Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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martes, 20 de mayo de 2014

Ursula Simpson: de la Shangai de Ballard al Cairo de Rommel (o casi)

Nació en el Shangai de entreguerras que Ballard y Spielgberg retrataron en El imperio del sol. Vivió desde El Cairo, y con la angustia en el cuerpo, la derrota del Afrika Korps de Rommel. En los años 50 la crítica la considero la Françoise Sagan de la novela británica, y en 1957 se instaló -quién lo iba a decir- en Engordany. Fue un amor a primera vista. Pero Ursula Simpson, esta perfecta expatriada hija del Imperio, ha conocido las dos Andorras, y de la de hoy no sabe si se enamoraría.

Ursula Simpson, en los primeros años 30, en la época en que su familia residía en Shangai. Fotografía: Archivo Simpson. 
Adenmás de Shangai, Ursula Simpson ha vivido enEl Cairo, Londres, Christchurch, Buenos Aires, Glasgow y Engordany, adonde llegó en 1957 con su padre, el ingenierio Stanley Simpson. El chalet que levantaron nada más instalarse en el país -en la fotografía, el salón de la casa- es hoy el reducto de una Andorra periclitada, enclaustrado entre anodinos, más bien vulgares bloques de pisos. Fotografia: Máximus.

En la carretera de Engordany se levanta el chalet Simpson, una sorprendente construcción inspirada en la borda pirenaica y de una cierta apariencia marina. Lo erigió Stanley Simpson, el padre de Ursula, en 1957. Es una visión casi turbarbora, porque el chalet sobrevive hoy enclaustrado entre bloques de pisos de dudosa personalidad y la suya es una presencia cada vez más incongruente, claramente anacrónica y que parece -sabe mal decirlo- condenada a la extinción. El contraste ofrece una metáfora de ladrillo y piedra de las dos Andorras que ha conocido Ursula y, como ella, todos los andorranos de una cierta edad: el país de postal que atrajo como un imán a personalidades como el escultor Josep Viladomat, el compositor Josep Fontbernat, el lingüista Manel Anglada, el polígrafo Esteve Albert, el memorialista Lluís Capdevila o el ingeniero Simpson, y como si no cupiese término medio, el ultramoderno centro comercial y financiero en que se ha convertido medio siglo después, sin tiempo ni tampoco ganas de mirar al pasado reciente.

El chalet, en fin, es una caja de sorpresas, lleno a rebosar de los recuerdos de las vidas viajeras, marineras y aventureras de quienes la han morado en el último medio siglo: una escultura totémica de la Polinesia, la viga tallada de una mansión castellana del siglo XVI, una imagen budista, dibujos orientales a la tinta china... Desde que Stanley Simpson murió, en 1990 -y a los 100 años: ¡cómo son estos expatriados!- quien gestiona la memoria de esta nave varada en la confluencia de los dos Valiras es Ursula. Y lo hace, además, a través de sus novelas, porque biografía y bibliografía están en este caso estrechamente vinculadas. La suya fue una carrera literaria precoz y prometedora, hasta el punto de que a principios de los 50 la crítica la despachó como la François Sagan británica.

Una comparación fácil, basada en la juventud de las dos escritoras y en el hecho de que ambas compartían unos exóticos orígenes coloniales. Una etiqueta que, dice, encajó con más resignación que entusiasmo. El caso es que la bibliografía de Ursula arranca con The Sun Behind Me, recreación -y empieza el sarao- de su experiencia vital en el Cairo de la postguerra: "Quise reflejar el impacto que el advenimiento del nacionalista Nasser tuvo en una sociedad tan cosmopolita como lo era la egipcia del momento; una sociedad que hasta entonces había sido un ejemplo de convivencia y de multiculturalismo: en mi escuela estudiábamos niños de todas la religiones y de un montón de nacionalidades, y nos entendíamos bien. Con Nasser, todo esto se acabó: tenía la obsesión de expulsar a todos los que no fueran musulmanes, empezando por los judíos y terminando por los cristianos. La debí escribir a la vez con el corazón y con el estómago, porque incluso ganó un premio del Daily Mail a la mejor novela del mes..."

