Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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sábado, 28 de febrero de 2015

A pie, con monseñor (Guitart)

Josep Moliné Troc se refugió en Andorra en los inicios de la Guerra Civil, y aquí se quedó toda la vida. Su hija evoca hoy el papel de Moliné en el paso clandestino de fugitivos de la Seo de Urgel y comarca en los primeros meses del conflicto. Entre sus clientes, atención, el obispo Guitart.

La versión oficial de esta historia consta en el Martirologi de l'Església d'Urgell y la recoge también Francisco Javier Galindo en en volumen La Seu, 1936. Y dice que el obispo Justí Guitart huyó de la Seo a primera hora de la mañana del 23 de julio de 1936, "en el auto del Fluix [el Flojo] y vestido con una simple sotana" -se trataba de no llamar demasiado la atención, porque probablemente se jugaba la vida- y que aquel mismo día cruzaron la frontera y se refugiaron en la casa rectoral de Andorra la Vella, como huéspedes de mossèn Lluís Pujol arcipreste de los Valles de Andorra. Una segunda versión, o mejor un capítulo complementario sobre la huida del Excelentísimo obispo de Urgel y copríncipe de Andorra, la aporta en sus memorias el que fuera alcalde de la Seo, Enric Canturri, según el cual Guitart ya había intentado huir en una ocasión pero le habían cerrado el paso en la frontera y se había visto obligado a regresar a la Seo con el báculo entre las piernas. Y hoy añadimos una tercera versión inédita hasta la fecha. Nos la ofrece Lourdes Moliné (la Seo, 1937), quien sostiene que fue su padre, Josep Moliné Troc (Calvinyà, 1909-Escaldes, 1978) quien ayudó al obispo en su huida a Andorra. A pie y por la montaña, nada de coche y chófer. Y añade un detalle: Guitart le confió a su padre un fajo de cartas con el encargo de enviarlas, "pero con las prisas del momento se olvidó de darle el dinero para los sellos y fue el mismo Moline quien tuvo que comprarlos de su bolsillo".

Josep Moliné y su esposa, Clara Altimir, padres de Lourdes, contrajeron matrimonio en febrero de 1938 en Escaldes. Fotografía: Familia Moliné.

Moliné era un hombre de izquierdas, según  recuerda su hija y corrobora su expediente, conservado en el Archivo Histórico de Lérida y exhumado -cómo no- por el historiador Josep Calvet: las autoridades franquistas no le autorizaron a regresar a España hasta septiembre de 1954. Lo acusaban de haber formado parte del comité de Anserall, localidad ubicada entre la Seo y Andorra. Pero enseguida que estalló la guerra, añade Lourdes, se refugió en Andorra: "Tenía claro que, si se quedaba, lo liquidaban. Fueron aquellos primeros seis meses en los que imperó el, ejem, terror rojo, con la veintena larga de asesinatos documentados por Galindo y perpetrados en la Seo y cercanías por los reglamentarios "incontrolados" y con la aquiescencia del comité local.

La primera mención oficial a Moline procede de un documento fechado en 1940 -dice que tiene 31 años- y su nombre aparece junto al de otros rojos de la comarca: José Obiols Miguel, "gran propagandista de izquierdas (...) está en un Batallón de trabajadores"; Enrique Travé Bigordá, "formó parte del comité durante ocho días, ingresó en la escuela de aviación voluntario (...), se encuentra enujn Batallón de trabajadores"; José Catalán Parra, de "ideología izquierdista (...), carabinero retirado (...), se encuentra actualmente detenido en la cárcel de la Seo de Urgel (...), no ejerció cargo alguno en el pueblo de Anserall"; Concepción Moles Martí, también de "ideología izquierdista", que durante el "período rojo se amistó con un miliciano (...), se encuentra en la actualidad en Francia", y José Coll Blasi, "toda su familia es de ideología izquierdista (...), formó parte del comité de Anserall y parece que su actuación fue bastante mala".

De nuestro hombre de hoy, Moliné Troc, se limita a consigna que ejerció "un cargo" en el comité de Anserall y que reside en Andorra. Hay que esperar tres lustros, hasta 1954, para volver a tener noticias oficiales de Moliné. El 10 de abril de 1954, el comisario jefe del puesto de la Seo informa al Director General de Seguridad y al gobernador civil de Lérida de la denuncia formulada por Nuria Calvet, vecina de la Seo, según la cual Moliné era el guía que acompañaba a su marido; Segismundo Gallifa, el día que éste pasó hacia Andorra para desde aquí, dice la mujer, dirigirse a zona nacional. Por lo visto, Gallifa nunca llegó a su destino.

Sostiene su viuda que fue asesinado en la montaña y que Francisco Escudé, otro fugitivo que partió hacia Andorra al día siguiente, el 24 de noviembre de 1936, en compañía de Jaime Carrera, creyó percibir a medio camino entre Arcabell y Bescarán cierto olor que indentificaron como el de un cadáver que alguien estuviera intentando quemar. Cadáver que  no llegaron a ver y que solo al llegar a Andorra y percatarse que Gallifa no había llegado a su destino concluyeron que podía ser el del marido de la denunciante. Se da la circunstancia de que otro fugitivo, José Vila, vecino de la Baronia de Rialb, que tenía que haber pasado a Andorra junto con Gallifa pero que tuvo que hacerlo dos días después a causa de un registro en su domicilio que le obligó a posponer el viaje, declara en las mismas diligencias haber hecho el trayecto con el mismo Moliné como guía, y que "el trato que recibió por su parte fue inmejorable, hasta el punto de llevarles cena al pajar donde los ocultó antes de partir, ya que debieron salir a las dos de la madrugada partiendo del pueblo de Calviña".

La viuda Calvet eleva su denuncia al saber que Moliné está gestionando ante las autoridades franquistas los trámites para regresar legalmente a España. El juez debió archivar las diligencias o por lo menos, fallar a favr de nuestro hombre, porque el 15 de septiembre del 1954 el mismo comisario de la Seo que medio año antes advertía de la denuncia que pesaba sobre Moliné, advierte a sus superiores de que "con fecha del día de hoy realiza su entrada en España el que fue exiliado español en los Valles de Andorra José Moliné Troc (...) que tiene autorizada su entrada en España por el Excmo. Sr. Ministro de la Gobernación, sin que exista comunicado en contrario, fijando su residencia en Calviñá, casa Vilanova". A ojos del franquismo, Moliné estaba limpio de sspecha.



Diligencias conservadas en el expediente de Josep Moliné del Archivo Histórico de Lérida: al solicitar permiso para residir legalmente en España, a principios de 1954, Moline fue denunciado por Nuria Calvet, vecina de la Seo: era sospechoso del asesinato de su marido, Segismundo Gallifa, al que al parecer ayudó a pasar a Andorra el 23 de noviembre de 1936. No consta la resolución del expediente, pero lo cierto es que el 15 de septiembre de 1954 el gobernador civil le autoriza expresamente a instalarse en España. A ojos de las autoridades franquistas, Moliné está limpio. Fotografia: Archivo Josep Calvet.

Una lista del ministerio de Gobernación con los nombes de vecinos de la Seo y comarca sospechosos de "izquierdismo". Al lado de Moliné aparecen también citados Josó Coll Blasi, Concepción Moles Martí, José Catalán Parra y Enrique Traver Bigordà. El documento es de 1940, dado que dice que Moliné tiene 31 años de edad y que nuestro hombre de hoy nació en 1909. Fotografía: Archivo Josep Calvet.

Ya fuera el obispo Guitart el cliente de Moliné, ya fuera otro religioso al que la memoria familiar ha ido ascendiendo en el escalafón eclesiástico hasta convertirlo en prelado, lo cierto es que fue durante los primeros meses de la Guerra Civil un activo guía que condujo, dice Lourdes, hasta una veintena de expediciones de fugitivos -gente "de orden", religiosos amenazados o simplemente, y como ocurre en todas las guerras, hombres en edad militar que no querían ser enviados al frente- que buscaban la relativa seguridad que ofrecía Andorra y pasar desde aquí y a través de Francia al lado nacional. Y decimos relativa porque -porque como recuerda Josep Llangort, abuelo de Galindo y él mismo fugitivo de primera hora, "las continuas visitas a Escaldes de gente sospechosa de la Seo y los rumores de una posible agresión contra los refugiados mantenían un justificado estado de inquietud" entre la colonia de fugitivos instalada en Andorra. Entre las expediciones que Moliné guió por la montaña hubo una muy especial: "En febrero de 1938 nos cogió a mi madre y a mí y nos trajo a Andorra. Por lo que después contaban, los piececillos me salían de la mochila donde me habían encasquetado". En esta misma expedición ayudó a pasar a dos familias más de Calviñá, una de las cuales era la de casa Pedescoll.

Los Moliné se instalaron en casa Felícia de Escaldes, y el padre compaginó desde entonces el trabajo como agricultor con el contrabando, la tienda de ultramarinos que más adelante abrieron en casa Quimet y con los ocasionales servicios como guía que le reportaban unos ingresos extra. En su madurez Moliné raramente hablaba de estos años durísimos. Pero Lourdes recuerda haberle oído referirse a los "malos guías" que veían en el tráfico clandestino de refugiados una oportunidad para el enriquecimiento fácil. Siempre que no se tuvieran escrúpulos, claro. Es la leyenda negra de los pasadores, que arranca antes de la II Guerra Mundial. Una denominación, por cierto, esta de "pasadores", que vino después y que "en casa", dice Lourdes, "nunca se usó": "Mucha gente se quedó en la montaña; hubo guías que los abandonaban o que los mataban para quedarse con el dinero y las joyas que pudieran llevar encima. Se sabía quiénes eran, estos malos guías, y tenían la precaución de no salir de noche por temor a represalias..."

Como muchos otros colegas, Moliné era desde antes del estallido de la Guerra Civil un consumado contrabandista, aficionado a la caza y a la pesca y que conocía por lo tanto todos los rincones de las montañas entre la Seo y Andorra. Él y sus camaradas de correrías -entre los que Lourdes recuerda a Enric Muntanya- bajaban a la Seo con el fardo a cuestas... si no tenían la mala fortuna de dar con una patrulla de la guardia civil; entonces tocaba correr y, en caso extremo, abandonar el fardo -50 quilos de tabaco a la espalda- con la esperanza de que los guardias se contentaran con decomisar el fardo y su contenido.Con frecuencia era así, pero el susto en el cuerpo solo servía para ir tirando: "Los que se llenaban los bolsillos eran los que estaban en los dos extremos de la cadena". La peripecia de Moliné incluye ingresos en prisiones francesas y, siempre según la memoria familiar, un internamiento en el campo de Argelés, de donde dice Lourdes que finalmente escapó. Por supuesto que en esta trayectoria sucintamente esbozada quedan lagunas por cubrir, y datos y fechas por verificar. Pero mola rescatar del olvido a un coetáneo de Cirera -el guía de san Josemaría- y hermano mayor de los Baldrich, Català y compañía.

La Seo, julio de 1936: entre el terror, la sangre y el éxodo
El obispo Guitart fue uno de las decenas, probablemente centenares de fugitivos de la Seo y comarca que en los primeros meses de la Guerra Civil se refugiaron en Andorra huyendo del terror rojo. Para llegar a entender la anarquía y la barbarie que señorearon en la época al otro lado de la frontera del río Runer conviene echarle un vistazo a La Seu, 1936. Galindo deja en él constancia de los asesinatos perpetrados en la ciudad entre el 22 de julio y el 11 de octubre de ese año, con episodios especialmente brutales como la caza de Ángel Ballarà, armero de la Seo, que logra huir de su casa, adonde lo han ido a buscar a medianoche, pero es perseguido hasta ser herido en una pierna y rematado en la Isla.

