Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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viernes, 2 de octubre de 2015

Un apunte sobre las mixtificaciones en la epopeya de los pasadores

[Este artículo fue publicado, con alguna modificación que no afecta al sentido, el 20 de julio de 2015. Al día siguiente recibimos la llamada de la hija de Joaquim Baldrich -que no se llama Maria Teresa: Quimet no tuvo ninguna hija con este nombre- para confesarnos su sorpresa, por no decir pasmo, ante la sensacional noticia de que dábamos cuenta: el nicho que el fugitivo Alberto Curiel le legó en 1982 a Maria Teresa Baldrich en agradecimiento a los servicios de su padre como guía, puesto que fue Baldrich el que supuestamente le ayudó a cruzar el Pirineo y llegar a Barcelona. Ciudad donde, por cierto, Curiel acabó instalándose. De hecho, Baldrich murió en 2012 y jamás mencionó el episodio de Curiel y el legado del nicho. Su hija no le concede ninguna verosimilitud. No es la única aportación que se ha revelado dudosa, por no decir falsa, de Refugi de jueus, el libro recientemente publicado y del que procede el episodio del nicho. También parece descartado que fuera Antoni Puigdellívol, el contrabandista y exdeportado andorrano (a Buchenwald, por cierto), el Puigdellívol implicado en la venta de un supuesto autoretrato de Rembrandt que tuvo lugar en mayo de 1945 en Barcelona, y que dejó rastro en un informe de la unidad de inteligencia del ejército norteamericano dedicada al expolio artístico perpetrado por los nazis. En este caso la precisión la aportó la historiadora Rosa Sala Rose, que ha investigado a fondo la trayectoria de Puigdellívol -uno de los secundarios de lujo de El marqués y la esvástica- y que concluye que el traficante de arte es otro Puigdellívol -Antoni Puigdellívol Puigdellívol- y que además se trata muy probablemente de un falso Rembrandt, según el dictamen -dice Sala Rose- de uno de las máximas autoridades en el pintor flamenco. Como se ve, entre Sala Rose y la hija de Quimet Baldrich nos dejaron sin artículo. Y por esta misma razón lo habíamos dejado en el cajón. Hasta hoy: pensamos ahora que merece la pena volver sobre este asunto para llamar la atención sobre el peligro de mixtificación que se cierne sobre materia tan seductora como es la epopeya de los pasadores (y por supuesto, de los fugitivos). Hasta un volumen como este, patrocinado por la Diputación de Barcelona y que cuenta con el aval académico de Josep Calvet -probabemente, la máxima autoridad en la materia- incluye (por lo menos) dos gazapos considerables, que corren el peligro de sentar cátedra precisamente por la autoridad de sus promotores: si la hija de Baldrich no hubiera leído este artículo y no se hubiera tomado la molestia de hacer la llamada, hubiera quedado establecido un episodio incierto, por lo menos en estos términos y con estos protagonistas. Por otra parte, a cualquiera -menos a Sala Rose, tan tenaz como meticulosa- se le hubiera pasado por alto que Antoni Puigdellívol Puigdellívol y Antoni Puigdellívol Argelich no son la misma persona, y le hubiera atribuido alegre y verosímilmente al segundo veleidades de traficante de arte expoliado. La evasión pirenaica durante la II Guerra Mundial es, en fin, suficientemente rica en capítulos y personajes heroicos -y también escabrosos- como para enriquecerla con episodios fabulosos. Por esta razón decidimos incluir el artículo que sigue, aun sabiendo que las dos anécdotas que lo sustentan son -por lo que sabemos- falsos. Pero incluso así, igualmente fascinantes, ya verán.]

Más oportuno, imposible: hace dos meses fallecía Lluís Solà, el último superviviente de la epopeya de los pasadores. Por lo menos, en Andorra y alrededores. Y resulta que su periplo durante los años centrales de la II Guerra Mundial como guía de fugitivos -ya saben, sobre todo judíos pero también jóvenes franceses refractarios al Servicio de Trabajo Obligatorio o que pretendían unirse a las filas de De Gaulle, así como aviadores aliados abatidos sobre la Europa ocupada- da precisamente cuerpo a uno de los capítulos de Barcelona, refugi de jueus (Angle), una nueva monografía sobre este fascinante episodio recién salida del horno y que, como su título apunta, repasa el paper de la capital catalana como lugar de tránsito -y, en ocasiones, destino final- de una cantidad considerable de evadidos judíos.

Joaquim Baldrich, en primer plano, y Eduardo Molné, delante del hotel Palanques de la Massana, sede más o menos oficial de la cadena de Antoni Forné en la que ambos colaboraron; de todos ellos se ha hablado ampliamente en este blog; si volvemos a sacarlos a colación es porque, según el testimonio de Nelly Curiel, su padre, refugiado judío que se instaló en Barcelona en 1942, legó al fallecer un nicho al guía que lo ayudó a cruzar los Pirineos: el mismísimo Baldrich. Fotografía: Máximus.
Lluís Solà, fallecido en julio de 2015 y el último superviviente de la epopeya de los pasadores; también de él hemos dado cumplida cuenta desde estas páginas. Refugi de jueus dedica un capítulo a sus andanzas. Fotografía: Familia Solà.
Supuesto autoretrato de Rembrandt expoliado por los nazis que según los historiadores Víc, a la compañçíator Sorenssen y Rosa Serra intentó colocar Antoni Puigdellívol, excontrabandista y superviviente del campo de Buchenwald a la compañía Bauer Type Foundry de Nueva York. La unidad de inteligencia del ejército norteamericano encargada de seguir el rastro de las obras de arte expoliadas redactó un informe sobre este asunto, pero se desconoce cómo concluyó. Fuente: Rosa Sala Rose.

El historiador Josep Calvet -coautor de Refugi de jueus y autor, seguro que lo recuerdan, de Las montañas de la libertad y Huyendo del Holocausto- habla de unos 10.000 fugitivos para el Pirineo catalán. Lo hace en el capítulo titulado Escapant de la persecució nazi, en que nuestro Solà juega un paper destacado, ya lo hemos avanzado, pero también Joaquim Baldrich (el Pla de Santa Maria, Tarragona, 1917-Escaldes, 2012) y por supuesto la red que Antoni Forné dirigía desde el hotel Palanques de la Massana. Detengámonos un momento en Baldrich, viejo conocido de este blog, porque aparece a cuenta de uno de los judíos que ayudó a pasar -el judío Alberto Curiel- con la particularidad de que al morir éste último en Barcelona, en 1982, y como muestra de agradecimiento -algo truculenta, todo hay que decirlo- le legó... ¡un nicho!

Volveremos enseguida a este episodio porque -convendrá el lector- se lo vale. Pero es que Calvet deja también constancia del tristísimo caso de Jenny Kehr, que Rosa Sala Rose ya había recogido años arás en La penúltima frontera: originaria de la ciudad alemana de Appenheim, donde había nacido en 1895, Kehr fue capturada el 8 de octubre de 1942 en Coll de Nargó, a un tiro de piedra de la frontera andorrana, junto a su marido, Max Regensburger. Procedían del campo de concentración de Gurs, de donde habían huido un minuto antes de que los judíos en él retenidos fueran deportados al Este, y tenían la esperanza de saltar a los EEUU. El matrimonio fue a parar a los calabozos de la Seo, como tantos otros en su misma situación, y a partir de aquí sus caminos de separan de forma definitiva y también trágica: Max es reexpedido al campo de Miranda, destino habitual de los fugitivos en edad militar; Jenny, a la prisión de mujeres de las Corts, en Barcelona, con la mala fortuna de que el gobernador civil de Lérida, Juan Antonio Cremades, ordena el 30 de octubre que sea repatriada a Francia, lo que equivalía a una condena a muerte. Nunca pisó suelo francés; de hecho, ya no salió de Barcelona: la noche antes de ser repatriada se colgó en su celda de las Corts: "Cansada de vivir", concluyó el informe oficial.

Perseguidos, salvados y ausentes
Calvet repasa, en fin, las tres fases que se pueden distinguir en el tránsito de refugiados por los Pirineos durante la guerra: la primera, entre el estallido del conflicto , el 1 de septiembre de 1939, y mayo de 1940, con la caída de París. Durante estos meses pasan de forma legal, con la documentación validada y presentándose reglamentariamente en la aduana correspondiente, sobre todo familias judías procedentes de Polonia, Bélgica y Holanda, los tres primeros países que cayeron en las garras nazis; a partir de 1940, dice el historiador, "las autoridades franquistas dejan de emitir visados y pactan con Vichy la repatriación de los evadidos detenidos en un radio de cinco kilómetros alrededor de la frontera". Al albur de esta nueva política oficial, cientos de judíos, dice Calvet, fueron devueltos a Francia hasta principios de 1943. Es precisamente en este momento, y no antes, cuando empieza el tráfico clandestino de personas. La tercera fase, en la que se concentran el mayor número de evasiones, se registra a partir de noviembre de 1942, con la ocupación alemana de la Francia de Vichy que Hitler ordena en respuesta al desembarco aliado en África.

Calvet recuerda también el papel destacadísimo del portugués Samuel Sequerra, el alma del Joint Distribution Comittee, en la atención a los fugitivos -recuerden en este punto el caso sensacional de Carla Kimhi- y también el de Joan García Rabascall, el hombre del consulado británico en el Pirineo de Lérida, con funciones similares a las de Sequerra: socorrer sobre el terreno a los evadidos que entraban en España, sufragando los gastos generados y gestionando primero el traslado a Barcelona y después a un tercer país de acogida, generalmente EEUU e Israel. Por lo que respecta a la trayectoria de Solà, les remitimos a las notas biográficas publicadas recientemente aquí mismo; otro tanto cabría decir de Baldrich, pero el caso de Curiel -raramente se produce el milagro de poder vincular a un pasador con uno de sus clientes- y especialmente ese pintoresco legado -¡una sepultura para su salvador!- merece sin duda atención especial.

