Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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martes, 17 de marzo de 2015

La odisea Kimhi en sus documentos

El historiador Josep Calvet reconstruye el periplo por diferentes prisiones españolas -la Seo, Lérida, Madrid y Miranda de Ebro- de los cuatro miembros de la familia Bernson que en 1942 huyeron de los nazis a través de Andorra.

"Ruego a V. se sirva admitir en la prisión a su merecido cargo los extranjeros detenidos en esta localidad a las 7 horas de hoy por haber pasado la frontera sin autorizacion [...], los cuales se componen por el matrimonio Sigmundo Berson y Classa-Zivosga (?) Perzenik y us hijos, Heins y Cara". Es el 23 de noviembre de 1942 y el comandante de la Guardia Civil del puesto de Organñá (Lérida) -que es quien firma el atestado- acaba de empaquetar para la prisión de la Seo a los cuatro miembros de la familia Bernson.

Atestado de la Guardia Civil de Orgañá (Lérida) en que el comandante del puesto, un tal Antonio Espinosa Izquierdo, se saca de encima a los Bernson y los factura a la prisión de la Seu y, por lo tanto, bajo la responsabilidad del gobernador civil. Fechado el 23 de noviembre, dice poner a disposición del "Señor Jefe dela Prisión del Partido" el matrimonio formado por Sigmund y Channa Bernson, junto con sud dos hijos, Heinz y Carla. Fotografía: Archivo Histórico de Lérida. / Archivo Josep Calvet.
Certificado de ingreso en la prisión de la Seo a nombre de Sigmund Bernsona, con fecha del 25 de noviembre de 1942. Se declara hijo de Isaac y de Clara, y esposo de Chana, con domicilio en  París. Fotografía: Archivo Histórico de Lérida / Archivo Josep Cavet.
Interrogatorio al que fue sometido Sigmund Bernson a su ingreso en el campo de Miranda de Ebro. Declara encontrarse en París al estallar la guerra y dedicarse a la exportación de leña; que entró en España, procendente de Andorra, por la parte de Orgañá el 19 de noviembre de 1943, "sin guía, ni brújula ni mapa", pro con "su señora y sus dos hijos"; que fue detenido el 24 de noviembre por la Guardia Civil, trasladado a la Seo donde se encontraba la prisión del partido judicial, y que ingresó el 6 de diciembre en la prisión del Seminario Viejo en Lérida. Continúa el interrogatorio dando cuenta de cierto certificado expedido el 13 de junio de 1921 y en posesión de Sigmund que dice que es abogado en ejercicio en Viena, y que la intención de la familia es largarse a los EEUU en cuanto obtengan la "permisión" del departamento de Estado. Declara finalmente no tener amigos ni familiares en España, y el funcionario lo describe finalmente como hombre "de estatura alta, pelo gris, barba, cejas y ojos castaños". Fotografía: Archivo General Militar de Guadalajara / Archivo Josep Calvet.
Carla Kimhi compareció en enero en la sala de prensa del Gobierno de Andorra para agradecer, decía, que el país la salvara a ella y a su familia de una muerte segura, cuando fue aceptada por los policías que localizaron a Kimhi. Fotografia: Màximus.

Josep Calvet ojea un ejemplar de su última monografía sobre los pasadores -en este caso, pasados-, Huyendo del Holocausto, en la librería la Puça de Andorra la Vella. Fotografía: Tati Masià.


¿Los Bernson? Sí, hombre, los judío vieneses establecidos en Acs que huyeron de su último refugio -habían huido en 1938 de Viena, y desfilado por el norte de Italia, Normandía y París, antes de recalar en el Aieja- cuando los alemanes invadieron lo que quedaba de la Francia de Vichy, a principios de noviembre. La hija menor, Carla, tenía entonces 12 años, y resulta que a finales de enero de este año -ahora ya octogenaria: Kimhi es su apellido de casada- se personó en la sala de prensa del Gobierno de Andorra para explicar la odisea familiar y sobre todo, sobre todo, dar mil veces las gracias al país que, dice, salvó a los Bernson de la muerte. Seguro que lo recuerdan: los Berson habían llegado en automóbil hasta el Pas de la Casa, y subían ya a pie el puerto de Envalira, cuando un soldado alemán destacado en la aduana del Pas les dio el alto. Con el golpe de suerte que lo hizo precisamente en el momento en que una pareja de policías -de policía andorrana, se entiende- aparecía de forma providencial desde el otro sentido de la marcha y reclamaba para sí el trofeo, puesto que se encontraban en suelo andorrano. Se salieron con la suya, el alemán, que no debía de ser un tipo muy curtido, se hizo atrás y los Bernson se salvaron.

Pero todo esto ya lo sabíamos. Lo que desconocíamos es el periplo posterior de Carla y familia. Y es precisamente esto lo que Calvet -autor de una monografía clave sobre todo este asunto de los pasadores, Las montañas de la libertad, y que precisamente ayer presentaba en la librería la Puça su último título sobre la materia, Huyendo del Holocausto- ha reconstruido con ojo clínico exhumando los expedientes sobre los Bernson que se han conservado, oh, milagro, en el Archivo Histórico de Lérida y en el Archivo Militar General de Guadalajara. Pero habíamos dejado a nuestros protagonistas de hoy en la prisión de la Seo, el 24 de noviembre de 1942. Al día siguiente los reexpiden hacia Lérida: Sigmund y Heinz van a parar a la prisión del Seminario Viejo, primer o segundo destino habitual de los extranjeros detenidos por "paso clandestino de fronteras". El 6 de diciembre los vuelven a facturar: padre e hijo son enviados al campo de concentración de Miranda de Ebro, y ellas, a la madrileña prisión de las Ventas, un destino dice Calvet que sorprendente para unas detenidas en Lérida, que acostumbraban a terminar en Barcelona. Tampoco queda claro por qué Sigmund, que dice haber nacido en 1890 en la localidad polaca de Budzanow -hoy, Budaniv, en Ucrania- acaba en Miranda, donde sólo ingresaban los hombres en edad militar, entre los 18 y los 40 años. Él tenía 52.

Detenidos en Orgañá
El reglamentario interrogatorio a que Sigmund es sometido en Miranda depara una sorpresa: resulta que en los recuerdos de Carla los Bernson fueron detenidos en el autobús que hacía la línea entre la Seo y Barcelona. El padre, a quien los funcionarios describen como un hombre "de estatura alta, pelo gris, barba, cejas y ojos castaños", declara en cambio haber salido en Andorra el 19 de noviembre "por los montes en el pueblo español de Orgañá sin guía, ni brújula ni mapa". Y es aquí mismo, en Orgañá, donde el comandante Espinosa los detiene. Contaba en cambio Carla que los había ayudado a huir un tal Pierre, exiliado republicano. Considera Calvet que la afirmación "sin guía, sin brújula, sin mapa", bien podría tener como objetivo no revelar la identidad de su salvador.

El caso es que los Bernson -todos, hombres y mujeres- se reencuentran finalmente en Madrid el 23 de marzo de 1943. Cabe imaginar la alegría del momento, cuatro meses después de la separación. Ya están en libertad. De aquellos meses madrileños recordaba Carla 71 años después su alegre paso por el Liceo Francés y por el orfanato de la Sagrada Familia, que la habían acogido. Pero la jornada madrileña de los Bernson fue relativamente breve. Sigmund había anunciado a sus interrogadores que la intención de la familia era "esperar la permisión del departamento de los EEUU" para emigrar al otro lado del Atlántico. Pero a la hora de la verdad, y como contó Carla, su destino fue Palestina, entonces protectorado británico: los Bernson se unieron al primer convoy de refugiados que Samuel Sequerra, el hombre de la Joint Distribution Comittee -agencia norteamericana de ayuda a los refugiados financiada con capital judío- hizo zarpar hacia Tierra Santa.

