Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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domingo, 1 de junio de 2014

El maquis anarquista: ni ángeles ni demonios

Cuatro décadas después de la caída de los últimos maquis, el historiador Ferran Sánchez Agustí reconstruye la historia de la guerrilla anarquista. Atención, porque esto es novedad, sin concesiones hagiográficas.

El franquismo los despachó como bandoleros, facinerosos o delincuentes comunes, expediente dócilmente repetido por una prensa sumisa que de paso le ahorraba el esfuerzo y el riesgo de tener que reconocer e interpretar las implicaciones subversivas que el maquis anarquista comportaba. Por su parte, la escasa historiografía reciente que se atrevido a bucear en este apasionante y oscuro episodio del ,digamos, altofranquismo, se ha limitado en la mayoría de los casos a repetir acríticamente las versiones puestas en circulación en los años 70 por los autores hoy canónicos sobre la materia -Pons Prades y Téllez Solá, principalmente. El resultado ha sido una tendenciosa reescritura de la historia -quizás para saldar la deuda moral con los últimos luchadores antifranquistas- ha hecho insólita fortuna.

El caso más flagrante es el atraco que Josep Lluís Facerias perpetró en octubre de 1951 en el meublé de Pedralbes, golpa célebre recreado por el director Carles Balagué en La Casita Blanca -¿recuerdan la canción de Serrat: "Pero aquello era otra cosa..."- y que se saldó con el homicidio de un cliente de la casa de citas. La historia hoy oficial ha consagrado una versión apócrifa -per repetida ad nauseam- según la cual la víctima era un personaje más o menos próximo al Régimen, con conexiones estraperlistas y a quien Facerias pilló encamado con una sobrina menor de edad -sobrina del fulano este, no de Facerias. De ahí el vestidito de colegiala -al mejor estilo hentai- que el rumor popular y ahora también el erudito le endosaban a la chica. Pues resulta que Sánchez Agustí de ha molestado en rastrear las fuentes -incluida la partida de nacimiento de la susodicha- para descubrir con estupefacción que ni el muerto era un simpatizante franquista -de hecho, ni tan solo era un acaudalado estraperlista- ni la chica, a la que ha puesto nombre y apellidos -que por cierto se reserva- era sobrina suya. Y aún menos, menor de edad.

Facerias y Quique Martínez, en enero de 1947: el segundo cayó junto a Celes García el 26 de agosto de 1949 cuando estaban a punto de cruzar la frontera, camino de Francia; estén terrados en Espolla (Gerona). Atracador reincidente de la Casita Blanca, el célebre meublé de Pedralbes -y de Serrat- cayó víctima de una emboscada que le tendió la policía el 30 de agosto de 1957, en la esquina Urrutia y Pi i Molist de Barcelona. Fotografía: El maquis anarquista. 

El cadáver de Ramon Vila, Caracremanda, el último guerrillero, abatido en el paraje conocido como la Creu del Perelló, entre Castellnou y Balsareny, el 7 de agosto de 1963, cuando se retiraba a Francia tras su última misión: la voladura de tres torres de alta tensión en Sant Joan de Vilatorrada. Fotografía: El maquis anarquista.

Marcel·lí Massana (derecha) en 1977: fue de los pocos guerrilleros anarquistas que supo (y pudo) retirarse a tiempo: lo dejó en 1951, seis años después de echarse al monte. Acabó sus días en el mas Letaillet, en Couserans, en el Arieja, al otro lado de la frontera, donde había llevado desde su jubilación una vida espartana ganándose las alubias como payés, minero, mecánico y jornalero. Fotografía: El maquis anarquista.

¿Cómo llegó a adquirir carta de naturaleza una versión tan alejada de la realidad? El historiador lo tiene claro: "Una víctima con los antecedentes correctamente tuneados salvaba la reputación de Facerias y ocultaba el hecho de que se trató, simple y llanamente, de un asesinato a sangre fría. Es más: la propaganda anarquista lo podía explotar como la eliminación de un representante de la burguesía opresora, y a la vez desenmascaraba la doble moral de la sociedad de la época. Y todo esto, aliñado a los detalles morbosos del caso apócrifo, ayuda a vender libros".

