Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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lunes, 30 de junio de 2014

Josep Ferrándiz, veterano de la guerra de Ifni: "'Tómate unos vinos conmigo', me invitó; Ortiz de Zárate era un hombre exquisito, especial"

A difrencia de Josep Maria Contijoch, que aterrizó en Ifni por cortesía del servicio militar, Josep Ferrándiz García (Barcelona, 1935) llegó al territorio a principios de 1957 con la Segunda Bandera Paracaidista, la Roger de Lauria. Se había enrolado en agosto del año anterior, atraído por la aventura y por los vistosos uniformes que vestían los veteranos del cuerpo, y con la idea de esquivar el destino -montaña en Jaca- que le había tocado en el sorteo de quintos. Una repentina enfermedad paterna lo obligó a regresar a casa justo en noviembre de 1957, a pocos días de estallar la revuelta: se ahorró la invasión y las operaciones iniciales. Su compañía, la 7a, formaba el grueso de la desgraciada columna de Ortiz de Zárate y protagonizó el 29 de noviembre la Operación Pañuelo, el primer salto de guerra del paracaidismo español, sobre la posición de Tiliuin: "Me habría tocado, seguro", dice Ferrándiz. Regresó a Ifni a mediados de diciembre, a tiempo para participar en febrero de 1958 en la Operación Pegaso, la reocupación temporal de los fuertes de Tabelcut y Erkun, una maniobra de distracción para evitar que el Ejército de Liberación trasladara parte de sus efectivos al Sáhara. Ferrándiz ganó en Ifni una Cruz Roja al mérito militar por evacuar desde el frente a un camarada herido. El resto de la guerra lo pasó en misiones de protección de los convoyes que llevaban pertrechos y provisiones al perímetro defensivo de Sidi Ifni, y estacionado en Buyarifen, estratégica posición al norte de la capital: "Dormíamos al raso, y por las noches salíamos a hostigar a los moros", recuerda. "La invasión fue para nosotros una sorpresa. Había habido incidentes en el interior, pero en Sidi Ifni las cosas estaban tranquilas. No se nos permitía entrar en los cafés moros, por precaución, pero sí que pululábamos por el zoco. Armados, por supuesto, porque de aquella gente nunca llegué a fiarme. Todo era 'Paisa, yo amigo', 'Paisa, yo he servido con Franco'... Demasiado amigos, la verdad". Tras la guerra siguió un período de guarnición: instrucción, saltos, marchas y guardias en los puntos estratégicos de la capital: aeropuerto, depósito de agua, central eléctrica... Como se licenció en 1959, todavía tuvo tiempo de desfilar el 1 de abril de 1958, Día de la Victoria, por el paseo de la Castellana: "Fue el primer día que vimos un Cetme".


Ferrándiz se alistó en agosto de 1956; tras la instrucción en Alcantarilla y Alcalá de Henares, fue destinado a la7a compañía de la Segunda Bandera Paracaidista, al mando del capitán Sánchez Duque y donde coincidió con el teniente Ortiz de Zárate. Participó en febrero de 1958 en la Operación Pegaso, la reocupación temporal de los fuertes de Tabelcut y Erkun, donde tuvo lugar el segundo salto de combate del paracaidismo español, a cargo de la Primera Bandera, la Roger de Flor. Fotografía: Presència.


-¿Por qué se enroló en los paracaidistas? ¿Tradición militar, quizás?
-En absoluto. Tenía 21 años y tenía que hacer la mili. Incluso me habían sorteado. Me había tocado montaña, creo que Jaca. En fin, que un día, paseando por las Ramblas, me crucé con un soldado que llevaba un uniforme flamante: todo verde y la boina negra. Me llamó tanto la atención que lo abordé: "Soy paracaidista en Alcalá de Henares", me contó. "Si quieres apuntarte, hay un banderín de enganche aquí mismo". Se refería al gobierno militar, que está al final de las Ramblas. Y para allí me fui, sin pensármelo dos veces. Y en agosto de 1956 estaba en Alcalá. Tenía 21 años.

-¿Cómo se había ganado la vida hasta entonces?
-En un taller de marroquinería donde fabricábamos bolsos y maletas de cuero. La instrucción la impartían en Alcantarilla, Murcia, donde se encontraba la escuela de paracaidistas, que había abierto en 1954; nosotros casi estrenamos las instalaciones. El artífice fue el comandante Pallás Sierra, que procedía de la Legión -como la mayoría de los primeros paracaidistas. 