El buque era el Nyassa y navegaba bajo pabellón portugués. Había salido de Lisboa el 15 de enero de 1944 e hizo escala en Cádiz para recoger a su cargamento humano. Con récord incluido, dice Calvet, porque el Nyassa fue el primer transporte de pasajeros que cruzaba el estrecho de Gibraltar desde el inicio de la guerra. El caso es que los Bernson llegaron sanos y salvos al puerto palestino de Haifa el 22 de enero. La madre fallecería antes del final de la contienda; Sigmund, nada más terminada, de un ataque al corazón y en Viena, adonde había viajado con la vana ilusión de recuperar parte del patrimonio familiar. Carla se enroló en 1948, nada más proclamado el estado de Israel, en la fuerza aérea del Tsahal.

El periplo de los Bernson encarna y resume -concluye Calvet- el de los otros miles de refugiados judíos -entre 4.000 y 6.000, según sus cálculos- que pudieron huir del Holocausto a través del Pirineo de Lérida, en un éxodo que se concentró sobre todo en julio de 1942, con la celebre redada del Velódromo de París, y diciembre de aquel mismo año, justo tras la ocupación alemana de Vichy. Al cabo de unos meses, los que no habían huido habían sido detenidos y deportados. Ya no quedaban más que un puñado de judíos ocultos. Los topos de toda guerra. A esta historia, en fin, no le podía faltar un héroe, y este héroe es Sequerra, el gran olvidado de la epopeya de los pasadores que merece, ya lo verán, artículo propio. Pues lo tendrá.

[Artículo publicado el 11 de marzo de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

viernes, 29 de agosto de 2014

Jacinto Bonales, autor de 'Història territorial de la Vall d'Andorra': "Los conflictos por las lindes fronterizas resurgirán con la aparición de nuevos recursos en los territorios en disputa"

El historiador leridano Jacinto Bonales (Tremp, 1969) se ha llevado las dos últimas ediciones del premio Principado de Andorra de investigación histórica [2012 y 2013] con Història territorial de la Vall d'Andorra, abstruso título bajo el que se oculta un exhaustivo tocho que estudia la influencia mutua entre hombre y paisaje, o entre hombre y territorio, y cómo esta estrecha interrelación ha ido configurando a lo largo de los siglos -¡y de los milenios!- las actuales divisiones administrativas. Una perspectiva absolutamente inédita, ya ven, que entre nosotros sólo había practicado el mismo Bonales en Andorra la Vella sense límits (2011).

-Parece que el territorio andorrano haya sido siempre el que es hoy, pero no. ¿A cuándo se remonta el perfil actual del país?
-Se empieza a configurar entre los siglos XI y XIII, estimulado por el conflicto con los señores feudales, y en los siglos XIV y XV se consolida tal como lo conocemos. Con un detalle: los andorranos conservaron ciertos derechos de aprovechamiento -emprius, según el derecho consuetudinario catalán- fuera del territorio.

-¿Queda alguno vigente?
-El tratado de 1863 que delimita la frontera entre Andorra y España reconocía por ejemplo del derecho de pasto, leña y agua en la montaña de Setúria, por el lado de Tor y de Os de Civís. Pero este, como otros, ha prescrito por desuso.

-Ya que hablamos del tratado de 1863: ¿este convenio y el firmado con Francia en 2012, delimitan oficialmente y definitivamente el territorio andorrano?
-El de 1863 baja al detalle y marca la frontera con hitos sobre el terreno, algunos de los cuales todavía se conservan hoy. El acuerdo con Francia, en cambio, se refiere sólo a la zona del Pas de la Casa. Se entiende que el resto de la frontera la delimita la vertiente.

-¿Podemos imaginar que en la época romana ya existía una Proto-Andorra diferenciada de los valles vecinos? ¿O es mucho imaginar?
-Podemos, pero era muy, muy Proto-Andorra, aquella Andorra. Roma colonizó sin ningún género de dudas lo que hoy es el Alto Urgel y la Cerdaña, dividiendo el territorio en centurias; Andorra, en cambio, era un vicus, un territorio plenamente romano pero que organizaba de forma diferente la explotación de sus recursos.

-¿Ocurre en algún otro valle pirenaico, o se trata de una especificidad andorrana?
-Suponemos que en el Pallars se produjo un proceso de romanización similar al andorrano, como en los valles más elevados de Aragón y Navarra.

-Andorra, ¿estaba geográficamente predestinada a convertirse en lo que es hoy?
-No lo creo. Lo que ocurre es que desde los mismos inicios de la feudalización la oligarquía local juega a dos cartas, buscando ahora el apoyo de un señor -los Caboet- o del otro -el obispo de Urgel. Eso sí: la destrucción de los castillos de Bragafolls y la Margineda son dos auténticos hitos contra el feudalismo... logrados jugando con las cartas y las reglas del mismo feudalismo. Un obra maestra de los políticos andorranos del momento.

-La delimitación territorial, ¿es una cuestión zanjada?
-En la medida en que surjan nuevos intereses por la explotación de los recursos, aparecerán nuevos conflictos o se reproducirán los antiguos. ¿Cómo? Podría ocurrir que una parte recurriera a antiguos derechos quizás caídos en desuso, o que cuestionara fronteras no del todo consolidadas. Pensemos que en un momento dado el término de Arcavell se comía -según sus vecinos, claro- casi la mitad de lo que hoy es Sant Julià de Lòria. Una reclamación que podría resucitar en condiciones adecuadas.

-¿Existe alguna zona potencialmente conflictiva?
-En el interior de Andorra, sí: los tres límites que se han discutido a lo largo del último milenio.

-Que son...
-...Los límites entre Andorra la Vella y Sant Julià de Lòria; entre la Massana y Ordino, y entre Encamp y Canillo. Pero si recurrimos a la documentación medieval es posible saber exactamente por dónde transcurría cada línea de término.

-Por lo tanto, está claro quién tiene razón y quién, no.
-Lo está. Pero hay que tener en cuenta que más allá de los límites hay otros derechos -como el de empriu- que pueden desdibujar, matizar o discutir esta línea.

-Intentémoslo: entre Andorra la Vella y Sant Julià de Lòria, ¿quién tiene las de ganar?
-Según la documentación, el límite pasa por la cruz de Santa Teresa, como sostiene la capital, y no por la Margineda, como pretende Sant Julià. Y así lo han reconocido los mismos lauredianos en diversos momentos de la historia. Pero también es cierto que Sant Julià ha explotado durante tanto tiempo esta zona que casi podría considerarse un espacio medianero.

-¿Y entre Ordino y la Massana?
-Otro término medianero: la zona de la Gonarda. Según los papeles, era una franja de administración conjunta entre el comú de la Massana y el quart de Ordino. Pero a caballo entre los siglos XX y XXI tiene poco sentido, reconozcámoslo, referirnos a términos medianeros.

-En el caso de Concòrdia, el juez ya ha dicho la última palabra.
-Todos los mojones están sentenciados. Unos, recientemente; otros, desde hace siglos. Y muchos de ellos, en repetidas ocasiones. Pero la conflictividad resurge cuando aparecen nuevos recursos por explotar.

-¿Hay algún episodio especialmente sangriento, en este proceso de consolidación del territorio andorrano?
-Muchos. Por ejemplo en el siglo XIV, cuando los andorranos topan con los señores feudales de la Cerdaña en Cantabrà, por un derecho de empriu que Andorra la Vella tenía sobre el término de Lles. Se sucedieron una serie de incursiones y las consiguientes represalias que terminaron con cuatro muertos por parte catalana.

-Los andorranos vencieron. Por lo menos en esta ocasión.
-A medias, porque el litigio derivó en un juicio que condenó a la parte andorrana a resarcir al señor de Lles el valor de los cuatro desgraciados que se dejaron el pellejo en el incidente.

-¿Qué tesis propone en su Historia territorial...?
-Si miramos un mapa de Andorra actual, comprobaremos que muchas de las divisiones administrativas existentes no aparecen reflejadas en él.

