Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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sábado, 12 de abril de 2014

La leyenda negra: una prueba documental

Claude Benet da noticia de los cadáveres de dos hombres asesinados de un tiro en la cabeza en el trayecto hacia Andorra; los esqueletos fueron localizados en un camino de montaña del Arieja que desemboca en Fontargent, muy frecuentado por contrabandistas y fugitivos durante la II Guerra Mundial.

¡Ay, la leyenda negra de los pasadores! Cuando parecía que sobre esta materia todo estaba dicho y redicho y que difícilmente saldríamos del recuento que Sala Rose y Garcia-Planas hacen en El marqués y la esvástica -seguro que lo recuerdan: la decena de fugitivos muertos de camino hacia Andorra registrados en cuatro operaciones diferentes- va y Claude Benet, quién si no, nos pone sobre la pista de dos víctimas más del lado oscuro. Y éstas, además, documentadas con pelos y señales. Resulta que el autor de Guies, fugitius i espies recibió en noviembre de 2012 aviso de uno de los informantes del Arieja con los que había contactado cuando preparaba la monografía. Le pedía que fuese inmediatamente porque tenía unas fotografías que no se podía perder.

La sorpresa fue mayúscula cuando vio el material: las imágenes mostraban los esqueletos amontonados de lo que después resultaron ser dos hombres, semiocultos bajo unas rocas en un camino de montaña a una hora escasa de la frontera andorrana. Los dos cráneos presentaban sendos agujeros de bala, y los investigadores de la gendarmería que retiraron los restos encontraron dentro de uno de ellos una bala del calibre 9 milímetros muy habitual en los años 40, mientras que los huesos de las piernas del otro hombre aparecieron rotos. También se recuperaron las botas del mayor de los dos hombres, con el regalo sorpresa de que todavía era posible leer la marca: resultó que se trataba de un par de botas fabricadas en Tolosa por una empresa que en los años 30 y 40 suministraba material al ejército francés. Para confirmar aun más la datación, asociada a los restos se recuperó una moneda francesa de 1943.

Benet, en la presentación de Guies, fugitius i espies, la monografía definitiva sobre los pasadores centradad específicamente en el caso andorrano. Fotografía: El Periòdic d'Andorra.

Para Benet y su informante, que han tenido acceso a las fotografías del yacimiento, no cabe duda: se trata de los restos de dos fugitivos a los que por algún motivo el guía liquidó a medio camino: "El itinerario que seguían conducía a Andorra por la parte de Fontargent, punto de entrada habitual de fugitivos y contrabandistas", sostiene. Los restos, analizados en el instituto de medicina legal de Tolosa, corresponden a un adulto de entre 40 y 50 años y a un adolescente. Padre e hijo, especula Benet, que dibuja la siguiente escena: "El chico, que tenía una pierna rota, debía caminar con suma dificultad, hasta que ya no pudo más: el guía lo conminó a seguir adelante, el padre se puso naturalmente del lado de su hijo, y el guía los liquidó a los dos." Y aprovechó para llevarse las botas del adulto; si hubieran sido soldados alemanes, opina Benet, no se hubieran molestado en robar las botas del muerto.

En fin, que el homicida medio escondió los cuerpos bajo unas rocas, y aquí se habían conservado las últimas siete décadas hasta que en verano de 2012 un grupo de estudiantes alemanes de medicina que practicaban senderismo en la zona los descubrieron, con la buena fortuna -dice- que tenían nociones de anatomía y se dieron enseguida cuenta de que se trataba de restos humanos: "Como se encontraban relativamente cerca de un sendero, es probable que otros excursionistas los hubiesen avistado antes, pero pensaran que se trataba de restos de animales".

Los prefectos se lavan las manos
El caso es que el descubrimiento de los dos cuerpos ha pasado desapercibido en el Arieja. Y si Benet ha decidido hacerlo ahora público es porque ni el prefecto que había en 2012 ni el actual han atendido su petición de que permitieran que expertos en ADN estudiaran los restos para determinar su origen: "No hemos obtenido respuesta ni remitiéndoles la petición a través de la embajada de Francia en Andorra. Me parece de una insensibilidad monumental, sobre todo este 2014 que celebran por todo lo alto el centenario de la I Guerra Mundial", se lamenta. La mala suerte es que no se recuperó documentación que permitiera a los dos hombres. Pero incluso para esto tiene Benet una hipótesis más o menos plausible: otro informante suyo, André Trigano, alcalde de Pàmies y él mismo brevemente refugiado en Andorra durante la II Guerra Mundial -unos pocos meses en los que coincidió, por cierto, con el cantante y actor Serge Reggiani- recuerda a dos fugitivos, padre e hijo, que salieron en cierta ocasión de la zona de Pàmies y que nunca llegaron a su destino: Andorra.

