Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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viernes, 2 de octubre de 2015

Romeu, el 'veguer' eterno

Ludmilla Lacueva debuta en la ficción con L'home de mirada clara, biografía novelada de Charles Romeu; en el cargo entre 1884 y 1933, suyos son -entre otros- los testimonios fotográficos de la sentencia de muerte de 1896 y la primera ascensión motorizada al puerto de Envalira, en el verano de 1912. Fue el veguer más longevo de la historia. Y tuvo un final más bien triste.

Romeu, en sus tiempos de estudiante de leyes en Tolosa; ejerció como veguer entre 1884 y 19`33, y además de dejar testimonio fotográfico de la lectura de la sentencia de muerte de 1896 -al parricida Manuel Bacó se le conmutó la pena por la de cadena perpetua, que cumplió en un presidio francés- y del primer convoy de automóviles que circuló por la carretera de Envalira, en 1912, durante su largo mandato abrieron en el país las escuelas francesas, se tendieron las primeras líneas de teléfonos, se gestionó la concesión de Fhasa y empezó la construcción de la central eléctrica, y se completó la red de carreteras. Fotografía: Colección Jean-Pierre Raison.
La lápida del veguer eterno en el cementerio de Tolosa es explícita en todo, menos en señalar al culpable de todo: el veguer adjunto Joseph Carbonell en opinión deLacueva, que ha novelado la biografía de Romeu en L'home de mirada clara, es "el más despreciable de sus conciudadanos"; es decir, el causante de la muerte de nuestro hombre. Fotografía: Ludmilla Lacueva.


"Abogado, veguer de Andorra, caballero de la Legión de Honor, juez del Tribunal Superior, consejero de prefectura, presidente de la Oficina de Asistencia Judicial, fundador del dispensario departamental de Higiene social y de la Asociación Politécnica, y hombre de bien en toda la acepción de la palabra, y víctima del más despreciable de sus conciudadanos..." Estas son las exactas palabras que Suzanne, segunda esposa y viuda de Charles Romeu (Prada, 1854-1933), hizo grabar en la lápida del panteón familiar del cementerio de la localidad donde nació y donde hoy reposa. Entre los honores que dan lustre a la larga, larguísima carrera de nuestro hombre, nos fijaremos hoy en el segundo -veguer francés entre 1884 y 1933, el más longevo de la historia- y también en el último, esta lapidaria -y nunca mejor dicho- sentencia: "...víctima del más despreciable de sus conciudadanos".

El hombre a quien Suzanne culpaba de la muerte de su marido era Joseph Carbonell, a quien François Marie Taviani, delegado permanente del Copríncipe francés en la época -estamos en 1932- había enviado a nuestro rincón de mundo en calidad de veguer adjunto, cargo inexistente inventado para el mismo Carbonell y que el Consell General se resistió con uñas y dientes a reconocer. Con éxito, por cierto. En realidad, sugiere Lacueva, Carbonell formaba parte de una especie de confabulación pergeñada desde las altas esferas de la administración francesa para sacarse de encima a Romeu, que después de casi medio siglo en el puesto mostraba a ojos de los gabachos demasiadas simpatías por la causa andorrana. Carbonell se dedicó en sus meses como veguer fantasma -pero que residía sobre el terreno, mientras que el titular, incluido Romeu, sólo ocasionalmente se desplazaba al país, sobre todo para cumplir sus funciones jurisdiccionales- a minar la obra de su jefe y a enviar a Pepiñán -capital, de los Pirineos Orientales, cuyo prefecto ejercía a la vez el cargo de Delegado Permanente del Copríncipe en Andorra- informes catastrofistas que alertaban de una inminente revolución.

Tampoco iba tan desencaminado, esta es la verdad, pero esta es otra historia y nuestro hombre es Romeu, personaje casi desaparecido de la memoria pública de este país -hay otros: la lista sería larga- y que Lacueva (Els pioners de l'hosteleria andorrana) ha convertido en protagonista de su debut en la ficción, L'home de mirada clara (Editorial Andorra). La autora atribuye este olvido a la enorme transcendencia de los años inmediatamente posteriores -con la Guerra Civil, la II Guerra Mundial, la postguerra y el boom económico- que han ocultado los hitos considerables del mandato de Romeu, y también al hecho de que entre las funciones del veguer se encontraba entonces -y hasta la Constitución de 1993- la de impartir justicia, "cosa que no siempre hacía a satisfacción de todos, como es natural". En este punto conviene recordar la célebre lectura de la sentencia de muerte -conmutada por trabajos forzados a perpetuidad- de parricida Manuel Bacó, dictada el 17 de abril de 1896 en una ceremonia pública de la que existe una escalofriante fotografía -atribuida por otra parte al mismo Romeu, detalle éste imposible porque el veguer ocupa su lugar en el ritual y es uno de los personajes del centro de la escena.

Tras el veguer, un hombre: marido y padre
Se trata en cualquier caso de un olvido absolutamente caprichoso e injusto, opina Lacueva, porque el veguer Romeu fue uno de los artífices de la irrupción de la modernidad en este país: las escuelas francesas, la carretera hasta el Pas de la Casa desde el lado francés, la línea de telégrafos y el primer servicio de correos (franceses, naturalmente: la Poste continúa hoy al pie del cañón) hay que ponerlos en el haber del veguer, que actuaba movido por un celo digamos patriótico -uno de sus objetivos era extender y ampliar la influencia francesa en el país- pero que con los años -ya se sabe que el roce hace el cariño- gestó lo que a la autora se le antoja un sincero aprecio por la cosa andorrana. Hasta el punto que este fue uno de los motivos de su caída en desgracia. Murió el 5 de marzo de 1933, así que se ahorró el espectáculo de ver cómo que materializaban algunas de sus peores pesadillas: sobre todo, la ocupación del Consell General, perpetrada en abril de ese mismo año, pero también el desembarco -con sección de ametralladoras incluida- del destacamento del coronel Baulard, a mediados de agosto, interpretado por los andorranos -y por el veguer adjunto, según  confesión propia a la reportera catalana de La Humanitat, Irene Polo: "Nous sommes en Andorre, chez nous!"- como una especie de ocupación encubierta. Opina Lacueva que Romeu, hombre de talante esencialmente dialogante, se habría opuesto a la operación policial, y recuerda que su viuda, Suzanne, se presentó en Casa Rossell -Josep de Riba, el veguer episcopal, era un gran amigo de la familia- "para apoyar a los andorranos en contra de los intereses de Francia".