-¿Por ejemplo?
-Los límites entre Andorra la Vella y Sant Julià de Lòria. Pero aún hay más: tampoco coinciden exactamente los límites entre Andorra y España... según nos fijemos en el mapa oficial de uno u otro país.

-¿Ah, no?
-Pues no. Por la parte del coll de Vallcivera, por ejemplo. Esto no quiere decir que se trate de un territorio en disputa, sino que los mapas reflejan interpretaciones diferentes. El mismo caso se registra en los límites entre Sant Julià de Lòria y Os de Civís, en la montaña de Cervellà.

-¿Y por qué ocurre, esto?
-La hipótesis que planteo es que a lo largo de los siglos los andorranos han ido dando forma al espacio y han creado una serie de instituciones en un proceso en el que también han intervenido fuerzas externas como la romanización y el feudalismo, y que han influido en la concreción de los límites actuales. Unos límites cuyos orígenes pueden rastrearse perfectamente desde la Edad Media, por lo menos.

-Tan "perfectamente" no será, cuando se dan estas dudas y estas vacilaciones en algo aparentemente tan claro como es por donde pasa una frontera.
-El hecho de que algunos de estos límites no aparezcan en los mapas actuales no significa que no existan desde, pongamos, el siglo XV.

-Pues tendrá que explicarme por qué han desaparecido del mapa, estos límites.
-Por las disputas cíclicas que se irán sucediendo en la época moderna y contemporánea, muchas veces por la incapacidad de interpretar correctamente lo que un antiguo pergamino dice sobre los límites en discordia.

-¿Cuáles son los puntos más calientes en la delimitación territorial de Andorra?
-Hay un buen puñado de ellos, desde el derecho de empriu de la Massana sobre el término de Encodina, en Ordino, o el del término catalán de Arcavell sobre el bosque de la Rabassa, en Sant Julià de Lòria.

-¿Y los momentos más conflictivos?
-Los siglos XII y XIII, cuando los señores feudales intentaron establecer dominicaturas con castillo incluido en el interior de Andorra: tenemos los casos bien conocidos de la Margineda y Bragafolls.

-Lo intentaron... Les salió el tiro por la culata, me temo.
-Exactamente: tuvieron que demoler las fortalezas, y esto gracias a la reacción a tiempo de las parroquias, que habían visto lo que ocurría en los términos vecinos: en Os, por ejemplo, la erección del castillo comportó que el pueblo se convirtiera en un dominio señorial. Por supuesto, la acción señorial y la consiguiente reacción popular tuvo consecuencias en la configuración de las divisiones administrativas.

-A ver, a ver.
-Cuando se destruye el castillo de Bragafolls, el conde reparte el territorio y establece qué parte de él será gestionada por el quart [la parroquia, o municipio, se subdivide en diferentes quart, o vecindarios con entidad propia] y qué parte, no. Por eso el mas de Tolse quedó bajo el dominio del monasterio de Sant Serni de Tavèrnoles: una isla feudal dentro de la parroquia de Sant Julià de Lòria.

-¿Por qué la feudalización fracasa en Andorra y triunfa en el resto de los Pirineos? ¿Qué nos hizo ser diferentes?
-La unidad de los andorranos, una circunstancia que en parte también se registró en los valles vecinos de Àneu y de Arán. En las zonas próximas del Alto Urgel y de la Cerdaña la población estaba muy polarizada, con unos pocos vecinos poderosos al servicio del conde y titulares de dominicaturas; no es que en Andorra no existieran, estas familias prominentes y cercanas al poder, pero el pueblo supo jugar la carta de la dualidad de poderes, buscando apoyos en el conde o en el obispo, según la coyuntura y las necesidades. Por este motivo el feudalismo no fue en Andorra un elemento disgregador.

-¿Cuándo comienza el hombre a intervenir en el territorio de lo que hoy es Andorra?
-En el Neolítico, cuando arranca la agricultura. Los andorranos practicaron la quema de bosque y sotobosque para mantener los pastos mucho antes que en la vertiente norte de los Pirineos. Esto implica, a su vez, que crearon unos circuitos ganaderos antes de la configuración de las fronteras actuales.

-¿De qué época estamos hablando?
-De la Edad del Bronce, sobre el 1500 aC.

-¿En qué otros momentos se intensifica la modificación del paisaje?
-La antropización del territorio empieza mucho antes de la época romana. La explotación intensiva del bosque para alimentar las fargues -fraguas- durante los siglos XVII y XVIII fue muy aparatosa, pero no hay que olvidar que se registró una explotación no menos intensiva desde la Edad del Bronce para convertir el bosque en pastos.

-¿Y cuándo se produce la mayor presión sobre el paisaje?
-En el siglo XIV: pensemos que en aquella época el cultivo del cereal llegaba hasta lo alto del coll de Montaner... ¡A más de 2.000 metros! Lo que ocurre es que con las crisis demográficas que se sucedieron inmediatamente después l zona de cultivo se retiró a cotas más bajas.

-Por lo tanto, ya podemos ir desterrando el prejuicio de que la montaña y el bosque no han estado nunca tan amenazados como en la actualidad.
-Al contrario: desde los años 50 y 60 se han ido abandonando cultivos de altura y el bosque ha crecido como nunca antes. Si observamos cualquier fotografía de principios de siglo XX, veremos las montañas completamente peladas, casi no existía el bosque. Paradójicamente, es a partir de la urbanización, del abandono de la agricultura intensiva y de la ganadería extensiva y de la explotación forestal cuando el bosque crece de forma nunca vista.

-¿No hubo nunca peligro cierto de sobreexplotación?
-Eran muy conscientes de lo que se jugaban: cuando se detectaba un desequilibrio entre población y recursos inmediatamente articulaban mecanismos para evitar la depredación, con cotos y límites al ganado que podía pastar en determinado lugar.

-¿Y de superpoblación?
-El máximo demográfico se registra en Occidente a finales del siglo XIII y principios del XIV. Y precisamente para evitar la superpoblación se impuso un sistema que favorecía la emigración de los segundones. Así conseguían mantener un índice demográfico bajo que garantizaba la suficiencia de los recursos, e incluso un pequeño excedente. A partir del siglo XIV, el cambio climático, las malas cosechas y la peste alejaron durante muchos siglos el peligro de una explosión malthusiana.

-¿Existen rincones vírgenes, no tocados por la mano del hombre?
-No. Hasta las zonas hoy más boscosas han prosperado en los últimos 40 o 50 años: Costafreda o Palomera, en Sant Julià de Lòria, que hoy son bosques frondosísimos, eran hace un siglo parajes prácticamente desforestados.

-¿Cuál es el momento álgido de la agricultura en Andorra?
-Los siglos XII, XIII y XIV, cuando el cereal y la viña e incluso algo de olivo se cultivaban en todo el país.

-¿Y qué lugar ocupa el valle del Madriu, hoy patrimonio de la Humanidad, en toda esta historia?
-Fundamental: es un paisaje antropizado, de bosques y pastos donde podemos leer la historia de los últimos 2.000 años, y no sólo la de Andorra sino la de todo el Pirineo.

-Para terminar, ¿por qué un hijo del Pallars vecino de Mequinenza se ha especializado en la historia del paisaje andorrano?
-Hace diez años me encargaron un estudio de la Solana de Andorra la Vella. Entonces comprobé que la documentación conservada en los archivos del país era mucho más abundante y rica que la que se ha conservado en Cataluña, y que estudiar esta documentación nos ayudaría a comprender el funcionamiento de las comunidades de montaña no sólo de Andorra sino también -otra vez- de todo el Pirineo.