O el de los hermanos Lluís e Ignasi Tarragona, los dos introducidos a la fuerza en un coche la noche del 2 de septiembre, tiroteados y abandonados en Tavèrnoles, donde al día siguiente aparecieron sus cadáveres carbonizados. Sin olvidar las ejecuciones sumarísimas que tuvieron lugar los días 9, 10 y 11 de octubre en el cementerio de la Seo, con dos decenas más de víctima entre los cuales se encontraba Jaume Cebrià, que tuvo la ocurrencia, cuenta Galindo, de no morir a la primera descarga y a quien el enterrador encontró a la mañana siguiente cogido a la reja del camposanto: lo remató in situ. Entre la larga lista de fugitivos del Alto Urgel que pudieron huir a tiempo y que se refugiaron en Andorra, de paso o definitivamente, Galindo cita casos como los del vicario Fornesa, Llovera, Borró, Sinca, Pellicer, Ingla, Roca, Albiña, Cerqueda, Llinàs, Guardiet, Revés, Navarro y el secretario del obispo, Piquer. Así como las catorce monjas y novicias de la Sagrada Familia que el 27 de julio pasan a Andorra con la ayuda de un guía. Quien sabe si la de nuestro Moliné...

[Esta entrada es una versión ampliada de un artículo publicado el 10 de noviembre de 2014 en el Diari d'Andorra]

domingo, 22 de febrero de 2015

Carla Kimhi: una odisea judía del siglo XX

12 de noviembre del 1942: el día siguiente de la ocupación nazi de lo que queda de Francia. Es la respuesta de Hitler al desembarco aliado en el norte de África. Se ha acabado la pantomima de Vichy. Cuatro personas caminan carretera arriba, hacia el puerto de Envalira. Acaban de rodear el Pas de la Casa. Son los Bergson, matrimonio de judíos austríacos con sus dos hijos, Sigmund, de 18 añis, i Carla, de 12. Han venido andando desde el otro lado de la frontera, hasta donde los ha acompañado un vecino de Acs, la localidad vecina donde los Bergson llevan meses ocultos: "Un día, de repente, los soldados alemanes aparecieron por la plaza de Acs. Y fui con la noticia a casa: '¡Han llegado, han llegado!' Mi padre no lo dudó un segundo: 'Nos vamos'.Y nos fuimos. Con lo puesto." Los Bergson llevaban cuatro años huyendo de Hitler: exactamente, desde el Anschluss, cuando el Tercer Reich se zampó Austria. La familia huyó primero a Italia, luego a Normandía, París y finalmente, Acs, en el pedazo de Francia que Hitler cedió a Vichy y a un tiro de piedra de España... y de Andorra. Pero estamos en la carretera de Envalira. Han bordeado el edificio de la aduana francesa del Pas de la Casa, donde pronto ondeará la esvástica, y lo han dejado unas decenas de metros atrás. De repente, sale de él un oficial alemán que se encamina con paso firme hacia el grupo de fugitivos: "Nos abrazamos los cuatro, petrificados por el miedo, y nos quedamos quietos allí en medio del camino. Por el otro lado de la carretera, aunque algo más lejos, vimos otros dos hombres acercándose. Por el uniforme, dedujimos que eran policías. Pero fue el alemán el que llegó primero". Les exigió los pasaportes, les arrestó y les ordenó que lo siguieran hasta la garita de la aduana. Los Bergson no se movían. Así es como dieron tiempo a que llegara la pareja de uniformados: dos agentes de la policía andorrana -y ya es casualidad porque en la época, estamos en 1942, en todo el país sólo había seis agentes. Y entonces se produjo el forcejeo (dialéctico) entre el oficial alemán y los dos agentes: "Enseguida se hicieron cargo de la situación, le exigieron a su vez el pasaporte con el visado en regla al alemán, y como éste no los tenía y se encontraba en territorio andorrano le hicieron retroceder. Cuando se hubo ido, nos tranquilizaron, nos aseguraron que no nos ocurriría nada y nos pidieron que les acompañáramos hasta el edificio donde se encontraba la aduana andorrana, donde esperaríamos a que nos viniera a recoger el jefe de la policía, que esa misma tarde nos conduciría a Escaldes. Y así fue. Estábamos salvados. Andorra nos había salvado la vida. Comprenderán que cada vez que recuerdo este episodio acabe llorando".


Carla Kimhi, acompañada de su actual marido, compareció el 29 de enero de 2015 en la sala de prensa del Gobierno de Andorra para agradecer la ayuda que encontró en el país cuando ella y su familia llegaron a Andorra en noviembre de 1942, huyendo de la ocupación nazi de la Francia de Vichy. Ella, su hermano y sus padres terminaron en Madrid, y en 1944 fueron autorizados a emigrar a Palestina. Fotografía: Fernando Galindo.
Vista general del Pas de la Casa a finales de los años 40, principios de los 50. A la derecha de la fotografía -en realidad, una postal de la casa APA- el edificio de la aduana francesa, de estilo alpino, y que es el mismo que que sirve de portal a este blog. El escenario no debe diferir mucho del que se encontró Carla Kimhi. Fotografía: APA / Colección Rosa Sala Rose.

Lo contaba la semana pasada Carla Bergson -hoy, Kimhi, su apellido de casada- en la sala de prensa del Gobierno de Andorra, tras una recepción oficial con el jefe de Gobierno, Toni Martí, y para dar públicamente las gracias al país que dice que la salvó. La historia es absolutamente inusual: hasta ahora habíamos conocido de primera mano las gestas de los escasos pasadores supervivientes -cada vez menos-, los contrabandistas y resistentes reconvertidos en guías que conducían hasta la relativa seguridad del consulado en Barcelona su cargamento humano; algunos de los fugitivos de entonces dejaron escrito el relato de sus peripecias, que hemos conocido así a través del papel.

Pero jamás hasta la semana pasada habíamos tenido la oportunidad de escuchar de viva voz, y en Andorra, el testimonio de uno de los centenares de hombres, mujeres y niños, quien sabe si miles, para quienes este país se convirtió un día en sinónimo de libertad. Carla Kimhi (Viena 1930) se llama esta mujer que conserva a sus 84 años el porte elegante de la hermosa mujer que sin duda fue. Cuenta que solo en una ocasión, cuatro años atrás, había visitado Andorra desde la epopeya de 1942; su historia quedó entonces en la intimidad familiar. Si ahora ha transcendido ha sido por pura casualidad: le contó la aventura al conserje del hotel en que se hospedaba, el Kandahar del Pas de la Casa, y claro, el conserje se la contó a su vez al propietario del establecimiento, Jordi Montané, y éste fue con  la historia al gabinete del jefe de Gobierno. Y ya se sabe: estamos en precampaña -elecciones el 1 de marzo- y no es cuestión de desaprovechar una ocasión tan pintiparada. Aunque para ser honestos, Martí se ha mantenido en esta ocasión en un elegante segundo plano. De hecho, en la comparecencia de Kimhi ante la prensa ni se le vio, cosa rara, cediéndole como era de ley a ella todo el protagonismo.

De apátrida a palestina; de palestina a sionista
Pero volvamos a 1942. Habíamos dejado a la pequeña Carla refugiada en la aduana andorrana del Pas. Aquella misma tarde y tal como les habían prometido, los Bergson fueron conducidos hasta Escaldes por el jefe de policía, Daniel Armengol. Atención, un hombre de salud de hierro que a sus... ¡100 años! todavía recuerda el episodio. Cualquier día de estos les hablamos del señor Armengol, toda una institución en Andorra. Pero no nos dispersemos. A los Bergson los alojaron en un hotel con aguas termales, "igual que las que habíamos dejado atrás, en Acs". Dice Carla que, por lo que le cuentan, quizás fuese el Muntanya. Quizás. Una vez salvados, el siguiente paso era pasar a España. "Nos dijeron que tendríamos que contratar los servicios de un guía. Pero no teníamos ni un céntimo. Cuatro años de exilio forzado nos habían dejado con lo puesto. Mi padre era doctor en Derecho y dirigía en Viena una empresa de exportación de madera. En París todavía pudo dedicarse a sus negocios, incluso tenía abierta una oficina. Pero cuando empezó la guerra y empezamos a huir de nuevo de los alemanes, fuimos consumiendo los ahorros. La verdad es que no sé cómo se lo hizo para mantener a mujer y dos hijos; sé que él y mi hermano trabajaron ocasionalmente en alguna granja..."

Lo cierto es que llegaron a Andorra con los bolsillos vacíos. O casi. Uno de sus anfitriones sugirió la posibilidad de empeñar las joyas de la señora Bergson. En el caso de que todavía las conservara, claro. Hubo suerte, recuerda Carla. En su memoria, la madre fue conducida a una especie de "castillo" -no hay ninguno en Andorra: como mucho, alguna casa más o menos fortificada, la casa Rossell o la casa de Areny-Plandolit, las dos en Ordino- donde empeñó sus escasas pertenencias con el compromiso de que no serían revendidas y que podría recuperarlas tras la guerra. Naturalmente, las joyas de la señora Bergson, que falleció antes de la derrota alemana, jamás regresaron a manos de la familia. Aun así, Carla se muestra todavía agradecida, porque aquella transacción les permitió contratar al día siguiente un guía. Un pasador.

Dice Carla que se llamaba Pierre, un refugiado español que se dedicaba al negocio del paso clandestino para sacarse unos dineros con que visitar a su hija de 12 años, la misma edad que ella, que se había quedado en España: "Mi padre aceptó el trato y en unos días, no recuerdo cuántos, partimos hacia España". Y que recuerda haber dormido las "noches" que duró el periplo en las "granjas" que encontraban por el camino. Una vez en la Seo de Urgel -a 10 kilómetros de Andorra- siguieron los consejos de Pierre: se dirigieron a la estación de autobuses y compraron "cuatro billetes para Barcelona" -y lo recuerda Carla en castellano. "Si nos arrestaban, que fuese en un lugar público y con testigos, que la Guardia Civil no nos pillaran en un descampado y nos pudiera pegar cuatro tiros". Y eso fue exactamente lo que ocurrió: la pareja que reglamentariamente, recuerda, ocupaba en la inmediata postguerra y en zona fronteriza los últimos asientos del coche de línea arrestó a los Bergson, que iniciaron un nuevo periplo, de prisión en prisión, hasta que terminaron en la madrileña de las Ventas, entonces cárcel de mujeres y cabe entender que destino de Carla y de su madre.

El capítulo español de los Bergson concluye en 1944, cuando obtienen unos certificados para emigrar legalmente a Palestina, entonces protectorado británico. En España, y tras los durísimos inicios a los que se enfrentaba cualquier refugiado de a pie -otra cosa eran los militares aliados, sobre todo los oficiales y los pilotos- los Bergson recibieron el auxilio del Joint Distribution Comittee, la agencia norteamericana de ayuda a los judíos cuya labor en España ha rastreado Josep Calvet en Huyendo del Holocausto. Y todavía recuerda con afecto su paso por el Liceo francés y por el orfanato de la Sagrada Familia. Se da la circunstancia, recuerda Carla con cierto humor, "de que mi primer pasaporte fue palestino. En fin, llegamos a un país joven, vacío, terriblemente caluroso... ¡con lo que a mí me gustaba la montaña! Pero vivos".

