Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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jueves, 1 de octubre de 2015

"Naturellment! Nous sommes en Andorre: chez nous!"

[Este artículo se publicó cinco semanas antes de las elecciones del 1 de marzo de 2014, que revalidaron la mayoría absoluta de Demòcrates per Andorra, el partido-movimiento surgido en 2011 y aglutinado alrededor de la figura del actual jefe de Gobierno, Toni Martí, para desalojar del ejecutivo al socialdemócrata Jaume Bartumeu, que en 2009 había obtenido la primera victoria de la izquierda en la historia constitucional de Andorra. La actual cònsol de Sant Julià -entonces militaba en DA, hoy lo hace en el Partido Liberal de Andorra- tildó los dos años de Bartumeu al frente del ejecutivo de "accidente" en la historia política del país.]

La reportera catalana Irene Polo cubrió para el periódico La Humanitad la jornada del 31 de agosto de 1933. Por primera vez en la historia de Andorra podían votar todos los varones mayores de 25 años. La victoria se la jugaron tres partidos: los "bisbistes", los "antibisbes" y los "jóvenes". Polo concluye que ganaron las izquierdas. Incluso en Sant Julià. Y esto sí que es una noticia bomba.




La reportera catalana Irene Polo conversa los días anteriores a las elecciones con el síndico Roc Pallarès, depuesto de su cargo en junio por el Tribunal de Corts, junto con el Consell General en pleno; con el coronel Baulard, comisario extraordinario que aterrizó en Andorra a mediados de agosto con la misión de garantizar el orden público, y con Joseph Carbonell, turbio personaje -en opinión de la historiadora Ludmilla Lacueva- que fue nombrado veguer adjunto -un cargo creado ad hoc e inexistente en el ordenamiento institucional- pero que nunca fue reconocido por el Consell. Fotografías: Colección Casimir Arajol. 

Las elecciones, ya lo saben, el 1 de marzo. Mientras el panorama se aclara y los gurús a la izquierda y a la derecha se dejan querer, daremos un vistazo a las primeras elecciones con sufragio universal masculino que se convocaron por aquí arriba. Lo haremos, además, de la mano de la reportera catalana Irene Polo, que dejó de este episodio unas suculentas crónicas publicadas en el diario barcelonés La Humanidad. Los comicios tuvieron lugar el 31 de agosto de 1933, el año de la (ejem) "revolución", como dice el historiador Arnau González i Vilalta (La cruïlla andorrana de 1933). Se refiere, seguro que lo recuerdan, a la ocupación del Consell General perpetrada el 5 de abril de ese mismo año por un grupo de jóvenes -cerca de dos centenares, lo que no está nada mal si se tiene en cuenta que la población del país no superaba las 6.000 almas- que reclamaban para empezar el sufragio universal y la publicidad de las sesiones del Consell, que ejercía -salvando muchas, pero muchas distancias- una pintoresca amalgama de competencias, entre ejecutivas y legislativas, aunque el poder real -entre otras potestades, la de dirigir al servicio de policía- residía entonces en los veguers. La cosa se complicó con la destitución del Consell, por lo visto demasiado contemplativo, decretada por el Tribunal de Corts en junio, y para acabarlo de arreglar los obreros de Fhasa -más de medio millar, se ocupaban de levantar la central hidroeléctrica y concluir la red viaria- convocaron no una sino dos huelgas generales en un país donde las movilizaciones de este tipo eran una absoluta novedad. Suficiente berenjenal como para que el Copríncipe francés, con la aquiescencia del obispo Guitart, nos enviara a los guardias móviles de Baulard, nombrado comisario extraordinario para la ocasión.

Los gabachos llegaron mediado agosto, oficialmente para garantizar el orden público. Polo, que formaba parte del batallón de corresponsales internacionales -La Vanguardia, El Diluvio y La Humanitat, pero también el Times, el Daily Mail y el New York Times- destacados hasta la Seo para seguir de cerca (?) los acontecimientos, los describe como "gente extraña, hombretones rubicundos, pesados, vestidos de azul y negro, con casco de hierro, porra, machete y revólver en la cintura", que los nativos observaban con una mezcla de "curiosidad, rabia y pasmo". La reportera visita días antes de la jornada electoral a monsieur Joseph Carbonell, turbio personaje que ejercía el cargo de veguer adjunto -creado por cierto para él, y que el Consell jamás se prestó a reconocer- y por lo visto el hombre fuerte del momento. Un individuo que no se cortaba un pelo al advertir que el solicito copríncipe francés enviaría tropas "de verdad" -no sólo policías- si el asunto se desmadraba. Es decir, si resultaban reelegidos los consellers destituidos -extremo harto improbable, porque tanto ellos como el síndico, Roc Pallarès, otro personaje, había sido inhabilitados por un año- o si al nuevo Consell se le ocurría romper la baraja y cortar con los Copríncipes. "Tropas, ¿también?", le pregunta Polo con impostada ingenuidad. "Naturellment! Nous sommes en Andorre, chez nous!", le responde el veguer adjunto. Claro que el tal Carbonell tenía una visión muy particular sobre los nativos: "La mayor parte [de los andorranos] son gente honrada y trabajadora, pero ha surgido una minoría que ha soliviantado tanto los ánimos que si no llegan a acudir los gendarmes hubiéramos visto cosas terribles. Lo que queremos es evitarle al país un baño de sangre", dice el buen Carbonell, con su cara de ángel bigotudo y barbudo.

31 de agosto. La reportera recorre los colegios electorales. Dice que en Sant Julià se han registrado "incidentes". Por culpa de las mujeres que, "ganadas por la significación religiosa del obispo esperaban a sus hombres a la puerta del colegio y en cuanto iban a depositar la papeleta en la urna los abrazaban desesperadamente rogándoles que no se dejaran arrastrar por la causa del demonio". En Encamp, en fin, encuentran la puerta del colegio expeditivamente atrancada con un... ¡fusil!. A las cuatro de la tarde, los colegios cierran y comienza el escrutinio. Polo aprovecha para reemprender el peregrinaje. En Canillo, el "conseller primer Armany, a quien llaman 'el Azaña de Andorra', anuncia la victoria de los consellers de izquierdas: Josep Areny, Jaume Bonell, Anton Duedra y Anton Torres". Si se molestan en buscar los nombres de los políticos hoy en activo, comprobarán como 80 años después sus nietos siguen en el cargo. Como si fuera con la herencia familiar. En fin, que según Polo estos Areny, Bonell, Duedra y compañía estaban "contra el obispo, contra Fhasa y contra la invasión de los franceses". Pues ocho décadas después tenemos obispo, tenemos Fhasa -hoy, Feda- y tenemos "franceses".

Si la victoria progresista es desde la perspectiva actual sorprendente en una localidad como Canillo -donde en las últimas dos elecciones ha concurrido una sola lista: la del Gobierno- todavía lo es más en Sant Julià, cuna de cierta y muy andorrana manera de ejercer la política, entendida como cosa de unas pocas familias, y se llevan el gato al agua los que Polo -siguiendo con la terminología de la época- denomina "antibisbes". Es decir, los que van contra los gendarmes, contra el obispo y contra Fhasa". Sus nombres: Anton y Ventura Duró, Manuel Areny y Ventura Fanus. Del mismo color es la victoria en la Massana, donde salen elegidos los consellers Guillem Areny, Gil Font, Ventura Torres y Pere Montané. En la capital -con Josep Coma, Anton Cerqueda, Josep Pla y Joan Serra- y naturalmente en Ordino, cómo no -Ventura Adellach, Miquel Pujol, Manuel Font y Ventura Coma- arrasa la derecha "bisbista". Y Encamp resulta la única parroquia donde se registra un reparto de consellers: un "acérrimo" del obispo, Antoni Picart; dos de los denominados "jóvenes" (Antoni Puy i Antoni Mussoy), y un "empate". Es decir, un conseller no asignado. Cómputo final para el Consell salido de las elecciones: dieciséis "antibisbes" contra siete "bisbistas". Así que puede afirma sin empacho que se han impuesto "las izquierdas".

¡¿Cómo?! ¡¿La izquierda, dice usted, en Andorra?! ¿Ocho décadas antes del accidente Bartumeu? Vilalta interpreta los resultados de aquellas primeras elecciones más o menos democráticas con la perspectiva del tiempo transcurrido y, sobre todo, con la documentación generada por la vegueria francesa ante los ojos. Y no lo tiene tan claro como Polo, que ganaran las "izquierdas" y los "antibisbes", porque lo cierto es que los gendarmes se marcharon del país el 9 de octubre, antes de las nevadas cortaran el puerto de Envalira y les obligaran a quedarse toda la temporada en tierra andorrana. Y concluye que si los gabachos se fueron es porque creían que la amenaza revolucionaria había pasado.

[Este artículo se publicó el 19 de enero de 2015 en el Diari d'Andorra]

1933: el año que casi fuimos una república

El historiador Gerhard Lang, biógrafo de Boris Skossyreff, sostiene que el síndico Pallarès, secundado por el Consell General, planeaba prescindir de los Copríncipes y proclamar la República, y que estuvo "en un tris" de conseguirlo. La destitución del Consell decretada por el Tribunal de Corts, la convocatoria de elecciones para el 31 de agosto y sobre todo, la presencia de Baulard y sus gendarmes, ayudaron a sosegar los ánimos. De Pallarès, poco más se supo.