Precisamente a la reconstrucción de la realidad histórica de la guerrilla antifranquista, hasta donde sea posible pero huyendo como se ve del lugar común por bienintencionado que sea, ha consagrado Sánchez Agustí El maquis anarquista (Milenio), la última, prolija y documentadísima entrega de la tetralogía que ha dedicado a la resistencia armada contra la dictadura de Franco, donde el reconocimiento del papel protagonista del maquis no le hace caer en la hagiografía. ¿Hay lugar para una historiografía científica, rigurosa, objetiva, que huya tanto de la demonización como de la idealización interesadas? "Sin duda", responde, "aunque hay que tener en cuenta que nos movemos en un ámbito en que la línea que separaba al simple bandolero del guerrillero antifranquista era muy delgada. Delgadísima". Facerias, por ejemplo, compaginaba los golpes de guerrilla urbana -el incendio de los depósitos de Campsa en la calle Sepúlveda de Barcelona, el amatrellamiento de la comisaría de Gracia, la bomba de la calle Ancha, la siembra periódica de octavillas subversivas...- con el atraco a sucursales bancarias y el asalto a meublés -su especialidad. Botín de la primera incursion en la Casita Blanca, el 5 d agosto de 1949: 700 pesetas en metálico, un reloj y un anillo de oro; una estilográfica y una petaca de plata, tres carteras de piel y unas gafas de sol... No le hacían ascos ni a las cartillas de racionamiento. Estas "expropiaciones" -según la terminología resistente- las explica Agustí por la precariedad de recursos, una de las constantes el maquis hasta el último momento: "No tenían otra manera de recaudar fondos: en el exilio, simplemente no había dinero; tampoco podían esperar gran cosa de las aportaciones de los simpatizantes del interior, ni tenían una Internacional detrás como había sido el caso del maquis comunista, el primero que históricamente se levantó en armas contra Franco". El resultado, concluye, es que pillaban lo que podían, y la realidad es que este tipo de resistencia estaba condenada a subsistir de una manera agónica: "Eso sí, en el maquis nadie se forró. Eran unos idealistas de austeridad probada que nunca se embolsaron un duro. Marcel·lí Massana, el único de los cuatro grandes que supo retirarse a tiempo, vivió muy humildemente hasta su fallecimiento en una pequeña granja del Arieja".

¿Cuál era entonces el objetivo del maquis anarquista? Constituye un flagrante anacronismo pensar que la finalidad de la guerrilla era instaurar una democracia representativa, con el reconocimiento de los derechos individuales, la división de poderes y el pluralismo político que ello comporta: "Con la victoria aliada, y especialmente tras el fusilamiento en febrero de 1946 de Cristino García -uno de los héroes de la Resistencia francesa contra los nazis- el maquis estaba convencido de que el derrocamiento de Franco era cuestión de tiempo". En esta coyuntura era altamente recomendable, llegado el caso, la existencia de fuerzas autóctonas que diesen apoyo a una eventual intervención aliada en los asuntos españoles. Pero con la reobertura de las fronteras, en 1948, Franco ve el camino expedito para explotar su papel de Centinela de Occidente. Es a partir de entonces cuando la guerrilla se convierte en un fenómeno marginal, de pura supervivencia, que no puede contar ni con el apoyo de un pueblo exhausto y medio muerto de hambre y de miedo. Desde 1951, la mismísima Frederica Montseny -máxima dirigente del movimiento libertario- desautoriza la lucha armada, y los que quedan son epígonos, individuos que hacen la guerra por su cuenta, a título individual. "En este contexto, al maquis sólo se apuntaba o un loco o un Quijote... dispuesto en cualquier caso a caminatas kilométricas, habitualmente de noche, cargando armamento semipesado, con el peligro constante de un encontronazo con la Guardia Civil y el temor a la delación, la detención y la tortura. Es en este sentido en el que sostengo que la del maquis fue la última guerra por unos ideales que tuvo lugar en el siglo XX". Pero, ¿qué querían? "Ni ellos mismos lo sabían, aunque cuando se les preguntaba al respecto respondían que estaban en eso para 'hacer la Revolución'".

Liberadores sin pueblo: una guerrilla aislada
La actividad guerrillea del maquis anarquista comenzó oficialmente en otoño de 1947, después de que el II congreso del Movimiento Libertario Español (MLE) convocado en Tolosa ordenara impulsar la resistencia, la acción directa y el sabotaje. Y continuó, a pesar del alto el fuego decretado en 1951 por Montseny, hasta la muerte de Ramon Vila Capdevila, Caracremada, el 7 de septiembre de 1963 en la localidad barcelonesa de Castellnou de Bages, triste hito que le valió el título de último guerrillero. Agustí hace balance de los tres lustros de la guerrilla catalana, y le salen más de un centenar de muertos: 12 civiles asesinados por el maquis, más 14 miembros de las fuerzas de seguridad y 37 guerrilleros caídos en enfrentamientos directos. Para terminar con los 39 guerrilleros capturados y fusilados. El período de máxima intensidad fue el trienio 1947-49, con acciones sonadas como el sabotaje de Carburos Metálicos de Berga, el apagón de Terrasa, los atentados contra los consulados de Brasil, Perú y Bolivia en Barcelona, y la continua voladura de torres eléctricas. Por lo que respecta al aspecto recaudatorio, en 1949 se contabilizó el montante total ingresado en concepto de "expropiaciones sociales forzosas": dos millones de pesetas, procedentes de medio centenar de golpes. Pura calderilla, sostiene Agustí, para unas gentes que pretendían nada menos que derrocar a Franco. La pregunta, después de todos estos muertos y de toda la gente -imposible averiguar cuánta- que terminó en prisión tiene que ser: ¿valió la pena?