Eran dos judíos apellidados Schwabb. ¿Tienen alguna relación los Schwabb con los dos cuerpos aparecidos ahora? "Si no podemos analizar los restos, nunca lo averiguaremos", dice Benet, estupefacto por la indiferencia mostrada por la prefectura en este asunto: "Parece incongruente tirar la casa por la ventana por el centenario de la Gran Guerra y en cambio negarse a analizar posibles pruebas de interés histórico sobre un capítulo tan sensible de la II Guerra Mundial como es el de los fugitivos". En cualquier caso, se trata de las primeras pruebas documentales de la leyenda negra de los pasadores -si descontamos el montaje del que fue víctima (¿o era instigador?) Eliseo Bayo en Reporter. Si se da el caso, ciertamente poco probable, de que las fotografías, hoy en manos de la gendarmería, son algún días desclasificadas.

Como el lector recordará, una de las aportaciones de Sala Rose y Garcia-Planas sobre este infausto capítulo consiste en haber puesto algo de orden con un balance sobre las "matanzas" de fugitivos -así las denominan ellos- que tuvieron lugar de camino a Andorra -o en la misma Andorra. A los autores de El marqués y la esvástica les salían una decena de muertos: los dos matrimonios belgas que Joaquim Baldrich afirmaba haber visto semienterrados enla nieva en la zona del Estany Negre, víctimas de dos pasadores aragoneses que se llamaban -y queden sus nombres para nuestra historia local de la infamia- Mulero y Trallero; Jacques Grumbach, judío, diputado socialista y director del diario Le Populaire a quien su guía, el también aragonés Lázaro Cabrero, liquidó de un tiro en la nuca en un caso por el que fue juzgado en Foix en 1953. Juzgado... y absuelto por falta de pruebas, aunque Cabrero admitió haber matado a Grumbach, alegando que el hombre había quedado malherido a consecuencia de una caída y que tenía consignas superiores de eliminar a los fugitivos que entorpecieran la marcha para evitar que cayeran en manos de las patrullas alemanas.
El caso de Grumbach lo han contado con pelos y señales tanto Josep Calvet (Las montañas de la libertad) como Francis Aguila (Les cols de l'espoir). El siniestro balance lo completan las tres chicas judías que Jose Bazán (Jo, un nen de la guerra) recuerda que fueron recuperadas, muertas, en el valle del Madriu en 1942 y enterradas en el cementerio de Escaldes, y el matrimonio Allerhand, Gustave e Ida, judíos franceses que en septiembre de 1942 salieron de Ussats les Bains y de quien nunca más se tuvieron noticias. Un caso recogido también por Calvet.

La leyenda negra -reverso de la epopeya de los pasadores- se alimenta más de recuerdos que de documentos. Por eso mismo es tan importante, por no decir milagrosa, el hallazgo que nos ocupa. Aparte de los que integran la, digamos, lista oficial, Benet añade por su cuenta a las víctimas no de la codicia o de la mala fe de los pasadores de turno, sino de la montaña -el frío, el torb, el agotamiento- como por ejemplo el teniente Charles Peacock, aviador aliado también malherido que prefirió descolgarse de su expedición para no comprometer la supervivencia del grupo: sus compañeros intentaron localizarlo al día siguiente, pero no lo consiguieron. También añade a los dos militares canadienses desaparecidos con Eloïse, la misteriosa agente de quien reconstruye la trayectoria en Guies, fugitius i espies, y en fin, a la media docena larga de muertos en la montaña -y aquí incluye tanto a fugitivos como a contrabandistas- que constan en el registro de defunciones de Canillo de los años 40. 

[Este artículo se publicó el 11 de abril de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

martes, 4 de marzo de 2014

Vuelve, ay, la leyenda negra

Rosa Sala Rose y Plàcid Garcia-Planas se sumergen en el lado más oscuro de los pasadores en El marqués y la esvástica: en las librerías el 19 de marzo.

