Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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viernes, 2 de octubre de 2015

Un apunte sobre las mixtificaciones en la epopeya de los pasadores

[Este artículo fue publicado, con alguna modificación que no afecta al sentido, el 20 de julio de 2015. Al día siguiente recibimos la llamada de la hija de Joaquim Baldrich -que no se llama Maria Teresa: Quimet no tuvo ninguna hija con este nombre- para confesarnos su sorpresa, por no decir pasmo, ante la sensacional noticia de que dábamos cuenta: el nicho que el fugitivo Alberto Curiel le legó en 1982 a Maria Teresa Baldrich en agradecimiento a los servicios de su padre como guía, puesto que fue Baldrich el que supuestamente le ayudó a cruzar el Pirineo y llegar a Barcelona. Ciudad donde, por cierto, Curiel acabó instalándose. De hecho, Baldrich murió en 2012 y jamás mencionó el episodio de Curiel y el legado del nicho. Su hija no le concede ninguna verosimilitud. No es la única aportación que se ha revelado dudosa, por no decir falsa, de Refugi de jueus, el libro recientemente publicado y del que procede el episodio del nicho. También parece descartado que fuera Antoni Puigdellívol, el contrabandista y exdeportado andorrano (a Buchenwald, por cierto), el Puigdellívol implicado en la venta de un supuesto autoretrato de Rembrandt que tuvo lugar en mayo de 1945 en Barcelona, y que dejó rastro en un informe de la unidad de inteligencia del ejército norteamericano dedicada al expolio artístico perpetrado por los nazis. En este caso la precisión la aportó la historiadora Rosa Sala Rose, que ha investigado a fondo la trayectoria de Puigdellívol -uno de los secundarios de lujo de El marqués y la esvástica- y que concluye que el traficante de arte es otro Puigdellívol -Antoni Puigdellívol Puigdellívol- y que además se trata muy probablemente de un falso Rembrandt, según el dictamen -dice Sala Rose- de uno de las máximas autoridades en el pintor flamenco. Como se ve, entre Sala Rose y la hija de Quimet Baldrich nos dejaron sin artículo. Y por esta misma razón lo habíamos dejado en el cajón. Hasta hoy: pensamos ahora que merece la pena volver sobre este asunto para llamar la atención sobre el peligro de mixtificación que se cierne sobre materia tan seductora como es la epopeya de los pasadores (y por supuesto, de los fugitivos). Hasta un volumen como este, patrocinado por la Diputación de Barcelona y que cuenta con el aval académico de Josep Calvet -probabemente, la máxima autoridad en la materia- incluye (por lo menos) dos gazapos considerables, que corren el peligro de sentar cátedra precisamente por la autoridad de sus promotores: si la hija de Baldrich no hubiera leído este artículo y no se hubiera tomado la molestia de hacer la llamada, hubiera quedado establecido un episodio incierto, por lo menos en estos términos y con estos protagonistas. Por otra parte, a cualquiera -menos a Sala Rose, tan tenaz como meticulosa- se le hubiera pasado por alto que Antoni Puigdellívol Puigdellívol y Antoni Puigdellívol Argelich no son la misma persona, y le hubiera atribuido alegre y verosímilmente al segundo veleidades de traficante de arte expoliado. La evasión pirenaica durante la II Guerra Mundial es, en fin, suficientemente rica en capítulos y personajes heroicos -y también escabrosos- como para enriquecerla con episodios fabulosos. Por esta razón decidimos incluir el artículo que sigue, aun sabiendo que las dos anécdotas que lo sustentan son -por lo que sabemos- falsos. Pero incluso así, igualmente fascinantes, ya verán.]

Más oportuno, imposible: hace dos meses fallecía Lluís Solà, el último superviviente de la epopeya de los pasadores. Por lo menos, en Andorra y alrededores. Y resulta que su periplo durante los años centrales de la II Guerra Mundial como guía de fugitivos -ya saben, sobre todo judíos pero también jóvenes franceses refractarios al Servicio de Trabajo Obligatorio o que pretendían unirse a las filas de De Gaulle, así como aviadores aliados abatidos sobre la Europa ocupada- da precisamente cuerpo a uno de los capítulos de Barcelona, refugi de jueus (Angle), una nueva monografía sobre este fascinante episodio recién salida del horno y que, como su título apunta, repasa el paper de la capital catalana como lugar de tránsito -y, en ocasiones, destino final- de una cantidad considerable de evadidos judíos.

