Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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martes, 30 de junio de 2015

El secreto más negro del Montmantell

Localizamos en el Archivo Nacional localiza la visura de los tres aviadores norteamericanos fallecidos en octubre de 1943 en la Massana cuando intentaban llegar a Andorra; una expedición organizada por Geert van den Bogaert, guía de los campos de batalla de Normandía, reconstruirá a partir del 4 de julio el periplo de uno de ellos, Francis E. Owens; llegarán a Andorra el 9 de julio, y dos días después le rendirán homenaje en el cementerio militar de las Ardenas, donde sus restos descansan desde 1950. 

Visura levantada por el secretario del Consell General, Bonaventura Riberyagua, el 12 de junio de 1944, donde deja constancia del descubrimiento de los cuerpos de los tres aviadores norteameicanos en "la montanya denominada Montmantell, territorio de la parroquia de la Massana". Después de registrarlos sin encontrarles en los bolsillos más que una foto "que semble que es la torre Eiffel de París" y dos francos franceses, concluye que los cadáveres habían sido expoliados.  A causa del mal estado de los cuerpos -los tres hombres habían muerto en octubre de 1943, ocho meses antes- Riberaygua concluye que "no puguerem baixar-los com ere ordenat, per quan  no s'haguere pogut agüantar la mala olor que feien". Fuente: Fondo Tribunal de Corts / Archivo Nacional de Andorra.
Acta firmada por el batlle episcopal, Anton Tomàs, el 12 de septiembre de 1944, tras la inhumación de "tres cadavers momificats" en el cementerio de Arinsal, "con asistencia del reverendo ecónomo de la Massana, mosén Jaume Martí. El batlle concluye que se trata de los tres cuerpos "apareguts a la montanya de Montmantell i als que es refereix el precedent raport del cap de Policia de les Valls, ambdata del 14 de juny del corrent any". Fuente: Fondo del Tribunal de Corts / Archivo Nacional de Andorra.

El cónsul de los EEUU en Barcelona, James E. Brown Jr, comunica al Ilmmo. y Revdmo Obispo de Seo de Urgel que en fecha próxima -él escribe el 13 de octubre de 1950- se personará en Andorra un denominado Grupo de Búsqueda y Recuperación del 7887 Graves Registrations Detachment con sede en Lieja, con el objetivo "de hacerse cargo de los restos de varios soldados norteamericanos de cuya desaparición se dio cuenta en los meses de octubre y noviembre de 1943". El cónsul solicita información sobre "que permiso debe obtenerse, caso de ser necesario alguno, y de aquellas autoridades que ejerzan las funciones de un Ministerio de Sanidad en Andorra", así como de las "leyes sanitarias de Andorra y españolas, i es que existen, a las que debe darse cumplimiento durante la evacuación de los restos desde Andorra". Fuente: Fondo del Tribunal de Corts / Archivo Nacional de Andorra.
Su Señoría Ilustrísima Perdo Pujol, presbítero, informa a Don Jaima Martí y Sanjaume, cura ecónomo de la Massana, que ha sido concedido el permiso al Destacamento de Registro de Sepulturas 7887 del Ejército de los EEUU para la exhumación de los restos del teniente segundo Harold B. Bailey, del sargento Francis E. Owens, y del sargento técnico William B. Plaskett, "desaparecidos en el otoño de 1943 y cuyos cadáveres fueron encontrados en el monte de Arinsal en la primavera de 1944". Fuente: Fondo Tribunal de Corts / Archivo Nacional de Andorra.
Informe fechado en Andorra la Vella el 8 de noviembre de 1950 y firmado por el Grupo de Búsqueda destacado a Andorra, compuesto por Hermann Hilljegerde y su intérprete, Bruno Grava, dando cuenta de la exhumación "d'une tombe commune dans le cimetière d'Arinsal, comprenant 3 corps, qui apres son identification se sont revélés les corps des soldats appartenant à l'Armée Américaine". La nota concluye con la declaración que Hilljefgere y Grava se hacen cargo de los cuerpos por cuenta del Graves Registration Detachment. Fuente: Fondo Tribunal de Corts / Archivo Nacional de Andorra.