Los Bergson habían jugado al gato y al ratón con los alemanes, y al final se habían salido con la suya. Tuvieron suerte, y era conscientes de lo que se jugaban: "Mi primer recuero político, si se puede llamarle así, es el asesinato del canciller Dollfuss, perpetrado por sicarios nazis en julio de 1934. Mi padre decidió huir de Austria en marzo de 1938, y nuestro primer destino fue París. Antes de estallar la guerra, acogimos durante unos días en casa a un chico que había estado recluido en Dachau, que no era entonces un campo de exterminio pero donde se liquidaba igualmente a los judíos. Nos contó cómo los guardias colocaban una cuerda a cierta altura, y al que no lograba saltarla le pegaban un tiro. Quiero decir con esto que sabíamos perfectamente lo que nos jugábamos si caíamos en manos de los alemanes."

Los últimos judíos de Acs
Acs fue la penúltima etapa del periplo iniciado en 1938. Tampoco en esta localidad a un tiro de piedra de la frontera con Andorra y España, estuvieron nunca seguros. Recuerda Carla las frecuentes razzias a la caza del judío, y cómo su padre les ordenaba huir unos días a la montaña, hasta que la tormenta amainaba: "Fueron cuatro años de terror, de sentir que cada día que pasaba le habíamos robado un batalla a la muerte". Los Bergson fueron sin duda afortunados: en Acs coincidieron con otras ocho familias de refugiados judíos. Todas fueron deportadas. Hasta la ocupación nazi de la Francia de Vichy, el 11 de noviembre de 1942, ordenado por Hitler en respuesta al desembarco aliado en el norte de África. Al día siguiente los Bergson hicieron las maletas y se plantaron en el Pas de la Casa a bordo del coche de un vecino de Acs.

¿Que fue de Carla, una vez establecidos los Bergson en Palestina? Sobrevivir. El padre intentó regresar tras la guerra a Viena para recuperar lo que quedara del patrimonio que había dejado atrás; con la mala fortuna que murió en la capital austríaca de un ataque al corazón. Carla y su hermano -la madre había muerto durante la contienda- quedaron solos en Israel. Ella tenía 16 años: "A veces pienso que mi padre se impuso la misión de poner a su familia a salvo, y que una vez logrado esto sentía que había cumplido con su deber". En fin, con la proclamación del estado de Israel, el 14 de mayo de 1948, nuestra ya no tan pequeña Carla fue movilizada y se enroló en la fuerza aérea del recién nacido Tsahal.

Tras el servicio militar ejerció como intérprete -habla alemán, inglés, francés, hebreo y dice que entonces, en los años 40, también un muy buen español- y también como actriz, directora y productora de teatro y música clásica, al frente de la Israel's Kibbutz Chamber Orchestra. Pero esta es otra historia que quizás otro día podamos contar. Hoy Carla había venido a hablar de Andorra, "que fue para mi familia y para tantas otras un rayo de luz en una Europa negra. Negrísima". Y no se marcha antes de una última observación a cuenta de su país adoptivo: "Israel se parece algo a Andorra: los dos son pequeños pueblos rodeados de grandes vecinos. La diferencia es que a ustedes les dejan tranquilos. A nosotros no; ni un minuto. Nos acusan de todo, cuando lo único que queremos es vivir tranquilos. Uno de mis nietos tiene que cumplir pronto su servicio militar. No saben lo que eso me inquieta..."

sábado, 5 de julio de 2014

Vindicación del obispo Simeón

El historiador catalán Jordi Buyreu reconstruye el decisivo papel del prelado de Urgel en el mantenimiento de las instituciones, la neutralidad y los privilegios andorranos tras la Guerra de Sucesión, en que el Consell de la Terra reconoció al perdedor, el archiduque Carlos.

Imagínese el lector al Muy Ilustre Síndico dirigiendo una recua de mulas cargando los 600 quesos, 600, que el Consell de la Terra le envía en plan obsequio al rey Felipe V, que ha puesto corte en Zaragoza. Sólo el viaje ya debió de ser una aventura, por no decir una proeza, entre dramática y algo cómica. Dramática porque la comitiva atravesaba un país sumido en la Guerra de Sucesión; y cómica porque uno se imagina el diálogo de besugos del buen Síndico ante las inquisitivas preguntas de las tropas con que se iba cruzando: "¿Qué llevan estas bestias? Pues quesos para nuestro señor el Rey". El caso es que los andorranos de la época intentaban congraciarse con el nieto de Luis XIV, el Borbón que aspiraba a la corona hispánica -de hecho, ya era rey- y en cuyo favor se estaba decantando la guerra. Estamos en 1711 y resulta que llevados de un exceso de celo, por las circunstancias o -más probablemente- por una fatal colusión de todos estos factores, el Consell de la terra tenía que hacerse perdonar la precipitada toma de partido por el rival de Felipe, el archiduque Carlos de Anjou, desde 1705 rey de los catalanes. Lo cuenta con pelos y señales el historiador catalán Jordi Buyreu, profesor de Historia Moderna en la Universidad de Barcelona, en La Guerra de Sucesión en los Valles de Andorra (1700-1720), suculento artículo recientemente publicado en la revista de Historia Moderna de la Universidad de Valencia.

"Plan de Castel Siutat et de la Ville d'Urgell" conservado en la Biblioteca Nacional de Francia. Fotografia: Gallica.


"Planta de fortificación de Castellciutat con lo que esté hecho, lo que se va fabricando y lo que se ha de hacer", fechado en 1692 y conservado en el Archivo General de Simancas junto a un discurso del ingeniero mayor Ambrosio Borsano sobre la ciudadela, uno de los escenarios de la Guerra de Sucesión en el Alt Urgell. Fotografía: Ministerio de Cultura / Archivo General de Simancas.

Una aventura excepcional porque nuestros abuelitos del XVIII llevaron hasta la perfección el noble arte de hacerse el andorrano. Ya saben, mirar hacia otro lado, hacer como si no y preguntarse en voz alta: ¿Yo? ¡Ni idea! Buyreu trata de explicar(se) en una veintena de suculentas páginas cómo se li hizo aquella buena gente para mantener no solo las exenciones fiscales y los pirivilegios comerciales que España y Francia les reconocían desde tiempos casi inmemoriales sino también y sobre todo el peculiarísmo statu quo jurisdiccional e institucional: el Coprincipado, la (proto)independencia y la semilla de la soberanía actual. En resumen: ¿cómo es posible que Felipe V respetara la singularidad andorrana después de que el Consell de la Terra apostara por Carlos de Anjou, cuando en la vecina Cataluña se aplicó a consciencia para anular sus instituciones seculares Decreto de Nueva Planta mediante? ¿Por qué perdonó a Andorra pero no a Cataluña? Y mira que tenía muchos y buenos motivos para el castigo. No solo el reconocimiento del rey Carlos III, detalle que según cómo podría interpretarse como un crimen de lesa majestad. Es que en 1709 el Consell de la Terra satisfizo la qüestia reglamentària al obispo Julián Cano, como era de ley aunque el mitrado estuviera huido, y también al de Anjou, por si acaso se le ocurría cortar el grifo y retirar los privilegios comerciales, como había amagado que haría. Hay que añadir que Andorra no lo tenía fácil, y que se la jugaba tomara la decisión que tomara e independientemente del aspirante al que apoyara: el obispo, decíamos, estaba huido porque -como recuerda Buyreu- era partidario de Felip, mientras que el capítulo catedralicio de la Seo se había alineado con el archiduque. Una situació "anómala" -según el historiador; quizás le sentaría mejor "pintoresca"- en que a los andorranos no les quedaba otra que hacer equilibrismos -la puta i la Ramoneta, vaya- para evitar males mayores. Tan pronto hubo reconocido al de Anjou como Carlos III, éste les confirmó los privilegios para importar mulas desde Francia. Pero es que además, cualquiera le tosía entonces a Carlos, con los ejércitos austracistas instalados en Cataluña y llevando la voz cantante en la guerra.
Pero estas veleidades imperiales no les iban a salir gratis, y los Borbones se lo iban a cobrar antes que después: ya en 1709, el duque de Noailles propone una primera represalia -los dichosos mulos que los andorranos podían importar libres de impuestos para después revenderlos en España. El mismo año, dice Buyreu, el Consell de la Terra ha de abonar una multa de 1.000 libras francesas, oficialmente por haber dejado pasar por su territorio a una partida de badoleros, pero la cosa huele también a represalia. En 1711, otra multa, esta vez de 11.000 libras. Una relación tirante que ya había empezado mal: en 1701, en los prolegómenos de la Guerra de Sucesión, las Cortes catalanas acordaron un "donativo" de 1,5 millones de libras barcelonesas al rey Felipe, y la Diputación del General exigió a Andorra  una contribución de 450 libras, "como el resto de poblaciones catalanas". Una exigencia absolutamente inólita que provocó las lógicas renuencias y que solo la intervención in extremis del obispo Cano evitó.

El arte de hacerse el andorrano
Catorce años y dos cambios de bando después, los consejeros no lo veían tan claro. Con razón: "¿Por qué los vencedores no abolieron las instituciones andorranas? ¿Por qué ni la monarquía española ni tampoco la francesa aprovecharo la coyuntura para acordar el traspaso del territorio a la jurisdicción de la una o de la otra?", se pregunta con legítima sorpresa Buyreu. Seguramente no fue gracias a los 600 quesos de 1711. Más bien apunta a las dotes diplomáticas (!?) de los síndicos del momento -esta rara habilidad para jugar a dos barajas sin terminar nunca de pillarse los dedos- pero sobre todo a la figura proteica del sucesor de Cano, Simeón de Guinda, al frente del Obispado desde 1714 hasta su muerte, en 1737, y a quien el historiador presenta como "un personaje capital para entender el mantenimiento de la neutralidad andorrana en aquellos difíciles años".
¿Cómo se lo hizo el navarro Guinda para convencer a Felipe y conservar pues los privilegios y el statu quo andorrano? Ante todo, siendo un hombre del régimen -del régimen borbónico, claro-, y porque por algún motivo que desconocemos tenía cierta influencia en la corte del monarca. Más que cierta: la suficiente para salirse con la suya y conseguir que en 1717, cuando se decretó la clausura de todos los colegios de la Compañía de Jesús  para favorecer a la leal ciudad de Cervera, la orden no afectara al de la Seo, el único de toda Cataluña que continuó abierto y como si nada. En fin, que el hombre "se tomó muy a pecho los derechos que le confería el Coprincipado y no estaba dispuesto a renunciar ni al poder ni a la jurisdicción sobre los Valles de Andorra, ni a ninguna otra de las prerrogativas y rentas que el título comportaba". Así que ordenó al Consell de la Terra que no satisficiera ningún tributo más que al rey de Francia o a él mismo, como estaba mandado, por mucho que lo mandara la borbónica administración de Su Católica Majestad.
El panorama se complicó de nuevo en 1719 con jua nueva guerra, esta vez entre Franca y España, y la consiguiente ocupación gabacha de los territorios fronterizos, incluida la Seo, donde los ocupantes restablecieron astutamente el régimen anterior a la Nueva Planta. El caso, dice Buyreu, es que "miembros destacados de la comunidad" -se refiere de nuevo a la Seo- mantuvieron "algunas reuniones conspirativas en Andorra para facilitar la entrada en la ciudad [de la Seo] de las tropas francesas". ¿Dónde? En casa del mismísimo Síndico, Joan Antoni Torres. Cuando las cosas se calmaron, tras la retirada francesa, de nuevo tenían los andorranos sobrados motivos para temer la ira del Borbón. Pero ni así. Concluye Buyrey que si salieron indemndes desués de jugar con fuego durante un par de décadas fue gracias a la doble señoría -el Copríncipe francés no tenía ninguna intención de dejarse arrebatar sus derechos de cosoberanía por estas latitudes- a la habilidad negociadora de Torres y compañía y sobre todo, sobre todo, a la influencia entre bambalinas que ejerció el obispo Guinda: "La paradoja es que la monarquía española aceptó las peticiones de Andorra por boca de Guinda -aun habiendo reconocido a Carlos III durante buena parte de la Guerra de Sucesión- mientras anulaba y perseguía las instituciones del Principado de Cataluña?" ¿Cabe mayor y mejor demostración práctica del noble arte de hacerse e landorrano? En fin, que agradecidos como sólo los andorranos sabemos ser, Simeón no tiene hoy ni una calle, ni una plaza, ni un triste rincón que salvaguade su memoria. Y esto, en un país en cuyo callejero clérigos, mosenes, obispos y demás són legión. Mi país y yo somos así, Señora.