Joaquim Baldrich, en primer plano, y Eduardo Molné, delante del hotel Palanques de la Massana, sede más o menos oficial de la cadena de Antoni Forné en la que ambos colaboraron; de todos ellos se ha hablado ampliamente en este blog; si volvemos a sacarlos a colación es porque, según el testimonio de Nelly Curiel, su padre, refugiado judío que se instaló en Barcelona en 1942, legó al fallecer un nicho al guía que lo ayudó a cruzar los Pirineos: el mismísimo Baldrich. Fotografía: Máximus.
Lluís Solà, fallecido en julio de 2015 y el último superviviente de la epopeya de los pasadores; también de él hemos dado cumplida cuenta desde estas páginas. Refugi de jueus dedica un capítulo a sus andanzas. Fotografía: Familia Solà.
Supuesto autoretrato de Rembrandt expoliado por los nazis que según los historiadores Víc, a la compañçíator Sorenssen y Rosa Serra intentó colocar Antoni Puigdellívol, excontrabandista y superviviente del campo de Buchenwald a la compañía Bauer Type Foundry de Nueva York. La unidad de inteligencia del ejército norteamericano encargada de seguir el rastro de las obras de arte expoliadas redactó un informe sobre este asunto, pero se desconoce cómo concluyó. Fuente: Rosa Sala Rose.

El historiador Josep Calvet -coautor de Refugi de jueus y autor, seguro que lo recuerdan, de Las montañas de la libertad y Huyendo del Holocausto- habla de unos 10.000 fugitivos para el Pirineo catalán. Lo hace en el capítulo titulado Escapant de la persecució nazi, en que nuestro Solà juega un paper destacado, ya lo hemos avanzado, pero también Joaquim Baldrich (el Pla de Santa Maria, Tarragona, 1917-Escaldes, 2012) y por supuesto la red que Antoni Forné dirigía desde el hotel Palanques de la Massana. Detengámonos un momento en Baldrich, viejo conocido de este blog, porque aparece a cuenta de uno de los judíos que ayudó a pasar -el judío Alberto Curiel- con la particularidad de que al morir éste último en Barcelona, en 1982, y como muestra de agradecimiento -algo truculenta, todo hay que decirlo- le legó... ¡un nicho!

Volveremos enseguida a este episodio porque -convendrá el lector- se lo vale. Pero es que Calvet deja también constancia del tristísimo caso de Jenny Kehr, que Rosa Sala Rose ya había recogido años arás en La penúltima frontera: originaria de la ciudad alemana de Appenheim, donde había nacido en 1895, Kehr fue capturada el 8 de octubre de 1942 en Coll de Nargó, a un tiro de piedra de la frontera andorrana, junto a su marido, Max Regensburger. Procedían del campo de concentración de Gurs, de donde habían huido un minuto antes de que los judíos en él retenidos fueran deportados al Este, y tenían la esperanza de saltar a los EEUU. El matrimonio fue a parar a los calabozos de la Seo, como tantos otros en su misma situación, y a partir de aquí sus caminos de separan de forma definitiva y también trágica: Max es reexpedido al campo de Miranda, destino habitual de los fugitivos en edad militar; Jenny, a la prisión de mujeres de las Corts, en Barcelona, con la mala fortuna de que el gobernador civil de Lérida, Juan Antonio Cremades, ordena el 30 de octubre que sea repatriada a Francia, lo que equivalía a una condena a muerte. Nunca pisó suelo francés; de hecho, ya no salió de Barcelona: la noche antes de ser repatriada se colgó en su celda de las Corts: "Cansada de vivir", concluyó el informe oficial.

Perseguidos, salvados y ausentes
Calvet repasa, en fin, las tres fases que se pueden distinguir en el tránsito de refugiados por los Pirineos durante la guerra: la primera, entre el estallido del conflicto , el 1 de septiembre de 1939, y mayo de 1940, con la caída de París. Durante estos meses pasan de forma legal, con la documentación validada y presentándose reglamentariamente en la aduana correspondiente, sobre todo familias judías procedentes de Polonia, Bélgica y Holanda, los tres primeros países que cayeron en las garras nazis; a partir de 1940, dice el historiador, "las autoridades franquistas dejan de emitir visados y pactan con Vichy la repatriación de los evadidos detenidos en un radio de cinco kilómetros alrededor de la frontera". Al albur de esta nueva política oficial, cientos de judíos, dice Calvet, fueron devueltos a Francia hasta principios de 1943. Es precisamente en este momento, y no antes, cuando empieza el tráfico clandestino de personas. La tercera fase, en la que se concentran el mayor número de evasiones, se registra a partir de noviembre de 1942, con la ocupación alemana de la Francia de Vichy que Hitler ordena en respuesta al desembarco aliado en África.