Colegio electoral del quart de Escaldes, que entonces formaba parte de la parroquia de Andorra la Vella, en las elecciones que tuvieron lugar el 31 de agosto de 1933 y bajo la tutela de los gendarmes de Baulard. Una imagen de esta serie sirvió para ilustrar la portada del especial que La Vanguardia dedicó a los comicios andorranos, que llamaron la atención de la prensa internacional. Al año siguiente, calmados ya los ánimos, el encargad de soliviantar al personal fue Borís Skossyreff. Fotografía: Fondo Brangulí (Biblioteca Nacional de Cataluña). 





Los guardias móviles de Baulard, en la plaza Benlloch de la capital, donde tenían su cuartel general: el destacamento llegó a Andorra el 19 de agosto con  la misión de garantizar el orden público -ante las movilizaciones de los obreros de Fhasa- y hacer cumplir la resolución del Tribunal de Corts, que el 10 de junio había destituido a un Consell General francamente refractario a acatar las decisiones judiciales, algo que por lo visto ha creado escuela Runer abajo. Fotografías: Fondo Brangulí (Biblioteca Nacional de Catalunya).

Dos policías franceses montan guardia ante la central de Fhasa entonces en construcción, a la salida de Escaldes en dirección a Encamp. El edificio existe todavía. Fotografía: Fondo Brangulí (Biblioteca Nacional de Cataluña).

¡Qué año, 1933! Vale que al siguente Boris la armó, y cómo, pero admitamos que todo empezó a hervir en abril de 1933. Ya sabe, con la ocupación, el 5 de ese mes, de la Casa de la Vall por un grupo de "jóvenes" que reclamaban, para empezar, la instauración del sufragio universal -masculino, por supuesto- la publicidad de las sesiones del Consell General y la modernización de la administración; fue también el año de las dos huelgas convocadas por los obreros de Fhasa, algo jamás visto por aquí, y la consiguiente movilización del somatén, y la primera intervención de los gendarmes de Baulard, que aterrizaron en este rincón de Pirineo el 18 de agosto y se quedaron hasta el 9 de octubre, una vez elegido el nuevo (y más dócil) Consell, y restablecido aparentemente el orden.

Todo esto nos lo habían contado con cierta prolijidad Antoni Morell (52 dies d'ocupació?) y Arnau González i Vilalta (La cruïlla andorrana de 1933), y parecía por lo tanto que el tema estaba finiquitado. Pues nos equivocábamos, porque Gerhard Lang, el historiador y grafómano alemán que ha buceado en los pontificados de los cuatro primeros obispos de Urgel del siglo XX - Riu, Laguarda, Benlloch y Guitart-, que ha investigado los intentos (frustrados) de Friedrich Weilenmann por establecer unos correos andorranos, además de la figura proteica de nuestro gran Borís, desarrolla una interpretación alternativa de los hechos que tuvieron lugar en ese año crucial en Andorra, 1920-1940, nuevo tocho que busca editor y que aporta una perspectiva inédita, por no decir revolucionaria, a los acontecimientos de 1933.

Por resumir: Lang sostiene que los síndicos del momento, Roc Pallarès -el del telegrama a Roosevelt- y Agustí Coma, tenían un plan más o menos secreto, una -ejem- agenda oculta para prescindir de los Copríncipes y proclamar la república, "siguiendo un modelo similar al español", y que contaba para esta aventura pintoresca y de resultado tirando a incierto "con el apoyo de la mayoría del Consell General". Lo argumenta a partir de la interpretación de la documentación ya conocida  conservada en los archivos diplomáticos de Nantes y en los de los Pirineos Orientales, en Perpiñán, así como en el vaciado de la prensa madrileña de la época -"Sigue con mucho detalle los acontecimientos de esos meses decisivos, y Vilalta la pasa por alto"- con aportaciones personales como el proyecto de Constitución redactado por el mismo Weilenmann, inspirado en el modelo suizo y tan avanzada que el Consell difícilmente la hubiera aprobado, sospecha.

El trabajo de zapa estaba "muy avanzado" del lado de la Mitra: dice Lang que hacía tiempo que el obispo Guitart había dejado de ser el interlocutor del Consell, que despachaba directamente con las autoridades republicanas; del lado francés las cosas era algo más peliagudas, pero en este sentido iba la contumaz negativa de reconocer la autoridad de Joseph Carbonell, el veguer adjunto, una figura inventada en 1932 para vigilar á Charles Romeu -especula Ludmilla Lacueva, biógrafa del veguer; la sibilina asunción de competencias ajenas, como el mando de facto de la policía -cuenta Lang que el encargo de una partida de armas a Bilbao por parte del Consell enardeció al veguer francés, de quien dependían las fuerzas del orden, y que hubo repetidos intentos de prescindir de Paul Larrieu, viejo amigo nuestro que desde 1932 se encargaba de la instrucción de los agentes locales: diez años después, seguía al pie del cañón-, y la reforma de la ley electoral para que pudieran votar todos los hombres mayores de 25 años -y no sólo los caps de casa, como hasta entonces.

Pallarés, síndico y oportunista
Esta última constituía, de hecho, una de las reivindicaciones de los amotinados de abril -aunque ellos, en realidad, pretendían rebajar la edad del voto a los 21 años y, atención, no tenían ninguna intención de romper amarras con respecto a los Copríncipes- y Pallarés la asumió de forma "oportunista". Y este "oportunista" es el adjetivo que, dice, mejor le sienta al síndico, "un individuo que sólo buscaba su propia supervivencia política y que por esto mismo, y si era postulando la independencia, adelante; en cierta manera, me recuerda a Artur Mas": "Tres días después de la ocupación de la Casa de la Vall se convoca una Asamblea Magna en que "tras un orden del día transido de minucias administrativas se intuye la decidida voluntad de prescindir de los Copríncipes". Cuando el Tribunal de Corts los destituye en bloque, el 10 de junio, síndicos y consellers ignoran la resolución y siguen ejerciendo sus funciones, hacen suyas las reivindicaciones de los revolucionarios, y el 27 de julio, dos días antes de ser desposeídos de sus cargos, les pasan la patata caliente a los comuns, solicitándoles que se pronuncien sobre la ruptura institucional: unos, como la capital, se oponen; otros, como Canillo, asienten, y también los hay que guardan silencio: "El caso es que el 29 de julio se impone el criterio de los consellers destituidos, un criterio que para muchos equivalía a una declaración de independencia respecto de los Copríncipes".

En este contexto, la llegada de Baulard como comisario extraordinario al frente de sus guardias móviles se antoja providencial, aunque lo cierto es que hacer entrar en razón al destituido Consell General era sólo una de sus misiones. De las elecciones del 31 de agosto, convocadas por los Copríncipes, emergió un nuevo Consell con el síndico Pere Torres al frente: "No era la opción preferida por los Copríncipes, que hubieran optado por Cairat, pero Torres, por lo visto, tampoco era tan refractario a su autoridad como lo había sido Pallarès. Un hombre, este último, que solo aspiraba a "perpetuarse en el poder", y que por esta misma razón abrazó con el entusiasmo del neófito la causa de la independencia: "De hecho, pretendía que el cargo de síndico fuera vitalicio, y que los consellers se eligieran por dos mandatos -12 años en total- según un proyecto inédito que he localizado en en el alamanaque Gotha".

Lang especula, en fin, que de haber planteado abiertamente sus intenciones rupturistas, el pueblo -que había encajado muy mal la destitución unilateral del Consell decretada por el Tribunal de Corts, "no lo hubieran seguido porque entendían que hubiera sido un suicidio". Y concluye que si los franceses "no hubieran intervenido, habría ganado la lista independentista". Sin Pallarès, por cierto, inhabilitado como todo el Consell destituido a un año alejado de la vida pública: "En mi opinión, todo esto estuvo en un auténtico tris de que ocurriera". Sensacional, ¿no? Pues bien pronto, más. En Andorra, 1920-1940.

[Este artículo se publicó el 30 de septiembre de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

viernes, 15 de mayo de 2015

Cairat: el síndico providencial

Teresa Cairat repasa en El meu padrí la trayectoria vital del hombre que dirigió el destino de Andorra entre 1937 y 1960: el estadista que sorteó tanto las amenazas anarquistas como el bombardeo franquista de la central hidroeléctrica de Escaldes y la ocupación alemana durante la II Guerra Mundial. Su nieta revela además capítulos hasta ahora inéditos de la biografía del síndico, como la detención en Barcelona, en los primeros años 50, por unas supuestas connivencias con los refugiados republicanos a los que acogió en su casa de Sant Julià de Lòria tras la victoria franquista.


El síndico pronuncia unas palabras ante el micrófono de Radio Andorra, el 7 de agosto de 1939, día en que se inauguró la estación. El estallido de la II Guerra Mundial aconsejó suspender las emisiones hasta el 3 de abril de 1940. Fotografía: Archivo familiar.
Con el coronel Baulard, comandante de las fuerzas de la gendarmería francesa que se estrenaron en Andorra en el verano de 1933, un año especialmente convulso en la historia de Andorra, y que regresaron en septiembre de 1937 para garantizar la integridad del país durante la Guerra Civil; cuenta Teresa que entre Cairat y Baulard nació una cordial que mantuvieron tras la marcha del coronel, en 1940. Fotografía: Archivo familiar.
Con el subsíndico Josep Areny, en 1956, en un reportaje de la revista Life.