Al lado del Romeu oficial, que podemos encontrar en los libros de historia -aunque eso sí, con muchas dificultades- Lacueva hace emerger al hombre, porque se trata al final de una novela y no de una biografía académica. La labor de documentación ha sido en este punto especialmente delicada porque Romeu no tuvo descendencia y las noticias familiares las ha tenido que herborizar en ramas colaterales que a duras penas han conservado su recuerdo. Lacueva ha recogido suficiente material como para dibujar el perfil de un hijo de buena familia -el padre, también abogado, había sido alcalde de Prada- que se casó en primeras nupcias con Eugénie Lafabrègue, que vio morir a su esposa y a su primera (y única) hija, Cécile, justo después del parto, y que no dudó en unirse a Suzanne, mujer -por decirlo con un tópico- de baja extracción social -a saber lo que significa esto- en un episodio que causó escándalo y que terminó con parte de la familia enemistada. Pero Charles perseveró y acabó convirtiendo a Suzanne en su segunda esposa.

Entre la mina de anécdotas que trufan L'home de mirada clara las hay extraordinariamente suculentas: por ejemplo, la vez que en cierto hostal le sirvieron una trucha, fuera de temporada, y él se la zampó, porque era un caballero. Al terminar el ágape, y en estricto cumplimiento de sus funciones, multó reglamentariamente a la señora de la casa por la infracción cometida. O cuando se enfrentó a su gran amigo, el veguer De Riba a causa de seis militares turcos -estamos en la I Guerra Mundial- escapados de un campo francés de prisioneros de guerra y que habían buscado refugio en la neutral Andorra: alguien había decidido encerrarlos en la prisión -entonces en Casa de la Vall- y De Riba ordenó liberarlos sin encomendarse ni a Dios, ni al diablo ni tampoco al veguer Romeu, como hubiera sido preceptivo, porque las decisiones de este tipo se tomaban de mutuo acuerdo. Se armó un buen cirio. O las cartas que, ya enfermo y en su lecho de muerte, le dictaba a su esposa y que firmaba de forma más bien lúgubre: "Dictada por un moribundo..." Lean L'home de mirada clara y juzguen ustedes si el veguer Romeu merece (o no) ser elevado a los altares del callejero. Otros con muchos menos méritos lucen su nombre en estupendas placas, y no pasa nada.

[Este artículo de publicó el 10 de abril de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

miércoles, 1 de julio de 2015

El parricida afortunado (o Manuel Bacó: el hombre que esquivó al garrote)

Manuel Bacó, vecino de Escaldes y el segundo hombre en ser condenado en Andorra al garrote por parricidio -el tribunal lo consideró culpable de haber molido a palos y estrangulado a su señora madre, el 11 de enero de 1896- esquivó a la muerte y la pena capital le fue conmutada por la de trabajos forzados a perpetuidad; su esposa, Rosa Albós, fue condenada a diez años de prisión como instigadora del crimen. El expediente, inédito hasta hoy, se conserva en el Archivo Nacional de Andorra.

Sensacional instantánea de lectura pública de la sentencia de muerte dictada contra Manuel Bacó el 17 de abril de 1896, en la plaza de Andorra la Vella (actual plaza Benlloch). La imagen se ha atribuido habitualmente al veguer Charles Romeu, aficionado a la fotografía -suyas es la serie de la primera ascensión en automóbil al puerto de Envalira desde el Pas de la Casa, en el verano de 1912. Pero es dudoso que la tomara él personalmente, porque debido a su función su puesto estaba entre las autoridades que presiden la lectura, reglamentariamente situadas frente al reo. En cualquier caso, la escena guarda sorprendentes similitudes con la que fotografió en 1943 Valentí Claverol, entonces con Pere Areny ocupando el lugar del reo. Fotografía: Biblioteca Nacional de Andorra.

"Diligencias practicadas per l'Hble D. Joseph Palmitjavila en la causa criminal sobre homicidi... 1896" Fuente: Archivo Nacional de Andorra.

"Acusació final" a cargo del instructor del caso: el Tribunal de Corts de Andorra, única instancia penal -las sentencias eran ejecutivas y ante ellas no cabía recurso- se reunía ad hoc y lo integraban los dos veguers -el episcopal y el francés- así como el llamado jutge d'apelacions -que era el único que necesariamente tenía formación jurídica- y dos representantes del Consell General. Fuente. Archivo Nacional de Andorra.


Nota en que el cónsol de Andorra la Vella, Bonaventura Calba, infora al batlle Josep Pal, del hallazgo del cuerpo de la víctima, Maria Calbó, de Casa Marió de Engordany, y de las disposiciones que ha tomado, entre las cuales, que los vecinos custodien el cadáver "hasta nuevo aviso". Fuente: Archivo Nacional de Andorra.

Informe del doctor Pompeyo Jordana, que asiste al levantamiento del cadáver al día siguiente del homicidio. Concluye que Maria Calbó murió a causa de conmoción cerebral y asfixia, "la primera producida por las contusiones que presentaba en la cabeza, y la segunda por constricción del cuello por medio de la mano", y sugiere que las quemaduras se produjeron con posterioridad a la muerte porque, en una alarde de erudición -es dudoso que el buen Jordana se las hubiese visto antes con un caso semejante- aduce que "por cuanto dicen los autores de medicina legal las carnes se ponen apergaminadas, que es lo que se observaba en este cadaver". No está mal para el humilde cirujano de los Valles de Andorra... Fuente: Archivo Nacional de Andorra.

Recibo fechado en Porte, al otro lado de la frontera, el 17 de abril de 1896, en que los gendarmes Negre y Baylard, del puesto de La Tour de Querol, se hacen cargo del reo, Manuel Bacó, "condamné per le tribunal des Corts aux travaux forcés à perpétuité". Fuente. Archivo Nacional de Andorra.
Minuta con los gastos generados con posterioridad a la sentencia que condena a Manuel Bacó a la pena de muerte -conmutada in extremis por trabajos forzados a perpetuidad- que incluye entradas como "lo animal" que debe conducir el preso hasta Soldeu (2 pesetas). Fuente: Archivo Nacional de Andorra.


