Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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jueves, 1 de mayo de 2014

Lluís Capdevila, cronista de guerra

Formó parte de aquella generación de hombres de acción y también de letras, republicanos de una pieza, individuos de personalidad proteica y humanistas practicantes -los Orobitg, Fontbernat, Albert, Anglada, Griera y Ros, la relación no pretende ser exhaustiva- a quienes la Guerra Civil y el posterior exilio acabaron llevando a Andorra. Como la mayor parte de sus colegas de exilio que protagonizaron el despertar artístico e intelectual del país, también Lluís Capdevila (Barcelona, 1895-Andorra la Vella, 1980) ha desaparecido hoy casi absolutamente de la memora pública. Sólo nos quedan las sombras: viejos ejemplares descatalogados del Llibre d'Andorra o de L'alba dels primers camins, el primer volumen de sus oceánicas memorias, saldados en los puestos de La Paperassa, el mercado del libro usado semanal en la Rotonda de Andorra la Vella. En fin. Para paliar ni que sea muy parcialmente este olvido culposo, la Fundación Josep Irla acaba de recoger en un volumen profusamente ilustrado y precedido de un amplio estudio biográfico la obra digamos bélica de nuestro hombre: bajo el título Les cròniques de guerra de Lluís Capdevila (Duxelm) se rescatan de la hemeroteca 46 artículos escritos entre 1936 y 1939, aparecidos en La Humanitat -el diario de Esquerra Republicana de Catalunya que él mismo dirigió- y otras publicaciones en catalán y en castellano como Amic, Meridià, Catalans!, Mi revista y Hora de España.

Capdevila, en la época en que ejerció como comisario de la columna Macià-Companys y envió a diferentes diarios catalanes un alud de crónicas; de las 227 que publicó, Duxelm ha rescatado 46 en Les cròniques de guerra de Lluís Capdevila. Fotografía Duxelm.

El resto, hasta completar las 227 crónicas, se pueden consultar en línea en www.irla.cat.publicacions. Merecen atenció especial los reportajes escritos desde el frente -Capdevila fue comisario des la columna Macià-Companys- y la serie L'ofensiva contra Belchite, una docena de piezas que relatan uno de los episodios más célebres de la contienda: El comissari del poble, Rosa Domènec, alferes, La mort heroica del capità Molino, Diàleg de l'estilogràfica i la pistola, La guerra i els periodistes, L'ofrena d'una bandera y Teatre en el front de guerra son otros ejemplos de este periodismo de trinchera que Capdevila practicó durante le guerra, cuando ya era un intelectual de renombre -periodista, novelista y. sobre todo, comediógrafio de enorme éxito popular: suya es la letra de la zarzuela Cançó d'amor i de guerra. Entre los muchos datos que aporta el editor, Josep Maria Figueres, en el estudio introductorio, conviene recordar la existencia de un epistolario inédito fechado en Poitiers y Sant Julià de Lòria, así como las monumentales memorias en una docena de volúmenes de los que sólo se llegaron a publicar los dos primeros, L'alba dels primers camins (1968) y De la Rambla a la presó (1975). Ahora que se pbulica casi todo, quizás va siendo hora de que alguien se acuerde de Capdevila.

[Este artículo se publicó el 14 de abril de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

Un olvidado con mucha memoria
Cossetània publica el tercer volumen de la monumental autobiografia de Lluís Capdevila: La República, el periodisme, el teatre repasa los años de madurez, como director del diario La Humanitat y amigo íntimo del presidente Companys.