Parecía mentira que el primer hombre de estado propiamente dicho que tuvimos en este rincón nuestro de Pirineo careciera a estas alturas ni que fuese de una aproximación biográfica. Sobre todo porque pueden contarse con los dedos de una mano los -ejem- estadistas de verdad, y todavía nos sobrarían unos cuantos. Pues ya no: Teresa Cairat (Sant Julià de Lòria), nieta de nuestro héroe de hoy, acaba de publicar un curioso volumen titulado El síndic Cairat: el meu padrí, que no es estrictamente una biografía académica -"No puedo  ser objetiva porque era mi abuelo y lo quería mucho"- sino una especie de evocación personal, familiar y también política, claro, aliñada con anotaciones históricas e incluso sociológicas, que traza un perfil humano, como si dijésemos en zapatillas, de Francesc Cairat Freixes (Sant Julià de Lòria, 1881-1968), cònsol de Sant Julià, conseller general, subsíndico y finalmente síndico, cargo que ejerció ininterrumpidamente entre 1937 y 1960. En otras palabras: asistimos a la transformación del Cisquet de can Manel -por el comercio de ultramarinos que regentaba su esposa- en el casi venerado síndico Cairat, cuyo mandato transcurrió en los años sin duda más convulsos de la historia contemporánea de Andorra.

Cairat fue un hombre "menudo y valiente, de talante conservador y extremadamente religioso", dice Teresa, que llevaba la política en las venas y que pasó, superados ya los cincuenta, por pruebas que sacaron a relucir un coraje, un sentido común y unas habilidades negociadoras inusitadas en alguien que a los 14 años dejó los estudios dispuesto a embarcar para América. No pasó de Barcelona -atrapado y quizás asustado por las tensiones sociales derivadas de la guerra de Cuba: estamos en 1896- y que empezó su vida laboral como aprendiz en un comercio de tejidos -Torre Eiffel, se llamaba- con sede en la calle del Carme. Regresó pronto a Andorra, se casó con Lola Ribot en 1907, el año de su primer cargo público -cònsol de Sant Julià: lo fue por dos años- y en sus primeros años de matrimonio regentó el Cafè del Cisquet, frente a la iglesia parroquial. Y estuvo a punto de acabar aquí esta historia, antes incluso de empezar, cuando en 1914 contrajo el tifus. Sobrevivió de milagro, pero cuenta Teresa que Cairat jamás volvió a caer enfermo y que no pisó nunca un hospital. Como paciente, claro. En 1922 fue elegido conseller general, y en 1923, subsíndico, cargo que ejerció hasta 1927. Desaparece después un tiempo de la vida pública -se ahorra la los algo sainetescos hechos de 1933, con la ocupación del Consell General, la huelga de los trabajadores de Fhasa, la movilización del somatén y la llegada de los gendarmes de Baulard, incluso el golpe de estado de Borís Skossyreff- y en diciembre de 1936 es elegido síndico. Teresa pasa lista a la liliputiense administración que se encontró al asumir el cargo: el secretario del Consell General, Bonaventura Riberaygua; la secretaria del síndico, Dolors Ubach, y el nunci, Josep Ubach: "Este era todo el personal que movía la burocracia del país". Un país que en aquellos años apenas superaba los 6.000 habitantes.

Nada más asumir el cargo estalla la Guerra Civil y comienza un largo período de convulsiones internacionales que afectan de pleno a Andorra. Cairat tuvo que hacer frente a las incursiones faístas y a las amenazas de franquistas de bombardear la central hidroeléctrica de Fhasa, en Escaldes, durante la Guerra Civil. Empezó entonces un tránsito de refugiados -primero de derechas, y terminada la contienda, de republicanos que huían al exilio- que continuó durante la subsiguiente guerra mundial, ahora en dirección sur y con la amenaza de ocupación nazi: Hitler mantuvo desde noviembre de 1942 un pequeño destacamento en la aduana del Pas de la Casa -que cayó en manos de la Resistencia en agosto de 1944, pero esta es otra historia-, y el caso es que el buen Cairat tuvo que lidiar con lo mejor de cada casa: "En cierta ocasión, en plena Guerra Civil, unos conocidos le advirtieron de que aquella noche una patrulla iba a subir desde la Seo con la intención de liquidarlo. Él se tomó la amenaza muy en serio, pero no quiso pedir ayuda a los gendarmes de Baulard, que había regresado con sus gendarmes en septiembre de 1937, y que se quedó hasta 1940. Se vistió con el traje que llevaba a las sesiones del Consell General, y se dirigió a su despacho, donde se sentó a esperar la llegada de los incontrolados. Así pasó toda la noche, pero no se presentó nadie". Por lo visto, la patrulla de milicianos -faístas, dice Teresa- entró efectivamente en el país, pero pasó de largo por Sant Julià y se dirigió a Os de Civís. "Después supieron que otros vecinos de Sant Julià se habían enterado de la posible llegada de milicianos y que pasaron la noche agarrados a sus escopetas de caza". ¿Recuerdan a Quevedo: "Caló el chapeo, miró al soslayo, fuese y no hubo nada..."? Pues eso.

Faístas, nazis y grises
En cualquier caso, la anécdota ilustra tanto el valor del síndico como la inquietante impunidad con la que circulaban por aquí los faístas de la Seo, así como cierta inoperancia de los gendarmes franceses, que parecen vivir en la inopia. Y eso que con el coronel Baulard mantuvieron unas relaciones "muy cordiales y cultivaron una amista que se prolongó durante décadas". Años después, ya durante la contienda mundial, tuvo lugar un incidente parecido pero ahora con una partida de maquis armados que aparecieron de nuevo por Os de Civís -enclave español al que solo se puede llegar por una carretera que pasa por Sant Julià y cuyo último trecho transcurre por territorio andorrano. En esta ocasión Cairat fue a esperarlos a la carretera de la Rabassa, donde se levantaba por entonces el hotel Pla y por donde se esperaba que apareciera el grupo. El plan era convencerlos de que tenían que abandonar el país con cierta urgencia. Se trataba de no soliviantar a las fuerzas franquistas estacionadas en la Seo. Y no las tenía todas consigo, porque cualquiera convence a una treintena de milicianos armados con naranjeros.

Pues Cairat lo consiguió: mandó que les prepararan algo de comer, y se agenció un camión con el que los empaquetó hacia la frontera del Pas. Claro que esto no fue nada, prosigue Teresa, comparado con la vez que se vio parlamentando con los alemanes de la aduana, de nuevo en el Pas: "Todavía no me explico cómo mi abuelo, desarmado y con la única compañía de Lluís Duró, alias Colltort -una especie de guardaespaldas que ya lo había acompañado en su encuentro con el maquis- les convenció de que no debían entrar en Andorra. De mayor le pregunté en más de una ocasión qué argumentos había esgrimido: 'Les dije lo que había que decir, que aquello era Andorra, un estado soberano, y que ellos no podían entrar en el país". Contra todo pronóstico, le hicieron caso. Hubo otros episodios con los nazis de por medio: cuenta Teresa que en otra ocasión un oficial alemán se presentó en cal Manel y le exigió a Cairat que dejara de proteger a las redes de pasadores, "y que si no lo hacía, se atuviera a las consecuencias: una amenaza con todas las de la ley que no pasó de ahí, parece, pero que desde luego no era del todo infundada: "Nunca mostró excesivo celo en expulsar a los extranjeros que sabía o intuía que trabajaban para uno u otro bando; frente a ellos mantuvo siempre una actitud neutral y por ejemplo con Viadiu [el autor de Entre el torb i la Gestapo] se saludaban casi a diario y como si nada. Su máxima preocupación era evitar la ocupación alemana, y asegurarse de que los refugiados, del signo que fuesen, no fueran molestados: en noviembre de 1942 el Consell General promulgó un edicto en que solicitaba a la población que no participara en ninguna actividad que pudiera comprometer la neutralidad del país".

Claro que en estos años oscuros llevó a la perfección el noble arte de hacerse el andorrano; es decir, mirar hacia otro lado -cuenta Teresa- tanto cuando entraban en el país grupos de refugiados que huían de los rojos, como cuando lo hicieron los refugiados republicanos después de la victoria franquista, o cuando se establecieron por aquí espías de todos los países contendientes en la guerra mundial y las redes de pasadores que operaban a través de Andorra. La amenaza de ocupación alemana -que por lo visto no fue solo un rumor ni un bulo más o menos exagerado- fue uno de los momentos clave de larguísimo mandato de Cairat. El otro -con el permiso de los conflictos diplomáticos que ocasionó la gestión de Fhasa y de la concesión de Radio Andorra- fueron los alimentos que en plena guerra civil, y con una población que se había visto incrementada en varios centenares, quizás miles de refugiados, para un total de 6.000 naciones, hizo traer desde la España nacional y a través de Francia y de la Cataluña republicana.

En todos estos asuntos sacó nuestro hombre a relucir un sensacional poder de convicción, porque como es de suponer, la posición de Andorra y del menudo Cairat frente a una patrulla anarquista, una partida de maquis, un destacamento alemán, o las autoridades franquistas recién instaladas en la Seo y comarca, era francamente precaria. Pero según Teresa el episodio más ingrato -y atención, hasta hoy inédito- en la trayectoria de su abuelo tuvo lugar en los años 50, no concreta más, y estuvo estrechamente relacionado con su actuación durante la Guerra Civil, cuando acogió en su propia casa de Sant Julià a refugiados de uno y otro signo: "Fue en Barcelona. Se hospedaba en un hotel de Portaferrissa, y cierta noche se presentaron en el hotel una patrulla de la policía y se lo llevaron a la comisaría de Vía Layetana". Y aunque faltaban quizás unos años para que Vía Layetana adquiriera su funesta reputación, pasar una noche en el calabozo no debía de ser lo que entendemos por un buen plan.

