Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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lunes, 27 de enero de 2014

Paso clandestino: teoría y práctica

Claude Benet reconstruye en 'Guies, fugitius i espies' el papel de Andorra en las redes de evasión durante la II Guerra Mundial; compila el testimonio inédito de pasadores locales y de refugiados que cruzaron los Pirineos por el Principado.

E. Lloyd y H. Turnbull, soldados de artillería del ejército británico, fueron afortunados. Muy afortunados. Capturados por los alemanes en la localidad de St. Valéry-sur-Somme, al noroeste de Francia, el 12 de junio 1940, exactamente un año después llegaban a Gibraltar para ser repatriados hacia Inglaterra y reincorporarse el 1r regimiento de artillería montada de Su Graciosa Majestad. Había una guerra que había que ganar, ahí fuera. El periplo de estos dos hombre hacia la libertad se alargó doce meses desde que se escaparon de Frevent, el 23 de junio de 1940, aprovechando un despiste de sus captores: su ruta pasa por Aquest, Plouy, Amiens y Marly-le-Roi, contando siempre con la ayuda y la complicidad de la población local, lo que no deja de tener mérito porque en 1940 la mayoría de los franceses todavía no tenían muy claro de qué lado estaban, si es que estaban de alguno. No olvidemos que la mayor parte de Francia ha sido ocupada, y que a Pétain le han dejado un rinconcito simbólico: Vichy.

El caso es que en Marly-le-Roi los acoge el jefe de la policía local y que es él mismo quien se encarga de conducirlos en tren hasta París, donde los enchufa en el expreso de Toulouse. Llegan a esta ciudad el 10 de agosto, los detiene la policía -no tan acogedora como la de Marly, por lo visto, pero vuelven a escaparse y, ahora a pie, pasan por Pamiers y Foix y llegan el 27 de agosto a Tarascón. El 1 de septiembre, la misma familia que se la ha jugado ofreciéndoles refugio durante cuatro días los ayuda a cruzar hasta Andorra: la salvación. Ocho meses en un hotel -quizás el Coma de Ordino un clásico de estos menesteres- a cuenta del consulado británico en Barcelona y de sus contactos sobre el terreno -quizás Francesc Areny, de casa Bonavida de Ordino- y el 18 de mayo de 1941 reciben la orden de unirse a unos contrabandistas que los conducirán hasta España y los empaquetarán en coche hacia Barcelona. El 6 de junio, ya se ha dicho, pisan Gibraltar, y diez días más tarde están de nuevo en Inglaterra.

Guies, fugitius i espies es la primera monografía centrada en el papel de Andorra en las redes de evasión de la II Guerra Mundial; además del testimonio de los pasadores supervivientes, la principal aportación de Benet son las docenas de relatos de los mismos fugitivos que cruzaron los Pirineos por Andorra. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Lloyd y Turnbull tuvieron toda la fortuna que les faltó al teniente Harold Bailey y a los sargentos Francis Owens y William B. Plasket. Los tres eran tripulantes de sendos bombarderos de la USAF abatidos sobre París, Stuttgart y Normandía entre julio y septiembre de 1943, y después de una muy cinematográfica peripecia fueron a morir de frío y de puro agotamiento en el Pla de l'Estany, bajo el Comapedrosa, el 25 de octubre, cuando tenían la libertad a un paso. Los cuerpos de los tres militares fueron descubiertos al cabo de un año, enterrados en el cementerio viejo de Arinsal y exhumados en 1950 por el ejército norteamericano.