[Este artículo refunde dos entrevistas publicadas el 2 de noviembre de 2012 y el 16 de octubre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]




jueves, 28 de agosto de 2014

La dura vida en el Salvaje Norte

Corría el año 1686, y los hombres de Canillo y de Encamp no se cortaban un pelo a la hora de dirimir sus diferencias con sus incómodos vecinos franceses. Lo sufrió en sus carnes un tal Martí, batlle de Enveig, al otro lado de la frontera, que había dejado temerariamente a una treintena de reses pastando al pie del Pimorén. Los animales, claro, no entienden de fronteras y cosas así, y fueron y cruzaron el río Arieja para pastar en el lugar que hoy se conoce como la Vaca Morta -enseguida entenderán por qué. En plena Solana, territorio litigioso que tanto unos -andorranos- como otros -gabachos- reclamaban como propia: faltaba todavía un siglo y medio para que el tribunal de Tolosa (1834) resolviera definitivamente la andorranidad de aquel pedazo de yermo. Así que los de Canillo -y sus vecinos de Encamp- tiraron de usos y costumbres -algo bestias, enseguida lo comprobarán-, se agenciaron los animales y se los llevaron a casa. A la suya, claro. Pero no a todos: a una de las vacas la sacrificaron in situ de un tiro para "marcar con su sangre el lugar donde la pignorada de las bestias debía de hacerse". Lo explica Martí Salvans, conseller general aquí en la faceta de historiador -"aficionado, que conste", pide- en uno de los momentos culminantes de De la Solana d'Andorra, prometedora monografía que se zambulle en la historia del Extremo Norte del país y con el que Salvans se embolsó un accésit del premio Principado de Andorra de investigación histórica del 2010.
Se trata, continúa, del último caso de degolla documentado en el país. ¿"Degolla"? Pues sí: así se denominaba a esta expeditiva y algo salvaje práctica de liquidar uno de los animales que se había aventurado a pastar sin  autorización en tierra andorrana, y confiscar de paso el resto del ganado como prenda que garantizase el pago de la consecuente multa. Hay que añadir que a nuestros fogosos andorranos la broma les acabó saliendo algo cara porque el tal Martí, el batlle de Enveig, se chivó al gobernador de Mont-Louis -un día habrá que hablar de esta especacular fortaleza levantada por el ingeniero Vauban en 1679 en la entonces recién adquirida Cerdaña francesa. Y con los franceses, ya se sabe, no caben bromas: resulta que un escuadrón gabacho -"mil hómens" de nada, según las fuentes- se plantó como si nada en Canillo "i sen aporta presoners a vuyt homens de la mateixa parrochia dels quals ne detingue sis de presoners en la plassa de Monlluis". Glups. La cosa se prolongó un par de meses, para desesperación de los homens de Canillo tomados ellos mismos como prenda. Y no resolvió hasta que el cristianísimo rey de Francia dictó una ordonnance aboliendo el recurso a la degolla y estableciendo que los futuros litigios por incursiones de animales en tierras del vecino se resolvieran con el nombramiento de un tribunal paritario. Algo decididamente razonable, por mucho que viniera del rey de Francia. 
Así las gastaban unos y otros, en fin, en el territorio de la Devesa d'Erevall o Solana d'Andorra, como históricamente se ha denominado al extremo nordeste del país, la única parte estratégicamente situada en la vertiente atlántica de los Pirineos. Un capricho geopolítico que se tradujo en seis siglos de sempiterna conflictividad entre andorranos, de un lado, y merangueses, querolanos y deretanos, por el otro. Este mal ambiente entre vecinos condenados a entenderse tuvo de paso un curioso efecto colateral: por lo menos en estos asuntos en que tocaba enfrentarse al pérfido francés, Canillo y Encamp olvidaron provisionalmente las diferencias por el territorio de Concordia que han envenenado tradicionalmente las relaciones entre las dos localidades y lograron unirse frente al enemigo común. Más de uno se sorprenderá de que un territorio deshabitado -el Pas de la Casa data de los años 30 del siglo XX: anteayer, como quien dice- y prácticamente desolado levantara semejantes pasiones entre vecinos de uno y otro lado del río Arieja. Pero no nos equivoquemos: se trata de los mejores pastos del país, advierte Salvans, hasta el punto de que a mediados del verano -a partir del 15 de agosto, exactamente- empezaban a subir grupos de segadores. A 2.000 metros de altura, y más. Sí.
De la Solana d'Andorra repasa, en fin, los conflictos surgidos a lo largo de seis siglos de problemática convivencia y, sobre todo, el laberíntico y apasionante corpus jurídico y administrativo que regulaba derechos y deberes, con los banders levantando acta de las infracciones e imponiendo bans, multas a los infractores. Atención a la sección cartográfica del libro, con joyas como el mapa de 1811 levantado por orden de Napoleón con la vista puesta en una hipotética anexión de la Solana con el argumento, ya saben, de que un territorio que desagua en el Atlántico debía ser naturalmente francés. No hubo ocasión, pero el emperador había previsto incluso que la Solana se repartiría entre la Arieja y los Pirineos Orientales. Lo más curiosos de todo es que De la Solana d'Andorra, con su mina de anécdotas, es un subproducto de la manía toponímica de Salvans, autor también -ya saben- de Andorra románica, Andorra vascónica. Así que si además de las escaramuzas a cuenta del ganado tiene el lector algún interés en los nombres de lugar, ese es también su libro, porque Salvans ha identificado medio millar de topónimos en la zona de la Solana, territorio hasta ahora casi virgen hasta el punto de que la topografía oficial sólo consigna medio centenar de nombres. Hasta ahora, claro. Para acabar, descubrirán lo que era una allargada, un aixivernil, un dec o una tala, y descubrirán que Encamo y Canillo, contra todo pronóstico, sabían enterrar cuando convenía el hacha de guerra para hacer frente al rostro pálido de turno. De la Solana d'Andorra, que es un buen tocho, quizás no será la lectura del verano, pero se le parece mucho. Prueben, prueben, y luego nos lo dicen.

[Este artículo se publicó el 1 de julio de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

viernes, 14 de marzo de 2014

González Ruano, los camiones y la leyenda negra

Sala Rose y Garcia-Planas retratan el lado oscuro del autor de Mi medio siglo se confiesa a medias y revisan el mito de los pasadores en El marqués y la esvástica: César González Ruano y los judíos en el París ocupado.

Comencemos por el final. Ya verán que merece por una vez la pena: imagine el lector que los autores de El marqués y la esvástica -el periodista Plàcid Garcia-Planas, reportero de guerra de La Vanguardia, y la filóloga y germanista Rosa Sala Rose- armados con un detector de metales y acompañados por un arqueólogo, caminan por los alrededores de cierta curva de la N-20, la carretera que une el Ospitalet, del lado francés, con el Pas de la Casa, la última población andorrana. Por la zona del río Palomeres: el Pla de la Vaca Morta. Buscan con más entusiasmo que esperanzas los restos -huesos, hebillas, cualquier cosa- de los fugitivos judíos que durante la II Guerra Mundial sospechan, fueron asesinados justo en este recóndito tramo de carretera por los pasadores que los iban a conducir a la libertad. A Andorra. Imagine también el lector que en un momento dado va Sala y en un arrebato de buena surte da, que sí, con un prometedor y alargado hueso: "¡Un húmero"!, se dice. Por fin, la prueba definitiva que han buscad sin éxito durante tres años de investigaciones que les han llevado a sumergirse por una veintena de archivos de ochos países. Lástima que el arqueólogo de la expedición les dé un baño de realismo: aquel pingajo no es lo que queda de un húmero humano, sino tan solo "un huso ovocaprino". La dura realidad, insiste el arqueólogo, es que si alguna vez aquel rincón de montaña sirvió como cementerio de los judíos asesinados por sus presuntos salvadores, hace tiempo que sus restos hubieran sido arrastrados por el deshielo.