Ay, ay, ay... ¿Le suenan al lector aquellos inquietantes, malditos reportajes sobre la leyenda negra de los pasadores que Reporter -revista española en la línea de Interviú, pero de vida mucho más efímera- propaló hacia 1977 y que, dicen los que lo recuerdan, levantó una considerable polvareda, secuestro de ejemplares incluido? Pues bien: la historadora Rosa Sala Rose y el periodista Plàcid Garcia-Planas tienen a punto, pero muy a punto -el 19 de marzo llega a las librerías- El marqués y la esvástica (Anagrama), un tocho de medio millar de páginas y alguna más- que amenaza con retomar el hilo allí donde lo dejó Reporter, con la publicación de los documentos que dieron lugar a la dichosa serie de reportajes y reconstruyendo con pelos y señales -y con nombres y apellidos- los nombres de las víctimas y, glups, de los verdugos de la leyenda negra, según un extenso artículo consagrado al libro que La Vanguardia avanzaba el sábado.

El volumen de Sala y Garcia-Planas, publicado por Anagrama, llega el 19 de marzo a las librerías. Fotografía: Archivo.

El supuesto marqués del título -de Cagigal, nada menos- es César González Ruano, uno de los grandes nombres del periodismo español de posguerra -por lo menos, hasta ahora- que según los autores se dedicó durante su estancia en el París ocupado por los nazis a extorsionar sin contemplaciones a incautos judíos que huyendo de la deportación iban a caer en sus garras con el anzuelo de gestionarles la huida por los Pirineos. Sala y Garcia-Planas, en fin, tiran del hilo apuntado en 2002 por el anarquista Eduardo Pons Prades y acaban documentando la deriva andorrana del tráfico de hombres -matanzas incluidas- en que González Ruano se involucró.

El autor de Mi medio siglo se confiesa a medias -¡y tan a medias!- es el gran protagonista de El marqués y la esvástica. Pero entre los muchos secundarios que pululan por el libro figura cierto pasador catalán posteriormente naturalizado andorrano que con la derrota de Hitler y desde el bar La Rambla de Hospitalet (Barcelona) gestionó el billete de huida jerifaltes nazis de segunda fila como el colaboracionista francés Georges Delfanne, alias Masuy, "sádico gestapista conocido por la invención del suplicio de la bañera". En fin, que El marqués y la esvástica dedica nueve capítulos y casi un centenar de páginas a hurgar en la leyenda negra, sección andorrana, así que la cosa promete dar más de un disgusto -además de aportar algo de luz a las investigaciones pioneras de Claude Benet (Guies, fugitius i espies), Roser Porta y Jorge Cebrián (Andorrans als camps de concentració nazis) i Josep Calvet (Las montañas de la libertad).

Un capítulo como es sabido especialmente opaco, por el que los historiadores han pasado tradicionalmente de puntillas, no fueran a pisar algún inoportuno callo, y que cuenta con escasísimos testimonios de primera mano: Joaquim Baldrich contaba el episodio en que dos pasadores aragoneses le mostraron en el Pic Negre los cuerpos semienterrados de dos parejas que habían liquidado por dinero -"Primero se tiraron a las mujeres y luego los mataron a los cuatro", explicaba todavía indignado 60 años después- y José Bazán recuerda en sus memorias el caso de tres jóvenes fugitivas que en 1942 fueron encontradas muertas en la zona entre Ràmio y Entremesaigües: "Todo el pueblo de Escaldes se concentró en el cementerio. Debían matar a sus familias y ellas huyeron, pero acabaron muriendo de frío y de agotamiento. Las enterraron en el suelo, con unas sencillas cruces de madera pero sin nombre, porque no los sabíamos. Y con una muda indignación porque sospechábamos que los culpables de aquellas muertes estaban entre nosotros, simulando la pena que a todos nos embargaba", apuntaba el mismo Bazán en 2008 con motivo de la presentación de Jo, un nen de la guerra.

De hecho la leyenda negra se ha alimentado històricamente antes de rumores que de hechos probados. Uno de los escasos episodios documentados de guías que liquidaron en la montaña a sus fugitivos es el del también aragonés Lázaro o Lazare Cabrero, que el mismo Calvet exhuma en La batalla del Pirineu y Francis Aguila retoma en Les cols de l'espoir. Este tal Cabrero, que trabajaba para el grupo de Ponzán, condujo en noviembre de 1943 a un grupo de cinco fugitivos entre Tarascón y Andorra. Por el camino se quedó uno de ellos, el periodista y militante socialista Jacques Grumbach. Con la mala suerte -para Cabrero, claro- de que en 1949 y durante un levantamiento geológico del pico des Aigles va y aparecen los restos de Grumbach. En 1953 le abren proceso en Foix, acusado de la muerte del periodista. Él alegó que efectivamente le disparó, pero porque viajaba herido y entorpecía peligrosamente la marcha de la expedición. Con el mismo argumento -evitar que las patrullas alemanas los localizaran- justificó (?) la sustracción de la documentación y de los 7.000 francos que Grumbach llevaba encima. Lo más sorprendente de todo es que el tribunal de Foix le creyó y le absolvió. Pues por lo que parece, casos como este hay unos cuantos más. Y los encontraremos a partir del 19 de marzo en El marqués y las esvástica. Después de 70 años, quince días más de paciencia no son nada.

