Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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martes, 17 de marzo de 2015

La odisea Kimhi en sus documentos

El historiador Josep Calvet reconstruye el periplo por diferentes prisiones españolas -la Seo, Lérida, Madrid y Miranda de Ebro- de los cuatro miembros de la familia Bernson que en 1942 huyeron de los nazis a través de Andorra.

"Ruego a V. se sirva admitir en la prisión a su merecido cargo los extranjeros detenidos en esta localidad a las 7 horas de hoy por haber pasado la frontera sin autorizacion [...], los cuales se componen por el matrimonio Sigmundo Berson y Classa-Zivosga (?) Perzenik y us hijos, Heins y Cara". Es el 23 de noviembre de 1942 y el comandante de la Guardia Civil del puesto de Organñá (Lérida) -que es quien firma el atestado- acaba de empaquetar para la prisión de la Seo a los cuatro miembros de la familia Bernson.

Atestado de la Guardia Civil de Orgañá (Lérida) en que el comandante del puesto, un tal Antonio Espinosa Izquierdo, se saca de encima a los Bernson y los factura a la prisión de la Seu y, por lo tanto, bajo la responsabilidad del gobernador civil. Fechado el 23 de noviembre, dice poner a disposición del "Señor Jefe dela Prisión del Partido" el matrimonio formado por Sigmund y Channa Bernson, junto con sud dos hijos, Heinz y Carla. Fotografía: Archivo Histórico de Lérida. / Archivo Josep Calvet.
Certificado de ingreso en la prisión de la Seo a nombre de Sigmund Bernsona, con fecha del 25 de noviembre de 1942. Se declara hijo de Isaac y de Clara, y esposo de Chana, con domicilio en  París. Fotografía: Archivo Histórico de Lérida / Archivo Josep Cavet.
Interrogatorio al que fue sometido Sigmund Bernson a su ingreso en el campo de Miranda de Ebro. Declara encontrarse en París al estallar la guerra y dedicarse a la exportación de leña; que entró en España, procendente de Andorra, por la parte de Orgañá el 19 de noviembre de 1943, "sin guía, ni brújula ni mapa", pro con "su señora y sus dos hijos"; que fue detenido el 24 de noviembre por la Guardia Civil, trasladado a la Seo donde se encontraba la prisión del partido judicial, y que ingresó el 6 de diciembre en la prisión del Seminario Viejo en Lérida. Continúa el interrogatorio dando cuenta de cierto certificado expedido el 13 de junio de 1921 y en posesión de Sigmund que dice que es abogado en ejercicio en Viena, y que la intención de la familia es largarse a los EEUU en cuanto obtengan la "permisión" del departamento de Estado. Declara finalmente no tener amigos ni familiares en España, y el funcionario lo describe finalmente como hombre "de estatura alta, pelo gris, barba, cejas y ojos castaños". Fotografía: Archivo General Militar de Guadalajara / Archivo Josep Calvet.
Carla Kimhi compareció en enero en la sala de prensa del Gobierno de Andorra para agradecer, decía, que el país la salvara a ella y a su familia de una muerte segura, cuando fue aceptada por los policías que localizaron a Kimhi. Fotografia: Màximus.

Josep Calvet ojea un ejemplar de su última monografía sobre los pasadores -en este caso, pasados-, Huyendo del Holocausto, en la librería la Puça de Andorra la Vella. Fotografía: Tati Masià.


¿Los Bernson? Sí, hombre, los judío vieneses establecidos en Acs que huyeron de su último refugio -habían huido en 1938 de Viena, y desfilado por el norte de Italia, Normandía y París, antes de recalar en el Aieja- cuando los alemanes invadieron lo que quedaba de la Francia de Vichy, a principios de noviembre. La hija menor, Carla, tenía entonces 12 años, y resulta que a finales de enero de este año -ahora ya octogenaria: Kimhi es su apellido de casada- se personó en la sala de prensa del Gobierno de Andorra para explicar la odisea familiar y sobre todo, sobre todo, dar mil veces las gracias al país que, dice, salvó a los Bernson de la muerte. Seguro que lo recuerdan: los Berson habían llegado en automóbil hasta el Pas de la Casa, y subían ya a pie el puerto de Envalira, cuando un soldado alemán destacado en la aduana del Pas les dio el alto. Con el golpe de suerte que lo hizo precisamente en el momento en que una pareja de policías -de policía andorrana, se entiende- aparecía de forma providencial desde el otro sentido de la marcha y reclamaba para sí el trofeo, puesto que se encontraban en suelo andorrano. Se salieron con la suya, el alemán, que no debía de ser un tipo muy curtido, se hizo atrás y los Bernson se salvaron.

