Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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lunes, 2 de marzo de 2015

Tres Rotschild y un destino

El historiador leridano Josep Calvet recoge en Huyendo del Holocausto el periplo de tres de las mujeres de la familia de banqueros judíos que escaparon de los nazis gracias a una red de pasadores que operaba desde territorio andorrano. Y añade nuvos datos a la leyenda negra. No se puede tener todo.

Lérida, 8 de diciembre de 1942. Alberto Poveda, el funcionario encargado del registro de los refugiados que arriban a la ciudad después de haber sido capturados por la policía, da con una de las sorpresas mayúsculas de su carrera: tres mujeres perfectamente equipadas con ropa de abrigo, pantalones y botas de esquí -lo que ya era una absoluta rareza en los fugitivos que aterrizaban en Lérida, habitualmente con una mano delante y otra detrás después de haber sobrevivido a mil penalidades- que se identifican como la baronesa Claude Rotschild y sus dos hijas, Nicole y Monique, de 19 y 17 años. Es decir, las herederas de una de las tres ramas francesas de la celebre saga de banqueros judíos.

Las tres Rotschild, atención, declaran haber cruzado los Pirineos con una de las redes que operaba a través de Andorra -no sabemos cuál: qué lástima- según recuerda el mismo Poveda en Paso clandestino -un día hablaremos de este librito- y recoge el historiador Josep Calvet en Huyendo del Holocausto: judíos evadidos del nazismo a través del Pirineo de Lérida (Milenio). Hay que añadir que las Rotschild le anuncian a Poveda la intención de continuar viaje hasta Barcelona con el objetivo de reunirse con el barón, James Rotschild, que a su vez había cruzado la frontera francoespañola por la parte de Gerona. Y así lo hacen: se hospedarán, por cierto, en el hotel Continental de la Rambla de Canaletasm y una vez reunida toda la familia continuarán hasta Portugal y, desde aquí, hacia Inglaterra. ¡Salvadas!

La de los Rotschild es una de las más afortunadas entre las peripecias con deriva andorrana que recoge Calvet -autor también de Las montañas de la libertad, obra de referencia sobre este asunto. Pero hay otras igualmente suculentas: especialmente reveladora, ya lo verán, es la expedición de otros cuatro judíos -tres de elos polacos, Salomon Nomberg, Moshe Karger y Barnard Margulies, y uno alemán, Siegfried Fleischmann- que en diciembre de 1942 contactan en Ussat-les-Bains con dos contrabandistas españoles -Antonio Heredia y Luis Sala Gil, dos nombres más para la historia universal de la infamia- que se comprometen a conducirlos hasta España. Pasando, claro, por Andorra. El precio del billete: 35.000 francos por cabeza. La expedición, cuenta Calvet, "parte de Ussat la noche del 19 de diciembre, entra en Andorra por el Coll de la Cortinada, y desde aquí se dirigen para descansar al hotel Palanques de la Massana".

Un clásico. Lo que ya no lo es tanto es la extorsión a que los dos guías someterán a los fugitivos: primero les birlan los pocos francos que aun llevaban encima con la excusa de cambiárselos por pesetas; naturalmente, no volvieron a ver ni un céntimo. Después se los llevan en taxi hasta la frontera, donde supuestamente les esperaba un tercer pasador que debía conducirles hasta la Seo. Pero nada sale como les habían prometido: una vez en la frontera, no sólo no hay transporte a la vista sino que antes de abandonarlos a su suerte el tal Sala les roba a punta de pistola sus últimas pertenencias. Expoliados, humillados y cabe suponer que abatidos, todavía encuentran ánimos para continuar a pie hasta la Seo, donde serán detenidos por la policía.
Un capítulo inédito de la leyenda negra que mancha la epopeya de los pasadores y que se añade a otros episodios ya conocidos que Calvet recoge en el volumen, como el de Jacques Grumbach -militante socialista francés abatido en noviembre de 1942 en el puerto de Siguer por su guía, el aragonés Lázaro Cabrero, menudo pájaro- y a de los Allerhand, Gustave e Ida, matrimonio de judíos franceses que salieron de Ussat en septiembre de 1942 y que, concluye Calvet, "fueron presumiblemente asesinados por sus guías".

Cuenta también el periplo del judío austríaco Franz Glück, establecido tras el armisticio en Gnioure -trabajaba en la construcción de la central hidroeléctica de esta localidad vecina de Andorra- que en diciembre de 1942, tras la ocupación de la Francia de Vichy, le ve las orejas al lobo y decide huir sin demora. Por si acaso y con el mismo buen criterio de los Kimhi -¿recuerdan? Lo hará con la ayuda de un contrabandista andorra, dice Calvet y a través del Coll de Peyregrand, pero casi se deja el pellejo en el intento debido a otro clásico: el torb. La fatídica ventisca de nieve tan temida por los contrabandistas y paquetaires: "El trayecto entre Gnioure y Andorra, que en condiciones normales podía hacerse en cinco horas, le llevó 26 de marca continuada".

Llegado a Andorra con graves congelaciones, Glück salva in extremis los pies que un médico pretendía amputarle por las buenas -tal vez el doctor Coco de la leyenda negra- y el 8 de enero de 1943 lo encontramos en la prisión de la Seo -en la época, el convento de Sant Domenec. Calvet concluye el captítulo andorrano con un balance de los fugitivos capturados en la Seo entre 1939 y 1944 bajo la acusación de paso clandestino de fronteras: en total, 486, mayoritariamente franceses (171), seguidos de polacos (166) y supuestos canadienses (44), en realidad franceses que se hacían pasar por originarios del Quebec. Una cifra que considera "extremadamente reducida, sobre todo si la comparamos con los cerca de 3.000 encarcelados en Sort por este mismo delito y en este mismo período". La conclusión no puede ser más favorable para nuestros pasadores: Fue gracias a su actuación que [a diferencia de lo que ocurrió en otros puntos del Pirineo] buena parte de los fugitivos que atravesaron la cadena por Andorra llegaron sanos y salvos hasta Barcelona".

El portugués Sequerra, héroe desconocido
Además de recoger las peripecias de un grupo de fugitivos que cruza los Pirineos a través de Andorra y, sobre todo, analiza las rutas que confluían en Sort, comarca del Pallars Sobirà, Calvet rescata en Huyendo del Holocausto del olvido el papel del American Distribution Joint Committee y de su delegado en Barcelona, el hiperactivo ciudadano portugués Samuel Sequerra, en la asistencia a los fugitivos judíos que, a diferencia de las tres Rotschild, llegaban a España con lo puesto, con frecuencia después de haberlo perdido todo. Como dice Calvet, las actividades de Sequerra durante los años centrales de la guerra -viajando continuamente hasta Sort, Viella y la Seo para contactar con las nuevas remesas de fugitivos y cubrir los gastos que generaban en los hoteles donde se hospedaban- lo convierten en uno de los personajes más interesantes y, a la vez, más desconocidos del período bélico: "Merece una biografía que hoy todavía no tiene"Además de detallar y pormenorizar las rutas de acceso a España, Calvet da la relación de los establecimientos adonde iban a parar cuando pernoctaban en Andorra rumbo a España. La lista la da Claude Benet en Guies, fugitius i espies: hostal del Serrat, hotel Palanques (la Massana), fonda Mandicó (Canillo), Hotel Coma y Cal Carbó (Ordino), hotel Palacín, Paulet, Valira y Pla (Escaldes), hotel Pyrénées (Andorra la Vella) y hotel Pol (Sant Julià de Lòria).

[Este artículo se publicó el 26 de enero de 2015 en el Diari d'Andorra]

sábado, 28 de febrero de 2015

La leyenda negra: otro capítulo (según Pierre Saint Laurens)

Pierre Saint Laurens, contrabandista y pasador de hombres, recuerda en sus memorias la entrega a los alemanes por parte del secretario de la vegueria francesa, el ínclito Pierre Larrieu, de un grupo de fugitivos judíos; sostiene que el secretario Larrieu le impidió liberar a los fugitivos a punta de pistola en un tenso encuentro mantenido en Fra Miquel, el refugio en lo alto del puerto de Envalira.

Días atrás conocíamos el testimonio sensacional de Carla Kimhi, la judía austríaca que en 1942, cuando tenía 12 años, huyó de los nazis a través de Andorra y llegó a España gracias a uno de los pasadores con base en nuestro rincón de Pirineos: un tal Pierre, de quien no sabemos nada más que tenía una hija de la misma edad de Carla que había tenido que dejar atrás -se había exiliado tras la Guerra Civil española- y a la que visitaba aprovechando sus periplos como contrabandista de hombres. He aquí otro capítulo de la leyenda blanca de los pasadores contado por una vez y de viva voz por uno de sus protagonistas. Pero esta fascinante epopeya tiene como es bien sabido su reverso, su lado oscuro: episodios de pura sevicia en que los supuestos guías que tenían que conducir su cargamento de fugitivos hasta la relativa seguridad que les brindaba la neutralidad española aprovechaban la ocasión para desvalijarlos, abandonarlos en la montaña a su (mala) fortuna, incluso entregarlos a la policía alemana de fronteras. Hechos abonados a la rumorología y que raramente son fehacientemente documentados.

