Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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lunes, 2 de marzo de 2015

Tres Rotschild y un destino

El historiador leridano Josep Calvet recoge en Huyendo del Holocausto el periplo de tres de las mujeres de la familia de banqueros judíos que escaparon de los nazis gracias a una red de pasadores que operaba desde territorio andorrano. Y añade nuvos datos a la leyenda negra. No se puede tener todo.

Lérida, 8 de diciembre de 1942. Alberto Poveda, el funcionario encargado del registro de los refugiados que arriban a la ciudad después de haber sido capturados por la policía, da con una de las sorpresas mayúsculas de su carrera: tres mujeres perfectamente equipadas con ropa de abrigo, pantalones y botas de esquí -lo que ya era una absoluta rareza en los fugitivos que aterrizaban en Lérida, habitualmente con una mano delante y otra detrás después de haber sobrevivido a mil penalidades- que se identifican como la baronesa Claude Rotschild y sus dos hijas, Nicole y Monique, de 19 y 17 años. Es decir, las herederas de una de las tres ramas francesas de la celebre saga de banqueros judíos.

Las tres Rotschild, atención, declaran haber cruzado los Pirineos con una de las redes que operaba a través de Andorra -no sabemos cuál: qué lástima- según recuerda el mismo Poveda en Paso clandestino -un día hablaremos de este librito- y recoge el historiador Josep Calvet en Huyendo del Holocausto: judíos evadidos del nazismo a través del Pirineo de Lérida (Milenio). Hay que añadir que las Rotschild le anuncian a Poveda la intención de continuar viaje hasta Barcelona con el objetivo de reunirse con el barón, James Rotschild, que a su vez había cruzado la frontera francoespañola por la parte de Gerona. Y así lo hacen: se hospedarán, por cierto, en el hotel Continental de la Rambla de Canaletasm y una vez reunida toda la familia continuarán hasta Portugal y, desde aquí, hacia Inglaterra. ¡Salvadas!

La de los Rotschild es una de las más afortunadas entre las peripecias con deriva andorrana que recoge Calvet -autor también de Las montañas de la libertad, obra de referencia sobre este asunto. Pero hay otras igualmente suculentas: especialmente reveladora, ya lo verán, es la expedición de otros cuatro judíos -tres de elos polacos, Salomon Nomberg, Moshe Karger y Barnard Margulies, y uno alemán, Siegfried Fleischmann- que en diciembre de 1942 contactan en Ussat-les-Bains con dos contrabandistas españoles -Antonio Heredia y Luis Sala Gil, dos nombres más para la historia universal de la infamia- que se comprometen a conducirlos hasta España. Pasando, claro, por Andorra. El precio del billete: 35.000 francos por cabeza. La expedición, cuenta Calvet, "parte de Ussat la noche del 19 de diciembre, entra en Andorra por el Coll de la Cortinada, y desde aquí se dirigen para descansar al hotel Palanques de la Massana".

Un clásico. Lo que ya no lo es tanto es la extorsión a que los dos guías someterán a los fugitivos: primero les birlan los pocos francos que aun llevaban encima con la excusa de cambiárselos por pesetas; naturalmente, no volvieron a ver ni un céntimo. Después se los llevan en taxi hasta la frontera, donde supuestamente les esperaba un tercer pasador que debía conducirles hasta la Seo. Pero nada sale como les habían prometido: una vez en la frontera, no sólo no hay transporte a la vista sino que antes de abandonarlos a su suerte el tal Sala les roba a punta de pistola sus últimas pertenencias. Expoliados, humillados y cabe suponer que abatidos, todavía encuentran ánimos para continuar a pie hasta la Seo, donde serán detenidos por la policía.
Un capítulo inédito de la leyenda negra que mancha la epopeya de los pasadores y que se añade a otros episodios ya conocidos que Calvet recoge en el volumen, como el de Jacques Grumbach -militante socialista francés abatido en noviembre de 1942 en el puerto de Siguer por su guía, el aragonés Lázaro Cabrero, menudo pájaro- y a de los Allerhand, Gustave e Ida, matrimonio de judíos franceses que salieron de Ussat en septiembre de 1942 y que, concluye Calvet, "fueron presumiblemente asesinados por sus guías".