-¿En qué consistía la instrucción?
-El ejercicio básico consistía en saltar desde la torreta, que era lo que su nombre indica, una torre metálica desde la que tenías que lanzarte como si llevaras puesto el paracaídas. Te dejaba sin respiración y las primeras veces impresionaba de verdad. Sólo cuando dominabas este ejercicio te permitían saltar desde el aire. Superado el cursillo te daban el roquisqui, el emblema de la bandera, unas alas con el paracaídas desplegado en el cuerpo central. Todavía lo llevamos en la americana.

-¿Había muchos catalanes, en los paracaidistas?
-Muchos. Y la mayoría éramos civiles, aunque claro, también había muchos legionarios: Ortiz de Zárate, que era mi teniente; el capitán Sánchez Duque, el también teniente Calvo Goñi...

-¿Cuántos años permaneció en el ejército?
-Tres: me licencié en agosto de 1959. Llegué a Barcelona y claro, no me apetecía reincorporarme a mi antiguo oficio, así que a través de un conocido de mi padre que trabajaba en el Banco de Bilbao ingrese en el banco, donde me quedé hasta la jubilación.

-¿Cómo y cuándo llegó a Ifni?
-Yo pertenecía a la 7a compañía de la Segunda Bandera Paracaidista, la Roger de Lauria. Al mando estaban el capitán Sánchez Duque y el comandante Pallás Sierra. Llegamos al territorio meses antes de que estallase la guerra; debió ser hacia enero de 1957. Así que cuando la cosa se puso fea ya éramos unos veteranos. Habíamos estado de guarnición en gran parte de los fortines de interior. Al capitán lo apreciábamos, a pesar de que venía de la Legión y había estado en la División Azul. Era un tipo de una pieza, como Dios manda: duro y estricto, pero un padre para nosotros.

-¿Cuál era la rutina diaria prebélica?
-Instrucción y saltos. Recuerdo una marcha a pie casi hasta la frontera con Mauritania, y un salto sobre Tiliuin. Con el calor que hacía nos habíamos terminado el agua de la cantimploras mucho antes de llegar e íbamos cayendo como moscas. El capitán mandó venir a los camiones desde Sidi Ifni para recoger a los que no podían continuar. Y la bautizó como la marcha de los hombre lechuga.

-La invasión del 23 de noviembre, ¿dónde lo sorprendió?
-Dio la casualidad de que pocos días antes el teniente García Andrés, el Bigotes, me hizo llamar: resultó que habían recibido un telegrama desde Barcelona, y que mi padre estaba muy enfermo. El caso es que me dieron permiso para ir, 45 días, aunque la cosa se estaba poniendo fea y se veía venir que habría jaleo. Tuve que espavilar para encontrar vuelo: le expliqué el caso a un capitán que estaba a punto de despegar con su Heinkel hacia las Palmas, y me hizo un hueco... ¡en el depósito de las bombas! Y me puso una condición: que levara conmigo mi paracaídas.

-Así que se perdió la guerra, como Cómodo cuando llega a Germania...
-Una vez en Barcelona vi que mi padre estaba grave, pero como no se podía hacer nada me volví al cabo de unos días: de Barcelona a Sevilla, de Sevilla a Málaga y de Málaga a las Palmas. Ya había empezado el follón y allí es donde me enteré de que habían caído el teniente López de Zárate y el cabo primero Civera Comeche, compañeros míos. Si no hubiera ido a Barcelona hubiera estado en esa misma acción, porque fue mi compañía a la que ordenaron socorrer a los sitiados de Tiliuin. Después de la emboscada pudieron refugiarse en el fuerte, y fue allí donde Sánchez uque dirigió el primer salto de combate del paracaidismo español. Me perdí las dos acciones, pero no la guerra: como no consumí todos los días de permiso, llegué a tiempo de ver a Carmen Sevilla y a Gila.

-¿En qué operaciones participó?
-Sobre todo, convoys para llevar pertrechos y alimentos a los que combatían en primera línea. En uno de ellos estalló una mina justo después de pasar mi camión. Dieron al que iba detrás de nosotros, y resultaron heridos un teniente y un soldado. También tomamos parte en el salto sobre Erkun, el segungo de la guerra y de la historia de los paracaidistas, en la Operación Pegaso.

-Recuerde esa acción.
-Lo pasamos realmente mal. Los que estuvimos en el fregado fuimos la 6a Bandera de la Legión, un tabor de Tiradores y las dos banderas paracaidistas. Se trataba de limpiar los reductos que quedaban. La Primera Bandera tenía que saltar, y los otros avanzar por tierra. La Legión sufrió bastantes bajas. Iba al lado del capitán Sánchez Duque, y en un momento dado cayó herido un compañero que no era de mi compañía; debía ser de la 6a o de la 8a. El caso es que como no había ningún sanitario ni ningún mulo, el capitán me ordenó evacuar a aquel hombre. Yo solo. Tenía la sensación de que en cualquier momento aparecería un tío y nos dejaría secos de un tiro, pero no, tuvimos suerte y pudimos llegar a nuestras líneas. Una vez en Sidi Ifni, en el cuartel, cuando me quité el traje de faena tenía toda la espalda del mono empapada de sangre de aquel pobre tipo. Ya de vuelta a la Península, el capitán hizo una gestión y me concedieron la Cruz Roja al Mérito Militar. Debió de ser de las últimas, porque la Roja sólo se da en tiempos de guerra; en tiempos de paz es blanca.