Pero todo esto ya lo sabíamos. Lo que desconocíamos es el periplo posterior de Carla y familia. Y es precisamente esto lo que Calvet -autor de una monografía clave sobre todo este asunto de los pasadores, Las montañas de la libertad, y que precisamente ayer presentaba en la librería la Puça su último título sobre la materia, Huyendo del Holocausto- ha reconstruido con ojo clínico exhumando los expedientes sobre los Bernson que se han conservado, oh, milagro, en el Archivo Histórico de Lérida y en el Archivo Militar General de Guadalajara. Pero habíamos dejado a nuestros protagonistas de hoy en la prisión de la Seo, el 24 de noviembre de 1942. Al día siguiente los reexpiden hacia Lérida: Sigmund y Heinz van a parar a la prisión del Seminario Viejo, primer o segundo destino habitual de los extranjeros detenidos por "paso clandestino de fronteras". El 6 de diciembre los vuelven a facturar: padre e hijo son enviados al campo de concentración de Miranda de Ebro, y ellas, a la madrileña prisión de las Ventas, un destino dice Calvet que sorprendente para unas detenidas en Lérida, que acostumbraban a terminar en Barcelona. Tampoco queda claro por qué Sigmund, que dice haber nacido en 1890 en la localidad polaca de Budzanow -hoy, Budaniv, en Ucrania- acaba en Miranda, donde sólo ingresaban los hombres en edad militar, entre los 18 y los 40 años. Él tenía 52.

Detenidos en Orgañá
El reglamentario interrogatorio a que Sigmund es sometido en Miranda depara una sorpresa: resulta que en los recuerdos de Carla los Bernson fueron detenidos en el autobús que hacía la línea entre la Seo y Barcelona. El padre, a quien los funcionarios describen como un hombre "de estatura alta, pelo gris, barba, cejas y ojos castaños", declara en cambio haber salido en Andorra el 19 de noviembre "por los montes en el pueblo español de Orgañá sin guía, ni brújula ni mapa". Y es aquí mismo, en Orgañá, donde el comandante Espinosa los detiene. Contaba en cambio Carla que los había ayudado a huir un tal Pierre, exiliado republicano. Considera Calvet que la afirmación "sin guía, sin brújula, sin mapa", bien podría tener como objetivo no revelar la identidad de su salvador.

El caso es que los Bernson -todos, hombres y mujeres- se reencuentran finalmente en Madrid el 23 de marzo de 1943. Cabe imaginar la alegría del momento, cuatro meses después de la separación. Ya están en libertad. De aquellos meses madrileños recordaba Carla 71 años después su alegre paso por el Liceo Francés y por el orfanato de la Sagrada Familia, que la habían acogido. Pero la jornada madrileña de los Bernson fue relativamente breve. Sigmund había anunciado a sus interrogadores que la intención de la familia era "esperar la permisión del departamento de los EEUU" para emigrar al otro lado del Atlántico. Pero a la hora de la verdad, y como contó Carla, su destino fue Palestina, entonces protectorado británico: los Bernson se unieron al primer convoy de refugiados que Samuel Sequerra, el hombre de la Joint Distribution Comittee -agencia norteamericana de ayuda a los refugiados financiada con capital judío- hizo zarpar hacia Tierra Santa.

El buque era el Nyassa y navegaba bajo pabellón portugués. Había salido de Lisboa el 15 de enero de 1944 e hizo escala en Cádiz para recoger a su cargamento humano. Con récord incluido, dice Calvet, porque el Nyassa fue el primer transporte de pasajeros que cruzaba el estrecho de Gibraltar desde el inicio de la guerra. El caso es que los Bernson llegaron sanos y salvos al puerto palestino de Haifa el 22 de enero. La madre fallecería antes del final de la contienda; Sigmund, nada más terminada, de un ataque al corazón y en Viena, adonde había viajado con la vana ilusión de recuperar parte del patrimonio familiar. Carla se enroló en 1948, nada más proclamado el estado de Israel, en la fuerza aérea del Tsahal.