¿Valió la pena?
Ursula, que había empezado escribiendo relatos y reportajes para revistas literarias, se encontró de repente convertida en una escritora profesional, su sueño desde siempre. Y si con The Sun Behind Me causó sensación, la consagración le llegó con la segunda novela, The Vintage, en la que otra vez recurrió a su memoria personal para levantar un drama rural con todas las de la ley y con la vendimia de Beaujolais de fondo: "Era algo completamente diferente. Lo que pretendía era reflejar el alboroto que causaban los temporeros italianos que cada otoño aterrizaban en el Beaujolais, y que yo conocía bien había pasado allí algunos veranos". La fortuna le sonrió: la Metro compró los derechos para adaptar la novela al cine, en una película -hoy semiolvidada, todo hay que decirlo- que dirigió el entonces debutante Jeffrery Hayden -después prolífico director de teleseries más o menos míticas, desde Falcon Crest y Magnum hasta, ejem, El coche fantástico- con un reparto de primer nivel en que por primera y única vez actuaron juntas dos de las estrellas del cine de los años 50: Mel Ferrer y Michèle Morgan. Ursula se encargó de escribir ella misma el guión, y la cosa le debió gustar porque durante toda la década trabajó para el cine... contra la opinión de su editor de Collins: "No se cansaba de advertirme de que si me vendía al cine acabaría dilapidando el talento que pudiera tener. Y lo malo es que tenía razón, pero aquel trabajo me permitía ingresar unos buenos dineros".

Tras este éxito inicial, Ursula abandonó también precozmente su carrera literaria: no volvió a publicar ninguna otra novela, aunque tiene cuatro manuscritos en el cajón: "No he dejado jamás de escribir, pero soy incapaz de dar una novela por acabada. Esteve Albert siempre me decía que tenía que publicar, pero supongo que me falta confianza en mis posibilidades: hay tantos escritores, y tan buenos, que... ¿qué puedo aportar, yo?" Y se pone a repasar en voz alta la lista de sus escritores: Durrell, Virginia Woolf, las hermanas Bronte, Wilde y, oh, sorpresa, Jane Francesca Elgee... ¡la made de Oscar! Pero la pátina cinematográfica de Ursula no se termina aquí, porque el Shangai donde nació en 1930 es exactamente el que recrea J. C. Ballard, estricto coetáneo suyo y amigo de la familia, en El imperio del sol, que como el lector recordará Spielgberg llevó a la gran pantalla: "Era aquel un mundo de contrastes durísimos: al lado de una enorme miseria, de pobre gente que se moría literalmente de hambre, había una especie de euforia típicamente americana, con las fastuosas fiestas sociales de la colonia extranjera. En fin: a Jamie [Ballard] no le gustaba nada. Y a mí, tampoco. O sea que los sábados nos quedábamos en las habitaciones jugando. Era algo parecido a un acuerdo que habían tomado las familias, así nos evitábamos tener que participar en aquel paripé".

Por lo que Ursula no tuco que pasar, afortunadamente, fue por el campo de concentración adonde Ballard fue a caer tras la invasión japonesa. Los Simpson habían abandonado el Extremo Oriente en 1937, y se habían trasladado brevemente a Christchurch, la capital de la Isla Sur (Nueva Zelanda), de donde era originaria la familia paterna. Aquello fue un paréntesis que Ursula recuerda por el contraste con la vida de señores que habían llevado en Shangai: "Acostumbrada a estar permanentemente rodeada del servicio doméstico, poder espavilarme casi completamente sola, solo bajo la lejana vigilancia de una abuela con la manga muy ancha, representó para mí el descubrimiento de la libertad". El siguiente destino de Simpson padre -ingeniero al servicio de la petrolera Shell- fue El Cairo, donde los sorprendió el estallido de la II Guerra Mundial. Una época sorprendentemente plácida, tocada incluso de un halo romántico en el recuerdo de Ursula: "La guerra había llevado al Cairo a gentes de todas las nacionalidades, y cuando los soldados venían a recuperarse del servicio en el desierto, tan morenos... Por supuesto que a lo lejos, pero no tanto, oíamos de vez en cuando el sonido de los disparos, pero no recuerdo haber sentido miedo de una inminente ocupación alemana. De todas formas, los amigos egipcios de la familia lo habían preparado todo por si finalmente llegaba el día fatídico. El plan consistia en disfrazarnos de indígenas y huir a una propiedad que tenían en el delta del Nilo, donde viviríamos como si fuéramos egipcios mientras durara la ocupación. Como comprenderás, me moría de ganas de que llegara el momento de poder embarcarme en una aventuras al más puro estilo Durrell. Pero ese momento no llegó jamás."

