Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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sábado, 13 de junio de 2015

1860: al garrote por 30 libras

Juan Mandicó, vecino de Canillo, fue condenado a la pena capital y ejecutado el 29 de febrero de 1860. Fue el primer reo que sufrió en Andorra el garrote vil, que en 1854 había sustituido a la horca como método de ejecución. El primero... y también el último. El garrote no volvería a funcionar por aquí arriba: el siguiente condenado a muerte -Manuel Bacó, en 1896- vio en el último momento conmutada la pena por la de prisión a perpetuidad, y Pere Areny fue ejecutado en 1943 por un pelotón de fusilamiento. 



A instancias del Consell, el obispo Caixal instituyó en 1854 el garrote como forma de ejecución en el caso de pena capital, en sustitución de una horca que el Excelentísimo y Reverendísimo Señor tenía por método algo primitivo. Según el prelado, el garrote permitía conciliar "lo últim e inevitable rigor de la justicia ab la humanitat y la decencia en la execucio de la pena capital", en una pintoresa interpretación de lo que es y no es "humanitario". En fin, que el garrote de aquí arriba se conserva hoy en el depósito del servicio de Patrimonio del ministerio de Cultura. A principios de los años 80 apareció por sorpresa en el interior de un cuartucho situado bajo las escaleras de Casa de la Vall que por lo visto utilizaban los verdugos. Hay que tener en cuenta que el garrote original es el artefacto metálico; poste y silla son añadidos actuales. Fotografía: Servicio de Patrimonio.





El notario, Pere Calvet, y el veguer, Don Guillem Torres, son junto con el fiscal -de quien no aparece citado el nombre- los protagonistas destacados del caso Mandicó. Por la causa desfilan una docena larga de testigos, aparte del mismo reo, de cuyas declaraciones se deduce la culpabilidad del inculpado. Hay que decir que entre que es detenido, el 28 de enero de 1859, y la ejecución, el 29 de febrero de 1860, transcurre más de un año. En este caso, como ocurrirá en 1943 con el reo Pere Areny, nadie ejerció por lo visto el derecho de solicitar la gracia para el condenado; Manuel Bacó, en 1896, tuvo más suerte: la pena capital le fue a él conmutada por la cadena perpetua, que cumplió en una prisión frabcesa. Fotografía: Màximus / Fondo Tribunal de Corts / Archivo Nacional de Andorra. 

"Lo dia 27 de febrer del 1860, entre les tres i les quatre horas de la tarda, fou posat en capella en la iglesia de Casa la Vall Juan Mandicó, y lo dia 29 del corrent mes y entre onse y dotse del mati fou executada la sentencia, y entre 5 y 6 de la tarda li daren sepultura a la fosa de la vila de Andorra". Esta es la lacónica nota que da carpetazoal caso Mandicó, por no decir que lo liquida. Que tiene de especial que fue el primer y último agarrotamiento que ha tenido lugar en nuestro rincón de Pirineo. Y eso que el garrote jubiló a la horca en 1854 y estuvo teóricamente vigente hasta que se abolió la pena de muerte por aquí arriba, en 1990. Fue el obispo Caixal quien tuvo la ocurrencia: consideraba por lo visto que el garrote era un método mucho más humanitario que la horca. Mandicó fue, en fin, el único de los cuatro sentenciados a muerte desde 1854 que fue agarrotado: en abril de 1862, un tal Masteü, contrabandista acusado de asesinar a un colega de oficio de quien hemos dado cuenta aquí mismo, fue decapitado a golpe de espadón en la misma plaza de Andorra la Vella. Según la noticia que dio tres lustros después de los hechos el historiado Héliodore Castillon, que muy fiable no parece porque no hay rastro ni de la sentencia ni del caso en el archivo del Tribunal de Corts que se conserva en el Archivo Nacional de Andorra. A Manuel Bacó, el parricida de Escaldes que en 1896 fue condenado por la muerte de su madre, Maria Calbó, la pena le fue conmutada por la de trabajos forzados a perpetuidad. Como es bien sabido, hubo un cuarto condenado a muerte, este ya en el siglo XX: Pere Areny Aleix, otro parricida y vecino como Bacó de Canillo, que sí que fue ejecutado -en octubre de 1943- pero no al garrote sino fusilado.

En fin, que nuestro hombre de hoy tuvo el dudoso privilegio de estrenar el garrote. El tribunal lo consideró culpable de la muerte de Gil Areny, yerno de la casa Marticella de Els Plans (Canillo), la noche del 25 de enero de 1859. Y no vacila: "Vist, ates i considerat tot cuant devia veure's, atendre's i considerarse, declara que deu condemnar com ab la presenta condemna a Juan Mandico, fadrí, pagès de Canillo, segons la pena de mort en garrot vil, que deura ser executada en lo terme de esta vila en lo punt designat per l'execució de la sentencia". Lo firma el veguer, Don Guillem Torres. La sentencia fue reglamentariamente publicada "entre las onse y dotse horas del mati del dia de avui [27 de febrero de 1860, un año y un mes después de los hechos], pel jurat de esta cort, que la ha cridada ab clara e inteligible veu".