Calvet recuerda también el papel destacadísimo del portugués Samuel Sequerra, el alma del Joint Distribution Comittee, en la atención a los fugitivos -recuerden en este punto el caso sensacional de Carla Kimhi- y también el de Joan García Rabascall, el hombre del consulado británico en el Pirineo de Lérida, con funciones similares a las de Sequerra: socorrer sobre el terreno a los evadidos que entraban en España, sufragando los gastos generados y gestionando primero el traslado a Barcelona y después a un tercer país de acogida, generalmente EEUU e Israel. Por lo que respecta a la trayectoria de Solà, les remitimos a las notas biográficas publicadas recientemente aquí mismo; otro tanto cabría decir de Baldrich, pero el caso de Curiel -raramente se produce el milagro de poder vincular a un pasador con uno de sus clientes- y especialmente ese pintoresco legado -¡una sepultura para su salvador!- merece sin duda atención especial.

Calvet parte del testimonio de la hija del mismo Curiel, originario de la ciudad turca de Esmirna, emigrado en 1920 a París, que en 1942 se planta en Tolosa dispuesto a cruzar los Pirineos con destino a Barcelona, donde un tío suyo comercializaba con notable éxito el entonces célebre Jarabe Famel. En fon, que lo consiguió gracias a Baldrich, dice Nelly Curiel. Un detalle de la biografía del padre -este de la evasión- que sólo llegó a conocer cuando, una vez fallecido, la familia abrió el testamento y se encontró con la sorprendente manda de un nicho "a una chica que se llamaba Maria Teresa Baldrich y que ninguno de nosotros conocía de nada". El relato pormenorizado de la trayectoria de Curiel lo encontrarán en el apartado documental de Perseguits i salvats, la estupenda web que evoca la epopeya pirenaica de los fugitivos de la II Guerra Mundial y en que Andorra, inexplicablemente, todavía no está presente. Pinchen en perseguits.cat y nos lo dicen: ¿tan difícil resultaría?

Puigdellívol y el autorerato de Rembrandt
El tercer protagonista andorrano de Refugi de jueus es Antoni Puigdellívol. Y de nuevo, con polémica incluida, como en El marqués y la esvástica, de Sala Rose y García-Planas, y Andorrans als camps de concentració nazis, de Porta y Cebrián. Rosa Serra y Víctor Sorenssen desentierran en Els supervivents de l'Holocaust, el capítulo que cierra el volumen, un informe de la Art Looting Investigation Unit (ALIU) -la unidad de inteligencia que investigaba el expolio de arte perpetrado por los nazis durante la guerra- que involucra al antiguo contrabandista y superviviente de Buchenwald en un oscuro caso de tráfico de obras de arte, a cuenta de un supuesto autoretrato de Rembrandt que Puigdellívol, dicen Serra y Sorenssen, intentó vender en julio de 1945 a la compañía Bauer Type Foundry de Nueva York. Pero ni ellos ni la ALIU aclaran el resultado de la operación, así que esta nueva aparición estelar de Puigdellívol el maremágnum de la II Guerra Mundial quedará otra vez envuelto en la sombra.

[Este artículo se publicó el 20 de julio en el diario Bon Dia Andorra]

martes, 28 de enero de 2014

Rostros que huían del horror

La historiadora catalana Rosa Sala Rose reúne en 'La penúltima frontera' el periplo de 23 fugitivos detenidos por las autoridades franquistas al cruzar los Pirineos durante la II Guerra Mundial.

Esta es, con el permiso de Ford Madox Ford, una de las historias más tristes que jamás me hayan contado. La protagoniza -es un decir- Karol Radewicz, adolescente polaco originario de Lwow detenido por la clásica pareja de la Guardia Civil el 5 de junio de 1941, cuando caminaba por la carretera Nacional de Gerona a Barcelona. Venía de Marsella y el nefando delito del que se le acusaba era el de paso clandestino de frontera. En fin, que fue recluido en la prisión provincial de Gerona, primero, e inmediatamente después y en atención, por lo visto, a su corta edad, en la Casa de Misericordia. En el hospicio, vaya. Por cierto: Karol era mudo. Había perdido la voz, según declaró él mismo -y hay que pensar que por escrito- en los inicios de la contienda, en el mismo bombardeo que lo dejó huérfano, y había cruzado media Europa solo y a pie, con la remota esperanza de reunirse un día y en algún lugar con lo que quedaba de su familia. Pero parece que el internamiento el hospicio de Gerona terminó con sus escasas fuerzas. Una semana después de su ingreso en el centro, elevaba una carta al director anunciándole sus intenciones suicidas y -atención- pidiendo perdón por adelantado por las molestias que ello pudiera conllevar: "No puedo quedarme aquí porque mi mundo se ha acabado y no querría matarme en esta casa porque hacerlo le causaría a usted tristeza. Me doy cuenta de que no podré llegar a Portugal ni tampoco regresar a Francia"... Una carta que obtuvo el silencio como respuesta. El caso de Radewicz se resolvió el 5 de julio, un mes después de su detención, cuando la Guardia Civil lo acompañó hasta la frontera y lo obligó a entrar en Francia.

