Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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lunes, 28 de abril de 2014

El tesoro de Sonplosa

Molines Patrimonis y el ministerio de Cultura restauran los dos centenares de piezas de hierro y bronce recuperadas en el yacimiento de la Roureda de la Margineda, la mayor fortaleza medieval excavada en la vertiente sur de los Pirineos.

Los objetos hablan. Observe el lector si no lo cree las llaves de hierro de aquí abajo. De acuerdo: a primera vista no parece muy prometedor, pero resulta que datan de la primera miad del siglo XIV y fueron recuperadas en el yacimiento de la Roureda de la Margineda (Andorra), que Casa Molines -propietaria de la finca- excava desde 2007 y donde ha aparecido por sorpresa e incluso contra pronóstico la mayor fortaleza medieval jamás exhumada en la vertiente sur de los Pirineos. Seguro que lo recuerdan, porque no es la primera vez -ni será la última- que hablamos de esta fascinante aventura arqueológica: un recinto amuralladao de unos 1.500 metros cuadrados de superficie donde se conservan los restos de lo que parece una casa fortificada habitada ininterrumpidamente entre los siglos XI y XIV. La cuestión, en fin, es: ¿qué puerta abrían estas llaves? ¿Qué mano fue la última que la abandonó en un rincón de la fortaleza?¿Qué prisas incitaron a su último poseedor a largarse del lugar dejando las llaves atrás, como si hubiera decidio que jamás regresaría? ¿Quizás la peste negra, que arrasó la Europa de mediados de siglo XIV y que -según el arqueólo Ivan Salvadó, que dirigió las primeras temporadas de la excavación- podría haber precipitado la evacuació del castillo?







Algunos de los 187 objetos de hierro y bronce recuperados en el yacimiento y restaurados por Casa Molines y el ministerio de Cultura. De arriba abajo, llaves de hierro fechadas en la primera mitad del siglo XIV; punta de flecha de seis centímetros de longitud y vaina de espada; olla cerámica del siglo XIV; vellón acuñado en Valencia en 1271, tijeras y hebilla de cinturón también de hierro. Fotografías: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.
Piedra con inscripción en latín (pendiente transcripción) exhumada en Sonplosa. Fotografía. Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.
Vista general del yacimiento, abierto al público en 2012. El grupo de visitantes entra en el recinto soberano por la puerta principal de la fortaleza. En primer término, restos de lo que se supone que era la capilla del conjunto residencial. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Pues las llaves on sólo una de las 200 piezas de hierro y bronce que han aflorado en la Rouoreda -que recibe también el nombre de Sonplosa, sin duda mucho más sonoro. Casa Molines y el ministerio de Cultura restauyraron el año pasado una docena de ellas, entre las que se encuentran objetos muy poco habituales en yacimientos de estas características: principalmente, unas tijeras también de hierro, una hebilla y un anillo de bronce, y -atención, los aficionados a la parafernalia bélica- abundante material de uso militar: una punta de lanza de unos 25 centímetros de largo, otra punta -ésta, de flecha- de tan solo seis, y para acabar, la vaina de una espada. El tesoro excavado en la Margineda y hasta ahora restaurado se completa con una moneda de vellón acuñada en Valencia en 1271; una olla de cerámica del siglo XIV, y tres piezas más de pizarra fechadas entre los siglos XI y XIV que incorporan motivos bélicos, un nudo de Salomón -emblema por cierto del yacimiento de Sonplosa- y un texto en latín pendiente de transcripción.

Todo el material apareció en un estado de conservación "sorprendente" -según la restauradora Aida Alarcos- y una vez restaurado se conservará en el servicio de Patrimonio. El resto del tesoro, hasta llegar a las 187 piezas mayores -así como los miles de fragmentos de cerámica y los restos de dos molinos también exhumados- tendrán que conformarse de momento con ser catalogados, descritos y conservados, eso sí, en las condiciones de temperatura óptimas. Habrá una exposición, por lo que parece, pero en un futuro que la ministra de Cultura, Susanna Vela, no supo concretar.