El informe del fiscal no deja lugar a la duda desde la primera línea: acusa a Mandicó, que tenía en el momento de los hechos 27 años, de ser "plenament convicte del homicidi alevos comes en la persona del mencionat Gil Areny". Los hechos se remontan a la noche del 25 de enero de 1859: "Després de haber sopat, resat lo rosari y enseñat la doctrina a sa familia", declara la suegra de Areny, Antonia Font, la víctima salió de su casa -Cal Marticella de Els Plans- para dar de comer a los animales. Como tardaba en regresar, "baixa la muller de dit Gil y fila de la declarant y lo troba mort y estes davant la porta del estable, regresant a casa amb gran alarma davant la noticia". Inmediatamente acuden los vecinos, y el primero en llegar es Andreu Rossa, quien depone al día siguiente ante el veguer, Guillem Torres. Y es éste quien ordena al batlle de Canillo "la formació de las diligencias, rebent las declaracions convenients y evacuant las citas dels testimonis". El fiscal no puede evitar la tentación y tira de retórica para explotar el dramatismo del momento: "Pero esta mort, fou natural o violenta? Y en est cas, que causas la produiren, quina clase de medis o instruments emplea lo agresor?"

La víctima, en fin, murió "per un derrame de sanch en las yugulars" y como consecuencia de la docena de cuchilladas en el cuello que le propinó Mandicó, así como de un porrazo que le soltó en la cabeza "con un palo largo y ensangrentado" que los vecinos encontraron "seguint un rastre de sanch y pasos deixat per lo agresor prop del lloch de la ocurrencia". Un tal Joan Bofastar, probablemente médico, que inspecciona el cadáver, cuenta una decena de heridas: "Una ferida grave en lo cap feta amb instrument contundent; altra molt grave en la part superior de la part dreta del costat de la traquea feta mab instrument punxant i cortant; altra també molt grave en la part superior del coll esquerra; tres feridas graves en la mateixa part del coll donades amb arma igual; altra ferida grave en la regó humilical feta també amb instrument punxant y cortant, altra de molt grave en los nas amb instrument contundent y en fi tres feridas leves totas de arma punxant y cortant". El informe forense concluye con la opinión de Josep Rey, médico y cirujano, y Pere Rialp, cirujano, de que "algunas de las feridas descritas son per si solas mortals de necessitat, tant mes quan anaven acompañadas de moltas altras de no tanta gravetat".

El vicario de la parroquial de San Cernín de Canillo, mosén José Campmajor, certifica a instancias del tribunal el 16 de febrero la muerte de Gil Areny, "estado, casado, que falleció de muerte violenta entre las ocho y las nueve del día 25 [de enero de 1859], de edad cerca unos veinte y seis años poco más o menos, hijo legítimo y natural de los consortes Francisco Areny, natural de la Costa, y de Maria Heretes, de la Seo de Urgel" (en castellano, en el original). El vicario termina advirtiendo -como si hiciera falta- que el difunto "no recibió sacramento alguno por ser imprevista su muerte, y se le dio sepultura con misa baja".

El homicida no sólo no tuvo la prudencia de deshacerse del arma del crimen -el día que es capturado le encuentran encima "lo ganivet brut de sanch"- sino que además perdió durante la trifulca el corbatín, que apareció chorreando sangre al lado del cuerpo de la víctima. Por si no fuera poco, el día que presta declaración ante el veguer, inmediatamente después de ser capturado, presentaba heridas en cuello y rodillas. El fiscal rechazó por "ridículas e inadmisibles" las explicaciones que al respecto aportó el reo: que "estaba ple de sanch o gabinet per haber ajudat a sos amos a matar lo tosino", y que las heridas se las había hecho la noche de autos durante un errático periplo entre Canillo y Os, entre Os y Andorra la Vella, y vuelta a Canillo, donde se presenta la noche del 26 de enero "tot ensangrentat, especialment del mich en amunt".

No se acaban aquí los "indicios indubitables" -según el fiscal y el sentido común, claro- de culpabilidad: añade la "mala fama y no bona conducta que [Mandicó] tenia en la parroquia", los antecedentes penales -el reo admite haber birlado algún dinero a un tal Anton del Magistre, y haber estado preso en España por el robo de treinta carneros- y, atención, "a circunstancia de estar devent al difunt trenta lliures". Esto es lo más próximo a un móvil que aporta el fiscal. La conclusión de lo que antecede se veía venir desde el principio. No se trata de un "simple" homicidio, dice el señor fiscal, un lince, sino de una muerte "alevosa", "per haberlo comes en una persona desprevinguda y indefensa", "ab premeditació coneguda y evident", en la "soledat del lloch", y "per haber escollit una hora de nit". La lista de agravantes enterita. Y con voluntad de matar. Dolo, vamos, como deduce "per lo número y gravetat de feridas, per haber esperat una ocasio tan favorable per la poca resistencia que pogue fer el difunt, desarmat y indefens com estaba". Gil Areny fue sin duda víctima de un asesinato. Y el culpable es Juan Mandicó, como se concluye de la "serie de indicis cuasi tots indubitables y evidents" que obran en autor.