Jenny Kehr y su marido, Nathan, matrimonio de judíos alemanes originario de Appenheim que fue detenido por la Guardia Civil el 8 de octubre de 1942 en Coll de Nargó (Lérida), y deportados el 11 de diciembre. Fotografia: La penúltima frontera.

Paulino Coll Meseguer, gobernador civil de Gerona entre 1939 y 1942; dice Sala que "nunca se permitió ningún comentario que sonara remotamente antisemita", pero en octubre de 1940 ordenó la detención de los Levi, refugiados judíos procedentes de Francia, porque en el hotel del Perthus donde se alojaban les habían oñido dirigirse al perro de la familia con el nombre de Franco. Fotografía: La penúltima frontera.


La bailarina y streaper Dora Poch, judía polaca originaria de Sosnowice, fue detenida en octubre de 1942 e internada en la prisión de Figueras; logró salir e inició en el teatro Tívoli de Barcelona una nueva carrera artística con el nombre de Dora Henríquez. Fotografía: La penúltima frontera.


"No sabemos qué fue de Radewicz, ni si llegó a cumplir su propósito de poner fin a su trágica vida", dice la filóloga y germanista Rosa Sala Rose (Barcelona, 1969), que ha rescatado de las profundidades de los archivos del gobierno civil de Gerona la historia de Karol y la de otra veintena de fugitivos de la Europa ocupada por los nazis que fueron a parar a las prisiones franquistas por "paso clandestino de frontera" y, en casos como el de este joven polaco, amablemente retornados a Francia. Los ha reunido todos en La penúltima frontera (Papel de liar), libro que destila una rara emoción y que revela los nombres, las peripecias y hasta los rostros de los refugiados -especialmente, de los judíos- que cruzaron los Pirineos con la esperanza de escapar a un destino fatal en los campos de exterminio. Una historia que nos ha sido contada en otras ocasiones desde la perspectiva de los pasadores -recuerden las monografías canónicas sobre la materia: Guies, fugitius i espies, de Claude Benet, i Las montañas de la libertad, de Josep Calvet- pero que ahora cede la voz a sus auténticos protagonistas, los fugitivos para quienes la aventura era cuestión de vida o muerte.

En el caso de Radewicz queda margen para la esperanza: que lo volviese a intentar, burlara la vigilancia de las autoridades españolas y llegara finalmente a Portugal, donde él veía su salvación. Pero no queda ni la más remota esperanza en el caso de Jenny Kehr, joven judía originaria de Appenheim (Alemania) detenida el 8 de octubre de 1942 en Coll de Nargó (Alto Urgel). Se había fugado en agosto del campo de concentración de Gurs, en los Pirineos Atlánticos, justo antes de que los judíos de este campo fuesen transferidos al Este. El periplo de Kehr por las prisiones franquistas incluye el calabozo de la de la Seo de Urgel, el campo de Miranda de Ebro y la Modelo de Barcelona, donde ingresa la madrugada del 10 de diciembre. Su destino está sellado: al día siguiente la iban a deportar a Francia. Pero nunca llegó, porque esa misma madrugada se colgó en su celda de la Modelo: "cansada de vivir", dice el parte oficial.

Culpable de judía
Lo que convierte a Kehr, esta mujer "cansada de vivir", en un caso aparte es que el gobernador civil de Lérida en la época, Juan Antonio Cremades, había ordenado su expulsión del territorio español precisa y exactamente "por ser judía". Un caso auténticamente insólito que destaca en la práctica habitual de las autoridades franquistas, que acostumbraban a alegar "paso clandestino de frontera" como causa de expulsión. El caso de Kehrs, opina Sala, obliga a replantear el papel de España en la historia oficial de la Shoah y contradice -o ´por lo menos, lo matiza- al historiador Patrick von zur Mühlen, que en 1992 afirmaba sin ambages que "no existe el menor indicio de que España participara indirectamente en el Holocausto entregando fugitivos a sus verdugos en virtud de su filiación". A partir de ahora, hay por lo menos uno: el de Jenny Kehr.