Calvet parte del testimonio de la hija del mismo Curiel, originario de la ciudad turca de Esmirna, emigrado en 1920 a París, que en 1942 se planta en Tolosa dispuesto a cruzar los Pirineos con destino a Barcelona, donde un tío suyo comercializaba con notable éxito el entonces célebre Jarabe Famel. En fon, que lo consiguió gracias a Baldrich, dice Nelly Curiel. Un detalle de la biografía del padre -este de la evasión- que sólo llegó a conocer cuando, una vez fallecido, la familia abrió el testamento y se encontró con la sorprendente manda de un nicho "a una chica que se llamaba Maria Teresa Baldrich y que ninguno de nosotros conocía de nada". El relato pormenorizado de la trayectoria de Curiel lo encontrarán en el apartado documental de Perseguits i salvats, la estupenda web que evoca la epopeya pirenaica de los fugitivos de la II Guerra Mundial y en que Andorra, inexplicablemente, todavía no está presente. Pinchen en perseguits.cat y nos lo dicen: ¿tan difícil resultaría?

Puigdellívol y el autorerato de Rembrandt
El tercer protagonista andorrano de Refugi de jueus es Antoni Puigdellívol. Y de nuevo, con polémica incluida, como en El marqués y la esvástica, de Sala Rose y García-Planas, y Andorrans als camps de concentració nazis, de Porta y Cebrián. Rosa Serra y Víctor Sorenssen desentierran en Els supervivents de l'Holocaust, el capítulo que cierra el volumen, un informe de la Art Looting Investigation Unit (ALIU) -la unidad de inteligencia que investigaba el expolio de arte perpetrado por los nazis durante la guerra- que involucra al antiguo contrabandista y superviviente de Buchenwald en un oscuro caso de tráfico de obras de arte, a cuenta de un supuesto autoretrato de Rembrandt que Puigdellívol, dicen Serra y Sorenssen, intentó vender en julio de 1945 a la compañía Bauer Type Foundry de Nueva York. Pero ni ellos ni la ALIU aclaran el resultado de la operación, así que esta nueva aparición estelar de Puigdellívol el maremágnum de la II Guerra Mundial quedará otra vez envuelto en la sombra.

[Este artículo se publicó el 20 de julio en el diario Bon Dia Andorra]

domingo, 29 de junio de 2014

El enigma de los zapadores (con un final tirando a triste)

El bibliófilo Casimir Arajol localiza una serie de fotografíes de un destacamento del cuerpo de ingenieros desplegado en Andorra probablemente a finales de los años 30; es la primera vez en que se documenta la presencia militar francesa en el país.

Sabíamos de la presencia de los gendarmes de Baulard. Y en dos tandas: el tenso verano de 1933 y durante la Guerra Civil. Ya saben: para prevenir las tentaciones anexionistas de los contendientes. Sabíamos también de las esporádicas y clandestinas incursiones de la Gestapo en los difíciles años de la II Guerra Mundial -recuerde el lector la captura de Eduard Molné y los cuatro militares polacos perpetrada en octubre de 1943- y sabíamos por Claude Benet que patrullas alemanas acostumbraban a visitarnos de estrangis, y que tenían especial querencia por la Vall d'Incles, donde da noticia de mas de un avistamiento -¡cómo si estuviéramos hablando de Ovnis! Por no hablar de los soldados de la Werhmacht que Paul Barberan, el "contrabandista feliz" rescatado del olvido por Sala Rose en El marqués y la esvástica, solía contratar como paquetaires -que es el sonoro nombre como por aquí arriba se conoce a los porteadores, especialmente cuando se dedican a contrabandear: por el paquet, el inmenso fardo que cargaban a la espalda. Ni la estupenda instantánea de Francesc Pantebre que ejerce de pórtico de este blog, con la esvástiva ondeando en el mástil de la aduana francesa del Pas de la Casa: era el 16 de enero de 1944. Y tenemos finalmente la imagen de los requetés navarros en la Farga de Moles, recién terminada la Guerra Civil, y la de los guardias civiles que Franco empaquetó hacia Andorra durante la guerra mundial para marcar bíceps. Pero nunca, jamás hasta ahora habíamos visto un destacamento militar campando alegremente y abiertamente por aquí. ¿Quiénes son, estos soldados de aquí al lado? ¿Cuándo vinieron? Y sobre todo, ¿para qué?

Estupenda instantánea del grupo de militares franceses pertenecientes al 28º regimiento de ingenieros en la aduana francesa del Pas de la Casa; el primero, el tercero (con sus galones de soldado de primera, matiza a historiadora Amparo Soriano) y el cuarto por la izquierda aparecerán en varias de las fotografías de la serie. Compárece con la imagen tomada por Francesc Pantebre el 16 de enero de 1944, con la esvástica ondeando en el mástil, que sirve de pórtico a Pirineos en Guerra. Fotografía: Colección Casimir Arajol.

Nieve, esquís y, al fondo, lo que parece en opinión de Canturri, Arajol y Lacueva el refugio de Envalira, en las primeras rampas del puerto. Fotografía: Colección Casimir Arajol.

Una cara conocida, en la carretera de la Massana, tras los túneles de Sant Antoni: a la izquierda de la imagen, la Serra de l'Honor; a la derecha, el Pui de la Massana. Fotografía: Colección Casimir Arajol.

Otro de los protagonistas habituales de la serie, en la plaza Rebés de Andorra la Vella; a la derecha de la imagen, la desaparecida terraza de Casa Rebés, que da nombre a la plaza; al fondo, la estafeta de Correos, y detrás, la Poste. Fotografía: Colección Casimir Arajol.

Los ingenieros ejercen de lo que son. O por lo menos, lo simulan: trepando por un poste de telégrafos en algún punto entre la Aldosa y Anyós, con el Casamanya al fondo. Fotografía: Colección Casimir Arajol.

Turismo cultural: en el rótulo bajo la cubierta de Sant Miquel d'Engolasters se lee: "Llac d'Engolasters". La puerta de la iglesia se encuentra hoy bajo los soportales; ésta se había abierto en 1902 y se cegó con la restauración del templo. Fotografía: Colección Casimir Arajol.

De nuevo camino de la Massana, una vez superados los túneles de Sant Antoni; pero ahora, con estos dos misteriosos figurantes que no pertenecen al grupillo de amigos que suele aparecer en las fotografías: ¿quiénes eran? Fotografía: Colección Casimir Arajol.

Ante el hotel Paulet de Escaldes, en un momento de distensión. En la fachada, entre las ventanas, puede leerse: "Hotel Paulet (Banys)". El rubio que asoma la cabeza no se ha perdido casi ninguna de las fotografías. Fotografía: Colección Casimir Arajol.

En el lago de Engolasters, probablemente el mismo día que se fotografiaron en Sant Miquel. Atención a las vías del primer término, que servían a las vagonetas de Fhasa, la eléctrica propiedad de Miguel Mateu que durante la Guerra Civil Franco amenazó con bombardear -cuenta Amparo Soriano en Andorra durant la Guerra Civil espanyola- si no cesaba de suministrar fluido a las fábricas catalanas. Fotografía: Colección Casimir Arajol.

Sobre esta fotografía no hay acuerdo: Arajol y la historiadora Lourdes López opinan que se trata del puente de Aixovall, desaparecido con las inundaciones de 1982; Canturri se decanta por el vecino puente de la Margineda, mientras que la también historiadora Ludmilla Lacueva tercia en el debate e introduce una tercera opción: el puente de la Tosca, en Escaldes. Vecino, por cierto, del hotel Paulet. Fotografía: Colección Casimir Arajol.

Este documento gráfico excepcional es uno de los últimos tesoros desenterrados por el bibliófilo y coleccionista Casimir Arajol: medio centenar de minúsculas fotografías en blanco y negro -7 por 4 centímetros- con una sola y lacónica leyenda -"28eme Génie"- y un montón de enigmas por resolver. El mayor de todos: ¿cómo es posible que no hubiera quedado constancia en ningún lado de la presencia de este destacamento francés en suelo andorrano? Es evidente que pertenecen a una unidad de ingenieros. Sí, pero, ¿a cuál? ¿Al 28º regimiento? ¿Al 28º batallón? ¿O al 28º de transmisiones? ¿Fueron destinados a Andorra durante la Guerra Civil? Si es así, ¿cuándo? ¿Al principio? ¿Ya avanzada la conflagración? ¿O más probablemente, hacia el final? Si compartieron escapada andorrana con Baulard y compañía, que no abandonaron el país hasta agosto de 1940 y a instancias de Franco, ¿por qué no aparece ningún gendarme, en las fotografías? ¿O es que quizás aparecieron por Andorra una vez terminada la Guerra Civil y cuando la mundial era todavía una drôle de guerre, la guerra de mentirijillas que terminó abruptamente en mayo de 1940 con la invasión nazi de Francia?
Hay que ver cómo son las cosas: le solicitamos al historiador Pere Canturri que eche un vistazo a las fotografías. Y resulta que el que nos responde no es el historiador sino el niño Pere, que recuerda -¡bingo!- la presencia en los estertores de la Guerra Civil de un batallón de zapadores alpinos. ¿Nuestros ingenieros? Muy probablemente, opina: de hecho, el 28º du génie, formado en 1929 y acuartelado en Montpeller, estaba adscrito a la 28ª división de infantería alpina. Así que todo cuadra. O lo parece, por lo menos.
Canturri era entonces Pere, ya se ha dicho: un niño de 4, quizás 5 años, y se le quedó clavada en la retina la imagen de una hilera de soldados que descendían esquiando desde lo alto del puerto de Envalira hacia el Pas de la Casa. ¿Y qué hacía él en el Pas, donde en los años 30 se levantaban a lo sumo media docena de cabañas de madera? Pues ayudar a su abuelo, que atendía el refugio Calones, el primero que abrió las puertas en el poblado. Iban camino de Hospitalet o, quizás, Ax-les-Thermes: "Hasta recuerdo el nombre del oficial que estaba al mando, porque se llamaba igual que yo: Pierre. Y eso a un chaval lo impresiona". Dice Canturri que debieron llegar al país hacia el final de la Guerra Civil, en un momento en que la proximidad del frente -con los nacionales presionando por la parte del Pallars- hacía poco recomendable circular por la zona fronteriza. Los ingenieros, continúa, tenían la misión de asegurar las comunicaciones con Francia. Sobre todo, el correo, que en tiempos de paz y en pleno invierno, mientras el puerto permanecía cerrado, se distribuía pasando primero por España. Con las comarcas del Pallars, el Alt Urgell y la Cerdaña convertidas en escenario bélico, Envalira se convirtió en la única puerta de entrada a Francia. Formidable, sí, pero no infranqueable, como los paquetaires habían demostrado en tiempos de paz, y como comprobarían enseguida los miles de fugitivos de la Europa ocupada por los nazis que desfilarían por Andorra durante la inmediata guerra mundial.

