Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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viernes, 2 de octubre de 2015

Un apunte sobre las mixtificaciones en la epopeya de los pasadores

[Este artículo fue publicado, con alguna modificación que no afecta al sentido, el 20 de julio de 2015. Al día siguiente recibimos la llamada de la hija de Joaquim Baldrich -que no se llama Maria Teresa: Quimet no tuvo ninguna hija con este nombre- para confesarnos su sorpresa, por no decir pasmo, ante la sensacional noticia de que dábamos cuenta: el nicho que el fugitivo Alberto Curiel le legó en 1982 a Maria Teresa Baldrich en agradecimiento a los servicios de su padre como guía, puesto que fue Baldrich el que supuestamente le ayudó a cruzar el Pirineo y llegar a Barcelona. Ciudad donde, por cierto, Curiel acabó instalándose. De hecho, Baldrich murió en 2012 y jamás mencionó el episodio de Curiel y el legado del nicho. Su hija no le concede ninguna verosimilitud. No es la única aportación que se ha revelado dudosa, por no decir falsa, de Refugi de jueus, el libro recientemente publicado y del que procede el episodio del nicho. También parece descartado que fuera Antoni Puigdellívol, el contrabandista y exdeportado andorrano (a Buchenwald, por cierto), el Puigdellívol implicado en la venta de un supuesto autoretrato de Rembrandt que tuvo lugar en mayo de 1945 en Barcelona, y que dejó rastro en un informe de la unidad de inteligencia del ejército norteamericano dedicada al expolio artístico perpetrado por los nazis. En este caso la precisión la aportó la historiadora Rosa Sala Rose, que ha investigado a fondo la trayectoria de Puigdellívol -uno de los secundarios de lujo de El marqués y la esvástica- y que concluye que el traficante de arte es otro Puigdellívol -Antoni Puigdellívol Puigdellívol- y que además se trata muy probablemente de un falso Rembrandt, según el dictamen -dice Sala Rose- de uno de las máximas autoridades en el pintor flamenco. Como se ve, entre Sala Rose y la hija de Quimet Baldrich nos dejaron sin artículo. Y por esta misma razón lo habíamos dejado en el cajón. Hasta hoy: pensamos ahora que merece la pena volver sobre este asunto para llamar la atención sobre el peligro de mixtificación que se cierne sobre materia tan seductora como es la epopeya de los pasadores (y por supuesto, de los fugitivos). Hasta un volumen como este, patrocinado por la Diputación de Barcelona y que cuenta con el aval académico de Josep Calvet -probabemente, la máxima autoridad en la materia- incluye (por lo menos) dos gazapos considerables, que corren el peligro de sentar cátedra precisamente por la autoridad de sus promotores: si la hija de Baldrich no hubiera leído este artículo y no se hubiera tomado la molestia de hacer la llamada, hubiera quedado establecido un episodio incierto, por lo menos en estos términos y con estos protagonistas. Por otra parte, a cualquiera -menos a Sala Rose, tan tenaz como meticulosa- se le hubiera pasado por alto que Antoni Puigdellívol Puigdellívol y Antoni Puigdellívol Argelich no son la misma persona, y le hubiera atribuido alegre y verosímilmente al segundo veleidades de traficante de arte expoliado. La evasión pirenaica durante la II Guerra Mundial es, en fin, suficientemente rica en capítulos y personajes heroicos -y también escabrosos- como para enriquecerla con episodios fabulosos. Por esta razón decidimos incluir el artículo que sigue, aun sabiendo que las dos anécdotas que lo sustentan son -por lo que sabemos- falsos. Pero incluso así, igualmente fascinantes, ya verán.]

Más oportuno, imposible: hace dos meses fallecía Lluís Solà, el último superviviente de la epopeya de los pasadores. Por lo menos, en Andorra y alrededores. Y resulta que su periplo durante los años centrales de la II Guerra Mundial como guía de fugitivos -ya saben, sobre todo judíos pero también jóvenes franceses refractarios al Servicio de Trabajo Obligatorio o que pretendían unirse a las filas de De Gaulle, así como aviadores aliados abatidos sobre la Europa ocupada- da precisamente cuerpo a uno de los capítulos de Barcelona, refugi de jueus (Angle), una nueva monografía sobre este fascinante episodio recién salida del horno y que, como su título apunta, repasa el paper de la capital catalana como lugar de tránsito -y, en ocasiones, destino final- de una cantidad considerable de evadidos judíos.

Joaquim Baldrich, en primer plano, y Eduardo Molné, delante del hotel Palanques de la Massana, sede más o menos oficial de la cadena de Antoni Forné en la que ambos colaboraron; de todos ellos se ha hablado ampliamente en este blog; si volvemos a sacarlos a colación es porque, según el testimonio de Nelly Curiel, su padre, refugiado judío que se instaló en Barcelona en 1942, legó al fallecer un nicho al guía que lo ayudó a cruzar los Pirineos: el mismísimo Baldrich. Fotografía: Máximus.
Lluís Solà, fallecido en julio de 2015 y el último superviviente de la epopeya de los pasadores; también de él hemos dado cumplida cuenta desde estas páginas. Refugi de jueus dedica un capítulo a sus andanzas. Fotografía: Familia Solà.
Supuesto autoretrato de Rembrandt expoliado por los nazis que según los historiadores Víc, a la compañçíator Sorenssen y Rosa Serra intentó colocar Antoni Puigdellívol, excontrabandista y superviviente del campo de Buchenwald a la compañía Bauer Type Foundry de Nueva York. La unidad de inteligencia del ejército norteamericano encargada de seguir el rastro de las obras de arte expoliadas redactó un informe sobre este asunto, pero se desconoce cómo concluyó. Fuente: Rosa Sala Rose.

El historiador Josep Calvet -coautor de Refugi de jueus y autor, seguro que lo recuerdan, de Las montañas de la libertad y Huyendo del Holocausto- habla de unos 10.000 fugitivos para el Pirineo catalán. Lo hace en el capítulo titulado Escapant de la persecució nazi, en que nuestro Solà juega un paper destacado, ya lo hemos avanzado, pero también Joaquim Baldrich (el Pla de Santa Maria, Tarragona, 1917-Escaldes, 2012) y por supuesto la red que Antoni Forné dirigía desde el hotel Palanques de la Massana. Detengámonos un momento en Baldrich, viejo conocido de este blog, porque aparece a cuenta de uno de los judíos que ayudó a pasar -el judío Alberto Curiel- con la particularidad de que al morir éste último en Barcelona, en 1982, y como muestra de agradecimiento -algo truculenta, todo hay que decirlo- le legó... ¡un nicho!