Historias de refugiados
Lloyd, Turnbull, Bailey, Owens i Plasket son sólo cinco de los casos pacientemente reconstruidos por Claude Benet en Guies, fugitius i espies: camins de pas per Andorra durant la II Guerra Mundial, publicado por Editorial Andorra. Una obra minuciosa y magnética, que tiene el mérito indiscutible de los testimonios rigurosamente inéditos que el autor aporta: de los pasadores que operaron en este sector de los Pirineos, claro, pero también y sobre todo de los fugitivos para los cuales Andorra se convirtió en sinónimo de libertad. Entre los primeros figuran los casos ya conocidos de Joaquim Baldrich y Lluís Solà, los últimos supervivientes de la epopeya, al lado de Vicenç Conejos, Salvador Calvet y Josep Monpel, ya desaparecidos: hombres de acción a los que Benet prefiere denominar "caminadores" antes que "pasadores", y que eran los que se jugaban el pellejo en primera línea conduciendo por las montañas los convoyes de refugiados. Pero la lista elaborada por Benet es mucho más extensa: Enric Comas Cases, Antonio Guitar, Josep Ibern, Alphonse Courtade, André Benigos, Émile Delpy, Joan Català, Joan Benazet... Entre los "organizadores", los contactos locales del MI-9 que recibían el aviso de la llegada de un grupo de fugitivos, gestionaban su recogida y organizaban el trayecto final hasta el consulado británico, cita los casos también conocidos de Francesc Viadiu y su -dice- mano derecha, Antoni Forné, y rescata del olvido la figura prominente de Francesc Areny Naudi, el Cisquet de Canillo.

Pero la mayor aportación de Guies, fugitius i espies son con toda seguridad las docenas de relatos de fugitivos, desde judíos que huían de la Solución Final -la berlinesa Lilo Kohen y el nantés Maurice Rothel, entre otros- hasta jóvenes franceses que querían ahorrarse el Servicio de Trabajo Obligatoio en Alemania o enrolarse en los ejércitos de la Francia Libre -Paul Jordan, Roger Estournel, Geroges Tamissier, André Castan y el joven Grosjean, muerto de frío en la montaña y enterrado en el cementerio viejo de Llorts- y pilotos aliados, claro -Joe Cackle, Maurice Collins, James Cobbs, George Stillwell... Benet ha buceado en archivos catalanes, franceses, británicos e israelíes; comunales, departamentales, nacionales e institucionales. Todos ellos le han abierto generosa y naturalmente las puertas: para eso existen. Todos, excepto uno: el del Obispado de Urgel, con la excusa difícilmente creíble de que "no hay documentación sobre esta materia". La conclusión de las casi 300 páginas de Guies, fugitius i espies es que Andorra fue durante la contienda, y en general, "tierra de acogida, donde se trató razonablemente a los refugiados y no se entregó jamás a ninguno a los alemanes". En medio del marasmo, no es poco orgullo.

[Este artículo se publicó el 4 de noviembre de 2009 en El Periòdic d'Andorra]

jueves, 2 de enero de 2014

Andorra durante la II Guerra Mundial: una recapitulación sobre la epopeya de los pasadores

[He aquí un primer intento de ordenar de forma más o menos sistemática los datos, fechas, lugares y nombres que cuando se publicó el artículo -agosto de 2006, en la desaparecida revista Informacions- había ido recopilando en entrevistas y reportajes que empezaban a tener cierta unidad temática y cierto peso físico, pero a los que faltaba un hilo conductor, quizás por la inexistencia de bibliografía específica sobre la materia. Conviene tener en cuenta que aun no se habían publicado las dos monografías hoy canónicas sobre la epopeya de los pasadores en Andorra y en Cataluña, Las montañas de la libertad, de Josep Calvet, y Guies, fugitius i espies, de Claude Benet]

La historiografía académica comienza a ocuparse del papel decisivo que contrabandistas, maquis y particulares, pero también oportunistas, vividores y aventureros de todo pelaje, tuvieron durante la II Guerra Mundial en el paso de los Pirineos de pilotos aliados abatidos en los cielos de la Europa ocupada y de refugiados de todas las nacionalidades que huían de los nazis. El historiador leridano Josep Calvet se ha sumergido en los archivos del Pallars Sobirà y del Alto Urgel, ha sistematizado los datos y ha recogido el testimonio de los últimos supervivientes de aquella epopeya.