Saint Laurens (Gaillac, departamento del Aude, 1918-?) en la época en que ejercía de contrabandista y pasador. Su testimonio deja en muy mal lugar al veguer francés, Lesmartres, y a su secretario, Larrieu, y lanza una duda general sobre la lealtad de los andorranos del momento, más interesados en el negocio que en la causa de la libertad. Fotografía: Archivo Saint Laurens / Contes de faits.

También hace unos días sabíamos gracias al historiador leridano Josep Calvet (Huyendo del Holocausto) del caso de cuatro judíos polacos expoliados por sus presuntos salvadores -los guías españoles Antonio Heredia y Luis Sala Gil, aquí van sus nombres para infamia suya- en la frontera hispanoandorrana. Y hoy rescatamos gracias al historiador francés Éric Guillon otro capítulo que engordará la leyenda negra. La cuenta, además, un testimonio presencial: Pierre Saint Laurens (Gaillac, departamento del Tarn, 1918-?), contrabandista y miembro de la red Morhange que operaba en Tolosa en los años centrales de la II Guerra Mundial.

El caso es que Saint Laurens evoca en sus memorias de guerra, Contes de faits: souvenirs, témoignages (1995), un hiriente, infame episodio que implica directa y nada gloriosamente al secretario de la vegueria francesa, el ambiguo Pierre Larrieu, viejo conocido nuestro. Según cuenta Saint Laurens, en cierta ocasión en que regresaba a pie a Tolosa -nos encontramos en plena Guerra Mundial- tuvo que detenerse a descansar en el refugio de Envalira, de cuyo guarda nos habla, y en términos no precisamente elogiosos: "Le patron du refuge, Pereira, était un portugais acquis aux services franquistes et nazis, et il était préférable de ne pas trop s'attarder chez lui". Se da la circunstancia de que justo mientras Saint Laurens recuperaba fuerzas al calor del refugio se detuvo frente a él una camioneta conducida por un tal Trouvé, la mano derecha de Larrieu, que cuando lo vio salir de la cabaña no pudo evitar el sospechoso gesto de arrancar la camioneta para seguir adelante.

Saunt Laurens no se lo permitió porque le dieron muy mala espina, dice, "los lamentos humanos" que procedían de la parte posterior del vehículo. Démosle la palabra para describir la "visión dantesca" que, continúa, le heló la sangre: "Un caos de niños y de ancianos hacinados de cualquier manera en la caja, hasta el punto de que era imposible decir cuántos habría; unos lloraban, los otros chillaban y una de las ancianas me contó en mal francés que los habían detenido de madrugada, por judíos, que los habían desvalijado y que ahora los conducían a la frontera para entregarlos a los alemanes". Saint Laurens se olvida de consignar lo más importante: ¿quién lo hizo? ¿Y por orden de qué autoridad? Continúa el relato diciendo que mientras intentaba liberar a aquellos desgraciados el tal Trouvé tuvo tiempo de telefonear a la vegueria, Larrieu se presentó en el refugio y a punta de pistola arrestó al contrabandista. Los judíos fueron finalmente conducidos hasta la frontera y entregados como había augurado la anciana a los alemanes. Un destino muy diferente, como se ve, del de los Kimhi.

Saint Laurens se libró por muy poco de caer en manos de los boches, pero todavía le quedan arrestos para intentar una nueva operación de contrabando que será, esta sí, la última, con una emisora de radio portátil que transporta a hombros desde Acs -la última localidad francesa donde vivió Carla- y sorteando a las patrullas alemanas de guardia en la frontera. Dice que lo recoge en el puerto de Envalira, agotado, en medio del temporal y cuando ya lo daba todo por perdido, un amigo andorrano -el laurediano Antonio Pintat- que lo acoge en su hotel de Sant Julià, le busca comprador para la emisora e incluso lo invita a una suerrealista, cinematográfica timba de póquer con los delegados locales de los servicios de inteligencia español (Auguste Marfany), francés (el doctor Bourrel) e inglés (Fornell). También está presente el alemán; lástima que no nos da su nombre. 

Contes de faits recoge otras aventuras andorranas. Asegura nuestro hombre de hoy que también ejerció esporádicamente como pasador -con dos rutas principales: la fácil, según él, por Enveig i Puigcerdà, en la Cerdeña; y la nuestra, que consistía en traer al fugitivo hasta Andorra y dejarlo aquí en manos de un transportista local que lo conducía en coche hasta Barcelona- y aunque no aporta más detalles dice que su base de operaciones en Andorra era el domicilio de un tal Costes, francés establecido en Escaldes que había convertido su piso en una especie de centro de acogida de fugitivos, incluida una "vieja judía" que le pide a Saint Laurens que la traiga de su casa en Tolosa jabón para su higiene personal y... ¡la cubertería de la familia! Una cubertería que acabará confiscada por una patrulla alemana en Porta. Pero la ocupación de la Francia de Vichy, en noviembre de 1942, termina con el negocio -"Andorra había dejado de ser la tierra de libertad", dice, porque los grandes "caids" del contrabando [sic] se convierten en informadores de alemanes y españoles- y Saint Laurens no volverá a tentar la suerte por aquí abajo. De su trayectoria tras la guerra,a la que sobrevivió, tan solo sabemos que ejerció como magistrado en Dahomey. Pierre, en fin: como el que ayudó a escapar a los Kimhi. Quién sabe...

Un país "trufado" de "confidentes" y lanzado al "negocio"
La fauna local no sale muy bien parada del retrato que de ella nos deja Saint Laurens en su relato. Además del portugués Pereira y de los que él denomina los "caids" de contrabando convertidos en chivatos de alemanes y españoles, dice que los andorranos se interesaban sobre todo en los "negocios" y en el "contrabando" (de coches y de neumáticos), y "apenas en el curso de la guerra". Les echa en cara que quieran sacar tajada de la situación, y no siempre con buenas artes. Cualquier excusa es buena para renegociar -a la baja, se sobreentiende- el precio convenido por una mercancía de contrabando. Y lejos, muy lejos de la versión idealizada que nos deja la versión televisiva de Entre el torb i la Gestapo, sostiene que el país estaba "trufado" de "confidentes" de los que era preferible mantenerse lo más alejado posible.

Un diagnóstico que coincide con la Andorra que recordaban Jaume Ros y Joaquim Baldrich, en las antípodas del escenario edulcorado de la película de Lluís Maria Güell. Por eso evita Saint Laurens cafés y hoteles -ni una sola referencia al Mirador- y se refugia en casa del tal Costes, francés como él, natural del Aude y "exdesertor", dice, a quien llaman "el Gabacho" y sospechoso a ojos de los nativos de ser a su vez confidente de los aduaneros. Un laberinto inescrutable de intereses y de lealtades cruzadas y con frecuencia encontradas donde, para terminar de arreglarlo, la vegueria francesa, con Lesmartres y Larrieu enfrentados entre si, juega un papel más que dudoso: "Me resistía ingenuamente a creer que se hubieran convertido tan rápidamente en auxiliares del nazi invasor, pero enseguida me percaté de que el veguer tomaba todas las medidas necesarias para dificultar la entrada de refugiados y para devolver a Francia a los que conseguían llegar".

[Este artículo se publicó el 2 de febrero de 2015 en el Diari d'Andorra]

domingo, 22 de febrero de 2015

Carla Kimhi: una odisea judía del siglo XX

12 de noviembre del 1942: el día siguiente de la ocupación nazi de lo que queda de Francia. Es la respuesta de Hitler al desembarco aliado en el norte de África. Se ha acabado la pantomima de Vichy. Cuatro personas caminan carretera arriba, hacia el puerto de Envalira. Acaban de rodear el Pas de la Casa. Son los Bergson, matrimonio de judíos austríacos con sus dos hijos, Sigmund, de 18 añis, i Carla, de 12. Han venido andando desde el otro lado de la frontera, hasta donde los ha acompañado un vecino de Acs, la localidad vecina donde los Bergson llevan meses ocultos: "Un día, de repente, los soldados alemanes aparecieron por la plaza de Acs. Y fui con la noticia a casa: '¡Han llegado, han llegado!' Mi padre no lo dudó un segundo: 'Nos vamos'.Y nos fuimos. Con lo puesto." Los Bergson llevaban cuatro años huyendo de Hitler: exactamente, desde el Anschluss, cuando el Tercer Reich se zampó Austria. La familia huyó primero a Italia, luego a Normandía, París y finalmente, Acs, en el pedazo de Francia que Hitler cedió a Vichy y a un tiro de piedra de España... y de Andorra. Pero estamos en la carretera de Envalira. Han bordeado el edificio de la aduana francesa del Pas de la Casa, donde pronto ondeará la esvástica, y lo han dejado unas decenas de metros atrás. De repente, sale de él un oficial alemán que se encamina con paso firme hacia el grupo de fugitivos: "Nos abrazamos los cuatro, petrificados por el miedo, y nos quedamos quietos allí en medio del camino. Por el otro lado de la carretera, aunque algo más lejos, vimos otros dos hombres acercándose. Por el uniforme, dedujimos que eran policías. Pero fue el alemán el que llegó primero". Les exigió los pasaportes, les arrestó y les ordenó que lo siguieran hasta la garita de la aduana. Los Bergson no se movían. Así es como dieron tiempo a que llegara la pareja de uniformados: dos agentes de la policía andorrana -y ya es casualidad porque en la época, estamos en 1942, en todo el país sólo había seis agentes. Y entonces se produjo el forcejeo (dialéctico) entre el oficial alemán y los dos agentes: "Enseguida se hicieron cargo de la situación, le exigieron a su vez el pasaporte con el visado en regla al alemán, y como éste no los tenía y se encontraba en territorio andorrano le hicieron retroceder. Cuando se hubo ido, nos tranquilizaron, nos aseguraron que no nos ocurriría nada y nos pidieron que les acompañáramos hasta el edificio donde se encontraba la aduana andorrana, donde esperaríamos a que nos viniera a recoger el jefe de la policía, que esa misma tarde nos conduciría a Escaldes. Y así fue. Estábamos salvados. Andorra nos había salvado la vida. Comprenderán que cada vez que recuerdo este episodio acabe llorando".