Volveremos enseguida a este episodio porque -convendrá el lector- se lo vale. Pero es que Calvet deja también constancia del tristísimo caso de Jenny Kehr, que Rosa Sala Rose ya había recogido años arás en La penúltima frontera: originaria de la ciudad alemana de Appenheim, donde había nacido en 1895, Kehr fue capturada el 8 de octubre de 1942 en Coll de Nargó, a un tiro de piedra de la frontera andorrana, junto a su marido, Max Regensburger. Procedían del campo de concentración de Gurs, de donde habían huido un minuto antes de que los judíos en él retenidos fueran deportados al Este, y tenían la esperanza de saltar a los EEUU. El matrimonio fue a parar a los calabozos de la Seo, como tantos otros en su misma situación, y a partir de aquí sus caminos de separan de forma definitiva y también trágica: Max es reexpedido al campo de Miranda, destino habitual de los fugitivos en edad militar; Jenny, a la prisión de mujeres de las Corts, en Barcelona, con la mala fortuna de que el gobernador civil de Lérida, Juan Antonio Cremades, ordena el 30 de octubre que sea repatriada a Francia, lo que equivalía a una condena a muerte. Nunca pisó suelo francés; de hecho, ya no salió de Barcelona: la noche antes de ser repatriada se colgó en su celda de las Corts: "Cansada de vivir", concluyó el informe oficial.

Perseguidos, salvados y ausentes
Calvet repasa, en fin, las tres fases que se pueden distinguir en el tránsito de refugiados por los Pirineos durante la guerra: la primera, entre el estallido del conflicto , el 1 de septiembre de 1939, y mayo de 1940, con la caída de París. Durante estos meses pasan de forma legal, con la documentación validada y presentándose reglamentariamente en la aduana correspondiente, sobre todo familias judías procedentes de Polonia, Bélgica y Holanda, los tres primeros países que cayeron en las garras nazis; a partir de 1940, dice el historiador, "las autoridades franquistas dejan de emitir visados y pactan con Vichy la repatriación de los evadidos detenidos en un radio de cinco kilómetros alrededor de la frontera". Al albur de esta nueva política oficial, cientos de judíos, dice Calvet, fueron devueltos a Francia hasta principios de 1943. Es precisamente en este momento, y no antes, cuando empieza el tráfico clandestino de personas. La tercera fase, en la que se concentran el mayor número de evasiones, se registra a partir de noviembre de 1942, con la ocupación alemana de la Francia de Vichy que Hitler ordena en respuesta al desembarco aliado en África.

Calvet recuerda también el papel destacadísimo del portugués Samuel Sequerra, el alma del Joint Distribution Comittee, en la atención a los fugitivos -recuerden en este punto el caso sensacional de Carla Kimhi- y también el de Joan García Rabascall, el hombre del consulado británico en el Pirineo de Lérida, con funciones similares a las de Sequerra: socorrer sobre el terreno a los evadidos que entraban en España, sufragando los gastos generados y gestionando primero el traslado a Barcelona y después a un tercer país de acogida, generalmente EEUU e Israel. Por lo que respecta a la trayectoria de Solà, les remitimos a las notas biográficas publicadas recientemente aquí mismo; otro tanto cabría decir de Baldrich, pero el caso de Curiel -raramente se produce el milagro de poder vincular a un pasador con uno de sus clientes- y especialmente ese pintoresco legado -¡una sepultura para su salvador!- merece sin duda atención especial.

Calvet parte del testimonio de la hija del mismo Curiel, originario de la ciudad turca de Esmirna, emigrado en 1920 a París, que en 1942 se planta en Tolosa dispuesto a cruzar los Pirineos con destino a Barcelona, donde un tío suyo comercializaba con notable éxito el entonces célebre Jarabe Famel. En fon, que lo consiguió gracias a Baldrich, dice Nelly Curiel. Un detalle de la biografía del padre -este de la evasión- que sólo llegó a conocer cuando, una vez fallecido, la familia abrió el testamento y se encontró con la sorprendente manda de un nicho "a una chica que se llamaba Maria Teresa Baldrich y que ninguno de nosotros conocía de nada". El relato pormenorizado de la trayectoria de Curiel lo encontrarán en el apartado documental de Perseguits i salvats, la estupenda web que evoca la epopeya pirenaica de los fugitivos de la II Guerra Mundial y en que Andorra, inexplicablemente, todavía no está presente. Pinchen en perseguits.cat y nos lo dicen: ¿tan difícil resultaría?

Puigdellívol y el autorerato de Rembrandt
El tercer protagonista andorrano de Refugi de jueus es Antoni Puigdellívol. Y de nuevo, con polémica incluida, como en El marqués y la esvástica, de Sala Rose y García-Planas, y Andorrans als camps de concentració nazis, de Porta y Cebrián. Rosa Serra y Víctor Sorenssen desentierran en Els supervivents de l'Holocaust, el capítulo que cierra el volumen, un informe de la Art Looting Investigation Unit (ALIU) -la unidad de inteligencia que investigaba el expolio de arte perpetrado por los nazis durante la guerra- que involucra al antiguo contrabandista y superviviente de Buchenwald en un oscuro caso de tráfico de obras de arte, a cuenta de un supuesto autoretrato de Rembrandt que Puigdellívol, dicen Serra y Sorenssen, intentó vender en julio de 1945 a la compañía Bauer Type Foundry de Nueva York. Pero ni ellos ni la ALIU aclaran el resultado de la operación, así que esta nueva aparición estelar de Puigdellívol el maremágnum de la II Guerra Mundial quedará otra vez envuelto en la sombra.

[Este artículo se publicó el 20 de julio en el diario Bon Dia Andorra]

viernes, 27 de marzo de 2015

Samuel Sequerra, el ángel de los Pirineos

El historiador Josep Calvet rescata del olvido el papel del delegado de la Joint Distribution Committee en la acogida a miles de fugitivos judíos que durante la II Guerra Mundial huyeron a través de los Pirineos.

