Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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sábado, 8 de marzo de 2014

Con Langlois, de viaje

Descubrimos el Voyage pittoresque et militaire en Espagne del oficial napoleónico, una de las joyas de la monumental biblioteca de Casi Arajol.

Hacía años, quizás décadas -glups- que íbamos detrás del Voyage, la colección de grabados inspirados en su experiencia como oficial del ejército napoleónico destacado en la península que el pintor francés Jean-Charles Langlois (Beaumont en Auge, Calvados, 1789-París, 1870) publicó en la casa Engelmann en 1826. Extraño, dirán ustedes. Pues sí, pero es que cada uno elige sus obsesiones, y esta de Langlois en concreto por muchas y plausibles razones: entre otras, la estupenda perspectiva de la puerta y la palanca de Sant Julià de Lòria que tienen aquí abajo, con el camino de cabra que sube a Fontaneda y el Pui d'Olivesa al fondo.


Arajol, en el sancta santorum de su biblioteca, examinando su ejemplar del Voyage con las láminas en color; atención a la lupa. Fotografía. Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Porte de St Julien d'Andorre. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Vallé de la Sègre. Fotografía. Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Pont du diable sur la Sègre. Fotografía. Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Vue prise auprès d'Orgagna. Fotografía. Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.
Vue de Bezalu. Fotografía. Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Fácil, dirán los más avisados: la Biblioteca Nacional conserva una edición facsímil del volumen publicado en 1978 por General Gràfic, sello misterioso donde los haya, y Gallica, el estratosférico, oceánico, fascinante portal digital de la Bibliothéque Nationales -de Francia, claro- ha colgado generosamente las 40 láminas, que además uno se puede descargar gratis total, inmediatamente y a una resolución más que razonable. Pero es que nosostros, quisquillosos que somo, buscábamos exacamente el Voyage original, esta rarísima joyita de 1826. Y no se lo creerá el lector, pero la hemos encontrado. Y como quien dice al lado de casa. De hecho, podríamos haber caído mucho antes en la cuenta: si alguien podía poseer un ejemplar del Voyage -un libro así no se tiene: se posee- era Casimir Arajol. Y así es. Lo adquiiró pongamos que hace una década, así que Langlois forma parte del millar largo de libros de temática andorrana que pueblan la que es, sin duda, una de las colecciones privadas, casi un océano de papel, más completas y mejor surtidas de nuestro rinconcito de Pirineo. Y nos atreviríamos a decir que incluso de algo más allá, con el permiso de Enric Palmitjavila, bibliófilo titular de las Valles Neutras de Andorra.

Por decirlo brevemente, y por si no lo sabían: el chalet Arajol de Andorra la Vella -un monumento en sí mismo, sensacional ejemplar de la arquitectura del granito local- es el paraíso del bibliófilo. Y nosotros hemos tenido el raro privilegio de huronear en él con el Voyage conomo excusa y salvoconducto. Lo que nos hemos encontrado por ahí es la madre de todos los Langlois que pululan por el mundo: uno de los 300 ejemplares de la cortísima primera edición de la obra, impreso en papel india y a todo color, detalle este que lo distingue del facsímil de la Nacional y también de los grabados de la BNF. El resultado lo tienen aquí arriba, y además de la puerta y la palanca de Sant Julià el bueno de Jean-Charles tuvo el detalle de fijarse en el claustro de la catedral de la Seu, un siglo antes de la reforma perpetrada por Puig i Cadafalch, y de unos cuantos rincones más del camino "practicable sólo a lomos de mulas", según sus palabras, que seguía el camino del Segre hasta Orgañá.

