Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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sábado, 16 de agosto de 2014

Charpentier I de Andorra

Martínez Embid identifica al primer pirineista que se interesó por las cimas andorranas: el geólogo suizo Jean de Charpentier, que hacia 1810 -especula Embid- holló la cima de Fontargent y ascendió hasta el puerto de Siguer (y luego lo contó, claro).
La historia del pirineismo de estirpe andorrana está por escribir. Como tantas otras historias sectoriales en nuestro rinconcito de Vía Láctea. Pero no nos pongamos melancólicos. Mientras esperamos la improbable conjunción astral, el montañero y grafómano Alberto Martínez Embid ha trazado un esbozo de esta pequeña odisea en el muy recomendable blog estacionado en el web de  la revista Desnivel. Lo tienen que recordar, a este aragonés locuaz, porque hace escasamente quince días se embolsó el accésit del último premio Pirene de periodismo interpirenaico que convoca el Gobierno de Andorra, y precisamente con este blog. Pero hablábamos de los pioneros del pirineismo a la andorrana. Y no nos referiremos aquí a los megaclásicos del XIX y principios del XX -los Packe, Russell, Gourdon, Saint Saud i Ussel. Embid se ha alejado, como es costumbre en su lugar, de los caminos más trillados y ha retrocedido todavía más en busca de las trazas de los primeros montañeros -colegas suyos- que se aventuraron por nuestros picos y que tuvieron el detalle de dejar constancia escrita de su peripecia. Porque no se trata sólo de subir (y de bajar, claro). Sino también de que la hazaña no caiga en el olvido. En fin, que buscando, buscando, Embid ha dado con nuestro héroe de hoy, Jean de Charpentier (Freiberg, 1786-Bex, 1855), geólogo suizo que fue -dice- "el primer pirineista que osó subir una montaña andorrana". De hecho no fue una sino tres: Fontargent, la Serrera i el puerto de Siguer -que, por cierto, tendría un protagonismo destacado siglo y medio después durante la gesta de los pasadores durante la II Guerra Mundial: si el lector tiene la paciencia y el tiempo de pulular por este blog encontrará enseguida la referencia. Embid se limita a "proponer" el nombre de Charpentier como el pionero de los pirineistas andorranos, porque en realidad se trata de una hipótesis sustentada en la descripción de estos res picos que nos dejó en su Essai de la constitution géognostique des Pyrénées, publicado en 1823 y donde dejó constancia del periplo pirenaico que lo tuvo entretenido entre 1808 y 1812, mientras el resto de Europa se las tenía con Napoleón.

Andorra cuenta con 74 picos que superan los 2.000 metros de altura: el de Fontargent se eleva hasta los 2.619, lejos de los 2.942 del Comapedrosa -el techo del país- pero que no están nada mal: Embid especula que Charpentier lo ascendió durante sus  peregrinaciones por la cordillera, entre 1810 y 1812, para recopilar la información que publicó en su Éssai de la constitutions géognostique des Pyrénées (1823). Fotografia: Panoramio.
Jean de Charpentier, desde ahora Charpentier I de Andorra, geólogo suizo que antes de especializarse en los glaciares y morrenas de su país dedicó sus inicios como investigador a los Pirineos. En 1810 se estableció en Tolosa, y Embid propone que para medir la altura de los picos de Fontargent, la Serrera y Siguer tuvo probablemente que ascenderlos.

En fin, que Embid nos ha ahorrado el trabajo de leer el Essai y ha dado con datos prometedores: por ejemplo, que hacia 1809 nuestro hombre se estableció en Tolosa, "y dado que le interesaban extraordinariamente las forjas, hay que deducir que visitó en alguna ocasión" -en la época, añadamos nosotros, tierra pródiga en esta protoindustria del hierro: miren la reconstruida farga Rossell, en la Massana. Lo cierto es que en su Essai se limita Charpentier a dar noticias más bien vagas y tirando a tópicas de Andorra -lo más creativo que se le ocurre es que "se trata de un país neutral que dispone de una particular frma de gobierno", y se queda tan ancho- pero también es cierto, insiste Embid, que la única forma de establecer la altura y la naturaleza geológica (o geognóstica) de los tres picos citados -que es lo que el suizo hace en el Essai- no le quedaba otra que subir. A partir de aquí concluye Embid que "muy probablemente sus reconocimientos supusieron los inicios del pirineismo en el Principado". Es decir, en Andorra. Añadamos que no se le daba mal del todo, a Charpentier, esto de medir la altura de los picos: a Fontargent le atribuyó 2.807 metros, casi 200 más que los 2.618 que en realidad hace; con el puerto de Siguer también se le fue algo la mano y le adjudicó 2.917 metros, cuando en realidad no sube más que 2.638, que tampoco está mal pero no son 2.917; en cambio, con la Serrera casi lo clava: 2.939 metros, un palmo más de los 2.917 que mide en la vida real.