El periplo de los Bernson encarna y resume -concluye Calvet- el de los otros miles de refugiados judíos -entre 4.000 y 6.000, según sus cálculos- que pudieron huir del Holocausto a través del Pirineo de Lérida, en un éxodo que se concentró sobre todo en julio de 1942, con la celebre redada del Velódromo de París, y diciembre de aquel mismo año, justo tras la ocupación alemana de Vichy. Al cabo de unos meses, los que no habían huido habían sido detenidos y deportados. Ya no quedaban más que un puñado de judíos ocultos. Los topos de toda guerra. A esta historia, en fin, no le podía faltar un héroe, y este héroe es Sequerra, el gran olvidado de la epopeya de los pasadores que merece, ya lo verán, artículo propio. Pues lo tendrá.

[Artículo publicado el 11 de marzo de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

sábado, 28 de febrero de 2015

La leyenda negra: otro capítulo (según Pierre Saint Laurens)

Pierre Saint Laurens, contrabandista y pasador de hombres, recuerda en sus memorias la entrega a los alemanes por parte del secretario de la vegueria francesa, el ínclito Pierre Larrieu, de un grupo de fugitivos judíos; sostiene que el secretario Larrieu le impidió liberar a los fugitivos a punta de pistola en un tenso encuentro mantenido en Fra Miquel, el refugio en lo alto del puerto de Envalira.

Días atrás conocíamos el testimonio sensacional de Carla Kimhi, la judía austríaca que en 1942, cuando tenía 12 años, huyó de los nazis a través de Andorra y llegó a España gracias a uno de los pasadores con base en nuestro rincón de Pirineos: un tal Pierre, de quien no sabemos nada más que tenía una hija de la misma edad de Carla que había tenido que dejar atrás -se había exiliado tras la Guerra Civil española- y a la que visitaba aprovechando sus periplos como contrabandista de hombres. He aquí otro capítulo de la leyenda blanca de los pasadores contado por una vez y de viva voz por uno de sus protagonistas. Pero esta fascinante epopeya tiene como es bien sabido su reverso, su lado oscuro: episodios de pura sevicia en que los supuestos guías que tenían que conducir su cargamento de fugitivos hasta la relativa seguridad que les brindaba la neutralidad española aprovechaban la ocasión para desvalijarlos, abandonarlos en la montaña a su (mala) fortuna, incluso entregarlos a la policía alemana de fronteras. Hechos abonados a la rumorología y que raramente son fehacientemente documentados.

Saint Laurens (Gaillac, departamento del Aude, 1918-?) en la época en que ejercía de contrabandista y pasador. Su testimonio deja en muy mal lugar al veguer francés, Lesmartres, y a su secretario, Larrieu, y lanza una duda general sobre la lealtad de los andorranos del momento, más interesados en el negocio que en la causa de la libertad. Fotografía: Archivo Saint Laurens / Contes de faits.

También hace unos días sabíamos gracias al historiador leridano Josep Calvet (Huyendo del Holocausto) del caso de cuatro judíos polacos expoliados por sus presuntos salvadores -los guías españoles Antonio Heredia y Luis Sala Gil, aquí van sus nombres para infamia suya- en la frontera hispanoandorrana. Y hoy rescatamos gracias al historiador francés Éric Guillon otro capítulo que engordará la leyenda negra. La cuenta, además, un testimonio presencial: Pierre Saint Laurens (Gaillac, departamento del Tarn, 1918-?), contrabandista y miembro de la red Morhange que operaba en Tolosa en los años centrales de la II Guerra Mundial.

El caso es que Saint Laurens evoca en sus memorias de guerra, Contes de faits: souvenirs, témoignages (1995), un hiriente, infame episodio que implica directa y nada gloriosamente al secretario de la vegueria francesa, el ambiguo Pierre Larrieu, viejo conocido nuestro. Según cuenta Saint Laurens, en cierta ocasión en que regresaba a pie a Tolosa -nos encontramos en plena Guerra Mundial- tuvo que detenerse a descansar en el refugio de Envalira, de cuyo guarda nos habla, y en términos no precisamente elogiosos: "Le patron du refuge, Pereira, était un portugais acquis aux services franquistes et nazis, et il était préférable de ne pas trop s'attarder chez lui". Se da la circunstancia de que justo mientras Saint Laurens recuperaba fuerzas al calor del refugio se detuvo frente a él una camioneta conducida por un tal Trouvé, la mano derecha de Larrieu, que cuando lo vio salir de la cabaña no pudo evitar el sospechoso gesto de arrancar la camioneta para seguir adelante.