Tambores de guerra
No es la memoria de Canturri la única que habla; también la fotografia de aquí arriba en que se intuye a un grupo de militares en un entorno nevado y que él mismo y también Arajol identifican con el refugio de Envalira. Y la historiadora Ludmilla Lacueva, que recuerda que el refugio se abrió en 1933. Pero lo cierto es que el resto de las imágenes nos presentan a un puñado de hombres -casi siempre los mismos, con alguna variación- en escenas campestres: en Sant Miquel d'Engolasters, en el lago -atención a las vías de las vagonetas de Fhasa en primer término-, paseando por la plaza Rebés de la capital, o en la salida de los túneles de Sant Antoni, camino de la Massana. También nos los encontramos descansando ante el hotel Paulet de Escaldes -Canturri opina que estaban acantonados en Hospitalet y que iban y venían, pero que probablemente de vez en cuando hacían noche en el país: ¿por qué no en el Paulet?- y, atención, trepando por un poste de telégrafos en algún lugar entre la Aldosa y Anyòs, con el Casamanya al fondo, porque es posible, añade, que una de sus ocupaciones habituales fuera el mantenimiento y reparación de la línea.
En fin, que se les ve distendidos y sonrientes, un grupo de amigotes de excursión más que en misión militar, hecho que parece corroborar la hipótesis de que nos encontramos todavía en los meses finales de la Guerra Civil y que la mundial es una posibilidad, sí, pero todavía lo suficientemente remota como para que tengan el tiempo, las ganas y el humor de hacer turismo y pasárselo razonablemente bien. La historiadora Amparo Soriano -máxima autoridad en estos fascinantes años: Andorra durant la Guerra Civil espanyola, no se lo pierdan- comparte la hipótesis de Canturri: el caos y el interregno que precedieron y acompañaron a la derrota republicana, el fuerte despliegue militar que siguió a la victoria nacional y, sobre todo, la presión a que Franco sometió a Andorra a cuenta de los convoyes de alimentos que había hecho llegar durante la Guerra Civil -Mateu mediante- debieron aconsejar al gobierno francés que prescindiera temporalmente de la (dudosa) buena voluntad española para asegurar las comunicaciones con el país.
Desconocemos en fin cuánto tiempo se quedaron por aquí nuestros zapadores, y cuándo se marcharon para no volver. Es probable que esto ocurriera como muy tarde a mediados de 1940, con la mobilización de todos los recursos para hacer frente a la invasión alemana -y el oportunista zarpazo de Mussolini. Dicen las crónicas militares que la 28a división alpina tuvo un papel destacado y lucido en la Batalla de Francia. Y produce una cierta desazón pensar que estos muchachos de quienes no conocemos ni el nombre -solo sus caras casi adolescentes- y que posan despreocupadamente para el fotógrafo estaban a punto de marchar hacia el frente, aunque ellos todavía no lo saben. Y que el mundo que han conocido está a punto de estallar en mil pedazos. ¿Cuántos de ellos no volvieron a casa? ¿Para cuántos Andorra fue una de les últimas visiones de un mundo en (relativa) paz?

[Este artículo de publicó el 28 de junio de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

viernes, 2 de mayo de 2014

Barberan: feliz y locuaz

Paul Barberan recoge en Le passe-débout su legendaria trayectoria como contrabandista y pasador de hombres durante la Guerra Civil y la II Guerra Mundial, y evoca el ambiente enrarecido que se respiraba en la neutral Andorra de la época, con agentes de la Gestapo controlando a resistentes y refugiados desde el hotel Mirador de la capital.

Lo decía días atrás y en este mismo rincón de diario la lectora Elena Aranda: entre la marabunta de títulos clónicos con los que Sant Jordi nos tortura un año y otro año, siempre cae la posibilidad de que salte la sorpresa, el título remoto que un librero audaz saca a pasear por si las moscas y que sin el sarao libresco jamás habríamos descubierto. Pues esto es exactamente lo que ocurrió el último 23 de abril en la plaza del Poble de Andorra la Vella: Jordi Rossell, el capitán de Antic Rossell tuvo la feliz ocurrencia de rescatar de los fondos abisales de su librería de viejo -lo más parecido a la extinta Canuda que queda por aquí arriba- un ejemplar de Le passe-débout. Sí, hombre, las memorias de guerra de Paul Barberan (Azillanet, Hérault, 1906-¿?), contrabandista legendario de los años heroicos, pasador de hombres durante la Guerra Civil y la II Guerra Mundial y probablemente el único hombre de su generación -¡que es la de nuestro Quimet Baldrich, decenio arriba, decenio abajo!- que nos dejó una detallada, suculenta bitácora de los años dorados del oficio más viejo del mundo. Un volumen publicado en 1979, que hoy es carne de bibliófilo, del que la Biblioteca Nacional conserva un ejemplar, y que Rosa Sala Rose y Plàcid Garcia-Planas citan profusamente en El marqués y la esvástica, ya saben, la monografía donde prueban la implicación de César González Ruano en el infame tráfico de refugiados judíos en el París de la Ocupación, con deriva andorrana incluida. Lo definen con tino como "el contrabandista feliz". Nosotros le añadiremos locuaz. Pero no es lo mismo -convendrá el lector- leerlo por referencias que tenerlo en las manos y comprobar de paso que, aparte de un tipo tan locuaz como decidido, Barberan estaba dotado de un muy saludable sentido del humor, tenía otro don innato para el relato.


Foto de familia del clan Barberan, antes de la guerra mundial: Paul aparece marcado con una cruz; a su izquirda, Marguerite, la esposa leal. Barberan se istaló e Andorra en 1934, huyendo de una más que probable condena que le cocinaba la Cour d'appel de Tolosa; rápidamente se gestionó un pasaporte local a nombre de Pablo Vitals, natural de la Massana. Fotografía: P. B. / Le passe-débout.

Pues bien: este es el raro milagro que nos deparó el último Día del Libro. Barberan. De él hablamos aquí mismo semanas atrás porque él es el hombre que pergeñó el sistema más audaz, temerario y a la vez eficaz -en Le passe-débout se jacta legítimamente de que jamás perdió uno solo de sus clientes en la montaña, ni tampoco a manos de los alemanes- para pasar refugiados judíos por la frontera francoandorrana: la cita era en Hospitalet, la última localidad en suelo francés, en el hotel que regentaba una tal Mariette y donde hacía que la expedición de turno -una docena de hombres, habitualmente- cambiaran las ropas de civil por el uniforme oficioso de contrabandista; les hacía cagar las escasas pertenencias que llevaban encima en el fardo reglamentario, y se hacía acompañar por el destacamento de soldados alemanes que tenía untado y que participaba alegremente en el negocio haciendo de porteadores. La cosa era por supuesto tan exótica que alguno de los refugiados se ponía nervioso: uno de ellos sufrió, dice, una crisis epiléptica cuando descubrió la insólita escolta que iba a acompañarlos hasta la boda de la Palomera, ya en el lado andorrano de la frontera y punto final del trayecto, donde Barberan entregaba pasaje y fardos -porque aprovechaba el viaje para contrabandear- a los socios que se hacían cargo del género hasta Barcelona.

Sostiene Barberan que su grupo jamás cobró ni un céntimo a ninguno de los fugitivos que ayudaron a cruzar los Pirieneos. Otra cosa, añade, eras los socios españoles de la cadena, que sí que ponían la mano y que tenían -recuerda- un curioso método para establecer la cuantía del pasaje, "en función de la simpatía que les suscitaba el fugitivo en cuestión". "Quizás no era un método de facturación muy objetivo", admite, "pero tenía la ventaja de que tranquilizaba la conciencia de quien prestaba el servicio". El caso es que Barberan sí que aceptaba, y de buen grado, gratificaciones a posteriori: en 1946 recibió de forma anónima un millón de francos, y cree adivinar su procedencia: de la familia judía -padre, madre, hija, yerno y bebé- que pasó en cierta ocasión: "Hicieron falta diez de mis hombres para la operación: a la criatura tuvimos que colocarla dentro de un fardo, y buena parte del trayecto hubo que transportar a los mayores a horcajadas". Claro que la mayor parte de los fugitiovos, advierte, "se olvidan de todo esto cuando amaina la tormenta".

Pues esta familia no lo olvidó, y tampoco un tal Racine (!), otro fugitivo judío al que Barberan conoció en Andorra la Vella mientras se recuperaba -el judío, no Barberan- de las graves congelacioones en los pies que había sufrido durante el pasaje. Tuvo que quedarse un año por aquí arriba, y Barberan se ocupó durante este tiempo de traerle botas ortopédicas desde Perpiñán, así como dinero de mano que le enviaba su familia -gentil, para más señas. Pues este Racine, que no había sido cliente de nuestro hombre, "me demostró después de la guerra una gratitud inmensa, diría que incluso desmesurada para los humildes servicios que le había prestado".

