Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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lunes, 2 de marzo de 2015

Tres Rotschild y un destino

El historiador leridano Josep Calvet recoge en Huyendo del Holocausto el periplo de tres de las mujeres de la familia de banqueros judíos que escaparon de los nazis gracias a una red de pasadores que operaba desde territorio andorrano. Y añade nuvos datos a la leyenda negra. No se puede tener todo.

Lérida, 8 de diciembre de 1942. Alberto Poveda, el funcionario encargado del registro de los refugiados que arriban a la ciudad después de haber sido capturados por la policía, da con una de las sorpresas mayúsculas de su carrera: tres mujeres perfectamente equipadas con ropa de abrigo, pantalones y botas de esquí -lo que ya era una absoluta rareza en los fugitivos que aterrizaban en Lérida, habitualmente con una mano delante y otra detrás después de haber sobrevivido a mil penalidades- que se identifican como la baronesa Claude Rotschild y sus dos hijas, Nicole y Monique, de 19 y 17 años. Es decir, las herederas de una de las tres ramas francesas de la celebre saga de banqueros judíos.

Las tres Rotschild, atención, declaran haber cruzado los Pirineos con una de las redes que operaba a través de Andorra -no sabemos cuál: qué lástima- según recuerda el mismo Poveda en Paso clandestino -un día hablaremos de este librito- y recoge el historiador Josep Calvet en Huyendo del Holocausto: judíos evadidos del nazismo a través del Pirineo de Lérida (Milenio). Hay que añadir que las Rotschild le anuncian a Poveda la intención de continuar viaje hasta Barcelona con el objetivo de reunirse con el barón, James Rotschild, que a su vez había cruzado la frontera francoespañola por la parte de Gerona. Y así lo hacen: se hospedarán, por cierto, en el hotel Continental de la Rambla de Canaletasm y una vez reunida toda la familia continuarán hasta Portugal y, desde aquí, hacia Inglaterra. ¡Salvadas!

La de los Rotschild es una de las más afortunadas entre las peripecias con deriva andorrana que recoge Calvet -autor también de Las montañas de la libertad, obra de referencia sobre este asunto. Pero hay otras igualmente suculentas: especialmente reveladora, ya lo verán, es la expedición de otros cuatro judíos -tres de elos polacos, Salomon Nomberg, Moshe Karger y Barnard Margulies, y uno alemán, Siegfried Fleischmann- que en diciembre de 1942 contactan en Ussat-les-Bains con dos contrabandistas españoles -Antonio Heredia y Luis Sala Gil, dos nombres más para la historia universal de la infamia- que se comprometen a conducirlos hasta España. Pasando, claro, por Andorra. El precio del billete: 35.000 francos por cabeza. La expedición, cuenta Calvet, "parte de Ussat la noche del 19 de diciembre, entra en Andorra por el Coll de la Cortinada, y desde aquí se dirigen para descansar al hotel Palanques de la Massana".

Un clásico. Lo que ya no lo es tanto es la extorsión a que los dos guías someterán a los fugitivos: primero les birlan los pocos francos que aun llevaban encima con la excusa de cambiárselos por pesetas; naturalmente, no volvieron a ver ni un céntimo. Después se los llevan en taxi hasta la frontera, donde supuestamente les esperaba un tercer pasador que debía conducirles hasta la Seo. Pero nada sale como les habían prometido: una vez en la frontera, no sólo no hay transporte a la vista sino que antes de abandonarlos a su suerte el tal Sala les roba a punta de pistola sus últimas pertenencias. Expoliados, humillados y cabe suponer que abatidos, todavía encuentran ánimos para continuar a pie hasta la Seo, donde serán detenidos por la policía.
Un capítulo inédito de la leyenda negra que mancha la epopeya de los pasadores y que se añade a otros episodios ya conocidos que Calvet recoge en el volumen, como el de Jacques Grumbach -militante socialista francés abatido en noviembre de 1942 en el puerto de Siguer por su guía, el aragonés Lázaro Cabrero, menudo pájaro- y a de los Allerhand, Gustave e Ida, matrimonio de judíos franceses que salieron de Ussat en septiembre de 1942 y que, concluye Calvet, "fueron presumiblemente asesinados por sus guías".