Carla Kimhi, acompañada de su actual marido, compareció el 29 de enero de 2015 en la sala de prensa del Gobierno de Andorra para agradecer la ayuda que encontró en el país cuando ella y su familia llegaron a Andorra en noviembre de 1942, huyendo de la ocupación nazi de la Francia de Vichy. Ella, su hermano y sus padres terminaron en Madrid, y en 1944 fueron autorizados a emigrar a Palestina. Fotografía: Fernando Galindo.
Vista general del Pas de la Casa a finales de los años 40, principios de los 50. A la derecha de la fotografía -en realidad, una postal de la casa APA- el edificio de la aduana francesa, de estilo alpino, y que es el mismo que que sirve de portal a este blog. El escenario no debe diferir mucho del que se encontró Carla Kimhi. Fotografía: APA / Colección Rosa Sala Rose.

Lo contaba la semana pasada Carla Bergson -hoy, Kimhi, su apellido de casada- en la sala de prensa del Gobierno de Andorra, tras una recepción oficial con el jefe de Gobierno, Toni Martí, y para dar públicamente las gracias al país que dice que la salvó. La historia es absolutamente inusual: hasta ahora habíamos conocido de primera mano las gestas de los escasos pasadores supervivientes -cada vez menos-, los contrabandistas y resistentes reconvertidos en guías que conducían hasta la relativa seguridad del consulado en Barcelona su cargamento humano; algunos de los fugitivos de entonces dejaron escrito el relato de sus peripecias, que hemos conocido así a través del papel.

Pero jamás hasta la semana pasada habíamos tenido la oportunidad de escuchar de viva voz, y en Andorra, el testimonio de uno de los centenares de hombres, mujeres y niños, quien sabe si miles, para quienes este país se convirtió un día en sinónimo de libertad. Carla Kimhi (Viena 1930) se llama esta mujer que conserva a sus 84 años el porte elegante de la hermosa mujer que sin duda fue. Cuenta que solo en una ocasión, cuatro años atrás, había visitado Andorra desde la epopeya de 1942; su historia quedó entonces en la intimidad familiar. Si ahora ha transcendido ha sido por pura casualidad: le contó la aventura al conserje del hotel en que se hospedaba, el Kandahar del Pas de la Casa, y claro, el conserje se la contó a su vez al propietario del establecimiento, Jordi Montané, y éste fue con  la historia al gabinete del jefe de Gobierno. Y ya se sabe: estamos en precampaña -elecciones el 1 de marzo- y no es cuestión de desaprovechar una ocasión tan pintiparada. Aunque para ser honestos, Martí se ha mantenido en esta ocasión en un elegante segundo plano. De hecho, en la comparecencia de Kimhi ante la prensa ni se le vio, cosa rara, cediéndole como era de ley a ella todo el protagonismo.

De apátrida a palestina; de palestina a sionista
Pero volvamos a 1942. Habíamos dejado a la pequeña Carla refugiada en la aduana andorrana del Pas. Aquella misma tarde y tal como les habían prometido, los Bergson fueron conducidos hasta Escaldes por el jefe de policía, Daniel Armengol. Atención, un hombre de salud de hierro que a sus... ¡100 años! todavía recuerda el episodio. Cualquier día de estos les hablamos del señor Armengol, toda una institución en Andorra. Pero no nos dispersemos. A los Bergson los alojaron en un hotel con aguas termales, "igual que las que habíamos dejado atrás, en Acs". Dice Carla que, por lo que le cuentan, quizás fuese el Muntanya. Quizás. Una vez salvados, el siguiente paso era pasar a España. "Nos dijeron que tendríamos que contratar los servicios de un guía. Pero no teníamos ni un céntimo. Cuatro años de exilio forzado nos habían dejado con lo puesto. Mi padre era doctor en Derecho y dirigía en Viena una empresa de exportación de madera. En París todavía pudo dedicarse a sus negocios, incluso tenía abierta una oficina. Pero cuando empezó la guerra y empezamos a huir de nuevo de los alemanes, fuimos consumiendo los ahorros. La verdad es que no sé cómo se lo hizo para mantener a mujer y dos hijos; sé que él y mi hermano trabajaron ocasionalmente en alguna granja..."

Lo cierto es que llegaron a Andorra con los bolsillos vacíos. O casi. Uno de sus anfitriones sugirió la posibilidad de empeñar las joyas de la señora Bergson. En el caso de que todavía las conservara, claro. Hubo suerte, recuerda Carla. En su memoria, la madre fue conducida a una especie de "castillo" -no hay ninguno en Andorra: como mucho, alguna casa más o menos fortificada, la casa Rossell o la casa de Areny-Plandolit, las dos en Ordino- donde empeñó sus escasas pertenencias con el compromiso de que no serían revendidas y que podría recuperarlas tras la guerra. Naturalmente, las joyas de la señora Bergson, que falleció antes de la derrota alemana, jamás regresaron a manos de la familia. Aun así, Carla se muestra todavía agradecida, porque aquella transacción les permitió contratar al día siguiente un guía. Un pasador.

Dice Carla que se llamaba Pierre, un refugiado español que se dedicaba al negocio del paso clandestino para sacarse unos dineros con que visitar a su hija de 12 años, la misma edad que ella, que se había quedado en España: "Mi padre aceptó el trato y en unos días, no recuerdo cuántos, partimos hacia España". Y que recuerda haber dormido las "noches" que duró el periplo en las "granjas" que encontraban por el camino. Una vez en la Seo de Urgel -a 10 kilómetros de Andorra- siguieron los consejos de Pierre: se dirigieron a la estación de autobuses y compraron "cuatro billetes para Barcelona" -y lo recuerda Carla en castellano. "Si nos arrestaban, que fuese en un lugar público y con testigos, que la Guardia Civil no nos pillaran en un descampado y nos pudiera pegar cuatro tiros". Y eso fue exactamente lo que ocurrió: la pareja que reglamentariamente, recuerda, ocupaba en la inmediata postguerra y en zona fronteriza los últimos asientos del coche de línea arrestó a los Bergson, que iniciaron un nuevo periplo, de prisión en prisión, hasta que terminaron en la madrileña de las Ventas, entonces cárcel de mujeres y cabe entender que destino de Carla y de su madre.

El capítulo español de los Bergson concluye en 1944, cuando obtienen unos certificados para emigrar legalmente a Palestina, entonces protectorado británico. En España, y tras los durísimos inicios a los que se enfrentaba cualquier refugiado de a pie -otra cosa eran los militares aliados, sobre todo los oficiales y los pilotos- los Bergson recibieron el auxilio del Joint Distribution Comittee, la agencia norteamericana de ayuda a los judíos cuya labor en España ha rastreado Josep Calvet en Huyendo del Holocausto. Y todavía recuerda con afecto su paso por el Liceo francés y por el orfanato de la Sagrada Familia. Se da la circunstancia, recuerda Carla con cierto humor, "de que mi primer pasaporte fue palestino. En fin, llegamos a un país joven, vacío, terriblemente caluroso... ¡con lo que a mí me gustaba la montaña! Pero vivos".

Los Bergson habían jugado al gato y al ratón con los alemanes, y al final se habían salido con la suya. Tuvieron suerte, y era conscientes de lo que se jugaban: "Mi primer recuero político, si se puede llamarle así, es el asesinato del canciller Dollfuss, perpetrado por sicarios nazis en julio de 1934. Mi padre decidió huir de Austria en marzo de 1938, y nuestro primer destino fue París. Antes de estallar la guerra, acogimos durante unos días en casa a un chico que había estado recluido en Dachau, que no era entonces un campo de exterminio pero donde se liquidaba igualmente a los judíos. Nos contó cómo los guardias colocaban una cuerda a cierta altura, y al que no lograba saltarla le pegaban un tiro. Quiero decir con esto que sabíamos perfectamente lo que nos jugábamos si caíamos en manos de los alemanes."

Los últimos judíos de Acs
Acs fue la penúltima etapa del periplo iniciado en 1938. Tampoco en esta localidad a un tiro de piedra de la frontera con Andorra y España, estuvieron nunca seguros. Recuerda Carla las frecuentes razzias a la caza del judío, y cómo su padre les ordenaba huir unos días a la montaña, hasta que la tormenta amainaba: "Fueron cuatro años de terror, de sentir que cada día que pasaba le habíamos robado un batalla a la muerte". Los Bergson fueron sin duda afortunados: en Acs coincidieron con otras ocho familias de refugiados judíos. Todas fueron deportadas. Hasta la ocupación nazi de la Francia de Vichy, el 11 de noviembre de 1942, ordenado por Hitler en respuesta al desembarco aliado en el norte de África. Al día siguiente los Bergson hicieron las maletas y se plantaron en el Pas de la Casa a bordo del coche de un vecino de Acs.