[Este artículo se publicó el 4 de marzo de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

jueves, 20 de febrero de 2014

Camina, Quimet, camina

Muere a los 95 años Joaquim Baldrich, penúltimo superviviente de la red de pasadores que Antoni Forné dirigía desde el hotel Palanques de la Massana.

Lo que no pudieron ni la Gestapo nazi ni la Guardia Civil española ni los gendarmes franceses, ni tampoco las delaciones de los topos infiltrados en las redes de pasadores en que militó durante la II Guerra Mundial lo consiguió ayer la edad, estos 95 años que en los últimos tiempos le habían minado fatalmente la salud y que se lo llevaron definitivamente ayer. Con la desaparición de Joaquim Baldrich (el Pla de Santa Maria, Tarragona, 1917-Escaldes, Andorra, 2012) se nos va uno de los últimos supervivientes del que es, probablemente, el capítulo más fascinante del siglo XX andorrano: el que entre 1941 y 1944 escribieron las decenas de hombres de acción y de convicción que, como el mismo Baldrich, se enrolaron en las redes de pasadores para conducir hasta la seguridad del cosulado británico en Barcelona a centenares de pilotos aliados abatidos en los cielos de la Europa ocupada, a judíos de todas las nacionalidades que huían de la Solución Final, a franceses en edad militar que pretendían evitar el Servicio de Trabajo Obligatorio impuesto por los alemanes, y a políticos de todos los colores que huían de la tiranía nazi.

Fueron en total 380 los hombres y mujeres que él contribuyó a salvar, según recordaba Baldrich en las entrevistas en que se prodigó en sus últimos años. Cuatro centenares de fugitivos que requirieron de unos cuarenta peligrosos viajes entre Andorra y Barcelona. Baldrich se había puesto a las órdenes de Antoni Forné, antiguo militante del POUM -su historia es bien conocida- que terminada la Guerra Civil se instaló en la Massana y que dirigía desde el hotel Palanques una de las redes de pasadores que operaban desde nuestro rincón del Pirineo. Forné era el cerebro, el contacto del MI6, el legendario servicio exterior británico; Baldrich, el hombre de acción, perfecto conocedor del terreno gracias al entrenamiento de sus años como contrabandista, y el encargado de guiar a las partidas de refugiados hasta su destino final: Barcelona.

Baldrich inaugura el monumento en honor a los pasadores de la cadena del Palanques erigido frente al hostal, en la Massana: era el 17 de enero de 2006. Fotografía: El Periòdic d'Andorra.

Baldrich, con el uniforme de brigadista, en el frente de Madrid. Fotografía: La batalla del Pirineu.

La red de Forné la completaban Salvador Calvet, Josep Mompel, Alfredo Vicente Conejos y Eduardo Molné, hijo del Palanques y que es hoy, con la desaparición de Baldrich, el último superviviente de la cadena. Precisamente Molné evocaba ayer la figura proteica de su compañero de fatigas, "un hombre valiente", decía, "que tuvo un papel destacadísimo en la red y que se jugó muchas veces el pellejo". Hay que decir que Baldrich exhibía con legítimo orgullo el gito de los cerca de 400 hombres que condujo hasta Barcelona sin haber perdido jamás a ninguno, ni sufrir ni un solo encontronazo con la policía franquista. Sólo en dos ocasiones se vio en la tesitura de recurrir a la Parabellum y al naranjero que lo acompañaban en sus viajes: en Tarascón, la única vez que cometió la imprudencia de ir a recoger a un grupo de fugitivos a territorio francés, y en que fue interceptado por la Gestapo, nada menos; y de vuelta de una de sus excursiones a Barcelona, cuabndo una pareja de la Guardia Civil subió a su mismo autobús de línea -de Berga a la Seo- y se pusieron a comprobar la documentación del pasaje. Así lo recordaba el mismo Balrich en una entrevista publicada en 2003 en el semanario Informacions: "Terminada una misión, normalmente regresaba a pie desde Manresa .Pero aquel día decidí coger el autobús. ¡Menuda ocurrencia! En cuanto los vi subir pensé que los tendría que liquidar allí mismo. Nunca he tenido pasaporte; mi único salvoconducto era mi parabellum, y no podía dejar que me pillaran porque en mi pueblo me acusaban de 83 asesinatos: ¡me habrían liquidado a mí! Tuve suerte: se bajaron del autobús antes de llegar a mi asiento. Pero los habría matado".