[Este artículo se publicó el 2 de julio de 2014 en El Periòdic d'Andorra]


Reivindicación del obispo Simeón

El quinto volumen del Diplomatari de la Vall d'Andorra, consagrado al siglo XVIII, repasa unos años decisivos en la configuración de Andorra como realidad política "diferente de España y de Francia", sostiene el coordinador de la obra, el historiador catalán Jordi Buyreu.

Una mina, oigan. De lectura quizás pelín reconcentrada, porque no se puede obviar su origen (y su destino) esencialmente académico; pero con algo de paciencia -no mucha, de verdad- una auténtica mina de episodios y de personajes insólitos y pintorescos. Esto es lo que ofrece la quinta y -de momento- última entrega del Diplomatari de la Vall d'Andorra, correspondiente al siglo XVIII, editada por Jordi Buyreu y que ayer se presentó en la Biblioteca Nacional. Noticia de las gordas porque el anterior volumen del Diplomatari -el del siglo XV, porque el orden es en esta aventura algo caprichoso- se remontaba al 2002 y el proyecto parecía aparcado sine die en el cajón de las buenas intenciones. Como tantos otros similares, ya que hablamos de ello. ¿Por ejemplo? La coleción L'Andorra dels viatgers que patrocinaba el ministerio de Exteriores en la época de las vacas gordas -la del ministro Minoves, por concretar- y que un día fuese y no hubo nada.

Buyreu, en la presentación del Diplomatari de la Vall d'Andorra en la Biblioteca Nacional de Andorra, en diciembre de 2012. Fotografía: Àlex Lara / El Periòdic d'Andorra.

Pues no. Y vayamos de una vez por todas al meollo del tocho de hoy. Buyreu ha transcrito 109 documentos depositados mayoritariamente en el Archivo Nacional -archivo de las Set Claus, Llibre de resolucions del Consell de la Vall- y en menor medida, en los archivos comunales, parroquiales y también familiares -Casa Bonavida, Casa Colat, Casa Blau... Un trabajo de hormiga -decir de chinos, con el caso Emperador sub iudice, parce inoportuno- que Buyreu ha aparcado con dos criterios entre ceja y ceja: por un lado, seguir documentalmente el "proceso de afirmación" de Andorra como realidad política, social y cultural "diferente del Reino de Francia y de la monarquía hispánica". Un "proceso" que tiene en la Guerra de Sucesión y en la figura del obispo Simeón de Guinda (1714-1737) el momento y el personaje decisivos. Volveremos en seguida a ellos. Por otra parte, rastrear la vida cotidiana de los andorranos del momento. Entre los documentos que el historiador catalán ha desenterrado figura una centencia criminal -con c ochocentista, sí- dictada por el Consell de la Terra el 12 de octubre de 1739 y que condena a Guillem Castellà, "treballador del lloch d'Arensal", a tres años de remo en galera. No sabemos ni el crimen del que se acusa al pobre Castellà, ni dónde cumplió la pena, ni si volvió para contarlo. Tampoco queda claro si el tribunal fue en esta ocasión más o menos benévolo que el que el 2 de septiembre de 1733 había condenado a un ciudadano de quien no sabemos ni el nombre a la pena de "relegació ha una isla, nomenadora per sa magestat cathòlica, per lo temps de deu anys". Tampoco en este caso nos ha llegado el pecado que el reo debía expiar en una "isla". Contrabando de tabaco, quizás, no de los deportes nacionales que ya practicábamos tres siglos atrás con contumacia y que fue objeto de prohibiciones tan repetidas como, por lo que se ve, ignoradas: "Que desta hora en avant ninguna persona de qualsevol estat, sexo o condició que sia se atrevesca a fer o plantar tavaco, fabricar-lo ni negociar ab ell, baix pena de cot de la terra [o multa] i desterro perpétu de estas Valls", insistía el Consell General el 1 de marzo de 1765... señal de que la prohibición no tenía mucho seguimiento.
Más color tiene todavía la intervención del veguer Pere Fiter i Rossell -hermano de Antoni, el del Manual Digest: ¡menuda familia!- fechada en julio de 1754 y por la que ordena la detención de Jaume Vila, Isidor Font y Andreu Vila, "fadrins de la vila de Sant Julià", por haberles reventado el baile de la noche de San Juan a los vecinos de la plaza mayor de la localidad. Los hechos son los siguientes: "Jaume Vila isqué ab una barra, y mos apagarent los llums, cridant als demes fadrins que tranquessent los instruments al músich, no sent content de aver apagat ls llums y fer quedar donselles y casaes y viudes sensa llum a la plasa". Igualmente curiosa es la institución, el 14 de noviembre de 1713, de una causa pía a favor de la "doncellas pobres" de la capital por el benefactor Antoni Bosquets. Debía de haber más mujeres "aptas y idòneas" que dineros contante y sonante. ¿Cómo se repartía el capital? Fácil: en primer lugar, a la más pobre, en una competición algo indigna; si dos candidatas se demostraban igual de pobres, entonces tenía preferencia la más "virtuosa"; y en el caso extremo de que dos aspirantes fuesen igual de pobres y a la vez igual de virtuosas -que ya sería- "se posarà lo nom de cada una en redolí y sgons la sort de cada qual se farà consigna".
Hasta aquí hemos ido viendo cómo se las arreglaban los andorranos del siglo XVIII para ir tirando. Pero es que Buyreu se interesa también (y sobre todo) por la idiosincrasia política de este rincón de Pirineo. Se trata de explicar cómo y por qué Andorra, que tuvo el poco ojo de seguir a los catalanes en el apoyo al candidato austracista consiguió salir indemne de la Guerra de Sucesión. Mérito mayúsculo porque -como nos recuerdan día sí, día también, Junqueras y compañía- los territorios de la Corona de Aragón salieron trasquilados de la contienda. Para Buyreu, el mérito hay que repartirlo a partes iguales entre Guinda -no lo busquen en el callejero andorrano, tan pródigo en copríncipes de aquí y de allá, porque no lo encontrarán por ningún lado- y a las habilidades diplomáticas de los astutos andorranos del Ochocientos, que consiguieron dársela a todo un Luis XIV. En fin, que esto es un no acabar. Ya lo saben: en el Diplomatari del XVIII. Y no se dejen asustar por el título.

[Este artículo se publicó el 7 de diciembre de 2012 en El Periòdic d'Andorra]

viernes, 30 de mayo de 2014

Crónica negra a la andorrana: un esbozo

El periodista mallorquín Sebastià Bennasar incluye media docena de casos andorranos entre los 501 crims que has de conèixer abans de morir; el volumen pasa lista a medio millar de casos de homicidio, secuestro, estafa, corrupción, violación y bandolerismo cometidos desde el siglo V hasta hoy en los territorios de habla catalana.

La crónica negra de este país todavía no ha sido escrita. He aquí una labor quizás poco grata para estómagos sensibles y mentes bienpensantes, de esas que sostienen que por aquí arriba no ocurren según que cosas. Pero convendría ir poniéndose manos a la obra porque si no lo hacemos nosotros nos lo harán ellos, con poco, mucho o ningún conocimiento de causa. La prueba ya la tenemos aquí: el periodista mallorquín Sebastià Bennasar (Palma, 1976) ha incluido una docena de casos don Denominación de Origen Pirineos -seis andorranos, cuatro del Alto Urgel, y dos más de la Cerdaña: aquí pincha todo bicho viviente- entre los 501 crims que has de conèixer abans de morir (Ara Llibres), una especie de Quien es Quien de nuestra criminalidad que recoge como dice el título medio millar de casos (y uno de propina) documentados en los territorios de habla catalana exactamente entre el 415 -año en que el rey godo Ataúlfo, que se lo montaba en Barcelona, probó el amargo y frío sabor de la espada- y 2010, el año en que la Garrotxa se hermanó con Puerto Hurraco (y alrededores) gracias al asesino de la Caridad y al sherif de Olot.

Hay un poco de todo: atracos y también secuestros, pequeñas y grandes estafas, corruptelas y corrupciones a gran escala, bandolerismo, pistolerismo, envenenamientos, descuartizamientos, terrorismo de izquierdas y de derechas, fugas espectaculares -no se pierdan la protagonizada en 1993 por Martí Cots, apodado el Rambo de la Cerdaña, caso celebre por estas latitudes que es, por cierto, uno de los preferidos del autor- y sobre todo, asesinatos. Muchos asesinatos. El denominador común de estos 501 crims es -ya se ha dicho- la, ejem, catalanidad de sus protagonistas. Y que no se ofendan (demasiado) ni valencianos ni mallorquines ni andorranos. También son extensivas a todos estos territorios (y a todos los demás, sospechamos) las conclusiones de Bennasar: "Si algo hemos aprendido rodeados de criminales es que la vida humana es muy vulnerable, que con frecuencia no vale gran cosa, y que la muerte ronda por nuestra casa mucho más de lo que querríamos". No hay aquí lugar para el hecho diferencial, ya saben, el raca raca de los primeros años del pujolismo: por lo que respecta a crímenes, criminales y criminalidad, "somos un país bastante normal", sostiene.

Así que Andorra también aporta su cuota de sangre y vísceras. Seis casos, exactamente, que podrían constituir el esbozo de la crónica negra local que, decíamos al comienzo, reclama su relato con urgencia. Vaya por delante que por aquí arriba priman los casos de sangre. El autor los ha ordenado cronológicamente: el primero de la lista data de 1969 y es un crimen pasional -según la terminología de la época- que hoy encajaría mejor bajo la etiqueta de violencia doméstica... si no fuera porque en esta ocasión la víctima fue él, y no ella. Y ya se sabe que no es lo mismo. En octubre de aquel año, una chica granadina que había trabajado como camarera en un hotel de Andorra la Vella clavó un cuchillo de carnicero que había tomado en la cocina en el corazón del hijo de los propietarios, que en aquel momento dormía en su habitación -en la de él, no en la de ella: "El chico intentó extraer el cuchillo, pero cayó al suelo sin fuerzas; ella, ensangrentada, salió al comedor, abrió los ventanales y se lanzó al vacío": ¿El móvil? El temor de la homicida a que el novio la abandonara por otra.

