Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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domingo, 20 de abril de 2014

Búnkers: con 'P' de Pirineos

El historiador Josep Clara reconstruye en Els fortins de Franco la historia de la línea fortificada con que el dictador pretendía hacer frente a una hipotética invasión aliada... ¿o era quizás a los nazis? Decenas de nidos vigilan todavía hoy la carretera N-260 entre Martinet y la Seo de Urgel.

Es imposible no verlos. Los has a decenas, diseminados a ambos lados de la carretera N-260 entre Martinet y la Seo, y entre la Seo y la Farga de Moles, en la frontera con Andorra. Hoy no son más que reliquias fuera de contexto, el testimonio mudo del mayor programa de ingeniería militar que emprendió la España franquista: la Línea P, también conocida como Línea Pirineos o Línea GUtiérrez, con que el dictador pretendió blindar la cadena, desde el Port de la Selva, en Gerona, hasta Hendaya, en Guipúzcoa. Un proyecto faraónico que prevía la erección de cerca de 10.000 asentamientos fortificados entre nidos de fusilería, búnkers, refugios, puestos de mando y de observación, que tenían que acoger ametralladoras, morteros, artillería pesada y baterías antiaéreas. La empresa comenzó en el verano de 1944, en plena guerra mundial, y no se abandonó hasta una diez años después, cuando la Guerra Fría y el nuevo juego a alianzas había posicionado la España de Franco en el bloque occidental y parecía definitivamente conjurado el peligro de una invasión. De los 10.000 fortificaciones prevista sobre el papel sólo se levantaron la mitad. Y de éstas, 2.850 corresponden a los Pirineos catalanes, vestigios de una amenaza fantasma -con perdón- que probablemente sólo existió en la imaginación de la jerarquía militar franquista. El historiador Josep Clara (Gerona, 1949) ha reconstruido sus orígenes, objetivos y distribución en Els fortins de Franco (Rafael Dalmau Editor), lectura absorvente que confirma con sorpresa que los estrategas que diseñaron la Línea P habían previsto incluso la (remotísima) posibilidad de que las fuerzas invasoras penetraran en territorio nacional a través de Andorra.



Tres de las fortificaciones erigidas a partir de 1944 a ambos lados de la N-260 entre Martinet y la Seo de Urgel; en todo el Pirineo se tenían que levantar 169 centros de resistencia, cada uno de los cuales contaba -sobre el papel- con un número variable de búnkers -entre 30 y 80- defendidos por un batallón de 600 hombres. Del total de 10.000 fortificaciones previstas, se llegaron a erigir la mitad, de los que 2.850 quedaron en el tramo catalán de los Pirineos. Fotografia: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Las 10.000 posiciones fortificadas de la Línea P -denominación oficiosa con que se ha venido designando este monumental, baldío esfuerzo de una España depauperada, pero que según Clara no aparece en la documentación militar hasta fecha tan tardía como 1963- se dividen en 169 centros de resistencia, según la terminología de la época. Así de denominaban los complejos defensivos integrados por un número variable de búnkers -entre 30 y 80- defendidos sobre el papel por un batallón de infantería (600 hombres, aproximadamente) y que dominaba una franja de entre 1 y 4 kilómetros de frente. Al Pirineo catalán le correspondieron 91 de estos centros de resistencia, y los que vigilaban la frontera andorrana eran los números 56 (coll de Sentó), 61 (rocas de Sarset), 62 (Pla de Lloses), 63 (Turó de Pradal), 64 (vértice Ricard), 65 (vértice Calvinyà), 66 (el Tossal), 67 (el Puig), 70 (Ars), 71 (la Pinosa), y 71 bis (vértice Saloria). El de Coll de Sentó -accesible por la Rabassa, (Andorra)- tenía que acoger nada mas y nada menos que 16 ametralladoras, 27 fusiles ametralladores, cuatro ametralladoras antiaéreas, cuatro morteros de 81 milímetros, dos cañones y tres refugios para personal. A la hora de la verdad sólo se construyeron cuatro de los búnkers previstos.