Pero tampoco en Andorra era oro todo lo que relucía, ni se había terminado su via crucis cuando los fugitivos cruzaban la frontera. En absoluto. En uno de los capítulos más fascinantes del libro, el locuaz Barberan se explaya sobre este espinoso asunto y lo hace además de forma bien poco complaciente para su país adoptivo, en la línea -para entendernos, de Jaume Ros y del mismo Baldrich. Pone el contrabandista nombre y apellido al "secuaz" que la Gestapo destacó en nuestro rincón de galaxia, con cuartel general en el Mirador -ya saben, aquel hotel donde los iluminados que adapataron a la televisión la novela Entre el torb i la Gestapo ponen a un grupo de refugiados catalanes a cantar Els Segadors en los morros de la SS. Pues en el Mirador, continúa barberan, "reinaba Sapëy von Engelen, hombre de confianza de la Gestapo e individuo infecto que recogía los soplos de agentes nazis en todos los departamentos limítrofes con los Pirineos."

Las SS, Spaëy y el doctor Coco
Spaëy... ¿No les suena, el nombre? Por el currículum tiene que tratarse del mismo Marcos von Spaein que semanas atrás sacaba por aquí la oreja a cuenta de las aventuras andorrana de Germain Soulié, el contorvertido secretario de la veguería durante la guerra. El hombre -Spaëy, no Soulié, aunque quien sabe si éste también. tenía en el punto de mira a los resistentes franceses y a los refugiados españoles, y reportaba directamente a la Gestapo de Ax-les-Thermes y de Foix. Pero hacía mucho más, y le cedemos en este punto la palabra a Barberan porque, como verán enseguida, no tiene pelos en la lengua: "Spaëy los hacía arrestar en territorio andorrano, o mejor secuestrar, por esbirros del Sicherheitsdient [el servicio de información de las SS] vestidos de civil y venidos expresamente de Francia para estas operaciones".

En una de ellas debieron de caer los polacos capturados junto a Eduard Molné en el célebre raid del 29 de septiembre de 1943. Y miren por dónde, también saca la cabeza por aquí "cierto doctor" -quizás el doctor Coco, nuestro viejo conocido- a quien los fugitivos más incautos eran conducidos "con el pretexto de facilitarles el viaje hacia la libertad". En casa del señor médico eran liquidados in situ -sostiene Barberan- y naturalmente expoliados, o bien entregados a la Gestapo, a la policía de Vichy o a las autoridades franquistas si se destapaban como género con un cierto valor de cambio. Una joya, en fin, este Spaëy y compañía, entre la cual -según el mismo y demoledor informe que repasa la carrera de Marcos von Spaein- se contaban un tal Vecchi, otra tal Hallic y un tal Trouve.

Tampoco salen mucho mejor parados los nativos, de quien Barberan acponseja encarecidamente "desconfiar": "Los pronazis andorranos eran uña y carne con los alemanes, y ni siquiera las autoridades ocultaban sus simpatías hitlerianas: de hecho, la veguería francesa era  más pétainista que Pétain (...) pero tenían que respetar aunque solo fuera exteriormente la neutralidad andorrana y gracias a esto los colaboracionistas locales no pudieron cometer todos losc crímenes que les pedía el cuerpo". Igual de demoledor e igual de vago se muestra a la hora de despachar la leyenda negra -y conviene en este punto tener en cuenta que Barberan escribe con el recuerdo aun fresco de la serie de reportajes de Eliseo Bayo en la revista Reporter. Sostiene que sí, que hubo pasadores que asesinaron sin piedad a sus clientes. Pero como ocurre con el doctor, otra vez se queda a medias y pone como ejemplo a cierto guía de P. (por la localidad de donde este cierto guía debía ser originario) "que se pagó la empresa de transporte gracias a la genrosidad involuntaria de una pareja de abuelo que le confió la maleta llena de joyas; recuperaron el cadáver del hombre cosido a balas en el vall de Ora; el de la mujer nunca apareció, y la maleta con las joyas, tampoco..." Un guía... "de P.": ¿no se parece mucho a hacer tarmpa, decirlo así? ¿Se vale, esto de poner la puntita, nada más?

Hasta aquí, en fin, la trayectoria de Barberan como pasador. Una actividad digamos que paralela al oficio de contrabandista con que se ganaba la vida desde siempre. De hecho, aterrizó en Andorra en fecha tan temprana como 1934 cuando la Cour d'appel de Tolosa lo amenaza con una multa de 15 millones de francos y 15 meses de prisión, y opta sabiamente por quitarse de enmedio. No es casualidad que se deje caer por Andorra, uno de los puntos por donde hacía entrar en Francia cantidades industriales de atenol -el ingrediente principal para la elaboración de pastís, ese potingue. Rápidamente se gestiona un pasaporte andorrano a nombre de Pablo Vitals, natural de la Massana, con la digamos connivencia de la policía, que se lo pone muy fácil, y la miopía no sabemos si interesada de la veguería.

Tráfico de armas y de pornografía
Como era un tipo emprendedor, enseguida se asocia con un tal Bago, ruso blanco huido tras la Revolución, estafador profesional que tenía el dudoso honor de figurar en la lista negra de las policías de media Europa -menos en la andorrana, por lo visto- y que levantó un pequeño imperio a partir de la estafa -se hacía enviar hasta Andorra muestras gratutas de los mejores fabricantes de relojes, estilográficas, encendeddores y orfebrería, muestras que revendía con el consiguiente- y atención, el tráfico de pornografía, con género que le facilitaba su esposa y cómplice desde Hamburgo, o que producía él mismo con modelos españolas venidas expresamente hasta Andorra. La lástima es que el hombre no se explaye más sobre los negocios de Bago: ¡dónde debía tener su estudio? En fin, que a Barberan lo tenía en nómina como transitario, gracias a su pasaporte. La legendaria figura del hombre de paja -o prestanoms, según la muy gráfica denominación local.

Pero claro, Andorra de le queda enseguida pequeña y Barberan emigra a Barcelona en busca de mejor fortuna. Aquí descubrirá las infinitas posibilidades del tabaco como objeto de contrabando. Otra vez a escala industrial, como con el atenol pero más: llegó incluso a fletar tres barcos que iban arriba y abajo, con agentes locales destacados no sólo en las Canarias, un clásico, sinó también en Ceuta y Melilla. Así que es en Barcelona donde lo pilla el estallido de la Guerra Civil, pero hábil como es enseguida sabrá encontrar una oportunidad de negocio en la nueva coyuntura: entre otros productos, lo prueba ahora con el tráfico de armas -a favor de la República, faltaría más. Un negocio de altos vuelos para el que pergeña una coartada por lo menos tan pintoresca como aquella de disfrazar de porteadores a los soldados de la Werhmchat: la construcción de una central hidroeléctrica en Andorra, que justificaba el tráfico local de "convoys excepcionales" con maquinaria industrial procedente de Suiza y Bélgica: "Estas caravanas entraban por el Pas de la Casa y cruzaban majestuosamente y ruidosamente el país sin tan siquiera parar, y salían por el lado español, donde el ejército republiocano se hacía cargo del material y lo custodiaba en un desfile triunfal hasta Barcelona". No nos vayamos a pensar que por aquí pasaron tanques ni cazas ni cañones: armas ligeras, munición de pequeño calibre y, como muhco, unos pocos obuses de artillería antiaérea. Nada, conlcuye, que tuviera ninguna influencia en el desenlace de la contienda. Vaya, que sólo sirvió para lenar los bolsillos de unos cuantos espabilados (como él).

Pero cuando demostrará que todavía podía dar mucho más de sí será durante la guerra mundial, cuando traslada el cuartel general a Hospitalet, confraterniza con los alemanes desplegados en la zona -el teniente Rolf von Wigginhaus, el sargento Max y el también teniente Schawahl: estos dos últimos terminarán fusilados- y pone el negocio bajo la protección ni que fuese involuntaria de la Werhmacht: además de convertir a los soldados en porteadores, Barberan conseguirá también que camiones del ejército escolten caravanas de decenas de vehículos -Hotchkiss, Juvaquatre, Primaquatre, Peugeot 202, Studebaker, Fiat, Ford-  que adquiría en Francia, hacía pasar por Andorra ante la impotencia de los aduaneros franceses, y revendía en España con pingüe beneficio. Como comprenderá el lector, los coches eran el género que más le molaba.

Con este historial a sus espaldas, no es extraño que Barberan terminara detenido por la Gestapo -él sostiene que por culpa de Spaëy- y que algunos de sus paisanos sospecharan que si fue liberado al cabo de tres días y sin que los alemanes le tocaran un solo pelo, fue a cambio de algo. De hecho, dedica los últimos capítulos de Le passe-débout a argumentar tan sospechosa deferencia. Y la verdad es que no logra disipar la sombra de la duda. Pero qué quieren que les diga: nos cae bien, el dicharachrero de Paul, que acabó arruinado (por el fisco) y abriendo un restaurante de carretera no con Mariette, compinche de los años heroicos, sino con Marguerite, esposa leal y madre de sus dos hijos.

[Este artículo se publicó el 2 de mayo de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

sábado, 12 de abril de 2014

La leyenda negra: una prueba documental

Claude Benet da noticia de los cadáveres de dos hombres asesinados de un tiro en la cabeza en el trayecto hacia Andorra; los esqueletos fueron localizados en un camino de montaña del Arieja que desemboca en Fontargent, muy frecuentado por contrabandistas y fugitivos durante la II Guerra Mundial.

¡Ay, la leyenda negra de los pasadores! Cuando parecía que sobre esta materia todo estaba dicho y redicho y que difícilmente saldríamos del recuento que Sala Rose y Garcia-Planas hacen en El marqués y la esvástica -seguro que lo recuerdan: la decena de fugitivos muertos de camino hacia Andorra registrados en cuatro operaciones diferentes- va y Claude Benet, quién si no, nos pone sobre la pista de dos víctimas más del lado oscuro. Y éstas, además, documentadas con pelos y señales. Resulta que el autor de Guies, fugitius i espies recibió en noviembre de 2012 aviso de uno de los informantes del Arieja con los que había contactado cuando preparaba la monografía. Le pedía que fuese inmediatamente porque tenía unas fotografías que no se podía perder.