César González Ruano, periodista y escritor, que residió entre 1942 y 1944 en el París ocupado por los nazis y a quien Sala Rose y Garcia-Planas vinculan con la extorsión de fugitivos judíos en El marqués y la esvástica. Hasta hace dos meses daba nombre al premio de periodismo mejor dotado de España -y del mundo entero-  patrocinado por la Fundación Mapfre, que casualmente decidió cambiarle el nombre ante la inminente publicación del libro. Fotografia: ABC.
El Pas de la Casa en los años 50: siguiendo por la N-20, ya en el lado francés, se encuentra la curva en que los autores sospechan que pudieron ser ametrallados los grupos de fugitivos judíos traicionados por sus supuestos guías. Fotografía: APA / El marqués y la esvástica.
Manfred Katz, confidente de la Gestapo del que autores insinúan que delató al grupo de Puigdellívol, capturado por la Gestapo en Mont-Lluís en junio de 1944. El pasador andorrano terminó de estas en Buchenwald, de donde no salió hasta la liberación de los campos con el fin de la II Guerra Mundial. Fotografía: El marqués y la esvastica.

Esta es la culminación pelín esperpéntica de El marqués y la esvástica, tocho de medio millar largo de páginas que sigue el rastro del escritor y periodista César González Ruano en el París ocupado de los primeros años 40, que prueba la infame participación del autor de Mi medio siglo se confiesa a medias en la extorsión de fugitivos judíos a los que ayudaba a abandonar Francia a través de los Pirineos, y que tirando del hilo fueron a parar a Puigcerdá, pongamos que en la primavera de 1943, cuando André Parent, aduanero francés de Bourg-madame y colaborador de la Resistencia, sospecha que la caravana de camiones Berliet parada en la frontera transporta en realidad un cargamento de hombres. Fugitivos judíos de camino hacia Andorra. Una pista que concuerda con otra más: la que dejó el exguerrillero anarquista Eduardo Pons Prades -el mismo que sostenía en El mensaje de otros mundos haber sido abducido, ejem, por un ovni en cierto paraje de la Cerdaña francesa- en Los senderos de la libertad: un libro relativamente reciente -lo publicó en 2002 La Rosa de los Vientos- que pasó por aquí totalmente desapercibido y donde el autor recoge el testimonio de un tal Rosenthal, ingeniero químico y judío de Coblenza.

Otro fugitivo, éste con la particularidad de que sobrevivió al ametrallamiento al que sus supuestos salvadores sometieron a su grupo de fugitivos de camino hacia la salvación: "Les dijeron que iban a entrar en Andorra a pie por la montaña y que en menos de una hora estarían a salvo. Pero de pronto estallaron ráfagas de ametralladora y el griterío de las víctimas. Como el ingeniero caminaba detrás del todo sólo fue alcanzado en un hombro. A la luz de las linternas los asesino se paseaban entre los moribundos a los que desvalijaban, luego abrieron una zanja en la que medio enterraron los cadáveres". Un testimonio que Pons Prades recogió a su vez de su compañero de armas Manuel Huet -ex nano d'Eroles durante la Guerra Civil y quien en 1946 se instaló, por cierto, en Andorra, muerto en 1984 a consecuencia de un accidente de tráfico. Auxiliado por un grupo de la Resistencia que lo rescató en la montaña y le hizo curar las heridas en Cacasona, nada menos que por el doctor Joaquim Trias, Rosenthal explicó cómo él y su grupo -incluidos sus padres y hermana- fueron engañados por un supuesto funcionario de la embajada española en París. Un funcionario que según Pons Prades y como el mismo maquis se encargó de confirmar, era ni más ni menos que González Ruano.

Esta es la principal revelación de El marqués y la esvástica, que no es propiamente un libro de historia sino la crónica de la investigación que los autores emprenden por media Europa para tratar de probar la implicación de Ruano en las escabechinas de fugitivos judíos que -sospechan- podían terminar en la curva de la Vaca Morta de la N-20. Sin demasiado éxito, todo sea dicho. Porque la conclusión final es que nuestro hombre de hoy se dedicó a la extorsión sistemática de los judíos que tenían la mala pata de ir a caer en sus garras, pero en cambio se reconocen incapaces de probar documentalmente los vínculos con las matanzas como aquella a la que Rosenthal sobrevivió. Por el camino exhuman el juicio al que Ruano fue sometido en Francia y que en 1947 lo condenó a 20 años de trabajos forzados por "inteligencia con el enemigo". Por concretar: colaboración con la Gestapo y delación de los reos -miembros de la Resistencia y un judíos que por lo visto acabó en Auschwitz- con los que durante tres meses compartió celda en la prisión de Cherche Midi. Cortesía, paradójicamente, de la Gestapo, que lo detuvo, sostienen los autores, creyéndolo cómplice en el paso clandestino de judíos, hasta que los convenció de que se trataba tan solo de un vulgar estafador. Estos tres meses de cautiverio le suministraron material que más tarde reutilizó en alguna de sus novelas, e incluye un oscuro episodio de simulacro de fusilamiento, por el que pasa de puntillas en sus diarios. Ni que decir tiene que Ruano no cumplió ni un solo día de los 20 años de trabajos forzados a los que fue condenado por los tribunales franceses: en 1947 hacía tres años que había regresado a España.

La leyenda negra: un balance (provisional)
Tozudos como son Sala Rose y Garcia-Planas siguen más pistas, y así es como -atención- Antoni Puigdellívol se cuela en esta historia: él era el único pasador, dicen los autores, que en la época se dedicaba a cruzar por la zona de Puigcerdá a grupos de fugitivos que cargaba en camiones... ¡conducidos por soldados alemanes! Untados, por supuesto. Un juego peligrosísimo, este de Puigdellívol, porque en junio de 1944 fue sorprendido por la Gestapo a la altura de Mont-Lluís al frente de una expedición. Puigdellívol acabó en Buchenwald, con su mano derecha, el también andorrano Pepito Gelabert, y el grupo que pretendía pasar. Parece que fue un confidente infiltrado en la cadena el que los delató. Y le ponen nombre: Manfed Katz, que tras la guerra se refugió en Barcelona. Puigdellívol, en fin, no saldría del campo de concentración hasta el final de la contienda, en mayo de 1945.

El caso es que este episodio no impidió que la justicia francesa le abriera en 1946 juicio: le acusaba de la muerte de madame Espira, una judía que formaba parte del convoy en que la Gestapo cazó al mismo Puigdellívol. El proceso se alargó dos años pero al final salió de él limpio como una patena: no se pudo probar la acusación, y el pasador contó con el aval de un reputado testimonio: el exministro de Defensa francés André Diethelm. Puigdellívol alegaba haber pasado a la mujer y a la hijastra de Diethelm; Sala y Garcia-Planas demuestran que no fue así. Un personaje, en fin, de claroscuros, como tantos que pululan por este libro, y del que también sacan a colación la controversia con Isabel del Castillo, que lo acusa en El incendio de haberse quedado con el dinero que le confió cuando la ayudaron a cruzar los Pirineos, y -todavía más inquietante- la supuesta implicación del bar que la familia regentaba en Hospitalet, Barcelona, en una trama que acabada la guerra se ocupaba de pasar a España a gerifaltes nazis como Georges Delfanne, alias Masuy, "sádico gestapista conocido por la invención del suplicio de la bañera". Glups.

Hay que añadir que Puigdellívol no fue el único pasador motorizado y que recurrió al soborno de los militares alemanes en el tráfico clandestino de hombres: en nuestro rincón de Pirineo hubo por lo menos otro, Paul Barberan, que utilizaba camiones para el contrabando de neumáticos por el Pas de la Casa, y que para pasar judíos había ideado un estratagema tan insólito como audaz y, por lo visto, eficaz: Barberan disfrazaba a sus fugitivos de contrabandistas, fardo incluido, y los hacía desfilar a pie por los pasos de montaña, con la aquiescencia y en ocasiones con la colaboración entusiasta como porteadores de los mismos alemanes. Claro que también Barberan acabó arrestado por la Gestapo, en abril de 1944. Con más suerte que Puigdellívol, porque tan solo tres días después lo encontramos sopechosamente en libertad. Sala especula que quizás la compró vendiendo al mismo Puigdellívol...

