Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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martes, 21 de enero de 2014

'Tout va très bien, madame la marquise'

La epopeya de los pasadores -ya saben, los contrabandistas y resistentes que durante la II Guerra Mundial ayudaron a miles de fugitivos de la Europa ocupada a cruzar clandestinamente los Pirineos- tiene un inquietante, casi secreto lado oscuro: la leyenda negra, según la cual algunos de estos guías o passeurs traicionaron, expoliaron, abandonaron e incluso asesinaron a los hombres y mujeres a quienes se habían comprometido -previo pago- a conducir hasta la seguridad del consulado británico en Barcelona. La última monografía sobre este tráfico clandestino aporta algo de luz sobre un asunto difícil de documentar y por el cual la historiografía académica ha pasado comprensiblemente de puntillas.

Entre las siete expediciones que Francis Aguila reconstruye en Les cols de l'espoir: passage des évadés de France, 1942-1943, tiene precisamente por este motivo especial interés la que en noviembre de 1942 condujo el aragonés Lazare Cabrero, antiguo combatiente republicano reconvertdio en guía de la red Ponzán, y que terminada la II Guerra Mundial se instaló en Andorra. Cabrero había de conducir a cinco hombres desde Tarascón hasta el Principado. Después de tres días de viaje, la expedición cruzó el 25 de noviembre el Port de Siguer, llegó a la Cortinada, ya en territorio andorrano, y se refugió en Casa Tort. Pero faltaba uno de los expedicionarios: el periodista y militante socialista Jacques Grumbach, desaparecido durante el trayecto. Siete años después, y durante un levantamiento geológico del pico des Aigles, fueron localizados y rescatados los restos de Grumbach, y en 1953 se abría en Foix un proceso por el que se acusaba directamente a Cabrero de haber liquidado al fugitivo para robarle el dinero que llevaba encima, cuenta Aguila. El guía alegó que Grumbach había resultado herido de gravedad en una pierna a consecuencia de una caída, y que los pasadores tenían la consigna superior de eliminar o abandonar en la montaña a los clientes que pudieran entorpecer hasta tal punto la marcha que pusieran en peligro la seguridad del resto del convoy. Siguiendo según él estas consignas, había disparado a Grumbach en la cabeza y se había deshecho del cadáver. Con el mismo argumento -evitar que las patrullas alemanas pudieran seguir su rastro- justificó la sustracción de la documentación del desdichado periodista (glups) y de los 7.000 francos que llevaba en la cartera. Sorprendentemente, el tribunal lo absolvió.

Aguila reconstruye en Les cols de l'espoir la peripecia de siete expediciones a través de los Pirineos, incluida la del polémico guía Lazare Cabrero, acusado en 1953 de asesinar a uno de sus fugitivos. Resultó absuelto.


Hotel Coma y Radio Andorra
Esta es, como decíamos, una de las siete historias recogidas por Aguila en un volumen donde Andorra y los guías locales tienen especial protagonismo. Habitualmente, digámoslo de una vez, con un papel mucho más honroso y no tan polémico como el del aragonés, tan sospechoso aun con el indulto en el bolsillo. En cualquier caso, que la huioda a través de los Pirineos, normalmente en invierno y superando pasos de más de 2.500 metros para ponérselo difícil a las patrullas alemanas era una gesta peligrosísima en que muchos dejaron el pellejo, como prueban no sólo el caso de Gumbarch sinó también la notici ade la muerte por congelación de expediciones enteras, como los ocho cuerpos encontrados al pie del pico de l'Albeille, a un paso de la salvación. Lo recoge el autor en el capítulo dedicado al paso de Réné Bosc, vecino de Montauban i marinero del Panthère, torpedero anclado en Tolón. A mediados de mayo de 1943, Bosc entraba en tierra andorrana por el Port del Rat -otra vez- y se refugiaba en el albergue Grau de Arinsal, "siempre abierto a los perdidos en la montaña", dice el autor. El destino final de Bosc era Casablanca, en el Marruecos francés, para unirse a las fuerzas de la Francia Libre.