-¿Hicieron prisioneros?
-Creo que sí, porque conservo fotografías del estado mayor en que se ve un grupo de hombres con chilaba, aunque al encargarme del herido perdí contacto con la compañía. Se los trataba correctamente, pero también le diré que en los primeros días, cuando empezó el sarao y se decretó el toque de queda, pobre del que pillábamos por la calle: se arriesgaba no diré que a un tiro, pero si a un buen palo.

-¿Y después de Erkun?
-Lo gordo ya se había terminado. Lo de después fueron simples escaramuzas. Estuvimos una semana por la parte de Buyarifen, durmiendo al raso, sin tiendas de campaña ni nada; por la noches hostigábamos al enemigo. Existe una fotografía donde se nos ve hechos unos zorros, más sucios que la tiña, después de una semana sin agua: sirvió de portada para Guerra de Ifni: las banderas paracaidistas, el libro de Alfredo Bosque Coma. Luego, rutina: vigilancia del aeropuerto, del depósito de agua y de la central eléctrica.

-Para los que estaban en Ifni antes del 23 de noviembre, la guerra, ¿se veía venir?
-La verdad es que los meses anteriores hubo mucha calma. Si que tuvimos el incidente de Igurramen: el 16 de agosto la 6a, la 7a y la 10a compañía salimos de marcha hacia Mesti, y al llegar a cierta colina desde lo alto nos atacaron con fuego de ametralladora. Fueron los primeros tiros Ifni, que yo sepa; no sé si en Cabo Juby ya habían tenido algún encontronazo. En las calles de Sidi Ifni se respiraba una calma por lo menos aparente; no entrábamos en los cafetines porque no lo teníamos permitido, pero sí en el zoco. Aunque no iban armados, no nos acabábamos de fiar. Lo cierto es que se te acercaban y todo era: "Yo, amigo, yo he servido con Franco, yo no sé qué..." Todos eran muy amigos. Demasiado, incluso. Nunca me gustaron.

-Pero la invasión, ¿se veía venir? ¿O los cogió desprevenidos?
-A mí de dejó de piedra. Nunca me lo había imaginado. Y por lo que parece hubo un chivatazo, que si no, nos cogen en pelotas.

-¿Se quedó en Ifni, tras la guerra?
-En abril de 1958 fuimos a Madrid para el desfile de la Victoria. Nos dieron una semana de permiso y a la vuelta al cuartel, en Alcalá, el teniente coronel Crespo del Castillo nos comunicó que algunos de nosotros se quedarían en la Península y otros volverían a Las Palmas. A mí me toco Las Palmas. Me quedé en las Reollas hasta que me licencié, en 1959.

-¿Por qué se licenció?
-Había visto suficientes desgracias.

-¿Qué opinión le merece el equipo con el que combatió el ejército español en Ifni? Se dice que hubo soldados que calzaban alpargatas de esparto.
-Quizás en la Legión. Nosotros, seguro que no, porque usábamos las botas de salto reglamentarias; la de paseo era una bota de lona, con suela de goma, muy práctica. Nada de alpargatas.

-Pero, ¿vio usted a legionarios con alpargatas?
-No lo recuerdo; quizás en el Sáhara.

-¿Y las armas? ¿Usaban todavía el Máuser?
-El Máuser no era mal rifle, el arma personal dl, 7,92 milímetros... Pero era un Máuser. La ametralladora era una buena arma, y del subfusil, creo que era el Z45, lo que fallaba era el culatín; luego estaban las granadas de mano, que eran de baquelita. El problema es que los americanos sostenían que como aquella era una guerra colonial no podíamos utilizar su armamento, mucho más moderno. Lo único de origen yanqui que usábamos era el casco.

-¿Llegó a ver desplegado el Cetme?
-Nos lo repartieron en el desfile de la Victoria, pero no llegamos a disparar jamás un tiro.

-La sensación que tenían, ¿era que estaban bien entrenados y bien pertrechados?
-Creo que sí. Y tanto los mandos como los soldados estuvieron a la altura. Por lo menos, los paracaidistas. Porque yo he visto a legionarios desertar.

