Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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sábado, 12 de abril de 2014

La leyenda negra: una prueba documental

Claude Benet da noticia de los cadáveres de dos hombres asesinados de un tiro en la cabeza en el trayecto hacia Andorra; los esqueletos fueron localizados en un camino de montaña del Arieja que desemboca en Fontargent, muy frecuentado por contrabandistas y fugitivos durante la II Guerra Mundial.

¡Ay, la leyenda negra de los pasadores! Cuando parecía que sobre esta materia todo estaba dicho y redicho y que difícilmente saldríamos del recuento que Sala Rose y Garcia-Planas hacen en El marqués y la esvástica -seguro que lo recuerdan: la decena de fugitivos muertos de camino hacia Andorra registrados en cuatro operaciones diferentes- va y Claude Benet, quién si no, nos pone sobre la pista de dos víctimas más del lado oscuro. Y éstas, además, documentadas con pelos y señales. Resulta que el autor de Guies, fugitius i espies recibió en noviembre de 2012 aviso de uno de los informantes del Arieja con los que había contactado cuando preparaba la monografía. Le pedía que fuese inmediatamente porque tenía unas fotografías que no se podía perder.

La sorpresa fue mayúscula cuando vio el material: las imágenes mostraban los esqueletos amontonados de lo que después resultaron ser dos hombres, semiocultos bajo unas rocas en un camino de montaña a una hora escasa de la frontera andorrana. Los dos cráneos presentaban sendos agujeros de bala, y los investigadores de la gendarmería que retiraron los restos encontraron dentro de uno de ellos una bala del calibre 9 milímetros muy habitual en los años 40, mientras que los huesos de las piernas del otro hombre aparecieron rotos. También se recuperaron las botas del mayor de los dos hombres, con el regalo sorpresa de que todavía era posible leer la marca: resultó que se trataba de un par de botas fabricadas en Tolosa por una empresa que en los años 30 y 40 suministraba material al ejército francés. Para confirmar aun más la datación, asociada a los restos se recuperó una moneda francesa de 1943.

Benet, en la presentación de Guies, fugitius i espies, la monografía definitiva sobre los pasadores centradad específicamente en el caso andorrano. Fotografía: El Periòdic d'Andorra.

Para Benet y su informante, que han tenido acceso a las fotografías del yacimiento, no cabe duda: se trata de los restos de dos fugitivos a los que por algún motivo el guía liquidó a medio camino: "El itinerario que seguían conducía a Andorra por la parte de Fontargent, punto de entrada habitual de fugitivos y contrabandistas", sostiene. Los restos, analizados en el instituto de medicina legal de Tolosa, corresponden a un adulto de entre 40 y 50 años y a un adolescente. Padre e hijo, especula Benet, que dibuja la siguiente escena: "El chico, que tenía una pierna rota, debía caminar con suma dificultad, hasta que ya no pudo más: el guía lo conminó a seguir adelante, el padre se puso naturalmente del lado de su hijo, y el guía los liquidó a los dos." Y aprovechó para llevarse las botas del adulto; si hubieran sido soldados alemanes, opina Benet, no se hubieran molestado en robar las botas del muerto.

En fin, que el homicida medio escondió los cuerpos bajo unas rocas, y aquí se habían conservado las últimas siete décadas hasta que en verano de 2012 un grupo de estudiantes alemanes de medicina que practicaban senderismo en la zona los descubrieron, con la buena fortuna -dice- que tenían nociones de anatomía y se dieron enseguida cuenta de que se trataba de restos humanos: "Como se encontraban relativamente cerca de un sendero, es probable que otros excursionistas los hubiesen avistado antes, pero pensaran que se trataba de restos de animales".

Los prefectos se lavan las manos
El caso es que el descubrimiento de los dos cuerpos ha pasado desapercibido en el Arieja. Y si Benet ha decidido hacerlo ahora público es porque ni el prefecto que había en 2012 ni el actual han atendido su petición de que permitieran que expertos en ADN estudiaran los restos para determinar su origen: "No hemos obtenido respuesta ni remitiéndoles la petición a través de la embajada de Francia en Andorra. Me parece de una insensibilidad monumental, sobre todo este 2014 que celebran por todo lo alto el centenario de la I Guerra Mundial", se lamenta. La mala suerte es que no se recuperó documentación que permitiera a los dos hombres. Pero incluso para esto tiene Benet una hipótesis más o menos plausible: otro informante suyo, André Trigano, alcalde de Pàmies y él mismo brevemente refugiado en Andorra durante la II Guerra Mundial -unos pocos meses en los que coincidió, por cierto, con el cantante y actor Serge Reggiani- recuerda a dos fugitivos, padre e hijo, que salieron en cierta ocasión de la zona de Pàmies y que nunca llegaron a su destino: Andorra.