Desfilan ante el tribunal varias decenas de testimonios. Y cada declaración es un clavo más en los maderos del garrote: Antonia Farré, la mestressa de casa Call del Font, en Canillo, la casa donde trabajaba como mozo, asegura haberle visto a Mandicó un pañuelo igual al que aparece en el suelo, al lado de la víctima, y que al siguiente de los hechos apareció en casa sin el corbatín dichoso. El marido de Farré, Nicolau Naudí, sostiene que el cuchillo que se le encuentra "es propi de sa casa, reconeguentlo com a tal per haverlo lo declarant treballat". El cerco se va estrechando, y las desposiciones de lo vecinos dejan cada vez lugar a menos dudas. Jaume Font, Miquel Casal y de nuevo Andreu Rossa, los tres que primero llegaron al lugar del crimen, localizan en el prado de la casa Marticella de Els Plans "un tros de pal llargarut y ensangrentat" que otros testigos aseguran que era propiedad de Mandicó, que por lo visto se paseó por medio país con las manchas de sangre y las heridas que se llevó de la pelea: Juan Pintat, vecino de Os, dice que a las 7 de la mañana del 26 de enero -pocas horas después del homicidio- Mandicó se presentó en su casa ensangrentado y con un dedo malherido, y al sospechoso no se le ocurre coartada mejor que alegar que de camino a Os, y a la altura de Bixessarri, se le ha caído encima un muro. En su declaración, Mandicó alega haber ido por  a Os a reclamarle al tal Pintat una deuda en nombre de "la vella Marticella dels Plans", la suegra del difunto Gil; deuda que resulta ser cierta según Pintat. El hombre, sin duda aturdido, aparece a mediodía en la capital y echa un trago en el hostal de Pau Martí, que también repara en las heridas que luce en la cara, el cuello y el dedo índice de la mano derecha. Los cirujanos que lo reconocieron una vez capturado -el ya conocido Rialp y un tal Francisco Rafartés- coinciden con los testigos: Mandicó presentaba cuatro lesiones, una en el cuello producida por instrumento "punxant y cortant"; otra en la rodilla izquierda del mismo origen, y dos más "en lo expressat dit indice de la ma dreta".

El fiscal y probablemente todo el mundo lo ve claro desde el primer moment: ""Esta sang, estas feridas, ¿no son un indici vehement y clar de que lo desgraciat Gil Areny a pesar de trobarse desprevingut i indefens se resisti tot lo posible y lucha hasta caure mort?" El cuchillo que se le incauta es para el perspicaz fiscal otro indicio "indubitable de culpabilitat del reo Mandicó", que se enreda en un ovillo de coartadas a cual más inverosímil: sostiene que la sangre de su cuchillo se debe a haber ayudado a sus amos con la matanza del cerdo, y al carnicero de Canillo a despellejarlos, excusa "ridícula e inadmisible", rebate el fiscal, "cuant l'últim tocino que es mata en sa casa lo fou quinse dias abans del dia de la desgracia". Y en un último y poco convincente intento, a la pregunta de por qué cree que ha sido conducido ante el tribunal, responde el hombre que por el asunto del tal Anton de Magistre. El alegato final es demoledor, y lo cierto es que lo tiene fácil, por no decir chupado, acusarlo de homicidio con los agravantes de alevosía, "per haberlo comes en una persona desprevinguda y indefensa", premeditación "coneguda y evident", dice, y nocturnidad, "per la soledat del lloch y per lo haber assaltat una hora de nit".

Así que el fiscal pide la única pena que cabe al caso: la de muerte, aparte las costas ocasionadas "en la present inquisició", en lo que a todas luces parece un exceso de celo leguleyo: difícilmente cabe pensar que el desgraciado Mandicó tuviera pecunio suficiente para cubrir los 193 duros a que -enseguida lo veremos- subió la minuta del caso. El Tribunal de Corts lo vio igual de claro. "En garrote vil y por mano de verdugo". Y así fue. No sabemos dónde -quizá en la misma plaza de la capital donde se leyó públicamente la sentencia "ab clara e inteligible veu", quizás en el cementerio, o puede que en la intimidad de la Casa de la Vall- pero lo cierto es que Mandicó murió agarrotado "entre las 11 y las 12 del 29 de febrero de 1860", en la primera y última vez que rechinó el garrote vil que ven aquí arriba.