Saunt Laurens no se lo permitió porque le dieron muy mala espina, dice, "los lamentos humanos" que procedían de la parte posterior del vehículo. Démosle la palabra para describir la "visión dantesca" que, continúa, le heló la sangre: "Un caos de niños y de ancianos hacinados de cualquier manera en la caja, hasta el punto de que era imposible decir cuántos habría; unos lloraban, los otros chillaban y una de las ancianas me contó en mal francés que los habían detenido de madrugada, por judíos, que los habían desvalijado y que ahora los conducían a la frontera para entregarlos a los alemanes". Saint Laurens se olvida de consignar lo más importante: ¿quién lo hizo? ¿Y por orden de qué autoridad? Continúa el relato diciendo que mientras intentaba liberar a aquellos desgraciados el tal Trouvé tuvo tiempo de telefonear a la vegueria, Larrieu se presentó en el refugio y a punta de pistola arrestó al contrabandista. Los judíos fueron finalmente conducidos hasta la frontera y entregados como había augurado la anciana a los alemanes. Un destino muy diferente, como se ve, del de los Kimhi.

Saint Laurens se libró por muy poco de caer en manos de los boches, pero todavía le quedan arrestos para intentar una nueva operación de contrabando que será, esta sí, la última, con una emisora de radio portátil que transporta a hombros desde Acs -la última localidad francesa donde vivió Carla- y sorteando a las patrullas alemanas de guardia en la frontera. Dice que lo recoge en el puerto de Envalira, agotado, en medio del temporal y cuando ya lo daba todo por perdido, un amigo andorrano -el laurediano Antonio Pintat- que lo acoge en su hotel de Sant Julià, le busca comprador para la emisora e incluso lo invita a una suerrealista, cinematográfica timba de póquer con los delegados locales de los servicios de inteligencia español (Auguste Marfany), francés (el doctor Bourrel) e inglés (Fornell). También está presente el alemán; lástima que no nos da su nombre. 

Contes de faits recoge otras aventuras andorranas. Asegura nuestro hombre de hoy que también ejerció esporádicamente como pasador -con dos rutas principales: la fácil, según él, por Enveig i Puigcerdà, en la Cerdeña; y la nuestra, que consistía en traer al fugitivo hasta Andorra y dejarlo aquí en manos de un transportista local que lo conducía en coche hasta Barcelona- y aunque no aporta más detalles dice que su base de operaciones en Andorra era el domicilio de un tal Costes, francés establecido en Escaldes que había convertido su piso en una especie de centro de acogida de fugitivos, incluida una "vieja judía" que le pide a Saint Laurens que la traiga de su casa en Tolosa jabón para su higiene personal y... ¡la cubertería de la familia! Una cubertería que acabará confiscada por una patrulla alemana en Porta. Pero la ocupación de la Francia de Vichy, en noviembre de 1942, termina con el negocio -"Andorra había dejado de ser la tierra de libertad", dice, porque los grandes "caids" del contrabando [sic] se convierten en informadores de alemanes y españoles- y Saint Laurens no volverá a tentar la suerte por aquí abajo. De su trayectoria tras la guerra,a la que sobrevivió, tan solo sabemos que ejerció como magistrado en Dahomey. Pierre, en fin: como el que ayudó a escapar a los Kimhi. Quién sabe...

Un país "trufado" de "confidentes" y lanzado al "negocio"
La fauna local no sale muy bien parada del retrato que de ella nos deja Saint Laurens en su relato. Además del portugués Pereira y de los que él denomina los "caids" de contrabando convertidos en chivatos de alemanes y españoles, dice que los andorranos se interesaban sobre todo en los "negocios" y en el "contrabando" (de coches y de neumáticos), y "apenas en el curso de la guerra". Les echa en cara que quieran sacar tajada de la situación, y no siempre con buenas artes. Cualquier excusa es buena para renegociar -a la baja, se sobreentiende- el precio convenido por una mercancía de contrabando. Y lejos, muy lejos de la versión idealizada que nos deja la versión televisiva de Entre el torb i la Gestapo, sostiene que el país estaba "trufado" de "confidentes" de los que era preferible mantenerse lo más alejado posible.