En nuestra muy transitada galería de ilustres olvidados, Lluís Capdevila es uno de los más conspicuos. Cosa que le hemos pagado como sólo saben nuestras ilustres autoridades: ni plaza, ni calle, ni un triste rincón que honre su memoria. Nada.Como si por este rincón de Pirineo nuestro abundaran los tipos de una pieza -de muchas piezas, en este caso- como Capdevila: dramaturgo de éxito en los años dorados del Paralelo barcelonés; coautor de Canción de amor i de guerra -probablemente la más célebre de las zarzuelas catalanas-, reportero de primera hora y protagonista de los años mas gloriosos del periodismo catalán -los de la República, que él vivió en primera fila como director de La Humanitat, el diario de Esquerra Republicana de Catalunya (ERC). Pero aún hay más: amigo íntimo del presidente Companys, comisario de propaganda y cronista bélico durante la Guerra Civil, exiliado tras la derrota republicana -primero en Poitiers y desde finales de los años 60, en Andorra- y autor, atención, de Història de la meva vida i dels meus fantasmes, monumentales memorias en doce volúmenes de los que hasta la fecha tan sólo se habían publicado los dos primeros -y como quien dice, en la Prehistoria: L'alba dels primers camins, en 1968; De la Rambla a la presó, en 1975. Los dos son hoy carne de bibliófilo. Como el Llibre d'Andorra, ya que hablamos de ejemplares raros, probablemente la introducción más suculenta a las cosas andorranas jamás salida de pluma humana. Y lo dice Sergi Mas, que conste.
Pero hablábamos de los dos primeros volúmenes de Història de la meva vida.Primeros y únicos... hasta hoy, claro, que Cossetània rescata la tercera entrega: un tocho de tres centenares y medio de páginas editado por el periodista catalán Francesc Canosa y titulado precisamente La República, el periodisme, el teatre. Es decir, los años de plenitud de Capdevila, que coinciden con el segundo experimento republicano en España y que él vivirá detrás o mejor, al lado de los protagonistas como director de La Humanitat, militante destacado de ERC y hombre con privilegiado hilo directo con el presidente Companys. Canosa lo define como "un francotirador, un outsider y un rara avis" sin pelos en la lengua a la hora de juzgar -muy críticamente- los Fets d'Octubre -ya saben, Companys proclamando el Estat Català desde el balcón de la Generalidad en la plaza de Sant Jaume. Por la falta de realismo de los golpistas, dice Canosa: "Capdevila lo interpretó como una llamarada, un disparo a la nada que terminó con la supresión del Estatuto y con Companys en prisión; la prueba, en fin, de que el país, la sociedad no estaba preparado para un régimen como el republicano".
Era, eso sí, un hombre de partido: catalanista, republicano y de izquierdas, que debe ser casi lo máximo que se puede ser en esta vida. Facción sindicalista. Por eso mismo Companys lo colocó como director del diario de ERC, en un fenómeno -éste de la prensa de partido, por no decir sectaria- hoy algo exótico pero en la época absolutamente necesario para hacer política. Pero si una característica define a Capdevila es su personalidad intelectualmente poliédrica: "Un personaje con inquietudes y ámbitos de actuación muy diversos, emparentado con un humanismo en cierta manera muy actual", dice Canosa, y que no tendrá problemas en apartarse del discurso oficial y -siendo como es fue un miembro del establishment- criticar la incapacidad maniefiesta de los hombres de la República.