Se llamabab Nanette Fleischmann y Regine Heit. La una, polaca nacida en 1903; la otra, alemana de 1906. Y las dos, judías. Por esta razón, ambas ingresaron el 19 de enero de 1903 en el Santo Hospital de la Seo de Urgel con gravísimas congelaciones; tan graves, y tan mal tratadas fueron, que al cabo de un mes tuvieron que amputarles los do pies. A Nanette y a Regine. Desconocemos cómo llegaron a la Seo, pero es muy probable que con alguna de las numerosas expediciones de fugitivos que aquellos días cruzaban la frontera de norte a sur y pasando por Andorra. Esta fue la ruta que había seguido el marido de Nanette, Siegfried, con otros tres compañeros y camino de la Seo, en una peripecia que ya hemos relatado aquí mismo y en la que fueron engañados, expoliados y abandonados por los guías. Aunque por lo menos sobrevivieron; otros, ni eso.

El caso de Nanette y de Regine es tan solo uno de los que recoge el historiador leridano Josep Calvet en Huyendo del Holocausto. El mismo Calvet, seguro que lo recuerdan, que días atrás reconstruïa documentalmente en periplo de Carla Kimhi y de su familia, los Bernson. Pero si nos hemos detenido precisamente en estas dos fugitivas es porque en junio de 1943 fueron trasladadas desde la Seo hasta la clínica del doctor Pi i Figueras en Barcelona, eminencia de la cirugía de la época, gracias a los buenos oficios de Samuel Sequerra, que en cuanto supo del caso de nuestras dos protagonistas de hoy, se fue hasta la Seo y se las llevó inmediatamente.

¿Sequerra? Sí, hombre, el gran olvidado de la epopeya de los pasadores y la figura clave, sostiene Calvet, para entender la supervivencia de los miles de fugitivos judíos -el historiador calcula que entre 4.000 y 6.000, solo para los Pirineos leridanos- desfilaron entre 1943 y 1944 por Viella, Sort, La Seo, Lérida y finalmente, Barcelona (o Madrid, como en el caso de los Bernson). Nacido en 1913 en Faro (Portugal), Sequerra era un economista -judío, por supuesto- que trabajaba para el gobierno portugués y que en noviembre de 1941 desembarca en Barcelona con el cargo oficial de delegado de la Cruz Roja portuguesa -una tapadera- pero con el objetivo real de abrir una sede de la American Joint Distribution Committee (JDC), organización de ayuda a los refugiados judíos sufragada con fondos de sus correligionarios norteamericanos. La fijó en el hotel Bristol, entonces en la plaza de Cataluña y epicentro de una frenética actividad. Hasta que las oficinas, que ocupaban toda una planta del hotel, fueron asaltadas el 18 de julio de 1944 por un grupo de falangistas y Sequerra y los suyos tuvieron que emigrar al vecino Paseo de Gracia.

Héroe busca biógrafo
Entre estas localidades, y como hemos visto en el caso de Nanette, se encontraba la Seo, así que Calvet cree más que probable que Sequerra protagonizara alguna incursión andorrana para comprobar in situ las condiciones de sus fugitivos en el Principado. De hecho, uno de los judíos que efectivamente cruzó a través de Andorra la frontera, el austríaco Franz Glück -encontrarán su peripecia en el libro- se quedó en Barcelona trabajando a las órdenes de Sequerra, así que nuestro hombre conocía la importancia de la estación andorrana en el tinglado de los pasadores. ¿En qué consistía el trabajo de Sequerra y las dos decenas de hombres y mujeres que integraban la JDC? Según Calvet, mantenían un contacto continuo con los hoteles de los pueblos de frontera, que les informaban de la llegada de una expedición y estaban autorizados a alojar por cuenta de la JDC a cualquier apátrida que recogieran. Una vez informado de la llegada de un grupo, Sequerra los recogía, pagaba la cuenta y se los llevaba a Barcelona, donde buscaba alojamiento temporal para una gente que, como los Bernson, llegaban al final de la escapada con lo puesto. La JDC abonaba 23,50 pesetas diarias por persona entre alojamiento, manutención y dinero de bolsillo. Además, gestionaba los permisos para abandonar el país y organizó los primeros grandes convoyes de refugiados judíos que zarparon hacia Palestina, como el que en enero de 1944 salió de Cádiz con los Bernson a bordo.

Sequerra era un todoterreno, sabía con quién estaba tratando y no dudaba en sobornar a guardias, policías y si convenía, incluso gobernadores civiles. Cuenta Calvet que ideó una hábil argucia para evitar que los refugiados judíos en edad militar acabaran en el campo de refugiados de Miranda de Ebro: "A partir de un cierto momento, todos los judíos detenidos en España tuvieron menos de 18 o más de 40 años; y como tenía a las autoridades en nómina, funcionaba". Con este expediente, lo más sorprendente de todo es el absoluto desconocimiento del papel prominente de este portugués discreto en el capítulo de los pasadores de la II Guerra Mundial. El hecho de ser judío, advierte Calvet, le impide ser reconocido Justo entre las Naciones -como el Schindler de Spielgberg, o como el embajador Sanz Briz, biografiado por Arcadi Espada en En el nombre de Franco- pero esto no explica ni el silencio que hasta hoy había caído sobre su figura, ni tampoco el escaso interés de la JDC en rescatar del olvido la memoria de este hombre.

Hasta ahora, claro. En fin, que Sequerra continuó al frente de la JDC de Barcelona hasta 1952, atendiendo a los huérfanos judíos que recalaban en la ciudad y gestionando su traslado a Palestina. Y hay que añadir que lo hizo con la ayuda de su hermano Joel. Gemelos, por cierto. En 1952 dejaron Barcelona y se instalaron en Brasil, para continuar desde allí la labor que habían empezado en España: ahora, acogiendo a los judíos que arribaban a América huyendo del Egipto de Naser. Digamos para terminar que la JDC continúa hoy en activo en Barcelona, dedicada ahora a socorrer a los inmigrantes judíos de la Europa del Este. "Por no tener, se lamenta Calvet, Sequerra no tiene ni la biografía que se merece. Es un olvidado". Pues ahora, por lo menos, ya tiene artículo.

[Este artículo se publicó el 13 de marzo de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

martes, 17 de marzo de 2015

La odisea Kimhi en sus documentos

El historiador Josep Calvet reconstruye el periplo por diferentes prisiones españolas -la Seo, Lérida, Madrid y Miranda de Ebro- de los cuatro miembros de la familia Bernson que en 1942 huyeron de los nazis a través de Andorra.