Cuenta también el periplo del judío austríaco Franz Glück, establecido tras el armisticio en Gnioure -trabajaba en la construcción de la central hidroeléctica de esta localidad vecina de Andorra- que en diciembre de 1942, tras la ocupación de la Francia de Vichy, le ve las orejas al lobo y decide huir sin demora. Por si acaso y con el mismo buen criterio de los Kimhi -¿recuerdan? Lo hará con la ayuda de un contrabandista andorra, dice Calvet y a través del Coll de Peyregrand, pero casi se deja el pellejo en el intento debido a otro clásico: el torb. La fatídica ventisca de nieve tan temida por los contrabandistas y paquetaires: "El trayecto entre Gnioure y Andorra, que en condiciones normales podía hacerse en cinco horas, le llevó 26 de marca continuada".

Llegado a Andorra con graves congelaciones, Glück salva in extremis los pies que un médico pretendía amputarle por las buenas -tal vez el doctor Coco de la leyenda negra- y el 8 de enero de 1943 lo encontramos en la prisión de la Seo -en la época, el convento de Sant Domenec. Calvet concluye el captítulo andorrano con un balance de los fugitivos capturados en la Seo entre 1939 y 1944 bajo la acusación de paso clandestino de fronteras: en total, 486, mayoritariamente franceses (171), seguidos de polacos (166) y supuestos canadienses (44), en realidad franceses que se hacían pasar por originarios del Quebec. Una cifra que considera "extremadamente reducida, sobre todo si la comparamos con los cerca de 3.000 encarcelados en Sort por este mismo delito y en este mismo período". La conclusión no puede ser más favorable para nuestros pasadores: Fue gracias a su actuación que [a diferencia de lo que ocurrió en otros puntos del Pirineo] buena parte de los fugitivos que atravesaron la cadena por Andorra llegaron sanos y salvos hasta Barcelona".

El portugués Sequerra, héroe desconocido
Además de recoger las peripecias de un grupo de fugitivos que cruza los Pirineos a través de Andorra y, sobre todo, analiza las rutas que confluían en Sort, comarca del Pallars Sobirà, Calvet rescata en Huyendo del Holocausto del olvido el papel del American Distribution Joint Committee y de su delegado en Barcelona, el hiperactivo ciudadano portugués Samuel Sequerra, en la asistencia a los fugitivos judíos que, a diferencia de las tres Rotschild, llegaban a España con lo puesto, con frecuencia después de haberlo perdido todo. Como dice Calvet, las actividades de Sequerra durante los años centrales de la guerra -viajando continuamente hasta Sort, Viella y la Seo para contactar con las nuevas remesas de fugitivos y cubrir los gastos que generaban en los hoteles donde se hospedaban- lo convierten en uno de los personajes más interesantes y, a la vez, más desconocidos del período bélico: "Merece una biografía que hoy todavía no tiene"Además de detallar y pormenorizar las rutas de acceso a España, Calvet da la relación de los establecimientos adonde iban a parar cuando pernoctaban en Andorra rumbo a España. La lista la da Claude Benet en Guies, fugitius i espies: hostal del Serrat, hotel Palanques (la Massana), fonda Mandicó (Canillo), Hotel Coma y Cal Carbó (Ordino), hotel Palacín, Paulet, Valira y Pla (Escaldes), hotel Pyrénées (Andorra la Vella) y hotel Pol (Sant Julià de Lòria).

[Este artículo se publicó el 26 de enero de 2015 en el Diari d'Andorra]

viernes, 4 de abril de 2014

Puerto de Envalira, invierno del 36

Fermí Rubiralta reconstruye en Vida i mort d'un separatista la trayectoria de Miquel Badia, político independentista y excomisario de Orden Público de la Generalitat asesinado en Barcelona hace 75 años.

Ayer se cumplieron 75 años. Miquel Badia (Torregrossa, Lérida, 1906-Barcelona, 1936), antiguo comisario general de Orden Público de la Generalitat, cabeza visible de los comandos paramilitares de Estat Català, veterano de los Fets d'Octubre e independentista de largo recorrido que acababa de regresar a Cataluña después de dos años de exilio, era abatido a tiros en la calle Muntaner de Barcelona -número 38, esquina Diputación: una placa recuerda hoy el episodio- por cuatro pistoleros de la CNT, la principal central anarquista del momento. Faltaban tres meses escasos para que estallara la Guerra Civil, y el sector más radical del separatismo catalán perdía a un hombre de acción que como número 2 de Josep Dencàs en la consejería de Interior de la Generaliat había impuesto el orden -a tortazos, cuando convenía- en la turbulenta Barcelona de 1933 y 1934.