De momento, el futuro inmediato es la inminente campaña que Casa Molines llevará a cabo en primavera para consolidar y asegurar los muros más degradados del yacimiento. El objetivo final es abrirlo a lpúblico este mismo verano. Siempre en pequeños grupos y citas concertadas, y con la posibilidad de que se convoquen jornadas de puertas abiertas coincidiendo con acontecimientos como las Jornadas Europeas de patrimonio. La campaña de primavera se prolongará durante todo un mes y tendrá un presupuesto de 20.000 euros, a portados por Casa Molines y el ministerio. Será la quinta desde 2007 y se completará con un estudio de las posibiidades de dinamización y museización del recinto. Los arqueólogos que lo redactarán se han inspirado en el poblado ibérico de Calafell, el parque arqueológico de Gavà, fechado hacia el 6000 a. C. y que constituye la explotación minera más antigua de Europa. Ah, sí, y también en yacimiento de Atapuerca. Ambición no les falta, desde luego. 

Cuatro siglos de ocupación humana

El recinto soberano desde el exterior de las murallas, en una reconstrucción ideal del yacimiento. Carecía de torre del homenaje y los muros podían llegar hasta los cinco metros de altura y los seis de espesor. Ilustración: Molines Patrimonis.

Molines Patrimonis inició en 2007 la excavación del yacimiento de la Roureda de la Margineda. Las tres campañanas precedentes han dado como resultado la exhumación del recinto soberano de la fortaleza, un área de 1.500 metros cuadrados protegida por murallas que podían alcanzar los 5 metros de altura y los 6 de espesor. En el interior de la zona noble se levantaba una casa fortificada de dos o tres plantas, sin torre del homenaje pero con patio y capiulla. Los restos más antiguos corresponden a un edificio de uso agrícola fechado entre los siglos XI y XII. La fortificación del recinto comenzó hacia 1190, mientras que con la firma del Pareatge de 1288 decae el uso militar y el castillo regresa a su primigenio uso agrícola. Sus últimos residentes lo abandonan a mediados del siglo XIV, probablemente a causa de la peste negra.

[Este artículo se publicó el 28 de enero de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

jueves, 6 de marzo de 2014

El catalán que crucificó a Jesucristo

Xavier Maymó debuta en la novea con Servi de Semma; parte de una leyenda vigente en Tarragona y reconstruye el periplo del jefe de la guardia que Poncio Pilatos reclutó durante su (supuesto) servicio en la provincia hispana.

La literatura andorrana tiene desde ya un nuevo inquilino: Xavier Maymó (Barcelona, 1966) que aparca momentáneamente el traje y la corbata de ejecutivo y se calza el mono de novelista para su debut en la ficción: se titula Servi de Semma y nos encontramos, ya lo habrán intuido, ante una de romanos, territorio literario anteriormente cultivado por aquí arriba por Albert Salvadó y Natàlia Senmartí. Así que ¡Ave, Maymó! La novela reconstruye el periplo vital y profesional del Servi del título, un íbero de pies a cabeza, nacido pongamos que sobre el año 0 de nuestra era por la parte de Altafulla (Tarragona). Por lo tanto, cosetanio de pura cepa y procatalán del siglo I, a quien el mismísimo Poncio Pilatos, ya verán, reclutó para su guardia personal. Los tarraconenses, cuando se lo proponían, no se quedaban a medias. No se trata de un delirio histórico de Maymó, no. Verán: el autor parte de una leyenda local -local de la parte de Altafulla, se entiende- que sostiene que el amigo Poncio sirvió como gobernador en la Tarraconense -"En aquellos momentos, probablemente la provincia más rica del imperio", apunta el autor- justo antes del año 26, cuando es tranferido a Judea y donde, no muchos años después, aprovechará para lavarse las manos en una célebre jornada que le permitió escribir su nombre con letras de molde en el libro de oro del cristianismo.

Maymó, autor de Servi de Semma, novela con la que debuta en la ficción: ha apracado momentáneamente la corbata de ejecutivo por el mono de novelista. El Servio del título es un íbero de la tribu de los cosetanos nacido en la Tarraconense en los incios de nuestra era y que se enrola en la guardia personal de Poncio Pilatos, de quien cierta leyenda local sostiene que sirvió como gobernador de Tarraco justo antes de ser destinado a Judea y lavarse las manos en aquel feo asunto del Nazareno... Fotografía: Tony Lara.