"Ruego a V. se sirva admitir en la prisión a su merecido cargo los extranjeros detenidos en esta localidad a las 7 horas de hoy por haber pasado la frontera sin autorizacion [...], los cuales se componen por el matrimonio Sigmundo Berson y Classa-Zivosga (?) Perzenik y us hijos, Heins y Cara". Es el 23 de noviembre de 1942 y el comandante de la Guardia Civil del puesto de Organñá (Lérida) -que es quien firma el atestado- acaba de empaquetar para la prisión de la Seo a los cuatro miembros de la familia Bernson.

Atestado de la Guardia Civil de Orgañá (Lérida) en que el comandante del puesto, un tal Antonio Espinosa Izquierdo, se saca de encima a los Bernson y los factura a la prisión de la Seu y, por lo tanto, bajo la responsabilidad del gobernador civil. Fechado el 23 de noviembre, dice poner a disposición del "Señor Jefe dela Prisión del Partido" el matrimonio formado por Sigmund y Channa Bernson, junto con sud dos hijos, Heinz y Carla. Fotografía: Archivo Histórico de Lérida. / Archivo Josep Calvet.
Certificado de ingreso en la prisión de la Seo a nombre de Sigmund Bernsona, con fecha del 25 de noviembre de 1942. Se declara hijo de Isaac y de Clara, y esposo de Chana, con domicilio en  París. Fotografía: Archivo Histórico de Lérida / Archivo Josep Cavet.
Interrogatorio al que fue sometido Sigmund Bernson a su ingreso en el campo de Miranda de Ebro. Declara encontrarse en París al estallar la guerra y dedicarse a la exportación de leña; que entró en España, procendente de Andorra, por la parte de Orgañá el 19 de noviembre de 1943, "sin guía, ni brújula ni mapa", pro con "su señora y sus dos hijos"; que fue detenido el 24 de noviembre por la Guardia Civil, trasladado a la Seo donde se encontraba la prisión del partido judicial, y que ingresó el 6 de diciembre en la prisión del Seminario Viejo en Lérida. Continúa el interrogatorio dando cuenta de cierto certificado expedido el 13 de junio de 1921 y en posesión de Sigmund que dice que es abogado en ejercicio en Viena, y que la intención de la familia es largarse a los EEUU en cuanto obtengan la "permisión" del departamento de Estado. Declara finalmente no tener amigos ni familiares en España, y el funcionario lo describe finalmente como hombre "de estatura alta, pelo gris, barba, cejas y ojos castaños". Fotografía: Archivo General Militar de Guadalajara / Archivo Josep Calvet.
Carla Kimhi compareció en enero en la sala de prensa del Gobierno de Andorra para agradecer, decía, que el país la salvara a ella y a su familia de una muerte segura, cuando fue aceptada por los policías que localizaron a Kimhi. Fotografia: Màximus.

Josep Calvet ojea un ejemplar de su última monografía sobre los pasadores -en este caso, pasados-, Huyendo del Holocausto, en la librería la Puça de Andorra la Vella. Fotografía: Tati Masià.


¿Los Bernson? Sí, hombre, los judío vieneses establecidos en Acs que huyeron de su último refugio -habían huido en 1938 de Viena, y desfilado por el norte de Italia, Normandía y París, antes de recalar en el Aieja- cuando los alemanes invadieron lo que quedaba de la Francia de Vichy, a principios de noviembre. La hija menor, Carla, tenía entonces 12 años, y resulta que a finales de enero de este año -ahora ya octogenaria: Kimhi es su apellido de casada- se personó en la sala de prensa del Gobierno de Andorra para explicar la odisea familiar y sobre todo, sobre todo, dar mil veces las gracias al país que, dice, salvó a los Bernson de la muerte. Seguro que lo recuerdan: los Berson habían llegado en automóbil hasta el Pas de la Casa, y subían ya a pie el puerto de Envalira, cuando un soldado alemán destacado en la aduana del Pas les dio el alto. Con el golpe de suerte que lo hizo precisamente en el momento en que una pareja de policías -de policía andorrana, se entiende- aparecía de forma providencial desde el otro sentido de la marcha y reclamaba para sí el trofeo, puesto que se encontraban en suelo andorrano. Se salieron con la suya, el alemán, que no debía de ser un tipo muy curtido, se hizo atrás y los Bernson se salvaron.

Pero todo esto ya lo sabíamos. Lo que desconocíamos es el periplo posterior de Carla y familia. Y es precisamente esto lo que Calvet -autor de una monografía clave sobre todo este asunto de los pasadores, Las montañas de la libertad, y que precisamente ayer presentaba en la librería la Puça su último título sobre la materia, Huyendo del Holocausto- ha reconstruido con ojo clínico exhumando los expedientes sobre los Bernson que se han conservado, oh, milagro, en el Archivo Histórico de Lérida y en el Archivo Militar General de Guadalajara. Pero habíamos dejado a nuestros protagonistas de hoy en la prisión de la Seo, el 24 de noviembre de 1942. Al día siguiente los reexpiden hacia Lérida: Sigmund y Heinz van a parar a la prisión del Seminario Viejo, primer o segundo destino habitual de los extranjeros detenidos por "paso clandestino de fronteras". El 6 de diciembre los vuelven a facturar: padre e hijo son enviados al campo de concentración de Miranda de Ebro, y ellas, a la madrileña prisión de las Ventas, un destino dice Calvet que sorprendente para unas detenidas en Lérida, que acostumbraban a terminar en Barcelona. Tampoco queda claro por qué Sigmund, que dice haber nacido en 1890 en la localidad polaca de Budzanow -hoy, Budaniv, en Ucrania- acaba en Miranda, donde sólo ingresaban los hombres en edad militar, entre los 18 y los 40 años. Él tenía 52.