Informe de la exhumación practicada en Arinsal el 8 de noviembre de 1950, tras la cual el Graves Registration Detachment recupera los cuerpos de los sargentos Plaskett (número de matrícula 12011015) y Owens (33303393), así como del subteniente Bailey (0-793276). Son las dos últimas páginas del expediente del caso. Fuente: Fondo del Tribunal de Corts / Archivo Nacional de Andorra. 




Fotografías del sargento Francis E. Owens, natural de Pennsilvania, artillero de cola del B-17F 42-29928 del 381º Grupo del 353º Escuadrón de bombarderos de la Fuerza Aérea norteamericana, abatido sobre La Coulonche el 4 de julio de 1943. 

Tumba de Owens en el cementerio militar de las Ardenas.

"A les set hores [...] varem arribar al lloc hont es trobave el primer [...] Vestie un traje blau-mari. cabel ros i calçave sabates baixes de color negre; al seu costat, sobre duna roca, hi habie un barret de panyo color marró". Es el 12 de junio de 1944, y quien esto escribe es Bonaventura Riberaygua, secretario del Consell General i jefe de la policía. Siguiendo las indicaciones del batlle episcopal, Anton Tomàs, aquel día había subido "a recullir tres homens morts a la montanya denominada Montmantell, territori de la parroquia de la Massana", con el agente Benazet "i dotze homes manats per el Sr. Capità de la citada parroquia".

La visura que reproducimos aquí arriba, conservada en el fondo del Tribunal de Corts en proceso de catalogación en el Archivo Nacional y que constituye un documento excepcional -nunca hasta ahora se había publicado el acta de las víctimas de una expedición de fugitivos de la II Guerra Mundial- no nos dice los nombres de los tres "homens morts". Pero por la documentación adjunta -una carta del cónsul de los EEUU en Barcelona que le anuncia al "Ilmo. y Revdmo. Obispo de Seo de Urgel" la inminente llegada de una delegación del 7887 Graves Registration Detachment, la unidad del ejército norteamericano que en la época se encargaba de localizar los restos de los soldados yanquis muertos en Europa durante la contienda, y el acta de exhumación de los cuerpos, fechada el 8 de noviembre de 1950- sabemos que se trata del subteniente Harold B. Bailey y de los sargentos Francis E. Owens y William B. Plaskett, muertos en el pico de Montmantell -y no al cruzar el Port del Rat, como creíamos hasta ahora- el 25 de octubre de 1943, cuando intentaban ganar Andorra desde la localidad de francesa de Suc. 

La odisea con final luctuoso de estos tres militares la apuntó Claude Benet hace un par de años en un suculento artículo publicado en la revista Portella, y la recordábamos ayer a cuenta del singular proyecto impulsado por el Geert van den Bogaert, guía belga especializado en los campos de batalla de Normandía que entre el 4 y el 12 de julio reconstruirá el periplo que llevó a Owens -artillero de cola de un B-17 del 533º escuadrón de bombarderos de la USAF abatido el 4 de julio de 1943 sobre la Couloche, al noroeste de Francia- a morir en este rincón de mundo nuestro: el 9 de julio, procedente del lago de Soulcem, en la Arieja francesa, llegará a Arinsal la expedición, en que participan una sobrina y una sobrina nieta de nuestro hombre. Al día siguiente partirá rumbo a Barcelona, donde será recibida por el cónsul británico, e inmediatamente después, a las Ardenas, donde el sargento fue finalmente inhumado.

Pero regresemos con el secretario Riberaygua a, 12 de junio de 1944. En aquel primer cadáver no encontraron nada más que unas fotografías "mitg borrades entre les quals nhi ha una que sembla que és la torre Eiffel i una cadeneta molt senzilla amb una petita medalla que duia al coll". Un centenar de metros más arriba localizan el segundo de los cuerpos: los bolsillos, al revés y desgarrados, la hacen sospechar que lo habían registrado de arriba abajo; igual que al tercero, que aparece a unos 300 metros, "sense cap mena de documentació ni paper, únicament una moneda de dos francs francesos". El caso es que Owens, Bailey y Plaskett habían muerto ocho meses antes, cuando los dos primeros tomaron la heroica decisión de cargar al sargento Plaskett, derrengado. Heroica y también suicida, porque dejaron el pellejo en  el intento. Se entiende, por lo tanto, la durísima apreciación con que el secretario Riberaygua concluye la visura: "Estant els tres amb llastimós estat, no puguerem baixar-los com ere ordenat, per quan no s'haguere pogut agüantar la mala olor que feien". Glups.