La expedición más multitudinaria que Aguila documenta es la que en agosto de 1943 acabará con un heterogéneo grupo formado por una veintena larga de militares, jóvenes franceses que huían del Servicio de Trabajo Obligatorio y desertores alemanes refugiados en el hotel Coma de Ordino, otro destino habitual de los fugitivos. Con el añadido de que el protagonista de este relato, el piloto François Séguélas, contactará con un tal Vidal, trabajador de Radio Andorra, para alquilar los servicios de una red de pasadores que los conduzca hasta Barcelona: son, según Aguila, "contrabandistas que han cambiado el tráfico de mercancías por el mucho más rentable transporte de personas entre Andorra y Francia". Quien sabe si este grupo era el de Forné y Baldrich...

El hotel Coma será también sinónimo de salvación para Pierre Dalloz, uno de los fundadores del maquis de Vercors, que se refugia en Ordino a principios de noviembre de ese mismo año. Este Dalloz acabará ganando la seguridad del consulado británico en Barcelona gracias a las gestiones -dice Aguila- de nuestro Bonaventura Armengol. Les cols de l'espoir termina con la peripecia de una última expedición formada por 22 jóvenes de Tarascon que en mayo de 1943 cruzaron Andorra camino del norte de África. Llegados, cómo no, al hotel Coma, la consigna para que los familiares que habían quedado atrás supiesen que habían llegado sanos y salvos sería la canción Tout va très bien, madame la marquise, que debía de emitirse por Radio Andorra. Y la marquesa, aquella vez, sonó.

[Este artículo se publicó en 2009 en El Periòdic d'Andorra]

sábado, 18 de enero de 2014

La Mata Hari de los Pirineos

Francis Aguila reconstruye en Passeurs d'hommes et femmes de l'ombre el periplo bélico de Reine Cazal, agente al servicio de los alemanes que se infiltró en las redes de pasadores que operaban des el Arièja

A vueltas con los pasadores: hace apenas una semana transcendía la defunción de Quimet Baldrich, el penúltimo de los hombres de la red que Antoni Forné dirigía desde el hotel Palanques, en la Massana, y días atrás informábamos aquí mismo de la reciente publicación de La princesse de San Julia, la novela en que el laurediano Hugues Lafontaine ha convertido a Baldrich y sus compañeros de gesta en héroes de ficción. Pues no se vayan todavía, aún hay más, y de la mano de Francis Aguila, historiador del Arièja que hace tres temporadas nos soprendió con Les cols de l'espoir, donde reconstruía el periplo no sólo de los pasadores sino también y sobre todo -y he aquí su gran aportación a todo este asunto- el de un puñado de fugitivos con nombre y apellido que se convirtieron durante la II Guerra Mundial en el precioso cargamento que transportaban los contrabandistas de la libertad.

Salvoconducto expedido en noviembre de 1943 por las autoridades franquistas a nombre de Lore Hertzberger, judía alemana que con su marido, Eddie, huyeron de Alemania y atravesaron los Pirineos a través de Andorra. En el documento se especifica que entró en España "clandestinamente". Fotografía: Archivo F. Aguila / Passeurs d'hommes.

Aguila reincide ahora felizmente y con Passeurs d'hommes et femmes d'ombre, en que vuelve a fijarse en las peripecias de una docena larga de fugitivos para los que Andorra acabó convirtiéndose en sinónimo de libertad. Hay de todo, desde el militar de carrera que llevado de su celo patriótico decide pasar los Pirineos para unirse a los ejércitos de la Francia Libre (Émil Cantarel), hasta el matrimonio de judíos alemanes que huye de un destino fatal en los campos de exterminio (Lore y Eddie Hertzberger) o el joven francés que pretende evitar el Servicio de Trabajo Obligatorio para los alemanes. Están también, por supuesto, los guías, pasadores o "caminadores", como prefiere denominar Claude Benet (Guies, fugitius i espies) a estos hombres de acción. Juan Aguila, por ejemplo, padre del autor y de quien hablaremos en breve, que -avancémoslo ya- acabó cargando piedras en la tristemente célebre cantera de Mauthausen, y que fue una de las víctimas del que es, probablemente, el personaje mas novelesco, inquietante y a la vez fascinante de este volumen revelador: Reine Cazal, la Mata Hari de los Pirineos, agente doble al servicio del Abwher -el contraespionaje alemán, para entendernos- infiltrada en las redes de pasadores y que se erigió, si las cuentas de Aguila (hijo) se acercan a la realidad, en el enemigo más formidable al que se enfrentaron los pasadores que operaban desde el Arièja -como Albert Moles, otro viejo conocido nuestro.