Así era y así se expresaba Qiomet Baldrich, a quien Claude Benet -que lo convirtió con toda justicia en unno de los protagonistas de Guies, fugitius i espies, la obra canónica sobre los pasadores- reconocía ayer el doble mérito de haber optado por el bando de la democracia en un momento en que no era precisamente la elección más fácil -ni en España, ni en Francia ni tampoco en Andorra- y de haber hablado antes que nadie, cuando el tema parecía todavía carne de tabús y de prejuicios, "sin miedo, sin medias tintas y con un lenguaje llano, a diferencia de otros que se llenaron la boca y que hablaron mucho pero que en cambio bien poca cosa hicieron". También lo puso como referencia ética, "porque supo escoger su camino y mantenerse firme en sus convicciones antifascistas y de hombre de izquierdas; es, en definitiva, la clase de hombre que deberíamos tener en mente en los momentos de incertidumbre como los actuales". En un sentido similar se refirió a nuestro hombre el historiador catalán Josep Calvet (Las montañas de la libertad): "Baldrich es el prototipo de pasador: un hombre de acción que, a diferencia de Viadiu y Forné, que operaban desde la retaguardia, se jugaba la vida en cada salida".

De la Tierra y Libertad al fardo de contrabandista
La de Joaquim Baldrich -todo el mundo le llamaba Quimet y, en sus años mozos, Barrabum, por su temprana pasión por las carreras ciclistas, que practicó en la juventud- es la historia de un luchador: joven militante anarquista por vía paterna, durante la Guerra Civil se enroló en la 153 brigada mixta, la célebre columna Tierra y Libertad, con la que combatio en los frentes de Madrid y Guadalajara. El fin de la contienda lo pilló en la capital española, así que cogió, regresó a pie hasta Tarragona, y como en el Pla de Santa María -su pueblo, rebautizado el Pla de Cabra durante la República- lo acusaban de 83 asesinatos, nada menos "Nunca maté a nadie", aseguraba- optó por continuar hasta Andorra, donde entró el 14 de agosto de 1939. Por Seturia, como Verdaguer medio siglo antes. Ejerció de mozo, de chofer, de transportista y de contrabandista. Un trabajo, este último, que le sirvió de escuela para el oficio de guía, y que ejerció hasta bien entrados los años 60.

Últimas noticias de los pasadores
La batalla del Pirineu recoge en un volumen los textos de la exposición que en 2007 desfiló por el Museu del Tabac de Sant Julià de Lòria (Andorra)

A veces, las casualidades traen incorporadas un no sé qué de premonitorio y vagamente inquietante: el traspaso de Baldrich coincide con la llegada a las librerías de la última monografía sobre los pasadores, La batalla del Pirineu (Garsineu), que firman a seis manos los historiadores Josep Calvet, Annie Rieu-Mias y Noemí Riudor, que lleva un muy ilustrativo y todavía más prometedor subtítulo: Xarxes d'informació i d'evasió aliades al Pallars Sobirà, l'Alt Urgell i Andorra durant la Segona Guerra Mundial. De hecho, se trata de una versión felizmente ampliada de la exposición homónima que en 2007 recaló en el Museu del Tabac de Sant Julià de Lòria (Andorra). Con todo lo que entonces se quedó en el tintero, para entendernos. Así que para untar pan, empezando por el extenso y sabroso capítulo consagrado a la red Wi-Wi que firma Rieu y que en buena parte protagoniza el padre de la historiadora. El apartado andorrano completa y sintetiza en dos ddcenas de densas páginas mucha de la información previamente publicada por Calvet en Las montañas de la libertad y por Claude Benet en Guies, fugitius i espies, y nuestro Baldrich ocupa, por descontado, un destacadísimo lugar.

Mapa con los itinerarios entre Andorra y barcelona que seguían los fugitivos que recogía la cadena de Baldrich. Infografía: Noemí Riudor / La batalla del Pirineu.