¿Que fue de Carla, una vez establecidos los Bergson en Palestina? Sobrevivir. El padre intentó regresar tras la guerra a Viena para recuperar lo que quedara del patrimonio que había dejado atrás; con la mala fortuna que murió en la capital austríaca de un ataque al corazón. Carla y su hermano -la madre había muerto durante la contienda- quedaron solos en Israel. Ella tenía 16 años: "A veces pienso que mi padre se impuso la misión de poner a su familia a salvo, y que una vez logrado esto sentía que había cumplido con su deber". En fin, con la proclamación del estado de Israel, el 14 de mayo de 1948, nuestra ya no tan pequeña Carla fue movilizada y se enroló en la fuerza aérea del recién nacido Tsahal.

Tras el servicio militar ejerció como intérprete -habla alemán, inglés, francés, hebreo y dice que entonces, en los años 40, también un muy buen español- y también como actriz, directora y productora de teatro y música clásica, al frente de la Israel's Kibbutz Chamber Orchestra. Pero esta es otra historia que quizás otro día podamos contar. Hoy Carla había venido a hablar de Andorra, "que fue para mi familia y para tantas otras un rayo de luz en una Europa negra. Negrísima". Y no se marcha antes de una última observación a cuenta de su país adoptivo: "Israel se parece algo a Andorra: los dos son pequeños pueblos rodeados de grandes vecinos. La diferencia es que a ustedes les dejan tranquilos. A nosotros no; ni un minuto. Nos acusan de todo, cuando lo único que queremos es vivir tranquilos. Uno de mis nietos tiene que cumplir pronto su servicio militar. No saben lo que eso me inquieta..."

sábado, 12 de abril de 2014

La leyenda negra: una prueba documental

Claude Benet da noticia de los cadáveres de dos hombres asesinados de un tiro en la cabeza en el trayecto hacia Andorra; los esqueletos fueron localizados en un camino de montaña del Arieja que desemboca en Fontargent, muy frecuentado por contrabandistas y fugitivos durante la II Guerra Mundial.

¡Ay, la leyenda negra de los pasadores! Cuando parecía que sobre esta materia todo estaba dicho y redicho y que difícilmente saldríamos del recuento que Sala Rose y Garcia-Planas hacen en El marqués y la esvástica -seguro que lo recuerdan: la decena de fugitivos muertos de camino hacia Andorra registrados en cuatro operaciones diferentes- va y Claude Benet, quién si no, nos pone sobre la pista de dos víctimas más del lado oscuro. Y éstas, además, documentadas con pelos y señales. Resulta que el autor de Guies, fugitius i espies recibió en noviembre de 2012 aviso de uno de los informantes del Arieja con los que había contactado cuando preparaba la monografía. Le pedía que fuese inmediatamente porque tenía unas fotografías que no se podía perder.

La sorpresa fue mayúscula cuando vio el material: las imágenes mostraban los esqueletos amontonados de lo que después resultaron ser dos hombres, semiocultos bajo unas rocas en un camino de montaña a una hora escasa de la frontera andorrana. Los dos cráneos presentaban sendos agujeros de bala, y los investigadores de la gendarmería que retiraron los restos encontraron dentro de uno de ellos una bala del calibre 9 milímetros muy habitual en los años 40, mientras que los huesos de las piernas del otro hombre aparecieron rotos. También se recuperaron las botas del mayor de los dos hombres, con el regalo sorpresa de que todavía era posible leer la marca: resultó que se trataba de un par de botas fabricadas en Tolosa por una empresa que en los años 30 y 40 suministraba material al ejército francés. Para confirmar aun más la datación, asociada a los restos se recuperó una moneda francesa de 1943.

Benet, en la presentación de Guies, fugitius i espies, la monografía definitiva sobre los pasadores centradad específicamente en el caso andorrano. Fotografía: El Periòdic d'Andorra.

Para Benet y su informante, que han tenido acceso a las fotografías del yacimiento, no cabe duda: se trata de los restos de dos fugitivos a los que por algún motivo el guía liquidó a medio camino: "El itinerario que seguían conducía a Andorra por la parte de Fontargent, punto de entrada habitual de fugitivos y contrabandistas", sostiene. Los restos, analizados en el instituto de medicina legal de Tolosa, corresponden a un adulto de entre 40 y 50 años y a un adolescente. Padre e hijo, especula Benet, que dibuja la siguiente escena: "El chico, que tenía una pierna rota, debía caminar con suma dificultad, hasta que ya no pudo más: el guía lo conminó a seguir adelante, el padre se puso naturalmente del lado de su hijo, y el guía los liquidó a los dos." Y aprovechó para llevarse las botas del adulto; si hubieran sido soldados alemanes, opina Benet, no se hubieran molestado en robar las botas del muerto.

En fin, que el homicida medio escondió los cuerpos bajo unas rocas, y aquí se habían conservado las últimas siete décadas hasta que en verano de 2012 un grupo de estudiantes alemanes de medicina que practicaban senderismo en la zona los descubrieron, con la buena fortuna -dice- que tenían nociones de anatomía y se dieron enseguida cuenta de que se trataba de restos humanos: "Como se encontraban relativamente cerca de un sendero, es probable que otros excursionistas los hubiesen avistado antes, pero pensaran que se trataba de restos de animales".

Los prefectos se lavan las manos
El caso es que el descubrimiento de los dos cuerpos ha pasado desapercibido en el Arieja. Y si Benet ha decidido hacerlo ahora público es porque ni el prefecto que había en 2012 ni el actual han atendido su petición de que permitieran que expertos en ADN estudiaran los restos para determinar su origen: "No hemos obtenido respuesta ni remitiéndoles la petición a través de la embajada de Francia en Andorra. Me parece de una insensibilidad monumental, sobre todo este 2014 que celebran por todo lo alto el centenario de la I Guerra Mundial", se lamenta. La mala suerte es que no se recuperó documentación que permitiera a los dos hombres. Pero incluso para esto tiene Benet una hipótesis más o menos plausible: otro informante suyo, André Trigano, alcalde de Pàmies y él mismo brevemente refugiado en Andorra durante la II Guerra Mundial -unos pocos meses en los que coincidió, por cierto, con el cantante y actor Serge Reggiani- recuerda a dos fugitivos, padre e hijo, que salieron en cierta ocasión de la zona de Pàmies y que nunca llegaron a su destino: Andorra.

Eran dos judíos apellidados Schwabb. ¿Tienen alguna relación los Schwabb con los dos cuerpos aparecidos ahora? "Si no podemos analizar los restos, nunca lo averiguaremos", dice Benet, estupefacto por la indiferencia mostrada por la prefectura en este asunto: "Parece incongruente tirar la casa por la ventana por el centenario de la Gran Guerra y en cambio negarse a analizar posibles pruebas de interés histórico sobre un capítulo tan sensible de la II Guerra Mundial como es el de los fugitivos". En cualquier caso, se trata de las primeras pruebas documentales de la leyenda negra de los pasadores -si descontamos el montaje del que fue víctima (¿o era instigador?) Eliseo Bayo en Reporter. Si se da el caso, ciertamente poco probable, de que las fotografías, hoy en manos de la gendarmería, son algún días desclasificadas.

Como el lector recordará, una de las aportaciones de Sala Rose y Garcia-Planas sobre este infausto capítulo consiste en haber puesto algo de orden con un balance sobre las "matanzas" de fugitivos -así las denominan ellos- que tuvieron lugar de camino a Andorra -o en la misma Andorra. A los autores de El marqués y la esvástica les salían una decena de muertos: los dos matrimonios belgas que Joaquim Baldrich afirmaba haber visto semienterrados enla nieva en la zona del Estany Negre, víctimas de dos pasadores aragoneses que se llamaban -y queden sus nombres para nuestra historia local de la infamia- Mulero y Trallero; Jacques Grumbach, judío, diputado socialista y director del diario Le Populaire a quien su guía, el también aragonés Lázaro Cabrero, liquidó de un tiro en la nuca en un caso por el que fue juzgado en Foix en 1953. Juzgado... y absuelto por falta de pruebas, aunque Cabrero admitió haber matado a Grumbach, alegando que el hombre había quedado malherido a consecuencia de una caída y que tenía consignas superiores de eliminar a los fugitivos que entorpecieran la marcha para evitar que cayeran en manos de las patrullas alemanas.
El caso de Grumbach lo han contado con pelos y señales tanto Josep Calvet (Las montañas de la libertad) como Francis Aguila (Les cols de l'espoir). El siniestro balance lo completan las tres chicas judías que Jose Bazán (Jo, un nen de la guerra) recuerda que fueron recuperadas, muertas, en el valle del Madriu en 1942 y enterradas en el cementerio de Escaldes, y el matrimonio Allerhand, Gustave e Ida, judíos franceses que en septiembre de 1942 salieron de Ussats les Bains y de quien nunca más se tuvieron noticias. Un caso recogido también por Calvet.