Comencemos por el final. Un final que tiene lugar en Porta, al otro lado de la frontera francoandorrana, hasta donde los gendarmes Négre y Baylard, procedentes de la Tour de Querol, han ido a recoger a Manuel Bacó. Hemos retrocedido hasta el 17 de abril de 1896 y hasta Porta ha sido conducido por la -ejem- "policía andorrana", por decirlo con las (in)exactas palabras de los gendarmes, este hombre de 39 años que cumplirá en Francia la pena de trabajos forzados a perpetuidad que le acaba de imponer el Tribunal de Corts. Esto es lo que dice la nota firmada por "le gendarme chef d'escorte" -Négre- con que se cierra el grueso expediente del caso Bacó, el último condenado a muerte del siglo XIX andorrano... y el segundo que iba a ser ejecutado con el garrote vil que el buen obispo Caixal introdujo en 1854 como sustituto de la "poco humana" horca. En fin, Bacó tuvo la rarísima suerte de ver cómo se le conmutaba la pena capital por la de trabajos forzados -una cadena perpetua, pero con saña- y esto convierte el suyo en un caso excepcional, porque es el único entre los cuatro condenados a muerte por aquí arriba desde lo de Caixal que esquivó el patíbulo. Le precedieron Joan Mandicó, en febrero de 1860, y el tal Masteü, contrabandista catalán -del Pallars- que fue supuestamente decapitado en abril de 1861, y le siguió el también parricida Pere Areny, en octubre de 1943, éste fusilado.

Pues aquí va la historia de Bacó. O parte de ella, porque nos falta la peripecia que siguió en su condena "a perpetuidad": ni dónde cumplió la pena, ni si realmente no salió nunca más de la prisión, ni cuándo murió. En fin, que si el hombre escapó del garrote al que estaba destinado fue porque en la lectura pública de la sentencia y a diferencia de lo que ocurrió en los casos de Mandicó y Areny alguien -autoridades o particulares, no lo sabemos- pidió clemencia al tribunal, y la obtuvo. Otra particularidad del ya de por sí singular proceso penal a la andorrana, en que la sentencia del Tribunal de Corts, la instancia única, por ejemplo, no admitía recurso alguno. El veguer Romeu dejó una sensacional fotografía del preciso momento de la lectura de la sentencia en una escena que parece calcada a la que medio siglo después tendría a Areny como triste protagonista.

Nuestro hombre fue hallado culpable de haber dado muerte a su madre, Maria Calbó de Casa Marió de Engordany. Las diligencias empiezan con la nota que el cónsol de Andorra la Vella, Bonaventura Calba, eleva al batlle Josep Palmitjavila informándole del hallazgo del cuerpo de la víctima: "Li dono coneixement de que Isidro Pujol me adonat coneixement de que habia trobat dintre de casa de Marió de Engordany la mestressa majó morta e lo sol, lo cual coneixement estat donat lo dia 11 de jene á 13 hores y mitja del mati (...) Enseguida e practicat diligecias ay anat a troba los bains de casa Marió y los ay fet coresponsables de dit cadabre asta nou abis".

El parricidio tuvo lugar el 11 de enero de 1896 y según la instrucción, que firma el batlle Palmitjavila, la abuela Mariona -como era conocida entre los vecinos- murió molida a palos y ahogada, en el que fue el funesto capítulo final de una larga historia de encontronazos familiares en que jugó un papel destacado -al decir de la sentencia- la nuera, Rosa Albós. Tan destacado, que el mismo tribunal que condenó a Bacó a muerte la castigó a ella con diez años de trabajos forzados como "cómplice" del parricida y por haber "coadyuvad" al crimen. Pena que tampoco en este caso consta dónde cumplió, cabe esperar que en algún presidio francés, ni si pudo regresar a casa una vez saldadas sus cuentas con la justicia.

El mal ambiente en la casa de los Bacó arranca por lo visto inmediatamente después del matrimonio entre Manuel y Rosa. Hasta el punto que la pareja decide irse a Francia -destino por otra parte habitual de los segundones andorranos- "per no poder avenirse ab sos pares", aunque no tardan en regresar "creyentse haurien acabat las discordias". Pues se equivocaban. Y la cosa no hizo sino empeorar. Incluso los vecinos, que aconsejaban a la pareja abandonar de nuevo el domicilio familiar para evitar las "discordias" habituales, le oyeron decir a Manuel que la de largarse no era alternativa, que "primerament lo portarian al cementiri o a una presó".

Pues esto es exactamente lo que ocurrió. Un mes antes del fatídico 11 de enero, Manuel ya había amenazado a su padre, Narcís, en la borda -o cabaña- donde cobijaban al ganado. Y se las debieron tener bastante tiesas porque el pobre Narcís se negó por lo visto a volver a la borda "pel temor de que no li fes algun ultratge dit son fill". La madre también debía verse venir algo porque los testigos que desfilan ante el batlle Palmitjavila declaran haberle oído decir que "no volia quedarse a la nit sola a casa per temor la asesinarían". El 10 de enero, nuera y suegra tuvieron un último y premonitorio encontronazo por una cuestión de dinero. Un clásico. Manuel no podía más: "Estaba fastidiat de aixo y feya massa temps que duraba", afirman los vecinos que repetía a quien quería escucharle.