Homofobia, mafia y narcotráfico
El segundo caso andorrano es el infame asesinato de Nuno Robeiro, en abril de 2000, en el callejón que en la época se encontraba tras la cava Benito de Escaldes. Un crimen que sacudió a un país entero por el sádico encarnizamiento de sus autores -"Nuno murió a consecuencia de las patadas que le propinaron en la cara y en la cabeza", recuerda el autor- y por el tufo homófobo del caso. Los asesinos fueron detenidos inmediatamente. Si el asesinato de Ribeiro descubrió a los andorranos la existencia de una criminalidad inédita hasta entonces en este país, el tiroteo del hotel Roc de Caldes de Escaldes, en febrero de 2006, saldado con dos víctimas mortales y el subsiguiente suicidio del asesino, el ciudadano chino Xu Huainan, suposo el regreso de Andorra al submundo de la criminalidad internacional. Un capítulo que se había abierto a lo grande, con toques de Guerra Fría, en febrero de 2004 y con la muerte a machetazos de un turista ruso en la habitación de su hotel en Soldeu, un caso de regusto también mafioso -se llegó a detener a un ciudadano israelí de origen ruso- pero que se ha fundido en el tiempo como las lágrimas del replicante Roy en la lluvia interestelar.

Pero volvamos a Xu: Bennasar especula que liquidó a sus víctimas "por un venganza con trasfondo económico", y destaca que el homicida, antes de suicidarse, destruyó la tarjeta de su móvil. Y esto es todo, porque del caso nunca más se supo. El último caso es probablemente uno de los mas siniestros. De nuevo, violencia doméstica; y de nuevo, la víctima mortal es él. Los hechos ocurrieron el 9 de agosto de 2010 en un piso de la avenida Fiter i Rossell de Escaldes. La mujer apuñaló al marido, dice Bennasar, lo ocultó en un saco y se delató al pedir a unos pintores que trabajaban en el edificio que le hicieran el favor de bajarle el bulto hasta la calle: en ello estaban cuando una de las bolsas en que había envuelto el cuerpo troceado se rompió y empezó a gotear sangre. La policía lo tuvo como es de suponer fácil, muy fácil.

Comparados con los anteriores, los dos últimos casos que completan la lista negra andorrana son casi un juego de niños: el primero lleva el sello del terrorismo de extrema derecha que sacudió España (y algo también Andorra) durante la Transición, y vincula a un tal Miguel Gómez Benet, exconsejero nacional del Movimiento, con una finca de Sant Julià de Lòria -no dice cuál- y con el contrabando de armas -200 pistolas belgas y 25 fusiles ametralladores checos- que después fueron utilizados para atentar contra la revista satírica El Papus. Hay que suponer que no todas, porque de otra manera hubieran atentado no contra un revista, sino contra todo el barrio.

Todavía más light, contemplado desde esta perspectiva, es el blanqueo de dinero procedente del narcotráfico destapado en noviembre de 2010, con una banda que tenía su centro de operaciones "en una sucursal bancaria de Escaldes". No se sorprendan de la reserva a la hora de dar nombres de entidades financieras: la prensa andorrana no los vincula jamás de forma concreta e individual con la criminalidad internacional. En este caso, la red estaba integrada, entre otros personajes de honorable reputación, por un agente de policía y dos banqueros. Tampoco los nombres de los sospechosos, que fueron debidamente detenidos, se conocieron jamás. Son los únicos criminales anónimos de la lista. Pero es que mi país y yo somos así, señora.

Tor, el Rambo de la Cerdaña y el crimen del hotel Avenida
El Alto Urgel y la Cerdaña también enseñan la patita en este particular tour por la criminalidad de montaña. Los honores mediáticos son, naturalmente, para Tor, con la rivalidad histórica entre el Palana y el Sansa y su reguero de sangre, de sobras conocido. Bennasar también reconstruye el doble crimen del hotel Avenida de la Seo, con ramificaciones andorranas porque las dos víctimas fueron muertos otra vez a machetazos a cuenta de una remesa de material electrónico sustraída en Andorra. Fue en junio de 1996, y el único detenido por los estos hechos acusó a su vez a un supuesto ciudadano filipino de quien naturalmente nunca más se supo.

No muy lejos de la Seo, en Pont de Bar, tuvo lugar en 1997 el apuñalamiento y tiroteo del propietario del cámping de Ardaix. Fue acusada del crimen la esposa de la víctima, Carme Badia, que se libró por falta de pruebas y a la que el lector probablemente recuerde porque en 2004 fue nuevamente detenida, ahora bajo la acusación de haber asesinado, en Barcelona, a la psicóloga Anna Permanyer. La lista se completa con el espectacular periplo de Martí Cots, alias el Rambo de la Cerdaña, de ofici, payés, que una vez detenido solicitó ser encerrado en una prisión "donde hubiera vacas". Fue acusado de asesinar en 2004 en Puigcerdá a una prostituta camerunesa: la apuñaló y la lanzó el río Segre cuando aún respiraba. Lo condenaron a cinco años, así que el tío debe de andar por ahí.

[Este artículo se publicó el 31 de agosto de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

martes, 6 de mayo de 2014

La Pastora rió la última (La Pastora III)

El historiador catalán Josep Albert Planes reconstruye el periplo de Ciscu de Pessonada, el hombre que delató al maquis hermafrodita; "El contraban de frontera al Pirineu català" (Farell) retrata el tráfico ilegal de mercancías en la Andorra de los años 40 y 50.

¡El Ciscu de Pessonada! Seguro que lo recuerdan. Sí, hombre, el tipo aquel que un mal día de mayo de 1960 delató a Florencio Pla Meseguer, alias la Pastora, el maquis hermafrodita que -ya saben- se había refugiado cuatro años antes en Andorra y llevaba una vida más o menos tranquila. Hasta que topó con el tal Ciscu, claro. Así lo contaba el mismo Florencio en 1988 en una entrevista publicada en la revista El Temps: "Un contrabandista a quien llamaban el Ciscu me debía 12.000 pesetas y le reclamé que saldara la deuda. Fue y me delató al teniente coronel de la Pobla de Segur. Me cogieron cuando iba a sacar el rebaño. Y la policía andorrana me entregó a la Guardia Civil en la frontera". Una peripecia fascinante, la de Florencio, recogida por su biógrafo José Calvo en Del momnte al mito y recuperada literariamente por Alicia Giménez Bartlett en Donde nadie te encuentre, premio Nadal de novela 2011.

Colla de contrabandistas de Aransa con los fardos al hombro y burro (andorrano, por cierto) en el puerto de Perafita en 1952. Fotografía Archivo Isidre Navarro / El contraban de frontera al Pirineu català.

Añadamos a lo que antecede que la delación le costó a la Pastora una condena a muerte, después conmutada por otra de 20 años de presidio: la policía le imputaba nada más y nada menos que una treintena de asesinatos. 21 guardias civiles, siete alcaldes e incluso un ermitaño. Probablemente, todos los casos no resueltos del Maestrazgo y alrededores. Hasta aquí, nada que no supiésemos gracias a Calvo. Pero quedaba por dilucidar unno de los grandes enigmas de esta trucluenta historia de la negra postguerra: ¿quién era, este misterioso Ciscu de Pessonada capaç de vender a un colega por 12.000 pesetas? Pues hete aquí que el historiador barcelonés Josep Albert Planes nos lo cuenta en El contraban de frontera al Pirineu català, colección de testimonios de los protagonistas del intenso y lucrativo tráfico ilegal de mercancías -tabaco, perfume, medicinas, lana, medicinas, botones, aceite, gasolina, anethol...- que tuvo lugar en las comarcas fronterizas en los años 40 y 50, con Andorra, ejem, como centro neurálgico del tinglado.

Seguro que de haberlo podido leer, a Florencio le hubiera alegrado sus últimos días, porque resulta que el cadáver del tal Ciscu apareció flotando en el pantano de Oliana cierto día de 1962. Muerto de un tiro. terminaba en las aguas del pantano la vida aventurera de quien Planes describe como un tipo "bajito y corpulento, decidido, de carácter abierto y extrovertido" -que se lo digan a Florencio...- aunque también como "el mayor contrabandista de Pessonada", que por lo visto es mucho decir. El mayor y probablemente el más longevo, porque su inquietante y ambigua trayectoria arranca -recuerda el historiador- en los días de la GUerra Civil -contemporáneo por lo tanto de Barberan- cuando era un destacado miembro de la CNT en la comarca del Pallars Sobirà y de paso alcalde de Pessonada. Con los buenos, ya se ve, hasta que cambia oportunamente de chaqueta y se convierte en requeté. En los años 40 ya es uno de los reyes del contrabando de la zona junto con un tal Eusebio, primo suyo y también originario de Pessonada.

Las dotes de supervivencia del Ciscu y también su falta de escrúpulos los demostró con la delación de la Pastora, pero venía de lejos: en los días finales de la contienda no dudó en entregar a las nuevas autoridades franquistas a dos soldados republicaons refugiados en su casa. Así que con estos antecedentes no podemos decir que sorprenda el final sórdido con cadáver y bala en el pantano de Oliana. En fin, que si alguna vez lo supo, seguro que la Pastora rió la última.

Como se ha dicho, la historia de Ciscu es una de las muchas que recoge Planes en este apasionante viaje por uno de los períodos peor conocidos de la postguerra española y mundial en zona pirenaica. Unos años en que Andorra, qué casualidad, se convierte en epicentro de un submundo por donde pululan aventureros profesionales, carabineros sobornados, supervivientes de todas las derrotas y perdedores vocacionales. Entre una España que se moría de hambre y la Francia ocupada por los alemanes, los más listos de la clase supieron convertir la coyuntura bélica en una oportunidad para forrarse: en las tres jornadas que duraba un viaje estándar entre Vilamur, en el Palars, hasta Sant Julià de Lòria, ya en Andrra, el contrabandista podía ganar la friolera de 200 pesetas, dice Planes. El equivalente al salario mensual de un jornalero de la época. Como ra aresistirse, aun habiendo de restar de este monto las 50 pesetas que costaba el silencio del guardia civil de la aduana. En el trayecto de ida, los contrabandistas cargaban lana: en Esoaña se pagaba a 17 pesetas el kilo; en Andorra la revendían por 50 a los franceses...

El negocio era como se ve redondo, porque de vuelta los contrabandistas llenaban el fardo sobre todo con tabaco procedente de las fábricas de Sant Julià de Lòria: tabletas de picadura, paquetes de caliqueños, cortarons de cuarto de kilo y en los años 50, Carmela y Carlemany. Compraban el tabaco andorran a 70 pesetas el kilo; en Sort y Tremp lo revendías por 105. Las rutas desde el Pallars pasaban por el Mas d'Alins -¡como San Josemaría!- y Arduix, el Coll de la Galina, Civís y Ras d'Ars. El chollo de la lana terminó con la guerra mundial, y el tabaco se convirtió en el producto de contrabando estrella. Pero atención a la gasolina: el truco consistía en desplazarse hasta Andorra con el depósito de la furgoneta vacío y llenarlo a tope. En un viaje podían trasegar hasta 200 litros de carburante. Así es como la Seo de Urgel se llenó de gasolineras. Todo el mundo sacaba beneficio: hasta los coches de línea ,que cargaban garrafas de aceite en la Seo para revenderlo en Andorra a los franceses. Con la peculiaridad de que lo que en territorio español era constitutivo de un delito de estraperlo, al atravesar la frontera se convertía por arte de magia en otro de contrabando.