Ésta de la guardia íbera de Poncio Pilatos es naturalmente el muy suculento punto de partida legendario -pero verosímil, insiste Mayó- de Servi de Semma: el emperador en el momento en que transcurren los hechos era Tiberio, hijo adoptivo de Augusto. Pero quien cortaba el bacalao era Elio Sejano -lo recordarán los seguidores de Yo, Claudio- que hacía y deshacía en Roma y a quien no le temblaba el pulso a la hora de cortar la cabeza de los caídos en desgracia. Así que durante su servicio en Tarraco y por si acaso la cosa se ponía fea, Poncio reclutó una guardia con efectivos locales, que por lo visto eran más leales que los legionarios romanos. Por lo menos, él así lo creía. Y acabó por llevárselos con él a Judea, donde Servio, atención, acabaría mandando el pelotón que asistió a la Crucifixión de Cristo. Con Longinos y demás, vaya. Al lado del cosetano, los otros protagonistas de la novela son los hermanos Menandro, Silvia i Licinio -este último, el narrador de la historia. Los tres son hijos del duumviro Valerio, figura prominente en la Tarraco del siglo I y personaje histórico que residió por lo que parece con su familia en Semma, la villa romana de Els Munts, cuyos restos fueron declarados por la Unesco patrimonio de la Humanidad y que constituyen hoy día uno de los atractivos arqueológicos de Altafulla.

Servio, amigo de la infancia de los tres hijos del duumviro, es el protagonista de la novela, como su título augura, pero la historia sigue el periplo vital de Menandro, Silvia y Licinio. A los tres su poderoso padre les ha trazado un destino que a la hora de la verdad serán incapaces de cumplir. A Silvia le arregla un matrimonio con un acaudalado patricio, claro; Menandro, destinado a hacer carrera política, sirve ante sy reglamentariamente en el ejército como tribuno en la IX Gemina -no la busquen, es una legión ficticia- y guerreará contra los bárbaros que empiezan a dar la tabarra en las Galias; y el mudo y contrahecho Licinio -primo hermano, como se ve, el Tolino de Salvadó- lo empaqueta hacia Massilia para que complete allí su formación como filósofo. Todo esto, claro, sobre el papel. La realidad los conducirá por caminos bien distintos y los tres acabaran confluyendo en Judea siguiendo los pasos de Servio. Y naturalmente, conocerán a Jesús, con quien Silvia mantendrá una relación especial -aunque no tanto como la que, según Scorsese, cultivó María Magdalena en La última tentación...

De romanos, sector Adriano
Servi de Semma es una novela de romanos, sí, porque por allí sacan pecho legionarios, centuriones, tribunos, legados y bárbaros. Pero no es una novela de hechos, dice Maymó -aunque la mayoría de los que en el relato sirven de contexto son rigurosamente ciertos, dice- sino de personajes. Para entendernos: más próxima al Adriano de Yourcenar que no a los tochos del optio Quinto que cada dos por tres nos coloca Scarrow. Y eso que Servi de Semma no se queda corto, con su medio millar de páginas: "Lo que me importa es su viaje interior, el crecimiento personal al que se ven abocados a través de los hechos, lugares, aventuras e individuos extraordinarios que irán conociendo a lo largo del periplo". De hecho, confronta el relato de la frustración paterna -Valerio asiste estupefacto al desmoronamiento de la vida que había diseñado a su progenie- y el de la epifanía de los hijos, que descubren paralelamente su auténtico destino: "Los que somos padres lo sabemos muy bien: puedes planificar hasta el último detalle del futuro de tus hijos, pero a la hora de la verdad ellos hacen lo que quieren o lo que pueden, y eso raramente coincide con lo que los padres habían soñado".