La historia de los pasadores combina épica, tragedia e idealismo, así como una persistente leyenda negra que la ha convertido en materia ideal para la ficción literaria y cinematográfica, incluso para el periodismo sensacionalista -aquella serie de reportajes de la revista Reporter de los años 70...- pero en cambio la historiografía más o menos oficial se había olvidado de ella. Sólo ahora, cuando apenas queda un puñado de supervivientes de aquella gesta que puedan evocar los hechos, los historiadores profesionales comienzan a interesarse por un episodio quizás marginal en el maremágnum de la guerra, pero que constituye la principal contribución de los vecinos de los Pirineos -convertidos en puerta de la libertad- al esfuerzo de guerra y finalmente a la victoria aliada. Calvet, que prepara una tesis doctoral sobre la materia, ha investigado los registros de las prisiones de la Seo de Urgel y de Sort, y ha sistematizado e interpretado los datos disponibles: cantidad y nacionalidad de los evadidos que acabaron en el calabozo; el periplo que seguían los que llegaban a España y eran capturados por la guardia civil de fronteras; las diferentes fases que el goteo de fugitivos experimentó durante la guerra; las peculiaridades de Andorra en este juego, y la credibilidad de los rumores de expolios, incluso de asesinatos, que salpican el episodio de los pasadores.

Sobre este último punto, el más controvertido y el que hasta la fecha ha hecho correr más tinta, Joaquim Baldrich (el Pla de Santa Maria, Tarragona, 1917-Escaldes, Andorra, 2012) ha explicado cómo en cierta ocasión en que volvía de Acs-les-Bains con dos aragoneses que como él ejercían de guías, al llegar a la cima del Port Negre le oyó decir a uno de ellos: "Aquí descansan". Los que descansaban eran dos parejas de refugiados belgas a los que, continúa Baldrich, habían asesinado y robado, después de violar a las mujeres. Calvet no cuestiona el testimonio de Baldrich -que sostiene que llegó a ver el brazo congelado de una de las víctimas enterradas en la nieva- pero tampoco oculta sus reservas sobre la rumorología que se ha generado alrededor de este oscuro punto: "Sólo he podido documentar el caso de una familia de judíos que salió de Luzenac y que se dirigía a Barcelona a través de Andorra. Después de dos meses sin tener noticias de ellos, los familiares se pusieron en contacto con el consulado español en Lyon. Se abrió una investigación y resultó que el guía los había liquidado cuando todavía se encontraban en territorio francés. Lo detuvieron. Se sabe que hubo casos de pasadores que cuando llegaban a las proximidades de la frontera abandonaban a los fugitivos, incluso los engañaban y les indicaban caminos erróneos que los acababan conduciendo a manos de los alemanes. Pero si los asesinatos hubiesen sido tan habituales como en ocasiones que ha dicho, tendríamos más denuncias como las de esta familia judía. Además, hay que tener en cuenta que todo este asunto se presta a la especulación y al sensacionalismo, y acusaciones tan graves hay que probarlas. No vale con los rumores."

Calvet ha determinado que fueron alrededor de 60.000 los fugitivos detenidos por la guardia civil después de cruzar los Pirineos. De esta cifra infiere que el total de los evadidos -incluidos los que no fueron capturados- podría oscilar entre los 80.000 y los 100.000 para toda la cadena. Por lo que respecta a nacionalidades, y tomando como referencia los detenidos en 1943, entre el 70 y el 80% eran ciudadanos franceses o canadienses -en realidad, muchos de estos últimos eran franceses que se hacían pasar por quebequeses; les seguían en orden de importancia los polacos (un 5% del total), belgas (4%), y británicos, norteamericanos y holandeses (un 3% para cada una de estas nacionalidades).

