Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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jueves, 15 de mayo de 2014

Miquel Bolart, veterano de la guerra de Ifni: "Pronto nos dimos cuenta de que estábamos combatiendo en una guerra de verdad" (I)

La Operación Gento se organizó para liberar las posiciones de Tiugsa y Tenin. Participaron en ella las dos banderas paracaidistas -entre ellos el caballero legionario Miquel Bolart Cámara (Barcelona, 1938)- más un tabor de Tiradores y una sección de morteros expresamente enviada desde la Península. Un pequeño ejército de más de 1.500 hombres que fue fustigado continuamente por fuego de francotiradores -las bandas armadas rehuían en lo posible y como buenos guerrilleros el combate abierto. Fue en esta operación donde sufrió uno de los episodios de fuego amigo que alimentan la leyenda negra de la guerra de Ifni: "Solicitamos apoyo aéreo para ocupar una cota; eran las 10.30 horas, y tres horas después los Heinkel todavía no habían hecho acto de presencia, así que atacamos la posición. Cuando ya la habíamos tomado, llegaron los bombarderos... ¡Y lo que nos bombardearon! No nos liquidaron a todos de milagro".

Bolart formaba parte de la 6a compañía de la Segunda Bandera Paracaidista. Cobraba una mensualidad de 575 pesetas, una pequeña fortuna en comparación con la peseta diaria que recibía la tropa estacionada en la Península, e incluso con las seis de los reclutas destinados a Ifni. En febrero de 1958 participoó en la ocupación de Ercunt, donde se produjo el segundo salto de combate en la historia del paracaidismo español. Él se lo ahorró porque la papeleta le tocó a la Primera Bandera.


Miquel Bolart sirvió como paracaidista en la Segunda Bandera; se enroló en 1955 y en octubre de 1957 fue destinado a Ifni, donde participó en la liberación del fuerte de Tiugsa: arriba, durante su período de servicio; abajo, en 2007, en su domicilio barcelonés. Fotografías: Archivo Miquel Bolart / Presència.

-¿Cómo fue a parar a los paracaidistas?
-Estaba estudiando peritaje mercantil. La mili te partía la juventud por la mitad. Así que un buen día que me crucé con un paracaidista con su boina y todo, y me dije: "Si tengo que ir, por lo menos que pueda escoger un cuerpo en que  me divierta". En aquella época los pobres reclutas iban con su uniforme y sus botas, mientras que los paracaidistas vestíamos zapatos, americana y corbata. Piensa que en las Ramblas me paraban y me confundían con un soldado americano; en el ejército español nadie vestía así. Me alisté en agosto de 1955; hice la instrucción en Alcalá de Henares, y en enero de 1956 me envían a Alcantarilla para seguir el cursillo de paracaidista. Tenía 17 años.

-¿En qué consistía?
-Primero aprendíamos a caer: primero lo hacíamos con la voltereta alemana; luego cambiaron al rulo, la técnica que utilizaban franceses y norteamericanos. Con el rulo te apoyas en un costado al caer; la voltereta alemana, en cambio, aprovecha la inercia de la caída para da la vuelta hacia adelante o hacia atrás. El paracaidismo ha evolucionado mucho: nosotros caíamos a 4 metros por segundo y el golpetazo era seguro. Ahora hacen lo que quieren, son perfectamente capaces de aterrizar sobre un teléfono móvil.

-¿Difícil, la instrucción?
-Para conseguir el título de paracaidista tenías que sacar seis saltos. Primero practicábamos la voltereta sobre una lona, saltando desde una altura de dos metros y pico; te intentaban inculcar el automatismo de saltar justo en el momento en que te tocaba -"Preparados, listos, ya"- a dar el saltito para que no se te torcieran los tobillos; cuando superabas esta primera fase te llevaban a una torre de 8 o 10 metros de altura para practicar el salto enganchado a una cuerda: una de las experiencias más terroríficas de la instrucción, porque vas cayendo en diagonal y como estás tan cerca del suelo la sensación de que te la vas a pegar es inevitable.

-¿En qué Bandera se alistó?
-Cuando ingresé sólo existía la Primera; a partir de mi promoción, que fue la sexta, crearon la Segunda, con lo que se formó la Agrupación de Banderas Paracaidistas. 