El marqués y la esvástica constituye, en fin, una mina de información, mucha de la cual rigurosamene inédita: los procesos de Ruano y Puigdellívol, por ejemplo, por no hablar de la aproximación digamos que contable al negocio del tráfico de fugitivos, con billetes que podían salir por la astronómica cifra de 100.000 francos por persona -es lo que Del Castillo sostiene haberle pagado a Puigdellívol- y  un beneficio neto por cada fugitivo efectivamente pasado que ascendía a 20.000 francos de media. Tiene también un interés mayúsculo el balance de la, ejem, leyenda negra: los autores han documentado cuatro "matanzas" de judíos -esto de "matanzas" lo dicen ellos- con una decena de víctimas en total: los dos matrimonios belgas que Joaquim Baldrich afirmaba haber visto semienterrados en la nieve cerca del Estany Negre, a los que habían liquidado dos guías aragoneses, Mulero y Trallero; Jacques Grumbach, diputado socialista francés y director del diario Le Populaire, a quien su guía, Lázaro Cabrero, decerrejó un tiro en la nuca: le costó un proceso en el que resultó sorprendentemente absuelto; el caso del matrimonio Allerhand, Gustave e Ida, judíos franceses que en septiembre de 1942 salieron de Ussats les Bains con destino a España de los que nunca más se tuvo noticia -reseñado por Josep Calvet en Las montañas de la libertad; y las tres chicas judías cuyos cadáveres José Bazán cuenta en sus memorias, Jo, un nen de la guerra, que fueron rescatados en 1942 del valle del Madriu (Andorra).

Diez muertos que constituyen indudablemente diez tragedias, pero que difícilmente admiten la cualificación de "matanzas", sobre todo si tenemos en cuenta no sólo el contexto bélico sino también que por Andorra cruzaron miles de fugitivos: el mismo Baldrich afirmaba haber pasado más de 300, aunque los autores sospechan que hay muchísimos casos más que no se podrán probar jamás por la misma naturaleza del paso clandestino... y si no aparecen los restos que Sala y Garcia-Planas buscaban en la N-20. Como Eliseo Bayo, el periodista de Reporter, en los años 70...

Más contundente aun se muestra el historiador Daniel Arasa (La guerra secreta del Pirineu), cuyo testimonio también es recogido en El marqués y la esvástica, y que no se corta un pelo. Perdonará el lector la cita kilométrica: "En Andorra hubo mucha gente, andorrana y de fuera, que de forma directa o indirecta colaboraron con las cadenas de evasión. La inmensa mayoría no se caracterizaron por el altruismo. Es cierto que el humanitarismo tampoco abundó en muchos otros lugares, pero el caso andorrano es el más extremo de mercantilismo en los pasos pirenaicos. Salvo honrosas excepciones, en Andorra el ideal sólo tenía un nombre: oro. Algunas de las grandes fortunas de Andorra tienen su origen en el paso de gente por el Pirineo. En determinados casos, el dinero se hizo con la sangre de los fugitivos, a los que se expolió, abandonó en la montaña o incluso mató a fin de robarles. Algunos fueron entregados a los alemanes para cobrar la recompensa. Hay que puntualizar que estos abusos extremos fueron hechos aislados, no una actuación generalizada como algunas veces se ha dicho. La mayor parte de los guías cobraban precios elevados por su trabajo, pero no eran asesinos".

Gravísimas acusaciones, con o sin sangre de por medio, que lanza al aire sin aportar, en fin, prueba alguna. Y en este plan, no nos iremos sin mencionar de nuevo a Bayo, el autor de aquella fundacional serie de reportajes sobre la leyenda negra publicados en 1977 en Reporter -ya se ha dicho. Pues bien, tras décadas de silencio, en El marqués y la esvástica admite que pagó a los testimonios -supuestos pasadores que lo condujeron a los rincones donde yacían las supuestas víctimas- y que no podía estar seguro de la veracidad de lo que entonces le contaron -y él mansamente publicó: "A lo mejor lo amañaron, quizás cogiendo huesos de un cementerio... La verdad es que no estoy muy seguro". A lo mejor, en fin, eran huesos ovocaprinos.

[Este artículo se publicó el 13 de marzo de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

miércoles, 26 de febrero de 2014

El último del Palanques

Con la muerte de Eduardo Molné, el pasado 21 de agosto, desaparece el último testimonio de la cadena de evasión que Forné dirigía desde la Massana.

Ya está, ya no queda ninguno, así que a partir de ahora tendremos que husmear en los libros de historia y en las (escasas) entrevistas que concedieron en vida el puñado de hombres que desde el hotel Palanques de la Massana se jugaron durante la II Guerra Mundial el pellejo para conducir hasta el consulado británico en Barcelona a fugitivos de toda la Europa ocupada que pretendían cruzar el Pirineo, la última frontera de la libertad: ya saben, pilotos aliados abatidos en los cielos del continente, militares polacos refugiados en Francia después de la blitzkrieg de 1939, franceses en edad militar que pretendían evitar el Servicio de Trabajo Obligatorio o unirse a las fuerzas de la Francia Libre, y judíos de todas las nacionalidades -o peor aún, apátridas- condenados a los campos de exterminio.

Molné, a la izquierda, con Joaquim Baldrich, ante el hotel Palanques, el centro de operaciones de la cadena que Antoni Forné dirigía desde la Massana. Fotografía: Màximus.

Documento procedente de los National Archives británicos que de cuenta de la captura de Fernando Molné y de cuatro polacos por parte de la Gestapo, la noche del 29 de septiembre de 1943. Fotografía: Màximus (Fondo Lang / Archivo Nacional de Andorra).

Con la muerte, el pasado 21 de agosto, de Eduard Molné (1917-2013) desaparece el último testimonio de la cadena que el abogado catalán Antoni Forné dirigía desde el Palanques por cuenta del MI6, el legendario servicio exterior de Su Graciosa Majestad. Él y Joaquim Baldrich, fallecido en enero de 2012, fueron los primeros que a principios de la década pasada dieron el paso de evocar públicamente uno de los episodios más fascinantes pero -hasta entonces- peor conocidos del siglo XX andorrano: la participación en este tráfico de hombres de redes de pasadores radicadas en nuestro rinconcito de Pirineo. Hubo por supuesto otras, pero la de Forné es probablemente una de las mejor estudiadas gracias en primer lugar al mismo Forné -en aquella imprescindible, fundacional serie de artículos publicados en 1979 en la desaparecida revista Andorra 7- y al testimonio de Baldrich y de Forné, que salieron del armario en otoño de 2003 en otro reportaje publicado esta vez en el semanario Informacions. Pongamos nombre a esta estirpe de héroes, porque además de Molné, Baldrich y Forné -el cerebro de la cadena- también deben figurar aquí -se lo debemos- sus compañeros de peripecia bélica: Alfredo Vicente Conejos, Josep Mompel y Salvador Calvet. Queda dicho.

Pero vayamos de una vez al grano: así como Baldrich era el pasador arquetípico, el hombre de acción que condujo hasta Barcelona -según recordaba él mismo- a cerca de 400 clientes en algo menos de 40 misiones -y sin perder jamás un solo hombre, como le gustaba recordar con legítimo orgullo- Molné encarna al colaborador ocasional, espontáneo y la mayor parte de las veces anónimo que prestaba servicios puntuales pero que constituía un eslabón imprescindible para el éxito de las cadenas. Jamás ejerció de guía sobre el terreno, ni condujo a ningún grupo de refugiados por caminos erigidos en autopistas de la libertad.