La USAF entra en acción
Los cuerpos de los tres hombres quedaron por lo tanto en la montaña hasta el 12 de septiembre, cuando el batlle Tomàs levanta acta de la inhumación en el cementerio de Arinsal "de tres cadàvers momificats (...) els mateixos cadàvers apareguts a la montanya de Montmantell". Como se ve, ni el secretario ni el batlle consignan los nombres de los militares. Para identificarlos habrá que esperar -lo hemos visto- hasta octubre de 1950, cuando el Graves Registration Detachment comunica a los servicios del Obispo la intención de enviarnos "un grupo de búsqueda y recuperación" con el objetivo de "buscar y hacerse cargo de los restos de varios soldados americanos de cuya desaparición se dio cuenta en los meses de octubre y noviembre de 1943 durante una tentativa de pasar de Francia a España a través de Andorra". Y así fue: el 8 de noviembre aterrizan aquí arriba -o abajo, o abajo- Hermann Hilljegerdes, miembro del Detachment, y su intérprete, un tal Bruno Grava, y proceden -dice el acta, que se conserva con el dosier del caso- "a la exhumacion de una tumba común en el cementerio de Arinsal donde aparecen tres cuerpos que, después de ser identificados, corresponden a soldados del ejército norteamericano, según informes de la desaparición de estos tres hombres en otoño de 1943".

Se trata, claro, del navegante Bailey, con número de matrícula 0-793276; del operador de radio Plaskett (12011015), y de nuestro Owens (33303393). El primero tuvo la mala suerte de saltar en paracaídas cuando su bombardero fue tocado en un raid sobre el aeródromo de Le Bourget, cerca de París. Fue el 16 de agosto de 1943, y decimos que tuvo mala suerte porque el piloto logró finalmente controlar el B-17 y conducirlo hasta Inglaterra -¡oh, los blancos acantilados de Dover! Fue inhumado en su localidad natal, Lancaster (Carolina del Sur); Plaskett, en fin, se lanzó en paracaídas el 6 de septiembre del mismo año cuando su avión se quedó sin combustible a la vuelta de una incursión sobre Sttugart. Fue enterrado en Salem, Nueva Jersey. Para los detalles del periplo que los acabó conduciendo hasta su tumba helada de la montaña de Montmantell, pinchen en La muerte espera en el port del Rat. Y todavía más, en la reconstrucción de aquellas fatídicas jornadas del otoño de 1943 a cargo de Warren B. Carah, hijo de un antiguo compañero de tripulación de Owens -con mejor fortuna que él: sobrevivió a la guerra.

[Este artículo se publicó el 30 de junio del 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

martes, 31 de diciembre de 2013

La muerte espera en el Port del Rat

Se llamaban Francis Owens, William Plasket y Harold Bailey. Los tres eran jóvenes aviadores enrolados en los escuadrones de bombarderos de la Fuerza Aérea de los EEUU, les célebres Fortalezas Volantes -¡como el Memphis Belle!- que trituraron la Alemania nazi (y cercanías). Pasen un día por el bazar Valira si quieren armar una buena maqueta de un B-17: la encontrarán, seguro. El caso es que el destino les reservaba una muy mala sorpresa: abatidos en los cielos de la Europa ocupada -el teniente Bailey, sobre París; los sargentos Owens y Plasket, sobre Normandía- formaban parte de la expedición de trece fugitivos -siete aviadores yanquis y otros seis franceses- que el 24 de octubre de 1943 salía de Suc e Sentenac, en la Arièja, con destino a Barcelona.

Por supuesto, antes había cruzar los Pirineos, y como tantos otros antes y después ellos -o sus guías- decidieron hacerlo a través de Andorra. Después de treinta horas de camino, debilitados por meses de clandestinidad y por una pésima alimentación, con vestuario totalmente inadecuado para la alta montaña -¡zapatos de cartón!- y la clásica e inopinada tormenta de viento y nieve -nuestro temible torb- Bailey dijo basta, y Owens y Plasket tomaron la heroica (y suicida) decisión de cargarlo a hombros hasta que también ellos reventaron. Estaban en la cima del Port del Rat y no hubo manera: ni las amenazas de los guías de pegarles allí mismo un tiro les hicieron cambiar de opinión. No podían más. Así que el resto del grupo continuó adelante hasta llegar -ya del lado andorrano de la frontera- a una cabaña de pastor donde les ofrecieron un catre y comida caliente.