Cuenta también el periplo del judío austríaco Franz Glück, establecido tras el armisticio en Gnioure -trabajaba en la construcción de la central hidroeléctica de esta localidad vecina de Andorra- que en diciembre de 1942, tras la ocupación de la Francia de Vichy, le ve las orejas al lobo y decide huir sin demora. Por si acaso y con el mismo buen criterio de los Kimhi -¿recuerdan? Lo hará con la ayuda de un contrabandista andorra, dice Calvet y a través del Coll de Peyregrand, pero casi se deja el pellejo en el intento debido a otro clásico: el torb. La fatídica ventisca de nieve tan temida por los contrabandistas y paquetaires: "El trayecto entre Gnioure y Andorra, que en condiciones normales podía hacerse en cinco horas, le llevó 26 de marca continuada".

Llegado a Andorra con graves congelaciones, Glück salva in extremis los pies que un médico pretendía amputarle por las buenas -tal vez el doctor Coco de la leyenda negra- y el 8 de enero de 1943 lo encontramos en la prisión de la Seo -en la época, el convento de Sant Domenec. Calvet concluye el captítulo andorrano con un balance de los fugitivos capturados en la Seo entre 1939 y 1944 bajo la acusación de paso clandestino de fronteras: en total, 486, mayoritariamente franceses (171), seguidos de polacos (166) y supuestos canadienses (44), en realidad franceses que se hacían pasar por originarios del Quebec. Una cifra que considera "extremadamente reducida, sobre todo si la comparamos con los cerca de 3.000 encarcelados en Sort por este mismo delito y en este mismo período". La conclusión no puede ser más favorable para nuestros pasadores: Fue gracias a su actuación que [a diferencia de lo que ocurrió en otros puntos del Pirineo] buena parte de los fugitivos que atravesaron la cadena por Andorra llegaron sanos y salvos hasta Barcelona".

El portugués Sequerra, héroe desconocido
Además de recoger las peripecias de un grupo de fugitivos que cruza los Pirineos a través de Andorra y, sobre todo, analiza las rutas que confluían en Sort, comarca del Pallars Sobirà, Calvet rescata en Huyendo del Holocausto del olvido el papel del American Distribution Joint Committee y de su delegado en Barcelona, el hiperactivo ciudadano portugués Samuel Sequerra, en la asistencia a los fugitivos judíos que, a diferencia de las tres Rotschild, llegaban a España con lo puesto, con frecuencia después de haberlo perdido todo. Como dice Calvet, las actividades de Sequerra durante los años centrales de la guerra -viajando continuamente hasta Sort, Viella y la Seo para contactar con las nuevas remesas de fugitivos y cubrir los gastos que generaban en los hoteles donde se hospedaban- lo convierten en uno de los personajes más interesantes y, a la vez, más desconocidos del período bélico: "Merece una biografía que hoy todavía no tiene"Además de detallar y pormenorizar las rutas de acceso a España, Calvet da la relación de los establecimientos adonde iban a parar cuando pernoctaban en Andorra rumbo a España. La lista la da Claude Benet en Guies, fugitius i espies: hostal del Serrat, hotel Palanques (la Massana), fonda Mandicó (Canillo), Hotel Coma y Cal Carbó (Ordino), hotel Palacín, Paulet, Valira y Pla (Escaldes), hotel Pyrénées (Andorra la Vella) y hotel Pol (Sant Julià de Lòria).

[Este artículo se publicó el 26 de enero de 2015 en el Diari d'Andorra]

sábado, 28 de febrero de 2015

La leyenda negra: otro capítulo (según Pierre Saint Laurens)

Pierre Saint Laurens, contrabandista y pasador de hombres, recuerda en sus memorias la entrega a los alemanes por parte del secretario de la vegueria francesa, el ínclito Pierre Larrieu, de un grupo de fugitivos judíos; sostiene que el secretario Larrieu le impidió liberar a los fugitivos a punta de pistola en un tenso encuentro mantenido en Fra Miquel, el refugio en lo alto del puerto de Envalira.