Detenidos en Orgañá
El reglamentario interrogatorio a que Sigmund es sometido en Miranda depara una sorpresa: resulta que en los recuerdos de Carla los Bernson fueron detenidos en el autobús que hacía la línea entre la Seo y Barcelona. El padre, a quien los funcionarios describen como un hombre "de estatura alta, pelo gris, barba, cejas y ojos castaños", declara en cambio haber salido en Andorra el 19 de noviembre "por los montes en el pueblo español de Orgañá sin guía, ni brújula ni mapa". Y es aquí mismo, en Orgañá, donde el comandante Espinosa los detiene. Contaba en cambio Carla que los había ayudado a huir un tal Pierre, exiliado republicano. Considera Calvet que la afirmación "sin guía, sin brújula, sin mapa", bien podría tener como objetivo no revelar la identidad de su salvador.

El caso es que los Bernson -todos, hombres y mujeres- se reencuentran finalmente en Madrid el 23 de marzo de 1943. Cabe imaginar la alegría del momento, cuatro meses después de la separación. Ya están en libertad. De aquellos meses madrileños recordaba Carla 71 años después su alegre paso por el Liceo Francés y por el orfanato de la Sagrada Familia, que la habían acogido. Pero la jornada madrileña de los Bernson fue relativamente breve. Sigmund había anunciado a sus interrogadores que la intención de la familia era "esperar la permisión del departamento de los EEUU" para emigrar al otro lado del Atlántico. Pero a la hora de la verdad, y como contó Carla, su destino fue Palestina, entonces protectorado británico: los Bernson se unieron al primer convoy de refugiados que Samuel Sequerra, el hombre de la Joint Distribution Comittee -agencia norteamericana de ayuda a los refugiados financiada con capital judío- hizo zarpar hacia Tierra Santa.

El buque era el Nyassa y navegaba bajo pabellón portugués. Había salido de Lisboa el 15 de enero de 1944 e hizo escala en Cádiz para recoger a su cargamento humano. Con récord incluido, dice Calvet, porque el Nyassa fue el primer transporte de pasajeros que cruzaba el estrecho de Gibraltar desde el inicio de la guerra. El caso es que los Bernson llegaron sanos y salvos al puerto palestino de Haifa el 22 de enero. La madre fallecería antes del final de la contienda; Sigmund, nada más terminada, de un ataque al corazón y en Viena, adonde había viajado con la vana ilusión de recuperar parte del patrimonio familiar. Carla se enroló en 1948, nada más proclamado el estado de Israel, en la fuerza aérea del Tsahal.

El periplo de los Bernson encarna y resume -concluye Calvet- el de los otros miles de refugiados judíos -entre 4.000 y 6.000, según sus cálculos- que pudieron huir del Holocausto a través del Pirineo de Lérida, en un éxodo que se concentró sobre todo en julio de 1942, con la celebre redada del Velódromo de París, y diciembre de aquel mismo año, justo tras la ocupación alemana de Vichy. Al cabo de unos meses, los que no habían huido habían sido detenidos y deportados. Ya no quedaban más que un puñado de judíos ocultos. Los topos de toda guerra. A esta historia, en fin, no le podía faltar un héroe, y este héroe es Sequerra, el gran olvidado de la epopeya de los pasadores que merece, ya lo verán, artículo propio. Pues lo tendrá.

[Artículo publicado el 11 de marzo de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

sábado, 28 de febrero de 2015

La leyenda negra: otro capítulo (según Pierre Saint Laurens)

Pierre Saint Laurens, contrabandista y pasador de hombres, recuerda en sus memorias la entrega a los alemanes por parte del secretario de la vegueria francesa, el ínclito Pierre Larrieu, de un grupo de fugitivos judíos; sostiene que el secretario Larrieu le impidió liberar a los fugitivos a punta de pistola en un tenso encuentro mantenido en Fra Miquel, el refugio en lo alto del puerto de Envalira.

Días atrás conocíamos el testimonio sensacional de Carla Kimhi, la judía austríaca que en 1942, cuando tenía 12 años, huyó de los nazis a través de Andorra y llegó a España gracias a uno de los pasadores con base en nuestro rincón de Pirineos: un tal Pierre, de quien no sabemos nada más que tenía una hija de la misma edad de Carla que había tenido que dejar atrás -se había exiliado tras la Guerra Civil española- y a la que visitaba aprovechando sus periplos como contrabandista de hombres. He aquí otro capítulo de la leyenda blanca de los pasadores contado por una vez y de viva voz por uno de sus protagonistas. Pero esta fascinante epopeya tiene como es bien sabido su reverso, su lado oscuro: episodios de pura sevicia en que los supuestos guías que tenían que conducir su cargamento de fugitivos hasta la relativa seguridad que les brindaba la neutralidad española aprovechaban la ocasión para desvalijarlos, abandonarlos en la montaña a su (mala) fortuna, incluso entregarlos a la policía alemana de fronteras. Hechos abonados a la rumorología y que raramente son fehacientemente documentados.

Saint Laurens (Gaillac, departamento del Aude, 1918-?) en la época en que ejercía de contrabandista y pasador. Su testimonio deja en muy mal lugar al veguer francés, Lesmartres, y a su secretario, Larrieu, y lanza una duda general sobre la lealtad de los andorranos del momento, más interesados en el negocio que en la causa de la libertad. Fotografía: Archivo Saint Laurens / Contes de faits.

También hace unos días sabíamos gracias al historiador leridano Josep Calvet (Huyendo del Holocausto) del caso de cuatro judíos polacos expoliados por sus presuntos salvadores -los guías españoles Antonio Heredia y Luis Sala Gil, aquí van sus nombres para infamia suya- en la frontera hispanoandorrana. Y hoy rescatamos gracias al historiador francés Éric Guillon otro capítulo que engordará la leyenda negra. La cuenta, además, un testimonio presencial: Pierre Saint Laurens (Gaillac, departamento del Tarn, 1918-?), contrabandista y miembro de la red Morhange que operaba en Tolosa en los años centrales de la II Guerra Mundial.

El caso es que Saint Laurens evoca en sus memorias de guerra, Contes de faits: souvenirs, témoignages (1995), un hiriente, infame episodio que implica directa y nada gloriosamente al secretario de la vegueria francesa, el ambiguo Pierre Larrieu, viejo conocido nuestro. Según cuenta Saint Laurens, en cierta ocasión en que regresaba a pie a Tolosa -nos encontramos en plena Guerra Mundial- tuvo que detenerse a descansar en el refugio de Envalira, de cuyo guarda nos habla, y en términos no precisamente elogiosos: "Le patron du refuge, Pereira, était un portugais acquis aux services franquistes et nazis, et il était préférable de ne pas trop s'attarder chez lui". Se da la circunstancia de que justo mientras Saint Laurens recuperaba fuerzas al calor del refugio se detuvo frente a él una camioneta conducida por un tal Trouvé, la mano derecha de Larrieu, que cuando lo vio salir de la cabaña no pudo evitar el sospechoso gesto de arrancar la camioneta para seguir adelante.