Porque llegados a este punto hay que añadir otro de los matices que aporta Agustí a esta materia: el apoyo popular al maquis anarquista fue escaso. Escasísimo. Geográficamente se concentró en las localidades rurales de las comarcas barcelonesas del Bages y del Berguedà, donde las masías se encontraban justo en medio de las rutas habituales para llegar hasta Barcelona. En total, continúa, el maquis movilizó uno, como mucho dos centenares de activistas, más un millar de simpatizantes o colaboradores. Y aun esto, siendo generosos: "Una base popular ni existió ni hubiera podido existir, porque al pueblo derrotado no le quedaban fuerzas ni ánimos, y colaborar con la guerrilla significaba exponerse al riesgo de terribles represalias. Al final, casi todos fuimos algo, poco o mucho franquistas. Por acción o por omisión". En cualquier caso, las cifras delatan el nulo sentido de la realidad de unos hombres a quienes el exilio había alejado, y no solo geográficamente, del país que pretendían liberar. Aun así, Agustí insiste en limpiar la imagen de facinerosos que les endosó la propaganda franquista: "Hubo homicidios digamos accidentales, como el del meublé de Pedralbes, y víctimas inocentes, sí. Pero no eran hombres de gatillo fácil. Nada de tiros en la nuca".

¿De dónde salieron estos dos centenares de idealistas que se enrolaron en una guerra perdida de antemano? ¿Dónde se reclutó la clase de tropa que engrosó las listas de muertos, fusilados y prisioneros? "La extracción social era claramente obrera: Facerias había sido camarero; Quico Sabater, hojalatero; Massana, minero y jornalero... En la guerrilla anarquista no hubo grandes teóricos, ni pensadores de gran altura. Luchaban por derrocar el régimen emergido de la Guerra Civil y en ocasiones se apuntaban al maquis como última opción, porque si los pillaban iban directos a la prisión o al pelotón de fusilamiento".

Lo más hiriente de toda esta historia es el papel absolutamente marginal que el anarquismo tuvo durante la Transición, después de haber mantenido hasta bien entrados los años 60 la -digamos- llama de la resistencia armada. Y el relativo vacío historiográfico que aun hoy existe sobre la materia. Agustí se resiste a creer en un complot académico para silenciar el protagonismo de la guerrilla anarquista, sobre todo a partir de la fracasada invasión del Valle de Arán, en 1944, canto del cisne del maquis comunista: "La realidad, más prosaica, es que las condiciones de vida en los años 60 habían mejorado substancialmente. Con la democracia, y con pan para todos, conceptos como la lucha de clases y la democracia asamblearia habían perdido casi todo el sentido".


Ramon Vila Capdevila, 'Caracremada': el último idealista
Agustí lo trata de "personaje enigmático y fascinante, difícil de entender si no se tiene en cuenta que fue el último idealista". Su muerte, la medianoche del 6 de agosto de 1963, pone el punto final a la guerrilla antifranquista en Cataluña, hasta el punto que a Caracremada -Caraquemada, en catalán- le ha quedado el triste honor de ser considerado el último maquis. Cayó abatido por las balas e tres guardias civiles -Jerónimo Bernal, Evangelista Fernández y Anacleto Adeva- cuando se retiraba hacia Francia tras su último sabotaje, la voladura de tres torres de alta tensión en Sant Joan de Vilatorrada (Barcelona). Lo interceptaron en el paraje conocido por la Creu del Perelló, entre Castellnou de Bages y Balsareny. El historiador también refuta la versión oficial de la agonía de Caracremada a partir de a necropsia que se le practicó en el 2000, cuando sus restos fueron trasladados al cementerio de Castellnou: "Durante años circuló la especie de que Vila no expiró hasta la madrugada, tras seis horas de agonía, versión que comprensiblemente intenta alimentar la leyenda. Pero la gravísima herida que presentaba en la pierna izquierda precipitó el óbito en un plazo máximo de media hora, porque la bala fatal le provocó una hemorragia muy abundante". Agustí sólo le ha podido documentar la muerte de un guardia civil: "Fue un encontronazo: era o él o el guardia". Antiguo obrero téxtil, minero, leñador y payés, Vila se especializó en el sabotaje de la red eléctrica y actuó preferentemente en las comarcas del Bages y del Berguedà, en Barcelona. Su ruta habitual transcurría por la Molina, Toses y Setcases. En mayo de 1947 lideró un atentado contra Franco en una visita a las minas de Sallent. Frustrado, claro, como todos los de que fue objeto el dictador.