-¿Había muchos catalanes?
-En comparación con el resto del país éramos pocos; pero más de los que parecía. Una bandera, que es casi como un regimiento, constaba de cinco compañías y la plana mayor: unos 700 hombres, bajo el mando de un comandante; el mío era Tomás Pallás Sierra. Superado el cursillo de Alcantarilla nos envían de vuelta a Alcalá, con el título de caballero legionario paracadista de segunda y el roquiqui, las alas, y también con el traje de señor, porque hasta entonces vestíamos igual que los soldados de infantería y no lucíamos insignia.

-¿Qué destino le tocó?
-Primero, la 6a compañía; luego, Transmisiones de la plana mayor de la bandera, era el encargado de cargar con la emisora.

-Y va a parar a Ifni.
-A finales de octubre de 1957, justo antes del follón. La Primera Bandera  había llegado el año anterior, justo cuando tenía un permiso y con la mala suerte de que cuando me llegó el telegrama no pude reincorporarme a tiempo. En Alcalá nos quedamos unos 80 paracaidistas, y fue entonces cuando comenzaron a organizar la Segunda Bandera. Por eso soy uno de los fundadores. Estuve unos dos meses en la Segunda, y entonces me trasladaron a la plana mayor. El comandante Pallás estuvo desde el principio en la Segunda Bandera, y el teniente coronel Crespo del Castillo estaba al frente de la Agrupación de Banderas.

-Vayamos pues a Ifni.
-Nada más llegar nos dijeron que había habido una sublevación de bandas armadas, y que eran unos tipos muy preparados. No sabría decirte; lo que sí estaba claro es que los tíos aguantaban como si nada ráfagas de ametralladora a 50 centímetros del suelo. Eso sí que te lo puedo decir.

-¿Había mucha diferencia entre el equipo y el armamento de los paracaidistas respecto a los de Tiradores?
-Nosotros hacíamos instrucción abierta y cerrada a diario, armamento y táctica; éramos soldados preparados para el combate. Ellos eran reclutas que lo único que querían era que los meses de mili pasaran lo más rápidamente posible. En cuanto al equipo, los americanos insistieron en que no usáramos el nuevo material que nos habían cedido en virtud del acuerdo entre Franco y Eisenhower. Sólo podíamos utilizar los cascos y las emisoras.

-La famosa Marconi de pedal, ¿la llegó a usar?
-Eran las únicas que había, reliquias de la guerra de aquí. A nosotros nos facilitaron unos radioteléfonos americanos estupendos, de estos que se ven en las películas de la época. Pero los debieron transportar embalados y algún listo de intendencia los mezcló al sacar las cajas. En fin, como estos aparatos funcionan por parejas, cada una con su propia frecuencia, como los habían mezclado resultó que era imposible contactar con la compañía vecina. Más aún cuando nos metíamos en alguna vaguada. Piensa que Ifni no es el Sáhara: es una zona montañosa y la persiana de señales ópticas enseguida quedaba inutilizada. Vaya, que con frecuencia nos encontrábamos a oscuras.

-¿De que armamento disponían?
-El máuser de 7,92 milímetros. Para mí, el mejor fusil del mundo. Si eres un buen tirador, donde pones el ojo pones la bala. Era un arma semiautomática de cerrojo: cargaba cinco balas en peine y había que tirar del cerrojo a cada tiro. Pero era un muy buen fusil; el nuestro era de 1952, el último modelo. También teníamos el fusil ametrallador FAO, que también era una buena arma. Lo que ocurre es que en una época en que otros ejércitos ya tenían una cadencia de fuego altísima, nosotros todavía andábamos con armamento de la postguerra.

-Pero, ¿no me está diciendo que era una buena arma, el Máuser?
-Sí que lo era, pero una arma semiautomática, ante un M1 americano, que dispara ocho tiros sin darte tiempo siquiera a respirar, o la misma Thompson, que disparaba 37 balas sin encasquillarse... Era otro mundo. El máuser era un buen fusil, pero era un fusil de cinco balas. Y además, de cerrojo.

-Y el enemigo, las bandas armadas, ¿qué armamento tenía?
-De todo, menos ametralladoras Thompson: mosquetones nuestros, y también franceses... No es que estuvieran muy bien equipados, pero para el tipo de guerra que practicaban, era suficiente.