A la mañana siguiente, el guía y los franceses, ya descansados, rehicieron el camino para intentar rescatar a los tres hombres. Pero fue inútil: Owens, Plasket y Bailey se quedaron en su nicho de hielo y nieve hasta que en la primavera siguiente una partida local recuperó los cuerpos -o lo que quedaba de ellos- y los inhumó en sendas tumbas sin nombre en el cementerio de Arinsal. La historia de estos tres combatientes podría haberse acabado aquí mismo y de una forma más bien triste, digámoslo todo. Pero el servicio de registro de tumbas del ejército norteamericano -¡a esto se le llama organización!- exhumó los restos de los tres hombres y un año después los identificó -¡y a esto se le llama eficacia! El artillero Owens fue enterrado en el cementerio militar yanqui de las Ardenas, mientras que el operador de radio Plasket y el navegante Bailey fueron devueltos a sus respectivas localidades natales: el primero, a Salem, Nueva York; el segundo, a Lancaster, Carolina del Sur.

El sargento Francis Bud Owens, artillero de una Fortaleza Volante B-17 abatida sobre el departamento del Orne el 4 de julio de 1943.

La pista de la trágica peripecia de estos tres hombres nos la da Claude Benet, infatigable investigador de la odisea de los pasadores (y de sus clientes) en el número 6 de la revista Portella. Una mina, oigan. Sólo hemos tenido que tirar del hilo para que nos apareciera la exhaustiva reconstrucción de aquellas fatídicas jornadas del otoño de 1943 que ha pergeñado Warren B. Carah, hijo de un antiguo compañero de tripulación de Owens -pero con mejor fortuna que él, esto también hay que decirlo- y de quien proceden todos los detalles que ilustran esta crónica. Carah ha identificado a sus siete paisanos compañeros de cordada de Owens, las circunstancias en que fueron abatidos y su destino final, en ocasiones no mucho mejor de los que se quedaron atrapados en el Port del Rat.

Comenzaremos por Owens, porque él es el hilo conductor de esta historia y porque, caray, desde 2012 da nombre al 381º Grupo de formación de la base aérea de Vandenberg, California: poca bromas, porque estamps hablando de la sede de la 14a Fuerza Aérea -¿querrá esto decir que hay otras trece?- y de la 13a Ala Espacial, aparte de campo de pruebas de misiles balísticos intercontinentales -los artífices de la Destrucción Mutua Asegurada, o MAD: glups. Un héroe, Owens, ya lo ven, no sólo porque tuvo las narices de acompañar a Bailey hasta la muerte sino también porque en junio de 1942, un año antes de lo del Port del Rat -quién se lo iba a decir entonces- había salvado a un mecánico atrapado bajo el fuselaje de un avión en llamas en la base del 3811 Grupo de Bombarderos en Ridgewell, Inglaterra, donde estaba destinado. Una acción por la que recibió a título póstumo la Medalla al Valor.

Pues nuestro hombre había sido abatido sobre el departamento del Orne el 4 de julio de 1943, de regreso de una misión sobre una fábrica de motores de aviación en Le Mans. Él y toda la tripulación de su B-17 saltaron en paracaídas. La Resistencia los ocultó, a él y al piloto, Olof Ballinger, hasta que el 21 de octubre de unieron en París a la expedición con la que debían cruzar los Pirineos -previo paso por las escalas de Tolosa, Boussens, Saint Girons y Massat- hasta el consulado británico de Barcelona. Ya saben cómo acabó lo de Owens; Ballinger (Allentown, Pennsylvania, 1919) tuvo algo más de suerte. Aunque sólo de momento. Llgados a Suc, al pie de los Pirineos, el piloto no se vio con fuerzas para continuar y decidió quedarse hasta el 30 de octubre, cuando viendo a la Gestapo demasiado cerca , decide intentarlo a solas: ¡y va el hombre y lo consigue! El 1 de noviembre, sostiene Carah, llega Ballinger a Andorra la Vella; el 2 sale de Sant Julià de Lòria, y el 9 ya lo encontramos en Barcelona. Aunque todo esto sólo le servirá para morir en 1955 de accidente de tráfico en California...