10 de febrero de 1936: Miquel Badia, a la izquierda, departe con Secundino Tomàs, jefe de la policía andorrana, en la actual plaza Benlloch de la capital; atención al campanario de San Esteban, al fondo, antes de la remodelación a la que lo sometió Puig i Cadafalch en 1940: salió de ella con un piso más. Fotografía: Archivo Arnau González i Vilalta.

Badia, hoy figura casi legendaria para cierta izquierda irredenta y que nuestro Jaume Ros -él también militante de Estat Català de primera hora- había retratado cuando nadie se acordaba del personaje en Un defensor oblidat de Catalunya, dispone ya de su primera biografía académica. se titula Vida i mort d'un separatista (Duxelm) y la firma el historiador Fermí Rubiralta. Biografía que tiene, por cierto, una curiosa, poco conocida y finalmente decisiva deriva andorrana: porque Badia, exiliado desde los Fets d'Octubre -de 1934: ya saben, cuando Companys salió al balcón de la Generalitat para proclamar por su cuenta y riesgo y saltándose la legalidad republicana el Estat Català- y que había sido todopoderoso comisario general de la Generalitat, apareció el 19 de enero de 1936 en el refugio del puerto de Envalira.

Hasta el 13 de febrero de aquel mismo año, cuando se le pierde definitivamente la pista andorrana, fue una de las vedettes de la vida social, política y también policial del momento: el batlle episcopal primero -Antoni Tomàs, en la época- y el secretario del veguer francés, después -Paul Larrieu, que últimamente nos aparece en todas partes- sometieron a aquel incómodo huésped a sendos interrogatorios que el historiador Arnau González i Vilalta -a quien Rubiralta sigue en este punto- rescató de las profundidades abisales del archivo de la veguería francesa en Nantes. Sostiene Rubiralta que la aventura andorrana de Badia constituye la última etapa del exilio que había estrenado dos años atrás y que lo había llevado a Francia, Colombia, México, Alemania y Bélgica. Se trataba de estar lo más cerca posible de Cataluña para cuando se consumara el esperado triunfo de las izquierdas en las municipales de febrero de 1936. Unas elecciones que, esperaba, le abrirían las puertas del regreso: él era el hombre destinado a reorganizar a las juventudes de Estat Català descabezadas tras los Fets d'Octubre. Pero no tuvo tiempo: los pistoleros de la CNT, con un tal Justo Bueno como jefecillo del comando, lo liquidaron en el atentado del 28 de abril que les costó la vida a él y a su hermano Josep.

Un conspirador de altura
El invierno andorrano del 36 fue, por lo tanto, el último de su breve y agitada existencia. El 19 de enero había entrado clandestinamente en el país bajo el nombre falso de Miquel Comes -según Vilalta, que recoge el episodio en Miquel Badia: documents sobre el seu pas per Andorra- y después de recorrer esquiando los 20 kilómeros que separan Pimoren de Envalira. Los excursionistas que se encontraban aquel día en el refugio -que por otra parte se convirtió en su hogar durante las siguientes cuatro semanas, con ocasionales escapadas a la capital y Escaldes, donde se hospedaba en el hotel Palacín: ¡el mismo donde el invierno siguiente pernoctaría Escrivá de Balaguer!- reportan la llegada de un individuo "vestido de esport, con el pecho al aire y con semblante patibulario, que vestía armilla especialmente corta y muy falto de elementos económicos..." Él ni se inmuta: dedica las siguientes jornadas a entrevistarse con sus conmilitones de Estat Català -Miquel Xicota y Manuel Masaramon- con la consecuencia que el 6 de febrero las autoridades locales empiezan a inquietarse ante la frenética actividad más o menos conspirativa que despliega Badia. Con la excusa de unas supuestas injurias que podría haber proferido contra los veguers con motivo de la lejana expulsión de Enric Canturri, alcalde de la Seo que tras los Fets d'Octubre se había refugiado en Andorra, el batlle Tomás lo cita a declarar. Y Badia, claro, lo niega todo: "En el ánimo del declarante sólo hay un poso de agradecimiento hacia las autoridades y hacia el pueblo andorrano donde ha encontrado acogida", manifiesta con algo de peloteo.