-¿Y qué pasa con el Cetme?
-Llegó al final de la guerra y sólo lo vieron algunos; yo, desde luego, no. Los que llegaron a partir de 1958 sí que lo disfrutaron. Como subfusil automático es de lo mejorcito, porque no se encasquilla, tiene una cadencia de fuego muy alta y es ligero, apenas pesaba 3,5 kilos: ahora debe pesar incluso menos. Piensa que el máuser superaba los 5 kilos. Los primeros Cetme que llegaron a Ifni todavía venían equipados con trípode, porque la idea de un fusil ametrallador estaba todavía muy enquistada en el alto mando. Pero es que el Cetme era más que un subfusil: era un fusil de asalto con una cadencia casi de ametralladora.

¿Qué ambiente se encontró en Ifni al llegar, en octubre de 1957?
-Persistía la idea de que los problemas venían de fuera, aunque ya se habían registrado levantamientos en algunas cabilas del interior. En Sidi Ifni era otra cosa, porque era más fácil de controlar. Cuando estalló la revuelta, se cortó de raíz. Pero cuando vimos las caras de los compañeros que llegaban no dire que del frente -porque no había propiamente frente- sino del interior, enseguida nos dimos cuenta de que estábamos combatiendo en una guerra de verdad. Algo diferente a todo lo que habíamos vivido hasta entonces.

-El levantamiento del 23 de noviembre, ¿nadie se lo olió?
-Hubo avisos, sí, pero muy dudosos. Además, en aquella época, la inteligencia militar dejaba mucho que desear. Nadie se lo imaginaba: piensa que en Sidi Ifni se encontraba el cuartel general de Gómez de Zamalloa, el gobernador del África Occidental Española, que abarcaba también el Sáhara. 

-¿Usted era de los que paseaba tranquilamente por el barrio moro?
-Al principio íbamos al zoco de compras sin ningún tipo de resquemor, quizás por ese punto de imprudencia juvenil, sin sabr demasiado donde nos estábamos metiendo; pero por la razón que fuese, no teníamos sensación de inseguridad. Después, cuando el levantamiento, lo cerraron y nos enviaron a hacer rondas de vigilancia por el perímetro. En cierta ocasión llegaron a disparar contra el burdel.

-¿Dónde lo sorprende el ataque del 23 de noviembre?
-En el campamento. Oímos algo de jaleo, pero no nos tocó ir a resolver aquello; así que me ahorré las primeras horas. Sí que nos ordenaron socorrer el puesto de Tiugsa. Iba con el mulo cargando mi emisora, junto con un soldado de quintas. Cuando sonó el primer tiro el trabajo fue nuestro para que el  mulo no se escapara... hasta que le pegaron tres tiros. No nos dieron a nosotros de puro milagro.

-El chivatazo de la cuñada de un policía indígena que según algunos salvó a los oficiales de morir a manos de sus ayudantes baamranis, ¿mito o realidad?
-Dicen que fue asi. Te diré una cosa: si me vinieran con la historia de que fue un espía infiltrado, no sé, algo así, no lo creería; en cambio, algo tan en el fondo estúpido como un soplo de la cuñada del policía, pues lo creo. Me parece más creíble que no una filtración a la inteligencia militar, porque si existía algo parecido a esto, nunca supe dónde estaba. Para que veas cómo las gastaban, estando yo en la plana mayor de la Agrupación, se organizó el salto en una zona pedregosa y con unas pendientes de más del 15%. Si hubiéramos saltado allí, el que menos hubiera dejado una pierna de recuerdo. Por suerte a alguien se le ocurrió realizar una descubierta para reconocer la zona de salto.

-Así que no saltaron sobre Tiugsa.
-No. Nos llevaron hasta cierto punto en camión, y desde allí seguimos avanzando a pie. Casi los dos tercios del trayecto.

-¿Y qué ocurrió?
-Íbamos la Agrupacion al completo, la dos Banderas Paracaidistas. Imagínate, cerca de 1.300 hombres. Un auténtico ejército. Cada cierto número de kilómetros sonaba un disparo y comenzaba el baile: cuerpo a tierra, que si las ametralladoras por aquí y los morteros por allá... Imagínate a mil y pico tíos, doce compañías, cuerpo a tierra, porque no sabías si te estava disparando un tío, o había otros 50 dispuestos a freirte. Pasada la alarma, y sin haber capturado a un solo moro, retomábamos el camino... hasta que volvía a sonar un disparo y vuelta a empezar. Al final ordenaron que nadie se lanzara cuerpo a tierra hasta que se localizara al enemigo. Lo cierto es que sólo hubo que lamentar un par de heridos, y que hasta que no llegamos a la zona de Tagraga yo no vi ni un solo moro, ni creo que nadie viera ninguno. Pero nos dieron por el saco durante todo el trayecto.