Pero, ¿quién era, nuestro Langlois? Pues un oficial topógrafo veterano de la batala de Wagram que en 1811 es destinado a las tropas del mariscal Saint Cyr estacionadas en la península, como cualquier fan de Curro Jiménez sabe. Se quedó por aquí dos añitos en los que no sabemos si guerreó mucho pero en los que se consagró a levantar los planos de las principales vías de acceso a Cataluña, con especial atención a la qiue discurría -y discurre todavía hoy- entre la Seo, Orgañá, Pons y Lérida. De paso tomaba con un estilo y un ojo inequívocamente románticos apuntes de las l`´aminas que en 1826 reuniría en el Voyage, que inicialmente tenía que ser en Espagne, pero que al final se quedó en Catalogne: menos da una piedra. Abundan las batallas en las que hay que suponer que tomó parte como ayudante de campo de Saint Cyr -Gerona, Ripoll, Rosas, Palamós, Vic- pero también las escenas más o menos cotidianas y las vistas pintorescas. Y estos dos últimos temas son los nuestros. Además, acompaña los grabados que conservan un suculento sabor entre expedicionario y colonial. ¡Lástima que los nativos seamos nosotros!

Comencemos como es natural por la puerta de Sant Julià de Lòria, que le permite dar rienda suelta a la retahíla de prejuicios que el hombre ha traído en la mochila, empezando por el mito del buen salvaje que cree descubrir en nuestros tatarabuelos. Unos prejuicios que los posteriores viajeros románticos -Vuillier, Règnault y compañía- no se cansarán de repetir: "No es sin alguna sorpresa que en el rincón más elevado de los Pirineos uno se da de bruces con esta peque población que gasta el título de 'república'. Reconoce la jurisdicción del obispo de Urgel, con la condición de que respete las costumbres de la tierra y de que nunca atente contra sus libertades. Cada nuevo obispo presta juramento en la frontera antes de cruzarla por vez primera; un juramento que puede ser peligros quebrantar si atendemos al carácter y a los hábitos de independencia de los lugareños, en cuyas casas no han penetrado las discordias civiles que sacudieron a España hace unos años". Quizá se refiera Langlois a la amable visita de cortesía que las tropas napoelónicas giraron entre 1807 y 1814. En fin.

Por el camino de Orgañá
Por el detallismo de sus grabados, es plausible que Langlois no trabaje de oído sino que él mismo llegara hasta Santa Sant Julià durante las operaciones del ejército de Saint Cyr, y captara esta idílica y colorista escena, con una camino real transitadísimo, un par de monjas a lomos de sendas mulas , las estupendas mozas lauredianas con el botijo sobre la cabeza y en primer plano lo que parece un mendigo, quizá uno de los gitanos que el archivero Ayala ha documentado en Andorra sobre el siglo XVIII: quién lo sabe. Lo que sí es seguro es que hoy la policía ya los hubiera puesto de patitas en la frontera del Runer. No son  menos provechosas las escasas cuatro líneas que dedica al claustro de la Seo, retrato de monje con señora (y botijo) y un compendio de los prejuicios anticlericales con que el buen ilustrado francés se armaba en cuanto ponía el pie en la península: "El convento del que forma parte es uno de los numerosos establecimientos religiosos diseminados por toda la península, que han sometido este bello rincón de Europa a la más terrible tiranía teocrática..."

Se quedó descansado, el hombre. Finalmente, en las notas que acompañan las vistas del camino del Segre emerge el militar que Jean-Charles llevaba dentro. Pero primero, la pulla: "Excepto la gran carretera que va de Valencia a Barcelona pasando por Tarragona, los catalanes no reparan ningún camino, e incluso algnos de los que nosotros hemos trazado, ellos los han destruido". Después, el diagnóstico de quien ve en el terreno un posible escenario de futuras operaciones militares: el camino de la Seo a Orgañá, dice, "cruza el río por unos puentes fáciles de destriur y que, una vez destruidos, no se podrían reconstruir durante un largo período de tiempo (...) Esta carretera podría ser convertida en impracticable fácilmenten e tiempos de guerra, y Cataluña sería abordable desde este lado". Caramba: parece que estemos oyendo hablar a Fiter i Rossell, y aquella edificante, sensacional, ilustrada sentencia del Manual Digest: "No siam [els camins de frontera] bons, ni estiguin en gran disposicio, ante be, que sian bruscos, Estrets y pedregosos..." (Que no sean buenos los caminos de frontera, no estén en buena disposición, antes bien, que sean bruscos, estrechos y pedregosos).