Además de Baldrich, los otros pasadores andorranos (o asimilados) que pululan por La batalla del Pirineu son Lluís Solà, el último superviviente de las cadenas de evasión, junto con Eduardo Molné; Joan Català, nacido en el Pallars, hoy instalado en la Seo; y un tal Joan sastre, alias En Joan de les Ulleretes o Xiquet de Fórnols, al servicio por lo que parece del Deuxième Bureau francés. También reseña el volumen las supuestas actividades semiclandestinas del coronal Baulard y -atención- de mosén Jaume Argelagós, y por supuesto las de Forné y Viadiu. Calvet presta a esta última atención especial, así como a las de los tres hombres de confianza de Viadiu -Laurentino Parramon y Modest Campmajó, nacidos en Josa del Cadí (Alto Urgel), y Josep Ibern, hijo de Àger (la Cerdaña). Y amplía para terminar el oscuro episodio de Lázaro Cabrero, el guía aragonés juzgado en 1953 en Foix (y absuelto, por cierto) por la muerte en la montaña, once años antes, del periodista (y fugitivo judío) Jacques Grumbach, en uno de los escasos capítulos de la leyenda negra que se han podido documentar fehacientemente. Ya que hablamos de la leyenda negra, Baldrich recordaba un caso que no aparece en el volumen, y que recordaba en 2003 en la revista Informacions a propósito también de dos duías aragoneses acababan de incorporarse a la cadena del Palanques: "Volviendo un día a pie de Aix-les-Bains, cuando cruzábamos el Port Negre, oigo que uno le dice al otro: 'Aquí descansan'. '¿Quién descansa ahí?', les pregunté. 'Nada, un par de tipos'. Y efectivamente, el brazo de uno de aquellos desgraciados emergía de la nieve. Se habían tirado a las mujeres y después se los habían cargado a todos. Al llegar al Palanques le advertí a Forné que no quería volver a ver a aquellos dos. Y así fue". Baldrich: genio y figura.

[Este obituario se publicó el 3 de enero de 2012 en El Periòdic d'Andorra]

martes, 21 de enero de 2014

'Tout va très bien, madame la marquise'

La epopeya de los pasadores -ya saben, los contrabandistas y resistentes que durante la II Guerra Mundial ayudaron a miles de fugitivos de la Europa ocupada a cruzar clandestinamente los Pirineos- tiene un inquietante, casi secreto lado oscuro: la leyenda negra, según la cual algunos de estos guías o passeurs traicionaron, expoliaron, abandonaron e incluso asesinaron a los hombres y mujeres a quienes se habían comprometido -previo pago- a conducir hasta la seguridad del consulado británico en Barcelona. La última monografía sobre este tráfico clandestino aporta algo de luz sobre un asunto difícil de documentar y por el cual la historiografía académica ha pasado comprensiblemente de puntillas.

Entre las siete expediciones que Francis Aguila reconstruye en Les cols de l'espoir: passage des évadés de France, 1942-1943, tiene precisamente por este motivo especial interés la que en noviembre de 1942 condujo el aragonés Lazare Cabrero, antiguo combatiente republicano reconvertdio en guía de la red Ponzán, y que terminada la II Guerra Mundial se instaló en Andorra. Cabrero había de conducir a cinco hombres desde Tarascón hasta el Principado. Después de tres días de viaje, la expedición cruzó el 25 de noviembre el Port de Siguer, llegó a la Cortinada, ya en territorio andorrano, y se refugió en Casa Tort. Pero faltaba uno de los expedicionarios: el periodista y militante socialista Jacques Grumbach, desaparecido durante el trayecto. Siete años después, y durante un levantamiento geológico del pico des Aigles, fueron localizados y rescatados los restos de Grumbach, y en 1953 se abría en Foix un proceso por el que se acusaba directamente a Cabrero de haber liquidado al fugitivo para robarle el dinero que llevaba encima, cuenta Aguila. El guía alegó que Grumbach había resultado herido de gravedad en una pierna a consecuencia de una caída, y que los pasadores tenían la consigna superior de eliminar o abandonar en la montaña a los clientes que pudieran entorpecer hasta tal punto la marcha que pusieran en peligro la seguridad del resto del convoy. Siguiendo según él estas consignas, había disparado a Grumbach en la cabeza y se había deshecho del cadáver. Con el mismo argumento -evitar que las patrullas alemanas pudieran seguir su rastro- justificó la sustracción de la documentación del desdichado periodista (glups) y de los 7.000 francos que llevaba en la cartera. Sorprendentemente, el tribunal lo absolvió.

Aguila reconstruye en Les cols de l'espoir la peripecia de siete expediciones a través de los Pirineos, incluida la del polémico guía Lazare Cabrero, acusado en 1953 de asesinar a uno de sus fugitivos. Resultó absuelto.