Lo que costaba una ejecución: 193 duros
El expediente del caso Mandicó conserva una detallada nota con la relación de gastos generados durante los trece meses que se alargó la instrucción, entre el 26 de enero de 1859 y el 29 de febrero del año siguiente. La minuta más onerosa la presenta el notario, Pere Calvet, que asiste a las declaraciones y las transcribe extensamente: 48 duros. Le sigue, atención, el verdugo, que contra todo pronóstico -recordemos que el reo fue agarrotado- no es español sino que hubo que ir a buscarlo a Francia -por cierto: el hombre que fue a buscarlo, no sabemos dónde, recibió 2 duros y 12 reales. El verdugo, en fin, se embolsó por sus servicios 26 duros, más un complemento de 16 reales "por los días que está tancat"; al veguer, don Guillem Torras, le tocaron 7 duros y 12 reales; los carpinteros, menudo trabajito, se llevaron seis duros más por arreglar el cadalso, un duro con ocho reales suplementarios por la -ejem- caja donde depositar el cuerpo del reo tras la ejecución, y otro duro con cuatro reales "per engrandir els forats dels seps". Los guardias que custodiaron a Mandicó los tres días que estuvo en capilla recibieron dos duros, y por el transporte del cuerpo hasta el cementerio hubo que abonar un duro y 12 reales. La factura incluye incluso la nota por "desfer y portar lo cadalso en Casa la Vall": un duro y doce reales. En total, 193 duros con 17 reales. Y queda la duda de dónde estuvo recluido Mandicó durante los trece meses que transcurrieron entre la captura y la ejecución.

[Este artículo es una versión ampliada del que se publicó el 13 de octubre de 2014 en el Diari d'Andorra]

miércoles, 14 de mayo de 2014

Andorra, 18 de octubre de 1943: una crónica

El abogado catalán José María Malagelada relató la lectura de la última sentencia de muerte dictada en Andorra -y la subsiguiente ejecución del reo, Pere Areny Aleix- en el opúsculo Notas al margen de una ejecución capital.

De acuerdo: antes que nosotros ya había buceado en este fascinante opúsculo Jorge Cebrián en Pena capital -documental imprescindible paera una comprensión cabal del caso, hoy incomprensiblemente fuera de circulación- y gracias a Lídia Armengol, pionera en tanos ámbitos y que ya en 1977 publicó un extracto del libro en el número 2 de Quaderns d'Estudis Andorrans. Pero es que nosotros hemos tenido la fortuna de ir directamente al original, cortesía del bibliógrafo Casimir Arajol. Hablamos, claro, de Notas al margen de una ejecución capital, una obrita de apenas 15 páginas firmado en Andorra la Vieja en octubre de 1943 por Jose María Malagelada, abogado catalán y testimonio presencial de los hechos, que constituye lo más próximo a una crónica periodística de la infausta jornada del 18 de octubre de aquel año: ya saben, la lectura pública de la sentencia que condenaba a Pere Areny Aleix, autor confeso de la muerte de su hermano Anton Aleix Baró ,a ser pasado por las armas, y la inmediata ejecución del reo en el paraje de la Roureda de Moles, al lado del cementerio viejo de Andorra la Vella.






Los cuatro folios de la sentencia que condena a la pena capital a Pere Areny Aleix, dictada el 15 de octubre  que considera al reo "autor del delito de asesinato de su hermano, con los agravantes de alevosía, premeditación, nocturnidad, uso de medios desproporcionados y otros no especificados"; la pena capital acostumbraba a ejecutarla en Andorra un verdugo venido expresamente de España o de Francia; en esta ocasión, y en atención al contexto bélico, los jueces establecen que sea pasado por las armas y que de la ejecución se encarguen los seis agentes de policía entonces en servicio en Andorra; uno de ellos renunció a su puesto por motivos de conciencia. Fotografía: Archivo Nacional de Andorra. 

Y sacamos aquí a colación las Notas de Malagelada por el valor documental del relato, porque aporta una perspectiva estrictamente coetánea del shock que el asesinato de Anton produjo en la estrecha sociedad andorrana de la época:  un país con apenas 6.000 almas, con una economía de pura subsistencia y en el que la modernidad estaba a punto de irrumpir con fórceps. También porque completa la visión del caso que semanas atrás ofrecía aquí mismo Jordi Mas Bentanachs. Seguro que lo recuerdan: el pariente del fratrricida -y también de la víctima: eran hermanastros- denunciaba por primera vez en público las grietas del juicio que llevó al paredón a Pere Areny., que no fue examinado por los médicos a pesar de que el Tribunal de Corts -la instancia penal en el sistema judicial andorrano- le reconoció "una mentalidad bastante simple", así como las -según Mas Bentanachs- inexactitudes que se han ido repitiendo pertinazmente cada vez que el caso sale a debate: señaladamente, el móvil del crimen -el supuesto interés de Pere por hacerse con la herencia del hermano mayor (y heredero) y la muerte el año anterior al crimen de otra hermana, Antònia ,que la memoria popular pone también -y erróneamnte, sostiene Mas- en el zurrón de Pere.