Saunt Laurens no se lo permitió porque le dieron muy mala espina, dice, "los lamentos humanos" que procedían de la parte posterior del vehículo. Démosle la palabra para describir la "visión dantesca" que, continúa, le heló la sangre: "Un caos de niños y de ancianos hacinados de cualquier manera en la caja, hasta el punto de que era imposible decir cuántos habría; unos lloraban, los otros chillaban y una de las ancianas me contó en mal francés que los habían detenido de madrugada, por judíos, que los habían desvalijado y que ahora los conducían a la frontera para entregarlos a los alemanes". Saint Laurens se olvida de consignar lo más importante: ¿quién lo hizo? ¿Y por orden de qué autoridad? Continúa el relato diciendo que mientras intentaba liberar a aquellos desgraciados el tal Trouvé tuvo tiempo de telefonear a la vegueria, Larrieu se presentó en el refugio y a punta de pistola arrestó al contrabandista. Los judíos fueron finalmente conducidos hasta la frontera y entregados como había augurado la anciana a los alemanes. Un destino muy diferente, como se ve, del de los Kimhi.

Saint Laurens se libró por muy poco de caer en manos de los boches, pero todavía le quedan arrestos para intentar una nueva operación de contrabando que será, esta sí, la última, con una emisora de radio portátil que transporta a hombros desde Acs -la última localidad francesa donde vivió Carla- y sorteando a las patrullas alemanas de guardia en la frontera. Dice que lo recoge en el puerto de Envalira, agotado, en medio del temporal y cuando ya lo daba todo por perdido, un amigo andorrano -el laurediano Antonio Pintat- que lo acoge en su hotel de Sant Julià, le busca comprador para la emisora e incluso lo invita a una suerrealista, cinematográfica timba de póquer con los delegados locales de los servicios de inteligencia español (Auguste Marfany), francés (el doctor Bourrel) e inglés (Fornell). También está presente el alemán; lástima que no nos da su nombre. 

Contes de faits recoge otras aventuras andorranas. Asegura nuestro hombre de hoy que también ejerció esporádicamente como pasador -con dos rutas principales: la fácil, según él, por Enveig i Puigcerdà, en la Cerdeña; y la nuestra, que consistía en traer al fugitivo hasta Andorra y dejarlo aquí en manos de un transportista local que lo conducía en coche hasta Barcelona- y aunque no aporta más detalles dice que su base de operaciones en Andorra era el domicilio de un tal Costes, francés establecido en Escaldes que había convertido su piso en una especie de centro de acogida de fugitivos, incluida una "vieja judía" que le pide a Saint Laurens que la traiga de su casa en Tolosa jabón para su higiene personal y... ¡la cubertería de la familia! Una cubertería que acabará confiscada por una patrulla alemana en Porta. Pero la ocupación de la Francia de Vichy, en noviembre de 1942, termina con el negocio -"Andorra había dejado de ser la tierra de libertad", dice, porque los grandes "caids" del contrabando [sic] se convierten en informadores de alemanes y españoles- y Saint Laurens no volverá a tentar la suerte por aquí abajo. De su trayectoria tras la guerra,a la que sobrevivió, tan solo sabemos que ejerció como magistrado en Dahomey. Pierre, en fin: como el que ayudó a escapar a los Kimhi. Quién sabe...

Un país "trufado" de "confidentes" y lanzado al "negocio"
La fauna local no sale muy bien parada del retrato que de ella nos deja Saint Laurens en su relato. Además del portugués Pereira y de los que él denomina los "caids" de contrabando convertidos en chivatos de alemanes y españoles, dice que los andorranos se interesaban sobre todo en los "negocios" y en el "contrabando" (de coches y de neumáticos), y "apenas en el curso de la guerra". Les echa en cara que quieran sacar tajada de la situación, y no siempre con buenas artes. Cualquier excusa es buena para renegociar -a la baja, se sobreentiende- el precio convenido por una mercancía de contrabando. Y lejos, muy lejos de la versión idealizada que nos deja la versión televisiva de Entre el torb i la Gestapo, sostiene que el país estaba "trufado" de "confidentes" de los que era preferible mantenerse lo más alejado posible.

Un diagnóstico que coincide con la Andorra que recordaban Jaume Ros y Joaquim Baldrich, en las antípodas del escenario edulcorado de la película de Lluís Maria Güell. Por eso evita Saint Laurens cafés y hoteles -ni una sola referencia al Mirador- y se refugia en casa del tal Costes, francés como él, natural del Aude y "exdesertor", dice, a quien llaman "el Gabacho" y sospechoso a ojos de los nativos de ser a su vez confidente de los aduaneros. Un laberinto inescrutable de intereses y de lealtades cruzadas y con frecuencia encontradas donde, para terminar de arreglarlo, la vegueria francesa, con Lesmartres y Larrieu enfrentados entre si, juega un papel más que dudoso: "Me resistía ingenuamente a creer que se hubieran convertido tan rápidamente en auxiliares del nazi invasor, pero enseguida me percaté de que el veguer tomaba todas las medidas necesarias para dificultar la entrada de refugiados y para devolver a Francia a los que conseguían llegar".