De hecho, su participación en esta peripecia se reduce a un único pero sonadísimo episodio. Fue la noche de 23 de septiembre de 1943. Molné, él mismo hijo del hotel Palanques y mecánico de profesión, había acompañado al volante de su Renault -matrícula AND 591- a Forné y a Conejos hasta el Vilaró, justo antes de llegar al lugar de Llorts, para recoger una expedición formada por cinco militares polacos procedentes de Pàmies -dos oficiales, Jan Daniez y Jan Sarnicki, y dos soldados, Czeslaw Giejstowt y Josef Lawicki, cuenta Claude Banet en Guies, fugitius i espies, la biblia sobre la materia- que habían sobrevivido al frío y al agotamiento pero que habían perdido por el camino a otro compañero de evasión, Alozy Bukowski. El plan consistía en conducirlos en automóvil hasta el Palanques para reponer fuerzas. Pero en la Massana les esperaba una desagradable sorpresa: dos coches con matrícula francesa -un Delaye y un Citroën, según Forné- con cuatro o cinco hombres envueltos muy cinematográficmente en sospechosas gabardinas: "Fue Conejos el primero que, instintivamente, exclamó: '¡La Gestapo!' Un terror repentino y muy vivo se apoderó de nosotros, pero no perdimos el oremus, y aceleramos al pasar con la intención de huir", contaba el mismo Forné en 1979.

Un silencio que duele
Tuvieron éxito... a medias: la persecución terminó tras unos tiros intimidatorios -especula Forné que querían cogerlos vivos- por parte de los alemanes; Molné cruzó el coche al llegar al desvío de Sispony, y tanto Conejos como Forné saltaron hacia el otro lado, aprovechando la oscuridad para huir en dirección a Sispony. Ni Molné ni los polacos -los cuatro encajados en el asiento posterior del pequeño Renault- tuvieron tanta suerte y fueron capturados inmediatamente a punta de pistola. La comitiva inició enseguida el camino hacia el cuartel general de la Gestapo en Tolosa, con el Renault de Molné situado entre los dos vehículos alemanes. Así lo contaba el mismo Molné en Informacions: "A partir del puerto de Envalira nos encontramos un palmo de nieve en la calzada, así que nos hicierrn bajar para empujar los coches. Cuando llegamos a la frontera del Pas de la casa la barrera estaba bajada. Parlamentaron con el policía de la aduana andorrana, que me conocía, pero a pesar de que le hice gestos ostensibles para que me viera, no se apercibió de que iba dentro del Renault". Aquí sí que se vio perdido, admitía, porque Molné fue  encerrado en la prisión de Saint Michel, donde pasó "ocho o diez días". Si salió indemne de ésta fue porque pudo convencer a sus captores de que era un simple taxista que se había limitado a ejercer de chófer... y también -probablemente sobre todo- gracias a las gestiones de su padre, exsubsíndico, y del entonces síndico, Francesc Cairat, ante el obispo Iglesias -muy bien relacionado con el régimen franquista: había sido capellán castrense del dictador- y ante la vegueria francesa. Mucha menos fortuna tuvieron los polacos y un tal Bobby, norteamericano también de origen polaco que formaba parte de la cadena de Forné y que fue capturado en el Palanques: de ninguno de ellos se volvió a saber jamás.

El episodio tiene especial significación por dos motivos: por un lado, porque el golpe alemán -que Viadiu recoge, novelado, en Entre el torb i la Gestapo- fue posible por la infiltración de un topo en el grupo de Forné, un tal Nicodème -Nico, para los amigos. De otra, porque se trata de una de las escasas operaciones documentadas en que los alemanes actuaron dentro de Andorra, violando así la neutralidad del país. Por lo que respecta a Molné, se trata de la única misión en que consta que participara, y de hecho él mismo siempre insistió en figurar en un discretísimo segundo plano a la hora de los homenajes, como en la inauguración del monumento que evoca la memoria de la cadena justo ante el Palanques. ¿Un pobre bagaje? "Tuvo el valor suficiente para acompañar a Forné y a Conejos en una aventura en que se jugaban mucho, como después se vio. Y estoy convencido de que si no lo hubieran pillado, habría repetido", especula Benet, que describe a nuestro héroe del día como "un hombre elegante y modesto; otros con muchos menos méritos lo habrían explotado más; él, en cambio, optó siempre por la discreción".

De la misma opinión es el historiador catalán Josep Calvet, autor de Las montañas de la libertad, la monografia definitiva sobre la epopeya de nuestros pasadores: "No fue el guía prototípico, el refugiado español más o menos politizado, sino el autóctono que colabora de forma esporádica pero decisiva, en un nivel quizás secundario pero imprescindible: sin la complicidad de gente como Molné la misión de los pasadores estaba condenada al fracaso". Por eso duele, y mucho -añadimos nosotros- el silencio institucional que ha acompañado a la desaparición de nuestro hombre: ni una palabra por parte de las autoridades; nada de nada. Como apunta Calvet de forma sangrante, "en otro país, Molné sería un héroe". O quizás porque, como remata Benet, "Andorra es un país ingrato con la memoria histórica, sin apenas curiosidad, como si a mucha gente ya le pareciera bien que de ciertos temas cuanto menos se hable, mejor. Y en parte se entiende, porque si tiras de la madeja, a veces salen episodios honrosos, como el del Palanques, y otras aparecen sorpresas muy, muy desagradables". La buena noticia es que todavía estamos a tiempo de que el silencio y la indiferencia no se repitan con Lluís Solà, él sí el último de nuestros pasadores. De todos.

[Este artículo se publicó el 27 de agosto de 2013 en El Periòdic d'Andorra]


viernes, 21 de febrero de 2014

Cuando Josemaría fue un fugitivo

Son las 14 horas del viernes, 10 de diciembre de 1937. Un grupo de ocho hombres -el que posa en la portada del libro de aquí abajo, en la plaza Benlloch de Andorra la Vella, para el objetivo de Valentí Claverol- espera a que los gendarmes del puesto de aduanas del Pas de la Casa acaben de revisar la documentación para subir al autobús y cruzar la frontera, camino de l'Ospitalet, Lourdes y finalmente San Sebastián, ya en la España nacional. Se encuentran en la última etapa de un periplo que había comenzado el 8 de octubre de aquel mismo 1937, cuando la expedición abandonó la relativa seguridad que les ofrecía el consulado de Honduras en Madrid dispuestos a dejar atrás la zona republicana. El itinerario: Madrid-Valencia-Barcelona-Peramola-Pallerols-Sant Julià de Lòria. Entre estos ocho hombres se encuentra Josemaría Escrivá de Balaguer, sacerdote aragonés que en 1928 había fundado la prelatura del Opus Dei y que había de ser canonizado en 2002. En tiempo récord, por cierto, pero esta es otra historia.

Volvamos a la escapada: habían entrado en Andorra el 2 de septiembre por el Mas d'Alins, después de recorrer a pie los últimos 100 kilómetros del trayecto, con el guía del Pallars Josep Cirera al frente, y para ellos -como para tantos otros antes y después- nuestro rincón de Pirineo iba a convertirse en sinónimo de libertad. El periplo andorrano de San Josemaría se prolongó ocho días, y hace tres años Alfred Llahí y Jordi Piferrer lo reconstruyeron al detalle en Terra d'acollida, volumen que pasó injustamente desapercibido y que acaba de ser publicado en castellano por Rialp -claro. Una edición que se distribuirá en España y la América Latina y que -atención- coincidirá con el estreno, previsto para el 6 de marzo, de There be dragons, la superproducción dirigida por Roland Joffe (La Misión) que recrea la peripecia bélica del fundador del Opus Dei.

Portada de Andorra: tierra de acogida, originalmente publicado en catalán (Terra d'acollida) y que ahora Rialp edita en castellano. Fotografía: Archivo.