Días atrás conocíamos el testimonio sensacional de Carla Kimhi, la judía austríaca que en 1942, cuando tenía 12 años, huyó de los nazis a través de Andorra y llegó a España gracias a uno de los pasadores con base en nuestro rincón de Pirineos: un tal Pierre, de quien no sabemos nada más que tenía una hija de la misma edad de Carla que había tenido que dejar atrás -se había exiliado tras la Guerra Civil española- y a la que visitaba aprovechando sus periplos como contrabandista de hombres. He aquí otro capítulo de la leyenda blanca de los pasadores contado por una vez y de viva voz por uno de sus protagonistas. Pero esta fascinante epopeya tiene como es bien sabido su reverso, su lado oscuro: episodios de pura sevicia en que los supuestos guías que tenían que conducir su cargamento de fugitivos hasta la relativa seguridad que les brindaba la neutralidad española aprovechaban la ocasión para desvalijarlos, abandonarlos en la montaña a su (mala) fortuna, incluso entregarlos a la policía alemana de fronteras. Hechos abonados a la rumorología y que raramente son fehacientemente documentados.

Saint Laurens (Gaillac, departamento del Aude, 1918-?) en la época en que ejercía de contrabandista y pasador. Su testimonio deja en muy mal lugar al veguer francés, Lesmartres, y a su secretario, Larrieu, y lanza una duda general sobre la lealtad de los andorranos del momento, más interesados en el negocio que en la causa de la libertad. Fotografía: Archivo Saint Laurens / Contes de faits.

También hace unos días sabíamos gracias al historiador leridano Josep Calvet (Huyendo del Holocausto) del caso de cuatro judíos polacos expoliados por sus presuntos salvadores -los guías españoles Antonio Heredia y Luis Sala Gil, aquí van sus nombres para infamia suya- en la frontera hispanoandorrana. Y hoy rescatamos gracias al historiador francés Éric Guillon otro capítulo que engordará la leyenda negra. La cuenta, además, un testimonio presencial: Pierre Saint Laurens (Gaillac, departamento del Tarn, 1918-?), contrabandista y miembro de la red Morhange que operaba en Tolosa en los años centrales de la II Guerra Mundial.

El caso es que Saint Laurens evoca en sus memorias de guerra, Contes de faits: souvenirs, témoignages (1995), un hiriente, infame episodio que implica directa y nada gloriosamente al secretario de la vegueria francesa, el ambiguo Pierre Larrieu, viejo conocido nuestro. Según cuenta Saint Laurens, en cierta ocasión en que regresaba a pie a Tolosa -nos encontramos en plena Guerra Mundial- tuvo que detenerse a descansar en el refugio de Envalira, de cuyo guarda nos habla, y en términos no precisamente elogiosos: "Le patron du refuge, Pereira, était un portugais acquis aux services franquistes et nazis, et il était préférable de ne pas trop s'attarder chez lui". Se da la circunstancia de que justo mientras Saint Laurens recuperaba fuerzas al calor del refugio se detuvo frente a él una camioneta conducida por un tal Trouvé, la mano derecha de Larrieu, que cuando lo vio salir de la cabaña no pudo evitar el sospechoso gesto de arrancar la camioneta para seguir adelante.

Saunt Laurens no se lo permitió porque le dieron muy mala espina, dice, "los lamentos humanos" que procedían de la parte posterior del vehículo. Démosle la palabra para describir la "visión dantesca" que, continúa, le heló la sangre: "Un caos de niños y de ancianos hacinados de cualquier manera en la caja, hasta el punto de que era imposible decir cuántos habría; unos lloraban, los otros chillaban y una de las ancianas me contó en mal francés que los habían detenido de madrugada, por judíos, que los habían desvalijado y que ahora los conducían a la frontera para entregarlos a los alemanes". Saint Laurens se olvida de consignar lo más importante: ¿quién lo hizo? ¿Y por orden de qué autoridad? Continúa el relato diciendo que mientras intentaba liberar a aquellos desgraciados el tal Trouvé tuvo tiempo de telefonear a la vegueria, Larrieu se presentó en el refugio y a punta de pistola arrestó al contrabandista. Los judíos fueron finalmente conducidos hasta la frontera y entregados como había augurado la anciana a los alemanes. Un destino muy diferente, como se ve, del de los Kimhi.