El veguer francés también mete baza y envía al secretario Larrieu para que lo interrogue en el mismo refugio de Envalira. Donde, por cierto, tiene que esperarlo cinco horas hasta su regreso de una jornada de esquí con un periodista de La Dépéche du Midi. Lo más sospechoso que le sonsaca Larrieu es alguna baladronada y una luctuosa premonición -"Se ha jactado de algunos golpes de fuerza en que tuvo que esgrimir el revólver con cierto virtuosismo, y teme ser víctima de una muerte violenta, que por otra parte espera lejana...- y le asegura que se opondrá a una eventual extradición a España. El veguer concluye que llegado el caso habría que expulsarlo a la fuerza. Una eventualidad que afortunadamente para todos no llegó a producirse porque Badia desapareció el 13 de febrero exactamente igual a como había llegado: por sorpresa y sin encomendarse ni a Dios ni al diablo.

Tampoco a las autoridades andorranas, que se quitaron un peso de encima mientras Badia se encaminaba con paso firme a su cita con la muerte. El atentado del 28 de abril levantó mucha polvareda. Todavía hoy la sigue levantando. La versión oficial sostiene que los autores materiales del asesinato fueron cuatro anarquistas de la CNT -Manuel Costas, Ignacio de la Fuente, José Villagrasa y Bueno, el cabecilla- como venganza porque Badia, al frente de las juventudes de Estat Català les había reventado en 1934 una huelga de tranvías. A eso se le llama tener memoria. Esta es también la tesis de Rubiralta, que niega verosimilitud a hipótesis más rocambolescas: la extrema derecha, las mafias del juego y hasta Companys (?), por un oscuro asunto de faldas a cuenta de Carme Ballester, entonces esposa del presidente de la Generalitat.

Lo cierto, concluye el historiador, es que la enemistad con Companys era manifiesta desde los Fets d'Octubre, cuando los separatistas de Estat Català se sintieron engañados por el presidente. Le reprochaban haber hecho, según ellos, todo lo posible para que el golpe fracasara. Según esta tesis, Companys sólo buscaba un golpe de efecto de cara a la galería; Estat Català, la efectiva separación de España: "A Badia lo asesinan el 28 de abril de 1936", concluye Rubiralta. "Pero políticamente ya estaba muerto desde el 6 de octubre de 1934. Es entonces cuando fracasa su estrategia y la de Dencàs, el ideólogo de Estat Català, de profundizar en la nacionalización [glups] de Cataluña aprovechando la hegemonía política de ERC y, si se presentaba la ocasión, lanzarse por el atajo hacia la independencia. Este atajo tenían que ser los Fets d'Octubre: cuando fracasa el golpe, fracasa Badia". Con algún matiz, todo este asunto suena inquietantemente familiar.

[Este artículo se publicó el 29 de abril de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

viernes, 21 de febrero de 2014

Cuando Josemaría fue un fugitivo

Son las 14 horas del viernes, 10 de diciembre de 1937. Un grupo de ocho hombres -el que posa en la portada del libro de aquí abajo, en la plaza Benlloch de Andorra la Vella, para el objetivo de Valentí Claverol- espera a que los gendarmes del puesto de aduanas del Pas de la Casa acaben de revisar la documentación para subir al autobús y cruzar la frontera, camino de l'Ospitalet, Lourdes y finalmente San Sebastián, ya en la España nacional. Se encuentran en la última etapa de un periplo que había comenzado el 8 de octubre de aquel mismo 1937, cuando la expedición abandonó la relativa seguridad que les ofrecía el consulado de Honduras en Madrid dispuestos a dejar atrás la zona republicana. El itinerario: Madrid-Valencia-Barcelona-Peramola-Pallerols-Sant Julià de Lòria. Entre estos ocho hombres se encuentra Josemaría Escrivá de Balaguer, sacerdote aragonés que en 1928 había fundado la prelatura del Opus Dei y que había de ser canonizado en 2002. En tiempo récord, por cierto, pero esta es otra historia.

Volvamos a la escapada: habían entrado en Andorra el 2 de septiembre por el Mas d'Alins, después de recorrer a pie los últimos 100 kilómetros del trayecto, con el guía del Pallars Josep Cirera al frente, y para ellos -como para tantos otros antes y después- nuestro rincón de Pirineo iba a convertirse en sinónimo de libertad. El periplo andorrano de San Josemaría se prolongó ocho días, y hace tres años Alfred Llahí y Jordi Piferrer lo reconstruyeron al detalle en Terra d'acollida, volumen que pasó injustamente desapercibido y que acaba de ser publicado en castellano por Rialp -claro. Una edición que se distribuirá en España y la América Latina y que -atención- coincidirá con el estreno, previsto para el 6 de marzo, de There be dragons, la superproducción dirigida por Roland Joffe (La Misión) que recrea la peripecia bélica del fundador del Opus Dei.