[Primera parte de una entrevista inédita a Miquel Bolart mantenida en 2007; la segunda parte se publicará mañana]

martes, 25 de febrero de 2014

Ifni: la guerra fantasma

El 23 de noviembre de 1957, el Ejército de Liberación penetraba en territorio de Ifni con el objetivo de expulsar a la potencia colonial: España. El régimen de Franco decidió conservar aquel "pedazo de arena, piedras y lagartijas" -como lo definió el humorista Gila- en un conflicto que a lo largo de medio año se cobró cerca de 300 muertos del lado español. Con todo, aquella guerra quedó rápidamente cubierta por un velo de silencio. Medio siglo después, los soldados de reemplazo que se vieron involucrados en la última contienda colonial reclaman un lugar en los libros de historia.

Más conocida como "la guerra silenciada", "la guerra olvidada" o hasta "la guerra chica" -así era como ser referia a ella el almirante Carrero Blanco, delfín de Franco- la de Ifni fue una guerra nunca declarada oficialmente que se dio por terminada la medianoche del 30 de junio de 1958.El alto el fuego fue una de las consecuencias de los acuerdos de Sintra del 1 de abril de aquel mismo año, un sucedáneo de tratado de paz con el que Franco se ahorró la humillación de la derrota. Pero el dictador no pudo evitar pillarse los dedos: conservaba Sidi Ifni, la capital de la colonia, pero renunciaba tácitamente al resto del territorio y rendía al Marruecos de Mohamed V el denominado Protectorado Sur. Es decir, la zona al norte del Sáhara español comprendida entre el paralelo 27º 40' y el río Dra, con capital en Tarfaya. Salvar el honor le había costado a Franco cerca de 300 bajas, la mayor parte de las cuales soldados de reemplazo destinados en la colonia o procedentes de los regimientos que fueron enviados precipitadamente desde la Península para combatir la insurrección.

Vista de Sidi Ifni, la capital de la colonia. Ifni era una franja de terreno de unos 30 kilómetros por 70, una cuña desconectada del Sáhara que penetraba en territorio marroquí; la presencia española se remontaba a 1934, con el desembarco del coronel Capaz; en los años 50 estaba habitado por entre 8.000 y 12.000 baamranis, tribu nativa de origen bereber. En la capital se concentraba una guarnición de 2.700 soldados. Fotografia: Archivo Contijoch.

Tras el intento de invasión del 23 de noviembre de 1957, el ejército rodeó la ciudad de Sidi Ifni de un perímetro defensivo que incluía alambre de espino, trincheras, búnkeres y barricadas. Fotografía: Archivo Contijoch.

El ejército español utilizó en Ifni a los venerables Junkers (en la foto) y Heinkel alemanes, veteranos de la II Guerra Mundial. Fotografía: Archivo Contijoch.

Barricada levantada por la guarnición del destacamento de Telata, uno de los cuatro que resistió hasta la evacuación, junto con los puestos de Tiluin, Tennin y Tiugsa. Fotografia: Archivo Contijoch.

Salida de las columnas que iban a liberrar los fuertes del interior de la colonia, asediados por el Ejército de Liberacion. Fotografia: Archivo Contijoch.

Demolición del fuerte de Telata por las fuerzas españolas en retirada. José Luis Martínez de Abellanosa sugiere que se trata en realidad del bombardeo del puesto de Tiluin previo al lanzamiento de los paracaidistas. Fotografía: Archivo Contijoch.


Dos de los doce fuertes distribuidos por el interior de la colonia en los que se desplegaron pequeñas guarniciones que fueron presa fácil del Ejército de Liberación. Fotografia: Archivo Contijoch.

El primer salto en combate de los paracaidistas del ejército español tuvo lugar en Ifni; en la fotografía, un salto de entrenamiento sobre la posición de Tiluin, semanas antes del comienzo de las hostilidades. Fotografía: Archivo Contijoch.