Memorialista ingente
Y es precisamente en las memorias donde emerge con toda la potencia el carácter proteico de Capdevila: "Es su territorio, donde más cómodo se siente como escritor, donde más él se siente, donde más se deja ir". Un cóctel donde sacan la nariz todas sus facetas. La de hombre de mundo, por ejemplo: Por las páginas de La República, el periodisme, el teatre desfilan multitud de personajes, desde Companys y García Lorca hasta Margarida Xirgu y H. G. Wells. Capdevila, como se ve, apuntaba alto a la hora de alternar y buscarse compañías interesantes.
Atención también porque los doce volúmenes de Història de la meva vida no tienen parangón en la literatura catalana del siglo XX. Así que no es extraño que Canosa coloque esta obra monumental en lo más alto de la bibliografía de nuestro hombre, por delante de su obra como dramaturgo, como novelista e incluso como reportero de guerra. ¿Cómo es posible que un personaje así haya caído en el olvido? El autor (se) lo explica por la debacle republicana, que terminó con el 80% de los periodistas catalanes, dice, en el exilio: "Es lo que denomino la Cataluña iceberg, la Cataluña congelada: todo lo que existía antes de la guerra queda interrumpido y ya no tendrá jamás continuidad". Y lo que había antes del 18 de julio de 1936 era mucho. Tanto, insiste, que difícilmente estamos en condiciones de imaginarlo: el periodismo catalán de los años 30 había alcanzado un nivel que no tenía nada que envidiar a los grandes nombres que triunfaban en EEUU, Francia o Alemania, sostiene Canosa, a quien se le va algo la mano: mucho antes de que Truman Capote inventara el Nuevo Periodismo, en Cataluña ya se practicaba un reporterismo de raíz inequívocamente moderna. Doménech de Bellmunt, sin ir más lejos, uno de sus principales valedores y -vaya por donde- otro ilustre olvidado que terminó exiliándose en Andorra. Pero donde el periodismo catalán daba la medida de lo que hubiera podido llegar a ser es en la clase media del ecosistema comunicativo local: gente como Irene Polo, Just Cabot, Josep Maria Planes, Plató Peig, Josep Amic... y nuestro Capdevila. Ellos y otros muchos como ellos, continúa Canosa, son los que le confirieron por ejemplo al Barrio Chino -hoy, anodinamente rebautizado como Raval- categoría mediática: los sucesos ligados a la prostitución, a la droga y al alcohol los procesaban como material de ficción y los regurgitaban en los dramas, sainetes y novelas que ellos mismos escribían y estrenaban en los teatros del Paralelo, "la primera cultura de masas que se genera en Barcelona". Y Capdevila era uno más de la tropa de autores de esta edad de oro.
Su papel durante la Guerra Civil, como comisario de propaganda de la columna Macià-Companys -con la que cubrió por ejemplo la campaña de Brunete- queda para próximas entregas de las memorias, en manos de la familia y que Canosa confía -sin mucho entusiasmo, todo sea dicho- que irán viendo la luz. Unas memorias que comenzó a redactar en Poitiers -donde ejercía como profesor de literatura española en la universidad local- y que tendrán en Andorra su acto final. Así que ahora es quizás el momento de ceder la palabra a Sergi Mas, que retrata no solo al autor, sino también y sobre todo al personaje. Por ejemplo, en la anécdota quien sabe si apócrifa y que otras fuentes atribuyen gozosamente al filósofo Francesc Pujols. Cuenta la leyenda que al dirigirse al exilio y justo en la frontera, Capdevila se cambió la cazadora de cuero y la gorra de comisario por el sombrero de copa, la corbata de diplomático, los pantalones de mil rayas y los botines de charol: "En fin, que ante un individuo de rango tan elevado el batallón de gendarmes que vigilaba la frontera no tuvo más remedio que cuadrarse y rendirle los honores debidos. ¡Menudo personaje, Capdevila!" El mismo, dice, que se personaba en el frente con monóculo, hecho un dandy, y que los días de vino y rosas, cuando triunfaba en Madrid como dramaturgo y alternaba con Valle Inclán, Benavente y Echegaray en la tertulia del Pombo, se hacía llevar de un lado a otro a bordo de un automóvil conducido por un chófer negro. Como Cela -nadie es perfecto- pero medio siglo antes. Un dandismo que lo acompañó en sus días andorranos, cuando ejercía como asesor de Editorial Andorra -a él se debe buena parte del impresionante catálogo que el sello fue capaz de publicar en los años 60: Sender, Aub y compañía- e iba a pasar los veranos a Can Nagol de Sant Julià de Lòria, "con la pipa siempre cargada con tabaco Dunhill, coñac francés y el sueño de adquirir una capillita románica para instalarse definitivamente en ella". Si quieren un trago de los años dorados de Capdevila, ya lo saben: La República, el periodisme, el teatre. Y a poner velas para que alguno de nuestros audaces editores se atreva de una vez con los otro nueve volúmenes de la la historia de su vida y de sus fantasmas.

[Este artículo se publicó el 12 de febrero de 2013 en El Periòdic d'Andorra]



viernes, 4 de abril de 2014

Puerto de Envalira, invierno del 36

Fermí Rubiralta reconstruye en Vida i mort d'un separatista la trayectoria de Miquel Badia, político independentista y excomisario de Orden Público de la Generalitat asesinado en Barcelona hace 75 años.