La sorpresa fue mayúscula cuando vio el material: las imágenes mostraban los esqueletos amontonados de lo que después resultaron ser dos hombres, semiocultos bajo unas rocas en un camino de montaña a una hora escasa de la frontera andorrana. Los dos cráneos presentaban sendos agujeros de bala, y los investigadores de la gendarmería que retiraron los restos encontraron dentro de uno de ellos una bala del calibre 9 milímetros muy habitual en los años 40, mientras que los huesos de las piernas del otro hombre aparecieron rotos. También se recuperaron las botas del mayor de los dos hombres, con el regalo sorpresa de que todavía era posible leer la marca: resultó que se trataba de un par de botas fabricadas en Tolosa por una empresa que en los años 30 y 40 suministraba material al ejército francés. Para confirmar aun más la datación, asociada a los restos se recuperó una moneda francesa de 1943.

Benet, en la presentación de Guies, fugitius i espies, la monografía definitiva sobre los pasadores centradad específicamente en el caso andorrano. Fotografía: El Periòdic d'Andorra.

Para Benet y su informante, que han tenido acceso a las fotografías del yacimiento, no cabe duda: se trata de los restos de dos fugitivos a los que por algún motivo el guía liquidó a medio camino: "El itinerario que seguían conducía a Andorra por la parte de Fontargent, punto de entrada habitual de fugitivos y contrabandistas", sostiene. Los restos, analizados en el instituto de medicina legal de Tolosa, corresponden a un adulto de entre 40 y 50 años y a un adolescente. Padre e hijo, especula Benet, que dibuja la siguiente escena: "El chico, que tenía una pierna rota, debía caminar con suma dificultad, hasta que ya no pudo más: el guía lo conminó a seguir adelante, el padre se puso naturalmente del lado de su hijo, y el guía los liquidó a los dos." Y aprovechó para llevarse las botas del adulto; si hubieran sido soldados alemanes, opina Benet, no se hubieran molestado en robar las botas del muerto.

En fin, que el homicida medio escondió los cuerpos bajo unas rocas, y aquí se habían conservado las últimas siete décadas hasta que en verano de 2012 un grupo de estudiantes alemanes de medicina que practicaban senderismo en la zona los descubrieron, con la buena fortuna -dice- que tenían nociones de anatomía y se dieron enseguida cuenta de que se trataba de restos humanos: "Como se encontraban relativamente cerca de un sendero, es probable que otros excursionistas los hubiesen avistado antes, pero pensaran que se trataba de restos de animales".

Los prefectos se lavan las manos
El caso es que el descubrimiento de los dos cuerpos ha pasado desapercibido en el Arieja. Y si Benet ha decidido hacerlo ahora público es porque ni el prefecto que había en 2012 ni el actual han atendido su petición de que permitieran que expertos en ADN estudiaran los restos para determinar su origen: "No hemos obtenido respuesta ni remitiéndoles la petición a través de la embajada de Francia en Andorra. Me parece de una insensibilidad monumental, sobre todo este 2014 que celebran por todo lo alto el centenario de la I Guerra Mundial", se lamenta. La mala suerte es que no se recuperó documentación que permitiera a los dos hombres. Pero incluso para esto tiene Benet una hipótesis más o menos plausible: otro informante suyo, André Trigano, alcalde de Pàmies y él mismo brevemente refugiado en Andorra durante la II Guerra Mundial -unos pocos meses en los que coincidió, por cierto, con el cantante y actor Serge Reggiani- recuerda a dos fugitivos, padre e hijo, que salieron en cierta ocasión de la zona de Pàmies y que nunca llegaron a su destino: Andorra.

Eran dos judíos apellidados Schwabb. ¿Tienen alguna relación los Schwabb con los dos cuerpos aparecidos ahora? "Si no podemos analizar los restos, nunca lo averiguaremos", dice Benet, estupefacto por la indiferencia mostrada por la prefectura en este asunto: "Parece incongruente tirar la casa por la ventana por el centenario de la Gran Guerra y en cambio negarse a analizar posibles pruebas de interés histórico sobre un capítulo tan sensible de la II Guerra Mundial como es el de los fugitivos". En cualquier caso, se trata de las primeras pruebas documentales de la leyenda negra de los pasadores -si descontamos el montaje del que fue víctima (¿o era instigador?) Eliseo Bayo en Reporter. Si se da el caso, ciertamente poco probable, de que las fotografías, hoy en manos de la gendarmería, son algún días desclasificadas.

Como el lector recordará, una de las aportaciones de Sala Rose y Garcia-Planas sobre este infausto capítulo consiste en haber puesto algo de orden con un balance sobre las "matanzas" de fugitivos -así las denominan ellos- que tuvieron lugar de camino a Andorra -o en la misma Andorra. A los autores de El marqués y la esvástica les salían una decena de muertos: los dos matrimonios belgas que Joaquim Baldrich afirmaba haber visto semienterrados enla nieva en la zona del Estany Negre, víctimas de dos pasadores aragoneses que se llamaban -y queden sus nombres para nuestra historia local de la infamia- Mulero y Trallero; Jacques Grumbach, judío, diputado socialista y director del diario Le Populaire a quien su guía, el también aragonés Lázaro Cabrero, liquidó de un tiro en la nuca en un caso por el que fue juzgado en Foix en 1953. Juzgado... y absuelto por falta de pruebas, aunque Cabrero admitió haber matado a Grumbach, alegando que el hombre había quedado malherido a consecuencia de una caída y que tenía consignas superiores de eliminar a los fugitivos que entorpecieran la marcha para evitar que cayeran en manos de las patrullas alemanas.
El caso de Grumbach lo han contado con pelos y señales tanto Josep Calvet (Las montañas de la libertad) como Francis Aguila (Les cols de l'espoir). El siniestro balance lo completan las tres chicas judías que Jose Bazán (Jo, un nen de la guerra) recuerda que fueron recuperadas, muertas, en el valle del Madriu en 1942 y enterradas en el cementerio de Escaldes, y el matrimonio Allerhand, Gustave e Ida, judíos franceses que en septiembre de 1942 salieron de Ussats les Bains y de quien nunca más se tuvieron noticias. Un caso recogido también por Calvet.

La leyenda negra -reverso de la epopeya de los pasadores- se alimenta más de recuerdos que de documentos. Por eso mismo es tan importante, por no decir milagrosa, el hallazgo que nos ocupa. Aparte de los que integran la, digamos, lista oficial, Benet añade por su cuenta a las víctimas no de la codicia o de la mala fe de los pasadores de turno, sino de la montaña -el frío, el torb, el agotamiento- como por ejemplo el teniente Charles Peacock, aviador aliado también malherido que prefirió descolgarse de su expedición para no comprometer la supervivencia del grupo: sus compañeros intentaron localizarlo al día siguiente, pero no lo consiguieron. También añade a los dos militares canadienses desaparecidos con Eloïse, la misteriosa agente de quien reconstruye la trayectoria en Guies, fugitius i espies, y en fin, a la media docena larga de muertos en la montaña -y aquí incluye tanto a fugitivos como a contrabandistas- que constan en el registro de defunciones de Canillo de los años 40. 

[Este artículo se publicó el 11 de abril de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

miércoles, 2 de abril de 2014

Dos pasadores salen del armario

Sala Rose y Garcia-Planas rescatan en El marqués y la esvástica la carrera de Paul Barberan y Manuel Huet, secundarios de lujo en el infausto periplo de González Ruano en el París de la Ocupación.

Lo mencionábamos aquí mismo hace cosa de un par de semanas y con motivo de la publicación de El marqués y la esvástica, el tocho con que la germanista Rosa Sala Rose y el reportero Plàcid Garcia-Planas destripan el infame papel del escritor César González Ruano en el tráfico de fugitivos a través de los Pirineos en el París de la II Guerra Mundial. Y probablemente no lo hayan olvidado porque Paul Barberan ingenió un sistema en verdad singular para pasar a sus clientes desde el lado francés hasta Andorra -y de aquí, a Barcelona. Singular, audaz -por no decir temerario- y de rara eficacia, porque nuestro protagonista de hoy sostiene que no perdió ni uno solo de sus clientes. Pero juzgue el lector: ciudadano francés criado en Andorra, contrabandista notorio -dicen los autores- y con cuartel general por aquí arriba durante los años álgidos de la Ocupación nazi, Barberan instaba a los hombres que tenía que conducir a través de la frontera a disfrazarse como si fueran porteadores, con el fardo a la espalda y todo. Un fardo que podía contener las escasas pertenencias que los fugitivos habían podido salvar del desastre o que, para aprovechar el trayecto, llenaba con la mercancía con la que contrabandeaba arriba y abajo -botones de nácar, aneto lsintético para fabricar pastís, neumáticos, licor y cigarrillos. Si disfrazar a sus fugitivos de contrabandistas ya era un expediente de los más intrépido, qué decir de la manera como se aseguraba la aquiescencia de las patrullas alemanas que pululabanpor la forntera: ¡enrolándolos también a ellos como porteadores!

Un grupo de porteadores fotografiado en los años 40 en el puerto de Envalira por Josep Alsina. Fotografía: Fondo Alsina / Archivo Nacional de Andorra.
Los Nanos d'Eroles, con Dionisio en medio, en una imagen de sus días de vino y rosas publicada en noviembre de 1936. ¿Se encuentra Huet entre ellos? Fotografía: Mi Revista.