-¿Echó de menos algún tipo de armamento?
-Los Heinkel nos fueron de mucha utilidad, pero creo que fue el último día en Erkun, precisamente, que nos bombardearon... ¡a nosotros! Conservo una espoleta que me quedé como recuerdo. Y luego estaba el Canarias, que pegaba unos zambombazos tremendo y tenías el resquemor de que le hubieran dado las coordenadas erróneas y el pepinazo cayera sobre nosotros.

-¿Cuántos saltos realizó?
-Diecinueve.

-¿Algú recuerdo especial de Ortiz de Zárate?
-La 7a compañía de la Segunda Bandera, que era la nuestra, fue de las que más sufrió, aunque todos los paracaidistas tuvimos bajas. Él era un hombre espléndido, que venía de familia de militares. Recuerdo una guardia, yo estaba en la puerta del cuartel y oigo que me llaman: "Ferrándiz, ven un momento". Era Ortiz de Zárate. Entro y me encuentro en la mesa dos botellas de Rioja y dos vasos. "Tómate unos vinos conmigo, me invitó. Un hombre exquisito, diferente.

-Desde que regreso del permiso para ir a ver a su padre enfermo, ¿volvió a la Península en alguna otra ocasión?
-Los permisos se acabaron con la guerra. Estábamos en Ifni como quien dice arrestados.

[Esta entrevista se publicó extractada el 1 de junio de 2007 en el semanario Presència]





viernes, 16 de mayo de 2014

Miquel Bolart, vetereno de la guerra de Ifni: "Lo cierto es que allí no había nada por lo que valiera la pena luchar (y II)

-¿Hubo algún enfrentamiento en campo abierto, o la contienda se enquistó en una incómoda guerra de guerrillas?
-En Tagragra hubo enfrentamientos, sí. Cuando nos retiramos, dejamos atrás una compañía para efectuar la voladura del fuerte; nos encontramos que habían copado los dos laterales del monte y tuvimos que correr tres kilómetros y medio bajo fuego enemigo. Nunca había corrido tanto en mi vida. 

-¿Cómo vivió la celada a la sección de Ortiz de Zárate, camino de Telata?
-Cuando llegamos a Ifni todavía no los habían liberado, pero ya sabíamos que él había muerto. Cuando volvieron a Sidi Ifni estaban destrozados. Casi ni los reconocía, y habíamos pasado meses juntos.

-Además de la Operación Gento, ¿en qué otras tomó parte?
-Cuando nos replegamos, pasado ya todo el jaleo, a la sección de transmisiones nos destacaron unos 10 kilómetros al interior. Estuvimos casi tres semanas. Fue en una de estas digamos misiones, protegiendo un depósito de agua, cuando vino Carmen Sevilla. La buena moza se portó como una señora; dijo que al día siguiente visitaría los puestos de primera línea, así que nos afeitamos -todos con la misma navaja- para recibirla como merecía. A pelo, sin agua ni nada. La poca agua que había era para beber. Yo estuve días sin poder reír.

-¿Y cumplió con su palabra?
-¡Qué va! ¡Cómo iba a venir! 

-¿Sufrieron algún ataque?
-Un par de noches: respondimos al fuego y eso fue todo. La verdad es que fregados de verdad, con cientos o miles de tíos liándose a tiros, no los hubo. Hay que decirlo porque fue así. Era más bien una estrategia de hostigamiento. Claro que en ocasiones reunían una fuerza considerable, 50, 100 o quizás 150 hombres. En la Operación Gento, camino de Tagragra, solicitamos apoyo aéreo a eso de las 10 horas para tomar una loma; a las 13.30 todavía lo esperábamos. Así que el comandante ordenó que avanzáramos sin esperarlos. Fue entonces cuando llegaron, soltaronn cuatro bombas y no nos mataron porque Dios no lo quiso.

-¿Tomaban prisioneros?
-Se hacían prisioneros, sí. Enseguida se hacía cargo de ellos la Policía. Y no querría parecer racista, pero el moro no es lo que parece: cogíamos a uno y lo primero que te soltaba era un "Arriba Franco", o un "Viva España", "Paisa, te quiero mucho"... Pero mejor no darles la espalda porque te arriesgabas a que te clavaran la gumia hasta el hígado. Y no estoy generalizando: hablo de lo que vi. El moro es un tipo especial. Y los del Rif, todavía más. ¡Peor que los gallegos! En fin, que nadie se equivoque: sabían perfectamente lo que hacían, nos dieron lo que quisieron y más, nos hicieron correr, nos mataron a gente... Al moro le das un fusil y parece que sabe disparar casi por instinto.