Cuestión de honor
Mohamed V se mostró más astuto que el Generalísimo, porque el nuevo statu quo con el que Franco pretendía blindar lo que quedaba de la denominada África Occidental Española -o AOE, qu englobaba las colonias de Ifni, el Protectorado Sur y el Sáhara español- duró poco más de otro decenio. El 30 de junio de 1969, y en cumplimiento esta vez de los acuerdos de Fez, se consumaba la llamada "retrocesión", barroca fórmula diplomática que se tradujo en la definitiva cesión de Sidi Ifni a Marruecos. Seis años después, España abandonaba el Sáhara por la puerta de atrás, dejando el territorio y su no muy promarroquí población en manos de Mohamed V.

Hasta la retrocesión, Sidi Ifni -o "Ciudad de las flores", en el idioma local- había sobrevivido en un inquietante "alto el fuego en estado de alerta permanente", como destaca el presidente de la Asociación Catalana de Veteranos de Sidi Ifni, Miquel Querol: "Por eso para los miles de soldados de reemplazo que prestamos servicio en la colonia la condición de excombatientes, y que el tiempo de servicio militar compute como cotizado en la Seguridad Social". Querol, que fue destinado al territorio en 1962, sirvió quince meses en el cuerpo sanitario. Como él, calcula que entre 1957 y 1969 debieron desfilar por Sidi Ifni cerca de 20.000 reclutas, "una quinta parte de los cuales fueron catalanes", matiza. La entidad, creada en 1988, aglutina a 430 de estos veteranos, y además de los beneficios de que disfrutan los militares destinados en misiones de paz en el exterior, reclaman la recuperación pública de este capítulo hoy olvidado de nuestra historia reciente.

Es cierto que, a diferencia por ejemplo del Sáhara español, sobre Ifni cayó enseguida un velo de silencio, probablemente fruto de la mala conciencia. La memoria colectiva sólo ha conservado -y aun gracias- la imagen de una pletórica Carmen Sevilla rodeada de paracaidistas, en las Navidades de 1957, cuando aterrizó en a colonia en compañía del humorista Miguel Gila y una docena de artistas más para elevar la moral de la tropa. Los lectores más veteranos quizás recuerden también los nombres de la dos víctimas ilustres de la guerra: el teniente Ortiz de Zárate y el alférez Francisco Rojas Navarrete, las únicas víctimas con nombre y apellidos de una lista de más de 300 bajas entre los cuales seguramente figuren unos sesenta catalanes, añade Josep Maria Contijoch, veterano de la guerra fantasma y él mismo autor de Sidi Ifni'57. Impresiones de un movilizado.

Soldados de segunda
El mismo Contijoch consigna otro aspecto sangrante de aquella contienda: cerca de un centenar y medio de soldados nativos que servíen en 1957 en el ejército español cobraban todavía en el 2001 pensiones de 70.000 pesetas mensuales. Un trato que no han merecido los reclutas que, como él y Querol, fueron destinados a una colonia en "estado de alerta permanente". Pero, ¿qué era, Ifni? La población de aquel territorio de 1.500 kilómetros cuadrados a duras penas ascendía en 1958 a unas 50.000 almas, mayoritariamente de la etnia de los ait ba amrani. Los europeos, nos 5.000, eran sobre todo militares -y sus familias- y se concentraban en la capital, Sidi Ifni, y en los destacamentos del interior, fortines custodiados por pequeñas guarniciones de tropa española e indígena. La ocupación efectiva del territorio arranca en 1934, con el desembarco del coronel Fernando Capaz. La nueva colonia comenzaría enseguida a tener un papel destacado en los asuntos de la metrópolis: se calcula que aproximadamente 9.000 baamaranis sirvieron en el bando franquista durante la Guerra Civil, enrolados en el Grupo de Tiradores de Ifni que el mismo Capaz había creado en 1934.

La efervescencia que se respiraba en el territorio en 1957 hay que atribuirla a la entonces recentísima independencia de Marruecos, que el sultán Mohamed V había proclamado en junio del año anterior. Pero Mohamed V no se contentaba con el fin del protectorado hispanofrancés y pretendía construir el Gran Marruecos, que incluía Ifni, el Sáhara español y parte de Mauritania y del Senegal, entonces bajo protección francesa. El instrumento del expansionismo marroquí era el llamado Ejército de Liberación, las "bandas armadas" según la terminología franquista, sospechosos a ojos de los españoles de actuar a las órdenes de la familia real marroquí. Las "bandas" se habían dirigido inicialmente contra la Mauritania francesa amparándose en la actitud contemporizadora de las autoridades españolas del AOE, que permitieron a los insurrectos plantar sus bases en un Sáhara en teoría bajo control español. Franco esperaa que dándoles algo de coba conjuraba el riesgo de que las reivindicaciones nacionalistas se giraran sobre sus posesiones. Pero una vez más se equivocaba.