El caso es que lo retuvieron durante 24 horas y lo interrogaron sobre los refugiados rojos a los que supuestamente había protegido. Algo había de cierto, y es que Cairat abrió su casa de par en par, dice Teresa, a refugiados de uno y otro signo: "Como persona de ideas conservadoras y profundamente religiosa, estaba más próximo a los nacionales que a los rojos, pero acogió a combatientes y refugiados de los dos bandos. Al comenzar la Guerra Civil se instalaron en cal Manel el doctor Palau, un canónigo de la Seo y su hermana; más adelante llegaron el doctor Sicre, amigo suyo y republicano convencido, y Antoni Forné. Pero por encima de todo era un pacifista que jamás comprendió por qué España se había embarcado en aquella guerra fratricida".

La detención se debió a una denuncia -"Nunca supimos la identidad del delator"- y sólo la familia y un restringido círculo de íntimos tuvieron noticia del incidente. Pero aunque la broma no pasó a mayores, "él siempre lo interpretó como un golpe demoledor a su dignidad personal e incluso a la nacional, porque no dejaba de ser la primera autoridad del país. Todo esto hacía que se sintiera muy avergonzado y que casi nunca hablara de ello".

Hay más, mucho más. Por ejemplo, su papel en la ejecución de Pere Areny, el fratricida que se convirtió en el último condenado a muerte de la historia penal de Andorra - "Abiertamente contrario a la pena de muerte, se vio obligado a asistir a la ejecución, y aunque chocaba con sus creencias profundas sobre la pena de muerte, prevaleció su deber como síndico"; la admiración incondicional que le profesaba a De Gaulle, la antipatía que le generaba el veguer francés durante la Guerra Muncial, Lesmartres -colaboracionista notorio con quien el síndico rompió formalmente relaciones en abril de 1943, y la desonconfianza que le inspiraban Trémoulet -el factótum de Radio Andorra- y Miguel Mateu, el fundador de Fhasa que gestionó ante las autoridades de Burgos la ayuda alimentaria que Franco prestó a Andorra en plena Guerra Civil y que evitó el bombardeo de la central - "Se lo cobró con creces", repetía con cierta amargura. El meu padrí es, en fin, un libro necesario. Pero si hay un personaje del siglo XX andorrano que merece sin duda una biografía académica y como dios manda, sin duda es Cairat. Y con urgencia.

[Este artículo es una ampliación del publicado el 17 de abril del 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

martes, 25 de marzo de 2014

José Bazán: "Para alguien como yo, que había pedido limosna en la calle, Andorra era la gloria"

Se instaló en Escaldes en 1939, con sus padres y tres hermanos: todos ellos, refugiados de la Guerra Civil. José Bazán (Monzón, 1930) deja constancia en Jo, un nen de la guerra (Editorial Andorra) de una infancia marcada por la derrota, la miseria y el exilio, así como de la Andorra de los primeros años 40: años de estraperlo, contrabando y lucha por la supervivencia, con la II Guerra Mundial y el tráfico clandestino de refugiados como telón de fondo. La vida de Bazán encarna y resume la de centenares de hombres y de mujeres que, como él, rehicieron su vida en Andorra y colaboraron decisivamente -y silenciosamente- a construir la, ejem, prosperidad actual. Rosa Sala Rose y Plàcid Garcia-Planas tiran de los recuerdos de nuestro hombre para documentar uno de los casos de la leyenda negra que reseñan en El marqués y la esvástica, reciente libro-reportaje que desenmascara el dudoso papel de César González Ruano en el sucio negocio del contrabando de hombres.

El aragonés José Bazán, en abril de 2008 en su domicilio de Escaldes (Andorra): hijo de anarquistas, fue enviado a Lieja y terminó en Andorra cuando su padre encontró trabajo como mecánico en la central hidroeléctrica de Fhasa. Se puso a trabajar a los 12 años, y en la segunda mitad de los años 40 ejerció como intermediario de los correos que la CNT enviaba a España durante el bloqueo internacional del régimen. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

-A los 9 años ya conocía de primera mano buena parte de la geografía del exilio republicano: Portbou, Perpiñán, Lieja... y Escaldes. ¿Que ocurrió para que su familia acabara aterrizando en Andorra?
-El fin de la Guerra Civil nos pilló en Belgica, adonde habíamos ido a para muchos hijos de anarquistas. Mi padre había encontrado trabajo como mecánico en Fhasa; mi madre, encerrada en la prisión de Lérida y condenada a muerte por roja, se salvó del paredón gracias a la intercesión de un primo falangista. En cuanto tuvimos la oportunidad, nos reunimos con mi padre. Para alguien como yo, que venía de pasar hambre, de pedir limosna por las calles de Zaragoza, de sobrevivir gracias al Auxilio Social y de superar una sarna que estuvo a punto de enviarme al otro barrio, Andorra era la gloria.

-¿Y cómo era la gloria en 1939?
-El país estaba lleno de refugiados, pero había poco trabajo: Fhasa, la agricultura y las serradoras, en la época un auténtico negocio por la demanda española de madera para la construcción. La única alternativa era el contrabando, una ocupación durísima, inhóspita, sólo apta para valientes: cada año morían un par de chicos en la montaña. Recuerdo a un chaval gallego que vivía realquilado en casa y que contrabandeaba de todo: botones de nácar, ruedas de coche y de camión, y lana, mucha lana, que acarreaba en fardos que debían pesar por lo menos 30 kilos cada uno. Pero era esto o largarte a Francia, porque no había nada más.

-¿Qué trato recibían en el país unos refugiados quellegaban con una mano delante y otra detrás?
-Tuvimos que oír muchas veces aquello de "espanyolots refugiats". Pero eran cuatro fanfarrones. La mayoría no se portó mal con nosotros. De hecho, si no hubiera sido por el refugio que encontramos en Andorra, muy probablemente yo habría muerto hace muchísimos años. A mí, este país me resucitó, así que siempre le estaré agradecido. Y estoy seguro que lo mismo podrían contar la mayor parte de los refugiados que llegamos entonces.

-Las autoridades, ¿también era tan... acogedoras?
-Lo importante era tener trabajo. Si trabajabas, la policía te toleraba. Entonces no te pedían los papeles, por la sencilla razón de que nadie los tenía y hubieran tenido que echar a todo el mundo. El problema, como ya he dicho, es que había poco trabajo: la construcción estaba casi parada y la agricultura era de pura subsistencia. Las chicas se ponían a servir en seguida que podían; yo encontré trabajo en la ferretería Lanau donde mi padre me colocó a los 12 años. Un día que no fui a trabajar para bañarme en el pozo de los Dos Valiras me pegó el único guantazo que jamás me dio. Después me colocó en la serradora de Amadeu Cintet, entonces en la plaza del Roc Blanc de Escaldes. Y allí me quedé durante 40 años.

-¿Cuál era el ambiente político en la Andorra de la época?
-Como los refugiados éramos muchos, se nos toleraba. a gran decepción vino al final de la guerra mundial. Era el momento de echar a Franco, pero no fue así por culpa de los ingleses, que lo mantuvieron en el poder para frenar al comunismo. Franco no fue más que un instrumento de los intereses estratégicos británicos durante la Guerra Fría.

-¿Tuvo usted algún papel en la lucha antifranquista?
-Muy tangencialmente: la CNT pidió voluntarios para franquear paquetes postales que no podían circular directamente entre España y Francia por el aislamiento internacional del régimen. La alternativa era hacerlos pasar a través de Andorra: nos los enviaban a nuestra dirección a través de Correos, y dentro colocaban otro sobre con la dirección francesa a la que teníamos que reenviarlo a través de La Poste.

-En sus memorias habla del estraperlo: parecía que el mercado negro era una miseria estrictamente española.
-En Andorra empezamos a pasarlo mal de verdad a partir de 1941, el segundo año de la guerra. El país tenía que subsistir con lo que era capaz de producir, que era más bien poco. Los únicos alimentos que había eran patatas, col, algún cereal, leche, de vez en cuando algo de carne y... ¡pan! Y se producían fenómenos de lo más... curioso: en 1941 se acabó la harina, pero en cambio en el mercado negro jamás faltó el pan. A precios abusivos, naturalmente.

-Imagino que no todo el mundo sufría el racionamiento de la misma manera.
-Exactamente: mi padre ganaba en Fhasa 450 pesetas al mes, y pagábamos 150 de alquiler. Con las 300 que quedaban teníamos que subsistir toda la familia. Y ten en cuenta que un litro de aceite podía costar 60 pesetas. Escalofriante. Por eso hubo gente que en aquel estado de miseria general pudo levantar mansiones: el estraperlo generó más de una fortuna.

-¿Hasta cuándo duró, esta época de vacas raquíticas?
-Las cosas empezaron a mejorar hacia 1944, con la retirada alemana de Francia, y sobre todo al finalizar la contienda. Pero lo pasamos muy mal: en casa, lo único que se comió durante mucho tiempo era la cesta de coles que nos traía una payesa de Engordany. El menú era siempre el mismo: col con patatas. Si aceite ni grasa, que sólo podías obtener de estraperlo. Lo único asequible era la grasa de cordero, que hay que ver lo mal que llega a saber. Para hacerlo algo más comible, mi madre aliñaba aquel rancho con un chorrito de... ¡leche!

-Otro episodio de la crónica negra de la época afecta a los pasadores que traicionaban a sus clientes y los abandonaban en la montaña. Y evoca en Jo, un nen de la guerra, uno especialmente miserable que tuvo lugar en Ràmio.
-Debía ser hacia 1942. Lo recuerdo porque todo el pueblo se concentró en el cementerio para enterrar a tres chicas que habían sido encontradas muertas entre Ràmio y Entremesaigües. Probablemente el guía se había cargado a sus familias, quizás ellas pudieron huir, pero cayeron luego de frío y de agotamiento. Las enterramos en el suelo, bajo unas sencillas cruces de madera y sin nombre, porque no lo sabíamos. Y con una muda indignación porque todos sospechábamos que los culpables de aquellas muertes se encontraban probablemente en el cortejo fúnebre, remedando la pena que los demás sentíamos...