Portada de Andorra: tierra de acogida, originalmente publicado en catalán (Terra d'acollida) y que ahora Rialp edita en castellano. Fotografía: Archivo.

Oportunidad de oro, como se ve, para recuperar Tierra de acogida y descubrir la mina de anécdotas vividas de primera mano y por aquí arriba por uno de los hombres clave -claroscuros incluidos- de la Iglesia Católica del siglo XX. La jornada andorrana de San Josemaría tenía que durar exactamente eso: un día. Estaba previsto que el 3 de diciembre los recogiera en el Pas de la Casa un automóvil enviado por el marqués de Embid, hermano de uno de los miembros de la expedición -José María Albareda. Siempre vienen bien estar  bien relacionado. La nieve que cayó al día siguiente de llegar a Andorra cerró el puerto de Envalira -2.800 metros: no es broma- y fue retrasando la partida de la expedición. No les quedó más remedio que prolongar la estancia en el hotel Palacín de Escaldes -que todavía existe: rebautizado Siracusa. El diario que llevaron los ocho expedicionarios -y que constituye la fuente documental del volumen de Llahí y Piferrer- pasa lista a amigos, conocidos y saludados que les salen al paso en tierra andorrana. Entre los primeros se encuentra mosén Lluís Pujol, arcipreste de los Valles de Andorra, y también los monjes benedicitinos de la congregación que dirigía el colegio de Nuestra Señora de Meritxell, también en Escaldes, y las monjas del colegio de la Sagrada Familia.

Entre los conocidos que desfilan por el diario se encuentra un misterioso Sr. C., que los autores identifican con Joan Fornesa, banquero de la Seo, así como el coronel Baulard, huésped también del mismo hotel Palacín. También rinden cuentas: con el guía Cirera, a quien adeudan 5.000 pesetas por los servicios prestados -deuda que saldarán religiosamente después de la contienda- y con la familia Palacín-Fiter, que les hace no obstante un precio de amigos y les arregla la factura. Vean: ocho huéspedes, ocho noches, por unos módicos 1.300 francos. A 20 francos por barba y día, una sustancial rebaja de l10% sobre la tarifa estándar para no refugiados... En fin, que Tierra de acogida es una mina de anécdotas de este estilo: sin doctrina, sin sermones, sin grandes aspavientos, pero un retrato exacto de las penalidades y de las miserias cotidianas de un grupo de desplazados en tierra extranjera -aunque sea de acogida. Se lee de un tirón y tendrá continuidad con la entrada El Paso de los Pirineos que el mismo Llahí prepara para el monumental Diccionario de San Josemária Escrivá de Balaguer que la editorial Monte Carmelo publicará en 2012. Figurar en la geografía y en el imaginario del Opus Dei es un filón -religioso, por supuesto, pero también cultural y sobre todo turístico- que hasta ahora se ha omitidode forma obtusa y que alguien -ayuntamientos, ministerio- tendría que lanzarse a explorar.

[Este artículo se publicó el 8 de febrero de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

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Josemaría, gancho turístico

El Diccionario del fundador del Opus Dei, recientemente publicado, consagra una entrada a la huida de la zona republicana a través de los Pirineos.

Somos un país sin memoria o, en el mejor de los casos, con una memoria a la altura de Dory. Ya saben, la amigiuta de Nemo. Qué le vamos a hacer. Ni una humilde placa evoca e lpasp por nuestro rinconcito de Pirineo de la plétora de personajes de toda condición que han tenido el detalle de visitarnos -por gusto o forzados por las circunstancias- no diremos ya a lo largo de la historia, sino de nuestro mucho más familiar siglo XX. Anteayer, como quien dice: ni Josep Trueta, ni Pablo Casals, ni García Márquez, ni Josep Pla ni tan siquiera Martí i Pol han merecido tan alto honor. A duras penas el obispo Benlloch, el benfeactor, y aún. A Miguel Mateu, otro prohombre con calle -en Escaldes, a cuenta de la central de Fhasa que él contribuyó decisivamente a construir- se la quitaron hace unnos años. Por franquista.