-Cuando regresaron a la Península, ¿la gente estaba informada de lo que había ocurrido en Ifni? ¿O fue realmente una guerra silenciada?
-Pensaban que habíamos ido a pegar cuatro tiros y poco más. Ni se imaginaban que había habido muertos. Y una guerra, menos todavía. Al principio se habló de una revuelta, pero se fue silenciando progresivamente.

-Pero hubo cuestaciones populares para enviar lotes de Navidad, por ejemplo.
-Codorniu nos envió 12.000 botellas de champán. Pero ni vimos ni bebimos ni una. Alguien se forró con ellas, porque se quedaron en las Canarias. Hay que decir también que el transporte desde las Canarias era problemático, se hacía en barco y para desembarcar había que esperar el momento, más bien el día adecuado para los carabos.

-¿Qué aviones utilizaban los paracaidistas?
-Nos lanzaban desde los Junker: un buen aparato, muy difícil de derribar... aunque hubo un accidente, sí. Pero yo he volado en un Junkers una patrulla de exhibición desde Alcalá hasta Alcantarilla con solo dos motores, el del morro y el del ala izquierda. Estuvimos enganchados casi 20 minutos por si había que saltar, pero resistió. Era muy buen planeador, y muy fiable. Podía transportar hasta a doce paracaidistas, que teníamos que saltar por una puerta de 1,40 metros de alto. Había que agacharse e ir con cuidado de no dar en el dintel con el paracaídas. Si todo iba bien, en ocho segundo habíamos saltado los doce.

-¿Hasta cuándo estuvo destinado en Ifni?
-En mayo de 1958 toda la Segunda Bandera regresamos a la Península para el desfile de la Victoria. Casi salimos en hombros, y bueno, eso ya fue algo. Creo que hacia 1959 volvieron a Ifni, donde se había quedado estacionada la Primera. Pero yo me licencié antes, en septiembre de 1958, al cumplirse los tres años. Podría haberme reenganchado pero hice cábals y vi que como mucho podría ascender hasta comandante. No me interesaba. No me quejo: como caballero legionario paracaidista cobrábamos 575 pesetas al mes, una pequeña firtuna para la época, sobre todo si lo comparas con la peseta diaria que le pagaban al soldado de reemplazo.

-Volvamos a la guerra: desde su punto de vista, ¿era correcta, la estrategia de liberar los puestos del interior, replegarse en la capital y abandonar el resto del territorio? ¿Era la única opción viable?
-Hay que decir que las unidades profesionales, marina, aviación, paracaidistas e incluso Tiradores, podrían haber mantenido la colonia. En cambio, hubo compañías de morteros que desembarcaron en Ifni sin haber disparado jamás, que sacaban la pistola de la funda por primera vez. La estrategia del repliegue me imagino que fue para evitar un enfrentamiento a gran escala con Mohamed V, sospecho que hubo algo así como un acuerdo para que la cos no pasara a mayores. Por otra parte, y con la mano en el corazón, en Ifni no había nada por lo que valiera la pena luchar.

-Así que, en el fondo, replegarse era algo sensato.
-Quizás no era la postura más honrosa, pero sí, era la más sensata, porque nos estaban dando por todos los lados. Por otra parte, lo que se cedió tampoco era gran cosa: 50 años después, en algunos de los puestos que volamos cunado nos retiramos todavía o se ha movido una piedra. Todo continúa igual.

-¿Echaron de menos el apoyo de carros de combate, helicópteros, artillería pesada...?
-Un carro hubiera sido de gra ayuda, pero hay que tener en cuenta la época: en 1957 el ejército español quizás disponía de dos docenas de tanques. Era un ejército muy peculiar, diseñado exclusivamente para la represión interna más que para defender el país de un enemigo exterior. Los pocos Sherman que teníamos en la Península habñian llegado tras el acuerdo con Eisenhower... En fin, no olvidemos que era una época de miseria absoluta. Pero lo que te puedo asegurar es que si algo funcionó de maravilla fue la Armada. Las veces que le dimos al Canarias las coordenadas de bombardeo lo clavó: no se desviaron ni un metro.

-Pues corre el rumor de que en Sidi Ifni cayó algón obús por error...
-Que yo sepa, jamás. Hubo casos de fuego amigo, pero por parte de la aviación, no de la Armada. Las transmisiones del Canarias y el Méndez Núñez las llevaban sargentos con tres millones de años de servicio a sus espaldas. Aquella gente no se equivocaba.