Hasta aquí, el Voyage pittoresque de Langlois, deriva pirenaica. Que, decíamos al principio, es sólo uno de los cerca de mil volumenes de la biblioteca andorrana de Arajol. Dice que está a punto de conseguir el pequeño milagro de reunir bajo el mismo techo todas las referencias recogidas con paciencia de hormiga y formidable erudición por Lídia Armengol en Materials per a una bibliografia d'Andorra. Que los persigue a través de su librero de confianza, Jordi Rossell, en subastas de medio mundo, y en la excursión anual a París, donde los tenderos del mercado del libro antiguo que cada fin de semana se citan en el parque Geroges Brassens le reservan de un año para el siguiente las novedades andorranas. O mejor, las antigüedades. Los hay que en cuanto lo ven ya se frotan las manos ante el negocio que se avecina.

En fin, que así es como ha reunido una colección que le podría hacer legítima competencia a la de la Nacional: el volumen más antiguo es una Histoire des comptes de Foix, Bearn et Navarre de 1629, escrito por Pierre Olhagaray, historiógrafo mayor de Enrique Iv de Francia -el de los hugonotes, París y la Misa-  y donde aparecen reseñados unos leales andorranos que en 1569 hicieron a pie el viaje hasta la Rochelle para llevarle los cuatro duros de la questia a madame Jeanne d'Albret. La última incorporación, Marca hispanica sive limes hispanicus, de Pierre de Marca, es un tocho de 1688 -y en latín: ¡cómo le gustaría a Antoni Morell!- en que el tal Marca se permite el lujo de afirmar que la leyenda de la argolla de Carlomagno és -oh, sacrilegio- una "opinión ridícula". Algún día tendremos que hablar de ella.

Pero nuestro preferido -Langlois aparte, naturalmente- es Mollusques de San-Julia de Loria (1863): M. J. R. Bourguignat, biólogo francés con muy pocas obligaciones, esto está claro, describe las diez especies de moluscos -dos de caracoles, ocho de caracolas- que fue recolectando en el tramo del Valira entre Sant Julià y Andorra la Vella. Diez no parecen  demasiadas, la verdad, admite humildemente, "pero tienen interés porque casi todas pertenecen a especies raras o poco conocidas, o constituyen formas o variedades absolutamente nuevas". Con todo su entusiasmo a cuestas, aun tuvo el humor de bautizar una de estas últimas con el nombre de Pupa andorrensis... ¿No es fascinante? ¡Gracias, Casi".

[Este artículo se publicó el 30 de octubre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]



miércoles, 19 de febrero de 2014

Besalú: un puente con mil años de historia

Martí Gironell recrea en El puente de los judíos la construcción del puente fortificado de Besalú; aquí reconstruimos la biografía de un monumento milenario que ha sobrevivido a inundaciones, guerras y terremotos.

La singular forma angular y sus dos torres defensivas le confieren una personalidad única, inconfundible, y lo han convertido en uno de los monumentos más representativos -y reproducidos- del románico catalán. Por eso sorprende el vacío historiográfico que persiste, aun hoy, sobre el puente de Besalú -el Pont Vell, porque hay otro puente sobre el Fluviá, erigido en el siglo XX y que, pobre, no puede lucir el pedigrí de su ilustre vecino. En fin, que los datos disponibles son fragmentarios y se dispersan a los largo de los casi mil años de historia que han visto desfilar sus sillares. Pero el punto de partida de Martí Gironell en El puente de los judíos es rigurosamente cierto: el 17 de enero de 1316, la universidad de Besalú contrataba al maestro de puentes Pere Baró, de Perpiñán, para reconstruir el viaducto, dañado tras una de las periódicas crecidas del río Fluviá.