De la Arcadia a la selva
Pero la visita de Charpentier fue sólo un espejismo. Como dice Embid, "después de este prometedor debut el montañismo andorrano frenó en seco y durante décadas nadie se interesó por los orgullosos picos locales". Claro que cuando lo hicieron, fue a lo grande, con la irrupción de Russell, casi medio siglo después. Hasta este redescubrimiento de la montaña andorrana, la única referencia potable es el capítulo que nos dedica en Les Pyrénées, ou voyages pédestres depuis l'océan jusqu'à la Méditerranée el viajero Vincent de Chausenque (1834). Aunque también él, como después tantos otros, se limitará a repetir los tópicos de una Arcadia feliz habitada por ingenuos nativos "que han conservado las costumbres sencillas y libres mientras alrededor todo el mundo se corrompía". Incluye también alguna nota pintoresca -"La ignorancia es menor en Andorra que en las regiones vecinas, y cada párroco dirige una escuela gratuita donde incluso se enseñan los rudimentos del latín"- y concluye con el sempiterno mantra del buen salvaje andorrano: es reconfortante, dice Chausenque, "que exista en Europa un rincón donde el hombre todavía puede soñar con ser libre sin que esta palabra mágica resulte profanada".
Charpentier es el héroe de este artículo. Por pionero y por inédito. Pero Embid también ha rescatado del semiolvido a un émulo de Francisco de Zamora -ya saben, el ilustrado español que nos visitó con intenciones un tanto dudosas en 1788 y que Albert Villaró ha convertido en uno que casi es de la familia. Casi coetánea a la de Zamora fue la jornada andorrana de José Cornide Saavedra (la Coruña, 1734-Madrid, 1803), geógrafo gallego que dedica unas líneas a nuestro país en su Descripción física, civil y militar de los montes Pirineos (1794). Aunque no queda claro si llegó a pisar jamás Andorra, porque sus apuntes sobre el país no pasan en palabras de Embid de "generalidades". Con gracia, eso sí. Para empezar, Andorra es para Cornide un "pequeño partid muy parecido en sus circunstancias locales al valle de Arán". Hasta aquí íbamos razonablemente bien, admitámoslo. Pero es que inmediatamente pasa a describir un clima que que ya querrían nuestras estaciones de esquí -"Frío y poco acogedor porque apenas hay tres meses al año que no nieve en las montañas que rodean al país"- y larga finalmente la lista de la fauna local autóctona -la de cuatro patas, no la humana- de lo que más que un país, parece un zoológico: "En sus montañas crían los osos y los lobos, las cabras y unas liebres de tamaño extraordinario, patos, gallinas silvestres y perdices; y en sus ríos se pescan grandiosas y delicadas truchas" -extremo este último rigurosamente cierto, incluso hoy. Aunque quizás tenga razón y aquella Andorra era una especie de parque jurásico. Pero por suerte, ni los lobos ni los osos de Cornide se zamparon  Charpentier, desde ahora mismo I de Andorra.

[Este artículo se publicó el 16 de diciembre de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

miércoles, 1 de enero de 2014

Raginis: una evasión de película

Se lo presentábamos días atrás en este mismo rincón de blog: Witold Raginis, un chaval polaco, casi un niño, nacido en 1923 y que constituye la última aportación del historiador Claude Benet -vía Portella- a la epopeya de los pasadores. Raginis es otro de los aviadores con nombre y apellidos abatido en los cielos de la Europa ocupada durante la II Guerra Mundial que pasaron por Andorra huyendo de los nazis y camino del consulado británico en Barcelona después de una peripecia digna de película y de quien Benet ha localizado el rastro. Con mejor fortuna para nuestro protagonista de hoy, digámoslo antes de continuar, que oara Francis Owens, William Plasket y Harold Bailey, de los que dábamos cienta en juna entrada anterior y que se dejaron la piel en el intento.