La leyenda negra -reverso de la epopeya de los pasadores- se alimenta más de recuerdos que de documentos. Por eso mismo es tan importante, por no decir milagrosa, el hallazgo que nos ocupa. Aparte de los que integran la, digamos, lista oficial, Benet añade por su cuenta a las víctimas no de la codicia o de la mala fe de los pasadores de turno, sino de la montaña -el frío, el torb, el agotamiento- como por ejemplo el teniente Charles Peacock, aviador aliado también malherido que prefirió descolgarse de su expedición para no comprometer la supervivencia del grupo: sus compañeros intentaron localizarlo al día siguiente, pero no lo consiguieron. También añade a los dos militares canadienses desaparecidos con Eloïse, la misteriosa agente de quien reconstruye la trayectoria en Guies, fugitius i espies, y en fin, a la media docena larga de muertos en la montaña -y aquí incluye tanto a fugitivos como a contrabandistas- que constan en el registro de defunciones de Canillo de los años 40. 

[Este artículo se publicó el 11 de abril de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

martes, 25 de marzo de 2014

José Bazán: "Para alguien como yo, que había pedido limosna en la calle, Andorra era la gloria"

Se instaló en Escaldes en 1939, con sus padres y tres hermanos: todos ellos, refugiados de la Guerra Civil. José Bazán (Monzón, 1930) deja constancia en Jo, un nen de la guerra (Editorial Andorra) de una infancia marcada por la derrota, la miseria y el exilio, así como de la Andorra de los primeros años 40: años de estraperlo, contrabando y lucha por la supervivencia, con la II Guerra Mundial y el tráfico clandestino de refugiados como telón de fondo. La vida de Bazán encarna y resume la de centenares de hombres y de mujeres que, como él, rehicieron su vida en Andorra y colaboraron decisivamente -y silenciosamente- a construir la, ejem, prosperidad actual. Rosa Sala Rose y Plàcid Garcia-Planas tiran de los recuerdos de nuestro hombre para documentar uno de los casos de la leyenda negra que reseñan en El marqués y la esvástica, reciente libro-reportaje que desenmascara el dudoso papel de César González Ruano en el sucio negocio del contrabando de hombres.

El aragonés José Bazán, en abril de 2008 en su domicilio de Escaldes (Andorra): hijo de anarquistas, fue enviado a Lieja y terminó en Andorra cuando su padre encontró trabajo como mecánico en la central hidroeléctrica de Fhasa. Se puso a trabajar a los 12 años, y en la segunda mitad de los años 40 ejerció como intermediario de los correos que la CNT enviaba a España durante el bloqueo internacional del régimen. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

-A los 9 años ya conocía de primera mano buena parte de la geografía del exilio republicano: Portbou, Perpiñán, Lieja... y Escaldes. ¿Que ocurrió para que su familia acabara aterrizando en Andorra?
-El fin de la Guerra Civil nos pilló en Belgica, adonde habíamos ido a para muchos hijos de anarquistas. Mi padre había encontrado trabajo como mecánico en Fhasa; mi madre, encerrada en la prisión de Lérida y condenada a muerte por roja, se salvó del paredón gracias a la intercesión de un primo falangista. En cuanto tuvimos la oportunidad, nos reunimos con mi padre. Para alguien como yo, que venía de pasar hambre, de pedir limosna por las calles de Zaragoza, de sobrevivir gracias al Auxilio Social y de superar una sarna que estuvo a punto de enviarme al otro barrio, Andorra era la gloria.

-¿Y cómo era la gloria en 1939?
-El país estaba lleno de refugiados, pero había poco trabajo: Fhasa, la agricultura y las serradoras, en la época un auténtico negocio por la demanda española de madera para la construcción. La única alternativa era el contrabando, una ocupación durísima, inhóspita, sólo apta para valientes: cada año morían un par de chicos en la montaña. Recuerdo a un chaval gallego que vivía realquilado en casa y que contrabandeaba de todo: botones de nácar, ruedas de coche y de camión, y lana, mucha lana, que acarreaba en fardos que debían pesar por lo menos 30 kilos cada uno. Pero era esto o largarte a Francia, porque no había nada más.

-¿Qué trato recibían en el país unos refugiados quellegaban con una mano delante y otra detrás?
-Tuvimos que oír muchas veces aquello de "espanyolots refugiats". Pero eran cuatro fanfarrones. La mayoría no se portó mal con nosotros. De hecho, si no hubiera sido por el refugio que encontramos en Andorra, muy probablemente yo habría muerto hace muchísimos años. A mí, este país me resucitó, así que siempre le estaré agradecido. Y estoy seguro que lo mismo podrían contar la mayor parte de los refugiados que llegamos entonces.

-Las autoridades, ¿también era tan... acogedoras?
-Lo importante era tener trabajo. Si trabajabas, la policía te toleraba. Entonces no te pedían los papeles, por la sencilla razón de que nadie los tenía y hubieran tenido que echar a todo el mundo. El problema, como ya he dicho, es que había poco trabajo: la construcción estaba casi parada y la agricultura era de pura subsistencia. Las chicas se ponían a servir en seguida que podían; yo encontré trabajo en la ferretería Lanau donde mi padre me colocó a los 12 años. Un día que no fui a trabajar para bañarme en el pozo de los Dos Valiras me pegó el único guantazo que jamás me dio. Después me colocó en la serradora de Amadeu Cintet, entonces en la plaza del Roc Blanc de Escaldes. Y allí me quedé durante 40 años.

-¿Cuál era el ambiente político en la Andorra de la época?
-Como los refugiados éramos muchos, se nos toleraba. a gran decepción vino al final de la guerra mundial. Era el momento de echar a Franco, pero no fue así por culpa de los ingleses, que lo mantuvieron en el poder para frenar al comunismo. Franco no fue más que un instrumento de los intereses estratégicos británicos durante la Guerra Fría.

-¿Tuvo usted algún papel en la lucha antifranquista?
-Muy tangencialmente: la CNT pidió voluntarios para franquear paquetes postales que no podían circular directamente entre España y Francia por el aislamiento internacional del régimen. La alternativa era hacerlos pasar a través de Andorra: nos los enviaban a nuestra dirección a través de Correos, y dentro colocaban otro sobre con la dirección francesa a la que teníamos que reenviarlo a través de La Poste.

-En sus memorias habla del estraperlo: parecía que el mercado negro era una miseria estrictamente española.
-En Andorra empezamos a pasarlo mal de verdad a partir de 1941, el segundo año de la guerra. El país tenía que subsistir con lo que era capaz de producir, que era más bien poco. Los únicos alimentos que había eran patatas, col, algún cereal, leche, de vez en cuando algo de carne y... ¡pan! Y se producían fenómenos de lo más... curioso: en 1941 se acabó la harina, pero en cambio en el mercado negro jamás faltó el pan. A precios abusivos, naturalmente.

-Imagino que no todo el mundo sufría el racionamiento de la misma manera.
-Exactamente: mi padre ganaba en Fhasa 450 pesetas al mes, y pagábamos 150 de alquiler. Con las 300 que quedaban teníamos que subsistir toda la familia. Y ten en cuenta que un litro de aceite podía costar 60 pesetas. Escalofriante. Por eso hubo gente que en aquel estado de miseria general pudo levantar mansiones: el estraperlo generó más de una fortuna.

-¿Hasta cuándo duró, esta época de vacas raquíticas?
-Las cosas empezaron a mejorar hacia 1944, con la retirada alemana de Francia, y sobre todo al finalizar la contienda. Pero lo pasamos muy mal: en casa, lo único que se comió durante mucho tiempo era la cesta de coles que nos traía una payesa de Engordany. El menú era siempre el mismo: col con patatas. Si aceite ni grasa, que sólo podías obtener de estraperlo. Lo único asequible era la grasa de cordero, que hay que ver lo mal que llega a saber. Para hacerlo algo más comible, mi madre aliñaba aquel rancho con un chorrito de... ¡leche!

-Otro episodio de la crónica negra de la época afecta a los pasadores que traicionaban a sus clientes y los abandonaban en la montaña. Y evoca en Jo, un nen de la guerra, uno especialmente miserable que tuvo lugar en Ràmio.
-Debía ser hacia 1942. Lo recuerdo porque todo el pueblo se concentró en el cementerio para enterrar a tres chicas que habían sido encontradas muertas entre Ràmio y Entremesaigües. Probablemente el guía se había cargado a sus familias, quizás ellas pudieron huir, pero cayeron luego de frío y de agotamiento. Las enterramos en el suelo, bajo unas sencillas cruces de madera y sin nombre, porque no lo sabíamos. Y con una muda indignación porque todos sospechábamos que los culpables de aquellas muertes se encontraban probablemente en el cortejo fúnebre, remedando la pena que los demás sentíamos...

[Esta entrevista se publicó el 19 de abril de 2008 en El Periòdic d'Andorra]

martes, 18 de marzo de 2014

Sala Rose: "González Ruano fue un personaje profundamente amoral, un oportunista y un egoista"

González Ruano... ¡¿un vulgar estafador que se dedicaba al sucio negocio de extorsionar a los fugitivos judíos que intentaban huir de la Francia ocupada a través de los Pirineos?! Pues esta es la tesis de El marqués y la esvástica (Anagrama), un tocho de 500 páginas en que la filóloga y germanista Rosa Sala Rose y el periodista Plàcid Garcia-Planas, reportero de La Vanguardia, cartografían la nada gloriosa peripecia del autor de Mi medio siglo se confiesa a medias en el París ocupado. El resultado es demoledor, una lectura tan subyugante como inquietante... aunque no consigan su propósito: demostrar la implicación de Ruano (Madrid, 1903-1965) en la matanza organizada de judíos por falsos pasadores. Pero se quedan cerca, muy cerca.