El paso de refugiados experimentó tres fases bien diferenciadas: hasta mediados de 1941 no había otro obstáculo que el burocrático. Aunque no se trataba de un obstáculo menor: había que presentar pasaporte en regla, visado de tránsito por Francia y España, y atención, un pasaje de barco que acreditara que aquella persona estaba efectivamente en tránsito.A partir de esta fecha, los consulados españoles dejan de expedir visados, se impermeabiliza la frontera y toda persona capturada en una franja de cinco kilómetros a partir de la frontera era inmediatamente repatriada. Una disposición que sólo se aplicaba -y no siempre- en lugares como el Ampurdán, donde la repatriación era sencilla. En el Pirineo central catalán, los detenidos eran mayoritariamente internados. Judíos, polacos y pilotos aliados conforan mayoritariamente estas primeras oleadas de refugiados. Los franceses empezaron a aumentar en número a partir de la ocupación de Vichy, en noviembre de 1942: huían del Servicio de Trabajo Obligatorio (STO) decretado por los alemanes, o pretendían unirse a las tropas de la Francia Libre que operaban en África. El destino habitual de los franceses era Casablanca; la de ingleses y norteamericanos, Gibraltar. El goteo de judíos comienza a declinar en los primeros meses de 1943, cuando los que se habían concentrado en Vichy han conseguido huir o han sido capturados y deportados a los campos de exterminio.

Una vez en manos de las autoridades españolas, y si conseguían evitar la repatriación fulminante, el primer paso era el confinamiento en la prisión del partido judicial -el actual parador de turismo, en el caso de la Seo- y la expedición más o menos inmediata al seminario viejo de Lérida, y de aquí a los campos de internamiento, especialmente Miranda de Ebro -nada que envidiar a los tristemente célebres de Argélers, Barcarès i Sant Cebrià-, Rocallaura i Figueras. Este era el destino habitual de los hombres en edad militar, entre los 18 y los 40 años. El internamiento, que podía prolongarse hasta seis meses, se fue acortando, especialmente a partir de enero de 1943, cuando la batalla de Stalingrado despejó dudas y dejó claro que la derrota alemana era sólo cuestión de tiempo, y convenció a las autoridades franquistas que convenía estar a buenas con los aliados. Los aviadores recibían habitualmente un trato privilegiado, dentro de este contexto: en la Seo, por ejemplo, los derivaban a los hoteles Andria y Mundial; en Sort, al Pessets. Mujeres y niños quedaban en libertad si eran detenidos en Lérida, y la política oficiosa era la de no separarlos del cabeza de familia. En Gerona, en cambio, hombres, mujeres y niños eran separados: ellos acababan en el campo de internamiento; ellas, en la prisión de mujeres; los pequeños, en el hospicio.

El campo de internamiento ha dejado un recuerdo nefasto en muchos de los que experimentaron en carne propia, sobre todo el superpoblado de Miranda. Es el caso del político luxemburgués Emile Krieps (1920-1998), ministro de Defensa en los años 80 y que, según ha comprobado Calvet, pasó por los Pirineos -probablemente a través de Andorra, quizás de la Cerdaña- en noviembre de 1942: "Conservó durante toda la vida un cierto resentimiento hacia España. Como él, hay muchos otros que no perdonan el trato que recibieron como refugiados. Pero si bien son ciertas las privaciones que padecieron, así como las durísimas condiciones de vida en los campos, también lo es que no se pueden comparar con las que imperaban en los campos nazis. Como me explicó una vez uno de estos fugitivos, judío en su caso, el internamiento era tan sólo una etapa de un camino que en su caso terminó en los EEUU. Su hermano, que prefirió quedarse en Bélgica, fue deportado y no sobrevivió".