Entre las muchas figuras históricas con cameo en la novela, Jesús es obviamente la estrella más refulgente. En Servi de Semma aparece como secundario de lujo, pero tiene una importancia decisiva en la transformación de los protagonistas. Pero que nadie se llame a engaño, advierte el autor: no se trata ni muchísimo menos de una novela con trasfondo religioso. De hecho, el Jesús que pulula por la Judea de Maymó -y a quien Servio se encuentra hasta en tres ocasiones: la última, al pie de la Cruz- es mucho más humano que divino, uno más de los predicadores que proliferaban en la época en la región y que era visto por los ocupantes romanos antes como un agitador, un visionario potencialmente molesto que como un líder religioso: "Por eso le llamaban 'Cristos', que significa 'el ungido', título que usaban todos los reyes de la casa de David y que llevaba asociado connotaciones políticas", se explaya el autor, que interpreta la condena y crucifixión de Jesús como un acto de contrainsurgencia preventiva por parte de la potencia ocupante: "A los romanos les inquietaba la presencia de un individuo como Jesús, que cultiva el malestar de los judíos, pueblo naturalmente dado a la rebelión. Así que optan por liquidarlo, aprovechándose de los muchos enemigos que se había ido granjeando, especialmente entre las sectas de los fariseos y de los saduceos". Una hipótesis interesante que cuenta a su favor con el aval histórico de Servio, que lo vio todo con sus ojos de cosetano, y que desde ahora mismo habrá que poner al lado de otras fascinantes Pasiones de ficción, desde La vida de Brian hasta Caballo de Troya.

[Ese artículo se publicó el 6 de marzo de 2012 en El Periòdic d'Andorra]

lunes, 10 de febrero de 2014

Cuando vivíamos en castillos

El yacimiento de La Margineda, en Santa Coloma (Andorra), conserva la mayor fortaleza medieval jamás excavada en la vertiente sur de los Pirineos; los arqueólogos sitúan el momento de esplendor a mediados del siglo XIII; los muros llegaban hasta los cinco metros de altura y los seis de grosor.

Retrocedamos 800 años, hasta 1190. El conde de Urgel acaba de ceder la fortaleza de Sant Vicenç d'Enclar al vizconde de Castellbò y, según un documento citado por el historiador Roland Viader- le ha dado permiso para levantar nuevas defensas "en la parte baja del monte Enclar". Es decir, en La Margineda. Esta es por lo visto la primera y única referencia documental del castillo que desde hace dos temporadas la propiedad de la finca, Casa Molines, excava en Santa Coloma (Andorra). Un yacimiento que emerge a escasos cien metros de la carretera general y donde se han localizado los vestigios de lo que -según el arqueólogo catalán Ivan Salcedo, director de las excavaciones- constituye la mayor fortaleza medieval exhumada en la vertiente sur de los Pirineos.

La excavación del yacimiento de la Roureda de la Margineda, en Santa Coloma (Andorra), se inició en 2007. Hasta el momento se ha excavado el llamado recinto soberano, el corazón de la casa fuerte, que se extiende por una superficie de unos 1.500 metros cuadrados. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.
El recinto soberano desde el exterior: los muros podían llegar hasta los cinco metros d altura, y en determinados puntos, hasta los seis de grosor. El recinto soberano, el corazón del castillo, constaba de edificio residencial de dos plantas y, posiblemente, una tercera rematada con una terraza defensiva; en la planta baja se concentraban las dependencias funcionales -cocina, fresquera, forja y despensa-, más el patio de armas y una pequeña capilla de planta absidial. Ilustración: Molines Patrimonis.
 La fortificación del recinto empezó hacia 1190, mientras que con la firma de los Pareatges de 1288 decae el uso militar y el castillo retorna a sus primitivos usos agrícolas. Los muros se utilizaron como cantera y se adosaron nuevas casas al recinto. La peste negra de 1348 comporta el abandono del asentamiento. Ilustración: Molines Patrimonis.

El castillo sigue la estructura habitual de las casas fuertes catalanas de la época: edificio residencial de dos plantas y posiblemente una tercera rematada con una terraza defensiva. En los bajos se concentraban las dependencias funcionales -cocina con lar, fresquera, forja y despensa- más un patio de armas y hasta una pequeña capilla de planta absidial. En el primer piso residía la familia del castlá -el señor del castillo por cuenta del vizconde de Castellbò- más los sirvientes y una pequeña guarnición de hombres de armas.