Eran dos judíos apellidados Schwabb. ¿Tienen alguna relación los Schwabb con los dos cuerpos aparecidos ahora? "Si no podemos analizar los restos, nunca lo averiguaremos", dice Benet, estupefacto por la indiferencia mostrada por la prefectura en este asunto: "Parece incongruente tirar la casa por la ventana por el centenario de la Gran Guerra y en cambio negarse a analizar posibles pruebas de interés histórico sobre un capítulo tan sensible de la II Guerra Mundial como es el de los fugitivos". En cualquier caso, se trata de las primeras pruebas documentales de la leyenda negra de los pasadores -si descontamos el montaje del que fue víctima (¿o era instigador?) Eliseo Bayo en Reporter. Si se da el caso, ciertamente poco probable, de que las fotografías, hoy en manos de la gendarmería, son algún días desclasificadas.

Como el lector recordará, una de las aportaciones de Sala Rose y Garcia-Planas sobre este infausto capítulo consiste en haber puesto algo de orden con un balance sobre las "matanzas" de fugitivos -así las denominan ellos- que tuvieron lugar de camino a Andorra -o en la misma Andorra. A los autores de El marqués y la esvástica les salían una decena de muertos: los dos matrimonios belgas que Joaquim Baldrich afirmaba haber visto semienterrados enla nieva en la zona del Estany Negre, víctimas de dos pasadores aragoneses que se llamaban -y queden sus nombres para nuestra historia local de la infamia- Mulero y Trallero; Jacques Grumbach, judío, diputado socialista y director del diario Le Populaire a quien su guía, el también aragonés Lázaro Cabrero, liquidó de un tiro en la nuca en un caso por el que fue juzgado en Foix en 1953. Juzgado... y absuelto por falta de pruebas, aunque Cabrero admitió haber matado a Grumbach, alegando que el hombre había quedado malherido a consecuencia de una caída y que tenía consignas superiores de eliminar a los fugitivos que entorpecieran la marcha para evitar que cayeran en manos de las patrullas alemanas.
El caso de Grumbach lo han contado con pelos y señales tanto Josep Calvet (Las montañas de la libertad) como Francis Aguila (Les cols de l'espoir). El siniestro balance lo completan las tres chicas judías que Jose Bazán (Jo, un nen de la guerra) recuerda que fueron recuperadas, muertas, en el valle del Madriu en 1942 y enterradas en el cementerio de Escaldes, y el matrimonio Allerhand, Gustave e Ida, judíos franceses que en septiembre de 1942 salieron de Ussats les Bains y de quien nunca más se tuvieron noticias. Un caso recogido también por Calvet.

La leyenda negra -reverso de la epopeya de los pasadores- se alimenta más de recuerdos que de documentos. Por eso mismo es tan importante, por no decir milagrosa, el hallazgo que nos ocupa. Aparte de los que integran la, digamos, lista oficial, Benet añade por su cuenta a las víctimas no de la codicia o de la mala fe de los pasadores de turno, sino de la montaña -el frío, el torb, el agotamiento- como por ejemplo el teniente Charles Peacock, aviador aliado también malherido que prefirió descolgarse de su expedición para no comprometer la supervivencia del grupo: sus compañeros intentaron localizarlo al día siguiente, pero no lo consiguieron. También añade a los dos militares canadienses desaparecidos con Eloïse, la misteriosa agente de quien reconstruye la trayectoria en Guies, fugitius i espies, y en fin, a la media docena larga de muertos en la montaña -y aquí incluye tanto a fugitivos como a contrabandistas- que constan en el registro de defunciones de Canillo de los años 40. 

[Este artículo se publicó el 11 de abril de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

viernes, 14 de marzo de 2014

González Ruano, los camiones y la leyenda negra

Sala Rose y Garcia-Planas retratan el lado oscuro del autor de Mi medio siglo se confiesa a medias y revisan el mito de los pasadores en El marqués y la esvástica: César González Ruano y los judíos en el París ocupado.