¿Cuál es el papel de Andorra en todo este tráfico? Las cadenas de evasión descubrieron el Principado en 1942, cuando españoles y alemanes estrechan la vigilancia de los pasos más accesibles, como el Ampurdán y el País Vasco. La escasa bibliografía existente ha dejado constancia de que desde Andorra operaban como mínimo las cadenas Alexis, la de Francesc Viadiu; la de Antoni Forné y Joaquim Baldrich -bautizada a posteriori como Tolosa-la Massana-Barcelona- y la mucho más célebre línea Ponzán, con base en el hotel París de Tolosa. "Teniendo en cuenta que Andorra era relativamente accesible desde el punto de vista orográfico -y por lo tanto, especialmente apta para familias con niños y personas mayores- era previsible una amplia lista de detenidos en la caserna de la Seo. Pero sorprendentemente, sólo constan unos 400 nombres. Poquísimos si lo comparamos con los alrededor de 3.000 registrados en Sort, etapa final de una vía mucho más difícil. ¿Por qué se produce, este fenómeno? Quizás porque los guardias de la Seo estaban más untados que los de otros puestos fronterizos. Quizás porque los pasadores andorranos obtuvieron unas altas cotas de eficacia debido a que eran en su mayoría contrabandistas profesionales, y no aventureros ocasionales". Añadamos que Badrich sostiene que a lo largo de su carrera como guía pasó a 380 refugiados -y sin ninguna baja, como le gusta recordar- una cifra que ella sola casi iguala la de los que fueron capturados por las autoridades españolas en la Seo. Y por lo que parece, por aquí había unos cuantos Baldrichs más.

Aparte de los guías sin escrúpulos que se aprovecharon del estado de necesidad de los fugitivos, Calvet ha seguido la pista de otro aventurero que vio la ocasión de pescar en río revuelto: un tal Fornesa, agente de bolsa que había tenido cierto papel político en la Seo antes de 1936, refugiado en París durante la guerra civil y que reaparece en 1940 en la capital del Alto Urgel: según el historiador, los servicios secretos españoles lo tenían fichado como agente de una cadena que operaba desde Sant Julià de Lòria.

Si el paso de fugitivos es un hecho contrastadísimo y relativamente conocido, no lo es tanto -por no decir en absoluto- la última aportación de Calvet: el tráfico de refugiados no se acabó en Andorra con el desembarco de Normandía y la liberación de Francia, en el segundo semestre de 1944. Al contrario, hasta 1949 -cuatro años después del fin de la guerra- las rutas de evasión continuaron abiertas y activas. Ahora ya no eran judíos perseguidos, ni pilotos aliados abatidos, ni personalidades políticas de los países ocupados, sino oficiales alemanes, militantes o simpatizantes del partido nazi -Calvet se atreve a hablar de decenas, quizás un centenar de ellos- que habían conseguido evadirse de los campos de prisioneros aliados. Esperaban encontrar refugio en la España franquista, y quizás ayuda para trasladarse a la América del Sur: "No eran jerarcas como Léon Degrelle o Pierre Laval, sino cuadros medios u oficiales de baja graduación, y Franco no dudó en entregarlos a los aliados si los cazaba". En estos casos, y contrariamente a las cadenas que operaban durante la guerra -que desembocaban mayoritariamente en el Alto Urgel o la Cerdaña por Os de Civís, la Portella de Joan Antoni y el valle de Incles- las rutas seguidas por los epígonos del nazismo penetraban en el Pallars Sobirà por el lugar de Tor, que añade sí otro elemento siniestro a su peculiar y sangrienta historia.

Mientras Calvet encarna a la nueva generación de investigadores que aborda sistemáticamente uno de los momentos más apasionantes y mal conocidos de nuestra historia reciente, el empresario Claude Benet representa al historiador aficionado que lucha -con frecuencia contra los elementos- para salvar del olvido los últimos esbozos de memoria de esta gesta. Estirando el hilo de Baldrich, Benet ha llevado a cabo un trabajo detectivesco para localizar a supervivientes de aquella epopeya. Suyos son testimonios inéditos como el de Réné Felez, passeur de Acs dels Tèrmens, que transportaba personas y documentos a través de Andorra y que en cierta ocasión presenció, sostiene, cómo una patrulla alemana entraba en el valle de Incles, en territorio andorrano y, por tanto, fuera de la jurisdicción de las tropas germanas. "Tuvo la fortuna de que no se les ocurrió entrar en la cabaña -todavía hoy existente- en que se había ocultado. Pero la anécdota demuestra que, contra lo que se acostumbra a decir, los alemanes sí que patrullaban por Andorra, aunque fuera discretamente."