[Este artículo se publicó el 2 de febrero de 2015 en el Diari d'Andorra]

domingo, 22 de febrero de 2015

Carla Kimhi: una odisea judía del siglo XX

12 de noviembre del 1942: el día siguiente de la ocupación nazi de lo que queda de Francia. Es la respuesta de Hitler al desembarco aliado en el norte de África. Se ha acabado la pantomima de Vichy. Cuatro personas caminan carretera arriba, hacia el puerto de Envalira. Acaban de rodear el Pas de la Casa. Son los Bergson, matrimonio de judíos austríacos con sus dos hijos, Sigmund, de 18 añis, i Carla, de 12. Han venido andando desde el otro lado de la frontera, hasta donde los ha acompañado un vecino de Acs, la localidad vecina donde los Bergson llevan meses ocultos: "Un día, de repente, los soldados alemanes aparecieron por la plaza de Acs. Y fui con la noticia a casa: '¡Han llegado, han llegado!' Mi padre no lo dudó un segundo: 'Nos vamos'.Y nos fuimos. Con lo puesto." Los Bergson llevaban cuatro años huyendo de Hitler: exactamente, desde el Anschluss, cuando el Tercer Reich se zampó Austria. La familia huyó primero a Italia, luego a Normandía, París y finalmente, Acs, en el pedazo de Francia que Hitler cedió a Vichy y a un tiro de piedra de España... y de Andorra. Pero estamos en la carretera de Envalira. Han bordeado el edificio de la aduana francesa del Pas de la Casa, donde pronto ondeará la esvástica, y lo han dejado unas decenas de metros atrás. De repente, sale de él un oficial alemán que se encamina con paso firme hacia el grupo de fugitivos: "Nos abrazamos los cuatro, petrificados por el miedo, y nos quedamos quietos allí en medio del camino. Por el otro lado de la carretera, aunque algo más lejos, vimos otros dos hombres acercándose. Por el uniforme, dedujimos que eran policías. Pero fue el alemán el que llegó primero". Les exigió los pasaportes, les arrestó y les ordenó que lo siguieran hasta la garita de la aduana. Los Bergson no se movían. Así es como dieron tiempo a que llegara la pareja de uniformados: dos agentes de la policía andorrana -y ya es casualidad porque en la época, estamos en 1942, en todo el país sólo había seis agentes. Y entonces se produjo el forcejeo (dialéctico) entre el oficial alemán y los dos agentes: "Enseguida se hicieron cargo de la situación, le exigieron a su vez el pasaporte con el visado en regla al alemán, y como éste no los tenía y se encontraba en territorio andorrano le hicieron retroceder. Cuando se hubo ido, nos tranquilizaron, nos aseguraron que no nos ocurriría nada y nos pidieron que les acompañáramos hasta el edificio donde se encontraba la aduana andorrana, donde esperaríamos a que nos viniera a recoger el jefe de la policía, que esa misma tarde nos conduciría a Escaldes. Y así fue. Estábamos salvados. Andorra nos había salvado la vida. Comprenderán que cada vez que recuerdo este episodio acabe llorando".


Carla Kimhi, acompañada de su actual marido, compareció el 29 de enero de 2015 en la sala de prensa del Gobierno de Andorra para agradecer la ayuda que encontró en el país cuando ella y su familia llegaron a Andorra en noviembre de 1942, huyendo de la ocupación nazi de la Francia de Vichy. Ella, su hermano y sus padres terminaron en Madrid, y en 1944 fueron autorizados a emigrar a Palestina. Fotografía: Fernando Galindo.
Vista general del Pas de la Casa a finales de los años 40, principios de los 50. A la derecha de la fotografía -en realidad, una postal de la casa APA- el edificio de la aduana francesa, de estilo alpino, y que es el mismo que que sirve de portal a este blog. El escenario no debe diferir mucho del que se encontró Carla Kimhi. Fotografía: APA / Colección Rosa Sala Rose.

Lo contaba la semana pasada Carla Bergson -hoy, Kimhi, su apellido de casada- en la sala de prensa del Gobierno de Andorra, tras una recepción oficial con el jefe de Gobierno, Toni Martí, y para dar públicamente las gracias al país que dice que la salvó. La historia es absolutamente inusual: hasta ahora habíamos conocido de primera mano las gestas de los escasos pasadores supervivientes -cada vez menos-, los contrabandistas y resistentes reconvertidos en guías que conducían hasta la relativa seguridad del consulado en Barcelona su cargamento humano; algunos de los fugitivos de entonces dejaron escrito el relato de sus peripecias, que hemos conocido así a través del papel.

Pero jamás hasta la semana pasada habíamos tenido la oportunidad de escuchar de viva voz, y en Andorra, el testimonio de uno de los centenares de hombres, mujeres y niños, quien sabe si miles, para quienes este país se convirtió un día en sinónimo de libertad. Carla Kimhi (Viena 1930) se llama esta mujer que conserva a sus 84 años el porte elegante de la hermosa mujer que sin duda fue. Cuenta que solo en una ocasión, cuatro años atrás, había visitado Andorra desde la epopeya de 1942; su historia quedó entonces en la intimidad familiar. Si ahora ha transcendido ha sido por pura casualidad: le contó la aventura al conserje del hotel en que se hospedaba, el Kandahar del Pas de la Casa, y claro, el conserje se la contó a su vez al propietario del establecimiento, Jordi Montané, y éste fue con  la historia al gabinete del jefe de Gobierno. Y ya se sabe: estamos en precampaña -elecciones el 1 de marzo- y no es cuestión de desaprovechar una ocasión tan pintiparada. Aunque para ser honestos, Martí se ha mantenido en esta ocasión en un elegante segundo plano. De hecho, en la comparecencia de Kimhi ante la prensa ni se le vio, cosa rara, cediéndole como era de ley a ella todo el protagonismo.

De apátrida a palestina; de palestina a sionista
Pero volvamos a 1942. Habíamos dejado a la pequeña Carla refugiada en la aduana andorrana del Pas. Aquella misma tarde y tal como les habían prometido, los Bergson fueron conducidos hasta Escaldes por el jefe de policía, Daniel Armengol. Atención, un hombre de salud de hierro que a sus... ¡100 años! todavía recuerda el episodio. Cualquier día de estos les hablamos del señor Armengol, toda una institución en Andorra. Pero no nos dispersemos. A los Bergson los alojaron en un hotel con aguas termales, "igual que las que habíamos dejado atrás, en Acs". Dice Carla que, por lo que le cuentan, quizás fuese el Muntanya. Quizás. Una vez salvados, el siguiente paso era pasar a España. "Nos dijeron que tendríamos que contratar los servicios de un guía. Pero no teníamos ni un céntimo. Cuatro años de exilio forzado nos habían dejado con lo puesto. Mi padre era doctor en Derecho y dirigía en Viena una empresa de exportación de madera. En París todavía pudo dedicarse a sus negocios, incluso tenía abierta una oficina. Pero cuando empezó la guerra y empezamos a huir de nuevo de los alemanes, fuimos consumiendo los ahorros. La verdad es que no sé cómo se lo hizo para mantener a mujer y dos hijos; sé que él y mi hermano trabajaron ocasionalmente en alguna granja..."