Y en estas que llegamos al 11 de enero. A las diez y media sale el padre, Narcís; tres cuartos de hora más tarde, la nuera, Rosa, con el niño que tienen con Manuel. Y se quedan solos en casa el hijo, Manuel, y la madre, Mariona. El relato del doctor que asiste al levantamiento del cadáver sostiene que el cuerpo presentaba heridas en la cabeza producidas con un palo "de unos cuatro palmos de longitud" -porque a diferencia de la sentencia, la autopsia está redactada en castellano. Golpes que por lo visto no fueron mortales y hubo que rematarla, concluye la sentencia. Pero ni así se dio por vencido el parricida: todavía tuvo la ocurrencia de acercar el cadáver al fuego de la cocina y le chamuscó la parte derecha del rostro, "ja sia per precipitar la mort, ja sia per demostrar que arribá un accident a la victima". La instrucción del caso lo cuenta como sigue: "La escena que va succehir es facil de describi: Manuel Bacó donà tres garrotades al cap de la ferida produintli les feridas que declara lo facultatiu y com sens dupte la victima encara respiraba la agafá per lo coll y la escañá segons resulta de las ungladas que tenia al mateix coll y la escañá segons resulta de las ungladas. Per ultim va collocar lo cap del cadaver al foch".

A Manuel lo delataron no sólo los vecinos -aseguraron que el día de autos no entró ni salió de la casa familiar nadie que no fuese de la familia- sino la sangre que le salpicó la ropa. Intentó justificar las incriminadoras y sanguinolentas manchas con una pintoresca coartada: primero alegó que precisamente ese 11 de enero había ayudado en la matanza de los "tocinos" de su suegro. Como no coló  -resulta que habían sido sacrificados en Navidad-, lo intentó de nuevo con el mismo argumento: que había ayudado en la matanza de los cerdos de un tal Tabacaire. También este declaró que la matanza había tenido lugar tres semanas antes del día de autor. Una y otra fueron consideradas por el tribunal, excusas "inadmisibles", y no le tiembla el pulso a la hora de dictar sentencia: "De totas aqueixas circumstancias y tambe de la unanimitat de la opinió púlica es desprén que lo asasinat de Maria Calbó es imputable a son fill". Y le impone a Manel la pena de muerte. No será el único condenado: su esposa también es señalada como cerebro del crimen: "Resulta de la instruccio de la present causa que la instigadora del crim ha estat Rosa Albós per ser la causa constant de las cuestions amb sa difunta sogra ja que la presencia de ella en la casa de sos sores feya perdre la tranquilitat y originava la discordia". No era mujer fácil, Rosa, y además demostró muy poca prudencia, porque la sentencia recoge las "expressions que habia proferit de que dos donas eran masa en una casa" para concluir que "no es duptos de que Manuel Baco, a las excitacions de sa esposa hagia cumplert son parricidi". En fin, que Rosa Albó será condenada como "cómplice" a diez años de trabajos forzados. Con un remate pelín estrambótico: y es que uno y otra resultan también condenados al pago de los gastos y las costas "solidariamente". Cabe pensar que, en caso de insolvencia, no le cargaran el asunto al pobre Narcís...

La autopsia del doctor Pompeyo
El expediente del caso, conservado en el Archivo Nacional de Andorra, incluye también el informe del "médico cirujano de los Valles de Andorra", el doctor Pompeyo Jordana, que examina el cuerpo de la víctima al día siguiente del parricidio, todavía en la escena del crimen, al que acude con el juez, el secretario y el alguacil para encontrarse, dice, "con una mujer tendida en el suelo en decúbito supino, sin pulso, sin latidos cardíacos y con el cuerpo rígido y frío (...) de unos cincuenta a cincuenta y cinco años de edad, vestida al estilo del país y no levaba pañuelo en la cabeza". Con la misma frialdad describe el doctor Jordana el arma del  crimen, "un palo de unos cuatro palmos de longitud", y las heridas que el homicida provocó a la víctima: "En la cabeza presentaba en la parietal izquierda una herida contusa de unos cinco centímetros de longitud, y de profundidad hasta el hueso (...). Tenía otra contusión que tocaba a la región frontal, parietal y temporal del lado izquierdo, con los huesos un poco hundidos". La cosa no se acaba aquí, de lo que se deduce que el encarnizamiento con que obró el autor: "En la parte anterior del cuello presentaba tres escoriaciones (...) producidas al parecer con las uñas de los dedos de la mano derecha"; en la espalda, "dos contusiones de poca importancia (...), en la rodilla izquierda, ora contusión también de poca importancia." Pero lo peor está por llegar: "La cara la tenía toda quemada menos la región de la mandíbula inferior izquierda". De todo lo que antecede -y no está mal para nuestro humilde cirujano, concluye que Maria Calbó murió a causa de conmoción cerebral y asfixia, "la primera producida por las contusiones que presentaba en la cabeza, y la segunda por constricción del cuello por medio de la mano", y sugiere que las quemaduras se produjeron con posterioridad a la muerte porque, en una alarde de erudición -es dudoso que el buen Jordana se las hubiese visto antes con un caso semejante- aduce que "por cuanto dicen los autores de medicina legal las carnes se ponen apergaminadas, que es lo que se observaba en este cadáver". El doctor cobró por sus servicios unos honorarios de seis pesetas. Y ya que hablamos de honorarios, digamos que el batlle recibió 100 pesetas; los dos hombres que acompañaron al reo hasta Porta y que los gendarmes Negre y Baylard confunden con "policías", 32 pesetas; el arriero Sisco de Sans, 20 (¿por llevarlos a los tres a Francia?).

[Esta artículo es una versión ampliada de un artícuo publicado el 6 de octubre de 2014 en el Diari d'Andorra]

sábado, 13 de junio de 2015

1860: al garrote por 30 libras

Juan Mandicó, vecino de Canillo, fue condenado a la pena capital y ejecutado el 29 de febrero de 1860. Fue el primer reo que sufrió en Andorra el garrote vil, que en 1854 había sustituido a la horca como método de ejecución. El primero... y también el último. El garrote no volvería a funcionar por aquí arriba: el siguiente condenado a muerte -Manuel Bacó, en 1896- vio en el último momento conmutada la pena por la de prisión a perpetuidad, y Pere Areny fue ejecutado en 1943 por un pelotón de fusilamiento. 



A instancias del Consell, el obispo Caixal instituyó en 1854 el garrote como forma de ejecución en el caso de pena capital, en sustitución de una horca que el Excelentísimo y Reverendísimo Señor tenía por método algo primitivo. Según el prelado, el garrote permitía conciliar "lo últim e inevitable rigor de la justicia ab la humanitat y la decencia en la execucio de la pena capital", en una pintoresa interpretación de lo que es y no es "humanitario". En fin, que el garrote de aquí arriba se conserva hoy en el depósito del servicio de Patrimonio del ministerio de Cultura. A principios de los años 80 apareció por sorpresa en el interior de un cuartucho situado bajo las escaleras de Casa de la Vall que por lo visto utilizaban los verdugos. Hay que tener en cuenta que el garrote original es el artefacto metálico; poste y silla son añadidos actuales. Fotografía: Servicio de Patrimonio.