Entre los nombres propios rescatados por Benet están los de Maurice Roth, judío francés residente actualmente en Haifa (Israel), a quien sus padres habían ocultado en una granja gentil a la edad de 7 años para evitarle la deportación: "De Andorra sólo recuerda el nombre, y desde entonces esta palabra ha sido para él sinónimo de libertad. Tenemos que ponernos en la piel de esta pobre gente que llegaba a un lugar, Andorra, del que probablemente nunca antes habían oído hablar, después de haber caminado decenas, puede que centenares de kilómetros en condiciones generalmente muy precarias". Roth ha escrito parte del periplo en sus memorias, L'enfant coq. Benet también contactó con el sargento Maurice Collins, piloto del 226 escuadrón de bombardeo de la RAF, abatido en el norte de Francia y que llegó por sus propios medios a Andorra a finales de 1942.

Una tercera historia es la de monsieur Tonneau, cónsul belga en la ciudad francesa de Foix y antinazi notorio, pero a quien su afición a la bebida convirtió en un delator involuntario. Cuando su indiscreción se convirtió en una amenaza para la seguridad de las cadenas de evasión, los servicios secretos ingleses lo hicieron nombrar cónsul de Bélgica en Andorra. Y monsieur Tonneau desapareció sin dejar rastro cuando se dirigía a tomar posesión de su nuevo cargo... Más incierto, pero mucho más flamante, es el caso del mariscal Lattre de Tassigny, que había dado a las fuerzas bajo su mando la orden de resistir la ocupación alemana de la Francia de Vichy, y que por esta razón fue recluido en Riom: "Un passeur me explicó que había conducido a un alto oficial francés que al llegar a Andorra se desabrochó la guerrera y sacó una bandera tricolor que llevaba oculta en el pecho. Quizás fuese Lattre..." Una escena sospechosamente cinematográfica convendrá el lector, que obliga a consignarla entre interrogantes, como piadosamente indica Benet. De hecho, otras fuentes aseguran que el futuro mariscal -y jefe de las fuerzas francesas en Indochina- escapó a bordo de un avión de la RAF que lo recogió en la localidad de Manziat dans l'Ain...

Sea o no cierto -como el supuesto paso por Andorra de parte de la familia Rotshchild, que Alberto Poveda apunta en Paso clandestino, la historia de Lattre pone en evidencia la necesidad de poner algo de orden y de rigor académico en una materia tan apropiada para la mistificación. El mismo Benet se sorprende del escaso eco que ha despertado el caso de Baldrich, hasta el punto que ha tenido un historiador foráneo, el mismo Calvet, quien ha recogido el testimonio del último de nuestros pasadores para un documental: "Es un tema difícil, en el que no todos sus participantes jugaron limpio. Hay quien cree que es mejor dejarlo como está y no revolver el asunto. Pero precisamente por este mismo motivo, considero que hay que recordar y honrar a los muchos que sabemos que actuaron honorablemente. Entiendo que justo después de la guerra, cuando afluyeron a Andorra inmigrantes de muy diverso color político, evitar según qué temas evitaba incómodas confrontaciones. Pero ha pasado mucho tiempo y no debemos tener miedo a conocer nuestro pasado".

[Este reportaje se publicó en agosto de 2006 en la revista Informacions]

miércoles, 1 de enero de 2014

Raginis: una evasión de película

Se lo presentábamos días atrás en este mismo rincón de blog: Witold Raginis, un chaval polaco, casi un niño, nacido en 1923 y que constituye la última aportación del historiador Claude Benet -vía Portella- a la epopeya de los pasadores. Raginis es otro de los aviadores con nombre y apellidos abatido en los cielos de la Europa ocupada durante la II Guerra Mundial que pasaron por Andorra huyendo de los nazis y camino del consulado británico en Barcelona después de una peripecia digna de película y de quien Benet ha localizado el rastro. Con mejor fortuna para nuestro protagonista de hoy, digámoslo antes de continuar, que oara Francis Owens, William Plasket y Harold Bailey, de los que dábamos cienta en juna entrada anterior y que se dejaron la piel en el intento.