Josep Lluís i Facerias, 'Face': el Dillinger catalán
De los cuatro grandes de la guerrilla anarquista catalana, Facerias es el que merece en opinión de Agusti el  juicio más crítico: "Diría que fue el menos idealista de todos, hasta el punto de que en muchas ocasiones rayaba el puro bandolerismo. Y era a quien menos temblaba la mano a la hora de disparar". De hecho, es él quien disparó contra Antoni Massana en el meublé de Pedralbes, en otoño de 1951, en un episodio que Agustí ha reconstruido a partir de documentación inédita -y que el director Carles Balagué convirtió en película en La Casita Blanca. El historiador se aleja aquí del lugar común y sostiene que el silencio que muchas de sus víctimas de los asaltos a casa de citas no era debido al temor a quedar en evidencia sino a la consigna policial de no dar publicidad a sus fechorías. En cualquier caso, sí que le reconoce un carisma especial y llega a decir que "por la audacia de sus golpes, fue lo más próximo a un Dillinger que tuvimos por aquí. Además, era un tipo culto, elegante -le llamaban el Dandy- y que hablaba idiomas..." Antes de empezar su carrera como guerrillero, había ejercido como cajero y como camarero en la Rotonda, popular restaurante barcelonés ubicado al pie del Tibidabo. Debutó en julio de 1947 atracando la Hispano-Olivetti. En la década siguiente se labró una aureola legendaria: los objetivos -aparte las casas de citas- eran entidades bancarias, los consulados de países favorables la ingreso de España en la ONU y un sonado atentado con boba contra la tribuna instalada en el Paseo de Gracia de Barcelona, el 1 de abril de 1950, con motivo del desfile en conmemoración del -ejem- Día de la Victoria. En 1952 se refugió en Italia, de donde regresó en agosto de 1957 para una última aparición en escena: la caída de dos de sus compañeros reveló su posición a la policía, que el 30 de agosto le tendió una emboscada en el punto de reunión: la esquina entre los paseos Urrutia y Pi i Molist. Y cayó.



Marcel·lí Massana i Bancells, 'Pancho': una retirada a tiempo...
El único guerrillero del santoral anarquista que supo retirarse a tiempo, en 1951, seis años después de emprender la vía armada y cuando estaba a punto de ser repatriado desde Francia: "Estos hombres durísimos, curtidos en mil batallas, no temían morir en acción, sino a la tortura. Les producía auténtico terror", argumenta Agustí. Massana acabó sus días en 1981 en el mas Letaillet, en Couserans, en el Arieja, donde había llevado desde su jubilación una vida espartana dedicado a mil quehaceres: payés, minero, mecánico, jornalero... Había recalado en el maquis, como tantos otros, a través del contrabando, que ejercía por la ruta clásica que une Oseja y Guardiola de Berguedà. A diferencia de Facerias y de Sabaté, Massana practicó un maquis esencialmente rural, y el Bages y el Berguedà fueron -como en el caso de Caracremada- su escenario preferido: sabotajes contra las líneas de alta tensión -de escasa eficacia propagandística, dice Agustí, porque los apagones se acababan atribuyendo a las pertinaces restricciones-, los llamados "atracos económicos" e incluso secuestros, con incursiones de casytigo contra capataces y patronos especialmente odiados. Caracremada, Facerias, Massana y Sabaté son los más conocidos de entre los guerrilleros antifranquistas que operaron en Cataluña. Pero no fueron los únicos, como tampoco los anarquistas lo fueron en combatir con las armas en la mano contra el régimen franquista. Pero indiscutiblemente, brillan con luz propia y su recuerdo, más o menos tamizado, tuneado incluso, ha llegado hasta nosotros. Además, el hecho de ser algo así como los epígonos de la Guerra Civil -como los soldados japoneses que continuaron por su cuenta la guerra emboscados en la jungla hasta los años 70- unido a unas trayectorias con episodios espectaculares, les ha reservado en un lugar preferente en la memoria popular. Pero también hubo maquis comunistas -que fueron de hecho los promotores de la fracasada invasión del valle de Arán, en 1944- y los hubo también fuera de Cataluña, especialmente en Sierra Morena, Mamede, el Bierzo y el Maestrazgo, con la Pastora -recuerden- entre sus protagonistas.