Hay que añadir que el antisemitismo esgrimido por Cremades -que llega a referirse a la ciudadana hebrea Jenny Sara Kehr, asumiendo por su cuenta y riesgo la legislación nazi que obligaba a las mujeres judías a interponer el apelativo de Sara entre el nombre y el apellido- contrasta vivamente con la práctica habitual de los gobernadores civiles de Gerona, "que nunca se permitieron ningún tipo de comentario que sonara remotamente antisemita". Los detenidos en Gerona lo son bajo la conocida acusación de paso ilegal de frontera. No por su condición de judíos. Ahora bien, continúa Sala, "el documento de Cremades revela una sangre fría terrorífica, porque supone la entrega de una mujer judía en un momento en que la Solución Final ya está en marcha".

Por otra parte, el de Kehr no es el único caso de un refugiado judío entregado a los alemanes por su filiación religiosa y, ejem racial: Calvet ha documentado una decena más, extremo éste que le permite reclamar en el prólogo de La penúltima frontera una reformulación del análisis sobre la conducta de España con respecto a los refugiados porque, dice, "la mayor parte de los expulsados por el gobierno español terminaron en campos de concentración, y la participación española en el Holocausto es por lo tanto evidente".

Dora, la streaper, y Franco, el perrillo
No todas las historias que relata Sala terminan como la de Jenny Kehr. También nos cuenta el pintoresco episodio de los Levi, familia de judíos franceses detenida en La Junquera en octubre de 1940. ¿El delito? Por lo visto, según el delator de turno y durante su estancia en un hotel de la localidad vecina del Perthus, todavía en territorio francés, los había oído referirse a su perrillo con el nombre de Franco, "ofensa grave a la persona de nuestro Caudillo por lo que los he ingresado en la cárcel", justificaba el gobernador civil de Gerona, un tal Coll Meseguer que quizás no era antisemita como Cremades pero que tenía la piel muy fina a la hora de defender el honor ultrajado del Caudillo. Los Levi tuvieron que abonar una multa de 5.000 pesetas antes de ser deportados. Pero tuvieron más suerte al segundo intento: el 28 de diciembre de 1940 toda la familia embarcaba en Lisboa con rumbo al Brasil. Toda la familia... menos Franco. Se desconoce lo que fue del animal.

También deja un buen sabor de boca el periplo de los Poch, familia de judíos polacos originarios de Sosnowice detenida en Vilallovent en octubre de 1942. La hija pequeña, Dora, tenía 20 años en el momento de la detención y había sido bailarina en el Bal Tabarin, el primer coro femenino de París que saltaba al escenario completamente desnudo. Una strepaer, vamos. No sólo se las arregló para salir de la prisión de Figuera en que la habían internado sino que inició una sólida carrera en el Tívoli de Barcelona con el nombre artístico de Dora Henríquez hasta que en abril de 1944 embarca con rumbo a Casablanca. Por La penúltima frontera asoman, claro, otros fugitivos judíos (atención a la peripecia de los Furtmuller), pero también antifascistas italianos (Franco Venturi), un desertor alemán (Otto Pieric), un agente del servicio de inteligencia británico (James Scott Hopkins), el pasador Valeri Pinto -con sede en Oseja y excombatiente republicano, del que se dice que había pertenecido a la partida del Cojo de Málaga, ay- e incluso un descendiente del capitán Dreyfuss, el de J'accuse.

Todos tuvieron que pasar el trago de la hospitalidad que las autoridades franquistas dispensaban a los refugiados que cruzaban los Pirineos huyendo de Hitler: una celda en la prisión provincial -la de Figueras, en la mayoría de los casos reseñados por Sala- y en el célebre campo de Miranda de Ebro (Burgos). Algunos tuvieron la mala suerte de ser deportados a Francia; otros consiguieron legar a Portugal y desde aquí saltar a la Gran Bretaña y la América Latina. ¿Qué juicio le merece a la autora la política española respecto a estos refugiados? Sala evita la contundencia de Calvet, pero no exime al régimen de una cierta responsabilidad: a todos los detenidos, mujeres y niños incluidos, les esperaba un período más o menos largo de reclusión, mientras que los hombres eran internados por un tiempo aleatorio en Miranda. Por supuesto, comparado con los campos de concentración y de exterminio nazis, "no hay color", dice, "pero la mayoría de los refugiados que pasaron por Miranda -y algunos estuvieron recluidos durante tres años- lo consideraban una iniquidad. Y más si se tiene en cuenta que España era un país que se proclamaba neutral. Y eso, sin olvidar los casos de los judíos deportados a Francia. Los hubo, como se ha demostrado".

[Este artículo se publicó el 1 de marzo de 2011 en El Periòdic d'Andorra]