[Este artículo se publicó el 17 de marzo de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

martes, 8 de abril de 2014

Sant Serni de Tavèrnoles: fue el terremoto

Josep Maria Nogués reconstruye los siete siglos de vida del monasterio de Sant Serni en Els benedictins a Tavèrnoles-Anserall; el autor avala la tesis de que la decadencia del cenobio se acentuó con el seísmo de 1428.

Cojamos los bártulos y retrocedamos unas líneas hasta el siglo XI. Es el 17 de enero de 1040, y Anserall bulle de una insólita actividad: una multitudinaria, pintoresca fauna humana que incluye dos obispos -Eribau de Urgell y Arnulfo de Ribagorça- la condesa Constanza y su hijo Ermengol III de Urgel y hasta ocho abades procedentes de monasterios de uno y otro lado de los Pirineos, incluido el anfitrión, se han concentrado en esta pequeña localidad vecina de la Seo de Urgel. No hay para menos: hoy se consagra la nueva iglesia de Sant Serni. Con el claustro del cenobio y las otras dependencias monacales constituye un conjunto monumental con escasos pares en la Cataluña vieja. Pues bien: de todo aquel esplendor, hoy tan solo sobreviven el transepto, el ábside y un pedacito del muro. Miren la última fotografía: migajas.

Ábside de la iglesia de Sant Serni de Tavèrnoles en 1931; atención a la torre cuadrangular, abatida en la cuestionada reconstrucción del templo, en los años 70. Fotografía: Walter Mur.


El baldaquino románico de Sant Serni de Tavèrnoles, hoy en el MNAC, fue arrancado el 15 de septiembre de 1906, y vendido por 2.000 pesetas. Fotografía: Archivo Nacional de Cataluña / Museo Nacional de Arte de Cataluña. 
Vista actual de los arcos que sostenían las bóvedas del templo; no resistieron al seísmo de 1428. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Pero estamos en 1040 y todavía faltan unos cuantos siglos para la decadencia. En Sant Serni residen de forma permanente hasta una veintena de monjes y una docena de presbíteros que disponen de una nutrida biblioteca con medio centenar de volúmenes, entre los que se cuentan los Diálogos de san Gregorio Magno y las Sentencias de san Isidoro de Sevilla. Quizás no son los best sellers de hoy, pero para el siglo XI parece que no iban mal servidos. Avancemos ahora hasta 1560 para acompañar a Pere Frigola, abad de Sant Benet de Bages, en su reglamentaria visita canónica a Sant Serni. El panorama con el que se da de bruces no puede ser más desolador: "Hay dos monjes, uno de los cuales ejerce como prior y como sacristán; se excusan por no poder impedir la entrada de bandoleros en el monasterio; en la Iglesia faltan vestidos y ornamentos; los altares están tan indecorosamente conservados que parecen establos, y el claustro, el refectorio, el dormitorio y las otras estancias del cenobio son auténticas ruinas".

Nada que ver con la exhibición mundana del año 1040. Tavérnolas es cinco siglos después la pura sombra de lo que había sido. Y todavía lo será más cuando el papa Clemente VIII decrete en 1592 -y quien sabe si a la vista de los informes del abad Frigola- la supresión de la vida monacal y la conversión de lo que queda de la iglesia en la parroquial de Anserall. ¿Qué ha ocurrido, durante estos 500 años, para que el orgulloso cenobio del abad Guillem haya conocido tan adversa fortuna? Esto es lo que ha intentado averiguar Josep Maria Nogués, presidente del Centre d'Estudis de Sant Sadurní de Tavèrnoles, en Els benedictins a Tavèrnoles-Anserall. la monografía definitiva -de momento, claro- sobe este monasterio del Alto Urgel. Nogués se ha sumergido en los diplomatarios editados por Cebrià Baraut para reocnstruir los principales episodios de esta milenaria historia. Aquí van tres de ellos con algo de carnaza, para abrir boca: el nombramiento de Feliu -ya saben, el paladín del adopcionismo: le acabaría costando el cargo- como primer abad del cenobio, en 776; la ratzia de Abd al-Malik, que en 795 arrasa Castellciutat -¿aprovechó para desviarse hasta Andorra?- y el periplo de un tal Pere Rovira, jurista de Besalú, que en 1391 se personó en Tavèrnoles para recoger las reliquias de san Vicente y llevárselas a Gerona. Una premonición, si quiere el lector, de los episodios de rapiña artística -con coartada conservaconista, eso sí, y aval de la Diputación de Barcelona- de principios de siglo XX.

Seis siglos de decadencia
Avancemos las conclusiones de Nogué: los inicios de la decadencia hay que situarlos en 1347, cuanod la Peste Negra liquida expeditivamente al 40% de la población europea -incluida la guarnición del castillo andorrano de Sonplona, en la Roureda de la Margineda. De hecjo, especula el autor, "quizás el abad Roger fue una de las primera víctimas del monasterio", lo cual es -reconocerá el lector- mucho especular. Siguen unos decenios de recuperación más aparente que real.. Hasta que llega el golpe de gracia con la serie de terremotos de 1427 y 1428. Nogués se apunta a la hipótesis del historiador Carles Gascon y del geólogo Valentí Turull, que atribuyen la ruina del monasterio al seísmo del 2 de febrero de 1428. A partir de este momento, las sucesivas visitas canónicas dcoumentan la imparable decadencia de Sant Serni: en 1430 e labad gabriel advierte que si no se repara urgentemente la iglesia los monjes la tendrán que abandonar; en 1441 se han cumplido sus negros augurios porque el visitador de turno -el abad Francisco de Sant Pedro de Portella- se encuentra el monasterio "totalmente abandonado, sin un solo monje, y es recibido por el guardián, que vive en las dependencias con su mujer y dos hijos. [San Serni] ofrece un espectáculo lamentable, la iglesia sin gran parte del techo, el claustro y el capítulo arruinados, convertidos en depósitos de forraje y suciedad..."

Casi un siglo después, en 1534, Bernat Broçà dice que el abad del momento trabaja en la reconstrucción del techo del monasterio arruinado, sostiene, "a causa de los terremotos y bandidajes..." Pero sin mucha suerte: a Sant Serni sólo le quedaban seis décadas escasas de lenta agonía. Y lo que vendría despuñes, porque en los siglos siguientes la piedra del antaño orgulloso cenobio sirvió para levantar y apuntalar las casas del pueblo de Anserall, y el patrimonio artístico del monasterio fue sistemáticamente expoliado: Nogués sigue la pista del baladaquino, del frontal del altar y de los capiteles románicos del claustro, todos ellos hoy en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC). El baldaquino fue vendido en 1906 por 2.000 pesetas; los capiteles, a tres duros la pieza... De aquel templo monumental consagrado en 1040 en presencia de Eribau, Arnulfo y Constanza sólo quedan el ábside, dos tramos de la nave principal y una dudosa reconstrucción perpetrada en los años 70 que el autor no se cansa de cuestionar. Pero esta es otra historia. Porque la culpa, en fin, fue del terremoto.

[Este artículo se publicó el 4 de octubre de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

martes, 1 de abril de 2014

La guerra de las piedras

El escritor Pep Coll evoca el periplo andorrano de su padre durante la Guerra Civil en Giranto, volumen que reúne los relatos de la Trobada d'escriptors al Pirineu de 2010; Albert Villaró también incluye la experiencia paterna en el infame campo de Argelés en su aportación al volumen colectivo.

Fue uno de los centenares, quien sabe si miles de hombres y mujeres para quien Andorra se convirtió en sinónimo de libertad. Y no hablamos ahora de los fugitvos de la Europa ocupada por los nazis, de quienes se han ocupado -y estupendamente, por cierto- desde Claude Benet (Guies, fugitius i espies) hasta Rosa Sala Rose (La penúltima frontera) i Roser Porta (Andorrans als camps de concentració nazis), sino de los que huían, ay, de la España republicana durante la Guerra Civil. Por motivos diversos: por temor a las represalias de los incontrolados -ya saben, los héroes de Ken Loach y compañía- o simplemente para no convertirse en carne de cañón... El padre de Pep Coll (Pessonada, 1949) fue de estos últimos, y el novelista del Pallars (L'abominable crim de l'Alsina Graells) evoca la jornada andorrana de su progenitor en Giranto: relats pirinencs sobre la memòria històrica, la colección de relatos de la Trobada d'escriptors al Pirineu que tuvo lugar en 2010 en Valls d'Àneu, en el Pallars Sobirà (Lérida). Coll sénior y otros tres compañeros se largaron el 26 de julio de 1936 de Pessonada -de donde era el Ciscu que delató a la Pastora, el maquis hermafrodita, pero esto lo veremos otro día- y guiados, má o menos, por un tal Baldomero de Torallola -un pastor reconvertido enpasador que cobraba sus servicios a cien duros por barba- se plantaron en tres jornadas en Salau, a punto de dar el salto a la vecina Arieja: Francia, la (supuesta) salvación. Pero no: les esperaba el campo de concentración, ejemplo de la proverbial hospitalidad francesa. Coll y sus amigos sólo resistieron un mes, antes de largarse de nuevo, esta vez con destino a Andorra. Instalado en el hotel Peres (¿Pyrénées?) de la capital, se dispuso a busca trabajo de mozo, con la mosca tras la oreja porque sólo le quedaba dinero para una semana. Mal asunto en un país que -como recuerda Coll hijo- "era en aquella época más miserable incluso que el Pallars y donde lo que sobraba era precisamente mano de obra de refugiados de la guerra de España".

Pep Coll evoca en Les dues guerres del meu pare la huida del pueblo natal, Pessonada, al estallar la Guerra Civil, el paso a Francia y la llegada a Andorra, donde residió hasta abril de 1939 y donde encontró trabajo gracias a su dominio de la técnica de la piedra seca. Fotografía: Àlex Lara / El Periòdic d'Andorra.
Albert Villaró (Els ambaixadors) firma Patrimonis, uno de los veinte relatos del volumen colectivo Giranto. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Pero la suerte le sonrió una mañana en la Massana, cuando se topó con los hombres de casa Martí de Anyós levantando un muro de piedra seca: ¡su oficio, nada menos! "Se acercó, les dio los buenos días y se puso a construir la pared con ellos". La terminaron en cuatro días. Pero aquella buena gente no se podía permitir el lujo, dice Coll júnior, de mantener un mozo, "y menos todavía en invierno". Aunque le hicieron un último favor: recomendarlo a casa Capdevila, una de las más grandes del pubelo y donde fue acogido gracias a la generosidad del hereu, que incluso lo hizo dormir en su misma habitación. Y allí se quedó los 18 meses siguientes, hasta que la Guerra Civil terminó, en abril del 39, y regresó a Pessonada. Col evoca también la dura vida del progenitor como constructor de paredes -secas o no- y extrae de todo ello una alta lección de humanidad: "Gracias a una pared de piedra encontró un techo en los valles fríos e inhóspitos de Andorra. El padre, luchador infatigable en la dura guerra de las piedras, había comprendido que cada persona tiene que construir algo... sin pensar si su obra resisitrá el paso del tiempo; lo tiene que hacer aunque solo sea para darle algo de sentido a su vida".