La filóloga y germanista Rosa Sala Rose, autora, entre otros, del Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo y de La penúltima frontera, vuelve ahora a la carga con El marqués y la esvástica, a cuatro manos con Plàcid Garcia-Planas y que se abre con la sorprendente confesión de un íntimo de nuestro hombre: "A César le hubiera entusiasmado este libro". Pues a eso se le llama masoquismo... Fotografía: Daniela Dentel.


-Conclusión: González Ruano fue un extorsionador, un estafador, pero no un asesino...
-Lo único que tenemos es el testimonio de Pons Prades en Los senderos de la libertad, y las notas manuscritas que se conservan en su archivo personal y que difieren sensiblemente de lo publicado en su libro. Ciertamente, no lo pudimos probar... pero tampoco desmentir. Aunque evidentemente hay que respetar la presunción de inocencia.

-De lo que no caben dudas es de su participación en el tráfico de judíos.
-Lo hemos demostrado. Como también que denunció a sus compañeros de celda en la prisión de Cherche Midi donde lo encerró tres meses la Gestapo. También hemos averiguado que los tribunales franceses lo juzgaron y condenaron por estos hechos a 20 años de trabajos forzados.

-¿Cómo se les escapó un detalle como éste a sus biógrafos?
-Es extraño porque él mismo lo cuenta, aunque sea de refilón, en un rincón de sus diarios. En ellos admite que su situación legal en Francia es confusa, sabe que lo han condenado pero parece que no conoce la sentencia. Por raro que parezca, es un hecho en el que no había reparado hasta ahora ningún ruanista, y desde luego nadie había localizado el proceso. Quizás porque no lo habían buscado. Nosotros, sí.

-¿Cuál es concretamente el delito por el que lo condenan?
-Oficialmente, por "inteligencia con el enemigo", que es un concepto algo muy flexible. Si examinamos el sumario, comprobamos que básicamente lo procesan por haber delatado a sus compañeros de celda, en su mayor parte resistentes, y de los que había ejercido como confidente. Se chivó por ejemplo del sistema clandestino de correo en el interior de la prisión, y de que uno de los reclusos guardaba una lima en la celda, en la mejor tradición carcelaria. Lo más insidioso no es la delación en sí, sino que no cantó bajo tortura: les delató voluntariamente. Entre la documentación del sumario se conserva la denuncia de uno de ellos: cuenta la falsa promesa de tráfico de influencias que le había hecho a un judío encerrado con Ruano en Cherche Midi. Pues bien: Ruano salió a los tres meses; el judío aquel murió en Auschwitz.

-¿Cómo es que acabó en manos de la Gestapo?
-Esta es la gran pregunta. A juzgar por lo que cuenta Joan Estelrich en sus Dietaris -testimonio especialmente fiable porque fue compañero de Ruano, escribe justo después de estos hechos y sus Dietaris no estaban destinados a ser publicados- parece que la Gestapo estaba convencida de que Ruano prestaba desinteresadamente ayuda a los judíos que pretendían huir de Francia. Sólo después de los interrogatorios y registros llegan a la conclusión de que se trata de un simple, de un vulgar estafador, como él mismo admitió a sus interrogadores.

-Al negocio de la extorsión, ¿se dedica de forma puntual o sistemática?
-Desde luego no fue un caso sólo. Tenemos constancia del judío que compartió con él la celda de Cherche Midi, y también nos consta que desvalijó el piso de otro judío que tuvo que huir y que le dejó su casa, 850 metros cuadrados en la mejor zona de París, a Ruiz Aranda, que a su vez se la prestó a Ruano, que era amigo suyo. Nos pusimos en contacto con el hijo de Aranda, que nos aportó un testimonio muy interesante: entre otras cosas nos contó que Ruano se dedicó a ir vendiendo los muebles y las obras de arte que encontró en el piso.

-Después de estos tres años de investigación y de estas 500 demoledoras páginas, ¿cómo juzga a González Ruano?
-Era un oportunista dispuesto a cualquier cosa por dinero. Y esto lo dicen tanto los fascistas italianos como la Gestapo y los mismos tribunales franceses que lo juzgaron. A mi entender, lo mas grave es que violó sistemáticamente todos los códigos deontológicos imaginables, trabajando al dictado del ministerio de propaganda nazi. Llegó incluso a firmar artículos escritos por otros, y eran siempre piezas de un antisemitismo furibundo, hasta el punto que la misma Falange tuvo que llamarle la atención. Y lo que me parece todavía más grave es que un individuo de esta calaña diera hasta este mismo año nombre a uno de los premios de periodismo mejor dotados... ¡del mundo!

-Le han cambiado el nombre y lo han dejado en premio Mapfre, por la fundación que lo patrocina. ¿Por su culpa, quizás?
-Desde la Fundación Mapfre lo niegan; pero nos consta que es así.

-¿Cómo ha afectado el descubrimiento del lado oscuro de González Ruano a la percepción que usted tenía de su obra?
-Es un escritor de talento irregular pero con momentos realmente brillantes. Me interesan mucho su obra memorialística y sus diarios, y algunas de sus crónicas. Pero estamos ante el viejo dilema sobre si el hecho de que escribiera más o menos bien permite que se le perdone todo lo demás. Es un discusión bizantina, y al final nos encontramos ante un personaje profundamente amoral, un oportunista, un egoista que estaba convencido de que había nacido para ser príncipe, nada menos -y es capaz de decirlo él mismo- y que se pasó la vida pensando que el mundo le debía lo mejor. Si no se lo daba, se lo tomaba. Arrastró toda su vida este síndrome de hijo único y mimado.

-Pues la detención a manos de la Gestapo debió de ser un golpe de dura realidad.
-Fueron tres meses. En realidad no lo torturaron. No le tocaron un pelo, salvo un simulacro de fusilamiento que él mismo cuenta y que no hemos podido comprobar, aunque es posible que así fuera. Estos tres meses fueron probablemente la experiencia más intensa de su vida.. Tanto, que en su obra posterior sigue dándole vueltas a esta experiencia, llega incluso a hacer literatura con las confidencias de los compañeros de celda a los que luego delató a la Gestapo. Era, en fin, un hombre obsesionado con las joyas y con el sexo, con vicios caros, especialmente en el París ocupado. Esto le obligaba a buscar dinero de donde fuese, y sin tener en cuenta las consecuencias que esto pudiera acarrearles a los demás.

-Vayamos a la sección andorrana de El marqués y la esvástica. Con Puigdellívol pasa algo parecido que con González Ruano, pero sin sombras probadas: le someten a un juicio sumarísimo para acabar exculpándolo de toda sospecha.
-Más que nosotros, quien le somete a juicio son los tribunales franceses...

-...que también lo terminaron exculpando, como recogen en el libro. ¿Tuvo quizá Puigdellívol la mala suere de que lo citara Bayo en Reporter y de que haya dejado rastro documental? Lo digo porque todos los que han hurgado en su papel en el paso de fugitivos no han conseguido involucrarlo en la leyenda negra, por mucho que lo han intentado.
-Es cierto, pero el capítulo tiene cierta relevancia porque explica con cifras y datos concretos cómo funcionaba el negocio del pasaje de judíos. A Puigdellívol le hemos incorporado al libro porque uno de los testimonios que cita Pons Prades y del que partimos es el pasaje de judíos en camiones. Algo que no estaba al alcance de muchos pasadores en una época en que los controles, aduaneros y volantes, era constantes y muy estrictos. Hacían falta salvoconductos para todo, y el hecho de pasar a fugitivos judíos en camiones conducidos por militares alemanes lo convierte en un caso único, excepcional.

-Citan también a Barberan.
-Así es, aunque él en camiones sólo pasaba mercancías de contrabando; a los judíos los pasaba a pie, disfrazados de contrabandistas y con la colaboración también de soldados alemanes. Un caso sin duda insólito. El caso es que nos llamó la atención que Puigdellívol utilizara camiones, porque este detalle coincidía con el testimonio del que parte la investigación. Hemos intentado ir analizando todos los elementos, ofreciéndoselos al lector para que él extraiga sus conclusiones. Puigdellívol tenía además confidentes de la Gestapo en su equipo. Todo esto puede no significar nada, pero implica una serie de connivencias y sobornos y, desde luego, es un juego preligroso.

-Que se lo digan a él, que terminó en Buchenwald.
-Sí: con los miembros de su cadena y los judíos que transportaba el día que lo capturaron.