Del hotel Coma a Mauthausen: con billete de vuelta
Aguila la describe como una mujer entre los 25 y los 27 años -que ya es precisar- y vecina de la localidad de Foix, en el mismo departamento del Arièja, donde su hermano ejercía por lo visto de policía. Siempre ayuda, un pariente bien colocado. Se decía bailarina profesional -el toque Mata Hari- y poseía según le cuentan al autor una belleza "diabólica". Aprovechaba su dominio del español para frecuentar los círculos de republicanos en el exilio, un nido de resistentes y de pasadores, en Tarascon, Auzat y Vicdessos. Y Aguila le coloca la desarticulación de las principales redes de la zona, con víctimas ilustres como Peyrevidal, Simon Salas y Jose Fibla, Philippe Amiel, Jean Fournier y Robert Édouard, Antonio García, Felipe Espino y media docena de nombres más. Una auténtica bestia negra de la Resistencia que también está en el origen, dice el autor, de la caída de su padre en manos de la Gestapo.

Viajemos atrás en el tiempo hasta el 7 de junio de 1944, al día siguiente de Normandía. La derrota de Hitler es sólo cuestión de tiempo. A Juan Aguila, el Día H lo pilla en el hotel Coma de Ordino, escenario clásico en la epopeya de los pasadores, hasta done había conducido a un "importante personaje" por cuenta del MI-5 británico. De vuelta a casa, y pasando por el Port del Rat, cae en una emboscada. Acabará en Mauthausen, de donde no saldrá hasta la libración del campo, el 6 de mayo de 1945: sobrevivió, de acuerdo, pero cuando salió de Mauthausen pesaba... ¡38 kilos!

Juan Aguila, padre del autor y miembro de la cadena de Bourgogne-Brandy. Capturado en junio de 1944, fue internado en Mauthausen y sobrevivió a la guerra; cuando el campo fue liberado pesaba 38 kilos. La imagen está fechada en Tarascón, en octubre de 1942. Fotografía: Archivo F. Aguila / Passeurs d'hommes.

Más suerte tuvo Gabrielle Cécile Picabia, la esposa del pintor y cerebro de una de las redes que operaban desde Perpiñán y que, descubierta por la Gestapo, tiene la fuerza y la fortuna de huir. Formaba parte del mismo convoy de Cantarel -al que hemos conocido al principio de esta reseña- y nos la encontramos en abril de 1943 otra vez en el Coma, que tiene a lo largo del libro una presencia continúa y siempre salvadora. De Cazal sólo sabemos su nombre, hay que suponer un alias de guerra, pero no su final: ¿se libró de las represalias que colaboracionistas y simpatizantes sufrieron con la derrota nazi? ¿O fue una de las miles de tondues que con la Liberación fueron paseadas y escarnecidas en tantas ciudades francesas? El que sí que lo pagó caro fue un colega de Cazal, un tal Josep I. -no se acaba de entender este prurito en ocultar la identidad de un personajillo así- que vendió a la Gestapo un convoy integrado por 23 jóvenes franceses que conducía hasta Andorra, y que fue condenado a 20 años de trabajos forzados. Un nombre más en la lista negra de esta siniestra historia al lado de Lazare Cabrero, cuya carrera, por cierto, también desveló Aguila en Les cols de l'espoir.

[Este artículo de publicó el 10 de enero de 2012 en El Periòdic d'Andorra]