Pero hoy es el turno de Malagelada, que insiste para empezar en que el móvil fue "el temor de la víctima, con ocasión del matrimonio que [Anton] tenía proyectado, de que se le alejara la posibilidad de heredarlo". La hipótesis oficial, que también se da como plausible en Pena capital, donde se cita incluso el nombre de la supuesta novia, vecina de Soldeu, con quien Anton se había prometido. Un extremo que Mas niega rotundamente. El abogado catalán alude también al rumor que atribuía a Pere la muerte de su hermana Antònia, "ahogándola en la misma cama donde yacía enferma desde tiempo atrás, afectada de una gravísima enfermedad, y haciendo creer que había muerto por causas naturales hasta que lo descubrió en el momento de confesar". Apela Mas en este punto a la presunción de inocencia y al hecho incontrovertible de que la sentencia -cuyo original se conserva en el Archivo Nacional de Andorra, y que reproducimos aquí arriba- no dice ni mu al respecto. Malagelada pierde en este asunto buena parte de su credibilidad -y demuestra que se ha dejado llevar por la rumorología popular- al sostener que Antònia había muerto "unos años antes": en realidad, falleció en 1942, el año anterior a los hechos. Tampoco se refieren a esta supuesta confesión las diligencias del batlle francés y de la policía cuyas copias conserva Mas y a las que hemos tenido acceso. Quizás existan otras diligencias en las que se menciona tanto el móvil como esta supuesta confesión, pero hasta que no aparezca el documento -si es que existe- parce que deberíamos atenernos, como solicita legítimamente Mas, a las pruebas de que disponemos, aunque sean menos truculentas que los rumores.

Describe Malagelada las últimas horas del reo, a quien el arcipreste de Andorra, mosén Lluís Pujol, comunica la sentencia el mismo 18 de octubre, poco antes de ser conducido en comitiva desde la celda situada en los bajos de Casa de la Vall hasta la plaza Benlloch, donde tendrá lugar la lectura pública: "Se hizo el silencio Se anuncia que la sentencia será leída y lo hace el notario francés, señor Moles (...) El reo escucha que será pasado por las armas sin que se le contraiga un solo músculo de la cara (...) Su expresión es de una serenidad que asusta (...) En cumplimiento de una antigua tradición indígena, el Tribunal espera si alguna autoridad o particular solicita clemencia para el reo, caso en el cual le sería conmutada la pena de muerte por la de reclusión perpetua. Sólo son dos minutos, pero parece que hayan tardado un siglo en transcurrir. Nadie ha dicho ni una palabra. El pueblo de Andorra, con su silencio, también ha dictado sentencia".

¿Ejecución o espectáculo?
El relato completa también la película rodada por Bonaventura Rebés desde el balcón de su casa, al final de la cual se intuyen dos procesiones que emergen de la iglesia parroquial: son, dice Malagelada, las congregaciones de la Buena Muerte y de los Dolores, mientras las campanas del templo tocan a difuntos: "Es un entierro que sale a buscar a su muerto", concluye tétricamente el autor ,que acompaña al reo y al "piueblo de Andorra" hasta la Roureda de Moles, donde se ha levantado el patíbulo en que Pere Areny será ejecutado: "El batlle le ofrece escoger entre morir de frente o de espaldas al pelotón. El reo, que csigue esposado por delante, opta por la primera (...) El jefe de policía levanta el brazo, los fusiles apuntant y, sin decir ni una palabra, lo baja con un movimiento repentino al tiempo que suena una descarga cerrada (...) Dos médicos [Esteve Nequi y Antoni Vilanova, ambos con calle hoy a su nombre en Andorra la Vella] comprueban la defunción del reo, cosa que hace innecesaria el tiro de gracia.

Malagelada termina el relato con el perdón que Pere Areny, a través de mosén Lluís Pujol, pidió de forma póstuma a lpueblo de Canillo, "reconociendo la justicia de la sentencia", y no puede evitar una última y no muy amable consideración sobre lo que acaba de ver: el "rito" con que se reviste la ejecución, dice, parece haberla transformado en un puro "espectáculo". Lo cierto es que todo el proceso tuvo lugar siguiendo punto por punto las instrucciones del Manual Digest, cuyo capítulo III describe detalladamente el "ceremonial, modo i forma se trauen los reos a deposar", el "ceremonial en lectura de sentencias criminals majors" y la "ejecución de sentenas criminals majors". Es decir, el caso Areny. Todo está en el Manual Digest, una especie de compilación de los usos, costumbres locales escrito en 1748 por Fiter i Rossell: desde cómo hay que trasladar al reo desde Casa de la Vall hasta la plaza mayor -hoy, Benlloch- rodeado de una fuerza especialmente nutrida para evitar que al pasar por delante de la parroquial de Sant Esteve se pueda acoger a sagrado, hasta el reglamentario toque de difuntos y la salida en procesión de las congregaciones del Rosario, del Santísimo y de las Ánimas.