El notario, Pere Calvet, y el veguer, Don Guillem Torres, son junto con el fiscal -de quien no aparece citado el nombre- los protagonistas destacados del caso Mandicó. Por la causa desfilan una docena larga de testigos, aparte del mismo reo, de cuyas declaraciones se deduce la culpabilidad del inculpado. Hay que decir que entre que es detenido, el 28 de enero de 1859, y la ejecución, el 29 de febrero de 1860, transcurre más de un año. En este caso, como ocurrirá en 1943 con el reo Pere Areny, nadie ejerció por lo visto el derecho de solicitar la gracia para el condenado; Manuel Bacó, en 1896, tuvo más suerte: la pena capital le fue a él conmutada por la cadena perpetua, que cumplió en una prisión frabcesa. Fotografía: Màximus / Fondo Tribunal de Corts / Archivo Nacional de Andorra. 

"Lo dia 27 de febrer del 1860, entre les tres i les quatre horas de la tarda, fou posat en capella en la iglesia de Casa la Vall Juan Mandicó, y lo dia 29 del corrent mes y entre onse y dotse del mati fou executada la sentencia, y entre 5 y 6 de la tarda li daren sepultura a la fosa de la vila de Andorra". Esta es la lacónica nota que da carpetazoal caso Mandicó, por no decir que lo liquida. Que tiene de especial que fue el primer y último agarrotamiento que ha tenido lugar en nuestro rincón de Pirineo. Y eso que el garrote jubiló a la horca en 1854 y estuvo teóricamente vigente hasta que se abolió la pena de muerte por aquí arriba, en 1990. Fue el obispo Caixal quien tuvo la ocurrencia: consideraba por lo visto que el garrote era un método mucho más humanitario que la horca. Mandicó fue, en fin, el único de los cuatro sentenciados a muerte desde 1854 que fue agarrotado: en abril de 1862, un tal Masteü, contrabandista acusado de asesinar a un colega de oficio de quien hemos dado cuenta aquí mismo, fue decapitado a golpe de espadón en la misma plaza de Andorra la Vella. Según la noticia que dio tres lustros después de los hechos el historiado Héliodore Castillon, que muy fiable no parece porque no hay rastro ni de la sentencia ni del caso en el archivo del Tribunal de Corts que se conserva en el Archivo Nacional de Andorra. A Manuel Bacó, el parricida de Escaldes que en 1896 fue condenado por la muerte de su madre, Maria Calbó, la pena le fue conmutada por la de trabajos forzados a perpetuidad. Como es bien sabido, hubo un cuarto condenado a muerte, este ya en el siglo XX: Pere Areny Aleix, otro parricida y vecino como Bacó de Canillo, que sí que fue ejecutado -en octubre de 1943- pero no al garrote sino fusilado.

En fin, que nuestro hombre de hoy tuvo el dudoso privilegio de estrenar el garrote. El tribunal lo consideró culpable de la muerte de Gil Areny, yerno de la casa Marticella de Els Plans (Canillo), la noche del 25 de enero de 1859. Y no vacila: "Vist, ates i considerat tot cuant devia veure's, atendre's i considerarse, declara que deu condemnar com ab la presenta condemna a Juan Mandico, fadrí, pagès de Canillo, segons la pena de mort en garrot vil, que deura ser executada en lo terme de esta vila en lo punt designat per l'execució de la sentencia". Lo firma el veguer, Don Guillem Torres. La sentencia fue reglamentariamente publicada "entre las onse y dotse horas del mati del dia de avui [27 de febrero de 1860, un año y un mes después de los hechos], pel jurat de esta cort, que la ha cridada ab clara e inteligible veu".

El informe del fiscal no deja lugar a la duda desde la primera línea: acusa a Mandicó, que tenía en el momento de los hechos 27 años, de ser "plenament convicte del homicidi alevos comes en la persona del mencionat Gil Areny". Los hechos se remontan a la noche del 25 de enero de 1859: "Després de haber sopat, resat lo rosari y enseñat la doctrina a sa familia", declara la suegra de Areny, Antonia Font, la víctima salió de su casa -Cal Marticella de Els Plans- para dar de comer a los animales. Como tardaba en regresar, "baixa la muller de dit Gil y fila de la declarant y lo troba mort y estes davant la porta del estable, regresant a casa amb gran alarma davant la noticia". Inmediatamente acuden los vecinos, y el primero en llegar es Andreu Rossa, quien depone al día siguiente ante el veguer, Guillem Torres. Y es éste quien ordena al batlle de Canillo "la formació de las diligencias, rebent las declaracions convenients y evacuant las citas dels testimonis". El fiscal no puede evitar la tentación y tira de retórica para explotar el dramatismo del momento: "Pero esta mort, fou natural o violenta? Y en est cas, que causas la produiren, quina clase de medis o instruments emplea lo agresor?"

La víctima, en fin, murió "per un derrame de sanch en las yugulars" y como consecuencia de la docena de cuchilladas en el cuello que le propinó Mandicó, así como de un porrazo que le soltó en la cabeza "con un palo largo y ensangrentado" que los vecinos encontraron "seguint un rastre de sanch y pasos deixat per lo agresor prop del lloch de la ocurrencia". Un tal Joan Bofastar, probablemente médico, que inspecciona el cadáver, cuenta una decena de heridas: "Una ferida grave en lo cap feta amb instrument contundent; altra molt grave en la part superior de la part dreta del costat de la traquea feta mab instrument punxant i cortant; altra també molt grave en la part superior del coll esquerra; tres feridas graves en la mateixa part del coll donades amb arma igual; altra ferida grave en la regó humilical feta també amb instrument punxant y cortant, altra de molt grave en los nas amb instrument contundent y en fi tres feridas leves totas de arma punxant y cortant". El informe forense concluye con la opinión de Josep Rey, médico y cirujano, y Pere Rialp, cirujano, de que "algunas de las feridas descritas son per si solas mortals de necessitat, tant mes quan anaven acompañadas de moltas altras de no tanta gravetat".