-Hagamos balance: en el libro registran cuatro "matanzas" en zona de -digamos- influencia andorrana, con el resultado de diez fugitivos judíos muertos. En el contexto bélico y teniendo en cuenta de que por Andorra circularon probablemente miles de huidos -Baldrich decía que había pasado a cerca de 300- no parece que sea lo más propio hablar de "matanzas masivas" como hace Daniel Arasa, uno de los expertos que citan en El marqués y las esvástica.
-Hay que tener en cuenta que documentar este tipo de muertes es dificilísimo. La única manera de hacerlo de forma fehaciente es desenterrando fosas, y en el epílogo contamos que han aparecido fuentes de última hora, y fidedignas, de que en Andorra, cuando se descubrían restos humanos sospechosos al levantar por ejemplo un edificio, la práctica habitual era cubrirlos sin avisar a nadie. Estas muertes raramente dejan rastro en los archivos, aunque tal vez puedan encontrarse en uno que nos ha cerrado la puerta a cal y canto: el del obispado de Urgel.

-Un clásico.
-Es un fortín. No hubo manera. Aunque, ¿qué rastro documental podemos esperar que se conserve ahí? Sus parientes quizás sabían que una familia de judíos atrapados en la ratonera europea tenía intención de huir pasando por Andorra. Pero incluso esto es mucho suponer, una huida así no es algo que se anuncie por correo. Supongamos que los familiares estaban informados de que iban a cruzar por Andorra, pero que nunca llegaron. ¿Qué hacen? ¿Dirigirse a gobiernos hostiles como los de la España franquista o la Francia de Pétain para interesarse por estas personas? Si así ocurrió, quizás podríamos encontrar correspondencia de este tipo en el archivo del obispado.

-El capítulo final en Envalira, armados con un detector de metales a la búsqueda de restos humanos en la curva de la muerte... ¿Es una escenificación, una licencia digamos literaria, o tenían de verdad la esperanza de encontrar algo?
-No fue una escenificación, sino un pronto. No queríamos dejar ningún cabo suelto, y por una serie de motivos que explicamos en el libro creíamos que esa zona de frontera era ideal para una matanza de este tipo. Todos los indicios apuntaban a este lugar. Fuimos con un arqueólogo, Albert Roig, que nos hizo ver que si alguna vez hubo allí cadáveres enterrados, el deshielo y las riadas se los habrían llevado tiempo atrás.

-Para terminar: buena parte de la leyenda negra nace con los reportajes de Eliseo Bayo para Reporter. Y para mi gran sorpresa, el propio Bayo admite en el libro que pudo ser engañado. Y surge la sospecha de que quizás en 1977, cuando escribió estos reportajes, ya tenía esta llamémosle intuición, y que a pesar de todo siguió adelante.
-No es justo. Los documentos que nos facilitó demuestran que él investiga honestamente una pista que cree cierta. No inventa ni fabula. Él vio y fotografió huesos. Lo que ocurre es que cuando uno paga por un testimonio inmediatamente surge la sospecha de si no será todo un montaje para hacerse con ese dinero. Bayo acepta esta posibilidad, y es cierto que Reporter era una revista amarillista. Pero dentro de sus parámetros él emprende una investigación honesta, busca testimonios, aporta documentos, visita los escenarios... Nadie hace todo esto si es consciente de que está contando una mentira.

-¿Decepcionados, con los resultados de sus pesquisas?
-Es muy difícil probar nada de esto sin la implicación a gran escala del gobierno [de Andorra]. Hemos removido cielo y tierra, hemos hablado con Bayo -cosa nada fácil y que no había conseguido hasta ahora ningún historiador- hemos desenterrado el proceso de Puigdellívol, que no demuestra que estuviera implicado en la entrega de judíos, pero sí que lo estuvo en una red de salida de jerarcas nazis a través de un bar de Hospitalet que regentaba su familia. Hemos desentrañado cómo funcionaba la maquinaria económica de este tipo de pasaje y, en fin, hemos rescatado el testimonio de Barberan, que como el de Pons Prades, estaba bastante olvidado.

martes, 4 de marzo de 2014

Vuelve, ay, la leyenda negra

Rosa Sala Rose y Plàcid Garcia-Planas se sumergen en el lado más oscuro de los pasadores en El marqués y la esvástica: en las librerías el 19 de marzo.

Ay, ay, ay... ¿Le suenan al lector aquellos inquietantes, malditos reportajes sobre la leyenda negra de los pasadores que Reporter -revista española en la línea de Interviú, pero de vida mucho más efímera- propaló hacia 1977 y que, dicen los que lo recuerdan, levantó una considerable polvareda, secuestro de ejemplares incluido? Pues bien: la historadora Rosa Sala Rose y el periodista Plàcid Garcia-Planas tienen a punto, pero muy a punto -el 19 de marzo llega a las librerías- El marqués y la esvástica (Anagrama), un tocho de medio millar de páginas y alguna más- que amenaza con retomar el hilo allí donde lo dejó Reporter, con la publicación de los documentos que dieron lugar a la dichosa serie de reportajes y reconstruyendo con pelos y señales -y con nombres y apellidos- los nombres de las víctimas y, glups, de los verdugos de la leyenda negra, según un extenso artículo consagrado al libro que La Vanguardia avanzaba el sábado.

El volumen de Sala y Garcia-Planas, publicado por Anagrama, llega el 19 de marzo a las librerías. Fotografía: Archivo.

El supuesto marqués del título -de Cagigal, nada menos- es César González Ruano, uno de los grandes nombres del periodismo español de posguerra -por lo menos, hasta ahora- que según los autores se dedicó durante su estancia en el París ocupado por los nazis a extorsionar sin contemplaciones a incautos judíos que huyendo de la deportación iban a caer en sus garras con el anzuelo de gestionarles la huida por los Pirineos. Sala y Garcia-Planas, en fin, tiran del hilo apuntado en 2002 por el anarquista Eduardo Pons Prades y acaban documentando la deriva andorrana del tráfico de hombres -matanzas incluidas- en que González Ruano se involucró.

El autor de Mi medio siglo se confiesa a medias -¡y tan a medias!- es el gran protagonista de El marqués y la esvástica. Pero entre los muchos secundarios que pululan por el libro figura cierto pasador catalán posteriormente naturalizado andorrano que con la derrota de Hitler y desde el bar La Rambla de Hospitalet (Barcelona) gestionó el billete de huida jerifaltes nazis de segunda fila como el colaboracionista francés Georges Delfanne, alias Masuy, "sádico gestapista conocido por la invención del suplicio de la bañera". En fin, que El marqués y la esvástica dedica nueve capítulos y casi un centenar de páginas a hurgar en la leyenda negra, sección andorrana, así que la cosa promete dar más de un disgusto -además de aportar algo de luz a las investigaciones pioneras de Claude Benet (Guies, fugitius i espies), Roser Porta y Jorge Cebrián (Andorrans als camps de concentració nazis) i Josep Calvet (Las montañas de la libertad).

Un capítulo como es sabido especialmente opaco, por el que los historiadores han pasado tradicionalmente de puntillas, no fueran a pisar algún inoportuno callo, y que cuenta con escasísimos testimonios de primera mano: Joaquim Baldrich contaba el episodio en que dos pasadores aragoneses le mostraron en el Pic Negre los cuerpos semienterrados de dos parejas que habían liquidado por dinero -"Primero se tiraron a las mujeres y luego los mataron a los cuatro", explicaba todavía indignado 60 años después- y José Bazán recuerda en sus memorias el caso de tres jóvenes fugitivas que en 1942 fueron encontradas muertas en la zona entre Ràmio y Entremesaigües: "Todo el pueblo de Escaldes se concentró en el cementerio. Debían matar a sus familias y ellas huyeron, pero acabaron muriendo de frío y de agotamiento. Las enterraron en el suelo, con unas sencillas cruces de madera pero sin nombre, porque no los sabíamos. Y con una muda indignación porque sospechábamos que los culpables de aquellas muertes estaban entre nosotros, simulando la pena que a todos nos embargaba", apuntaba el mismo Bazán en 2008 con motivo de la presentación de Jo, un nen de la guerra.

De hecho la leyenda negra se ha alimentado històricamente antes de rumores que de hechos probados. Uno de los escasos episodios documentados de guías que liquidaron en la montaña a sus fugitivos es el del también aragonés Lázaro o Lazare Cabrero, que el mismo Calvet exhuma en La batalla del Pirineu y Francis Aguila retoma en Les cols de l'espoir. Este tal Cabrero, que trabajaba para el grupo de Ponzán, condujo en noviembre de 1943 a un grupo de cinco fugitivos entre Tarascón y Andorra. Por el camino se quedó uno de ellos, el periodista y militante socialista Jacques Grumbach. Con la mala suerte -para Cabrero, claro- de que en 1949 y durante un levantamiento geológico del pico des Aigles va y aparecen los restos de Grumbach. En 1953 le abren proceso en Foix, acusado de la muerte del periodista. Él alegó que efectivamente le disparó, pero porque viajaba herido y entorpecía peligrosamente la marcha de la expedición. Con el mismo argumento -evitar que las patrullas alemanas los localizaran- justificó (?) la sustracción de la documentación y de los 7.000 francos que Grumbach llevaba encima. Lo más sorprendente de todo es que el tribunal de Foix le creyó y le absolvió. Pues por lo que parece, casos como este hay unos cuantos más. Y los encontraremos a partir del 19 de marzo en El marqués y las esvástica. Después de 70 años, quince días más de paciencia no son nada.

[Este artículo se publicó el 4 de marzo de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

jueves, 27 de febrero de 2014

La leyenda negra y el doctor Coco

Las memorias de Cyril Penna ofrecen nuevas pistas para una posible identificación del infausto médico.