El caso es que la historia de Raginis la recoge su paisano Wilhelm Ratusynski en un documentadísimo, fascinante portal -Polish Squadrons Remembered- que repasa la trayectoria de un buen puñado de entre los miles de militares polacos que sirvieron en las fuerzas aéreas aliadas, especialmente en la Royal Air Force. De nuestro héroe del día ha recuperado, e incluso clogado, hasta el informe oficial de evasión, clasificado en su momento como "most secret" por el MI-9 -el departamento de la Inteligencia Militar británica que se encargaba de infiltrar agentes tras las líneas enemigas y de recoger (y verificar) el testimonio de los evadidos- y contiene suculentos detalles de la odisea de Raginis. Veámoslos.

El periplo de este antiguo estudiante de 19 años que había residido en Francia desde 1923 y que en septiembre de 1941 había pasado a Inglaterra para enrolarse en la RAF -"Sin el permiso de mis padres", dice en el informe- acabó felizmente, ya lo habíamos avanzado, con su llegada a Andorra el 3 o el 4 de noviembre de 1943, diez días después de que Owens y compañía murieran de frío en el Port del Rat. Pero arranca quince meses antes. Exactamente, el 20 de agosto de 1942, cuando el bombardero Wellington IV del 305 escuadrón de la RAF donde servia como artillero de cola fue tocado por las defensas antiaéreas germanas -los temibles y eficaces Flak, el cañón de 88 milímetros que perforaba cualquier blindaje que se le ponía por delante y que fue incluso utilizado como letal arma antitanque- en una misión para sembrar de minas la rada de Brest y se ve obligado a un amerizaje de emergencia. Ya vemos que la cosa empieza bien. Los cinco hombres de la tripulación son rescatados por pescadores locales y entregados a la guarnición alemana de la ciudad, que los trata con sorprendente humanidad, y comienza para Raginis un larguísimo peregrinaje como P/W, las siglas inglesas para Prisionero de Guerra. Primero, los interrogatorios de turno, en París y luego en Frankfurt. Los oficiales de inteligencia -¿recuerdan el fulano que mutila a Willem Dafoe en El paciente inglés?- muestran un comprensible interés por averiguar su escuadrón, la misión en que fue abatido y los nombres del resto de la tripulación. Raginis se niega a responder. Primero lo consigue -"No recurrieron ni a amenazas ni a violencia alguna, el interrogador mostró maneras amables", afirma- pero en seguida se cansan del juego, se olvidan de las buenas maneras, le ordenan mantenerse en posición de firmes cuando le interrogan y le someten a una dieta de pan y agua.

Un Wellington IV de los escuadrones polacos de la RAF. El sargento artillero Witold Raginis tripulaba unos de estos aparatos cuando fue derribado en una misión sobre Brest, el 20 de agosto de 1942.

Pero vuelve a salirse con la suya, y sin chivarse. Al menos, esto es lo que parece deducirse del informe oficial. Lo transfieren a un campo de P/W en Lamsdorf (Alemania), donde permanecerá durante seis meses, "la mayor parte del tiempo encadenado". Aquí cambia de identidad con otro P/W, el soldado raso Edward Lehem, y ya con su nueva identidad lo envían a un nuevo campo de trabajo, ahora a Tarnoweskie, en la Silesia alemana, donde contactara con un futuro compañero de escapada andorrana -el sargento Piotr Bakalarski, polaco como él y piloto del 300 escuadrón de bombardeo de la RAF abatido el 27 de julio de 1942 al norte del estuario del Elba, cuando regresaba a bordo del Wellington que pilotaba de una incursión sobre Hamburgo. Raginis i Bakalarski -de quien también conocemos el informe de evasión- se presentan voluntarios para un kommando de mineros y los trasladan a la localidad polaca de Beuthen, donde protagonizarán el primer intento de fuga por el sencillo expediente de cortar la reja del campo.