Comencemos por el final. Ya verán que merece por una vez la pena: imagine el lector que los autores de El marqués y la esvástica -el periodista Plàcid Garcia-Planas, reportero de guerra de La Vanguardia, y la filóloga y germanista Rosa Sala Rose- armados con un detector de metales y acompañados por un arqueólogo, caminan por los alrededores de cierta curva de la N-20, la carretera que une el Ospitalet, del lado francés, con el Pas de la Casa, la última población andorrana. Por la zona del río Palomeres: el Pla de la Vaca Morta. Buscan con más entusiasmo que esperanzas los restos -huesos, hebillas, cualquier cosa- de los fugitivos judíos que durante la II Guerra Mundial sospechan, fueron asesinados justo en este recóndito tramo de carretera por los pasadores que los iban a conducir a la libertad. A Andorra. Imagine también el lector que en un momento dado va Sala y en un arrebato de buena surte da, que sí, con un prometedor y alargado hueso: "¡Un húmero"!, se dice. Por fin, la prueba definitiva que han buscad sin éxito durante tres años de investigaciones que les han llevado a sumergirse por una veintena de archivos de ochos países. Lástima que el arqueólogo de la expedición les dé un baño de realismo: aquel pingajo no es lo que queda de un húmero humano, sino tan solo "un huso ovocaprino". La dura realidad, insiste el arqueólogo, es que si alguna vez aquel rincón de montaña sirvió como cementerio de los judíos asesinados por sus presuntos salvadores, hace tiempo que sus restos hubieran sido arrastrados por el deshielo.

César González Ruano, periodista y escritor, que residió entre 1942 y 1944 en el París ocupado por los nazis y a quien Sala Rose y Garcia-Planas vinculan con la extorsión de fugitivos judíos en El marqués y la esvástica. Hasta hace dos meses daba nombre al premio de periodismo mejor dotado de España -y del mundo entero-  patrocinado por la Fundación Mapfre, que casualmente decidió cambiarle el nombre ante la inminente publicación del libro. Fotografia: ABC.
El Pas de la Casa en los años 50: siguiendo por la N-20, ya en el lado francés, se encuentra la curva en que los autores sospechan que pudieron ser ametrallados los grupos de fugitivos judíos traicionados por sus supuestos guías. Fotografía: APA / El marqués y la esvástica.
Manfred Katz, confidente de la Gestapo del que autores insinúan que delató al grupo de Puigdellívol, capturado por la Gestapo en Mont-Lluís en junio de 1944. El pasador andorrano terminó de estas en Buchenwald, de donde no salió hasta la liberación de los campos con el fin de la II Guerra Mundial. Fotografía: El marqués y la esvastica.

Esta es la culminación pelín esperpéntica de El marqués y la esvástica, tocho de medio millar largo de páginas que sigue el rastro del escritor y periodista César González Ruano en el París ocupado de los primeros años 40, que prueba la infame participación del autor de Mi medio siglo se confiesa a medias en la extorsión de fugitivos judíos a los que ayudaba a abandonar Francia a través de los Pirineos, y que tirando del hilo fueron a parar a Puigcerdá, pongamos que en la primavera de 1943, cuando André Parent, aduanero francés de Bourg-madame y colaborador de la Resistencia, sospecha que la caravana de camiones Berliet parada en la frontera transporta en realidad un cargamento de hombres. Fugitivos judíos de camino hacia Andorra. Una pista que concuerda con otra más: la que dejó el exguerrillero anarquista Eduardo Pons Prades -el mismo que sostenía en El mensaje de otros mundos haber sido abducido, ejem, por un ovni en cierto paraje de la Cerdaña francesa- en Los senderos de la libertad: un libro relativamente reciente -lo publicó en 2002 La Rosa de los Vientos- que pasó por aquí totalmente desapercibido y donde el autor recoge el testimonio de un tal Rosenthal, ingeniero químico y judío de Coblenza.

Otro fugitivo, éste con la particularidad de que sobrevivió al ametrallamiento al que sus supuestos salvadores sometieron a su grupo de fugitivos de camino hacia la salvación: "Les dijeron que iban a entrar en Andorra a pie por la montaña y que en menos de una hora estarían a salvo. Pero de pronto estallaron ráfagas de ametralladora y el griterío de las víctimas. Como el ingeniero caminaba detrás del todo sólo fue alcanzado en un hombro. A la luz de las linternas los asesino se paseaban entre los moribundos a los que desvalijaban, luego abrieron una zanja en la que medio enterraron los cadáveres". Un testimonio que Pons Prades recogió a su vez de su compañero de armas Manuel Huet -ex nano d'Eroles durante la Guerra Civil y quien en 1946 se instaló, por cierto, en Andorra, muerto en 1984 a consecuencia de un accidente de tráfico. Auxiliado por un grupo de la Resistencia que lo rescató en la montaña y le hizo curar las heridas en Cacasona, nada menos que por el doctor Joaquim Trias, Rosenthal explicó cómo él y su grupo -incluidos sus padres y hermana- fueron engañados por un supuesto funcionario de la embajada española en París. Un funcionario que según Pons Prades y como el mismo maquis se encargó de confirmar, era ni más ni menos que González Ruano.