Pero la historia más desgraciada es sin duda la de Bailey. No sólo porque fue el causante del trágico final de sus compañeros en el Port del Rat, sino porque en realidad él no tendría que haber estado allí arriba. Su B-17 había sido tocado el 16 de agosto de 1943 en un raid sobre el aeródromo de Le Bourget, cerca de París. En el caos subsiguiente al "¡Nos han dado, nos han dado!", el hombre se lanzó en paracaídas. ¡Fue el único! El resto de la tripulación resistió a bordo del bombardero y su sangre fría tuvo recompensa: el piloto acabó dominando el aparato y regresando a Inglaterra.

Plasket, por su parte y para terminar con los tres héroes del Port del Rat, se había lanzado en paracaídas sobre Rouen el 6 de septiembre, cuando su B-17 se quedó sin combustible tras una incursión sobre Sttutgart. También con él fue cruel, el destino, porque el bombardero dijo basta cuando los aviadores ya tenían el Canal de la Mancha a la vista.En fin. Más casualidades: en este mismo raid sobre Sttutgart fue abatido el B-17 de los tenientes Keith Murray y Charles Hoover, dos de los compañeros de escapada de PLasket. Los dos formaban parte de la tripulación del Big Time Operator -bonito nombre para un bombardero- y después de saltar en paracaídas sobre Bélgica se reencontraron -ya me dirán si no es casualidad- en el mismo refugio de París. Trate de imaginar el lector la cara que se les debió quedar... El caso es que Hoover sobrevivió a la guera y murió en 1987, mientras que Murray... ¡vive todavía en Dallas, Texas! Prometedor, ¿no? Tanto, que no nos quedará más remedio que tirar también de este otro hilo. Y para matar la espera, presten atención porque dentro de nada les hablaremos del último descubrimiento de Benet: el aviador polaco Witold Raginis.

[Este artículo se publicó el 10 de junio de 2013 en El Periòdic d'Andorra]


lunes, 30 de diciembre de 2013

Seamos británicos

[Al hablar de las cadenas de evasión la gloria se la llevan casi siempre los pasadores -habitualmente, contrabandistas reconvertidos al más lucrativo negocio de traficantes de hombres, lo que no quiere decir que algunos o muchos de ellos actúen también movidos por ideales antifascistas. Son ellos los que hasta el momento han escrito esta página de la II Guerra Mundial con su testimonio. Raramente oímos la voz de los otros protagonistas de esta gesta: los fugitivos, entre los que son mayoría los aviadores aliados -por otra parte, la mercancía mejor valorada- pero entre los que también encontraremos militares franceses y polacos, jóvenes franceses que pretenden llegar a Argel o a Londres para alistarse en los ejércitos de la Francia Libre o simplemente eludir el Servicio de Trabajo Obligatorio.

Por eso es especialmente interesante -creemos- la pista de los tres próximos protagonistas de este blog, apuntada por el historiador Claude Benet en el número 6 de la revista Portella y que nosotros hemos estirado con bastante buena suerte, hay que reconocerlo. De Witold Raginis, aviador polaco enrolado como artillero de cola en el 305 escuadrón de bombarderos de la RAF, lo cuenta casi todo su paisano Wilhelm Ratuszynski en el portal Polish Squadrons Remembered, una mina que reproduce incluso el informe especial que Raginis depuso ante el MI-9. El periplo del sargento Francis Bud Owens lo ha reconstruido Warren B. Carah, hijo de un antiguo compañero de tripulación de Owens, en una pàgina web fácilmente localizable por Internet. A Cyrill Penna nos lo encontramos casi por casualidad pululando (virtualmente) por ese inmenso, fascinante océano que es el Imperial War Museum: lo cuenta en sus memorias de guerra, Escape and evasion].

Se lo habíamos prometido semanas atrás, cuando estirando del hilo que Claude Benet apuntó en el número 6 de la revista Portella, les relatamos en estas mismas páginas las peripecias del británico Francis Owens i del polaco Witold Raginis. El primero, tripulante de un B-17, la célebre Fortaleza Volante; el segundo, artillero de cola de un Wellington IV. Y los dos, abatidos sobre los cielos de Francia, recogidos por la Resistencia y fugitivos que buscaron la libertad a través de las cadenas de pasadores que operaban en Andorra. Owens -recordará el lector su trágica historia- se dejó el pellejo en el intento: murió el 25 de octubre del 1943 cuando intentaba atravesar el Port del Rat, junto con otros dos compañeros de cordada: William Plaskett y Harold Bailey. De frío. Raginis tuvo algo más de fortuna: el mismo día que Owens moría en el Port del Rat, el comenzaba desde Luneville la travesía de los Pirineos: el 4 de noviembre tocaba tierra andorrana -por el lado de Soldeu- y el 29 de noviembre llegaba a Gibraltar. ¡Salvado!