El vicario de la parroquial de San Cernín de Canillo, mosén José Campmajor, certifica a instancias del tribunal el 16 de febrero la muerte de Gil Areny, "estado, casado, que falleció de muerte violenta entre las ocho y las nueve del día 25 [de enero de 1859], de edad cerca unos veinte y seis años poco más o menos, hijo legítimo y natural de los consortes Francisco Areny, natural de la Costa, y de Maria Heretes, de la Seo de Urgel" (en castellano, en el original). El vicario termina advirtiendo -como si hiciera falta- que el difunto "no recibió sacramento alguno por ser imprevista su muerte, y se le dio sepultura con misa baja".

El homicida no sólo no tuvo la prudencia de deshacerse del arma del crimen -el día que es capturado le encuentran encima "lo ganivet brut de sanch"- sino que además perdió durante la trifulca el corbatín, que apareció chorreando sangre al lado del cuerpo de la víctima. Por si no fuera poco, el día que presta declaración ante el veguer, inmediatamente después de ser capturado, presentaba heridas en cuello y rodillas. El fiscal rechazó por "ridículas e inadmisibles" las explicaciones que al respecto aportó el reo: que "estaba ple de sanch o gabinet per haber ajudat a sos amos a matar lo tosino", y que las heridas se las había hecho la noche de autos durante un errático periplo entre Canillo y Os, entre Os y Andorra la Vella, y vuelta a Canillo, donde se presenta la noche del 26 de enero "tot ensangrentat, especialment del mich en amunt".

No se acaban aquí los "indicios indubitables" -según el fiscal y el sentido común, claro- de culpabilidad: añade la "mala fama y no bona conducta que [Mandicó] tenia en la parroquia", los antecedentes penales -el reo admite haber birlado algún dinero a un tal Anton del Magistre, y haber estado preso en España por el robo de treinta carneros- y, atención, "a circunstancia de estar devent al difunt trenta lliures". Esto es lo más próximo a un móvil que aporta el fiscal. La conclusión de lo que antecede se veía venir desde el principio. No se trata de un "simple" homicidio, dice el señor fiscal, un lince, sino de una muerte "alevosa", "per haberlo comes en una persona desprevinguda y indefensa", "ab premeditació coneguda y evident", en la "soledat del lloch", y "per haber escollit una hora de nit". La lista de agravantes enterita. Y con voluntad de matar. Dolo, vamos, como deduce "per lo número y gravetat de feridas, per haber esperat una ocasio tan favorable per la poca resistencia que pogue fer el difunt, desarmat y indefens com estaba". Gil Areny fue sin duda víctima de un asesinato. Y el culpable es Juan Mandicó, como se concluye de la "serie de indicis cuasi tots indubitables y evidents" que obran en autor.

Desfilan ante el tribunal varias decenas de testimonios. Y cada declaración es un clavo más en los maderos del garrote: Antonia Farré, la mestressa de casa Call del Font, en Canillo, la casa donde trabajaba como mozo, asegura haberle visto a Mandicó un pañuelo igual al que aparece en el suelo, al lado de la víctima, y que al siguiente de los hechos apareció en casa sin el corbatín dichoso. El marido de Farré, Nicolau Naudí, sostiene que el cuchillo que se le encuentra "es propi de sa casa, reconeguentlo com a tal per haverlo lo declarant treballat". El cerco se va estrechando, y las desposiciones de lo vecinos dejan cada vez lugar a menos dudas. Jaume Font, Miquel Casal y de nuevo Andreu Rossa, los tres que primero llegaron al lugar del crimen, localizan en el prado de la casa Marticella de Els Plans "un tros de pal llargarut y ensangrentat" que otros testigos aseguran que era propiedad de Mandicó, que por lo visto se paseó por medio país con las manchas de sangre y las heridas que se llevó de la pelea: Juan Pintat, vecino de Os, dice que a las 7 de la mañana del 26 de enero -pocas horas después del homicidio- Mandicó se presentó en su casa ensangrentado y con un dedo malherido, y al sospechoso no se le ocurre coartada mejor que alegar que de camino a Os, y a la altura de Bixessarri, se le ha caído encima un muro. En su declaración, Mandicó alega haber ido por  a Os a reclamarle al tal Pintat una deuda en nombre de "la vella Marticella dels Plans", la suegra del difunto Gil; deuda que resulta ser cierta según Pintat. El hombre, sin duda aturdido, aparece a mediodía en la capital y echa un trago en el hostal de Pau Martí, que también repara en las heridas que luce en la cara, el cuello y el dedo índice de la mano derecha. Los cirujanos que lo reconocieron una vez capturado -el ya conocido Rialp y un tal Francisco Rafartés- coinciden con los testigos: Mandicó presentaba cuatro lesiones, una en el cuello producida por instrumento "punxant y cortant"; otra en la rodilla izquierda del mismo origen, y dos más "en lo expressat dit indice de la ma dreta".

El fiscal y probablemente todo el mundo lo ve claro desde el primer moment: ""Esta sang, estas feridas, ¿no son un indici vehement y clar de que lo desgraciat Gil Areny a pesar de trobarse desprevingut i indefens se resisti tot lo posible y lucha hasta caure mort?" El cuchillo que se le incauta es para el perspicaz fiscal otro indicio "indubitable de culpabilitat del reo Mandicó", que se enreda en un ovillo de coartadas a cual más inverosímil: sostiene que la sangre de su cuchillo se debe a haber ayudado a sus amos con la matanza del cerdo, y al carnicero de Canillo a despellejarlos, excusa "ridícula e inadmisible", rebate el fiscal, "cuant l'últim tocino que es mata en sa casa lo fou quinse dias abans del dia de la desgracia". Y en un último y poco convincente intento, a la pregunta de por qué cree que ha sido conducido ante el tribunal, responde el hombre que por el asunto del tal Anton de Magistre. El alegato final es demoledor, y lo cierto es que lo tiene fácil, por no decir chupado, acusarlo de homicidio con los agravantes de alevosía, "per haberlo comes en una persona desprevinguda y indefensa", premeditación "coneguda y evident", dice, y nocturnidad, "per la soledat del lloch y per lo haber assaltat una hora de nit".