'Allez, allez'
El periplo de Coll padre "De la otra guerra, la que aparece en los libros de Historia, el hombre se enorgulleció toda su vida de haber desertado"- no es el único toque andorrano (o cercanías) de Giranto. Albert Villaró combina en Patrimonis la anécdota personal -fue vecino, puerta por puerta, de la viuda de Guillem de Plandolit, el fotógrafo, en el número 1 de la calle de Sant Ot de la Seo- con la profesional, al recordar el triste destino de los trastos de Plandolit al morir su viuda, en 1972: "El Quierdo, un vecino de la calle del Carme que vendía sacos de serrín hizo no sé cuántos viajes con la carretilla hasta la Palanca, y vació en el río [Segre] sacos y más sacos llenos de pergaminos. Treinta años después, como los restos del naufragio que vuelven a la playa, llegaron al archivo [de la Seo ,donde el novelista trabajaba entonces] una parte de los miles de fotografías que don Guillem había sacado entre 1900 y 1932..." Conviene añadir aquí que otra parte de este monumental legado forma hoy parte de los fondos fotográficos del Archivo Nacional de Andorra.

El relato de Villaró incluye, en fin, un (probablemente) involuntario giro de justicia poética: resulta que el padre del autor de Els ambaixadors, veterano -él, sí- de la Guerra Civil, fue uno de los miles de refugiados republicanos que fueron a parar al campo de Argelés. También él se quedó con la hospitalidad gabacha: "Recordaba siempre a los senegaleses que vigilaban el campo que decían continuamente 'Allez, allez', y que amenazaban con pegar un bastonazo al que no obedecía co la debida rapidez". La sutil, fría y dulce venganza se hizo esperar, pero llegó. Años después, dice Villaró, cuando turistas franceses entraban en la pastelería paterna en la calle Mayor de la Seo y pretendían pagar con francos, "los echaba de la tienda al grito de 'Allez, allez'".

Giranto se completa con una veintena de relatos más. Atención, porque entre los autores del volumen hay más de una y más de dos estrellas de la literatura catalana contemporánea, desde Jaume Cabré (Poldo) hasta Maria Barbal (Fadrins) y Joan daniel Bezsonoff (Els camins obscurs de la romanística), sin olvidarnos del coordinador del volumen y alma de la Trobada, Ferran Rella, que firma Angelets, relato que transcurre en Giranto, el prado de València d'Àneu donde las tropas franquistas fusilaron al final de la Guerra Civil a una decena de vecinos de Isavarre. Rella reconstruye en clave de ficción un episodio que considera paradigmático de la represión y de la recuperación de la memoria histórica... si se nos permite en este último caso el oxímoron.

[Este artículo se publicó el 1 de agosto de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

miércoles, 12 de marzo de 2014

Con el Cojo, antes del 'torb'

[Torb: tormenta de nieve en alta montaña, con vientos superiores a los 56 kilómetros/hora y temperaturas inferiores a los -12º]

Rafel Dalmau reimprime las memorias de guerra de Francesc Viadiu; el autor de Entre el torb i la Gestapo reivindica su papel en la represión de la violencia anarquista en el Alto Urgel y la Cerdaña.

La escena tiene lugar la madrugada del 28 de abril de 1937, justo en la entrada de Castellciutat, al lado de la Seo: Francesc Viadiu (Solsona, Lérida, 1900-Sant Llorenç de Morunys, Lèrida, 1992) y sus dos escoltas -los guardias de asalto Peiró y Cid- acaban de apearse del coche oficial y el comité de bienvenida lo forman seis hombres armados -pongámosles, venga, cinematográfica pinta de milicianos de Tierra y libertad- dispuestos a disparar a la mínima oportunidad. De momento le dedican a Viadiu un rosario de insultos más bien exóticos, teniendo en cuenta que nuestro hombre es en aquellos momentos el delegado de Orden Público de la Generalidad en Lérida: "¡Ya te tenemos! ¡Contrarrevolucionario, fascista, salvacapellanes!" Se entiende que Viadiu no lo acabara de ver claro y que tuviera serias dudas sobre sus posibilidades de salir con vida de aquel encontronazo con los célebres incontrolados: "La situación era francamente crítica. Aquella gente que me rodeaba no las tenía todas consigo y estaba claro que tenían miedo, mucho miedo. Sentía más aprensión de que me acabaran matando de forma accidental que no consciente y deliberadamente. Pero intentar hablar con ellos era un diálogo de sordos".

Portada de la última reimpresión de Delegat d'Ordre Públic a Lleida 'la Roja', que apareció en febrero de 2013. La primera edición es de 1979. Fotografía: Archivo.
Portada de la última edición -hasta el momento- de Entre el torb i la Gestapo, reimpresa en 2007 y con el célebre cartel de Pere Català Pich, Aixafem el feixisme. Fotografía: Archivo.

Es evidente que Viadiu sí que se salió con la suya. Con algo de fortuna, todo sea dicho, y una estratagema de lo más pintoresca: primero fue la oportuna y salvadora llegada del camión con una treintena de guardias procedentes de Lérida y que constituían en esa coyuntura su argumento más convincente: el ardid consistió en hacer creer a los pelagatos del control que los guardias no moverían un dedo si no era a sus órdenes, y u si se portaban bien tenían alguna posibilidad de escapar con vida de aquel percance. Contra pronóstico picaron, y se evitó lo que parecía un inminente baño de sangre: en cuanto los guardias ordenaron "¡Alto!", a los "escopeteros" -como él los denomina- les faltó tiempo para desaparecer gallardamente del campo de batalla. Tenían vía libre hasta Bellver.

No era poco, porque se trataba del segundo encontronazo poco amistoso de aquella intensa noche: en Orgaña, antes de llegar a Castellciutat, ya se las había tenido tiesas con un comisario del ayuntamiento de la Seo -dominado en aquel momento por los anarquistas de la FAI, gente expeditiva y poco dada a las sutilezas- que en una amable charla en el café de Picoy le adviertió amablemente de que a la altura de Tres Ponts -recuerde el lector que estamos en los mismos escenarios que un siglo y medio antes se había pateado Langlois- habían emplazado un nido de ametralladoras dispuesto a cerrarles el paso. Un farol, como la columna comprobó minutos después.

Fuenteovejuna... de la Cerdaña
Pero, ¿qué se le había perdido, a Viadiu, en este rincón de mundo, jugándose el pellejo en cada control de carretera? El autor de Entre el torb i la Gestapo era en aquel momento -ya se ha dicho- el responsable de Orden Público en Lérida, y se dirigía hacia Bellver exactamente para cumplir su cometido: para poner -o imponer- algo parecido a un cierto orden y un cierta legalidad. Los vecinos de la localidad acababan de liquidar a Antonio Martín, alias El Cojo de Málaga -funesto personaje, dice, "que dominaba todos los municipios de la comarca... excepto Bellver, el único que no se había dejado tiranizar"- y a un tal Fortuny, secuaz del Cojo y jefe del comité de la Seo -glups: ya empezamos. Seguro que a esas alturas ya se arrepentían de su heroicidad: alarmantes rumores indicaban que las tres columnas de incontrolados que había comandado el Cojo -procedentes de Puigcerdá, Alp y la Seo: más de 200 hombres armados, no era cosa de broma- convergían en Bellver y se preparaban para el asalto definitivo. Viadiu y su treintena de guardias eran la única esperanza de que la cosa no terminara en un baño de sangre. El problema es que venían de Lérida y corrían el riesgo de llegar tarde. Pero no fue así: a las 4 de la madrugada entraban en Bellver sin noticia de la fuerza enemiga: con la desaparición de Martín y la desbandada de sus esbirros parecía haberse conjurado el peligro de la venganza faista. Las dos comarcas parecían dispuestas a recobrar una cierta normalidad... porque la guerra continuaba ahí fuera.

Este es uno de los episodios recogidos en Delegat d'Ordre Públic a Lleida 'la Roja', las memorias de guerra de Viadiu que Rafael Damau acaba de reimprimir. Un texto de claro carácter reivindicativo en que el autor pasa revista a su controvertida peripecia bélica, justo antes de su mucho más conocida faceta como pasador de hombres al servicio del MI6 desde el hotel Palanques de la Massana. Los suyos lo acusaban de haber provocado el enfrentamiento con los faistas que terminó con la muerte del Cojo; él insistía que se había limitado a cumplir con la palabra dada -que socorrería a todos los pueblos bajo protección de la Generalidad que fuesen atacados por incontrolados- y que en cualquier caso, cuando él y sus guardias llegaron a Bellver, Martín y Fortuny ya habían sido abatidos por uno de los defensores. Gran tirador, por cierto, porque hizo blanco a una distancia de entre 600 y 800 metros, la que había entonces entre las primeras casas del pueblo y el río Segre: "¿Quién os mató?" se pregunta Viadiu. "No fue Fuenteovejuna. Fue Bellver de Cerdaña, este admirable pueblo que supo mantener a raya a los incontrolados".

El de Bellver es posiblemente el más célebre de los episodios en que Viadiu participó durante la Guerra Civil. Aunque hay otros, menos conocidos pero igualmente significativos: en Delegat d'Ordre Públic reivindica también su papel en los primeros compases de la contienda, cuando los faistas aspiraban a "limpiar Solsona de fascistas". Como delegado en el Solsonés, Viadiu puso entonces bajo su protección a los frailes benedictinos del santuario del Miracle, y ayudó a huir al prior del convento del Corazón de María y al mismísimo obispo de Solsona,Valentí Comellas, un "ultracarquista" a quienes los anarquistas buscaban para "peinarlo con raya". También de infausta memoria, este Comellas, porque una vez terminada la guerra y repuesto en la Mitra, dice Viadiu, el obispo no movió ni un dedo para salvar la vida de dos hombres que en plena fiebre anarquista se jugaron por él el pellejo y lo acompañaron hasta Andorra. Pero así se escribe la historia.

'Entre el torb i la Gestapo': crónica de un éxito editorial
No nos encontramos quizás ante un estricto best seller, pero sí de un primo hermano suyo: un long seller, especie aun más rara, estos libros de largo recorrido que superan las modas y las coyunturas y acaban convirtiéndose en títulos de fondo. Ejemplares con pátina de los que a los libreros les cuesta deshacerse porque con los años les han cogido cariño: son casi de la familia. Pues a esta rara raza pertenece por derecho propio Entre el torb i la Gestapo, a novela que recrea en clave de ficción -mucha ficción, quizás demasiada- las redes de pasadores de hombres que operaban durante la II Guerra Mundial desde Andorra al servicio del MI6, y que Viadiu conoció desde dentro con el nombre en clave de Alexis. La novela, publicada inicialmente por Hogar del Libro (1974) y Ruedo Ibérico (Cadena de evasión, 1976), fue reeditada en 2000 en una iniciativa conjunta de a familia Viadiu y de la librería La Puça de Andorra la Vella, coincidiendo con la emisión de la serie homónima por TV3 y Andorra Televisió -a misma serie que veteranos como Quimet Baldrich y Jaume Ros no se cansaron en vida de vilipendiar con acritud- y reimpresa en 2007. Un long seller que ahora roza los 10.000 ejemplares, sumando ediciones y reimpresiones: "Hablar en este caso de superventas es posiblemente exagerado; 10.000 ejemplares no son ciertamente una enormidad, pero sí que es una cifra muy, pero que muy buena: tres o cuatro veces la tirada habitual en la memorialística en lengua catalana", dice el editor Rafael Català, con la discreta trampa de colocar en la sección de memorias una obra de ficción como lo es Entre el torb i la Gestapo. Pero no nos vamos a poner ahora quisquillosos.