Francesc Sabaté Llopart, 'Quico'
El más célebre de los maquis anarquistas tuvo en el acto final de su vida de guerrillero el momento de máxima audacia épica. El episodio es bien conocido: tras ser rodeado su comando por la Guardia Civil en el mas Clará de Palol de Revardit (Gerona), Quico Sabaté consiguió huir y subir -a la altura de Fornells- a un tren que hacía la ruta Portbou-Barcelona. Había dejado atrás los cadáveres de cuatro de sus compañeros y de un teniente de la Benemérita. Se bajó en Sant Celoni, donde tuvo lugar el enfretamiento final con dos miembros del somatén local -Abel Rocha y Josep Sibina- y con el sargento Antonio Martínez Collado. También en este punto la versión de Agustí difiere de la oficial: la bala que hirió de muerte a Sabaté salió efectivamente de la ametralladora de Rocha, que a su vez recibió dos impactos -uno en la pierna, que lo dejó por cierto cojo, y otro a la altura del corazón, que milagrosamente fue desviado por la granada que guardaba en el bolsillo de la guerrera. Pero quien remató a un agonizante Sabaté no fue Rocha sino su compañero Sibina: "Rocha no era un asesino; simplemente, cumplió con su deber", asegura Agustí, para quien Sabaté "siempre venía vendido por la información de sus movimientos que los infiltrados les pasaban a la policiía". Y es que, como apunta el historiador, "en aquellos años de estrecheces y de penurias, el régimen no escatimaba recursos a la hora de mantener bien engrasado el servicio de inteligencia y tener así controlada a la oposición". La jugada le salió redonda, porque tras la invasión del valle de Arán, Franco ya no estuvo nunca más contra las cuerdas y, como es bien sabido, murió en la cama. El maquis no derrocó ciertamente a la dictadura -ni el maquis, ni nadie, cabe añadir. Pero moralmente estuvo mucho más cerca de conseguirlo que la tropa de "asesinos de Franco" -con tanta voluntad como desacierto- recientemente retratada por Francesc-Marc Àlvaro.

Las rutas del maquis
¿Qué rutas seguían los guerrilleros en sus incursiones desde la base operativa, en el número 4 de la calle Belfort de Tolosa? El sector más peligroso era la frontera hispanofrancesa, con la zona tampón que la rodeaba y donde durante muchos años fue necesario el salvoconducto, el pase fronterizo para circular sin ser molestado por la policía franquista. Sabaté, por ejemplo, entraba por la parte de Setcases con destino a Moyá. Más de cien kilómetros, siempre de noche y a pie, evitando los núcleos de población y los caminos más transitados. Massana lo hacía por Oseja, en la Cerdaña francesa, y caminaba hasta Castellar de n'Hug, la Pobla de Lillet, Borredà y Guardiola de Berguedà, donde cogía el tren hacia Barcelona. Una marcha maratoniana que, si se olía el peligro, podía alargarse hasta Puig-reig, Berga, Manresa y, si hacía falta, Terrasa. Andorra también fue otro de sus puntos habituales de entrada, siguiendo la ruta tradicional del contrabando y donde pudo haber coincidido -pudo- con Baldrich y compañía. Por la zona del Ampurdán, preferían lugares remotos como Rabós. Se movían en grupos reducidos, de seis, siete, como mucho quince unidades. En cuanto alcanzaban zonas urbanas ocultaban las amas largas en zulos y se quedaban tan solo con pistolas y subfusiles, y las recogían terminada la misión: que nadie se piense, advierte Agustí, que aparecían un buen día por la plaza de Cataluña empuñando sus metralletas...

El doctor que salvó a Franco
Los libros de Sánchez Agustí siempre guardan una sorpresa, como los huevos Kinder. En el anterior, Espías, contrabando, maquis y evasión, planteó una hipótesis alternativa a la del suicidio oficial de Walter Benjamin: afirmaba que el filósofo falleció a consecuencia de una hemorragia cerebral, y aportaba como prueba la partida de defunción firmada por el doctor Ramon Vila Moreno. En El maquis anarquista, además de desmontar la versión oficial del asalto de Facerias al meublé de Pedralbes, da por primera vez noticia de los doctores catalanes que colaboraron con la guerrilla, jugándose como es notorio la libertad. Al lado de Josep Pujol Grau, Domingo Castells Batalla y Mariano Torralba Gómez, merece especial atención el doctor Joaquim Trias i Pujol (Badalona, 1887-Barcelona, 1964), detenido en diciembre de 1949 -y liberado un mes después- acusado de haber intervenido dos años antes al guerrillero Juan Cazorla, con dos heridas de bala que le atravesaban el intestino. De nada le valió, a Trias, el honor de haber sido el cirujano que el 29 de junio de 1916 había salvado la vida del entonces capitán Francisco Franco, que llegó a su ambulancia móvil con el hígado perforado por un proyectil. Ocurrió en los alrededores de Ceuta, donde Trias servía como médico militar del ejército español desplegado en el Protectorado de Marruecos. Durante la Guerra Civil sirvió como comandante en jefe des unidades de Sanidad del ejército del este, y desde 1939 hasta 1947 vivió en el exilio -Andorra incluida: montó un ambulatorio en la Casa Rebés por el que pasaron algunos de los refugiados de guerra reseñados en este blog. La cuestión que no podemos evitar plantearnos es: ¿cómo hubiera cambiado la historia de España si el capitán Franco hubiera ido a parar a manos de un cirujano menos eminente que Trias? Y el doctor, ¿lo hubiera tratado tan bien de haber sabido lo que ocurriría 20 años después?

[Este artículo se publicó el 19 de mayo de 2006 en la revista Presència]

jueves, 27 de febrero de 2014

La leyenda negra y el doctor Coco

Las memorias de Cyril Penna ofrecen nuevas pistas para una posible identificación del infausto médico.