Todo, así que en 1943 no inventaron nada. Tan solo innovaron -como es bien sabido- en el procedimiento de ejecución: el obispo Caixal proscribió en 1854 la horca hasta entonces vigente por aquí arriba -recuerden el caso de las burjas locales- y la sustituyó por el más humanitario garrote vil. Bueno, esta era la teoría. Pero el contexto bélico y la imposibilidad de ir a buscar verdugo a Espoaña o a Francia obliga al Tribunal de Corts a improvisar la solució de pasar a Pere Areny por las armas. Hay que decir que, según el documental Pena capital -existe una copia disponible para consiulta pública en el Archivo Nacional- el garrote que hoy se econserva en los depósitos del servicio de Patrimonio del ministerio, en Aixovall, sólo su utilizó en una ocasión: en 1860, para ejectutar a Joan Mandicó, vecino como Pere de Canillo y -ya es casualidad- tío abuelo del mismo Pere y, claro, también de Anton. A diferencia de su sobrino nieto, Mandicó fus agarrotado en la intimidad de Casa de la Vall y se ahorró la exhibición pública de su suplicio. 

[Este artículo se publicó el 13 de noviembre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]

lunes, 14 de abril de 2014

La última condena a muerte, a juicio

Los parientes de Pere Areny Aleix, ejecutado en 1943 tras la última sentencia capital dictada en Andorra, cuestionan los argumentos del Tribunal de Corts; accedemos a los interrogatorios a los que fue sometido el homicida, y les ponemos rostro a él y a la víctima, su hermano Anton.

Lo habíamos visto hasta ahora en la dramática fotografía tomada por Claverol a mediodía del fatídico 18 de octubre de 1943: de espaldas, esposado, con la cabeza gacha y humillado ante las autoridades, el servicio de orden y la pequeña multitud congregada en la plaza Benlloch de Andorra la Vella para asistir a la lectura de la que resultará la última sentencia de muerte dictada en nuestro rincón de Pirineo. Lo habíamos entrevisto también en la no menos dramática filmación de Bartomeu Rebés, dos minutos escasos de película en que intuimos al reo ahora sí de frente pero sin llegar nunca a verle el rostro, porque no levanta ni una sola vez la cabeza y porque la calidad de la imagen es más bien justita. Pero nunca hasta hoy le habíamos visto la cara a Pere Areny Aleix, el protagonista de aquel infausto episodio, el hombre que la madrugada del 1 de agosto había matado de un tiro a su medio hermano, Anton Areny Baró. Unos hechos que la sentencia dictada el 15 de octubre por el Tribunal de Corts describen así: "Hacia las 3 de la madrugada, el citado Pere Areny, después de asegurarse de que su hermano dormía profundamente, tomó una escopeta calibre 12 (...) y disparó sobre su hermano produciéndole una herida en la región derecha (...) mortal de necesidad".

Pere Areny y su hermano Anton. Fotografía: Tony Lara.
Lectura de la sentencia que condenaba a "ser pasado por lar armas" a Pere Areny Aleix, el lunes, 18 de octubre de 1943, en la plaza Benlloch de Andorra la Vella. E lreo aparece a la izquierda de la imagen, con la cabeza gacha. Fotografía: Fundació Valentí Claverol / Todos los derechos reservados.

Hasta hoy, decíamos, que los descendientes de Casa Gastó se han decidido a abrir los archivos familiares, a mostrar los rostros de las dos víctimas -las dos- de aquella jornada negra, y a cuestionar abiertamente los argumentos con que el Tribunal de Corts -la instancia penal en Andorra- castigó con la pena capital -"El condenado será pasado por las armas", concluye fríamente la sentencia- a Pere Areny, un hombre de 29 años que, según Jordi Mas Bentanachs, erigido en portavoz de la familia, padecía de problemas psíquicos, extremo que era de dominio público: "Transcurridos 70 años quizás ha llegado el momento de reflexionar sobre los hechos y no limitarnos a recordar la parte más escabrosa de la muerte de Anton y la ejecución de Pere", dice Mas, que dispara inmediatamente el desasosiego que lo carcomía y que le ha impulsado a hablar por primera vez en público sobre el caso: "Nadie se ha planteado jamás si tuvo un juicio justo ni si se respetaron las garantías judiciales mínimas. Se dan por válidas las conclusiones de la sentencia, pero si tenemos en cuenta las declaraciones de Pere y leemos con atención la instrucción, podemos sacar otras conclusiones", alega.
Se ve venir que ni Mas ni la familia comulgan con la versión oficial, la que consta como "hechos probados en la sentencia -depositada en el Archivo Nacional de Andorra y disponible para cualquier curioso- y la única, de hecho, que habíamos conocido hasta ahora. Una versión que declara a Pere "autor del delito de asesinato de su hermano (...) con los agravantes de alevosía, premeditación, nocturnidad y uso de medios desproporcionados", y que, aunque reconoce que "el inculpado ha revelado tanto en el sumario cmo en la audiencia una mentalidad bastante simple", concluye su "plena responsabilidad penal".