Ayer se cumplieron 75 años. Miquel Badia (Torregrossa, Lérida, 1906-Barcelona, 1936), antiguo comisario general de Orden Público de la Generalitat, cabeza visible de los comandos paramilitares de Estat Català, veterano de los Fets d'Octubre e independentista de largo recorrido que acababa de regresar a Cataluña después de dos años de exilio, era abatido a tiros en la calle Muntaner de Barcelona -número 38, esquina Diputación: una placa recuerda hoy el episodio- por cuatro pistoleros de la CNT, la principal central anarquista del momento. Faltaban tres meses escasos para que estallara la Guerra Civil, y el sector más radical del separatismo catalán perdía a un hombre de acción que como número 2 de Josep Dencàs en la consejería de Interior de la Generaliat había impuesto el orden -a tortazos, cuando convenía- en la turbulenta Barcelona de 1933 y 1934.

10 de febrero de 1936: Miquel Badia, a la izquierda, departe con Secundino Tomàs, jefe de la policía andorrana, en la actual plaza Benlloch de la capital; atención al campanario de San Esteban, al fondo, antes de la remodelación a la que lo sometió Puig i Cadafalch en 1940: salió de ella con un piso más. Fotografía: Archivo Arnau González i Vilalta.

Badia, hoy figura casi legendaria para cierta izquierda irredenta y que nuestro Jaume Ros -él también militante de Estat Català de primera hora- había retratado cuando nadie se acordaba del personaje en Un defensor oblidat de Catalunya, dispone ya de su primera biografía académica. se titula Vida i mort d'un separatista (Duxelm) y la firma el historiador Fermí Rubiralta. Biografía que tiene, por cierto, una curiosa, poco conocida y finalmente decisiva deriva andorrana: porque Badia, exiliado desde los Fets d'Octubre -de 1934: ya saben, cuando Companys salió al balcón de la Generalitat para proclamar por su cuenta y riesgo y saltándose la legalidad republicana el Estat Català- y que había sido todopoderoso comisario general de la Generalitat, apareció el 19 de enero de 1936 en el refugio del puerto de Envalira.

Hasta el 13 de febrero de aquel mismo año, cuando se le pierde definitivamente la pista andorrana, fue una de las vedettes de la vida social, política y también policial del momento: el batlle episcopal primero -Antoni Tomàs, en la época- y el secretario del veguer francés, después -Paul Larrieu, que últimamente nos aparece en todas partes- sometieron a aquel incómodo huésped a sendos interrogatorios que el historiador Arnau González i Vilalta -a quien Rubiralta sigue en este punto- rescató de las profundidades abisales del archivo de la veguería francesa en Nantes. Sostiene Rubiralta que la aventura andorrana de Badia constituye la última etapa del exilio que había estrenado dos años atrás y que lo había llevado a Francia, Colombia, México, Alemania y Bélgica. Se trataba de estar lo más cerca posible de Cataluña para cuando se consumara el esperado triunfo de las izquierdas en las municipales de febrero de 1936. Unas elecciones que, esperaba, le abrirían las puertas del regreso: él era el hombre destinado a reorganizar a las juventudes de Estat Català descabezadas tras los Fets d'Octubre. Pero no tuvo tiempo: los pistoleros de la CNT, con un tal Justo Bueno como jefecillo del comando, lo liquidaron en el atentado del 28 de abril que les costó la vida a él y a su hermano Josep.