-También se ha dicho que los obuses caían en el lugar indicado pero no exñplotaban porque eran defectuosos...
-Las seis andanadas que dispararaon por encima de nuestras posiciones estallaron. Y tanto: ¡en mi vida lo he pasado tan mal! Pero sí que había armamento en mal estado: las granadas, por ejemplo, pero más que por defectusoas, porque tenían un sistema endiablado, con una cinta que venía enrollada y que en teoría saltaba cuando lanzabas la granda ;luego resultaba que raras veces lo conseguías y tenñías que ir a recuperar la granada... La P2 era más fibale; la pistola Star, una maravilla, y el subfusil... Bueno, con el primer cargador, funcionaba bien, pero cuando se calentaba era jmuy probable que se encasquillara.

-¿Cómo se ganó la vida cuando dejó el ejército?
-Primero como dibujante y guionista, para Selecciones Ilustradas de Toutain; pero duró poco y pronto me pase al sector comercial -soy perito mercantil- hasta la jubilación.

jueves, 15 de mayo de 2014

Miquel Bolart, veterano de la guerra de Ifni: "Pronto nos dimos cuenta de que estábamos combatiendo en una guerra de verdad" (I)

La Operación Gento se organizó para liberar las posiciones de Tiugsa y Tenin. Participaron en ella las dos banderas paracaidistas -entre ellos el caballero legionario Miquel Bolart Cámara (Barcelona, 1938)- más un tabor de Tiradores y una sección de morteros expresamente enviada desde la Península. Un pequeño ejército de más de 1.500 hombres que fue fustigado continuamente por fuego de francotiradores -las bandas armadas rehuían en lo posible y como buenos guerrilleros el combate abierto. Fue en esta operación donde sufrió uno de los episodios de fuego amigo que alimentan la leyenda negra de la guerra de Ifni: "Solicitamos apoyo aéreo para ocupar una cota; eran las 10.30 horas, y tres horas después los Heinkel todavía no habían hecho acto de presencia, así que atacamos la posición. Cuando ya la habíamos tomado, llegaron los bombarderos... ¡Y lo que nos bombardearon! No nos liquidaron a todos de milagro".

Bolart formaba parte de la 6a compañía de la Segunda Bandera Paracaidista. Cobraba una mensualidad de 575 pesetas, una pequeña fortuna en comparación con la peseta diaria que recibía la tropa estacionada en la Península, e incluso con las seis de los reclutas destinados a Ifni. En febrero de 1958 participoó en la ocupación de Ercunt, donde se produjo el segundo salto de combate en la historia del paracaidismo español. Él se lo ahorró porque la papeleta le tocó a la Primera Bandera.


Miquel Bolart sirvió como paracaidista en la Segunda Bandera; se enroló en 1955 y en octubre de 1957 fue destinado a Ifni, donde participó en la liberación del fuerte de Tiugsa: arriba, durante su período de servicio; abajo, en 2007, en su domicilio barcelonés. Fotografías: Archivo Miquel Bolart / Presència.

-¿Cómo fue a parar a los paracaidistas?
-Estaba estudiando peritaje mercantil. La mili te partía la juventud por la mitad. Así que un buen día que me crucé con un paracaidista con su boina y todo, y me dije: "Si tengo que ir, por lo menos que pueda escoger un cuerpo en que  me divierta". En aquella época los pobres reclutas iban con su uniforme y sus botas, mientras que los paracaidistas vestíamos zapatos, americana y corbata. Piensa que en las Ramblas me paraban y me confundían con un soldado americano; en el ejército español nadie vestía así. Me alisté en agosto de 1955; hice la instrucción en Alcalá de Henares, y en enero de 1956 me envían a Alcantarilla para seguir el cursillo de paracaidista. Tenía 17 años.

-¿En qué consistía?
-Primero aprendíamos a caer: primero lo hacíamos con la voltereta alemana; luego cambiaron al rulo, la técnica que utilizaban franceses y norteamericanos. Con el rulo te apoyas en un costado al caer; la voltereta alemana, en cambio, aprovecha la inercia de la caída para da la vuelta hacia adelante o hacia atrás. El paracaidismo ha evolucionado mucho: nosotros caíamos a 4 metros por segundo y el golpetazo era seguro. Ahora hacen lo que quieren, son perfectamente capaces de aterrizar sobre un teléfono móvil.

-¿Difícil, la instrucción?
-Para conseguir el título de paracaidista tenías que sacar seis saltos. Primero practicábamos la voltereta sobre una lona, saltando desde una altura de dos metros y pico; te intentaban inculcar el automatismo de saltar justo en el momento en que te tocaba -"Preparados, listos, ya"- a dar el saltito para que no se te torcieran los tobillos; cuando superabas esta primera fase te llevaban a una torre de 8 o 10 metros de altura para practicar el salto enganchado a una cuerda: una de las experiencias más terroríficas de la instrucción, porque vas cayendo en diagonal y como estás tan cerca del suelo la sensación de que te la vas a pegar es inevitable.