Enemigo a las puertas
La primera y más fascinante de las preguntas que suscita la Línea P es obvia: ¿quiénes eran los supuestos invasores contra los que se erigieron las fortificaciones? Es evidente, dice Clara, que la organización defensiva de los Pirineos se concibió pensando en un enemigo que debía llegar desde el norte a bordo de columnas blindadas y motorizadas: "En un primer momento, los aliados; a partir de 1955, con la firma del Pacto de Varsovia, las tropas comunistas" (!?) Clara también cita la posibilidad de una invasión nazi, tato si Hitler se hubiera decidido por la ocupación de Gibraltar -una operación prevista en los juegos de guerra del estado mayor de la Wehrmacht- como para contrarrestar un hipotético desembarco aliado en las costas peninsulares. La paradoja es que ni los alemanes ni las potencias aliadas ni mucho menos el Pacto de Varsovia hicieron jamás el mínimo intento (serio, se entiende) de penetrar en la Península, y que la única agresión a la que tuvo que hacer frente la España de Franco en sus 40 años de historia fue la invasión del Valle de Aran, en octubre de 1944, a cargo de guerrilleros comunistas. Precisamente, el único enemigo contra el que la Línea P era claramente inoperante. La otra gran paradoja la recoge el historiador de boca del coronel de artillería Fernando Martínez de Baños: "Una invasión aliada no se hubiera concretado jamás a través de los Pirineos sino de sendos desembarcos en las costas cántabras y mediterráneas, y de una operación aerotransportada en el centro de la Península, para acabar confluyendo sobre Madrid. Las fortificaciones pirenaicas las hubieran sobrevolado e ignorado, y hubieran caído solas".

La orden de levantar la Línea P consta en la Instrucción C-15 del estado mayor central del ejército, cursada el 23 de agosto de 1944. Las obras comenzaron en septiembre por la Junquera, y en marzo de 1945 ya se trabajaba en una quincena larga de centros de resistencia. Según un informe fechado este mismo año, cada centro de resistencia costaba la astronómica cifra de 736.000 pesetas. Los búnkers tenían que estar defendidos por ametralladoras Hotchins y Alfa; morteros de 50 y 81 milímetros; baterías antiaéreas Oerlikon de 20 milímetros y cañones del modelo 75/13. El centro de resistencia estándar se completaba con un perímetro defensivo protegido con fosos, minas y alambre de espino, y estaba servido -ya se ha dicho- por un batallón de 600 hombres. Evidentemente, ni las armas ni la dotación llegaron a desplegarse jamás. Hasta 1954, cuando se abandona definitivamente el programa, en el tramo catalán se habían completado 2.850 asentamientos, el 43% de todas las obras previstas. El ejército continuó girando inspecciones periódicas hasta 1988, y hasta los años 90 la Línea P estuvo protegida por el tampón de secreto militar. Clara destaca el incuestionable valor arqueológico, testimonio de la arquitectura militar de la primera mitad del siglo XX, y propone inventariarlo, preservar ejemplares de las diversas tipologías y restaurar los más representativos. Y pone como ejemplo el Parque los Búnkers inaugurado en 2007 en Martinet. Quizás son búnkers fantasma, sí, pero fantasmas con una historia que justo ahora comienza a conocerse. Con libros como el de Clara e iniciativas como la de Martinet, ya no hay excusa para ignorarla.

[Este artículo se publicó el 16 de agosto de 2010 en El Periòdic d'Andorra]

lunes, 17 de febrero de 2014

Biografia íntima de la Línea P

El historiador Albert Ibáñez Sanpol traza en La fortificació dels Pirineus el primer examen exhaustivo de los búnkers de la Cerdaña; la monografía se fija en los -así llamados en la terminología militar de la época- "centros de resistencia" de Martinet y completa el Parque de los Búnkers inaugurado en 2007.

Hasta no hace demasiado, pongamos que cinco años, los búnkers de la Línea P, la mayor obra de ingeniería militar del siglo XX español, eran poco más que siluetas fantasmagóricas que salpicaban el paisaje de la Cerdaña, del Alto Urgel e incluso de Andorra: fíjense bien si un día de estos, por una de aquella casualidades, pasean a los pies del Pic Negre, en el paraje de Camp Ramonet de Sant Julià de Lòria. Espectros que alimentaban la imaginación de unos poco iluminados, que cualquier conductor que circulaba por la N-260 veía a ambos lados de la carretera sin acabar de entender -¿qué es eso?- y de los que casi nadie sabía dar razón. La situación comenzó a cambiar en 2007 con la inauguración del Parque de los Búnkers de Martinet, y hace un par de años el también historiador Josep Clara publicó el primer y clarificador intento de sistematizar la poca información disponible en Els fortins de Franco, la biblia de la materia. Pues ahora es el turno de Albert Ibáñez Sanpol, que ha puesto su lupa de investigador en los dos centros de resistencia -esta es la terminología oficial que gastaba el ejército español de los años 40 para referirse a un conjunto más o menos autosuficiente de búnkers- levantados en la zona de Martinet i Montellà, en la Cerdaña. El resultado es Franco i la Línia P: la fortificació dels Pirineus, editado por Farell y que constituye una muy necesaria radiografía íntima y exhaustiva de los búnkers de este rincón de mundo.