Obviamente, a los judíos que habían confiado en Barberan la visión de los soldados convertidos en improvisados compañeros de evasión les debía parecer cualquier cosa menos tranquilizadora: "El momento en que les decía que iban a ser escoltados por una guardia alemana siempre iba acompañado de reacciones que podían llegar hasta el desmayo. Entonces restablecía la situación por diversos medios, incluidos la firmeza y el coñac. Los soldados, armados y con el fardo a la espalda, saludaban ruidosamente a los porteadores, que respondían con una sonrisa crispada que se podía atribuir al rudo temperamento catalán..." Esto es lo que explica Barberan en unas suculentas memorias -Le passe-débout (1979)- hoy inencontrables y que por aquí arriba han pasado absolutamente desapercibidas, pero que Sala Rose y Garcia-Planas han desenterrado oportunamente del cementerio de los libros olvidados y que citan profusamente en El marqués y la esvástica. Le consagran un capítulo entero, El contrabandista feliz, una docena de páginas de las que emerge un tipo simpaticote, decidido y de una pieza, del estilo -para entendernos- de Joaquim Baldrich, pero "pícaro y mujeriego" -dicen- y que se enorgullecía de su oficio: "Mi único país era el que atravesaban los caminos del contrabando; mi única ley, el fraude; mi única moral, la amistad". Audaz como pocos, para ahorrarse problemas con los aduaneros franceses del Pas de la Casa, cuando conducía un convoy de camiones con género de contrabando ponía a sus amigos alemanes como chóferes: "Los aduaneros callaban y ni tan solo se tomaban la molestia de salir de la garita..."

La estratagema de disfrazar a los fugitivos de porteadores era inviable -por motivos obvios- con niños, mujeres y ancianos. No colaba. Pero Barberan era hombre de recursos: los cargaba en automóviles y los conducía hasta cierta curva de la N-20, la carretera del lado francés que une Ospitalet con el Pas de la Casa, y desde aquí los llevaba a pie hasta territorio andorrano. Una curva, por cierto, que en el libro de Sala Rose y Garcia-Planas tiene un inopinado protagonismo: los autores especulan que era precisamente en este punto, a siete kilómetros de la aduana pero a escasos 200 metros en línea recta del río Palomera -frontera natural entre Francia y Andorra- donde los traficantes de hombres obligaban a sus fugitivos a bajar de los camiones en que los habían transportado hasta allí y los ametrallaban sin contemplaciones: una de las tesis de El marqués y la esvástica y sucio episodio en que intentan involucrar a González Ruano. Sin conseguirlo, porque por lo visto el autor de Mi medio siglo se confiesa a medias era sólo un vil estafador, pero no un asesino ni que fuese por delegación.

Amigote de los alemanes (pero no de la Gestapo)
Como la humildad no era precisamente su mayor virtud, Barberan alardea en Le passe-débout de que él, a diferencia de otros pasadores "con muy mala suerte" -dice- no perdió ni a uno solo de sus fugitivos, a quienes por otra parte asegura que jamás cobró un duro por sus servicios. Otra cosa eran los colegas del lado español que los tenían que conducir hasta Barcelona, que "no trabajaban gratis". Y pasa disertar sobre el sistema de precios vigente en el mercadeo de fugitivos: "Había fugitivos que podían pagar generosamente, disponían de un considerable viático en divisas, oro o piedras preciosas (..) y se ofrecían a compartir esos tesoros con nostros; otros en cambio eran unos colgados e insolventes, y los había también que discutían por cada céntimo, como si de ese asunto no dependiera su vida; así que había que adaptar la tarifa a cada cliente", dice de forma pelín contradictoria -¿no habíamos quedado que él no cobraba?- y con ciertas dosis de cinismo que remata con la afirmación de que "se lllegaba a hacer pagar en función de la simpatía que se sentía por los individuos". Así que mejor caerles en gracia, a Barberan y a su tropa de generosos pasadores...

Estaba claro que aquel juego a dos bandas -fugitivos por aquí; alemanes por allá- era tan temerario que no podía terminar bien: por un lado, las estrechas relaciones con los ocupantes generaron lógicas suspicacias, especialmente -dicen Sala Rose y Garcia-Planas- la amistad "íntima" que lo unía a Germain Soulié, el secretario de la veguería francesa -y sustituto de Larrieu, ya ven cómo cuadran las cosas- individuo de reputación dudosa y conocido por sus onerosos tratos con los alemanes: "Los recibía en casa", admite Barberan, "pero esto no me convertía en sospechoso a los ojos de mis compatriotas: era sabido quemis relaciones con el ocupante se terminaban ante las puertas de la Gestapo".

Así que no es de extrañar que el 11 de abril de 1944 fuese capturado por la misma Gestapo en Ospitalet, acusado de "corrupción del personal militar del III Reich". Lo que más sorprendió a sus coetáneos -y también a nosotros, digámoslo todo- es que lo soltaran tranquilamente al cabo de dos días. Sobre todo, si tenemos en cuenta que a dos de sus cómplices alemanes los fusilaron sin contemplaciones -y que Puigdellívol, metido también en el tráfico clandestino de fugitivos y que fue  capturado poco despupés por la Gestapo- se pasó un año largo en Buchenwald. Barberan alega que a los ojos de la policía secreta nazi era un vulgar contrabandista sin compromisos políticos conocidos y que la gendarmería intervino a su favor... Los autores sospechan que tantos miramientos sólo se explican si Barberan delató a cambio a alguno de sus rivales en el ramo del contrabando... como quizás Puigdellívol. Quizás. La cuestión es que por si acaso nuestro hombre se refugió a su vez en España y que no regresó a Andorra hasta principios de 1946, ya sin alemanes en la costa.

El otro protagonista de hoy es Manuel Huet Piera, que es quien aporta en El marqués y la esvástica la pista que seguirán Sala Rose y Garcia-Planas para sdesenmascarar a González Ruano, que en el París de la Ocupación se dedicó -demuestran los autores- a timar a fugitivos a cambio de falsas promesas de evasión. Hasta el punto que los tribunales franceses de postguerra lo condenaron a 20 años de trabajos forzados -que por cierto, no cumplió. Pero regresemos con Huet, enrolado en el maquis de Robert Terres, alias El Padre, y que es el hombre que recoge malherido al judío Rosenthal, ametrallado por sus falsos pasadores con todos sus compañeros de evasión de camino hacia Andorra. Huet es también el hombre que acomaña al mismo Rosentahl a París para identificar al tipo que le vendió el billete para tan funesto viaje: y resultó que este individuo era González Ruano.

Esta historia la contamos días atrás aquí mismo. Si la retomamos hoy es porque los autores de El marqués y la esvástica también reconstruyen sucintamente la trayectoria de nuestro Huet, nacido en Valencia en 1908 y fallecido en 1984, y que en 1946 se había establecido -y mira que hay sitios- en Andorra. Conocemos su papel como pasador de la red Ponzán y como maquis a las órdenes de Terres, pero es que la (digamos) prehistoria de Huet es tan movida como la de la guerra mundial. Resulta que el hombre, mecánico de profesión, fue uno de los protagonistas -dicen los autores- del primer vuelo nocturno sobre Barcelona, que tuvo lugar en 1929 y en pena Exposición Universal. Militante anarquista de primera hora, en los primeros años 30 participó en los grupos de acción directa de la FAI, honrada actividad que se traducía, por ejemplo, en el atraco frustrado a un furgón blindado por el que fue detenido por la policía en julio de 1935. Lo encontrarán en la hemeroteca de La Vanguardia.

Con estos antecedentes tampoco es extraño -o bien mirado, y tanto que lo es: Huet, un presunto atracador, formando parte del servicio de orden!- que durante la Guerra Civil lo encontremos enrolado en los temibles Nanos d'Eroles, los hombres que bajo la dirección de Dionisio Eroles, el jefe del Orden Público de la Generalitat entre octubre de 1936 y mayo de 1937, impusieron la ley revolucionaria en la retaguardia catalana. A sangre y fuego y con los consabidos viajes. Su posterior trayectoria bélica, a partir que Eroles cae en desgracia, es algo confusa: algunas fuentes amigas lo sitúan como piloto de la fuerza aérea republicana y aseguran que, con la Retirada, sigue el periplo habitual de los exiliados españoles en Francia: Perpiñán, Burdeos, París, Beziers...

Después de la contienda y antes de instalarse definitivamente en Andorra -donde aseguran Sala Rose y Garcia-Planas que en los años 50 departía amigablemente con Terres y con Pons Prades, el autor de Los senderos de la libertad y quien aporta la pista que conduce de Rosenthal a González Ruano- todavía tuvo tiempo de un último gesto de cara a la galería: el atraco a una sucursal del Crédit Lyionnais: por lo que parece, su célula pretendía adqurir con el botín una avioneta con la que bombardear ni más ni menos que el yate de Franco anclado en San Sebastián... Un atentado fallido, como es notorio ,pero que eleva a Huet al rango que entre nosotros ocupa mosén Farrás, el otro andorrano honorífico que tuvo narices de atentar contra Franco. A favor de Farràs diremos que el buen mosén se sale con la suya y liquida al dictador. Que sea en la ficción de Els ambaixadors, la novela de Albert Villaró, es un detalle menor que no le vamos a tener en cuenta. Nadie es perfecto.

[Este artículo se publicó el 1 de abril de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

martes, 25 de marzo de 2014

José Bazán: "Para alguien como yo, que había pedido limosna en la calle, Andorra era la gloria"

Se instaló en Escaldes en 1939, con sus padres y tres hermanos: todos ellos, refugiados de la Guerra Civil. José Bazán (Monzón, 1930) deja constancia en Jo, un nen de la guerra (Editorial Andorra) de una infancia marcada por la derrota, la miseria y el exilio, así como de la Andorra de los primeros años 40: años de estraperlo, contrabando y lucha por la supervivencia, con la II Guerra Mundial y el tráfico clandestino de refugiados como telón de fondo. La vida de Bazán encarna y resume la de centenares de hombres y de mujeres que, como él, rehicieron su vida en Andorra y colaboraron decisivamente -y silenciosamente- a construir la, ejem, prosperidad actual. Rosa Sala Rose y Plàcid Garcia-Planas tiran de los recuerdos de nuestro hombre para documentar uno de los casos de la leyenda negra que reseñan en El marqués y la esvástica, reciente libro-reportaje que desenmascara el dudoso papel de César González Ruano en el sucio negocio del contrabando de hombres.