Así que el fiscal pide la única pena que cabe al caso: la de muerte, aparte las costas ocasionadas "en la present inquisició", en lo que a todas luces parece un exceso de celo leguleyo: difícilmente cabe pensar que el desgraciado Mandicó tuviera pecunio suficiente para cubrir los 193 duros a que -enseguida lo veremos- subió la minuta del caso. El Tribunal de Corts lo vio igual de claro. "En garrote vil y por mano de verdugo". Y así fue. No sabemos dónde -quizá en la misma plaza de la capital donde se leyó públicamente la sentencia "ab clara e inteligible veu", quizás en el cementerio, o puede que en la intimidad de la Casa de la Vall- pero lo cierto es que Mandicó murió agarrotado "entre las 11 y las 12 del 29 de febrero de 1860", en la primera y última vez que rechinó el garrote vil que ven aquí arriba.

Lo que costaba una ejecución: 193 duros
El expediente del caso Mandicó conserva una detallada nota con la relación de gastos generados durante los trece meses que se alargó la instrucción, entre el 26 de enero de 1859 y el 29 de febrero del año siguiente. La minuta más onerosa la presenta el notario, Pere Calvet, que asiste a las declaraciones y las transcribe extensamente: 48 duros. Le sigue, atención, el verdugo, que contra todo pronóstico -recordemos que el reo fue agarrotado- no es español sino que hubo que ir a buscarlo a Francia -por cierto: el hombre que fue a buscarlo, no sabemos dónde, recibió 2 duros y 12 reales. El verdugo, en fin, se embolsó por sus servicios 26 duros, más un complemento de 16 reales "por los días que está tancat"; al veguer, don Guillem Torras, le tocaron 7 duros y 12 reales; los carpinteros, menudo trabajito, se llevaron seis duros más por arreglar el cadalso, un duro con ocho reales suplementarios por la -ejem- caja donde depositar el cuerpo del reo tras la ejecución, y otro duro con cuatro reales "per engrandir els forats dels seps". Los guardias que custodiaron a Mandicó los tres días que estuvo en capilla recibieron dos duros, y por el transporte del cuerpo hasta el cementerio hubo que abonar un duro y 12 reales. La factura incluye incluso la nota por "desfer y portar lo cadalso en Casa la Vall": un duro y doce reales. En total, 193 duros con 17 reales. Y queda la duda de dónde estuvo recluido Mandicó durante los trece meses que transcurrieron entre la captura y la ejecución.

[Este artículo es una versión ampliada del que se publicó el 13 de octubre de 2014 en el Diari d'Andorra]

domingo, 23 de marzo de 2014

La última pena capital, en 8 milímetros

Se cumplen 70 años de la última sentencia a muerte que dictaron los tribunales andorranos; Bartomeu Rebés filmó desde el balcón de su casa la lectura pública de la pena, el 28 de octubre de 1943; el Archivo Nacional conserva una copia de la filmación, una película (muda) de dos minutos escasos.

De acuerdo: 70 años no es una cifra tan redonda como los 25, los 50 y no digamos los 100. Pero no siempre tendremos la suerte que tuvimos con la carretera [la General 1, desde la frontera a Andorra la Vella, que se inauguró el 24 de agosto de 1913], y digámoslo claro, la prudencia más elemental nos dice que el 18 de octubre del 2033 algunos de nosotros ya no estaremos en condiciones de recordarlo como merece. Así que aprovechemos la oportunidad que nos brinda el calendario y evoquemos hoy la lectura y ejecución de la última sentencia capital que se dictó en nuestro rincón de Pirineo. Lo haremos, además, no con la celebérrima fotografía de Valentí Claverol -estupenda, sí, pero mil veces vista- sino con los fotogramas de los dramáticos dos minutos filmados por Bartomeu Rebés desde el balcón de su casa, en la plaza Benlloch de Andorra la Vella. De hecho, si tienen a mano la fotografía de Claverol y observan bien, verán a Rebés en acción: es el hombre situado a la derecha del todo del balcón, con la cámara al hombro y grabando la escena.













Capturas de la película de dos minutos de duración que Bartomeu Rebés, cineasta aficionado, filmó el 18 de octubre de 1943 desde el balcón de su casa -Casa Rebés- en la plaza Benlloch de Andorra la Vella; bajo él, los batlles proceden a la lectura pública de la sentencia que condena a muerte a Pere Areny Aleix, autor del disparo que la madrugada del 31 de julio mató a su hermanastro, Anton Areny Baró; el fratricida fue fusilado el mismo 18 de octubre en el cementerio de la capital. Película: Bartomeu Rebés / Archivo Nacional de Andorra.


Hemos retrocedido hasta el 18 de octubre de 1943: una pequeña multitud se concentra en la plaza, en el mismo lugar -y no es casualidad- donde hoy crece un frondoso... ¿un almez? para oír al honorable señor batlle -el juez, vamos. Es lunes, pero el ambiente es de gran solemnidad, comenzando con los consejeros generales con el vestuario ceremonial: tricornio y gambeto. No es para menos, porque estamos a punto de asistir a un acontecimiento auténticamente insólito: no se guarda memoria de la anterior pena de muerte dictada en el país -Manel Bacó de Engordany, en una escena muy similar a la captada por Claverol y reproducida en su momento por L'Illustration, fue condenado en 1896 a trabajos forzados por haber liquidado a su madre- y de hecho, Pere Areny Aleix, nuestro protagonista de hoy, tendrá el dudoso honor de ser el último ejecutado en Andorra. No discutiremos aquí ni la dureza ni la oportunidad de la pena -esto lo haremos más adelante, y con los parientes vivos más cercanos del reo- pero el caso es que el Tribunal de Corts lo tuvo clarísimo y la sentencia -que se puede consultar en el Archivo Nacional, y que encontrarán aquí arriba- declaró a Gastó de Canillo, como también se conocía al fratricida, "autor del delito de asesinato de su hermano, Anton Areny Baró, con las agravantes de alevosía, premeditación, nocturnidad, uso de medios desproporcionados y otros no especificados, condenándolo a sufrir la pena capital".