Cómo son las cosas: días atrás dábamos aquí mismo noticia de Escape and Evasion, las apasionantes, magnéticas memorias de guerra del aviador británico Cyril Penna, que entre el 1 y el 10 de marzo de 1943 disfrutó de la proverbial hospitalidad andorrana. Un hombre sin duda afortunado, por otra parte, teniendo en cuenta que había sido abatido el 29 de noviembre de 1942 al norte de París -servía como artillero en un Short Stirling que regresaba de una misión sobre las factorías Fiat de Turín, y tuvo la mala pata de darse de bruces con el Messerschmitt 110 de Helmut Bergmann- y que el 16 de abril de 1943 llegaba sin novedad a Gibraltar después de la odisea que relata en el libro. El caso es que Penna deja en Escape and Evasion  constancia del trato casi sádico que un tal Antoni de barcia -médico mallorquín en aquella época instalado en Andorra- le dispensó en un improvisado quirófano en el hostal de Escaldes donde se alojaban al capitán Dick Adams, aviador norteamericano y compañero suyo de escapada. Recuerda Penna con espanto la sospechosa insistencia del tal Barcia en amputar el pie izquierdo de Adams, que había sufrido severas congelaciones durante el paso del Pirineo. La cosa no fue a más porque en el últim momento Penna consiguió sacar a Adams de aquel tugurio y trasladarlo a la consulta que el doctor Trias, eminencia de la cirugía española entonces refugiado en Andorra, habñia abierto en la Casa  Guillemó -que todavía existe- y en la que él mismo había sido tratado.

Espeluznante imagen de un médico tratando las gravísimas congelaciones en los pies de un refugiado que acaba de cruzar el Pirineo. Atención al cigarrillo. ¿Sería el doctor Trias? Y el paciente, ¿Cyril Penna? Fotografía: Archivo Nacional de Andorra.

En el detallado informe que redactó para el MI9 -la rama de la Inteligencia Militar británica que tomaba declaración a los evadidos que regresaban a casa- deja Penna constancia del incidente sin identificar al médico -"My feet were very badly frost botten, and a doctor in Andorra Clinic wished to amputate my left foot". En cambio, en Escape and Evasion sí le pone nombre y apellido: los de Antoni de Barcia. Claude Benet especula en Guies, fugitius i espies que podría tratarse, efectivamente, del doctor Coco, el alias con que Viadiu bautiza en Entre el torb i la Gestapo a un doctor de infausta memoria, alcohólico y cocainómano -de ahí el sobrenombre- y que curiosamente es el único personaje de la versión televisiva de la novela que no parece de cartón piedra. Aunque bien podría deberse a la estupenda interpretación de Fermí Reixach. Pero esta es otra historia y la cuestión es que, según Benet, este Barcia "intentaba amputar las manos, los pies o los miembros helados de los refugiados que transitaban por Andorra para entregarlos a la Gestapo. Nos falta la prueba definitiva que vincule a este Barcia con el doctor Coco, pero pondría la mano en el fuego que estamos hablando de la misma persona".

He aquí otro hilo que habrá que estirar, a ver qué sale. La solución quizás no esté tan lejos como parece: la historiadora catalana Rosa Sala Rose -autora de aquel estupendo volumen, La penúltima frontera, sobre el paso de fugitivos judíos por los Pirineos durante la II Guerra Mundial- prepara una monografía de pronta aparición que promete espectaculares revelaciones sobre la leyenda negra que históricamente ha ensombrecido la epopeya de los pasadores. Incluso ha abierto un blog -La leyenda negra en Andorra- en que solicita la colaboración de los internautas para poner algo de luz en materia hasta ahora rservada. A ver.

[Este artículo se publicó el 27 de agosto de 2013 en El Periòdic d'Andorra]

lunes, 30 de diciembre de 2013

Seamos británicos

[Al hablar de las cadenas de evasión la gloria se la llevan casi siempre los pasadores -habitualmente, contrabandistas reconvertidos al más lucrativo negocio de traficantes de hombres, lo que no quiere decir que algunos o muchos de ellos actúen también movidos por ideales antifascistas. Son ellos los que hasta el momento han escrito esta página de la II Guerra Mundial con su testimonio. Raramente oímos la voz de los otros protagonistas de esta gesta: los fugitivos, entre los que son mayoría los aviadores aliados -por otra parte, la mercancía mejor valorada- pero entre los que también encontraremos militares franceses y polacos, jóvenes franceses que pretenden llegar a Argel o a Londres para alistarse en los ejércitos de la Francia Libre o simplemente eludir el Servicio de Trabajo Obligatorio.