Esta es la principal revelación de El marqués y la esvástica, que no es propiamente un libro de historia sino la crónica de la investigación que los autores emprenden por media Europa para tratar de probar la implicación de Ruano en las escabechinas de fugitivos judíos que -sospechan- podían terminar en la curva de la Vaca Morta de la N-20. Sin demasiado éxito, todo sea dicho. Porque la conclusión final es que nuestro hombre de hoy se dedicó a la extorsión sistemática de los judíos que tenían la mala pata de ir a caer en sus garras, pero en cambio se reconocen incapaces de probar documentalmente los vínculos con las matanzas como aquella a la que Rosenthal sobrevivió. Por el camino exhuman el juicio al que Ruano fue sometido en Francia y que en 1947 lo condenó a 20 años de trabajos forzados por "inteligencia con el enemigo". Por concretar: colaboración con la Gestapo y delación de los reos -miembros de la Resistencia y un judíos que por lo visto acabó en Auschwitz- con los que durante tres meses compartió celda en la prisión de Cherche Midi. Cortesía, paradójicamente, de la Gestapo, que lo detuvo, sostienen los autores, creyéndolo cómplice en el paso clandestino de judíos, hasta que los convenció de que se trataba tan solo de un vulgar estafador. Estos tres meses de cautiverio le suministraron material que más tarde reutilizó en alguna de sus novelas, e incluye un oscuro episodio de simulacro de fusilamiento, por el que pasa de puntillas en sus diarios. Ni que decir tiene que Ruano no cumplió ni un solo día de los 20 años de trabajos forzados a los que fue condenado por los tribunales franceses: en 1947 hacía tres años que había regresado a España.

La leyenda negra: un balance (provisional)
Tozudos como son Sala Rose y Garcia-Planas siguen más pistas, y así es como -atención- Antoni Puigdellívol se cuela en esta historia: él era el único pasador, dicen los autores, que en la época se dedicaba a cruzar por la zona de Puigcerdá a grupos de fugitivos que cargaba en camiones... ¡conducidos por soldados alemanes! Untados, por supuesto. Un juego peligrosísimo, este de Puigdellívol, porque en junio de 1944 fue sorprendido por la Gestapo a la altura de Mont-Lluís al frente de una expedición. Puigdellívol acabó en Buchenwald, con su mano derecha, el también andorrano Pepito Gelabert, y el grupo que pretendía pasar. Parece que fue un confidente infiltrado en la cadena el que los delató. Y le ponen nombre: Manfed Katz, que tras la guerra se refugió en Barcelona. Puigdellívol, en fin, no saldría del campo de concentración hasta el final de la contienda, en mayo de 1945.

El caso es que este episodio no impidió que la justicia francesa le abriera en 1946 juicio: le acusaba de la muerte de madame Espira, una judía que formaba parte del convoy en que la Gestapo cazó al mismo Puigdellívol. El proceso se alargó dos años pero al final salió de él limpio como una patena: no se pudo probar la acusación, y el pasador contó con el aval de un reputado testimonio: el exministro de Defensa francés André Diethelm. Puigdellívol alegaba haber pasado a la mujer y a la hijastra de Diethelm; Sala y Garcia-Planas demuestran que no fue así. Un personaje, en fin, de claroscuros, como tantos que pululan por este libro, y del que también sacan a colación la controversia con Isabel del Castillo, que lo acusa en El incendio de haberse quedado con el dinero que le confió cuando la ayudaron a cruzar los Pirineos, y -todavía más inquietante- la supuesta implicación del bar que la familia regentaba en Hospitalet, Barcelona, en una trama que acabada la guerra se ocupaba de pasar a España a gerifaltes nazis como Georges Delfanne, alias Masuy, "sádico gestapista conocido por la invención del suplicio de la bañera". Glups.

Hay que añadir que Puigdellívol no fue el único pasador motorizado y que recurrió al soborno de los militares alemanes en el tráfico clandestino de hombres: en nuestro rincón de Pirineo hubo por lo menos otro, Paul Barberan, que utilizaba camiones para el contrabando de neumáticos por el Pas de la Casa, y que para pasar judíos había ideado un estratagema tan insólito como audaz y, por lo visto, eficaz: Barberan disfrazaba a sus fugitivos de contrabandistas, fardo incluido, y los hacía desfilar a pie por los pasos de montaña, con la aquiescencia y en ocasiones con la colaboración entusiasta como porteadores de los mismos alemanes. Claro que también Barberan acabó arrestado por la Gestapo, en abril de 1944. Con más suerte que Puigdellívol, porque tan solo tres días después lo encontramos sopechosamente en libertad. Sala especula que quizás la compró vendiendo al mismo Puigdellívol...