Lo cierto es que llegaron a Andorra con los bolsillos vacíos. O casi. Uno de sus anfitriones sugirió la posibilidad de empeñar las joyas de la señora Bergson. En el caso de que todavía las conservara, claro. Hubo suerte, recuerda Carla. En su memoria, la madre fue conducida a una especie de "castillo" -no hay ninguno en Andorra: como mucho, alguna casa más o menos fortificada, la casa Rossell o la casa de Areny-Plandolit, las dos en Ordino- donde empeñó sus escasas pertenencias con el compromiso de que no serían revendidas y que podría recuperarlas tras la guerra. Naturalmente, las joyas de la señora Bergson, que falleció antes de la derrota alemana, jamás regresaron a manos de la familia. Aun así, Carla se muestra todavía agradecida, porque aquella transacción les permitió contratar al día siguiente un guía. Un pasador.

Dice Carla que se llamaba Pierre, un refugiado español que se dedicaba al negocio del paso clandestino para sacarse unos dineros con que visitar a su hija de 12 años, la misma edad que ella, que se había quedado en España: "Mi padre aceptó el trato y en unos días, no recuerdo cuántos, partimos hacia España". Y que recuerda haber dormido las "noches" que duró el periplo en las "granjas" que encontraban por el camino. Una vez en la Seo de Urgel -a 10 kilómetros de Andorra- siguieron los consejos de Pierre: se dirigieron a la estación de autobuses y compraron "cuatro billetes para Barcelona" -y lo recuerda Carla en castellano. "Si nos arrestaban, que fuese en un lugar público y con testigos, que la Guardia Civil no nos pillaran en un descampado y nos pudiera pegar cuatro tiros". Y eso fue exactamente lo que ocurrió: la pareja que reglamentariamente, recuerda, ocupaba en la inmediata postguerra y en zona fronteriza los últimos asientos del coche de línea arrestó a los Bergson, que iniciaron un nuevo periplo, de prisión en prisión, hasta que terminaron en la madrileña de las Ventas, entonces cárcel de mujeres y cabe entender que destino de Carla y de su madre.

El capítulo español de los Bergson concluye en 1944, cuando obtienen unos certificados para emigrar legalmente a Palestina, entonces protectorado británico. En España, y tras los durísimos inicios a los que se enfrentaba cualquier refugiado de a pie -otra cosa eran los militares aliados, sobre todo los oficiales y los pilotos- los Bergson recibieron el auxilio del Joint Distribution Comittee, la agencia norteamericana de ayuda a los judíos cuya labor en España ha rastreado Josep Calvet en Huyendo del Holocausto. Y todavía recuerda con afecto su paso por el Liceo francés y por el orfanato de la Sagrada Familia. Se da la circunstancia, recuerda Carla con cierto humor, "de que mi primer pasaporte fue palestino. En fin, llegamos a un país joven, vacío, terriblemente caluroso... ¡con lo que a mí me gustaba la montaña! Pero vivos".

Los Bergson habían jugado al gato y al ratón con los alemanes, y al final se habían salido con la suya. Tuvieron suerte, y era conscientes de lo que se jugaban: "Mi primer recuero político, si se puede llamarle así, es el asesinato del canciller Dollfuss, perpetrado por sicarios nazis en julio de 1934. Mi padre decidió huir de Austria en marzo de 1938, y nuestro primer destino fue París. Antes de estallar la guerra, acogimos durante unos días en casa a un chico que había estado recluido en Dachau, que no era entonces un campo de exterminio pero donde se liquidaba igualmente a los judíos. Nos contó cómo los guardias colocaban una cuerda a cierta altura, y al que no lograba saltarla le pegaban un tiro. Quiero decir con esto que sabíamos perfectamente lo que nos jugábamos si caíamos en manos de los alemanes."

Los últimos judíos de Acs
Acs fue la penúltima etapa del periplo iniciado en 1938. Tampoco en esta localidad a un tiro de piedra de la frontera con Andorra y España, estuvieron nunca seguros. Recuerda Carla las frecuentes razzias a la caza del judío, y cómo su padre les ordenaba huir unos días a la montaña, hasta que la tormenta amainaba: "Fueron cuatro años de terror, de sentir que cada día que pasaba le habíamos robado un batalla a la muerte". Los Bergson fueron sin duda afortunados: en Acs coincidieron con otras ocho familias de refugiados judíos. Todas fueron deportadas. Hasta la ocupación nazi de la Francia de Vichy, el 11 de noviembre de 1942, ordenado por Hitler en respuesta al desembarco aliado en el norte de África. Al día siguiente los Bergson hicieron las maletas y se plantaron en el Pas de la Casa a bordo del coche de un vecino de Acs.

¿Que fue de Carla, una vez establecidos los Bergson en Palestina? Sobrevivir. El padre intentó regresar tras la guerra a Viena para recuperar lo que quedara del patrimonio que había dejado atrás; con la mala fortuna que murió en la capital austríaca de un ataque al corazón. Carla y su hermano -la madre había muerto durante la contienda- quedaron solos en Israel. Ella tenía 16 años: "A veces pienso que mi padre se impuso la misión de poner a su familia a salvo, y que una vez logrado esto sentía que había cumplido con su deber". En fin, con la proclamación del estado de Israel, el 14 de mayo de 1948, nuestra ya no tan pequeña Carla fue movilizada y se enroló en la fuerza aérea del recién nacido Tsahal.

Tras el servicio militar ejerció como intérprete -habla alemán, inglés, francés, hebreo y dice que entonces, en los años 40, también un muy buen español- y también como actriz, directora y productora de teatro y música clásica, al frente de la Israel's Kibbutz Chamber Orchestra. Pero esta es otra historia que quizás otro día podamos contar. Hoy Carla había venido a hablar de Andorra, "que fue para mi familia y para tantas otras un rayo de luz en una Europa negra. Negrísima". Y no se marcha antes de una última observación a cuenta de su país adoptivo: "Israel se parece algo a Andorra: los dos son pequeños pueblos rodeados de grandes vecinos. La diferencia es que a ustedes les dejan tranquilos. A nosotros no; ni un minuto. Nos acusan de todo, cuando lo único que queremos es vivir tranquilos. Uno de mis nietos tiene que cumplir pronto su servicio militar. No saben lo que eso me inquieta..."