El caso es que la historia de Raginis la recoge su paisano Wilhelm Ratusynski en un documentadísimo, fascinante portal -Polish Squadrons Remembered- que repasa la trayectoria de un buen puñado de entre los miles de militares polacos que sirvieron en las fuerzas aéreas aliadas, especialmente en la Royal Air Force. De nuestro héroe del día ha recuperado, e incluso clogado, hasta el informe oficial de evasión, clasificado en su momento como "most secret" por el MI-9 -el departamento de la Inteligencia Militar británica que se encargaba de infiltrar agentes tras las líneas enemigas y de recoger (y verificar) el testimonio de los evadidos- y contiene suculentos detalles de la odisea de Raginis. Veámoslos.

El periplo de este antiguo estudiante de 19 años que había residido en Francia desde 1923 y que en septiembre de 1941 había pasado a Inglaterra para enrolarse en la RAF -"Sin el permiso de mis padres", dice en el informe- acabó felizmente, ya lo habíamos avanzado, con su llegada a Andorra el 3 o el 4 de noviembre de 1943, diez días después de que Owens y compañía murieran de frío en el Port del Rat. Pero arranca quince meses antes. Exactamente, el 20 de agosto de 1942, cuando el bombardero Wellington IV del 305 escuadrón de la RAF donde servia como artillero de cola fue tocado por las defensas antiaéreas germanas -los temibles y eficaces Flak, el cañón de 88 milímetros que perforaba cualquier blindaje que se le ponía por delante y que fue incluso utilizado como letal arma antitanque- en una misión para sembrar de minas la rada de Brest y se ve obligado a un amerizaje de emergencia. Ya vemos que la cosa empieza bien. Los cinco hombres de la tripulación son rescatados por pescadores locales y entregados a la guarnición alemana de la ciudad, que los trata con sorprendente humanidad, y comienza para Raginis un larguísimo peregrinaje como P/W, las siglas inglesas para Prisionero de Guerra. Primero, los interrogatorios de turno, en París y luego en Frankfurt. Los oficiales de inteligencia -¿recuerdan el fulano que mutila a Willem Dafoe en El paciente inglés?- muestran un comprensible interés por averiguar su escuadrón, la misión en que fue abatido y los nombres del resto de la tripulación. Raginis se niega a responder. Primero lo consigue -"No recurrieron ni a amenazas ni a violencia alguna, el interrogador mostró maneras amables", afirma- pero en seguida se cansan del juego, se olvidan de las buenas maneras, le ordenan mantenerse en posición de firmes cuando le interrogan y le someten a una dieta de pan y agua.

Un Wellington IV de los escuadrones polacos de la RAF. El sargento artillero Witold Raginis tripulaba unos de estos aparatos cuando fue derribado en una misión sobre Brest, el 20 de agosto de 1942.

Pero vuelve a salirse con la suya, y sin chivarse. Al menos, esto es lo que parece deducirse del informe oficial. Lo transfieren a un campo de P/W en Lamsdorf (Alemania), donde permanecerá durante seis meses, "la mayor parte del tiempo encadenado". Aquí cambia de identidad con otro P/W, el soldado raso Edward Lehem, y ya con su nueva identidad lo envían a un nuevo campo de trabajo, ahora a Tarnoweskie, en la Silesia alemana, donde contactara con un futuro compañero de escapada andorrana -el sargento Piotr Bakalarski, polaco como él y piloto del 300 escuadrón de bombardeo de la RAF abatido el 27 de julio de 1942 al norte del estuario del Elba, cuando regresaba a bordo del Wellington que pilotaba de una incursión sobre Hamburgo. Raginis i Bakalarski -de quien también conocemos el informe de evasión- se presentan voluntarios para un kommando de mineros y los trasladan a la localidad polaca de Beuthen, donde protagonizarán el primer intento de fuga por el sencillo expediente de cortar la reja del campo.