Una fortuna y un destino similar al de nuestro héroe de hoy: Cyrill Penna, nacido en 1922 en la localidad de Willinton, en el noroeste de Inglaterra, y que en 1941 se enroló como voluntario en la RAF: acababa de cumplir los 18 años. Lo que distingue a Penna de otros aviadores -como el mismo Raginis- que también hubieron de pasar la prueba suprema de ser abatidos en misión de combate y tener que buscar la salvación a través de los Pirineos es que él dejó escrita su odisea en Escape and evasion, un breve libro que se lee como una novela de Alistarir McLean o de Ken Follett, o casi, com la sensible diferencia -a su favor- de que aquí todo es rigurosamente cierto. Lo encontrarán en Amazon, pero corran, corran, porque servidor se llevó el penúltimo ejemplar. En fin, Penna también se distingue de sus ilustres colegas en que hoy es un saludable nonagenario con suficiente sangre en las venas para plantarse en mayo pasado en la localidad de Viry-Noureuil, a unos 150 quilómetros al norte de París, para rendir homenaje a los compañeros de tripulación que perdieron la vida la medianoche del 29 de noviembre de 1942 n que su bombardero fue abatido.

Tripulación del Stirling del 214 escuadrón de la RAF perdido el 28 de noviembre de 1942; con Penna servíen el piloto, Frank Gatland; el navegante, W. Butler; el operador de radio, G. Booth; el ingeniero de vuelo Arthur Goldsack, y los artilleros Herbert Harris y John Stammers. Fotografía: Escape and evasion.

En aquella fatídica fecha fue alcanzado el Short Stirling en que Penna servía como artillero: regresaban de una misión sobre las factorías Fiat de Turín, y el avión de nuestro hombre tuvo el honor -y la mala pata- de topar con el Messerschmitt 110 de, atención, Helmut Bergmann, as de la Luftwafe y señor de la caza nocturna con 36 victorias, una Cruz de Hierro y una Cruz de Caballero en la mochila. Casi nada. Estaba cantado que el Stirling británico no tenía opción. Con todo, hay que insistir que Penna tuvo suerte: tres de sus compañeros de tripulación perecieron a bordo del aparato, y los otros tres que -como él mismo- saltaron en paracaídas fueron capturados por los alemanes.

Penna, no. Parece que estaba tocado por la varita de los elegidos y tuvo la santa suerte de contactar con la Resistencia, que lo escondió y lo acabó enchufando en una cadena de evasión. La parte de su periplo que nos toca más de cerca comienza en Niza, que no está nada mal, a finales de enero de 1943. Desde Niza pasa a Tolosa, a Bergerac y finalmente a la localidad de Ussat-les-Bains, en el Arièja, para emprender desde aquí la definitiva travesía de los Pirineos. Penna forma parte de un grupo integrado por una veintena larga de hombres -la mitad de los cuales, aviadores británicos y norteamericanos, y la otra mitad, civiles franceses- a las órdenes de dos guías españoles. Y llegados a este punto, comprenderá el lector que me haga la ilusión de que uno de estos guías era Baldrich, nuestro Quimet... Sólo un momento.

En fin: una licencia poética como cualquier otra.Ya está. El periplo transpirenaico de Penna comienza con mal pie, y el ritmo rapidísimo que imprimen los guías a la marcha obliga a seis de los fugitivos a abandonar nada más iniciada la ascensión. Mal vestidos y peor calzados, medio desorientados por culpa de una inoportuna tempestad de nieve -quizás el temible torb de Viadiu- vagabundean toda una jornada por la montaña antes de llegar a una cabaña de pastor donde por fin pueden descansar. Con la mala ocurrencia de quitarse el calzado para aliviar los mortificados pies: con los dedos congelados, después les será imposible volver a encasquetárselas, y habrá que hacer una corte de emergencia en la puntera. Un remiendo que tendrá después funestas consecuencias. Al retomar la marcha a la madrugada siguiente, tienen que atravesar un lago helado, casi les alcanza un alud y Penna no deja el pellejo en aquella montaña de milagro. En este punto el estado de los fugitivos es tan penoso, que un teniente yanqui pierde una bota en la nieve y ni tan siquiera se da cuenta de tan  fríos como tiene los pies. El caso es que continúa andando sobre la nieve como si nada...