Oportunidad de oro, como se ve, para recuperar Tierra de acogida y descubrir la mina de anécdotas vividas de primera mano y por aquí arriba por uno de los hombres clave -claroscuros incluidos- de la Iglesia Católica del siglo XX. La jornada andorrana de San Josemaría tenía que durar exactamente eso: un día. Estaba previsto que el 3 de diciembre los recogiera en el Pas de la Casa un automóvil enviado por el marqués de Embid, hermano de uno de los miembros de la expedición -José María Albareda. Siempre vienen bien estar  bien relacionado. La nieve que cayó al día siguiente de llegar a Andorra cerró el puerto de Envalira -2.800 metros: no es broma- y fue retrasando la partida de la expedición. No les quedó más remedio que prolongar la estancia en el hotel Palacín de Escaldes -que todavía existe: rebautizado Siracusa. El diario que llevaron los ocho expedicionarios -y que constituye la fuente documental del volumen de Llahí y Piferrer- pasa lista a amigos, conocidos y saludados que les salen al paso en tierra andorrana. Entre los primeros se encuentra mosén Lluís Pujol, arcipreste de los Valles de Andorra, y también los monjes benedicitinos de la congregación que dirigía el colegio de Nuestra Señora de Meritxell, también en Escaldes, y las monjas del colegio de la Sagrada Familia.

Entre los conocidos que desfilan por el diario se encuentra un misterioso Sr. C., que los autores identifican con Joan Fornesa, banquero de la Seo, así como el coronel Baulard, huésped también del mismo hotel Palacín. También rinden cuentas: con el guía Cirera, a quien adeudan 5.000 pesetas por los servicios prestados -deuda que saldarán religiosamente después de la contienda- y con la familia Palacín-Fiter, que les hace no obstante un precio de amigos y les arregla la factura. Vean: ocho huéspedes, ocho noches, por unos módicos 1.300 francos. A 20 francos por barba y día, una sustancial rebaja de l10% sobre la tarifa estándar para no refugiados... En fin, que Tierra de acogida es una mina de anécdotas de este estilo: sin doctrina, sin sermones, sin grandes aspavientos, pero un retrato exacto de las penalidades y de las miserias cotidianas de un grupo de desplazados en tierra extranjera -aunque sea de acogida. Se lee de un tirón y tendrá continuidad con la entrada El Paso de los Pirineos que el mismo Llahí prepara para el monumental Diccionario de San Josemária Escrivá de Balaguer que la editorial Monte Carmelo publicará en 2012. Figurar en la geografía y en el imaginario del Opus Dei es un filón -religioso, por supuesto, pero también cultural y sobre todo turístico- que hasta ahora se ha omitidode forma obtusa y que alguien -ayuntamientos, ministerio- tendría que lanzarse a explorar.

[Este artículo se publicó el 8 de febrero de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

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Josemaría, gancho turístico

El Diccionario del fundador del Opus Dei, recientemente publicado, consagra una entrada a la huida de la zona republicana a través de los Pirineos.

Somos un país sin memoria o, en el mejor de los casos, con una memoria a la altura de Dory. Ya saben, la amigiuta de Nemo. Qué le vamos a hacer. Ni una humilde placa evoca e lpasp por nuestro rinconcito de Pirineo de la plétora de personajes de toda condición que han tenido el detalle de visitarnos -por gusto o forzados por las circunstancias- no diremos ya a lo largo de la historia, sino de nuestro mucho más familiar siglo XX. Anteayer, como quien dice: ni Josep Trueta, ni Pablo Casals, ni García Márquez, ni Josep Pla ni tan siquiera Martí i Pol han merecido tan alto honor. A duras penas el obispo Benlloch, el benfeactor, y aún. A Miguel Mateu, otro prohombre con calle -en Escaldes, a cuenta de la central de Fhasa que él contribuyó decisivamente a construir- se la quitaron hace unnos años. Por franquista.

Bronce de la escultora catalana Rebeca Muñoz en la iglesia parroquial de Sant Julià de Lòria. Se instaló en diciembre de 2012 y conmemora la primera Misa que San Josemaría celebró en tierra andorrana, la mañana del 2 de diciembre de 1937. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Vista actual del hotel Siracusa, en la avenida Pont de la Tosca de Escaldes (Andorra): en 1937 era el hotel Palacín, y en él se hospedó entre el 2 y el 10 de diciembre el grupo de San Josemaría. Abonaron una factura de 1.300 francos, con una sustancial rebaja del 10% sobre la tarifa habitual, recuerda Alfred Llahí en Tierra de acogida. Fotografía: Àlex Lara / El Periòdic d'Andorra.

Bueno: pues por eso mismo tiene doble mérito la ocurrencia de Alfred Llahí, que pretende marcar con una pequeña rosa de Rialp los escenarios principales de la jornada andorrana de San Josemaría -ya saben, el fundador del Opus Dei- en el episodio conocido como El Paso de los Pirineos que el mismo periodista ha contado con pelos y señales en Tierra de acogida. Esos ocho días, entre el 2 y el 10 de diciembre, que el futuro santo pasó entre nosotros huyendo de la persecución religiosa desencadenada en la España republicana -los incontrolados y tal- y que protagonizan una de las 288 entradas del Diccionario de San Josemaría Escrivá de Balaguer (Monte Carmelo), tocho considerable que roza las 1.400 páginas y que pretende resumir en estas 288 pastillas la vida, la obra y la doctrina del santo. Que conste que más de la mitad de las voces son de contenido estrictamente teológico, así que el Diccionario no es precisamente para todos los paladares.

Hay que decir que Llahí no se ha limitado al copy/paste de turno, ni tampoco a extractar los datos de Tierra de acogida, sinpo que lo ha completado con las peripecias anteriores y posteriores a la jornada andorrana, que habían quedado fuera del primer volumen: es decir, lo que ocurrió entre el 8 de octubre de 1937, cuando Escrivá y sus compañeros abandonan la embajada de Honduras en Madrid, donde se habían refugiado, y la madrugada del 2 de diciembre, cuando entran en Andorra por el Mas d'Alins. El 10 de diciembre cruzan la frontera andorranofrancesa por el Pas de la Casa, para plantarse al día siguiente en Hendaya, después de dormir en Saint Gaudens y previa parada en Lourdes para celebrar la reglamentaria Misa.

Pero regresemos a Llahí y a la idea esta de amojonar el rastro andorrano del fundador de la prelatura. Una ocurrencia si se quiere modesta, pero ensayada (con éxito) en todo el Occidente civilizado para aprovechar el gancho de celebrities de primera, segunda o quinta fila. En el caso que nos ocupa, se trata de  un turismo religioso de proporciones modestas -"Sería abusrdo soñar en un turismo de masas", advierte- pero fidelísimo y reincidente: sólo hay que ver los centenares de peregrinos que cada junio se congregan en el aplec de San Josemaría convocado por la Associació d'Amics del Camí de Pallerols de Rialp a Andorra, y que en diciembre pasado, en la también anual jornada Camins de Llibertat, reunió a una pequeña multitud en el Centro de Congresos de Andorra la Vella: un millar de personas son la prueba física del poder de convocatoria de nuestro santo de hoy.

En fin, que lo que Llahí propone es tan discreto como eficaz: una rosa de Rialp -el símbolo de Josemaría- en el hotel Siracusa de Escaldes, donde los refugiados se instalaron en 1937; otra en el Centro de Arte, también en Escaldes, donde en la época la orden benedictina regentaba el colegio Nuestra Señora de Meritxell, y -por qué no- una tercera en la parroquial de Sant Julià de Lòria, la primera iglesia sin profanar que San Josemaría pisaba desde julio de 1936, donde celebró su primera Misa en libertad, y donde hace un año se instaló un bronce de la escultora catalana Rebeca Muñoz que evoca y conmemora aquel momento epifánico. Ya que hablamos de todo esto, alguien podría tomar nota y dedicarse a localizar y marcar nuestros escenarios de la -ejem- memoria. Como dice Llahí, si los mallorquines han convertido en una rentable industria turística los 15 días escasos que Chopin pasó en Valldemossa, ¿por qué no tomamos debida nota? La verdad, otras de más verdes han madurado.

[Este artículo se publicó el 21 de noviembre de 2013 en El Periòdic d'Andorra]