[Esta entrevista se publicó el 19 de abril de 2008 en El Periòdic d'Andorra]

lunes, 24 de marzo de 2014

El vodevil de Borís, rey de Andorra

Julio de 1934: Borís Skossyreff se autoproclama rey de Andorra, redacta una Constitución -la primera en la historia del país- y declara la guerra al obispo de Urgel. Detenido por la Guardia Civil, juzgado por vago y maleante y expulsado a Portugal, su reinado duró exactamente nueve días.

Borís, supuesto conde de Orange y presunto barón de Skossyreff, se levantó el 11 de julio de 1934 presa de una frenética hiperactividad legislativa: fue el día más productivo de su quimérico y efímero reinado, ya que destituyó al Consejo General -el protoparlamento andorrano- se autoproclamó Príncipe Soberano y Supremo de Andorra y Defensor de la Fe -y todo, con mayúsculas- declaró la guerra al obispo de Urgel, Justí Guitart -no es que tuviera nada personal contra él: pero es que el obispo de Urgel es el copríncipe de Andorra, ya ven- y todavía tuvo tiempo de proclamar la Constitución de lo que él denominó el "Estado Libre de Andorra".

La primera, por cierto, de la historia del país. Y todo lo hizo desde el exilio: es decir, desde el hotel Mundial de la Seo, residencia oficial del monarca y sede de la corte de pacotilla desde que el 22 de mayo los representantes de los Copríncipes lo habían expulsado de Andorra. Inmune al desaliento, Borís anunció para el 18 de julio -fecha como se ve propicia para las asonadas- la toma efectiva del poder con los 600 hombres que tenía a su disposición. Según él, claro. Pero llegó el día y después de tanto cacarear va y se hace el despistado. Uno de los muchos corresponsales catalanes enviados a cubrir el acontecimiento lo resumió así: "Esta mañana Borís ha parlamentado con algunas de las personas que se supone implicadas en el complot, ha recibido visitas y ha salido del hotel a pasear. En Andorra, la tranquilidad es absoluta". Vaya, algo así como que requirió la espada, miró al soslayo, fuese y no hubo nada.

Borís Skossyreff, en su esplendor: nacido en Vilna en 1896, sirvió durante la I Guerra Mundial en la marina zarista y después de la Revolución de Octubre, en la Royal Navy, y trabajó para el Foriegn Office británico en Japón, Sibera y los EEUU... Esto, según el currículum sensacional con que se presentaba en los años 30. También se reclamaba barón de Orange, se casó con la francesa Marie Louise Parat y la pareja se instaló en Saint Cannat, en la Provenza. En 1932, poco antes de su aventura andorrana, lo encontramos en Palma de Mallorca, donde malvive del trapicheo -estafas, tráfico de estupefacientes- y conoce a la noteamericana Florence Marmon, que la acompañará en periplo pirenaico. El historiador alemán Gerhard Lang ha separado el grano de la paja en la fraudulenta biografia de Borís: damos cuenta de ella en la entrada Borís: de la Cruz de Hierro al gulag. Fotografía: Archivo.


Porque esto fue todo. Hasta que dos días más tarde, los peores augurios -para el pretendiente, claro- se hicieron realidad: a instancias del Copríncipe Guitart, a quien Borís pretendía dejar sin trabajo, cuatro números de la Guardia Civil lo detuvieron después de comer en su hotel de la Seo e inmediatamente lo trasladaron a Barcelona. Imbuido por el papel real que interpretaba, y antes de ser empaquetado hacia Madrid -donde le esperaba la ley de vagos y maleantes- todavía tuvo tiempo de redactar un comunicado dirigido a las autoridades en que se erigía en defensor de los intereses españoles en Andorra, insistía en sus presuntos derechos a la corona como lugarteniente (sic) del duque de Guisa -el pretendiente al trono francés, éste sí digamos que auténtico- y hasta se permitía amenazar con una demostración de fuerza naval en el Mediterráneo por parte de "dos potencias europeas" y el refuerzo de los EEUU en el caso de que Francia osara intervenir en los asuntos andorranos. Fabuloso hasta el final, Borís terminaba su alegato exigiendo ser repatriado (a Andorra) en una avioneta que lo esperaba en el aeródromo de Barcelona. Y dejaba una puerta abierta a que las cosas no salieran tal y como él las había previsto: en caso de que sus amenazas no impresionaran a las autoridades españolas, solicitaba como mal menor ser expulsado a Portugal.

El vodevil andorrano se acercaba al desenlace: el 23 de julio llega a Madrid, en un vagón de tercera y custodiado por dos agentes -las crónicas han conservado sus nombres: Reguengo y Ureta- y pasaba a disposición del juez Bellón. El 19 de septiembre lo condena a un año de prisión por haber desobedecido una orden anterior de expulsión que pesaba sobre él, probablemente por la mala vida -estafa y tráfico de estupefacientes- que había llevado en Mallorca antes de asaltar el trono andorrano. No llegó a cumplir la pena porque, efectivamente, fu expulsado a Portugal. Se instaló en Estoril, claro, pero los portugueses tampoco tardaron en sacárselo de encima y no le queda más remedio que volver a Saint Cannat, en la Costa Azul francesa, donde la esperaba su legítima y -hay que suponer- resignada esposa. Por el camino se quedaron las dos amantes, dos, que lo habían acompañado en su periplo pirenaico: la inglesa Polly y la norteamericana Florence.

El tono vodevilesco de la peripecia no debe ocultar la intensa y pionera obra legislativa de Borís, que además llevó a cabo de una sola tacada. Además de declarar la guerra al obispo de Urgel porque por lo visto, el purpurado no se había retractado de unas manifestaciones previas -por otro lado, absolutamente merecidas- publicadas en el diario leridano El Correo, Borís aprovecha el manifiesto del 11 de julio para convocar elecciones generales, nombrar un presidente del gobierno provisional -Pere Torres, un visionario- decreta la amnistía para los delitos "sociales" y dejaba sin efecto las expulsiones de extranjeros dictadas por los veguers, medida que debía tener algo que ver con su dudosa situación en la Seo. Paralelamente, el proyecto de Constitución -publicado en nombre de Su Muy Serena Alteza Borís I- le encomendaba la dirección del nuevo ejército nacional y la representación en el extranjero -especialmente ante la Sociedad de Naciones, auténtica obsesión de Borís- le confiere también la potestad de formar gobierno y ensaya una tímida división de poderes, al atribuir al Parlamente la facultad de aprobar leyes y de retirar a confianza en el gobierno. Claro que, por si acaso, Borís tenía la precaución de reservarse el derecho de veto.

Para redondear el invento, el primer y único decreto de la nueva era establecía la "absoluta" libertad política y religiosa y la libre importación y circulación de prensa diaria, y abolía de paso la censura. Todo lo cual le permitiría hacer realidad el programa político que había anunciado en el diario Ahora en una de las muchas entrevistas que concedió durante las semanas previas al golpe: "Protección al necesitado, educación para todo el mundo y deporte, mucho deporte; pero nada de juegos prohibidos". Tan buenas intenciones quedaron aparcadas en la terraza del hotel Mundial. Los focos de la actualidad ya no lo volverían a enfocar jamás.

Y esto es todo lo que puede saberse sobre Borís, Príncipe Soberano de Andorra.
[Apostilla: Antoni Morell afirma en su novela Borís I, rei d'Andorra, que se topó en cierta ocasión que visitaba el monasterio de Poblet con un individuo que afirmaba ser el auténtico Borís Skossyreff: era el hermano portero del monasterio.]

Un sainete contra la sequía informativa de aquel julio de 1934
Las mentes más enfervorizadas se dieron prisa en atribuir la asonada de Borís en una maniobra del duque de Guisa para convertir Andorra en base de operaciones de los legitimistas franceses. Pero a grandilocuencia inicial enseguida dio paso a un tono festivo o directamente sarcástico a la hora de enfoca los acontecimientos en Andorra. El número de julio de 1934 de la revista Andorra Agrícola apuntaba sagazmente como explicación del inusitado éxito mediático de Skossyreff a la sequía informativa de aquel verano... o a una hábil maniobra publicitaria para convertir Andorra en destino turístico. Lo cierto es que las primeras noticias del culebrón arrancan en abril de 1934, cuando el mismo Borís -a quien no se le puede negar un sentido del humor oceánico- desmiente en una carta al diario La Noche sus aspiraciones monárquicas. A partir de aquí se convierte en asiduo de la prensa, tanto barcelonesa como madrileña: La Vanguardia, Las Noticias, El Día Gráfico, La Publicitat, El Noticiero Universal, El Diluvio, La Rambla, L'Opinió, El Matí i Diari de Barcelona, así como revistas como El Bé Negre i Esplai. Todos ellos siguieron la peripecia de Borís con creciente paroxismo, cuyo clímax -ya se ha dicho- tuvo lugar el 18 de julio, cuando decenas de periodistas se congregaron en el hotel Mundial de la Seo. El príncipe atribuyó precisamente a la multitudinaria presencia de reporteros y a las expectativas generadas por la prensa su inactividad en aquel día suyo de gloria.