Revisión del caso
Mas rebate los argumentos del Tribunal de Corts con las diligencias del caso, a las que ha tenido acceso en calidad de pariente del reo, unos documentos que nunca hasta ahora habían visto la luz. Enseguida los analizaremos con detalle, pero avancemos la conclusión que extrae. El mismo 1 de agosto, dice, se practican hasta tres interrogatorios: Pere y su hermana, Àngela, declaran por separado ante el batlle francés, Joan Solsona; de nuevo Pere vuelve a prestar declaración, esta vez ante el jefe de policía. Al día siguiente, 2 de agosto, el batlle francés vuelve a interrogar al todavía presunto aunque ya confeso fratricida. Después de esto, nada más: "Hasta el 15 de octubre, cuando se reúne el Tribunal de Corts, no consta ninguna otra diligencia", se lamenta. Un hecho sorprendente porque, según parece, el Tribunal debería de haber tomado declaración a un sospechoso acusado de delito mayor -como era el caso de Pere.
Con las cinco páginas, cinco, que contienen las diligencias del batlle y de la policía -se sorprende mas, casi se escandaliza- "tuvieron suficiente para condenarlo a muerte; no fue un juicio justo; ha llegado el momento de que se reconozca que la manera como se condujo el proceso no fue ni corecta ni humana". Comprobémoslo yendo al fondo del asunto. El Tribunal le endosaba a Pere todo el repertorio imaginable de agravantes. Y Mas procede a desmontarlos a partir de las diligencias. El jefe de policía le pregunta a Pere "cómo procedió a ejecutar" el homicidio de su "medio hermano", que era en aquel momento el heredero de Casa Gastó y con quien compartía habitación y cama. Y responde el "declarante" -es decir, Pere- que "hacia las tres horas de la madrugada, encontrándose en un estado muy excitado, se levantó de la cama y tomando la escopeta, teniendo como de costumbre la luz encendida, disparó sin mirar a su hermano Anton Areny (...) que quedó muerto" (las cursivas son nuestras).
¿Hubo en verdad premeditación y alevosía, se pregunta Mas, cuando el mismo Pere dice que se levantó "en un estado muy excitado" y que disparó "sin mirar", y si tenemos además en cuenta que la escopeta -una de las tres que había en Casa Gastó, "como en la mayor parte de las casas de la Andorra de la época"- se encontraba en la misma habitación de los hechos, és decir, muy a mano? También el móvil del crimen plantea dudas razonables: la sentencia declara probado que Pere mató a Anton para "hacerse con la herencia de su hermano, puesto que este último tenía proyectado contraer matrimonio y el procesado dedujo que se le escapaba de manera definitiva la posibilidad de adquirir un día la herencia". Pues resulta que a la pregunta directa del batlle de si "tenía pretensiones de ser el heredero de los bienes y derechos de Casa gastó", Pere responde lapidariamente "que no", que "lo que pretendía como medio hermano era que lo ayudara a reunir un capitalito por su cuenta". Ante la policía se reafirma en su declaración -"Cuando [Pere] le pedía [ayuda] para tener alguna cabeza de ganado de la propiedad del declarante, [Anton] siempre se la negó"- pero admite, eso sí, que "habían tenido en alguna ocasión discusiones por lo expresado". Como se ve, de aquí a concluir que lo mató "para hacerse con la herencia de su hermano" va un mundo. Con los documentos disponibles, pura rumorología.
También discrepa amargamente Mas de la sentencia por lo que respecta a la imputación de Pere, de quien -recuerden- había concluido la "plena responsabilidad penal" aun habiendo constatado durante las diligencias una "mentalidad bastante simple" y apuntar que su hermana Àngela -la misma que el 1 de agosto presta declaración ante el batlle, y la tercera de los hermanos Areny que quedaban en Casa Gastó- "sufre de debilidad mental". Pues bien: resulta que esta misma Àngela será internada inmediatamente después de los hechos en un sanatorio psiquiátrico de Barcelona, donde morirá en 1980: "Existen indicios de que Pere podría sufrir la misma enfermedad mental -esquizofrenia paranoide- que se le diagnosticó a su hermana, pero no se solicitó ningún informe forense para conocer el alcance de la afección de Pere", se sorprende de nuevo Mas. Y eso que tenían a los doctores a mano: los dos que firmaron el acta de defunción del reo -y los dos con calle en Andorra la Vella: Esteve Nequi y Antoni Vilanova.