El aragonés José Bazán, en abril de 2008 en su domicilio de Escaldes (Andorra): hijo de anarquistas, fue enviado a Lieja y terminó en Andorra cuando su padre encontró trabajo como mecánico en la central hidroeléctrica de Fhasa. Se puso a trabajar a los 12 años, y en la segunda mitad de los años 40 ejerció como intermediario de los correos que la CNT enviaba a España durante el bloqueo internacional del régimen. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

-A los 9 años ya conocía de primera mano buena parte de la geografía del exilio republicano: Portbou, Perpiñán, Lieja... y Escaldes. ¿Que ocurrió para que su familia acabara aterrizando en Andorra?
-El fin de la Guerra Civil nos pilló en Belgica, adonde habíamos ido a para muchos hijos de anarquistas. Mi padre había encontrado trabajo como mecánico en Fhasa; mi madre, encerrada en la prisión de Lérida y condenada a muerte por roja, se salvó del paredón gracias a la intercesión de un primo falangista. En cuanto tuvimos la oportunidad, nos reunimos con mi padre. Para alguien como yo, que venía de pasar hambre, de pedir limosna por las calles de Zaragoza, de sobrevivir gracias al Auxilio Social y de superar una sarna que estuvo a punto de enviarme al otro barrio, Andorra era la gloria.

-¿Y cómo era la gloria en 1939?
-El país estaba lleno de refugiados, pero había poco trabajo: Fhasa, la agricultura y las serradoras, en la época un auténtico negocio por la demanda española de madera para la construcción. La única alternativa era el contrabando, una ocupación durísima, inhóspita, sólo apta para valientes: cada año morían un par de chicos en la montaña. Recuerdo a un chaval gallego que vivía realquilado en casa y que contrabandeaba de todo: botones de nácar, ruedas de coche y de camión, y lana, mucha lana, que acarreaba en fardos que debían pesar por lo menos 30 kilos cada uno. Pero era esto o largarte a Francia, porque no había nada más.

-¿Qué trato recibían en el país unos refugiados quellegaban con una mano delante y otra detrás?
-Tuvimos que oír muchas veces aquello de "espanyolots refugiats". Pero eran cuatro fanfarrones. La mayoría no se portó mal con nosotros. De hecho, si no hubiera sido por el refugio que encontramos en Andorra, muy probablemente yo habría muerto hace muchísimos años. A mí, este país me resucitó, así que siempre le estaré agradecido. Y estoy seguro que lo mismo podrían contar la mayor parte de los refugiados que llegamos entonces.

-Las autoridades, ¿también era tan... acogedoras?
-Lo importante era tener trabajo. Si trabajabas, la policía te toleraba. Entonces no te pedían los papeles, por la sencilla razón de que nadie los tenía y hubieran tenido que echar a todo el mundo. El problema, como ya he dicho, es que había poco trabajo: la construcción estaba casi parada y la agricultura era de pura subsistencia. Las chicas se ponían a servir en seguida que podían; yo encontré trabajo en la ferretería Lanau donde mi padre me colocó a los 12 años. Un día que no fui a trabajar para bañarme en el pozo de los Dos Valiras me pegó el único guantazo que jamás me dio. Después me colocó en la serradora de Amadeu Cintet, entonces en la plaza del Roc Blanc de Escaldes. Y allí me quedé durante 40 años.

-¿Cuál era el ambiente político en la Andorra de la época?
-Como los refugiados éramos muchos, se nos toleraba. a gran decepción vino al final de la guerra mundial. Era el momento de echar a Franco, pero no fue así por culpa de los ingleses, que lo mantuvieron en el poder para frenar al comunismo. Franco no fue más que un instrumento de los intereses estratégicos británicos durante la Guerra Fría.

-¿Tuvo usted algún papel en la lucha antifranquista?
-Muy tangencialmente: la CNT pidió voluntarios para franquear paquetes postales que no podían circular directamente entre España y Francia por el aislamiento internacional del régimen. La alternativa era hacerlos pasar a través de Andorra: nos los enviaban a nuestra dirección a través de Correos, y dentro colocaban otro sobre con la dirección francesa a la que teníamos que reenviarlo a través de La Poste.

-En sus memorias habla del estraperlo: parecía que el mercado negro era una miseria estrictamente española.
-En Andorra empezamos a pasarlo mal de verdad a partir de 1941, el segundo año de la guerra. El país tenía que subsistir con lo que era capaz de producir, que era más bien poco. Los únicos alimentos que había eran patatas, col, algún cereal, leche, de vez en cuando algo de carne y... ¡pan! Y se producían fenómenos de lo más... curioso: en 1941 se acabó la harina, pero en cambio en el mercado negro jamás faltó el pan. A precios abusivos, naturalmente.

-Imagino que no todo el mundo sufría el racionamiento de la misma manera.
-Exactamente: mi padre ganaba en Fhasa 450 pesetas al mes, y pagábamos 150 de alquiler. Con las 300 que quedaban teníamos que subsistir toda la familia. Y ten en cuenta que un litro de aceite podía costar 60 pesetas. Escalofriante. Por eso hubo gente que en aquel estado de miseria general pudo levantar mansiones: el estraperlo generó más de una fortuna.

-¿Hasta cuándo duró, esta época de vacas raquíticas?
-Las cosas empezaron a mejorar hacia 1944, con la retirada alemana de Francia, y sobre todo al finalizar la contienda. Pero lo pasamos muy mal: en casa, lo único que se comió durante mucho tiempo era la cesta de coles que nos traía una payesa de Engordany. El menú era siempre el mismo: col con patatas. Si aceite ni grasa, que sólo podías obtener de estraperlo. Lo único asequible era la grasa de cordero, que hay que ver lo mal que llega a saber. Para hacerlo algo más comible, mi madre aliñaba aquel rancho con un chorrito de... ¡leche!

-Otro episodio de la crónica negra de la época afecta a los pasadores que traicionaban a sus clientes y los abandonaban en la montaña. Y evoca en Jo, un nen de la guerra, uno especialmente miserable que tuvo lugar en Ràmio.
-Debía ser hacia 1942. Lo recuerdo porque todo el pueblo se concentró en el cementerio para enterrar a tres chicas que habían sido encontradas muertas entre Ràmio y Entremesaigües. Probablemente el guía se había cargado a sus familias, quizás ellas pudieron huir, pero cayeron luego de frío y de agotamiento. Las enterramos en el suelo, bajo unas sencillas cruces de madera y sin nombre, porque no lo sabíamos. Y con una muda indignación porque todos sospechábamos que los culpables de aquellas muertes se encontraban probablemente en el cortejo fúnebre, remedando la pena que los demás sentíamos...

[Esta entrevista se publicó el 19 de abril de 2008 en El Periòdic d'Andorra]

martes, 18 de marzo de 2014

Sala Rose: "González Ruano fue un personaje profundamente amoral, un oportunista y un egoista"

González Ruano... ¡¿un vulgar estafador que se dedicaba al sucio negocio de extorsionar a los fugitivos judíos que intentaban huir de la Francia ocupada a través de los Pirineos?! Pues esta es la tesis de El marqués y la esvástica (Anagrama), un tocho de 500 páginas en que la filóloga y germanista Rosa Sala Rose y el periodista Plàcid Garcia-Planas, reportero de La Vanguardia, cartografían la nada gloriosa peripecia del autor de Mi medio siglo se confiesa a medias en el París ocupado. El resultado es demoledor, una lectura tan subyugante como inquietante... aunque no consigan su propósito: demostrar la implicación de Ruano (Madrid, 1903-1965) en la matanza organizada de judíos por falsos pasadores. Pero se quedan cerca, muy cerca.

La filóloga y germanista Rosa Sala Rose, autora, entre otros, del Diccionario crítico de mitos y símbolos del nazismo y de La penúltima frontera, vuelve ahora a la carga con El marqués y la esvástica, a cuatro manos con Plàcid Garcia-Planas y que se abre con la sorprendente confesión de un íntimo de nuestro hombre: "A César le hubiera entusiasmado este libro". Pues a eso se le llama masoquismo... Fotografía: Daniela Dentel.


-Conclusión: González Ruano fue un extorsionador, un estafador, pero no un asesino...
-Lo único que tenemos es el testimonio de Pons Prades en Los senderos de la libertad, y las notas manuscritas que se conservan en su archivo personal y que difieren sensiblemente de lo publicado en su libro. Ciertamente, no lo pudimos probar... pero tampoco desmentir. Aunque evidentemente hay que respetar la presunción de inocencia.

-De lo que no caben dudas es de su participación en el tráfico de judíos.
-Lo hemos demostrado. Como también que denunció a sus compañeros de celda en la prisión de Cherche Midi donde lo encerró tres meses la Gestapo. También hemos averiguado que los tribunales franceses lo juzgaron y condenaron por estos hechos a 20 años de trabajos forzados.

-¿Cómo se les escapó un detalle como éste a sus biógrafos?
-Es extraño porque él mismo lo cuenta, aunque sea de refilón, en un rincón de sus diarios. En ellos admite que su situación legal en Francia es confusa, sabe que lo han condenado pero parece que no conoce la sentencia. Por raro que parezca, es un hecho en el que no había reparado hasta ahora ningún ruanista, y desde luego nadie había localizado el proceso. Quizás porque no lo habían buscado. Nosotros, sí.

-¿Cuál es concretamente el delito por el que lo condenan?
-Oficialmente, por "inteligencia con el enemigo", que es un concepto algo muy flexible. Si examinamos el sumario, comprobamos que básicamente lo procesan por haber delatado a sus compañeros de celda, en su mayor parte resistentes, y de los que había ejercido como confidente. Se chivó por ejemplo del sistema clandestino de correo en el interior de la prisión, y de que uno de los reclusos guardaba una lima en la celda, en la mejor tradición carcelaria. Lo más insidioso no es la delación en sí, sino que no cantó bajo tortura: les delató voluntariamente. Entre la documentación del sumario se conserva la denuncia de uno de ellos: cuenta la falsa promesa de tráfico de influencias que le había hecho a un judío encerrado con Ruano en Cherche Midi. Pues bien: Ruano salió a los tres meses; el judío aquel murió en Auschwitz.