Estamos ya en septiembre de 1943, más de un año después de caer en manos alemanas. Bakalarski tiene la mala fortuna de ser interceptado por una patrulla de la Gestapo que justo en ese momento, y en ese lugar, se encontraba cazando miembros de la Resistencia polaca. Pero tuvo suerte: a su guía lo liquidan sin contemplaciones. Raginis, siempre afortunado, se oculta en una granja, contacta con la Resistencia, lo conducen a Cracovia -donde permanecerá siete semanas, tiempo suficiente para reencontrarse con Bakalarski, que se había vuelto a fugar- y haciéndose pasar por trabajadores polacos consiguen llegar a Francia: el 18 de agosto se encuentran en Sarrenbourg; el 15 de septiembre, en Luneville; y el 25 de octubre comienzan la travesía de los Pirineos. Su grupo lo forman cuatro militares aliados -Raginis, Bakalarski, un tal sargento Philo, y un soldado neozelandés a quien llaman Hatson- más un guía local.

La excursión hasta Andorra, que tenía que durar ocho horas, se prolonga de forma inquietante: a las 6 de la tarde, después de 18 horas andando, todavía no han llegado ni a la frontera, Hatson no puede más y Raginis y el guía deciden adelantarse para pedir ayuda. A la altura de Fontargent, el guía lo abandona. Raginis está a punto de ser sorprendido por una patrulla alemana, pero con su fortuna habitual da con un grupo de trabajadores que le permiten quedarse tres días en su cabaña; llega como puede a Aston, roba una bicicleta en la carretera de Ax y contacta en Urs con el guía español que había desaparecido en Fontargent, que le presta un último servicio -quizás para hacerse perdonar la felonía- y lo acompaña en tren hasta Merens, lo empaqueta hacia Ospitalet y el 3 o el 4 de noviembre por la noche -no queda claro el día- comienza la última y ahora sí definitiva etapa: en cinco horas se planta "a 8 quilómetreos al sudeste de Soldeu" -que para un fugitivo de la Gestapo ya es concretar- donde encuentra un hombre que le confirma que sí, que se encuentra por fin en Andorra, tierra de promisión. Está salvado. Continúa a pie, incansable, hasta Escaldes, y el final es digno de un hombre que ha sobrevivido al impaxto de un Flak, a un amerizaje forzoso, a los interrogatorios de la Gestapo y, en fin, a quince meses de hospitalidad nazi: "El viaje a España me lo gestioné yo mismo". Raginis se encuentra el 29 de noviembre de 1943 en Gibraltar, y al día siguiente, en Whitchurch, Inglaterra. Toma ya.

La lástima es que, a diferencia de los compañeros de escapada de Owens, lo ignoramos todo -de momento, claro- sobre qué fue de Raginis después de su odisea bélica: ¿volvió a su puesto de artillero de cola de los escuadrones de bombarderos polacos de la RAF? ¿Sobrevivió a la guerra? ¿Volvió quizás a Montluçon, la localidad auvernesa donde residía en tiempos de paz? ¿Y a Andorra? ¿Acabó, en fin, sus interrumpidos estudios?

Ni idea. Pero volvamos a Fontargent: ¿qué ha pasado mientras tanto con Bakalarski, Philo y Hatson? Según el primero, el soldado neozelandés murió en la montaña, en algún lugar al norte del pico de Rhule, dice Bakalarski, el mismo 25 de octubre que perdieron de vista a Raginis y al guía. Al día siguiente tiene que curar los pies congelados de su compañero Philo, y el 27 encuentran refugio en otra cabaña de pastor, siempre tan oportunas, después de haber evitado, continúa Bakalarski, a los "gendarmes de montaña andorranos"... Un cuerpo por otra parte en aquellos tiempos inexistente. Pero tampoco nos vamos a poner ahora quisquillosos con la memoria del bueno de Baka. Habían tardado dos días y una noche en recorrer el camino entre Luneville y Andorra. A Raginis todavía le quedaban diez de maratón. Pero por lo menos no se quedó en la montaña como Hatson.

[Este artículo se publicó el 13 de junio de 2013 en El Periòdic d'Andorra]