Saint Laurens se libró por muy poco de caer en manos de los boches, pero todavía le quedan arrestos para intentar una nueva operación de contrabando que será, esta sí, la última, con una emisora de radio portátil que transporta a hombros desde Acs -la última localidad francesa donde vivió Carla- y sorteando a las patrullas alemanas de guardia en la frontera. Dice que lo recoge en el puerto de Envalira, agotado, en medio del temporal y cuando ya lo daba todo por perdido, un amigo andorrano -el laurediano Antonio Pintat- que lo acoge en su hotel de Sant Julià, le busca comprador para la emisora e incluso lo invita a una suerrealista, cinematográfica timba de póquer con los delegados locales de los servicios de inteligencia español (Auguste Marfany), francés (el doctor Bourrel) e inglés (Fornell). También está presente el alemán; lástima que no nos da su nombre. 

Contes de faits recoge otras aventuras andorranas. Asegura nuestro hombre de hoy que también ejerció esporádicamente como pasador -con dos rutas principales: la fácil, según él, por Enveig i Puigcerdà, en la Cerdeña; y la nuestra, que consistía en traer al fugitivo hasta Andorra y dejarlo aquí en manos de un transportista local que lo conducía en coche hasta Barcelona- y aunque no aporta más detalles dice que su base de operaciones en Andorra era el domicilio de un tal Costes, francés establecido en Escaldes que había convertido su piso en una especie de centro de acogida de fugitivos, incluida una "vieja judía" que le pide a Saint Laurens que la traiga de su casa en Tolosa jabón para su higiene personal y... ¡la cubertería de la familia! Una cubertería que acabará confiscada por una patrulla alemana en Porta. Pero la ocupación de la Francia de Vichy, en noviembre de 1942, termina con el negocio -"Andorra había dejado de ser la tierra de libertad", dice, porque los grandes "caids" del contrabando [sic] se convierten en informadores de alemanes y españoles- y Saint Laurens no volverá a tentar la suerte por aquí abajo. De su trayectoria tras la guerra,a la que sobrevivió, tan solo sabemos que ejerció como magistrado en Dahomey. Pierre, en fin: como el que ayudó a escapar a los Kimhi. Quién sabe...

Un país "trufado" de "confidentes" y lanzado al "negocio"
La fauna local no sale muy bien parada del retrato que de ella nos deja Saint Laurens en su relato. Además del portugués Pereira y de los que él denomina los "caids" de contrabando convertidos en chivatos de alemanes y españoles, dice que los andorranos se interesaban sobre todo en los "negocios" y en el "contrabando" (de coches y de neumáticos), y "apenas en el curso de la guerra". Les echa en cara que quieran sacar tajada de la situación, y no siempre con buenas artes. Cualquier excusa es buena para renegociar -a la baja, se sobreentiende- el precio convenido por una mercancía de contrabando. Y lejos, muy lejos de la versión idealizada que nos deja la versión televisiva de Entre el torb i la Gestapo, sostiene que el país estaba "trufado" de "confidentes" de los que era preferible mantenerse lo más alejado posible.

Un diagnóstico que coincide con la Andorra que recordaban Jaume Ros y Joaquim Baldrich, en las antípodas del escenario edulcorado de la película de Lluís Maria Güell. Por eso evita Saint Laurens cafés y hoteles -ni una sola referencia al Mirador- y se refugia en casa del tal Costes, francés como él, natural del Aude y "exdesertor", dice, a quien llaman "el Gabacho" y sospechoso a ojos de los nativos de ser a su vez confidente de los aduaneros. Un laberinto inescrutable de intereses y de lealtades cruzadas y con frecuencia encontradas donde, para terminar de arreglarlo, la vegueria francesa, con Lesmartres y Larrieu enfrentados entre si, juega un papel más que dudoso: "Me resistía ingenuamente a creer que se hubieran convertido tan rápidamente en auxiliares del nazi invasor, pero enseguida me percaté de que el veguer tomaba todas las medidas necesarias para dificultar la entrada de refugiados y para devolver a Francia a los que conseguían llegar".

[Este artículo se publicó el 2 de febrero de 2015 en el Diari d'Andorra]