La insurrección estalló en Ifni en enero de 1956, cuando tres nativos murieron en la localidad de Sidi Inno abatidos por una patrulla de la policía que intentaba retirar una bandera marroquí izada en a mezquita de la localidad. En abril, el cabo Ángel Sánchez Jiménez se convertía en el primer muerto español de la etapa prebélica. Pero el atentado más sonado tuvo lugar el 12 de junio de 1957, con el asesinato en pleno zoco viejo de Sidi Ifni de Mohamed ben Lahsen, el capitán Musa, oficial de la policía nómada y por lo visto un auténtico personaje local... demasiado afecto a los españoles. La revuelta se había extendido a la capital. El balance tras dos años de enfrentamientos larvados se elevaba, la vigilia de la insurrección general, a ocho muertos.

La invasión propiamente dicha empezó la madrugada del 23 de noviembre. A Contijoch, la alarma general le sorprendió en la cama: "Aquello era un auténtico caos. Nadie sabía qué hacer. Nos ordenaron dirigirnos a nuestras posiciones. La mía era la oficina del estado mayor del gobernador de Ifni, el general Mariano Gómez de Zamalloa. Afortunadamente, el fregado fue en la circunvalación y en el aeropuerto, y legionarios y paracaidistas enseguida se desplazaron a los puntos calientes para hacer frente a los moros. Hay que tener en cuenta que Sidi Ifni era entonces una ciudad abierta, vulnerable: no había posiciones defensivas, ni trincheras, ni búnkers. Todo esto vino después: en 1957 no había nada de nada". La operación, para los atacantes, consistía en ocupar el aeropuerto y destruir los polvorines de la ciudad. Además, los rebeldes contaban con que los soldados nativos que servían en el ejército español eliminarían a los oficiales. Pero a pesar del efecto sorpresa, las "bandas" no consiguieron ninguno de sus objetivos iniciales, y los baamaranis de Sidi Ifni se mostraron sorprendentemente leales a España. Contijoch recuerda unos pocos días de auténtico miedo: "No había una línea de frente ni combatíamos contra un ejército regular. Se trataba más bien de una guerrilla urbana, con mucha tensión contenida y tiros esporádicos que con frecuencia eran más fruto de nuestro nerviosismo que de un ataque enemigo". A pesar del pasmo inicial, la llegada de refuerzos masivos a partir del día siguiente de la invasión dejó meridianamente claro a las dos partes que Sidi Idni no iba a caer en manos de los rebeldes. Otra cosa era el resto de la colonia.

La auténtica guerra se libró en el interior del territorio, en aquella cuña que penetraba entre 30 y 40 kilómetros en tierra marroquí y que trazaba una frontera de unos 130 kilómetros de frente. De los doce destacamentos españoles en el interior de la colonia, sólo resistieron cuatro: Tiugsa, Tenin, Telata y Tiuluin. Los ocho restantes fueron tomados y sus guarniciones, aniquiladas o hechas prisioneras. Pero lejos del caos que con frecuencia se ha adjudicado al mando español, Contijoch recuerda una reacción ordenada y contundente. Durante la semana siguiente se organizó un puente aéreo con medio millar de operaciones de aterrizaje y de despegue desde el minúsculo aeródromo de Sidi Ifni. Un puente aéreo que permitió el refuerzo de la guarnición local con cuatro batallones de reemplazo procedentes de la Península así como la VI bandera de la Legión, tropas que se añadían a los tres tabores de tiradores con base en el territorio de Ifni y a las dos banderas paracaidistas que habían sido destinadas a la colonia meses antes en previsión de posibles incidentes. Inmediatamente se organizaron las operaciones de rescate -bautizadas con nombres muy del momento: Netol y Gento- que culminaron el 8 de diciembre con el regreso a la capital de los convoys con los supervivientes de los últimos fortines liberados.

Fue durante esta fase de la contienda que legionarios y paracaidistas estrenaron los primeros subfusiles Cetme, entonces de última generación. También se enviaron a Ifni cañones sin retroceso, ametralladoras Alfa y morteros de 120 milímetros, pistolas Astra y los veteranos pero eficacísimos naranjeros de la Guerra Civil. Las corbetas Atrevida y Descubierta, por su parte -las unidades más modernas de la Marina- patrullaron las costas de Ifni y del Sáhara, y una flota liderada por el crucero Canarias apareció un buen día ante Agadir y apuntó sus baterías contra la ciudad, en un claro gesto intimidatorio que emulaba la periclitada diplomacia de las cañoneras.