Una pena capital que según la costumbre local -conservada en el Manual Digest, el mamotreto de Fiter i Rossell- la debería haber ejecutado un verdugo traído expresamente de España o de Francia pero que los mismos batlles especificaron que "dadas las circunstancias" -el contexto bélico, con la II Guerra Mundial en marcha y poniéndoles las cosas difíciles a los verdugos profesionales, ya es paradoja- el reo fuese "pasado por las armas". Fusilado, en fin, una misión que se encomendó a los seis miembros del servicio de orden de la época, que en la película de Rebés forman marcialmente con el mosquetón al hombro y dibujando el círculo fatídico en que transcurre la acción.

Estos agentes y el somatén, que también forma en un segundo plano con las armas listas, le confieren a la escena un aire de trágica inminencia. La sentencia la había dictado el Tribunal de Corts el 15 de octubre, y se ejecutó el mismo día 18, inmediatamente después de la lectura pública, en el cementerio de Andorra la Vella, hasta donde el reo es conducido por una fúnebre comitiva. Una crónica de la agencia Cifra publicada en La Vanguardia el 9 de octubre de 1943 nos ofrece los detalles algo morbosos del episodio: "En el exterior del cementerio el reo fue atado a un mástil empotrado en el suelo y fusilado por miembros de la Policía. Para evitarle sufrimientos en sus últimos instantes, le fueron vendados los ojos y el jefe del pelotón dio la señal de fuego con signos". Lo que no recoge la crónica de La Vanguardia es la... ¿leyenda? de que uno de los agentes no tuvo estómago suficiente estómago para disparar y presentó la dimisión antes del fatídico día.

El texto de la sentencia sí que se extiende en los, digamos, antecedentes de hecho y reconstruye el crimen con detalle: el caso es que considera probado que la noche del 31 de julio de 1943 Pere Areny, natural y vecino de la Cosa de Canillo -de ahí el sobrenombre- "dormía como era habitual con su hermano consanguíneo, Anton Areny Baró". Sobre las 3 de la madrugada, "y después de asegurarse de que su hermano dormía profundamente, tomó una escopeta del calibre 12 que cargada con balines guardaba la misma habitación y disparó sobre su hermano". El disparo le produjo a Anton "una herida en la región derecha que interesaba masa encefálica, mortal de necesidad". La sentencia establece también, ya se ha dicho, que el fratricida actuó con premeditación y que el móvil del crimen era la herencia del hermano. Un clásico, vamos. Los batlles lo cuentan como sigue: "Dado que este último [Anton] tenía proyectado contraer matrimonio, el procesado dedujo que se le escapaba definitivamente la posibilidad de adquirir un día la herencia".

Reincidente
Además de la premeditación, Areny según sus jueces -y su pétrea prosa- con todos los agravantes del repertorio: "Había aprovechado el momento en que Anton dormía encontrándose en la imposibilidad de defensa (...), actuó de noche y utilizando un medio, el arma de fuego, que imposibilitaba cualquier reacción de la víctima", con un móvil "bajo" y sin que mediara provocación ni enemistad previa. En resumen: indefensión, nocturnidad, alevosía y fuerza desproporcionada. Hay que reconocer que el tribunal admite que Gastó había manifestado durante la instrucción del sumario "una mentalidad bastante simple" y que una hermana sufría de "debilidad mental". Pero ni uno ni otro lo considera motivo suficiente para declararlo irresponsable. Al contrario, establece la "plena responsabilidad" del reo. Su suerte está dictada, a pesar, concluye algo hipócritamente la sentencia, "del ánimo del tribunal habitualmente inclinado a la indulgencia". Pues no: pena capital.

Lo que no dicen los jueces, pero en cambio sí que recoge el breve de La Vanguardia, es que por lo visto Areny había confesado durante la instrucción haber liquidado a otra hermana suya diez años atrás, "delito este que había quedado en la más completa impunidad", dice el diario barcelonés. Otro clásico, este del reincidente confiado en su suerte que vuelve a actuar con manifiesta temeridad y, claro, lo terminan pillando.
Pero volvamos con Rebés: los dos minutos escasos de filmación que se conservan en el Archivo Nacional carecen de sonido y la copia es de pésima calidad, pero se intuye la habilidad del autor para el encuadre, confiriéndoles a la escena un marcado dramatismo: a diferencia de la fotografía de Claverol, tomada con el reo de espaldas y las autoridades de frente, la película arranca con Areny solo, en el centro de la plaza, la cabeza gacha y esposado con las manos por delante; el plano se va abriendo y poco a poco aparece el personal que que ha ido formando un círculo a su alrededor, el jefe de policía atento a las órdenes de las autoridades antes de llevarse escoltado a Areny, hay que suponer que directo al patíbulo. Un momento, éste último, especialmente tétrico porque justo entonces cruza por el fondo de la pantalla un inoportuno y famélico chucho. Areny no levanta la cabeza ni una sola vez. Y cuando la comitiva ha desaparecido por la avenida Benlloch camino del cementerio y la multitud rompe el círculo, surgen del lado de la iglesia de Sant Esteve un grupo de mujeres en procesión. Puro Solana.

La película de Rebés sólo se ha visto en dos ocasiones: en el especial Tele-Fira de 1988 y en el documental Pena capital, el documental sobre el caso Areny que el periodista Jorge Cebrián dirigió en 2008. Pero como en tantas otras ocasiones -y pensemos en Borís, nuestro monarca preferido, para no eternizar el asunto- el mérito del pionero hay que ponerlo en el zurrón de Antoni Morell, que fue quien en 1981 exhumó la última sentencia de muerte y la convirtió en material literario en Set lletanies de mort, su debut en la ficción y el título fundacional de la novela andorrana contemporánea. Que conste. Así que en adelante, tengamos cuando crucemos por la plaza Benlloch un piadoso recuerdo para todos los protagonistas de aquella infausta jornada. Por cierto, ¿andaría por allí el veguer Lasmartres?

[Este artículo de publicó el 18 de octubre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]