En 1948 los Simpson abandonan la vida nómada y regresan a Londres, con Ursula decidida a convertirse en escritora. Y lo consiguió, a los 18 años y a instancias de su padre, el ingeniero: "Harto de oír cómo me quejaba, un día me cogió y me soltó el sermón: 'si es lo que de verdad quiere, coge unas cuartillas y lleváselas aquí'.Y me señalaba la delegación de una revista canadiense que entonces tenía mucho prestigio. Lo hice y eso fue mi salvación, porque allí intimé con escritores de verdad que me ayudaron a pulir el estilo". Hasta que en 1957, precisamente el año que se estrena The Vintage, Andorra se cruza en el camino de los Simpson: "Mi padre sufría de bronquitis, y el médico le recomendó vivir en un país elevado, porque los inviernos mediterráneos con húmedos y traicioneros. Teníamos Andorra en la lista, y aquel otoño vino para conocerlo personalmente. Enseguida le entusiasmó. El primer invierno alquilamos un piso, pero ya estaba decidido a adquirir una roca, como decía él, para construirse una casita". Así fue como aquel hombre excepcionalmente longevo y de gran sentido del humor -según los que lo recuerdan-, que había combatido en la I Guerra Mundial enrolado en la Royal Navy, y que se había pateado medio mundo por cuenta de la Shell recaló finalmente en Andorra: "Viladomat nos habló de una borda que estaba en los terrenos del Panxut, al lado de su taller. La compramos y él mismo hizo lo planes del chalet, que levantamos el año siguiente. Y hasta hoy."

Así que el año que viene [2007] se cumplirá medio siglo que los Simpson se instalaron en Engordany. Es cierto que Ursula abrió en los 60 una paréntesis de casi una década -su marido trabajaba como editor en Collins- y se trasladó a Glasgow hasta que en 1970, tras el fallecimiento repentino de su esposo, regresó esta vez definitivamente a Andorra. Engordany, en Escaldes, se convirtió en el centro de operaciones de una familia paradójicamente enamorada de la mar. La prueba es que Stanley matriculó la primera embarcación andorrana, el velero Pareora II, alma luminosa en lengua maorí: "Siempre había cultivado la afición por la vela, y antes incluso de la guerra había sido campeón de la Isla Sur. Y tenía una barca amarrada en el puerto de Tarragona con el que hacíamos largas travesías cuando llegaba el buen tiempo. Así que matriculó el Pareora II en Andorra: si los suizos, que tampoco tienen mar -que se sepa- son una potencia en deportes náuticos, ¿por qué no nosotros?" De esta afición marinera surgió una novela inédita, The Calms of January, ambientada en la Jávea del Desarrollismo, que los Simpson conocieron de primera mano porque se contaban entre los fundadores de su club náutico. Como también conocieron de primera mano las glorias y las miserias de la Argentina de Perón, donde la familia vivió en 1950 -siguiendo otra vez el periplo laboral del patriarca- y que Ursula plasmó en The Hills of Cordova, que también ha quedado inédita: "No me gustaba la buena sociedad de Buenos Aires, aquellas gentes tan estirada y orgullosa. Para ellos, las provincias del interior era un territorio primitivo, casi salvaje, que miraban de lejos y con condescendencia. Así que pensé que la provincia sería muy probablemente mi lugar, y apara allí me fui con mi madre. Acertamos de pleno, porque aquí nos reencontramos con la libertad".