En campaña
Fue en el transcurso de las operaciones de liberación de las posiciones del interior asediadas cuando tuvieron lugar las acciones más sonadas de la guerra: el 29 de noviembre, cinco aviones Junkers JU.52 lanzaron sobre Tiluin una compañía entera de 75 paracaidistas. La guarnición y este refuerzo llegado por vía aérea fueron finalmente evacuados el 3 de diciembre, en una de las escasas acciones airosas de aquella guerra. La liberación de las otras tres posiciones fue más dramática: la columna de Ortiz de Zárate, que había salido de Sidi Ifni y se dirigía por carretera a socorrer el puesto de Telata, fue víctima de una emboscada y resistió ocho jornadas a campo abierto hasta ser a su vez liberadoa, el mismo 3 de diciembre. Zárate, sin embargo, murió en combate. Era el primera paracaidista caído en acción de guerra, y fue inmediatamente promovido a la condición de héroe del régimen. También o fue el alférez Rojas Navarrete, caído junto con otros 18 reclutas que protegían la carretera de Tiugsa a Sidi Ifni. La evacuación de Tiugsa, por cierto, se cobró otras cuatro víctimas, y la de Tenin, cuatro más.

Pero el 8 de diciembre todas las guarniciones se encontraban a salvo en la capital, convertida en plaza fuerte y rodeada de alambre de espinos, barricadas y búnkers, y defendida por cerca de 9.000 efectivos. Un bastión inexpugnable para la guerrilla. Pero el balance tras dos semanas de guerra semiabierta era demoledor: 34 muertos, 41 heridos y seis desaparecidos, más 21 prisioneros en manos de las bandas que no serían repatriados hasta mayo de 1959. Lo peor de todo era que la carnicería no había servido para nada, porque una vez liberadas y evacuadas, las posiciones interiores fueron dinamitadas y España abandonó de hecho la mayor parte del territorio.

A partir de aquel 8 de septiembre, Ifni sólo existiría en los mapas: los más de 1.500 kilómetros cuadrados de la colonia se habían visto reducidos al centenar escaso que formaba el perímetro defensivo levantado al rededor de la ciudad. Sin duda, las deficiencias del ejército español por lo que respecta a artillería, carros blindados e incluso de un puerto como dios manda desde done poder abastecer y pertrechar a las tropas fueron elementos que ayudan a comprender el desenlace. Por otra parte, ¿qué hubiera ocurrido si Franco se hubiera enfrentado a un ejército de verdad, y no a unos enemigos con carabinas y fusiles de cerrojo por todo armamento? Pero la guerra todavía no había concluido. De hecho, no concluiría hasta la retirada española de la ciudad, once años después. En enero de 1958, una vez fracasada la invasión -fracaso a medias, porque los guerrilleros quedaron como los amos de todo el territorio, excepto de Sidi Ifni- el Ejército de Liberación se revolvió, ahora sí, hacia el sur, hacia el país Tekna y Alaiún, el norte del Sáhara.

El principio del fin
En este nuevo escenario se produjo el mayor revés español de la guerra: el 13 de enero de 1958 una incursión en territorio controlado por la guerrilla terminó con 47 legionarios muertos, 64 heridos y un desaparecido. Es el desastre de Edchera, a la vez punto de inflexión de la contienda. En febrero, España había desplegado en el conjunto de la AOE cerca de 11.000 soldados, y ahora ya con la colaboración francesa procedió a liquidar los últimos reductos de resistencia en el Sáhara. Pero esta aparente victoria no ocultaba la realidad: España conservaba el Sáhara, sí, pero Ifni había quedado reducida a una ciudad virtualmente asediada: las "bandas armadas" fueron inmediatamente sustituidas por soldados del Ejército real marroquí que ocuparon posiciones al rededor de la capital. Ya no las abandonarían jamás y España no volvería a poner el pie más allá del perímetro defensivo de Sidi Ifni.