Un conspirador de altura
El invierno andorrano del 36 fue, por lo tanto, el último de su breve y agitada existencia. El 19 de enero había entrado clandestinamente en el país bajo el nombre falso de Miquel Comes -según Vilalta, que recoge el episodio en Miquel Badia: documents sobre el seu pas per Andorra- y después de recorrer esquiando los 20 kilómeros que separan Pimoren de Envalira. Los excursionistas que se encontraban aquel día en el refugio -que por otra parte se convirtió en su hogar durante las siguientes cuatro semanas, con ocasionales escapadas a la capital y Escaldes, donde se hospedaba en el hotel Palacín: ¡el mismo donde el invierno siguiente pernoctaría Escrivá de Balaguer!- reportan la llegada de un individuo "vestido de esport, con el pecho al aire y con semblante patibulario, que vestía armilla especialmente corta y muy falto de elementos económicos..." Él ni se inmuta: dedica las siguientes jornadas a entrevistarse con sus conmilitones de Estat Català -Miquel Xicota y Manuel Masaramon- con la consecuencia que el 6 de febrero las autoridades locales empiezan a inquietarse ante la frenética actividad más o menos conspirativa que despliega Badia. Con la excusa de unas supuestas injurias que podría haber proferido contra los veguers con motivo de la lejana expulsión de Enric Canturri, alcalde de la Seo que tras los Fets d'Octubre se había refugiado en Andorra, el batlle Tomás lo cita a declarar. Y Badia, claro, lo niega todo: "En el ánimo del declarante sólo hay un poso de agradecimiento hacia las autoridades y hacia el pueblo andorrano donde ha encontrado acogida", manifiesta con algo de peloteo.

El veguer francés también mete baza y envía al secretario Larrieu para que lo interrogue en el mismo refugio de Envalira. Donde, por cierto, tiene que esperarlo cinco horas hasta su regreso de una jornada de esquí con un periodista de La Dépéche du Midi. Lo más sospechoso que le sonsaca Larrieu es alguna baladronada y una luctuosa premonición -"Se ha jactado de algunos golpes de fuerza en que tuvo que esgrimir el revólver con cierto virtuosismo, y teme ser víctima de una muerte violenta, que por otra parte espera lejana...- y le asegura que se opondrá a una eventual extradición a España. El veguer concluye que llegado el caso habría que expulsarlo a la fuerza. Una eventualidad que afortunadamente para todos no llegó a producirse porque Badia desapareció el 13 de febrero exactamente igual a como había llegado: por sorpresa y sin encomendarse ni a Dios ni al diablo.

Tampoco a las autoridades andorranas, que se quitaron un peso de encima mientras Badia se encaminaba con paso firme a su cita con la muerte. El atentado del 28 de abril levantó mucha polvareda. Todavía hoy la sigue levantando. La versión oficial sostiene que los autores materiales del asesinato fueron cuatro anarquistas de la CNT -Manuel Costas, Ignacio de la Fuente, José Villagrasa y Bueno, el cabecilla- como venganza porque Badia, al frente de las juventudes de Estat Català les había reventado en 1934 una huelga de tranvías. A eso se le llama tener memoria. Esta es también la tesis de Rubiralta, que niega verosimilitud a hipótesis más rocambolescas: la extrema derecha, las mafias del juego y hasta Companys (?), por un oscuro asunto de faldas a cuenta de Carme Ballester, entonces esposa del presidente de la Generalitat.

Lo cierto, concluye el historiador, es que la enemistad con Companys era manifiesta desde los Fets d'Octubre, cuando los separatistas de Estat Català se sintieron engañados por el presidente. Le reprochaban haber hecho, según ellos, todo lo posible para que el golpe fracasara. Según esta tesis, Companys sólo buscaba un golpe de efecto de cara a la galería; Estat Català, la efectiva separación de España: "A Badia lo asesinan el 28 de abril de 1936", concluye Rubiralta. "Pero políticamente ya estaba muerto desde el 6 de octubre de 1934. Es entonces cuando fracasa su estrategia y la de Dencàs, el ideólogo de Estat Català, de profundizar en la nacionalización [glups] de Cataluña aprovechando la hegemonía política de ERC y, si se presentaba la ocasión, lanzarse por el atajo hacia la independencia. Este atajo tenían que ser los Fets d'Octubre: cuando fracasa el golpe, fracasa Badia". Con algún matiz, todo este asunto suena inquietantemente familiar.

[Este artículo se publicó el 29 de abril de 2011 en El Periòdic d'Andorra]