Lo certifica un documento recientemente desenterrado por el historiador Joel Colomer en el Archivo Comarcal de Olot. Gironell aprovecha este hecho histórico -y la oportuna aparición en escena de un antiguo manuscrito- para retroceder en el tiempo otros tres siglos, hasta 1074, y recrear literariamente la peripecia de Prim Llombard, personaje este absolutamente ficticio -por si a alguien le entran dudas- a quien el autor atribuye la paternidad del primer trazado del puente. No se trata de un personaje histórico, digámoslo de nuevo, pero si históricamente verosímil: como explica el arqueólogo Jordi Sagrera, está documentada la presencia en la Cataluña condal del siglo XI de maestros de obras lombardos que importaron la peculiar manera de tallar la piedra en sillares de pequeñas dimensiones, manejables por un solo hombre, con que se erigieron los centenares de iglesias románicas -¿por qué no puentes y otras obras civiles?- que salpican el Pirineo y el Prepirineo. Prim Llombard, en fin, bien podría haber sido uno de ellos.

Gravado de Jean Charles Langlois publicado en 1835 en Voyage pittoresque et militaire en Espagne que sirvió de inspiración para la reconstrucción del puente medieval de Besalú, acometida entre 1962 y 1965. Atención al edificio del centro, probablemente la casa del fielato, que no se incluyó en la versión del siglo XX. El puente tiene ocho arcos y mide 105 metros de longitud; las bases de los pilares pueden datar del siglo XI, y los arcos más antiguos que han subsistido hasta hoy, del XIV. Gravado: Jean Charles Langlois / Voyagge pittoresque et militaire en Espagne.




En la primera fotografía, fechada en 1912, el puente aparace sin las torres defensivas, abatidas en 1880 para que pudiese pasar maquinaria téxtil de camino hacia Olot; hasta los años 20 del siglo pasado, el puente medieval era la única forma de cruzar el río Fluviá a su paso por Besalú; en la fotografía central, contrapicado del puente antes de la voladura del segundo y del tercer arco por parte de las tropas republicanas en retirada, en febrero de 1939; los arcos se reconstruyeron a mediados de los años 60 (abajo). Fotografías: Archivo.

Pero la fecha no es aleatoria: de 1074 data la primera referencia escrita sobre la existencia en Besalú de un puente sobre el Fluviá, aunque se desconoce cuándo y mucho menos cómo se erigió: Gironell calcula que medio centenar de operariospodrían haber invertido entre ocho y diez años en levantarlo, y especula que las obras empezaran en 1066 -¡vaya, como la batalla de Hastings!- cuando el conde Bernat II en persona -el último de la dinastía local antes de que en 1111 el condado de Besalú se integrara en la casa de Barcelona- fue a buscar a Prim a la Siena natal del maestro de obras.


Sí, pero, ¿cuándo?

Hasta aquí, todo es ficción novelesca. Sagrera vuelve a la historia más o menos fehaciente, y avanza la fecha probable de la erección del primer puente hasta el segundo cuarto del siglo XI, en tiempos de Guillem el Gras, el padre de Bernat II -e hijo a su vez del célebre Bernat Tallaferro, no sé si me siguen... Otros historiadores consideran posible la existencia de un puente anterior de factura romana -del que no ha quedado rastro, por otra parte- o como mínimo, de una pasarela sobre el Fluviá. Sagrera apuesta por un trazado de la carretera de Gerona a Olot que pasaba por Besalú por el otro lado del ríoy que hacía por lo tanto innecesaria la existencia de un puente para vadearlo. Por lo menos, a la altura de Besalú.