Pero lo más espectacular e insólito del yacimiento es el perímetro amurallado que rodeaba el recinto llamado soberano que constituía el corazón del castillo: una faja de piedra que podía llegar en algunos tramos hasta los seis metros de grosor -la altura no se ha podido determinar: una lástima. Una estructura defensiva condicionada por la topografía, ya que la fortificación se levantaba sobre un  pedregal que impedía la excavación de fosos, y al estar ubicada en un terreno en pendiente, había que proteger especialmente el flanco expuesto a un hipotético ataque desde una posición superior. Es en este tramo donde se levantaron los muros ciclópeos que la distinguen respecto a otras casas fuertes hermanas excavadas en yacimientos catalanes como el castillo de Mataplana, en Barcelona. Como éstas, tampoco la de La Margineda luce torre del homenaje, aunque sí bastiones y baluartes que denotan unos depurados conocimientos de arquitectura militar en el maestro que diseñó la fortaleza. El recinto soberano, que es el único que se ha excavado, se extiende por una superficie de unos 1.500 metros cuadrados, pero las prospecciones en la zona exterior han permitido deducir la existencia de una muralla que protegía el llamado recinto jussà y que completaba el perímetro defensivo. Sumados ambos, el yacimiento se va hasta los 4.000 metros cuadrados.

La vida útil de castillo fue sin embargo efímera: según los Pareatge de 1288, el obispo de Urgel y el conde de Foix acuerdan no erigir en lo sucesivo edificaciones defensivas en los Valles de Andorra e inutilizar las entonces existentes. Decae a partir de entonces la función militar que había tenido la fortaleza y comienza una nueva etapa que se prolongara hasta 1350, y que está  marcada por el retorno a los usos agrícolas que había tenido el primitivo asentamiento de la Margineda. Se conserva el edificio residencial, pero las murallas se arrasan y se aprovecha la piedra para levantar nuevos edificios. Hasta que a mediados del siglo XIV se abandona definitivamente el asentamiento.Se pierde entonces su rastro hasta el siglo XIX, cuando se rellena con tierra y se reutilizan como bancales las estructuras supervivientes. Es en este contexto en el que hay que situar la leyenda de la bruja que es arrastrada por una yunta de bueyes hasta La Margineda. Según Pere Canturri, que realizó las primeras prospecciones en la zona en los años 50, los mayores del lugar contaban que por el camino que había seguido la bruja en cuestión no crecía ni una brizna de hierba. Pues bien: parece que estos puntos yermos podrían coincidir con los cimientos de los muros.

La utilización militar del yacimiento data del siglo XII, pero el primer asentamiento humano se remonta según Salvadó al siglo XI. De esta época se han excavado los restos de una pequeña construcción y se han recuperado tres piedras procedentes de prensas primitivas. Y poca cosa más se sabe. En la tercera campaña arqueológica se excavarán los pavimentos de losa y piedra así como los nivelamientos del recinto soberano. Según Montserrat Cardelús, consejera delegada de Molines Patrimonis, faltará una cuarta campaña para que el castillo sea visitable, objetivo último de las excavaciones. Así que habrá que esperar por lo menos hasta 2010.

[Este artículo se publicó el 3 de julio de 2009 en El Periòdic d'Andorra]


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¿Víctimas de la peste negra?
Los arqueólogos que excavan el yacimiento de La Margineda plantean la hipótesis de que el castillo fuera abandonado a causa de la pandemia que liquidó a un tercio de la población europea en el siglo XIV; hasta tres decenas de hombres residían en la fortaleza en los años de esplendor

Las noticias sobre la previsible mortalidad que la llamada gripe nueva provocará en invierno son cada día que pasa más inquietantes. Quizás no servirá de gran consuelo, pero hace 700 años, a mediados de siglo XIV, otra pandemia arrasó Europa: la peste negra o, glups, bubónica, cuyo sólo nombre ya da algo de miedo. Se calcula que liquidó entre un cuarto y un tercio de la población europea de la época. Incluida la andorrana.

Hasta aquí, nada que no se supiese. La novedad es que la peste negra fue probablemente la causa del abandono del castillo de La Margineda, que se produjo precisamente a mediados del mismo siglo XIV. Esta es la hipótesis con la que trabaja el arqueólogo catalán Ivan Salvadó, que dirige desde hace tres temporadas las excavaciones de la fortaleza. Una hipótesis todavía no sustentada documentalmente, pero que considera plausible. La cronología coincide y -dice Salvadó- "es relativamente habitual toparse con yacimientos de esta época que de repente son abandonados sin una causa aparente; y esta causa acostumbra a ser la peste negra". Sólo así se explica la evacuación de un recinto que había estado ininterrumpidamente habitado por lo menos desde el siglo XI, protegido por murallas que medían hasta cinco metros de alto y seis de grosor, rodeado de campos de cultivo y erigido en un promontorio privilegiado, al pie de Sant Vicenç d'Enclar y dominando todo el valle.