Llega la hora del balance. A Ursula se le encienden los ojillos al evocar la Andorra preindustrial -o mejor, precomercial- que la hechizó: "Nos conocíamos todos, en cada casa tenías a un amigo, y existía una buena voluntad general, un espíritu que el tiempo ha ido arrinconando, así de simple. Éramos una comunidad minúscula, donde te interesabas por los problemas del vecino de una forma natural, sana y cálida. Hoy sólo se trata de hacer dinero. Es lo que único que cuenta. La Andorra que yo conocí ya no existe. Pienso que si llegara hoy a este país sin saber nada de él, de la misma manera que llegué en 1957, no me enamoraría de él como entonces. Definitivamente, no". Tras media vida aquí, la conclusión no deja de tener un regusto amargo, triste, algo desolador, y que invita finalmente a la reflexión: ¿ha valido la pena?

[Este artículo se publicó el 8 de febrero de 2006 en Informacions]

sábado, 22 de febrero de 2014

Miguel Mateu, defenestrado

El gremio de historiadores cuestiona el cambio de nombre del tramo final de la avenida Carlemany de Escaldes en adelante rebautizada como Pont de la Tosca; el Comú pretende realzar así el monumento, pero Amparo Soriano cree que se le castiga "por franquista".

Indignada. Así se siente Amparo Soriano, autora de Andorra durant la Guerra Civil espanyola y probablemente la historiadora que más y mejor ha estudiado la trayectoria de Miguel Maeu, ante el cambio de nombre del tramo final de la avenida Carlemany de Escaldes, acordado el verano pasado -con cierta agostidad, por decirlo claramente- y que ha eliminado del nomenclátor y de la memoria pública al empresario, financiero y político catalán, el hombre clave -según Soriano- en la erección de Fhasa. Fhasa, sí: Forces Hidroeléctricas d'Andorra, la central eléctrica que hizo posible el despertar de todo un país de la modorra secular, completó la red de carreteras, creó el primer servicio de Policía y lo catapultó, en fin, hacia la modernidad. Casi nada, vamos. El Comú -o ayuntamiento- ha rebautizado el tramo con el mucho más aséptico nombre de avenida del Pont de la Tosca, en na decisión que, según las actas del consejo, sólo pretende "realzar la importancia histórica y simbólica del monumento".

Miguel Mateu i Pla (Barcelona, 1898-1972) era hijo del fundador de la Hispano Suiza; en 1929 obtuvo la concesión de Fhasa, Fuerzas Hidroeléctricas de Andorra; miembro del estado mayor franquista durante la Guerra Civil, alcalde de Barcelona (1939-1945), embajador en Francia (1945-1947), procurador a Cortes (1943-1972) y presidente de la patronal Fomento del Trabajo. Fotografía: Archivo.

El Comú de Escaldes rebautizó en agosto de 2010 como Avenida del Pont de la Tosca el tramo final de la avenida Carlemany de Escaldes, que desde los años 70 llevaba el nombre del prócer Miguel Mateu; abajo, el monumento que la robó la calle al fundador de Fhasa. Fotografías: El Periòdic d'Andorra.
El argumento oficial no convence en absoluto a Soriano, que percibe en la decisión una sospechosa aplicación selectiva de la memoria histórica y un castigo más o menos velado por los conocidos vínculos de Mateu con el primer franquismo. En este sentido, conviene recordar que el empresario formaba parte del estado mayor del bando nacional durante la Guerra Civil, que fue el primer alcalde de la Barcelona de postguerra y que ejerció también como consejero de Falange, a demás de procurador a Cortes. Un franquista de tomo y lomo, vamos. Aunque este historial, añade Soriano, no puede borrar sus méritos andorranos, que son precisamente por los que figuraba hasta ahora en el callejero. Fue Mateu, y no otro, quien intercedió ante Franco para que en plena Guerra Civil pudieran llegar a Andorra los alimentos que escaseaban; y fue Mateu quien evitó que los nacionales bombardearan la central de Escaldes, destino que corrieron las otras hidroeléctricas pirenaicas en territorio de la República. Aún más: gracias a Fhasa -es decir, a Mateu- se completó la red de carreteras, se creo el servicio de orden y se fundó el Banc Agrícol, precedente del actual Andbanc: "Todo esto no tiene nada que ver con el franquismo; de hecho, es anterior a la Guerra Civil. Por eso me parece injusto y demagógico que ahora le retiren el nombre. Y me recuerda mucho a esta lastimosa reescritura de la historia que consiste en borrar lo que no nos gusta de lo que ocurrió, como el olvido de Pétain en la lista de los copríncipes franceses en la Nova aproximació a la història d'Andorra", insiste la historiadora.