Parace por lo tanto probado -sostiene la documentación histórica- que en el siglo XI existía ya un viaducto, pero resulta que de esta primitiva construcción no se han conservado más que algunas hileras de sillares. Y aun esto es dudoso, hasta el punto que -sostiene Sagrera- "no hay nada en el aspecto actual del puente que nos permita afirmar que es del siglo XI". Las partes más antiguas que nos han llegado -los arcos más próximos al pueblo- podrían datar del siglo XIV. La misma época en que se levantaron las torres defensivas, que Gironell atribuye en una consciente licencia literaria al diseño original del siglo XI pero que históricamente no se erigieron hasta finales del XIV, durante el reinado de Pere IV. Por no saber, incluso desconocemos siu la característica forma angular es la misma hoy que hace diez siglos: la existencia de restos de más que posibles pilares viisbles aun en el lecho del Fluviá podría indicar que en tiempos remotos el puente trazaba un ángulo todavía más agudo que hoy. Con todo, lo que sí que está fuera de dudas es que este diseño singularísimo, por no decir único, se debe a la presencia en el lecho de afloramientos rocosos que fueron hábilmente aprovechados como cimientos de los tres primeros pilares: "Con esto se ahorraron el trabajo, y el dinero, de desviar provisionalmente el curso del río mientras se levantaban los cimientos", añade Sagrera.

La realidad es que a lo largo de sus casi mil años de historia el puente de Besalú las ha visto de todos los colores. Las catástrofes naturales se llevan la palma. Especialmente las crecidas del Fluviá, claro, porque conviene no olvidar que a pesar del aspecto tirando a "raquítico" que -en palabra de Gironell- acostumbra a lucir, el Fluviá es el típico río mediterráneo, que puede pasar la mayor parte del año co un caudal más bien escaso pero que experimenta periódicas y catastróficas crecidas, especialmente en otoño. La última fue en 1940, y los más viejos del lugar recuerdan cómo el agua se podía tocar desde el puente. Pero hay inundaciones documentadas en 1315 -cuando el puente quedó "dirutus et destructus", es decir, destruido, y se requirieron los servicios de Pere Baró- y también en 1321, 1403, 1421, 1669, 1680, 1764 y 1770. En cambio, parece que la serie de terremotos de 1427 y 1428 que devastaron Olot, Amer y la Vall d'En Bas respetaron el puente, porque no consta que se ordenasen reparaciones.

Los años de la pasarela
Pero como es habitual, su peor enemigo ha sido históricamente la mano del hombre: las dos torres de Pere IV que habían sobrevivido a crecidas y terremotos fueron derruidas en 1880 para dejar paso a un convoy de maquinaria téxtil que se dirigía a Olot. Era el precio de la industrializacion. Una versión más romántica, casi patriótica, sostiene que las torres tuvieron que ser derribadas para que pasaran las nuevas campanas del monasterio de Santa Maria de Ripoll, entonces en plena reconstrucción. Quizás. Pero lo peor tenía que llegar en el siglo XX, con la Guerra Civil: las tropas republicanas en retirada hacia la frontera francesa volaron en febrero de 1939 el tercer y cuarto arco, y de propina, parte del quinto. Durante las dos décadas siguientes el puente tenía que cruzarse a través de unas precarias pasarelas metálicas. Claro que este cataclismo propició la última y -hasta el momento- definitiva reconstrucción, que le ha restituido el aspecto que debía tener antes de 1880, cuando las torres aun vigilaban el puente: tuvo lugar entre 1963 y 1965, y a falta de fotografías, se tomó como modelo un célebre grabado de Jean Charles Langlois, oficial francés que sirvió en las filas napoleónicas durante la Guerra de la Independencia (1808-1814) y que en 1835 publicó Voyage pittoresque et militaire en Espagne. Estupenso, por cierto. Un grabado en que, por cierto, se observan no solo las torres sino también una caseta -de la guardia o del fielato- situada en la llamada Creu Grossa -Cruz Grande, literalmente- el ensanche inmediatamente anterior a la torre central, y que se habilitó en el siglo XVIII para facilitar el tránsito de carruajes y monturas.