Bronce de la escultora catalana Rebeca Muñoz en la iglesia parroquial de Sant Julià de Lòria. Se instaló en diciembre de 2012 y conmemora la primera Misa que San Josemaría celebró en tierra andorrana, la mañana del 2 de diciembre de 1937. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Vista actual del hotel Siracusa, en la avenida Pont de la Tosca de Escaldes (Andorra): en 1937 era el hotel Palacín, y en él se hospedó entre el 2 y el 10 de diciembre el grupo de San Josemaría. Abonaron una factura de 1.300 francos, con una sustancial rebaja del 10% sobre la tarifa habitual, recuerda Alfred Llahí en Tierra de acogida. Fotografía: Àlex Lara / El Periòdic d'Andorra.

Bueno: pues por eso mismo tiene doble mérito la ocurrencia de Alfred Llahí, que pretende marcar con una pequeña rosa de Rialp los escenarios principales de la jornada andorrana de San Josemaría -ya saben, el fundador del Opus Dei- en el episodio conocido como El Paso de los Pirineos que el mismo periodista ha contado con pelos y señales en Tierra de acogida. Esos ocho días, entre el 2 y el 10 de diciembre, que el futuro santo pasó entre nosotros huyendo de la persecución religiosa desencadenada en la España republicana -los incontrolados y tal- y que protagonizan una de las 288 entradas del Diccionario de San Josemaría Escrivá de Balaguer (Monte Carmelo), tocho considerable que roza las 1.400 páginas y que pretende resumir en estas 288 pastillas la vida, la obra y la doctrina del santo. Que conste que más de la mitad de las voces son de contenido estrictamente teológico, así que el Diccionario no es precisamente para todos los paladares.

Hay que decir que Llahí no se ha limitado al copy/paste de turno, ni tampoco a extractar los datos de Tierra de acogida, sinpo que lo ha completado con las peripecias anteriores y posteriores a la jornada andorrana, que habían quedado fuera del primer volumen: es decir, lo que ocurrió entre el 8 de octubre de 1937, cuando Escrivá y sus compañeros abandonan la embajada de Honduras en Madrid, donde se habían refugiado, y la madrugada del 2 de diciembre, cuando entran en Andorra por el Mas d'Alins. El 10 de diciembre cruzan la frontera andorranofrancesa por el Pas de la Casa, para plantarse al día siguiente en Hendaya, después de dormir en Saint Gaudens y previa parada en Lourdes para celebrar la reglamentaria Misa.

Pero regresemos a Llahí y a la idea esta de amojonar el rastro andorrano del fundador de la prelatura. Una ocurrencia si se quiere modesta, pero ensayada (con éxito) en todo el Occidente civilizado para aprovechar el gancho de celebrities de primera, segunda o quinta fila. En el caso que nos ocupa, se trata de  un turismo religioso de proporciones modestas -"Sería abusrdo soñar en un turismo de masas", advierte- pero fidelísimo y reincidente: sólo hay que ver los centenares de peregrinos que cada junio se congregan en el aplec de San Josemaría convocado por la Associació d'Amics del Camí de Pallerols de Rialp a Andorra, y que en diciembre pasado, en la también anual jornada Camins de Llibertat, reunió a una pequeña multitud en el Centro de Congresos de Andorra la Vella: un millar de personas son la prueba física del poder de convocatoria de nuestro santo de hoy.

En fin, que lo que Llahí propone es tan discreto como eficaz: una rosa de Rialp -el símbolo de Josemaría- en el hotel Siracusa de Escaldes, donde los refugiados se instalaron en 1937; otra en el Centro de Arte, también en Escaldes, donde en la época la orden benedictina regentaba el colegio Nuestra Señora de Meritxell, y -por qué no- una tercera en la parroquial de Sant Julià de Lòria, la primera iglesia sin profanar que San Josemaría pisaba desde julio de 1936, donde celebró su primera Misa en libertad, y donde hace un año se instaló un bronce de la escultora catalana Rebeca Muñoz que evoca y conmemora aquel momento epifánico. Ya que hablamos de todo esto, alguien podría tomar nota y dedicarse a localizar y marcar nuestros escenarios de la -ejem- memoria. Como dice Llahí, si los mallorquines han convertido en una rentable industria turística los 15 días escasos que Chopin pasó en Valldemossa, ¿por qué no tomamos debida nota? La verdad, otras de más verdes han madurado.

[Este artículo se publicó el 21 de noviembre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]