Por eso es especialmente interesante -creemos- la pista de los tres próximos protagonistas de este blog, apuntada por el historiador Claude Benet en el número 6 de la revista Portella y que nosotros hemos estirado con bastante buena suerte, hay que reconocerlo. De Witold Raginis, aviador polaco enrolado como artillero de cola en el 305 escuadrón de bombarderos de la RAF, lo cuenta casi todo su paisano Wilhelm Ratuszynski en el portal Polish Squadrons Remembered, una mina que reproduce incluso el informe especial que Raginis depuso ante el MI-9. El periplo del sargento Francis Bud Owens lo ha reconstruido Warren B. Carah, hijo de un antiguo compañero de tripulación de Owens, en una pàgina web fácilmente localizable por Internet. A Cyrill Penna nos lo encontramos casi por casualidad pululando (virtualmente) por ese inmenso, fascinante océano que es el Imperial War Museum: lo cuenta en sus memorias de guerra, Escape and evasion].

Se lo habíamos prometido semanas atrás, cuando estirando del hilo que Claude Benet apuntó en el número 6 de la revista Portella, les relatamos en estas mismas páginas las peripecias del británico Francis Owens i del polaco Witold Raginis. El primero, tripulante de un B-17, la célebre Fortaleza Volante; el segundo, artillero de cola de un Wellington IV. Y los dos, abatidos sobre los cielos de Francia, recogidos por la Resistencia y fugitivos que buscaron la libertad a través de las cadenas de pasadores que operaban en Andorra. Owens -recordará el lector su trágica historia- se dejó el pellejo en el intento: murió el 25 de octubre del 1943 cuando intentaba atravesar el Port del Rat, junto con otros dos compañeros de cordada: William Plaskett y Harold Bailey. De frío. Raginis tuvo algo más de fortuna: el mismo día que Owens moría en el Port del Rat, el comenzaba desde Luneville la travesía de los Pirineos: el 4 de noviembre tocaba tierra andorrana -por el lado de Soldeu- y el 29 de noviembre llegaba a Gibraltar. ¡Salvado!

Una fortuna y un destino similar al de nuestro héroe de hoy: Cyrill Penna, nacido en 1922 en la localidad de Willinton, en el noroeste de Inglaterra, y que en 1941 se enroló como voluntario en la RAF: acababa de cumplir los 18 años. Lo que distingue a Penna de otros aviadores -como el mismo Raginis- que también hubieron de pasar la prueba suprema de ser abatidos en misión de combate y tener que buscar la salvación a través de los Pirineos es que él dejó escrita su odisea en Escape and evasion, un breve libro que se lee como una novela de Alistarir McLean o de Ken Follett, o casi, com la sensible diferencia -a su favor- de que aquí todo es rigurosamente cierto. Lo encontrarán en Amazon, pero corran, corran, porque servidor se llevó el penúltimo ejemplar. En fin, Penna también se distingue de sus ilustres colegas en que hoy es un saludable nonagenario con suficiente sangre en las venas para plantarse en mayo pasado en la localidad de Viry-Noureuil, a unos 150 quilómetros al norte de París, para rendir homenaje a los compañeros de tripulación que perdieron la vida la medianoche del 29 de noviembre de 1942 n que su bombardero fue abatido.

Tripulación del Stirling del 214 escuadrón de la RAF perdido el 28 de noviembre de 1942; con Penna servíen el piloto, Frank Gatland; el navegante, W. Butler; el operador de radio, G. Booth; el ingeniero de vuelo Arthur Goldsack, y los artilleros Herbert Harris y John Stammers. Fotografía: Escape and evasion.

En aquella fatídica fecha fue alcanzado el Short Stirling en que Penna servía como artillero: regresaban de una misión sobre las factorías Fiat de Turín, y el avión de nuestro hombre tuvo el honor -y la mala pata- de topar con el Messerschmitt 110 de, atención, Helmut Bergmann, as de la Luftwafe y señor de la caza nocturna con 36 victorias, una Cruz de Hierro y una Cruz de Caballero en la mochila. Casi nada. Estaba cantado que el Stirling británico no tenía opción. Con todo, hay que insistir que Penna tuvo suerte: tres de sus compañeros de tripulación perecieron a bordo del aparato, y los otros tres que -como él mismo- saltaron en paracaídas fueron capturados por los alemanes.

Penna, no. Parece que estaba tocado por la varita de los elegidos y tuvo la santa suerte de contactar con la Resistencia, que lo escondió y lo acabó enchufando en una cadena de evasión. La parte de su periplo que nos toca más de cerca comienza en Niza, que no está nada mal, a finales de enero de 1943. Desde Niza pasa a Tolosa, a Bergerac y finalmente a la localidad de Ussat-les-Bains, en el Arièja, para emprender desde aquí la definitiva travesía de los Pirineos. Penna forma parte de un grupo integrado por una veintena larga de hombres -la mitad de los cuales, aviadores británicos y norteamericanos, y la otra mitad, civiles franceses- a las órdenes de dos guías españoles. Y llegados a este punto, comprenderá el lector que me haga la ilusión de que uno de estos guías era Baldrich, nuestro Quimet... Sólo un momento.