La milenaria longevidad del puente hay que atribuirla al hecho de que, desde que se tendió -entre 1020 y 1053- y hasta 1925, cuando se inauguró el vecino puente sobre el Fluviá, constituía la única manera de cruzar el río en el nudo de comunicaciones que históricamente ha sido Besalú, donde desde época romana confluyen los caminos de Olot, Figueras y Gerona. Es verdad que el aspecto actual tiene poco que ver, por no decir nada, con el de hace diez siglos. Pero no hay que olvidar que estamos hablando de un organismo vivo que ha tenido que adaptarse y sobreponerse a diez siglos de enfermedades y afecciones. Y lo que es indiscutible es que para arrastrar mil años a sus espaldas, luce bastante buena pinta.

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Gironell: "El burdel es una de las licencias históricas que me he permitido en la novela"

Conocido sobre todo en la faceta de periodista -conduce desde hace tres temporadas el Telenotícies cap de setmana, en TV3, donde anteriormente presentó el magazín de tarde, En directe- Martí Gironell (Besalú, 1971) debutó hace dos años en el libro reportaje La ciutat dels somriures, en que pasa revista a su experiencia como cooperante en la ciudad india de Bombay. El puente de los judíos supone su debut en la ficción. Que lo haya con una novela histórica y en un momento de euforia del género es una casualidad que tiene sobre todo que ver con su relación de hijo de Besalú. Y militante.

Gironell, ante el puente que ha biografiado en la novela. Fotografía: El Periòdic de Catalunya.

-¿Por qué cambia el ordenador del Telenotícies por el de novelista?
-Nací y me crié en Besalú, y siempre he visto con asombro que nuestro puente es muy conocido allí adonde voy, pero a la vez no se sabe casi nada de su biografía. A partir de la anécdota de cómo debió acontecer la construcción del primer puente, he intentado explicar la sociedad del Besalú medieval, y lo he envuelto con un papel de aventuras, con u toque fantástico y otro -digamos- ecológico.

-¿Se apunta a la moda del género histórico?
-Lo último que querría es que e llector la comparara con las novelas de éxito que todos tenemos en la cabeza. Sólo pretendo explicar la historia de mi pueblo en el siglo XI, tal como lo he imaginado y tal como me hubiera gustado que ocurriera.

-¿Cuánto de ficción hay en El puente de los judíos?
-Tal como digo en las notas finales de la novela, me he tomado ciertas licencias: así, las torres defensivas, que se añadieron en realidad en el siglo XIV, las fecho en el XI, con el puente original, por necesidades de la trama. las rivalidades entre los condados de Besalú y Ampurias son rigurosamente históricas, pero nunca se produjo ningún asedio como el que relato en la novela. Que se sepa, claro. También me invento un túnel que atraviesa el subsuelo de Besalú. Que nadie lo busque, porque no existe.

-¿Y cuánto de historia?
-Es cierto que el botín obtenido con la expedición catalana a Córdoba, en 1010, sirvió para iniciar una especie de programa de obras públicas como -en Besalú- la pavimentación de las calles y la erección de las nuevas murallas. ¿Por qué no el puente? También me interesaban las relaciones entre cristianos y judíos, dos comunidades que se toleraban pero con un claro predominio de los primeros: no tenemos que olvidar que el call se cerraba de noche a cal y canto para garantizar la seguridad de lo sjudíos que vivén en su interior. También he cuiado el detalle: ahora que tanto se habla de cocina medieval, me he asesorado con expertos para describir cómo y qué se comía en la mesa del señor conde o en una humilde casa judía. Pero siempre desde un punto de vista literario, porque no soy historiador.

-Dibuja un Besalú que bulle de vida y actividad, muy lejos de la tranquilidad actual que solo rompen las expediciones turísticas.
-En Besalú no nos acordamos, pero entre 875 y 1111 fuimos capital de condado. Eso se traducia en un hormigieo de artesanos, mercaderes, soldados, monjes... y explica por ejemplo la existencia del burdel que sale en la novela. En la calle del Portalet, concretamente. Pero cuidado, esta es otra licencia històrica.

[Este artículo se publicó el 16 de marzo de 2007 en Presència]