Emplazamiento para ametralladora que domina la N-260 entre Martinet y la Seo de Urgel. Cada centro de resistencia constaba de unos setenta búnkrs como este; en la zona de Martinet hay dos de estos centros. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Íntima porque destripa todos sus secretos; exhaustiva porque el autor se ha pateado, GPS en mano, todos y cada uno de los búnkers de la zona que han sobrevivido hasta hoy. Y para los aficionados a la cosa bélica, una tentación imposible de resistir, porque invita a pillar el morral al vuelo y lanzarse a la apasionante aventura de cazar búnkers por los bosques de la Cerdaña. Apasionante... y adictiva, como decimos una cosa decimos también la otra. Unos datos básicos, antes de entrar en materia: la Línea P tenía que ser una colosal obra de ingeniería militar con la que Franco pretendía blindar los Pirineos con la erección de unas 10.000 fortificaciones entre el Port de la Selva (Gerona) y Hendaya (Guipúzcoa), distribuidos entre 166 de los llamados centros de resistencia. La construcción comenzó en otoño de 1944 y se prolongó hasta 1957, aunque en fecha tan temprana como 1947, coincidiendo con el perdón occidental al régimen franquista, se abandonaron las obras más importantes. En total, se llegaron a levantar la mitad de los 10.000 búnkers proyectados, de los que unos 2.850 fueron a parar al sector catalán de la Línea P.

La pregunta es obvia: ¿contra qué enemigo se erigió esta obra faraónica? ¿Contra los aliados? ¿Contra la Alemania nazi? ¿O contra los maquis que soñaban con derrocar a Franco y que aquel mismo otoño de 1944 protagonizaron la fracasada invasión del Valle de Arán? Ibáñez Sanpol repasa estas prometedoras hipótesis -¿y si Eisenhower hubiese decidido asaltar Europa por la península ibérica, en lugar de Italia?- y sorprende descubrir que si los aliados diseñaron hasta tres operaciones, tres, para ocupar la península -nombres en clave Pilgrim, Tonic y String, suenan bien- los nazis ya lo tenían todo previsto en fecha tan remota como 1942 con la llamada operación Ilona, y en 1943 disponían incluso de planes para fortificar los Pirineos para hacer frente a un hipotético desembarco aliado -por abajo, se entiende. Incluso Francia parece que soñó en algún momento de 1945 con una improbable expedición militar tras los Pirineos. Como se ve, candidatos a enemigo no le faltaban, a Franco, pero lo cierto es que cuando ordena la erección de la Línea P no se especifica cuál es el enemigo que los estrategas españoles tenían en la cabeza. Lo único que parece claro, dice Ibáñez Sanpol siguiendo la opinión de la mayoría de los autores, es que una fortificación  de esta magnitud y características era inútil contra las incursiones guerrilleras estilo maquis, las únicas que efectivamente tuvieron lugar.

Cada centro de resistencia contaba con un número variable de fortificaciones: en el caso de los de Martinet, unos 70 por barba. Los había de observación y de mando, para fusilería, antitanque y a cielo abierto, para morteros y para artillería antiaérea. Atención al coste, porque estamos a mediados de los años 40: entre 19 y 27 millones de pesetas cada centro de resistencia. Los búnkers estaban diseñados para resistir, en teoría, el impacto directo de proyectiles del calibre 155, y se completaban con parafernalia bélica que de hecho nunca se llegó a desplegar sobre el terreno, como tampoco el armamento que debía asegurar las posiciones: ametralladoras Hotchins y Alfa, morteros de 50 y de 81 milímetros; antiaéreas Oerlikon y cañones contra carro. El perímetro de cada centro se protegía -en teoría, claro- con fosos, minas y alambre de espino, y debía estar servido por un batallón de medio millar de hombres. Todo esto, claro, sobre el papel y antes de que a partir de mediados de los 50 la Línea P comenzara a caer en el olvido. Pero aquí está Ibáñez Sanpol para rescatarla. Vaya, que tenemos una cita en Martinet.

[Este artículo se publicó el 16 de marzo de 2012 en El Periòdic d'Andorra]