-¿Cómo es que acabó en manos de la Gestapo?
-Esta es la gran pregunta. A juzgar por lo que cuenta Joan Estelrich en sus Dietaris -testimonio especialmente fiable porque fue compañero de Ruano, escribe justo después de estos hechos y sus Dietaris no estaban destinados a ser publicados- parece que la Gestapo estaba convencida de que Ruano prestaba desinteresadamente ayuda a los judíos que pretendían huir de Francia. Sólo después de los interrogatorios y registros llegan a la conclusión de que se trata de un simple, de un vulgar estafador, como él mismo admitió a sus interrogadores.

-Al negocio de la extorsión, ¿se dedica de forma puntual o sistemática?
-Desde luego no fue un caso sólo. Tenemos constancia del judío que compartió con él la celda de Cherche Midi, y también nos consta que desvalijó el piso de otro judío que tuvo que huir y que le dejó su casa, 850 metros cuadrados en la mejor zona de París, a Ruiz Aranda, que a su vez se la prestó a Ruano, que era amigo suyo. Nos pusimos en contacto con el hijo de Aranda, que nos aportó un testimonio muy interesante: entre otras cosas nos contó que Ruano se dedicó a ir vendiendo los muebles y las obras de arte que encontró en el piso.

-Después de estos tres años de investigación y de estas 500 demoledoras páginas, ¿cómo juzga a González Ruano?
-Era un oportunista dispuesto a cualquier cosa por dinero. Y esto lo dicen tanto los fascistas italianos como la Gestapo y los mismos tribunales franceses que lo juzgaron. A mi entender, lo mas grave es que violó sistemáticamente todos los códigos deontológicos imaginables, trabajando al dictado del ministerio de propaganda nazi. Llegó incluso a firmar artículos escritos por otros, y eran siempre piezas de un antisemitismo furibundo, hasta el punto que la misma Falange tuvo que llamarle la atención. Y lo que me parece todavía más grave es que un individuo de esta calaña diera hasta este mismo año nombre a uno de los premios de periodismo mejor dotados... ¡del mundo!

-Le han cambiado el nombre y lo han dejado en premio Mapfre, por la fundación que lo patrocina. ¿Por su culpa, quizás?
-Desde la Fundación Mapfre lo niegan; pero nos consta que es así.

-¿Cómo ha afectado el descubrimiento del lado oscuro de González Ruano a la percepción que usted tenía de su obra?
-Es un escritor de talento irregular pero con momentos realmente brillantes. Me interesan mucho su obra memorialística y sus diarios, y algunas de sus crónicas. Pero estamos ante el viejo dilema sobre si el hecho de que escribiera más o menos bien permite que se le perdone todo lo demás. Es un discusión bizantina, y al final nos encontramos ante un personaje profundamente amoral, un oportunista, un egoista que estaba convencido de que había nacido para ser príncipe, nada menos -y es capaz de decirlo él mismo- y que se pasó la vida pensando que el mundo le debía lo mejor. Si no se lo daba, se lo tomaba. Arrastró toda su vida este síndrome de hijo único y mimado.

-Pues la detención a manos de la Gestapo debió de ser un golpe de dura realidad.
-Fueron tres meses. En realidad no lo torturaron. No le tocaron un pelo, salvo un simulacro de fusilamiento que él mismo cuenta y que no hemos podido comprobar, aunque es posible que así fuera. Estos tres meses fueron probablemente la experiencia más intensa de su vida.. Tanto, que en su obra posterior sigue dándole vueltas a esta experiencia, llega incluso a hacer literatura con las confidencias de los compañeros de celda a los que luego delató a la Gestapo. Era, en fin, un hombre obsesionado con las joyas y con el sexo, con vicios caros, especialmente en el París ocupado. Esto le obligaba a buscar dinero de donde fuese, y sin tener en cuenta las consecuencias que esto pudiera acarrearles a los demás.

-Vayamos a la sección andorrana de El marqués y la esvástica. Con Puigdellívol pasa algo parecido que con González Ruano, pero sin sombras probadas: le someten a un juicio sumarísimo para acabar exculpándolo de toda sospecha.
-Más que nosotros, quien le somete a juicio son los tribunales franceses...

-...que también lo terminaron exculpando, como recogen en el libro. ¿Tuvo quizá Puigdellívol la mala suere de que lo citara Bayo en Reporter y de que haya dejado rastro documental? Lo digo porque todos los que han hurgado en su papel en el paso de fugitivos no han conseguido involucrarlo en la leyenda negra, por mucho que lo han intentado.
-Es cierto, pero el capítulo tiene cierta relevancia porque explica con cifras y datos concretos cómo funcionaba el negocio del pasaje de judíos. A Puigdellívol le hemos incorporado al libro porque uno de los testimonios que cita Pons Prades y del que partimos es el pasaje de judíos en camiones. Algo que no estaba al alcance de muchos pasadores en una época en que los controles, aduaneros y volantes, era constantes y muy estrictos. Hacían falta salvoconductos para todo, y el hecho de pasar a fugitivos judíos en camiones conducidos por militares alemanes lo convierte en un caso único, excepcional.

-Citan también a Barberan.
-Así es, aunque él en camiones sólo pasaba mercancías de contrabando; a los judíos los pasaba a pie, disfrazados de contrabandistas y con la colaboración también de soldados alemanes. Un caso sin duda insólito. El caso es que nos llamó la atención que Puigdellívol utilizara camiones, porque este detalle coincidía con el testimonio del que parte la investigación. Hemos intentado ir analizando todos los elementos, ofreciéndoselos al lector para que él extraiga sus conclusiones. Puigdellívol tenía además confidentes de la Gestapo en su equipo. Todo esto puede no significar nada, pero implica una serie de connivencias y sobornos y, desde luego, es un juego preligroso.

-Que se lo digan a él, que terminó en Buchenwald.
-Sí: con los miembros de su cadena y los judíos que transportaba el día que lo capturaron.

-Hagamos balance: en el libro registran cuatro "matanzas" en zona de -digamos- influencia andorrana, con el resultado de diez fugitivos judíos muertos. En el contexto bélico y teniendo en cuenta de que por Andorra circularon probablemente miles de huidos -Baldrich decía que había pasado a cerca de 300- no parece que sea lo más propio hablar de "matanzas masivas" como hace Daniel Arasa, uno de los expertos que citan en El marqués y las esvástica.
-Hay que tener en cuenta que documentar este tipo de muertes es dificilísimo. La única manera de hacerlo de forma fehaciente es desenterrando fosas, y en el epílogo contamos que han aparecido fuentes de última hora, y fidedignas, de que en Andorra, cuando se descubrían restos humanos sospechosos al levantar por ejemplo un edificio, la práctica habitual era cubrirlos sin avisar a nadie. Estas muertes raramente dejan rastro en los archivos, aunque tal vez puedan encontrarse en uno que nos ha cerrado la puerta a cal y canto: el del obispado de Urgel.

-Un clásico.
-Es un fortín. No hubo manera. Aunque, ¿qué rastro documental podemos esperar que se conserve ahí? Sus parientes quizás sabían que una familia de judíos atrapados en la ratonera europea tenía intención de huir pasando por Andorra. Pero incluso esto es mucho suponer, una huida así no es algo que se anuncie por correo. Supongamos que los familiares estaban informados de que iban a cruzar por Andorra, pero que nunca llegaron. ¿Qué hacen? ¿Dirigirse a gobiernos hostiles como los de la España franquista o la Francia de Pétain para interesarse por estas personas? Si así ocurrió, quizás podríamos encontrar correspondencia de este tipo en el archivo del obispado.

-El capítulo final en Envalira, armados con un detector de metales a la búsqueda de restos humanos en la curva de la muerte... ¿Es una escenificación, una licencia digamos literaria, o tenían de verdad la esperanza de encontrar algo?
-No fue una escenificación, sino un pronto. No queríamos dejar ningún cabo suelto, y por una serie de motivos que explicamos en el libro creíamos que esa zona de frontera era ideal para una matanza de este tipo. Todos los indicios apuntaban a este lugar. Fuimos con un arqueólogo, Albert Roig, que nos hizo ver que si alguna vez hubo allí cadáveres enterrados, el deshielo y las riadas se los habrían llevado tiempo atrás.

-Para terminar: buena parte de la leyenda negra nace con los reportajes de Eliseo Bayo para Reporter. Y para mi gran sorpresa, el propio Bayo admite en el libro que pudo ser engañado. Y surge la sospecha de que quizás en 1977, cuando escribió estos reportajes, ya tenía esta llamémosle intuición, y que a pesar de todo siguió adelante.
-No es justo. Los documentos que nos facilitó demuestran que él investiga honestamente una pista que cree cierta. No inventa ni fabula. Él vio y fotografió huesos. Lo que ocurre es que cuando uno paga por un testimonio inmediatamente surge la sospecha de si no será todo un montaje para hacerse con ese dinero. Bayo acepta esta posibilidad, y es cierto que Reporter era una revista amarillista. Pero dentro de sus parámetros él emprende una investigación honesta, busca testimonios, aporta documentos, visita los escenarios... Nadie hace todo esto si es consciente de que está contando una mentira.

-¿Decepcionados, con los resultados de sus pesquisas?
-Es muy difícil probar nada de esto sin la implicación a gran escala del gobierno [de Andorra]. Hemos removido cielo y tierra, hemos hablado con Bayo -cosa nada fácil y que no había conseguido hasta ahora ningún historiador- hemos desenterrado el proceso de Puigdellívol, que no demuestra que estuviera implicado en la entrega de judíos, pero sí que lo estuvo en una red de salida de jerarcas nazis a través de un bar de Hospitalet que regentaba su familia. Hemos desentrañado cómo funcionaba la maquinaria económica de este tipo de pasaje y, en fin, hemos rescatado el testimonio de Barberan, que como el de Pons Prades, estaba bastante olvidado.