Hotel Coma y Radio Andorra
Esta es, como decíamos, una de las siete historias recogidas por Aguila en un volumen donde Andorra y los guías locales tienen especial protagonismo. Habitualmente, digámoslo de una vez, con un papel mucho más honroso y no tan polémico como el del aragonés, tan sospechoso aun con el indulto en el bolsillo. En cualquier caso, que la huioda a través de los Pirineos, normalmente en invierno y superando pasos de más de 2.500 metros para ponérselo difícil a las patrullas alemanas era una gesta peligrosísima en que muchos dejaron el pellejo, como prueban no sólo el caso de Gumbarch sinó también la notici ade la muerte por congelación de expediciones enteras, como los ocho cuerpos encontrados al pie del pico de l'Albeille, a un paso de la salvación. Lo recoge el autor en el capítulo dedicado al paso de Réné Bosc, vecino de Montauban i marinero del Panthère, torpedero anclado en Tolón. A mediados de mayo de 1943, Bosc entraba en tierra andorrana por el Port del Rat -otra vez- y se refugiaba en el albergue Grau de Arinsal, "siempre abierto a los perdidos en la montaña", dice el autor. El destino final de Bosc era Casablanca, en el Marruecos francés, para unirse a las fuerzas de la Francia Libre.

La expedición más multitudinaria que Aguila documenta es la que en agosto de 1943 acabará con un heterogéneo grupo formado por una veintena larga de militares, jóvenes franceses que huían del Servicio de Trabajo Obligatorio y desertores alemanes refugiados en el hotel Coma de Ordino, otro destino habitual de los fugitivos. Con el añadido de que el protagonista de este relato, el piloto François Séguélas, contactará con un tal Vidal, trabajador de Radio Andorra, para alquilar los servicios de una red de pasadores que los conduzca hasta Barcelona: son, según Aguila, "contrabandistas que han cambiado el tráfico de mercancías por el mucho más rentable transporte de personas entre Andorra y Francia". Quien sabe si este grupo era el de Forné y Baldrich...

El hotel Coma será también sinónimo de salvación para Pierre Dalloz, uno de los fundadores del maquis de Vercors, que se refugia en Ordino a principios de noviembre de ese mismo año. Este Dalloz acabará ganando la seguridad del consulado británico en Barcelona gracias a las gestiones -dice Aguila- de nuestro Bonaventura Armengol. Les cols de l'espoir termina con la peripecia de una última expedición formada por 22 jóvenes de Tarascon que en mayo de 1943 cruzaron Andorra camino del norte de África. Llegados, cómo no, al hotel Coma, la consigna para que los familiares que habían quedado atrás supiesen que habían llegado sanos y salvos sería la canción Tout va très bien, madame la marquise, que debía de emitirse por Radio Andorra. Y la marquesa, aquella vez, sonó.

[Este artículo se publicó en 2009 en El Periòdic d'Andorra]

sábado, 18 de enero de 2014

La Mata Hari de los Pirineos

Francis Aguila reconstruye en Passeurs d'hommes et femmes de l'ombre el periplo bélico de Reine Cazal, agente al servicio de los alemanes que se infiltró en las redes de pasadores que operaban des el Arièja

A vueltas con los pasadores: hace apenas una semana transcendía la defunción de Quimet Baldrich, el penúltimo de los hombres de la red que Antoni Forné dirigía desde el hotel Palanques, en la Massana, y días atrás informábamos aquí mismo de la reciente publicación de La princesse de San Julia, la novela en que el laurediano Hugues Lafontaine ha convertido a Baldrich y sus compañeros de gesta en héroes de ficción. Pues no se vayan todavía, aún hay más, y de la mano de Francis Aguila, historiador del Arièja que hace tres temporadas nos soprendió con Les cols de l'espoir, donde reconstruía el periplo no sólo de los pasadores sino también y sobre todo -y he aquí su gran aportación a todo este asunto- el de un puñado de fugitivos con nombre y apellido que se convirtieron durante la II Guerra Mundial en el precioso cargamento que transportaban los contrabandistas de la libertad.

Salvoconducto expedido en noviembre de 1943 por las autoridades franquistas a nombre de Lore Hertzberger, judía alemana que con su marido, Eddie, huyeron de Alemania y atravesaron los Pirineos a través de Andorra. En el documento se especifica que entró en España "clandestinamente". Fotografía: Archivo F. Aguila / Passeurs d'hommes.