-¿En qué Bandera se alistó?
-Cuando ingresé sólo existía la Primera; a partir de mi promoción, que fue la sexta, crearon la Segunda, con lo que se formó la Agrupación de Banderas Paracaidistas. 

-¿Había muchos catalanes?
-En comparación con el resto del país éramos pocos; pero más de los que parecía. Una bandera, que es casi como un regimiento, constaba de cinco compañías y la plana mayor: unos 700 hombres, bajo el mando de un comandante; el mío era Tomás Pallás Sierra. Superado el cursillo de Alcantarilla nos envían de vuelta a Alcalá, con el título de caballero legionario paracadista de segunda y el roquiqui, las alas, y también con el traje de señor, porque hasta entonces vestíamos igual que los soldados de infantería y no lucíamos insignia.

-¿Qué destino le tocó?
-Primero, la 6a compañía; luego, Transmisiones de la plana mayor de la bandera, era el encargado de cargar con la emisora.

-Y va a parar a Ifni.
-A finales de octubre de 1957, justo antes del follón. La Primera Bandera  había llegado el año anterior, justo cuando tenía un permiso y con la mala suerte de que cuando me llegó el telegrama no pude reincorporarme a tiempo. En Alcalá nos quedamos unos 80 paracaidistas, y fue entonces cuando comenzaron a organizar la Segunda Bandera. Por eso soy uno de los fundadores. Estuve unos dos meses en la Segunda, y entonces me trasladaron a la plana mayor. El comandante Pallás estuvo desde el principio en la Segunda Bandera, y el teniente coronel Crespo del Castillo estaba al frente de la Agrupación de Banderas.

-Vayamos pues a Ifni.
-Nada más llegar nos dijeron que había habido una sublevación de bandas armadas, y que eran unos tipos muy preparados. No sabría decirte; lo que sí estaba claro es que los tíos aguantaban como si nada ráfagas de ametralladora a 50 centímetros del suelo. Eso sí que te lo puedo decir.

-¿Había mucha diferencia entre el equipo y el armamento de los paracaidistas respecto a los de Tiradores?
-Nosotros hacíamos instrucción abierta y cerrada a diario, armamento y táctica; éramos soldados preparados para el combate. Ellos eran reclutas que lo único que querían era que los meses de mili pasaran lo más rápidamente posible. En cuanto al equipo, los americanos insistieron en que no usáramos el nuevo material que nos habían cedido en virtud del acuerdo entre Franco y Eisenhower. Sólo podíamos utilizar los cascos y las emisoras.

-La famosa Marconi de pedal, ¿la llegó a usar?
-Eran las únicas que había, reliquias de la guerra de aquí. A nosotros nos facilitaron unos radioteléfonos americanos estupendos, de estos que se ven en las películas de la época. Pero los debieron transportar embalados y algún listo de intendencia los mezcló al sacar las cajas. En fin, como estos aparatos funcionan por parejas, cada una con su propia frecuencia, como los habían mezclado resultó que era imposible contactar con la compañía vecina. Más aún cuando nos metíamos en alguna vaguada. Piensa que Ifni no es el Sáhara: es una zona montañosa y la persiana de señales ópticas enseguida quedaba inutilizada. Vaya, que con frecuencia nos encontrábamos a oscuras.

-¿De que armamento disponían?
-El máuser de 7,92 milímetros. Para mí, el mejor fusil del mundo. Si eres un buen tirador, donde pones el ojo pones la bala. Era un arma semiautomática de cerrojo: cargaba cinco balas en peine y había que tirar del cerrojo a cada tiro. Pero era un muy buen fusil; el nuestro era de 1952, el último modelo. También teníamos el fusil ametrallador FAO, que también era una buena arma. Lo que ocurre es que en una época en que otros ejércitos ya tenían una cadencia de fuego altísima, nosotros todavía andábamos con armamento de la postguerra.

-Pero, ¿no me está diciendo que era una buena arma, el Máuser?
-Sí que lo era, pero una arma semiautomática, ante un M1 americano, que dispara ocho tiros sin darte tiempo siquiera a respirar, o la misma Thompson, que disparaba 37 balas sin encasquillarse... Era otro mundo. El máuser era un buen fusil, pero era un fusil de cinco balas. Y además, de cerrojo.

-Y el enemigo, las bandas armadas, ¿qué armamento tenía?
-De todo, menos ametralladoras Thompson: mosquetones nuestros, y también franceses... No es que estuvieran muy bien equipados, pero para el tipo de guerra que practicaban, era suficiente.