Los argumentos del candidato
Para fundamentar sus aspiraciones principescas, Borís se enreda en un ovillo dinástico solo apto para genealogistas sin mucho trabajo pero que no deja de aparentar cierta lógica: en primer lugar, lo cierto es que Borís no reclama para sí mismo el título de rey -equívoco quizás debido a la novela de Morell- sino que desde el primer momento se presenta como lugarteniente del duque de Guisa, el pretendiente a la corona francesa en quien recaen en aquellos momentos los derechos dinásticos de los Borbones depuestos con la Revolución Francesa. Entre estos supuestos derechos figura la soberanía sobre el Principado de Andorra, que desde los Pareatges de 1278 comparten de forma indivisible el obispo de Urgel y el conde de Foix -título que a partir de Enrique IV se incorpora al de rey de Francia. La República renunció al señorío, por el poco revolucionario regusto feudal que emanaba, y no fue hasta 1806, con Napoléon, que se volvió al statu quo anterior: es decir, al coprincipado. Borís aprovecha esta ruptura dinástica para avalar su quimérica pretensión, que se apoyaba además en el resurgimiento del legitimismo alrededor del duque de Guisa y de Action Française. Borís jugó está baraja, pero como era hombre humilde y prudente, jamás se pretendió rey; se conformó con el título de Príncipe.

Andorra: una cenicienta con muchos pretendientes
Borís Skossyreff es el más célebre, pero no el único aventurero que soñó convertir Andorra en su reino particular. Unos meses antes de su fulgurante aparición, el Consejo General ya había desmentido un despacho de la Agencia Fabra fechado en febrero de 1934 y según el cual "un rico catalán" ofrecía 80.000 pesetas anuales a cambio de ser reconocido como rey de Andorra. Las Noticias se hizo eco en su número del 2 de marzo del desmentido, pero la lió un poco más al afirmar que la oferta no la había formulado el "rico catalán" sino un ciudadano checoslovaco "que paseaba por las Escaldas luciendo un pintoresco monóculo y acompañado de una bella señora", y en nombre de un primo suyo residente en Chicago. ¿Un globo sonda del mismo Borís? Por lo fabuloso, lo parece. Más aún: durante su fugaz estancia en los calabozos madrileños, Borís llegó a retar a duelo a Fernando de la Quadra-Salcedo, marqués de Los Castillejos, a quien en fecha tan tardía como 1938 todavía acusaba -en una carta dirigida al presidente de le República, Manuel Azaña, que no debía tener nada mejor que hacer- de haberlo disputado la soberanía andorrana "en nombre de la casa de Aragón-Navarra" (!) El marqués tuvo cierta relevancia política durante la República, pero también algo menos de fortuna que Borís, ya que murió (o le murieron) en el barco prisión Altuna Mendi, compañero del Cabo Quilates y los dos anclados en la bahía de Bilba, en los primeros meses de la Guerra Civil.

Huelguistas, gendarmes y revolución
Andorra había sobrevivido históricamente en un sopor secular que se alargó hasta bien entrado el siglo XX: exactamente, hasta que en 1930 se constituyó Fuerzas Hidroeléctricas de Andorra, Fhasa, promovida por el empresario catalán Damián Mateu, "en Mateu dels Ferros" -el de la Hispano Suiza y el castillo de Perelada, padre asimismo de Miguel Mateu, el primer alcalde de la Barcelona franquista- con el objecto de construir en régimen de concesión sendos saltos de agua en Escaldes, Arcavell y Sispony para el aprovechamiento hidroeléctrico del río Valira. Una irrupción con fórceps de la modernidad que también experimentaron otros valles vecinos. Siguiendo a la historiadora Amparo Soriano -que ha radiografiado la época en Andorra durant la Guerra Civil espanyola- la consecuencia inmediata fue la llegada de un contingente de entre 600 y 1.000 oobreros, principalmente catalanes y con una fuere presencia sindical, sobre todo de cenetistas y faistas, lo que supuso un auténtico shock para una sociedad tan tradicional como lo era la andorrana, hasta entonces dedicada casi en exclusiva a la agricultura y la ganadería de pura subsistencia, y con presencia casi testimonial de la industria téxtil y tabaquera. El excedente de una población que oscilaba alrededor de los 5.000 habitantes estaba condenado a la emigración, con Barcelona y Besiers como destinos tradicionales. Estos mismos emigrantes volvían después empapados de las nuevas ideas: especialmente, el sufragio universal.

Esta fue precisamente la reclamación esgrimida por el grupo de ciudadanos -unos ochenta, según las crónicas- que el 5 de abril de 133 -un año antes de la aventura de Borís- ocuparon el Consell General. Es lo que se conoce como la "revolución de 1933", que terminó con el reconocimiento del voto a los hamobres mayores de 25 años, la destitución del Consell General y la entrada, a petición de los Copríncipes, de un destacamento de medio centenar de gendarmes franceses al mano del coronel Baulard con la misión de restablecer el orden, obligar a los consellers díscolos a acatar la destitución y garantizar elecciones al nuevo Consell, previstas para el 31 de agosto. La presencia de los gabachos, muy mal recibida por los andorranos, se alargó hasta el 9 de octubre. Un intervencionismo que, por cierto, no fue sólo cosa de los franceses: hasta el presidente Macià hizo en cierto momento campaña para una eventual incorporación de Andorra en Cataluña, en un juego político en que la opinión de los andorranos raramente fue tenida en cuenta y en el que también intervino la República para intentar apartar al obispo de Urgel de la primera magistratura del país.

La "revolución" coincidió por otra parte con las tres huelgas que aquel verano conmovieron el país, y que secundaron tanto los trabajadores que construían la central de Fhasa como los que tendían la red de carreteras -una de las contrapartidas a que se había obligado Mateu a cambio de la concesión; la otra fue el sostenimiento del primer cuerpo de policía andorrano, creado en 1931 con... ¡seis agentes, uno por parroquia! La temporada de huelgas -las únicas, por otra parte, que han tenido lugar en Andorra- terminó el 21 de septiembre, y dos meses después, el nuevo Consell suprimía el derecho de reunión. Pero, como concluye Soriano, el caldo de cultivo para la aparición de aventureros como Borís estaba servido.

[Este artículo se publicó el 3 de febrero de 2006 en Presència]

domingo, 23 de febrero de 2014

Andorra, 1936: entre la espada y la pared

El levantamiento nacional contra la legalidad republicana supuso el inicio de uno de los períodos más convulsos de la historia reciente de Andorra. El país tuvo que lidiar con una avalancha de refugiados sin precedentes -se calcula que más de 4.000 a lo largo de la contienda- además del batallón de gendarmes enviados por el copríncipe francés para garantizar la soberanía, con la escasez de víveres y con la amenaza de invasión, primero republicana y después franquista. La historiadora Amparo Soriano ha recreado esta compleja y apasionante coyuntura en Andorra durant la Guerra Civil espanyola.

La conclusión de este denso volumen asalta de manera natural al lector cuando al llegar a la última página comparte la perplejidad de la autora: "Que Andorra emergiera indemne, que conservara la soberanía, la independencia y sus instituciones seculares, después de unos años tan convulsos como fueron los de la Guerra Civil -a los que siguieron otros tantos de guerra mundial- es un auténtico milagro". Sobre todo, porque entre 1936 y 1939 Andorra sobrevivió con la amenaza constante de invasión: primero, por parte de los elementos anarquistas -el Cojo de Málaga y toda su tropa- que impusieron su ley en el Alto Urgel y la Cerdaña en los primeros meses de la contienda; después, por las fuerzas franquistas, que llegaron a plantearse muy seriamente el bombardeo de la central hidroeléctrica de Escaldes, según desvela Soriano. Y todo porque la erección de Fhasa, a partir de 1930, había convertido Andorra en un preciado objetivo estratégico, amenaza que la presencia de los gendarmes y guardias móviles enviados en verano de 1936 por el copríncipe francés -el presidente de la República, entonces Albert Lebrun- ayudó a conjurar... al lado de las gestiones que, como enseguida veremos, realizó el empresario Miguel Mateu ante el mismísimo

Franco.No fue este peligro latente de invasión el único que tuvo que afrontar el Consell General de la época, con el Síndico Cairat al frente. Un Consell que, como el resto de la población andorrana del momento, repartía sus simpatías entre nacionales y republicanos: la carestía y la escasez de alimentos derivados de la situación bélica en España convirtieron el aprovisionamiento de la población y de las bocas extras procedentes del éxodo de refugiados -elementos de la derecha que huían de la represión roja en los primeros meses de la guerra; anarquistas después de los Fets de Maig de 1937, y republicanos de todo pelaje después de la caída de Cataluña, en enero de 1939- condicionaron decisivamente la posición del Consell y por lo tanto de Andorra ante la contienda. Colocada entre la espada de los comités anarquistas, de la Generalidad catalana y del gobierno francés del momento, que supieron, no pudieron o no quisieron coadyudar a satisfacer las necesidades de pura supervivencia que les planteaba Andorra, y la pared de una Mitra y, sobre todo, de un gobierno golpista que sin embargo fue el único capaz de movilizar recursos a favor del país -a un precio que se cobró puntualmente, eso sí, en el momento en que estalló la crisis de Fhasa- los consejeros optaron por la única vía posible: la del equilibrismo. Y cuando eso dejó de ser posible, por el puro pragmatismo. Es decir, y como apunta Soriano, que optaron por "hacer el andorrano": nadar y guardar la ropa, ni contigo ni sin ti.

De esta panorama deliberadamente confuso, donde lo que estaba en juego era en primer lugar la supervivencia física de sus ciudadanos y de los refugiados, e inmediatamente después, la de Andorra como entidad política, emergen con luz propia los nombres de cuatro personajes que continuamente entran y salen del escenario levantado por Soriano: el obispo de Urgel y copríncipe de Andorra, Justí Guitart; el Síndico General, Francesc Cairat; el coronel al mando de los gendarmes destacados por el copríncipe francés, Réné Baulard, y le industrial catalán Miguel Mateu, consejero delegado de Fhasa. De todos ellos nos habla ampliamente la autora, que se llevó con Andorra durant la Guerra Civil espanyola el premio de investigación histórica que patrocina el Consell General, en su edición del 2005.