El caso es que el éxito sostenido del torb es el culpable de la segunda vida de Delegat d'Ordre Públic, publicado inicialmente en 1979 por Rafael Dalmau y hasta ahora inencontrable. La bibliografía de Viadiu -miembro de Estat Català, fundador de ERC y diputado por Lérida al Parlamento catalán, exiliado en 1939, retornado en1952, juzgado en consejo de guerra y condenado a 20 años de prisión, de los que cumplió once meses- se completa con Hostal d'Entença (Hogar del Libro, 1980), donde repasa precisamente su experiencia como inquilino de la cárcel Modelo, que se levanta en la calle de Entenza de Barcelona. Un título, este último, hoy descatalogado y carne de coleccionista. Hay que añadir para terminar que Viadiu y el editor Rafael Dalmau coincidieron en su juventud en las filas de Estat Català, y que el mismo Dalmau es uno de los personajes históricos que trufan las páginas de Delegat d'Ordre Públic. Así que publicarlo en el sello del editor fue -concluye el nieto, el también editor Rafael Català- una forma literaria de reecontrarse con un viejo amigo de los años de plomo.

[Este artículo se publicó el 14 de febrero de 2013 en El Periòdic d'Andorra]

sábado, 8 de marzo de 2014

Con Langlois, de viaje

Descubrimos el Voyage pittoresque et militaire en Espagne del oficial napoleónico, una de las joyas de la monumental biblioteca de Casi Arajol.

Hacía años, quizás décadas -glups- que íbamos detrás del Voyage, la colección de grabados inspirados en su experiencia como oficial del ejército napoleónico destacado en la península que el pintor francés Jean-Charles Langlois (Beaumont en Auge, Calvados, 1789-París, 1870) publicó en la casa Engelmann en 1826. Extraño, dirán ustedes. Pues sí, pero es que cada uno elige sus obsesiones, y esta de Langlois en concreto por muchas y plausibles razones: entre otras, la estupenda perspectiva de la puerta y la palanca de Sant Julià de Lòria que tienen aquí abajo, con el camino de cabra que sube a Fontaneda y el Pui d'Olivesa al fondo.


Arajol, en el sancta santorum de su biblioteca, examinando su ejemplar del Voyage con las láminas en color; atención a la lupa. Fotografía. Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Porte de St Julien d'Andorre. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Vallé de la Sègre. Fotografía. Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Pont du diable sur la Sègre. Fotografía. Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Vue prise auprès d'Orgagna. Fotografía. Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.
Vue de Bezalu. Fotografía. Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Fácil, dirán los más avisados: la Biblioteca Nacional conserva una edición facsímil del volumen publicado en 1978 por General Gràfic, sello misterioso donde los haya, y Gallica, el estratosférico, oceánico, fascinante portal digital de la Bibliothéque Nationales -de Francia, claro- ha colgado generosamente las 40 láminas, que además uno se puede descargar gratis total, inmediatamente y a una resolución más que razonable. Pero es que nosostros, quisquillosos que somo, buscábamos exacamente el Voyage original, esta rarísima joyita de 1826. Y no se lo creerá el lector, pero la hemos encontrado. Y como quien dice al lado de casa. De hecho, podríamos haber caído mucho antes en la cuenta: si alguien podía poseer un ejemplar del Voyage -un libro así no se tiene: se posee- era Casimir Arajol. Y así es. Lo adquiiró pongamos que hace una década, así que Langlois forma parte del millar largo de libros de temática andorrana que pueblan la que es, sin duda, una de las colecciones privadas, casi un océano de papel, más completas y mejor surtidas de nuestro rinconcito de Pirineo. Y nos atreviríamos a decir que incluso de algo más allá, con el permiso de Enric Palmitjavila, bibliófilo titular de las Valles Neutras de Andorra.

Por decirlo brevemente, y por si no lo sabían: el chalet Arajol de Andorra la Vella -un monumento en sí mismo, sensacional ejemplar de la arquitectura del granito local- es el paraíso del bibliófilo. Y nosotros hemos tenido el raro privilegio de huronear en él con el Voyage conomo excusa y salvoconducto. Lo que nos hemos encontrado por ahí es la madre de todos los Langlois que pululan por el mundo: uno de los 300 ejemplares de la cortísima primera edición de la obra, impreso en papel india y a todo color, detalle este que lo distingue del facsímil de la Nacional y también de los grabados de la BNF. El resultado lo tienen aquí arriba, y además de la puerta y la palanca de Sant Julià el bueno de Jean-Charles tuvo el detalle de fijarse en el claustro de la catedral de la Seu, un siglo antes de la reforma perpetrada por Puig i Cadafalch, y de unos cuantos rincones más del camino "practicable sólo a lomos de mulas", según sus palabras, que seguía el camino del Segre hasta Orgañá.

Pero, ¿quién era, nuestro Langlois? Pues un oficial topógrafo veterano de la batala de Wagram que en 1811 es destinado a las tropas del mariscal Saint Cyr estacionadas en la península, como cualquier fan de Curro Jiménez sabe. Se quedó por aquí dos añitos en los que no sabemos si guerreó mucho pero en los que se consagró a levantar los planos de las principales vías de acceso a Cataluña, con especial atención a la qiue discurría -y discurre todavía hoy- entre la Seo, Orgañá, Pons y Lérida. De paso tomaba con un estilo y un ojo inequívocamente románticos apuntes de las l`´aminas que en 1826 reuniría en el Voyage, que inicialmente tenía que ser en Espagne, pero que al final se quedó en Catalogne: menos da una piedra. Abundan las batallas en las que hay que suponer que tomó parte como ayudante de campo de Saint Cyr -Gerona, Ripoll, Rosas, Palamós, Vic- pero también las escenas más o menos cotidianas y las vistas pintorescas. Y estos dos últimos temas son los nuestros. Además, acompaña los grabados que conservan un suculento sabor entre expedicionario y colonial. ¡Lástima que los nativos seamos nosotros!

Comencemos como es natural por la puerta de Sant Julià de Lòria, que le permite dar rienda suelta a la retahíla de prejuicios que el hombre ha traído en la mochila, empezando por el mito del buen salvaje que cree descubrir en nuestros tatarabuelos. Unos prejuicios que los posteriores viajeros románticos -Vuillier, Règnault y compañía- no se cansarán de repetir: "No es sin alguna sorpresa que en el rincón más elevado de los Pirineos uno se da de bruces con esta peque población que gasta el título de 'república'. Reconoce la jurisdicción del obispo de Urgel, con la condición de que respete las costumbres de la tierra y de que nunca atente contra sus libertades. Cada nuevo obispo presta juramento en la frontera antes de cruzarla por vez primera; un juramento que puede ser peligros quebrantar si atendemos al carácter y a los hábitos de independencia de los lugareños, en cuyas casas no han penetrado las discordias civiles que sacudieron a España hace unos años". Quizá se refiera Langlois a la amable visita de cortesía que las tropas napoelónicas giraron entre 1807 y 1814. En fin.

Por el camino de Orgañá
Por el detallismo de sus grabados, es plausible que Langlois no trabaje de oído sino que él mismo llegara hasta Santa Sant Julià durante las operaciones del ejército de Saint Cyr, y captara esta idílica y colorista escena, con una camino real transitadísimo, un par de monjas a lomos de sendas mulas , las estupendas mozas lauredianas con el botijo sobre la cabeza y en primer plano lo que parece un mendigo, quizá uno de los gitanos que el archivero Ayala ha documentado en Andorra sobre el siglo XVIII: quién lo sabe. Lo que sí es seguro es que hoy la policía ya los hubiera puesto de patitas en la frontera del Runer. No son  menos provechosas las escasas cuatro líneas que dedica al claustro de la Seo, retrato de monje con señora (y botijo) y un compendio de los prejuicios anticlericales con que el buen ilustrado francés se armaba en cuanto ponía el pie en la península: "El convento del que forma parte es uno de los numerosos establecimientos religiosos diseminados por toda la península, que han sometido este bello rincón de Europa a la más terrible tiranía teocrática..."

Se quedó descansado, el hombre. Finalmente, en las notas que acompañan las vistas del camino del Segre emerge el militar que Jean-Charles llevaba dentro. Pero primero, la pulla: "Excepto la gran carretera que va de Valencia a Barcelona pasando por Tarragona, los catalanes no reparan ningún camino, e incluso algnos de los que nosotros hemos trazado, ellos los han destruido". Después, el diagnóstico de quien ve en el terreno un posible escenario de futuras operaciones militares: el camino de la Seo a Orgañá, dice, "cruza el río por unos puentes fáciles de destriur y que, una vez destruidos, no se podrían reconstruir durante un largo período de tiempo (...) Esta carretera podría ser convertida en impracticable fácilmenten e tiempos de guerra, y Cataluña sería abordable desde este lado". Caramba: parece que estemos oyendo hablar a Fiter i Rossell, y aquella edificante, sensacional, ilustrada sentencia del Manual Digest: "No siam [els camins de frontera] bons, ni estiguin en gran disposicio, ante be, que sian bruscos, Estrets y pedregosos..." (Que no sean buenos los caminos de frontera, no estén en buena disposición, antes bien, que sean bruscos, estrechos y pedregosos).

Hasta aquí, el Voyage pittoresque de Langlois, deriva pirenaica. Que, decíamos al principio, es sólo uno de los cerca de mil volumenes de la biblioteca andorrana de Arajol. Dice que está a punto de conseguir el pequeño milagro de reunir bajo el mismo techo todas las referencias recogidas con paciencia de hormiga y formidable erudición por Lídia Armengol en Materials per a una bibliografia d'Andorra. Que los persigue a través de su librero de confianza, Jordi Rossell, en subastas de medio mundo, y en la excursión anual a París, donde los tenderos del mercado del libro antiguo que cada fin de semana se citan en el parque Geroges Brassens le reservan de un año para el siguiente las novedades andorranas. O mejor, las antigüedades. Los hay que en cuanto lo ven ya se frotan las manos ante el negocio que se avecina.

En fin, que así es como ha reunido una colección que le podría hacer legítima competencia a la de la Nacional: el volumen más antiguo es una Histoire des comptes de Foix, Bearn et Navarre de 1629, escrito por Pierre Olhagaray, historiógrafo mayor de Enrique Iv de Francia -el de los hugonotes, París y la Misa-  y donde aparecen reseñados unos leales andorranos que en 1569 hicieron a pie el viaje hasta la Rochelle para llevarle los cuatro duros de la questia a madame Jeanne d'Albret. La última incorporación, Marca hispanica sive limes hispanicus, de Pierre de Marca, es un tocho de 1688 -y en latín: ¡cómo le gustaría a Antoni Morell!- en que el tal Marca se permite el lujo de afirmar que la leyenda de la argolla de Carlomagno és -oh, sacrilegio- una "opinión ridícula". Algún día tendremos que hablar de ella.

Pero nuestro preferido -Langlois aparte, naturalmente- es Mollusques de San-Julia de Loria (1863): M. J. R. Bourguignat, biólogo francés con muy pocas obligaciones, esto está claro, describe las diez especies de moluscos -dos de caracoles, ocho de caracolas- que fue recolectando en el tramo del Valira entre Sant Julià y Andorra la Vella. Diez no parecen  demasiadas, la verdad, admite humildemente, "pero tienen interés porque casi todas pertenecen a especies raras o poco conocidas, o constituyen formas o variedades absolutamente nuevas". Con todo su entusiasmo a cuestas, aun tuvo el humor de bautizar una de estas últimas con el nombre de Pupa andorrensis... ¿No es fascinante? ¡Gracias, Casi".

[Este artículo se publicó el 30 de octubre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]