendo del pueblo de Calviña".

La viuda Calvet eleva su denuncia al saber que Moliné está gestionando ante las autoridades franquistas los trámites para regresar legalmente a España. El juez debió archivar las diligencias o por lo menos, fallar a favr de nuestro hombre, porque el 15 de septiembre del 1954 el mismo comisario de la Seo que medio año antes advertía de la denuncia que pesaba sobre Moliné, advierte a sus superiores de que "con fecha del día de hoy realiza su entrada en España el que fue exiliado español en los Valles de Andorra José Moliné Troc (...) que tiene autorizada su entrada en España por el Excmo. Sr. Ministro de la Gobernación, sin que exista comunicado en contrario, fijando su residencia en Calviñá, casa Vilanova". A ojos del franquismo, Moliné estaba limpio de sspecha.



Diligencias conservadas en el expediente de Josep Moliné del Archivo Histórico de Lérida: al solicitar permiso para residir legalmente en España, a principios de 1954, Moline fue denunciado por Nuria Calvet, vecina de la Seo: era sospechoso del asesinato de su marido, Segismundo Gallifa, al que al parecer ayudó a pasar a Andorra el 23 de noviembre de 1936. No consta la resolución del expediente, pero lo cierto es que el 15 de septiembre de 1954 el gobernador civil le autoriza expresamente a instalarse en España. A ojos de las autoridades franquistas, Moliné está limpio. Fotografia: Archivo Josep Calvet.

Una lista del ministerio de Gobernación con los nombes de vecinos de la Seo y comarca sospechosos de "izquierdismo". Al lado de Moliné aparecen también citados Josó Coll Blasi, Concepción Moles Martí, José Catalán Parra y Enrique Traver Bigordà. El documento es de 1940, dado que dice que Moliné tiene 31 años de edad y que nuestro hombre de hoy nació en 1909. Fotografía: Archivo Josep Calvet.

Ya fuera el obispo Guitart el cliente de Moliné, ya fuera otro religioso al que la memoria familiar ha ido ascendiendo en el escalafón eclesiástico hasta convertirlo en prelado, lo cierto es que fue durante los primeros meses de la Guerra Civil un activo guía que condujo, dice Lourdes, hasta una veintena de expediciones de fugitivos -gente "de orden", religiosos amenazados o simplemente, y como ocurre en todas las guerras, hombres en edad militar que no querían ser enviados al frente- que buscaban la relativa seguridad que ofrecía Andorra y pasar desde aquí y a través de Francia al lado nacional. Y decimos relativa porque -porque como recuerda Josep Llangort, abuelo de Galindo y él mismo fugitivo de primera hora, "las continuas visitas a Escaldes de gente sospechosa de la Seo y los rumores de una posible agresión contra los refugiados mantenían un justificado estado de inquietud" entre la colonia de fugitivos instalada en Andorra. Entre las expediciones que Moliné guió por la montaña hubo una muy especial: "En febrero de 1938 nos cogió a mi madre y a mí y nos trajo a Andorra. Por lo que después contaban, los piececillos me salían de la mochila donde me habían encasquetado". En esta misma expedición ayudó a pasar a dos familias más de Calviñá, una de las cuales era la de casa Pedescoll.

Los Moliné se instalaron en casa Felícia de Escaldes, y el padre compaginó desde entonces el trabajo como agricultor con el contrabando, la tienda de ultramarinos que más adelante abrieron en casa Quimet y con los ocasionales servicios como guía que le reportaban unos ingresos extra. En su madurez Moliné raramente hablaba de estos años durísimos. Pero Lourdes recuerda haberle oído referirse a los "malos guías" que veían en el tráfico clandestino de refugiados una oportunidad para el enriquecimiento fácil. Siempre que no se tuvieran escrúpulos, claro. Es la leyenda negra de los pasadores, que arranca antes de la II Guerra Mundial. Una denominación, por cierto, esta de "pasadores", que vino después y que "en casa", dice Lourdes, "nunca se usó": "Mucha gente se quedó en la montaña; hubo guías que los abandonaban o que los mataban para quedarse con el dinero y las joyas que pudieran llevar encima. Se sabía quiénes eran, estos malos guías, y tenían la precaución de no salir de noche por temor a represalias..."

Como muchos otros colegas, Moliné era desde antes del estallido de la Guerra Civil un consumado contrabandista, aficionado a la caza y a la pesca y que conocía por lo tanto todos los rincones de las montañas entre la Seo y Andorra. Él y sus camaradas de correrías -entre los que Lourdes recuerda a Enric Muntanya- bajaban a la Seo con el fardo a cuestas... si no tenían la mala fortuna de dar con una patrulla de la guardia civil; entonces tocaba correr y, en caso extremo, abandonar el fardo -50 quilos de tabaco a la espalda- con la esperanza de que los guardias se contentaran con decomisar el fardo y su contenido.Con frecuencia era así, pero el susto en el cuerpo solo servía para ir tirando: "Los que se llenaban los bolsillos eran los que estaban en los dos extremos de la cadena". La peripecia de Moliné incluye ingresos en prisiones francesas y, siempre según la memoria familiar, un internamiento en el campo de Argelés, de donde dice Lourdes que finalmente escapó. Por supuesto que en esta trayectoria sucintamente esbozada quedan lagunas por cubrir, y datos y fechas por verificar. Pero mola rescatar del olvido a un coetáneo de Cirera -el guía de san Josemaría- y hermano mayor de los Baldrich, Català y compañía.

La Seo, julio de 1936: entre el terror, la sangre y el éxodo
El obispo Guitart fue uno de las decenas, probablemente centenares de fugitivos de la Seo y comarca que en los primeros meses de la Guerra Civil se refugiaron en Andorra huyendo del terror rojo. Para llegar a entender la anarquía y la barbarie que señorearon en la época al otro lado de la frontera del río Runer conviene echarle un vistazo a La Seu, 1936. Galindo deja en él constancia de los asesinatos perpetrados en la ciudad entre el 22 de julio y el 11 de octubre de ese año, con episodios especialmente brutales como la caza de Ángel Ballarà, armero de la Seo, que logra huir de su casa, adonde lo han ido a buscar a medianoche, pero es perseguido hasta ser herido en una pierna y rematado en la Isla.

O el de los hermanos Lluís e Ignasi Tarragona, los dos introducidos a la fuerza en un coche la noche del 2 de septiembre, tiroteados y abandonados en Tavèrnoles, donde al día siguiente aparecieron sus cadáveres carbonizados. Sin olvidar las ejecuciones sumarísimas que tuvieron lugar los días 9, 10 y 11 de octubre en el cementerio de la Seo, con dos decenas más de víctima entre los cuales se encontraba Jaume Cebrià, que tuvo la ocurrencia, cuenta Galindo, de no morir a la primera descarga y a quien el enterrador encontró a la mañana siguiente cogido a la reja del camposanto: lo remató in situ. Entre la larga lista de fugitivos del Alto Urgel que pudieron huir a tiempo y que se refugiaron en Andorra, de paso o definitivamente, Galindo cita casos como los del vicario Fornesa, Llovera, Borró, Sinca, Pellicer, Ingla, Roca, Albiña, Cerqueda, Llinàs, Guardiet, Revés, Navarro y el secretario del obispo, Piquer. Así como las catorce monjas y novicias de la Sagrada Familia que el 27 de julio pasan a Andorra con la ayuda de un guía. Quien sabe si la de nuestro Moliné...

[Esta entrada es una versión ampliada de un artículo publicado el 10 de noviembre de 2014 en el Diari d'Andorra]