País pequeño, pretendientes grandes
Las relaciones de Andorra con los dos bandos contendientes en la Guerra Civil, así como con la Generalidad y el gobierno francés fueron siempre delicadísimas, complejas, un auténtico número de equilibrismo que tuvieron que interpretar el Consell General y el Síndico Cairat. Los dos convoys de alimentos enviados por la España nacional no fueron un simple y generoso gesto humanitario sino que se cobraron a su debido momento y en especie: con la renuncia a exigir la rescisión de la concesión de Fhasa y con la oposición activa del Consell a la confiscación de la central decretada en diciembre de 1938 por el ministro francés de Obras Públicas, Anatole de Monzie -el mismo Monzie, por cierto, que en agosto de 1939 inauguraría la emisora de Radio Andorra en Encamp. Las presiones fueron continuas, con amenazas explícitas de suspender el envío de alimentos si se retomaba el suministro de energía eléctrica a la Cataluña republicana. Por lo menos en dos ocasiones, Franco amenazo abiertamente con la intervención: en 1937, cuando se planteó como solución de emergencia si no bastaba con los argumentos de Mateu para interrumpir el servicio, y en diciembre de 1939, cuando jugó -quizás de farol- la carta de enviar a los guardias civiles estacionados en la Seo si las elecciones al Consell General no daban un resultado suficientemente afín con el nuevo régimen. Finalmente, en la crisis de Fhasa de un año antes, en 1938, Franco tenía previsto el bombardeo de la central de Escaldes si fracasaban las gestiones diplomáticas, De Monzi no renunciaba a la confiscación y Fhasa retomaba el suministro de fluido a la República.

Pero no fueron los nacionales los únicos que miraron hacia Andorra con ojos tirando a depredadores -o carroñeros. De hecho, los primeros que lo hicieron fueron los anarquistas de la Seo, con la connivencia, dice Soriano, de un reducido grupo de andorranos y de obreros de Fhasa: el golpe de mano hubiera proclamado una república independiente y tenía que materializarse en otoño de 1936, cuando las primeras nieves cerraran el puerto de Envalira imposibilitando la llegada de fuerzas francesas. Mateu se les avanzó, y el 27 de septiembre -justo el día previsto para el golpe anarquista, según la historiadora- entraba por la frontera del Pas de la Casa un batallón de 64 guardias móviles y 32 gendarmes dirigidos por el comandante Baggio y por el coronel Baulard. En verano de 1938 tuvo lugar una amenaza mucho más explícita por parte de la República, cuando el delegado de la Generalidad en Andorra, Josep Maria Imbert, advirtió que una nueva expulsión -ya lo habían echado del país en una ocasión- comportaría como represalia el bombardeo y la ocupación. Otro farol que se quedó en el tintero. Más consistencia tuvo, en marzo de 1938, un complot republicano que preveía la incursión de un millar de hombres con la misión de desarmar a las fuerzas francesas y "eliminar a los elementos hostiles", es decir, a los simpatizantes nacionales refugiados en Andorra. Este golpe, que tampoco pasó de las buenas -o mejor, malas- intenciones fue la respuesta republicana a los rumores aventados por los mismos gendarmes de que Francia se aprestaba a ocupar el país, asustada por el creciente número de refugiados.

La guerra de Fhasa
Como dice Soriano, la historia contemporánea de Andorra es inimaginable sin la existencia de la central eléctrica de Escaldes, erigida a partir de 1930 y que convirtió al país en objetivo estratégico para los contendientes de la Guerra Civil. Franco exigió -bajo amenaza- el corte del fluido eléctrico a la industria de guerra catalana, que consumía el 90% de la energía generada. Mateu, consejero delegado de la hidroeléctrica, fue el ejecutor del sabotaje encubierto, con la aquiescencia del Consell General. La diplomacia republicana maniobró con habilidad y consiguió que el ministro de Obras Públicas francés ordenara la confiscación de la empresa. Una expropiación efímera, que a duras penas duró quince días -del 6 al 18 de diciembre de 1938- hasta que la intervención directa del copríncipe frances, el presidente Albert Lebrun desautorizara a Monzie -a instancias de un Guitart inspirado por Mateu: ni un solo kilowatio más llegó a la exhausta red eléctrica catalana. Un colaboraiconismo que enfurecerá a algunos, pero que le ahorró a Andorra un más que probable bombardeo franquista, justo cuando la guerra ya estaba perdida para la República.

¿Por un plato de lentejas?
La jugada maestra del bando nacional para atraer al Consell General a su causa consistió en llegar allí donde fracasaron -por incapacidad o por desidia- tanto la Generalidad como la República española y también Francia: subvenir a la urgente necesidad de alimentos que el alud de refugiados -los 4.500 habitantes que tenía Andorra en 1936 casi se habían duplicado al final de la guerra- la escasez y la consiguiente carestía causaron en los inviernos de 1938 y 1939: según los datos recogidos por Soriano, el kilo de pan se pagaba en julio de 1936 a 0,45 pesetas; un año después, a 1,20; en enero de 1938, a 1,80, y en julio de ese mismo año, a 3,50. Las gestiones de Cairat, Guitart y sobre todo Mateu ante las autoridades franquistas consiguieron la concesión de sendos créditos de 600.000 pesetas por parte del Banco Exterior de España que el Consell destinó a la adquisición de alimentos: el primer envío llegó en el otoño de 1937, con el compromsio de comercializarlo exclusivamente en el interior del país. Pero no se pudo evitar la especulación: la historiadora consigna la reclamación por parte del Consell a un tal Joaquim Font, de la Cortinada, para que devuelva todos los productos que le han sido expedidos porque "efectúa las ventas a unos precios más elevados que los convenidos". El segundo convoy, más problemático, no llegó hasta bien entrado 1939, en todo caso después del 6 de febrero, cuando la columna de requetés mandada por el capitán Aguirre arriba a la frontera de la Farga de Moles y se toman las célebres fotografías de hermandad con el jefe de la policía andorrana de la época, Secundí Tomàs.

La historia menuda
Al lado de las revelaciones más espectaculares, Andorra durant la Guerra Civil espanyola incorpora un puñado de notas a pie de página -léanlas, no tengan pereza- especialmente suculentas: así, cuando en octubre de 1938 se resuelve a favor de Mateu, naturalmente, el pleito interpuesto contra Fhasa por medio centenar de obreros despedidos, el acta de notoriedad rubricada por el Síndico Cairat da fe de los usos y costumbres al más puro estilo de Manchester, siglo XIX, que regían en la Andorra de la época: "El patrón puede despedir al obrero libremente después del día, semana o mes durante los que ha sido contratado. Ningún obrero tiene derecho a exigir al patrón el reingreso prescindiendo de toda consideración con respecto al motivo que haya determinado al patrón a prescindir del obrero.No se abonará importe alguno en concepto de preaviso de despido. No se abonará ningún indemnización en caso de enfermedad ni de asistencia médica..."

No es menos curiosa la noticia -fuera del ámbito temporal que no ocupa- de que en enero de 1933 el entonces Síndico, Roc Pallarés, y el Subsíndico, Antoni Coma, solicitaron al Consejo de ministros español que asumiera la cosoberanía que hasta entonces venía ejerciendo la Mitra, en otra muestra de las tensas relaciones del Consell General con el copríncipe episcopal. O las actividades subversivas que los ciudadanos suizos Weilenmann y Schaub patrocinaron en los primeros años 30 entre los residentes andorranos en Barcelona, con el lanzamiento del periódico El Andorrà. O la nómina de agentes que desde Andorra trabajaban para el servicio de información y para la policía militar franquista, con presencias sorprendentes. Y el papel que Trémoulet -el factótum de Radio Andorra- jugó en favor de los intereses republicanos, que no deja de sorprender en un personaje que tras la II Guerra Mundial sería acusado de colaboracionismo en Francia, y condenado en ausencia a muerte, y que acabaría refugiándose en España a la sombra de jerarcas del franquismo como Serrano Suñer.

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La historiadora Amparo Soriano, profesora de istoria en el Insituto Español de la Margineda (Andorra), en la presentación de Andorra durant la Guerra Civil espanyola, volumen con el que ganó el premio Principat d'Andorra de investigación histórica de 2005. Fotografía: El Periòdic d'Andorra.


Amparo Soriano: "En caso de contencioso entre España y Francia, el vencedor muy probablemente se hubiera anexionado Andorra"

-¿Existían en Andorra facciones encontradas según sus simpatías se inclinasen por nacionales o republicanos?
-El ciudadano de a pie prescindió de ideologías y ayudó por igual a todos los refugiados, independientemente de su adscripción política. Otra cosa es la actitud del Consell, en todo momento condicionada por las circunstancias: la escasez de alimentos, cuando estuvo claro que el único que estaba en condiciones de ayudar a paliarla fue Mateu, forzó al Consell a echarse atrás en su antigua pretensión de rescindir la concesión de Fhasa, e incluso a oponerse a la confiscación de la central decretada en diciembre de 1938 por el copríncipe francés.

-Una actitud muy pragmática y muy andorrana.
-Las simpatías con el bando franquista existieron, sin duda, pero a pesar de las apariencias diría que fueron minoritarias. La política oficial del Consell consistió en intentar no molestar a ninguna de las partes, y no quemarse en el aquel juego de equilibrios.