Justo cuando están a punto de darse por vencidos, y en un giro dramático muy conseguido, francamente, arriban a Andorra. Porque después de lo que han pasado, no llegan; arriban. Penna y sus tres compañeros -dos aviadores norteamericanos, el capitán Dick Adams y el teniente John Trost, y Louis, un chico francés que a media travesía había arrancado a delirar y a quien tienen que empujar para que continúe adelante- no pueden seguir al resto del grupo en el viaje hasta Barcelona y se quedan en Andorra para recuperarse de las congelaciones. Se instalan en un hostal de Escaldes infestado, dice, de contrabandistas -buena gente, finalmente, porque Penna sospecha que son ellos los que sufragan generosamente parte de la factura del hospedaje- y donde caen en las garras del doctor Antoni de Barcia. El retrato que de él ofrece Penna es siniestro, con una improvisada y sanguinaria operación al capitán Adams que pone los pelos de punta. Solo aciertan a librarse de él cuando el mismo Barcia amenaza con amputarle a Penna los dedos del pie y antes de la escabechina consigue que lo trasladen a la clínica de Andorra la Vella. Otra vez se les aparece el ángel de la guarda, porque Penna acaba en el quirófano que el doctor Trías, nada menos -una eminencia de la cirugía española, en la época refugiado también en Andorra- había instalado en la Casa Guillemó. Como él mismo reconoce en Escape and evasion, mejor, imposible: "En ningún lado me hubieran atendido mejor, y el tratamiento que me dispensaron solo puede ser calificado de soberbio. Les debo mi pie al profesor [Trías] y a su equipo".

El pie y, sospecha Penna, la mediación providencial ante el consulado británico en Barcelona, que envía a dos oficiales a recoger a los tres aviadores aliados -el pobre Louis, en cambio, se ve obligado a quedarse en Andorra y le perdemos aquí la pista. Llegan a Madrid el 11 de marzo de 1943, exactamente 4 meses y 7 días después de que Penna fueses abatido sobre Viry-Noureuil, y son recibidos con todos los honores en la embajada británica. Un mes después, el 16 de abril, y después de recuperarse de las heridas en el hospital americano de la capital española, lo despachan para Gibraltar, y el 25 embarca en el transporte de tropas Stirling Castle -en otro rasgo de humor: lo derriban a bordo de un Stirling, y cuadra el círculo de su peripecia a bordo de otro Stirling- rumbo a Liverpool. Aún tendrá ocasión de pasar algo más de miedo, cuando el convoy en que navega rumbo a casa es atacado por una escuadrilla de Focke-Wulff -que de acuerdo, no es un Me 262, pero tampoco era para tomárselos a broma. Penna se salvará, como siempre, y después de pasar el interrogatorio de rigor a manos del MI-9 -la Inteligencia Militar británica- regresa finalmente al hogar familiar, en Willington, en la madrugada del 7 de mayo de 1943.

Penna reingresará inmediatamente en la RAF, donde prestará servicio hasta su jubilación, en 1972, y recibirá una Distinguished Flying Medal -¡como nuestro Charney, que recibió dos!- pero ya no volverá a la acción: será transferido al escuadrón aéreo de la Universidad de Queens, en Belfast, y aquí vive lo que queda de guerra. 

Escape and evasion termina con una emocionada y emocionante evocación de los compañeros caídos y de los héroes anónimos -pasadores incluidos, por supuesto- que lo ayudaron en su evasión. Nosotros lo despediremos con el epitafio que ilustra la tumba del galante capitán Edward John Smith. Ya saben, el hombre que escogió hundirse al timón del Titanic, su barco: "Faithfull in duty, friendly in spirit, firm in command, fairless in disaster... ¡Be British!" Lo que decíamos: seamos británicos. ¿Hay gloria mayor a que pueda aspirar un hombre decente?

[Este artículo se publicó el 9 de agosto de 2013 en El Periódic d'Andorra]