Las últimas huellas humanas en el yacimiento las fecha Salvadó entre 1325 y 1350. Y la peste negra llega a la ciudad italiana de Mesina a bordo de un barco genovés procedente del Mar Negro en septiembre de 1347. Si la cronología y la hipótesis son correctas, la evacuación del castillo de La Margineda fue fulminante. El hombre no volvió a instalarse en el lugar hasta el siglo XIX, cuando lo que quedaba de las murallas ciclópeas se rellenó de tierra y se aprovechó para construir bancales. Pero con estos antecedentes todavía sorprende menos la leyenda de la bruja que rodea el yacimiento. Aunque lo cierto es que cuando la peste arrasó o simplemente vació por precaución el asentamiento de La Margineda ya había pasado el momento de esplendor de la fortaleza, que el arqueólogo sitúa entre 1190, cuando el conde de Urgel autoriza a Arnau, vizconde de Castellbò, a erigir un castillo "en la parte baja del monte Enclar", y la firma del segundo Pareatge, en 1288.

Es en este período cuando se levanta el recinto amurallado: un conjunto de cerca de 4.500 metros cuadrados de superficie que tenía su centro neurálgico en la casa fortificada ahora exhumada, que constaba de dos o tres plantas, más patio de armas y una pequeña capilla. Hoy quedan los cimientos y poco más. La levantaron los mismos vasallos del vizconde bajo la supervisión de un maestro de obra que -aventura Salvadó- tenía sólidos conocimientos de arquitectura militar, "por la forma como sabe defender las puertas, el punto más vulnerable de un castillo de estas características, de manea que un hipotético enemigo que penetrara en el recinto quedara siempre expuesto al contraataque de los defensores desde un posición elevada". Calcula que tardaron entre tres y cinco años en levantar el conjunto. Un caso especialmente singular porque en toda Andorra sólo se tiene constancia de otros tres castillo: el de Bragafolls, en Aixovall, del que tan sólo se conserva un lienzo del muro; el de San Vicenç d'Enclar, estrechamente relacionado con el de La Margineda, y el de las Bons, en Encamp- y sobre todo porque conserva la estructura original de una fortaleza del siglo XII, sin añadidos ni modificaciones posteriores.

Efecto psicológico
Salvadó aventura que en los años dorados, cuando ejercía como centro estratégico para el control de los valles de Andorra, residían en la casa fortificada el castlá con su familia, los sirvientes y una pequeña guarnición de hombres de armas. En total, entre 20 y 30 almas. Los soldados, probablemente en dependencias adosadas a las murallas del recinto soberano, el corazón del castillo y la única parte que hasta ahora se ha excavado: "Pero no debemos imaginarnos ni grandes ejércitos ni soldados uniformados; probablemente eran hombres a sueldo, algo así a los guardaespaldas de hoy". Tampoco podemos esperar ni operaciones de sitio ni grandes batallas: "Como mucho, algún golpe de mano con nobles rivales en los años previos a los Pareatge". Lo cual no significa que las murallas del castillo fueran un lujo inútil y absurdo: "Hay que pensar que los campesinos de la época, que mantenían al clero y a la nobleza, vivían en casas que eran poco más que chozas; para ellos, una casa fortificada como esta, con sus pisos y sus murallas, debía de parecerles un edifico imponente, probablemente el más grande que nunca vieron". El castillo constituía, además, el simbolo del poder, la sede de la justicia y el lugar donde estaba la mazmorra en que se encerraba a los reclacitrantes: "Hoy lo vemos con nuestros ojos de turistas, pero en la Edad Media un castillo tenía un efecto psicológico y disuasorio importantísimo para mantener el orden feudal. Y la gente del pueblo lo debía ver con una mezcla de admiración, temor y reverencia".

[Este artículo se publicó el 20 de julio de 2009 en El Periòdic d'Andorra]