-Pero dentro de la política andorrana, ¿había grupos ideologizados, o solo contaban los intereses más o menos particulares de los que tenían silla en el Consell?
-Entre los consellers había de todo: desde los elementos más conservadores, gente de orden que temía el contagio revolucionario, hasta los que comulgaban con las nuevas ideas que, sobre todo a partir de 1930, con el desembarco en el país de centenares de obreros de Fhasa adscritos mayoritariamente a los sindicatos anarquistas, inocularon savia nueva en la hasta entonces abotargada vida política andorrana. Especialmente entre la juventud, que es la que protagonizó la ocupación del Consell de 1933 y la implantación del sufragio universal masculino. Abolido, por cierto, en 1941.

-Jaume Ros y Joaquim Baldrich se indignaban con la visión idealizada que Viadiu ofreció de Andorra en Entre el torb i la Gestapo, convertida en una especie de Casablanca de los Pirineos. ¿Comparte usted su indignación?
-Lo que planteo, y no me cansaré de insistir en ello, es que independientemente de la ideología, cuando vieron amanazados sus intereses desde un lado o del otro, recurrieron a la vieja estrategia de fer-se l'andorrà, hacerse el andorrano, para conservar el statu quo. El aluvión de refugiados agravó todavía más el ya serio problema del abastecimiento de alimentos. Los convoys enviados por Franco, así como la confiscación de Fhasa decretada por el copríncipe francés por su cuenta y riesgo, sin contar con el Consell, causaron que las simpatías de los indecisos y de los neutrales se decantaran finalmente por el bando nacional. Que quede claro que la ayuda franquista no era en absoluto desinteresada, sino que desde el principio tuvieron clarísimo que era una manera de tener a los andorranos cogidos por el pescuezo, una deuda que ya llegaría el momento de cobrarse. Y llegó: durante la crisis de Fhasa de diciembre de 1938.

-¿Cuál fue el papel de los refugiados que se instalaron en Andorra a raíz de la Guerra Civil?
-De entre los 4.000 y 5.000 que pasaron por el país entre 1936 y 1939, probablemente un 10% de ellos se quedó aquí. Y fueron decisivos desde todos los puntos de vista: económico, intelectual y humano. Llegaron al país sin otro patrimonio que su talento -más o menos- y sus ganas de trabajar. Se casaron aquí, abrieron comercios y colaboraron decisivamente en el despegue de Andorra.

-Anarquistas, republicanos y franquistas amenazaron con invadir Andorra, pero resulta que los únicos que efectivamente se esteblecieron en el país fueron los gendarmes franceses. ¿Puede hablarse de una ocupación encubierta?
-Los gendarmes vinieron porque lo solicitó el Consell General... a instancias de Mateu, precisamente para prevenir y evitar una hipotética intervención de los comités anarquistas de la Seo. Hay que añadir que el Consell se desdijo cuando comprobó que las parroquias [los ayuntamientos] se oponían a lo que consideraban una injerencia francesa. Pero ya era demasiado tarde. La misión de Baulard y sus hombres era la de garantizar el orden y la integridad territorial, lo cual estaba bien. Lo que ya no era tan razonables era el desplazamiento de un batallón que llegó a contar en los momentos álgidos con una fuerza de unos 150 hombres, sección de ametralladoras incluida. Parece un despliegue claramente desproporcionado, fruto de un afán de marcar el territorio, de exhibir de qué parte estaba la razón de la fuerza. La prueba de que era del todo punto innecesario y que se trataba de un despliegue desproporcionado es que los gendarmes dispusieron de todo el tiempo del mundo para dedicarse a quehaceres tan poco marciales como escribir manuales de mecánica y componer música...

-Baulard fue muy mal recibido en septiembre de 1936, pero en cambio se marchó con el título de andorrano honorario en el zurrón. ¿Fue un simple agente al servicio de Francia, o llegó a impliucarse en las vicisutudes de Andorra y los andorranos?
-Él aterrizo en el país con la actitud propia de un virrey, con una prepotencia, incluso chulería, más bien antipáticas. Cuando al llegar a la frontera se encontró la aduana cerra, ordenó a sus gendarmes que la cruzaran, sin ningún miramiento. Ideológicamente, y teniendo en cuenta que aquí se encontró con refugiados de todos los colores políticos, y que tenía que convivir con los comités anarquistas de la Seo y con los cerca de 600 carabineros de la República desplegados en la comarca, su actitud fue contemporizadora, aunque personalmente creo que sus simpatías se decantaban sinceramente del lado republicano.

-Y a Mateu, ¿dónde lo situaría, ideológicamente?
-Mateu era por herencia monárquico hasta el tuétano: su padre había sido íntimo amigo de Alfonso XIII y su adscripción al Movimiento -como primer alcalde de la Barcelona de posguerra, como embajador de Franco en España, hasta como agente de los servicios de inteligencia nacionales- hay que interpretarla como la vía más corta y directa para el restablecimiento de la monarquía y, sobre todo, para evitar la instauración en España de un régimen comunista, una posibilidad que le causaba auténtico pánico.

-¿Andorra equivalía para él la gallina de Fhasa, que había que exprimir en provecho propio, o cultivó alguna relación especial con el país?
-Aunque Fhasa constituía sólo una pequeña parte de su imperio industrial -era el propietario de la Hispano Suiza y del Diario de Barcelona, entre otras empresas- era también la obra de su juventud. Cuando el fin de semana llegaba al castillo de Perelada, su refugio ampurdanés, lo primero que hacía era telefonear a Andorra para preguntar si llovía. Fhasa era la niña de sus ojos.

-¿Y el obispo Guitart, a quien en el libro llega a describir como "catalanista"?
-El copríncipe era amigo íntimo del cardenal Vidal i Barraquer, que le pidió que no se adhiriera a la cata colectiva en que los obispos españoles -excepto cuatro excepciones: ¡cuatro!- se ponían abiertamente del lado de la "Cruzada". Al final lo hizo, pero escarmentado por la represión que había presenciado en su diócesis, donde durante la guerra fueron asesinados cerca de 500 religiosos. Pero una cierta sensibilidad catalanista me parece fuera de duda: defendió el uso pastoral del catalán y se negó a colaborar con la represión franquista.

-¿Cuál fue el papel de Guitart a la hora de gestionar el envío de alimentos desde la España franquista, si es que tuvo alguno?
-El hombre clave en este asunto fue Mateu. Guitart actuó literalmente a su dictado. Era Mateu quien tenía acceso directo a los mandamases del régimen, como Serrano Súñer y Nicolás Franco. Y también fue decisivo para conseguir la autortización para que el convoy atravesara territorio francés, desde Irún hasta l'Ospitalet.

-¿Y el del Síndico Cairat?
-Mateu es quien maneja los hilos, el hombre de mundo que tiene los contactos de altísimo nivel necesarios para franquear literalmente fronteras, y quien finalmente avalará la operación. Cairat, como el resto de la delegación que gestionó el envío de convoys ante el gobierno de Burgos -el veguer episcopal Jaume Sansa, el conseller Antoni Picart, el médico Xavier Maestre y Antoni Aixàs, delegado comercial del mismo Cairat- se limitaron a seguir escrupulosamente las instrucciones de Mateu, que les decia a quién tenían que dirigirse y en qué términos, y a gestionar la recogida de los alimentos en el depósito de l'Ospitalet para distribuirlos luego en Andorra.

-Mateu gestionó dos convoys con alimentos para la población andorrana, pero también fue el artífice de los cortes de suministro eléctrico comprometidos por Fhasa con la República. ¿Cómo debe juzgarle la historia?
-Hagamos sólo una reflexión: ¿qué hubiera ocurrido si Fhasa no hubiese existido? Sin Fhasa no en entiende la historia contemporánea de Andorra; quizás los gendarmes no hubieran venido en 1933, ni en 1936; quizás Franco hubiera tenido entonces las manos libres para ocupar el país y anexionárselo... Aunque sin Fhasa, lo cierto es que Andorra dejaba de tener valor estratégico. También es verdad que entonces quizás la excusa para una intervención nacional hubiera sido la fuerte implantación anarquista... Pero todo esto es historia ficción.

-Pues sigamos con ella: si Franco hubiera ocupado Andorra aprovechando la coyuntura de la II Guerra Mundial, ¿cómo hubiera reaccionado Francia?
-Lo que está claro es que no se hubiera quedado cruzada de brazos. Entre otras razones porque, como copríncipe de Andorra que era, el presidente de la República no hubiera podido inhibirse. En un hipotético contencioso entre España y Francia, el vencedor muy probablemente se hubiera anexionado Andorra. Un contencioso, por cierto, en el que el obispo hubiera tenido bien poco que decir.

-Continuemos especulando: con una República consolidada y sin Guerra Civil en España, ¿hubiera tenido el obispo los días contados copríncipe -o los años?
-Con la República las fricciones fueron desde el principio continuas. Además, una parte de la sociedad andorrana veía al obispo como a una rémora. Con la instalación de Fhasa el país entró bruscamente en la modernidad después de siglos de letargo: se completó la red de carreteras, penetraron ideas si no revolucionarias, por lo menos democratizantes... El espejo en que muchos querían verse era el de Mónaco, con los casinos y los balnearios que era (y son) la fuente de su prosperidad. Y para todo esto el obispo era un obstáculo. Con este ruido de fondo y el apoyo interesado de la Generalidad y de la República, ¿hubieran acabado echando al obispo? Quizás sí. Pero en este caso habría que ver cómo hubiera reaccionado Francia. De hecho, para los intereses del copríncipe episcopal las cosas fueron de la mejor manera posible...

[Este artículo de publicó el 7 de mayo de 2006 en la revista Informacions]