El marqués y la esvástica constituye, en fin, una mina de información, mucha de la cual rigurosamene inédita: los procesos de Ruano y Puigdellívol, por ejemplo, por no hablar de la aproximación digamos que contable al negocio del tráfico de fugitivos, con billetes que podían salir por la astronómica cifra de 100.000 francos por persona -es lo que Del Castillo sostiene haberle pagado a Puigdellívol- y  un beneficio neto por cada fugitivo efectivamente pasado que ascendía a 20.000 francos de media. Tiene también un interés mayúsculo el balance de la, ejem, leyenda negra: los autores han documentado cuatro "matanzas" de judíos -esto de "matanzas" lo dicen ellos- con una decena de víctimas en total: los dos matrimonios belgas que Joaquim Baldrich afirmaba haber visto semienterrados en la nieve cerca del Estany Negre, a los que habían liquidado dos guías aragoneses, Mulero y Trallero; Jacques Grumbach, diputado socialista francés y director del diario Le Populaire, a quien su guía, Lázaro Cabrero, decerrejó un tiro en la nuca: le costó un proceso en el que resultó sorprendentemente absuelto; el caso del matrimonio Allerhand, Gustave e Ida, judíos franceses que en septiembre de 1942 salieron de Ussats les Bains con destino a España de los que nunca más se tuvo noticia -reseñado por Josep Calvet en Las montañas de la libertad; y las tres chicas judías cuyos cadáveres José Bazán cuenta en sus memorias, Jo, un nen de la guerra, que fueron rescatados en 1942 del valle del Madriu (Andorra).

Diez muertos que constituyen indudablemente diez tragedias, pero que difícilmente admiten la cualificación de "matanzas", sobre todo si tenemos en cuenta no sólo el contexto bélico sino también que por Andorra cruzaron miles de fugitivos: el mismo Baldrich afirmaba haber pasado más de 300, aunque los autores sospechan que hay muchísimos casos más que no se podrán probar jamás por la misma naturaleza del paso clandestino... y si no aparecen los restos que Sala y Garcia-Planas buscaban en la N-20. Como Eliseo Bayo, el periodista de Reporter, en los años 70...

Más contundente aun se muestra el historiador Daniel Arasa (La guerra secreta del Pirineu), cuyo testimonio también es recogido en El marqués y la esvástica, y que no se corta un pelo. Perdonará el lector la cita kilométrica: "En Andorra hubo mucha gente, andorrana y de fuera, que de forma directa o indirecta colaboraron con las cadenas de evasión. La inmensa mayoría no se caracterizaron por el altruismo. Es cierto que el humanitarismo tampoco abundó en muchos otros lugares, pero el caso andorrano es el más extremo de mercantilismo en los pasos pirenaicos. Salvo honrosas excepciones, en Andorra el ideal sólo tenía un nombre: oro. Algunas de las grandes fortunas de Andorra tienen su origen en el paso de gente por el Pirineo. En determinados casos, el dinero se hizo con la sangre de los fugitivos, a los que se expolió, abandonó en la montaña o incluso mató a fin de robarles. Algunos fueron entregados a los alemanes para cobrar la recompensa. Hay que puntualizar que estos abusos extremos fueron hechos aislados, no una actuación generalizada como algunas veces se ha dicho. La mayor parte de los guías cobraban precios elevados por su trabajo, pero no eran asesinos".

Gravísimas acusaciones, con o sin sangre de por medio, que lanza al aire sin aportar, en fin, prueba alguna. Y en este plan, no nos iremos sin mencionar de nuevo a Bayo, el autor de aquella fundacional serie de reportajes sobre la leyenda negra publicados en 1977 en Reporter -ya se ha dicho. Pues bien, tras décadas de silencio, en El marqués y la esvástica admite que pagó a los testimonios -supuestos pasadores que lo condujeron a los rincones donde yacían las supuestas víctimas- y que no podía estar seguro de la veracidad de lo que entonces le contaron -y él mansamente publicó: "A lo mejor lo amañaron, quizás cogiendo huesos de un cementerio... La verdad es que no estoy muy seguro". A lo mejor, en fin, eran huesos ovocaprinos.

[Este artículo se publicó el 13 de marzo de 2014 en El Periòdic d'Andorra]