Aguila reincide ahora felizmente y con Passeurs d'hommes et femmes d'ombre, en que vuelve a fijarse en las peripecias de una docena larga de fugitivos para los que Andorra acabó convirtiéndose en sinónimo de libertad. Hay de todo, desde el militar de carrera que llevado de su celo patriótico decide pasar los Pirineos para unirse a los ejércitos de la Francia Libre (Émil Cantarel), hasta el matrimonio de judíos alemanes que huye de un destino fatal en los campos de exterminio (Lore y Eddie Hertzberger) o el joven francés que pretende evitar el Servicio de Trabajo Obligatorio para los alemanes. Están también, por supuesto, los guías, pasadores o "caminadores", como prefiere denominar Claude Benet (Guies, fugitius i espies) a estos hombres de acción. Juan Aguila, por ejemplo, padre del autor y de quien hablaremos en breve, que -avancémoslo ya- acabó cargando piedras en la tristemente célebre cantera de Mauthausen, y que fue una de las víctimas del que es, probablemente, el personaje mas novelesco, inquietante y a la vez fascinante de este volumen revelador: Reine Cazal, la Mata Hari de los Pirineos, agente doble al servicio del Abwher -el contraespionaje alemán, para entendernos- infiltrada en las redes de pasadores y que se erigió, si las cuentas de Aguila (hijo) se acercan a la realidad, en el enemigo más formidable al que se enfrentaron los pasadores que operaban desde el Arièja -como Albert Moles, otro viejo conocido nuestro.

Del hotel Coma a Mauthausen: con billete de vuelta
Aguila la describe como una mujer entre los 25 y los 27 años -que ya es precisar- y vecina de la localidad de Foix, en el mismo departamento del Arièja, donde su hermano ejercía por lo visto de policía. Siempre ayuda, un pariente bien colocado. Se decía bailarina profesional -el toque Mata Hari- y poseía según le cuentan al autor una belleza "diabólica". Aprovechaba su dominio del español para frecuentar los círculos de republicanos en el exilio, un nido de resistentes y de pasadores, en Tarascon, Auzat y Vicdessos. Y Aguila le coloca la desarticulación de las principales redes de la zona, con víctimas ilustres como Peyrevidal, Simon Salas y Jose Fibla, Philippe Amiel, Jean Fournier y Robert Édouard, Antonio García, Felipe Espino y media docena de nombres más. Una auténtica bestia negra de la Resistencia que también está en el origen, dice el autor, de la caída de su padre en manos de la Gestapo.

Viajemos atrás en el tiempo hasta el 7 de junio de 1944, al día siguiente de Normandía. La derrota de Hitler es sólo cuestión de tiempo. A Juan Aguila, el Día H lo pilla en el hotel Coma de Ordino, escenario clásico en la epopeya de los pasadores, hasta done había conducido a un "importante personaje" por cuenta del MI-5 británico. De vuelta a casa, y pasando por el Port del Rat, cae en una emboscada. Acabará en Mauthausen, de donde no saldrá hasta la libración del campo, el 6 de mayo de 1945: sobrevivió, de acuerdo, pero cuando salió de Mauthausen pesaba... ¡38 kilos!

Juan Aguila, padre del autor y miembro de la cadena de Bourgogne-Brandy. Capturado en junio de 1944, fue internado en Mauthausen y sobrevivió a la guerra; cuando el campo fue liberado pesaba 38 kilos. La imagen está fechada en Tarascón, en octubre de 1942. Fotografía: Archivo F. Aguila / Passeurs d'hommes.

Más suerte tuvo Gabrielle Cécile Picabia, la esposa del pintor y cerebro de una de las redes que operaban desde Perpiñán y que, descubierta por la Gestapo, tiene la fuerza y la fortuna de huir. Formaba parte del mismo convoy de Cantarel -al que hemos conocido al principio de esta reseña- y nos la encontramos en abril de 1943 otra vez en el Coma, que tiene a lo largo del libro una presencia continúa y siempre salvadora. De Cazal sólo sabemos su nombre, hay que suponer un alias de guerra, pero no su final: ¿se libró de las represalias que colaboracionistas y simpatizantes sufrieron con la derrota nazi? ¿O fue una de las miles de tondues que con la Liberación fueron paseadas y escarnecidas en tantas ciudades francesas? El que sí que lo pagó caro fue un colega de Cazal, un tal Josep I. -no se acaba de entender este prurito en ocultar la identidad de un personajillo así- que vendió a la Gestapo un convoy integrado por 23 jóvenes franceses que conducía hasta Andorra, y que fue condenado a 20 años de trabajos forzados. Un nombre más en la lista negra de esta siniestra historia al lado de Lazare Cabrero, cuya carrera, por cierto, también desveló Aguila en Les cols de l'espoir.

[Este artículo de publicó el 10 de enero de 2012 en El Periòdic d'Andorra]