En fin: una licencia poética como cualquier otra.Ya está. El periplo transpirenaico de Penna comienza con mal pie, y el ritmo rapidísimo que imprimen los guías a la marcha obliga a seis de los fugitivos a abandonar nada más iniciada la ascensión. Mal vestidos y peor calzados, medio desorientados por culpa de una inoportuna tempestad de nieve -quizás el temible torb de Viadiu- vagabundean toda una jornada por la montaña antes de llegar a una cabaña de pastor donde por fin pueden descansar. Con la mala ocurrencia de quitarse el calzado para aliviar los mortificados pies: con los dedos congelados, después les será imposible volver a encasquetárselas, y habrá que hacer una corte de emergencia en la puntera. Un remiendo que tendrá después funestas consecuencias. Al retomar la marcha a la madrugada siguiente, tienen que atravesar un lago helado, casi les alcanza un alud y Penna no deja el pellejo en aquella montaña de milagro. En este punto el estado de los fugitivos es tan penoso, que un teniente yanqui pierde una bota en la nieve y ni tan siquiera se da cuenta de tan  fríos como tiene los pies. El caso es que continúa andando sobre la nieve como si nada...

Justo cuando están a punto de darse por vencidos, y en un giro dramático muy conseguido, francamente, arriban a Andorra. Porque después de lo que han pasado, no llegan; arriban. Penna y sus tres compañeros -dos aviadores norteamericanos, el capitán Dick Adams y el teniente John Trost, y Louis, un chico francés que a media travesía había arrancado a delirar y a quien tienen que empujar para que continúe adelante- no pueden seguir al resto del grupo en el viaje hasta Barcelona y se quedan en Andorra para recuperarse de las congelaciones. Se instalan en un hostal de Escaldes infestado, dice, de contrabandistas -buena gente, finalmente, porque Penna sospecha que son ellos los que sufragan generosamente parte de la factura del hospedaje- y donde caen en las garras del doctor Antoni de Barcia. El retrato que de él ofrece Penna es siniestro, con una improvisada y sanguinaria operación al capitán Adams que pone los pelos de punta. Solo aciertan a librarse de él cuando el mismo Barcia amenaza con amputarle a Penna los dedos del pie y antes de la escabechina consigue que lo trasladen a la clínica de Andorra la Vella. Otra vez se les aparece el ángel de la guarda, porque Penna acaba en el quirófano que el doctor Trías, nada menos -una eminencia de la cirugía española, en la época refugiado también en Andorra- había instalado en la Casa Guillemó. Como él mismo reconoce en Escape and evasion, mejor, imposible: "En ningún lado me hubieran atendido mejor, y el tratamiento que me dispensaron solo puede ser calificado de soberbio. Les debo mi pie al profesor [Trías] y a su equipo".

El pie y, sospecha Penna, la mediación providencial ante el consulado británico en Barcelona, que envía a dos oficiales a recoger a los tres aviadores aliados -el pobre Louis, en cambio, se ve obligado a quedarse en Andorra y le perdemos aquí la pista. Llegan a Madrid el 11 de marzo de 1943, exactamente 4 meses y 7 días después de que Penna fueses abatido sobre Viry-Noureuil, y son recibidos con todos los honores en la embajada británica. Un mes después, el 16 de abril, y después de recuperarse de las heridas en el hospital americano de la capital española, lo despachan para Gibraltar, y el 25 embarca en el transporte de tropas Stirling Castle -en otro rasgo de humor: lo derriban a bordo de un Stirling, y cuadra el círculo de su peripecia a bordo de otro Stirling- rumbo a Liverpool. Aún tendrá ocasión de pasar algo más de miedo, cuando el convoy en que navega rumbo a casa es atacado por una escuadrilla de Focke-Wulff -que de acuerdo, no es un Me 262, pero tampoco era para tomárselos a broma. Penna se salvará, como siempre, y después de pasar el interrogatorio de rigor a manos del MI-9 -la Inteligencia Militar británica- regresa finalmente al hogar familiar, en Willington, en la madrugada del 7 de mayo de 1943.

Penna reingresará inmediatamente en la RAF, donde prestará servicio hasta su jubilación, en 1972, y recibirá una Distinguished Flying Medal -¡como nuestro Charney, que recibió dos!- pero ya no volverá a la acción: será transferido al escuadrón aéreo de la Universidad de Queens, en Belfast, y aquí vive lo que queda de guerra. 

Escape and evasion termina con una emocionada y emocionante evocación de los compañeros caídos y de los héroes anónimos -pasadores incluidos, por supuesto- que lo ayudaron en su evasión. Nosotros lo despediremos con el epitafio que ilustra la tumba del galante capitán Edward John Smith. Ya saben, el hombre que escogió hundirse al timón del Titanic, su barco: "Faithfull in duty, friendly in spirit, firm in command, fairless in disaster... ¡Be British!" Lo que decíamos: seamos británicos. ¿Hay gloria mayor a que pueda aspirar un hombre decente?

[Este artículo se publicó el 9 de agosto de 2013 en El Periódic d'Andorra]