-¿Y qué pasa con el Cetme?
-Llegó al final de la guerra y sólo lo vieron algunos; yo, desde luego, no. Los que llegaron a partir de 1958 sí que lo disfrutaron. Como subfusil automático es de lo mejorcito, porque no se encasquilla, tiene una cadencia de fuego muy alta y es ligero, apenas pesaba 3,5 kilos: ahora debe pesar incluso menos. Piensa que el máuser superaba los 5 kilos. Los primeros Cetme que llegaron a Ifni todavía venían equipados con trípode, porque la idea de un fusil ametrallador estaba todavía muy enquistada en el alto mando. Pero es que el Cetme era más que un subfusil: era un fusil de asalto con una cadencia casi de ametralladora.

¿Qué ambiente se encontró en Ifni al llegar, en octubre de 1957?
-Persistía la idea de que los problemas venían de fuera, aunque ya se habían registrado levantamientos en algunas cabilas del interior. En Sidi Ifni era otra cosa, porque era más fácil de controlar. Cuando estalló la revuelta, se cortó de raíz. Pero cuando vimos las caras de los compañeros que llegaban no dire que del frente -porque no había propiamente frente- sino del interior, enseguida nos dimos cuenta de que estábamos combatiendo en una guerra de verdad. Algo diferente a todo lo que habíamos vivido hasta entonces.

-El levantamiento del 23 de noviembre, ¿nadie se lo olió?
-Hubo avisos, sí, pero muy dudosos. Además, en aquella época, la inteligencia militar dejaba mucho que desear. Nadie se lo imaginaba: piensa que en Sidi Ifni se encontraba el cuartel general de Gómez de Zamalloa, el gobernador del África Occidental Española, que abarcaba también el Sáhara. 

-¿Usted era de los que paseaba tranquilamente por el barrio moro?
-Al principio íbamos al zoco de compras sin ningún tipo de resquemor, quizás por ese punto de imprudencia juvenil, sin sabr demasiado donde nos estábamos metiendo; pero por la razón que fuese, no teníamos sensación de inseguridad. Después, cuando el levantamiento, lo cerraron y nos enviaron a hacer rondas de vigilancia por el perímetro. En cierta ocasión llegaron a disparar contra el burdel.

-¿Dónde lo sorprende el ataque del 23 de noviembre?
-En el campamento. Oímos algo de jaleo, pero no nos tocó ir a resolver aquello; así que me ahorré las primeras horas. Sí que nos ordenaron socorrer el puesto de Tiugsa. Iba con el mulo cargando mi emisora, junto con un soldado de quintas. Cuando sonó el primer tiro el trabajo fue nuestro para que el  mulo no se escapara... hasta que le pegaron tres tiros. No nos dieron a nosotros de puro milagro.

-El chivatazo de la cuñada de un policía indígena que según algunos salvó a los oficiales de morir a manos de sus ayudantes baamranis, ¿mito o realidad?
-Dicen que fue asi. Te diré una cosa: si me vinieran con la historia de que fue un espía infiltrado, no sé, algo así, no lo creería; en cambio, algo tan en el fondo estúpido como un soplo de la cuñada del policía, pues lo creo. Me parece más creíble que no una filtración a la inteligencia militar, porque si existía algo parecido a esto, nunca supe dónde estaba. Para que veas cómo las gastaban, estando yo en la plana mayor de la Agrupación, se organizó el salto en una zona pedregosa y con unas pendientes de más del 15%. Si hubiéramos saltado allí, el que menos hubiera dejado una pierna de recuerdo. Por suerte a alguien se le ocurrió realizar una descubierta para reconocer la zona de salto.

-Así que no saltaron sobre Tiugsa.
-No. Nos llevaron hasta cierto punto en camión, y desde allí seguimos avanzando a pie. Casi los dos tercios del trayecto.

-¿Y qué ocurrió?
-Íbamos la Agrupacion al completo, la dos Banderas Paracaidistas. Imagínate, cerca de 1.300 hombres. Un auténtico ejército. Cada cierto número de kilómetros sonaba un disparo y comenzaba el baile: cuerpo a tierra, que si las ametralladoras por aquí y los morteros por allá... Imagínate a mil y pico tíos, doce compañías, cuerpo a tierra, porque no sabías si te estava disparando un tío, o había otros 50 dispuestos a freirte. Pasada la alarma, y sin haber capturado a un solo moro, retomábamos el camino... hasta que volvía a sonar un disparo y vuelta a empezar. Al final ordenaron que nadie se lanzara cuerpo a tierra hasta que se localizara al enemigo. Lo cierto es que sólo hubo que lamentar un par de heridos, y que hasta que no llegamos a la zona de Tagraga yo no vi ni un solo moro, ni creo que nadie viera ninguno. Pero nos dieron por el saco durante todo el trayecto.

[Primera parte de una entrevista inédita a Miquel Bolart mantenida en 2007; la segunda parte se publicará mañana]