Estamos ya en septiembre de 1943, más de un año después de caer en manos alemanas. Bakalarski tiene la mala fortuna de ser interceptado por una patrulla de la Gestapo que justo en ese momento, y en ese lugar, se encontraba cazando miembros de la Resistencia polaca. Pero tuvo suerte: a su guía lo liquidan sin contemplaciones. Raginis, siempre afortunado, se oculta en una granja, contacta con la Resistencia, lo conducen a Cracovia -donde permanecerá siete semanas, tiempo suficiente para reencontrarse con Bakalarski, que se había vuelto a fugar- y haciéndose pasar por trabajadores polacos consiguen llegar a Francia: el 18 de agosto se encuentran en Sarrenbourg; el 15 de septiembre, en Luneville; y el 25 de octubre comienzan la travesía de los Pirineos. Su grupo lo forman cuatro militares aliados -Raginis, Bakalarski, un tal sargento Philo, y un soldado neozelandés a quien llaman Hatson- más un guía local.

La excursión hasta Andorra, que tenía que durar ocho horas, se prolonga de forma inquietante: a las 6 de la tarde, después de 18 horas andando, todavía no han llegado ni a la frontera, Hatson no puede más y Raginis y el guía deciden adelantarse para pedir ayuda. A la altura de Fontargent, el guía lo abandona. Raginis está a punto de ser sorprendido por una patrulla alemana, pero con su fortuna habitual da con un grupo de trabajadores que le permiten quedarse tres días en su cabaña; llega como puede a Aston, roba una bicicleta en la carretera de Ax y contacta en Urs con el guía español que había desaparecido en Fontargent, que le presta un último servicio -quizás para hacerse perdonar la felonía- y lo acompaña en tren hasta Merens, lo empaqueta hacia Ospitalet y el 3 o el 4 de noviembre por la noche -no queda claro el día- comienza la última y ahora sí definitiva etapa: en cinco horas se planta "a 8 quilómetreos al sudeste de Soldeu" -que para un fugitivo de la Gestapo ya es concretar- donde encuentra un hombre que le confirma que sí, que se encuentra por fin en Andorra, tierra de promisión. Está salvado. Continúa a pie, incansable, hasta Escaldes, y el final es digno de un hombre que ha sobrevivido al impaxto de un Flak, a un amerizaje forzoso, a los interrogatorios de la Gestapo y, en fin, a quince meses de hospitalidad nazi: "El viaje a España me lo gestioné yo mismo". Raginis se encuentra el 29 de noviembre de 1943 en Gibraltar, y al día siguiente, en Whitchurch, Inglaterra. Toma ya.

La lástima es que, a diferencia de los compañeros de escapada de Owens, lo ignoramos todo -de momento, claro- sobre qué fue de Raginis después de su odisea bélica: ¿volvió a su puesto de artillero de cola de los escuadrones de bombarderos polacos de la RAF? ¿Sobrevivió a la guerra? ¿Volvió quizás a Montluçon, la localidad auvernesa donde residía en tiempos de paz? ¿Y a Andorra? ¿Acabó, en fin, sus interrumpidos estudios?

Ni idea. Pero volvamos a Fontargent: ¿qué ha pasado mientras tanto con Bakalarski, Philo y Hatson? Según el primero, el soldado neozelandés murió en la montaña, en algún lugar al norte del pico de Rhule, dice Bakalarski, el mismo 25 de octubre que perdieron de vista a Raginis y al guía. Al día siguiente tiene que curar los pies congelados de su compañero Philo, y el 27 encuentran refugio en otra cabaña de pastor, siempre tan oportunas, después de haber evitado, continúa Bakalarski, a los "gendarmes de montaña andorranos"... Un cuerpo por otra parte en aquellos tiempos inexistente. Pero tampoco nos vamos a poner ahora quisquillosos con la memoria del bueno de Baka. Habían tardado dos días y una noche en recorrer el camino entre Luneville y Andorra. A Raginis todavía le quedaban diez de maratón. Pero por lo menos no se quedó en la montaña como Hatson.

[Este artículo se publicó el 13 de junio de 2013 en El Periòdic d'Andorra]