¿Dura? ¿Inhumana? ¿Injusta?
Aún más: "Uno de los síntomas de la esquizofrenia es la apatía,  la indolencia que Anton le reprochaba a Pere [cuando éste le pedía dinero dinero y le respondía que era un "gandul", que lo que tenía que hacer era ganárselo, según consta en las declaraciones ante el batlle]". Otro síntoma de la enfermedad es, recuerda, "la extrema agresividad, que acostumbra además a focalizarse en el círculo más íntimo". Por todo lo que antecede, "y habiendo hablado con personas que conocieron a los hermanos, me atrevo a afirmar que Pere probablemente padecía también de esquizofrenia".
La diatriba no se acaba aquí. Mas reserva también una dura reflexión sobre la poca compasión que la sociedad andorrana de la época mostró para con Pere: "Al final de la lectura de la sentencia, cuando según es tradición se dio la oportunidad de solicitar clemencia para el reo, el silencio fue sepulcral. Nadie dijo nada". Uno de los escasos gestos de humanidad que se registró en aquellas jornadas infaustas fue la renuncia de uno de los seis agentes de policía -no había más- para evitarse el trance de formar parte del pelotón de ejecución. Aquí sigue un extracto de la carta de dimisión del agente: "El abajofirmante, agente de policía, de la parroquia de Sant Julià de Lòria, con todo el respeto se dirige a vuestra jefatura (...) que no encontrándome en situación de ejercer mi cargo de policía(...) os ruego aceptéis mi dimisión". Lo firma el 17 de octubre, el día antes de la ejecución.
Mas termina pasando lista a las leyendas y mixtificaciones que se han ido repitiendo sobre el caso hasta adquirir carta de naturaleza. Por ejemplo, el rumor -recogido en el breve que La Vanguardia le dedicó al caso, publicado el 9 de noviembre de 1943- que Pere "no solamente se confesó autor del fratricidio sino que también declaró haber dado muerte, hace diez años, a una hermana, delito este que había quedado en la más completa impunidad". Nada de esto. En primer lugar, porque la hermana en cuestión, Antònia Areny Aleix, había muerto en 1942, y no "diez años antes". Y sobre todo, recuerda Mas, "porque en ninguna diligencia ni en un ningún documento consta que la muerte la provocara Pere. No existe, por lo tanto, ningún hecho cierto que permita llegar a esta conclusión".
¿Fue, en fin, una sentencia dura? ¿Inhumana? ¿injusta? ¿O sólo hija de su tiempo y del contexto bélico -estamos en plena guerra mundial? Dejémosle hoy, por primera vez y después de 70 años la última palabra a Mas, en nombre de Pere Areny: "Afortunadamente, Andorra es hoy un esatdo de derecho que ha suprimido la pena capital y que fija unas garantías para los acusados. Se ha recorrido un camino importante, pero no hay que bajar jamás la guardia. Las garantías en un proceso judicial son uno de los pilares de nuestra libertad. este caso debería servir de ejemplo de lo que jamás tendría que volver a producirse".

Casa Gastó: cinco siglos de historia y diecisiete generaciones
La genealogía conocida de la familia arranca en 1552 con un tal Miquel Abella.


Casa Gastó de Ransol, en la parroquia de Canillo. La historia documentada de la casa se remonta a mediados del siglo XVI. Pere Areny (1913-1943) era el menor de los nueve hijos que tuvo Antoni Areny Duedra con sus dos esposas, Rosa Baró Duró -madre de Anton- y Josepa Aleix Solsona -madre de Pere. El homicidio tuvo lugar en el cuerpo principal de la casa, en el centro de la imagen; una vez cometido el crimen, Pere se refugió en el pajar, a la izquierda, hoy ampliamente reformado. Fotografía: Àlex Lara / El Periòdic d'Andorra.

Pere Areny Aleix (1913-1943) era el menor de los nueve hijos que tuvo Antoni Areny Duedra: los dos primeros, Antoni (1887-19439 y Rosa, con su primera esposa, Rosa Baró Duró; los siete últimos -Gil, Josepa, Josep, Antònia (1900-1942), otra Josepa, Àngela (1905-1980) y Pere- con la segunda, Josepa Aleix Solsona. Sólo cuatro de los nueve hermanos -Anton, Antònia, Àngela y Pere- llegaron a la edad adulta: los otros cinco murieron antes de los 5 años. El caso es que con la muerte de Antòjnia, Anton y Pere, que quedó como heredera de Casa Gastó fue Àngela, diagnosticada de esquizofrenia paranoide e ingresada en un sanatorio psiquiátrico el mismo año de 1943. Jordi Mas Bentanachs (1961) es uno de los herederos vivos de casa Gastó a través de su abuela, Antònia Areny Baró, prima hermana de Anton y de Pere.
Las primeras noticias documentales de la familia y de Casa gastó de Ransol, en Canillo, se remontan según el libro Nostres arrels a 1552, año en que falleció el primer heredero de quien conocemos la identidad: Miquel Abella. Cinco siglos y diecisiete generaciones separan a Abella de Mas Bentanachs, erigido hoy en portavoz familiar. Los hechos de 1943 tuvieron lugar en la  casa familiar, deshabitada desde 1943 y hoy prácticamente intacta.Una vez hubo matado a Anton, Pere se dirigió primero al dormitorio de Àngela, con la precaución de cerrar la habitación donde había disparado a su hermano "a fin de que ella no se diera cuenta de la desgracia fatal". Àngela no quiso por lo visto levantarse -eran las tres de la madrugada- así que Pere se fue al pajar -la construcción a la izquierda de la fotografía inferior, hoy completamente reformada- y ocultó el arma del crimen -una escopeta de 12 milímetros, un cañón y fuego central, según el atestado policial- "bajo la pared". En el pajar se quedó hasta las cinco de la madrugada, cuando fue a despertar a los segadores para ir a trabajar, e inmediatamente después avisó a los vecinos de la muerte de Anton, "pero sin confesarse autor del crimen".

[Este artículo se publicó el 7 de noviembre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]