Y los otros, ¿que?
El argumento definitivo es para Soriano es el agravio comparativo con otros coetáneos de Mateu que simpatizaron o, como mínimo, contemporizaron con el franquismo. Señaladamente, dice, el Síndico Cairat y el obispo Guitart, "por no hablar de otros personajes de gran prominencia en la vida económica del momento". De Guitart recuerda que se mostró "especialmente combativo con la República" -contra la República, se entiende- mientras que ante Franco procedió "con total mansedumbre": pues un busto recuerda hoy en la capital al señor obispo. Argumentos similares son los que plantea Antoni Morell para criticar la decisión del Comú. El historiador, que ha radiografiado los años 30 andorranos en 52 dies d'ocupació?, evoca el conocido caso del escultor Josep Viladomat, autor de una escultura ecuestre de Franco que hasta el final de la dictadura presidió el patio del museo militar de Montjuich. Pues bien: Viladomat tiene hoy museo propio y avenida a su nombre en la misma Escaldes. Morell cita también a Juan Antonio Samaranch, delegado nacional de educación física y presidente de la Diputación de Barcelona en el último franquismo, y hoy presidente del Campeonato europeo de policías y bomberos que Andorra acogerá en junio. Y lanza un par de preguntas que merecerían respuesta oficial: "¿Por qué le pusieron el nombre de Mateu a la avenida? ¿Por sus vínculos con Franco? ¿O en agradecimiento a su papel clave en el establecimiento de la primera industria moderna de este país?" Y dispara con bala: "Porque si es por su ideología, deberíamos concluir que el Quart de Escaldes que le homenajeó poniéndole su nombre a una avenida también era franquista... ¿Lo era?"

Más matices introduce Joan Peruga en el análisis del personaje. El autor de L'Andorra del segle XIX asegura que ya durante los años 30 "la omnipotencia y la omnipresencia de Fhasa y de su consejero delegado generó fricciones con muchos sectores de la sociedad andorrana y con las autoridades del momento". Además, su "profunda" filiación franquista lo convierte en un personaje "incómodo". Por eso concluye que, "aunque debe tener presencia, y mucha, en los libros de historia, no lo encontraré a faltar en el callejero de Escaldes". En un punto intermedio se sitúa Arnau González i Vilalta. El autor de La cruïlla andorrana de 1933 constata que Mateu, aun con su incuestionable pedigrí franquista, "no ejerció en Andorra ninguna autoridad dictatorial" y que por lo tanto se trata de un caso particular, diferente a otros casos comparables que se han dado en Cataluña en que toda referencia pública al franquismo ha sido eliminada, "una decisión que en la práctica lo que supone es borrar la historia, exactamente lo mismo que hacía la Dictadura". Vilalta aboga por una muy sensata tercera vía consistente en cambiar el nombre de la avenida en cuestión... pero manteniendo alguna referencia a su titular anterior. ¿Como podría quedar en este caso, la placa? Algo así como "Avinguda del Pont de la Tosca. Anteriorment, avinguda Miquel Mateu i Pla. Empresari català amb interessos a Andorra. Primer alcalde franquista de Barcelona, membre de l'aparell polític i empresarial de la Dictadura del general Francisco Franco". La verdad: más que la placa de un callejero parece la entrada de un diccionario biográfico. Pero es una idea.

[Este artículo se publico el 25 de enero de 2011 en El Periòdic d'Andorra]