Pero, ¿fue realmente una guerra "silenciada"? Como recuerda Pius Pujadas, destacado a la colonia justo después de la guerra, "en la Península sabíamos que había habido tiros y algunos muertos. Pero no que las bajas se elevaban a centenares de hombres y que la solución había consistido en abandonar el interior de la colonia y concentrarse en la capital". Y eso que en enero de 1958, superada la fase crítica de la guerra, las Cortes franquistas lanzaron un órdago y elevaron Ifni y el Sáhara a la categoría de provincias españolas. Se trataba de una supuesta jugada maestra con la que el régimen pretendía dar carta de naturaleza a una ficción administrativa: considerar que aquellas dos colonias africanas formaban parte intrínseca de España como cualquier otra provincia metropolitana y que, por lo tanto, no les afectaban las resoluciones de la ONU que instaban a la descolonización de los dos territorios. El mismo Contijoch, al regresar a casa en junio de 1958, se topó con la cruda realidad del desconocimiento general por parte de la población de lo que había ocurrido en Ifni: "Los diarios lo cubrieron las primeras semanas, cuando el régimen no pudo ocultar las muertes de Zárate y de Rojas, ni tampoco el desastre de Edchera, pero dándole un tono inevitablemente épico, triunfalista, como si nos estuviéramos paseando ante unas bandas de desharrapados. La visita de Camen Sevilla también tuvo mucha repercusión. Pero si consultamos la prensa e la época comprobaremos ocn estupor que a partir de enero de 1958 las referencias a Ifni son cada vez más escasas, hasta que acaban despareciendo. Un apagón en el que tomó parte incluso el diario Arriba, que a pesar de ser el diario de Falange había hecho hasta entonces el seguimiento más completo de la guerra."

El balance final varía según las fuentes. Como no se dispone de datos oficiales, existe un consenso tácito entre los escasos historiadores que han investigado la contienda en reconocer unos 300 muertos por parte española, más medio millar más de heridos, para un contingente que pasó de 3.614 a 5.200 hombres e quince días, y a cerca de 11.000 en enero de 1958. Dos tercios de las bajas mortales se registraron en Ifni. Y no se dispone de datos para las bajas del Ejército de Liberación, al que los servicios de información españoles atribuían unos efectivos totales que oscilaban entre los 4.000 y los 5.000 guerrilleros. Por lo que respecta al resultado estratégico de la guerra, el acuerdo de Sintra firmado el 1 de abril de 1958 por España y Marruecos sancionaba el statu quo de Ifni -los españoles conservaban la capital pero abandonaban el resto de la colonia-  establecía la cesión del Protectorado Sur, con capital en Tarfaya. Franco aceptaba la mutilación del AOE con la esperanza de satisfacer así las ambiciones territoriales de Marruecos. Un tremendo error de cálculo que sólo tardaría un decenio más en aflorar, pero que se zampó los años de juventud de los reclutas que fueron destinados a la colonia para cumplir con su servicio militar.

La vida cotidiana en Sidi Ifni
En 1957, Sidi Ifni era una ciudad de cerca de 8.000 habitantes dividida en dos barrios: el europeo y el baamani, y las dos comuniades mantenían unas relaciones correctas. El tedio era el principal enemigo de los reclutas destinados en "El Territorio", el nombre con que se conocía a la colonia. Los reclutas podían pasarse sus 15 meses de servicio sin salir de Ifni. En los buenos tiempos de antes de la guerra, las autoridades ofrecían anualmente un avión para que los nativos cumplieran con el precepto de visitar la Meca por lo menos una vez en la vida. Las únicas opciones e ocio en Sidi Ifni eran las sesiones triples en el cine Avenida. El casino de oficiales estaba vetado a la tropa, como también cualquier contacto femenino: las únicas mujeres que veía un recluta eran o bien las esposas y las hijas de los oficiales -fuera por lo tanto de sus posibilidades- o bien las Fátimas, como los soldados llamaban a las mujeres nativas. Por no haber, no había ni prostitutas: el partido Istqlal prohibió a las prostitutas moras que ejerciesen en los burdeles de la ciudad. Y en 1960 ya no quedaba ni una sola de entre las profesionales que fueron llegando desde las Canarias paa sustituirlas. Lo que sí que abundaba en Sidi Ifni era el quifi, la marihuana. Pero el gran acontecimiento de la guerra fe sin duda la caravana de artistas que aterrizó en la colonia en las Navidades de 1957, con Carmen Sevilla y Miguel Gila al frente.

[Ese artículo se publicó en enero de 2007 en la revista Sàpiens]