Cómo son las cosas: días atrás dábamos aquí mismo noticia de Escape and Evasion, las apasionantes, magnéticas memorias de guerra del aviador británico Cyril Penna, que entre el 1 y el 10 de marzo de 1943 disfrutó de la proverbial hospitalidad andorrana. Un hombre sin duda afortunado, por otra parte, teniendo en cuenta que había sido abatido el 29 de noviembre de 1942 al norte de París -servía como artillero en un Short Stirling que regresaba de una misión sobre las factorías Fiat de Turín, y tuvo la mala pata de darse de bruces con el Messerschmitt 110 de Helmut Bergmann- y que el 16 de abril de 1943 llegaba sin novedad a Gibraltar después de la odisea que relata en el libro. El caso es que Penna deja en Escape and Evasion  constancia del trato casi sádico que un tal Antoni de barcia -médico mallorquín en aquella época instalado en Andorra- le dispensó en un improvisado quirófano en el hostal de Escaldes donde se alojaban al capitán Dick Adams, aviador norteamericano y compañero suyo de escapada. Recuerda Penna con espanto la sospechosa insistencia del tal Barcia en amputar el pie izquierdo de Adams, que había sufrido severas congelaciones durante el paso del Pirineo. La cosa no fue a más porque en el últim momento Penna consiguió sacar a Adams de aquel tugurio y trasladarlo a la consulta que el doctor Trias, eminencia de la cirugía española entonces refugiado en Andorra, habñia abierto en la Casa  Guillemó -que todavía existe- y en la que él mismo había sido tratado.

Espeluznante imagen de un médico tratando las gravísimas congelaciones en los pies de un refugiado que acaba de cruzar el Pirineo. Atención al cigarrillo. ¿Sería el doctor Trias? Y el paciente, ¿Cyril Penna? Fotografía: Archivo Nacional de Andorra.

En el detallado informe que redactó para el MI9 -la rama de la Inteligencia Militar británica que tomaba declaración a los evadidos que regresaban a casa- deja Penna constancia del incidente sin identificar al médico -"My feet were very badly frost botten, and a doctor in Andorra Clinic wished to amputate my left foot". En cambio, en Escape and Evasion sí le pone nombre y apellido: los de Antoni de Barcia. Claude Benet especula en Guies, fugitius i espies que podría tratarse, efectivamente, del doctor Coco, el alias con que Viadiu bautiza en Entre el torb i la Gestapo a un doctor de infausta memoria, alcohólico y cocainómano -de ahí el sobrenombre- y que curiosamente es el único personaje de la versión televisiva de la novela que no parece de cartón piedra. Aunque bien podría deberse a la estupenda interpretación de Fermí Reixach. Pero esta es otra historia y la cuestión es que, según Benet, este Barcia "intentaba amputar las manos, los pies o los miembros helados de los refugiados que transitaban por Andorra para entregarlos a la Gestapo. Nos falta la prueba definitiva que vincule a este Barcia con el doctor Coco, pero pondría la mano en el fuego que estamos hablando de la misma persona".

He aquí otro hilo que habrá que estirar, a ver qué sale. La solución quizás no esté tan lejos como parece: la historiadora catalana Rosa Sala Rose -autora de aquel estupendo volumen, La penúltima frontera, sobre el paso de fugitivos judíos por los Pirineos durante la II Guerra Mundial- prepara una monografía de pronta aparición que promete espectaculares revelaciones sobre la leyenda negra que históricamente ha ensombrecido la epopeya de los pasadores. Incluso ha abierto un blog -La leyenda negra en Andorra- en que solicita la colaboración de los internautas para poner algo de luz en materia hasta ahora rservada. A ver.

[Este artículo se publicó el 27 de agosto de 2013 en El Periòdic d'Andorra]

martes, 21 de enero de 2014

'Tout va très bien, madame la marquise'

La epopeya de los pasadores -ya saben, los contrabandistas y resistentes que durante la II Guerra Mundial ayudaron a miles de fugitivos de la Europa ocupada a cruzar clandestinamente los Pirineos- tiene un inquietante, casi secreto lado oscuro: la leyenda negra, según la cual algunos de estos guías o passeurs traicionaron, expoliaron, abandonaron e incluso asesinaron a los hombres y mujeres a quienes se habían comprometido -previo pago- a conducir hasta la seguridad del consulado británico en Barcelona. La última monografía sobre este tráfico clandestino aporta algo de luz sobre un asunto difícil de documentar y por el cual la historiografía académica ha pasado comprensiblemente de puntillas.

Entre las siete expediciones que Francis Aguila reconstruye en Les cols de l'espoir: passage des évadés de France, 1942-1943, tiene precisamente por este motivo especial interés la que en noviembre de 1942 condujo el aragonés Lazare Cabrero, antiguo combatiente republicano reconvertdio en guía de la red Ponzán, y que terminada la II Guerra Mundial se instaló en Andorra. Cabrero había de conducir a cinco hombres desde Tarascón hasta el Principado. Después de tres días de viaje, la expedición cruzó el 25 de noviembre el Port de Siguer, llegó a la Cortinada, ya en territorio andorrano, y se refugió en Casa Tort. Pero faltaba uno de los expedicionarios: el periodista y militante socialista Jacques Grumbach, desaparecido durante el trayecto. Siete años después, y durante un levantamiento geológico del pico des Aigles, fueron localizados y rescatados los restos de Grumbach, y en 1953 se abría en Foix un proceso por el que se acusaba directamente a Cabrero de haber liquidado al fugitivo para robarle el dinero que llevaba encima, cuenta Aguila. El guía alegó que Grumbach había resultado herido de gravedad en una pierna a consecuencia de una caída, y que los pasadores tenían la consigna superior de eliminar o abandonar en la montaña a los clientes que pudieran entorpecer hasta tal punto la marcha que pusieran en peligro la seguridad del resto del convoy. Siguiendo según él estas consignas, había disparado a Grumbach en la cabeza y se había deshecho del cadáver. Con el mismo argumento -evitar que las patrullas alemanas pudieran seguir su rastro- justificó la sustracción de la documentación del desdichado periodista (glups) y de los 7.000 francos que llevaba en la cartera. Sorprendentemente, el tribunal lo absolvió.

Aguila reconstruye en Les cols de l'espoir la peripecia de siete expediciones a través de los Pirineos, incluida la del polémico guía Lazare Cabrero, acusado en 1953 de asesinar a uno de sus fugitivos. Resultó absuelto.


Hotel Coma y Radio Andorra
Esta es, como decíamos, una de las siete historias recogidas por Aguila en un volumen donde Andorra y los guías locales tienen especial protagonismo. Habitualmente, digámoslo de una vez, con un papel mucho más honroso y no tan polémico como el del aragonés, tan sospechoso aun con el indulto en el bolsillo. En cualquier caso, que la huioda a través de los Pirineos, normalmente en invierno y superando pasos de más de 2.500 metros para ponérselo difícil a las patrullas alemanas era una gesta peligrosísima en que muchos dejaron el pellejo, como prueban no sólo el caso de Gumbarch sinó también la notici ade la muerte por congelación de expediciones enteras, como los ocho cuerpos encontrados al pie del pico de l'Albeille, a un paso de la salvación. Lo recoge el autor en el capítulo dedicado al paso de Réné Bosc, vecino de Montauban i marinero del Panthère, torpedero anclado en Tolón. A mediados de mayo de 1943, Bosc entraba en tierra andorrana por el Port del Rat -otra vez- y se refugiaba en el albergue Grau de Arinsal, "siempre abierto a los perdidos en la montaña", dice el autor. El destino final de Bosc era Casablanca, en el Marruecos francés, para unirse a las fuerzas de la Francia Libre.

La expedición más multitudinaria que Aguila documenta es la que en agosto de 1943 acabará con un heterogéneo grupo formado por una veintena larga de militares, jóvenes franceses que huían del Servicio de Trabajo Obligatorio y desertores alemanes refugiados en el hotel Coma de Ordino, otro destino habitual de los fugitivos. Con el añadido de que el protagonista de este relato, el piloto François Séguélas, contactará con un tal Vidal, trabajador de Radio Andorra, para alquilar los servicios de una red de pasadores que los conduzca hasta Barcelona: son, según Aguila, "contrabandistas que han cambiado el tráfico de mercancías por el mucho más rentable transporte de personas entre Andorra y Francia". Quien sabe si este grupo era el de Forné y Baldrich...

El hotel Coma será también sinónimo de salvación para Pierre Dalloz, uno de los fundadores del maquis de Vercors, que se refugia en Ordino a principios de noviembre de ese mismo año. Este Dalloz acabará ganando la seguridad del consulado británico en Barcelona gracias a las gestiones -dice Aguila- de nuestro Bonaventura Armengol. Les cols de l'espoir termina con la peripecia de una última expedición formada por 22 jóvenes de Tarascon que en mayo de 1943 cruzaron Andorra camino del norte de África. Llegados, cómo no, al hotel Coma, la consigna para que los familiares que habían quedado atrás supiesen que habían llegado sanos y salvos sería la canción Tout va très bien, madame la marquise, que debía de emitirse por Radio Andorra. Y la marquesa, aquella vez, sonó.

[Este artículo se publicó en 2009 en El Periòdic d'Andorra]