Un diagnóstico que coincide con la Andorra que recordaban Jaume Ros y Joaquim Baldrich, en las antípodas del escenario edulcorado de la película de Lluís Maria Güell. Por eso evita Saint Laurens cafés y hoteles -ni una sola referencia al Mirador- y se refugia en casa del tal Costes, francés como él, natural del Aude y "exdesertor", dice, a quien llaman "el Gabacho" y sospechoso a ojos de los nativos de ser a su vez confidente de los aduaneros. Un laberinto inescrutable de intereses y de lealtades cruzadas y con frecuencia encontradas donde, para terminar de arreglarlo, la vegueria francesa, con Lesmartres y Larrieu enfrentados entre si, juega un papel más que dudoso: "Me resistía ingenuamente a creer que se hubieran convertido tan rápidamente en auxiliares del nazi invasor, pero enseguida me percaté de que el veguer tomaba todas las medidas necesarias para dificultar la entrada de refugiados y para devolver a Francia a los que conseguían llegar".

[Este artículo se publicó el 2 de febrero de 2015 en el Diari d'Andorra]

martes, 22 de julio de 2014

Los zapadores se divierten

El historiador Claude Benet aporta luz (y datos) sobre los militares franceses descubiertos por Casimir Arajol; fueron requeridos por Baulard, el comandante de los gendarmes estacionados en Andorra durante la Guerra Civil, y tenían su base en Porte, a escasos kilómetros de la frontera.

Pues no; no vinieron al final de la Guerra Civil, como especulábamos días atrás, sino al comienzo; y lo hicieron a instancias del coronel Baulard -ya saben, el comandante de los gardes mobiles, los gendarmes que el Copríncipe francés envió hasta este rincón de Pirineo para desalentar el aventurerismo de los incontrolados, ay, que ya habían dado muestras de sus apetencencias expansionistas aprovechando el río revuelto de la guerra. Y fue exactamente el 25 de noviembre de 1936, es decir, cuatro meses después de iniciado el conflicto: Baulard sugería a sus superiores que enviaran al país (o alrededores) un destacamento de skieurs militaires para garantizar la circulación del correo postal entre Andorra y Francia. Lo dice con la boca pequeña, porque de momento es algo más que una hipótesis pero algo menos que un hecho documentado, el historiador Claude Benet, autor -seguro que lo recuerdan- de Guies, fugitius i espies y que es, con el permiso de la también historiadora Amparo Soriano (Andorra durant la Guerra Civil espanyola), la máxima autoridad sobre esta convulsa y todavía confusa época.



Arriba: cuatro de los zapadores del 28ème Génie posan en las escaleras del hotel Paulet de Escaldes, con un niño y un policía andorrano, quizás Pere Canturri; jugando distendidamente con unos gorrinos en un punto de la carretera de la Massana: el hombre de la izquierda, con americana y corbata, es sin duda un civil, lástima que quedara fuera del encuadre; sobre estas líneas, vista de Escaldes desde la habitación del hotel Paulet. Fotografías: Colección Casimir Arajol.


Retrato de grupo en la carretera de la Massana, ahora con uno de los gendarmes de Baulard (a la derecha), y otra escena doméstica desde la terraza del Paulet. Fotografías: Colección Casimir Arajol.

El caso es que, según cuenta Benet, los skieurs plantaron su cuartel general en Porte, localidad de la Cerdaña francesa justo al otro lado de la frontera andorrana -ni en Ospitalet ni en Ax, como también aventurábamos días atrás- desde donde subían y bajaban (o al revés) a bordo de sus flamantes skis y cargando con las sacas de correos. Aunque debemos pensar que los esquís los reservaban para el invierno y que hasta que las nieves cerraban el puerto de Envalira el servicio lo prestaban de forma motorizada. Una situación, ésta de calzarse los esquís para llevar de un lado a otro paquetes postales, absolutamente inédita y consecuencias directa de la situación bélica, porque España y Francia habían firmado en 1930 un convenio para facilitar precisamente el tránsito postal por el otro lado cuando la climatología impedía hacerlo por la frontera natural. Por decirlo claramente: cuando Envalira estaba cerrado, el correo francés pasaba por la frontera española, y desde aquí, hasta Puigcerdá y Bourgmadame.
Así que tenemos de un lado a los esquiadores militares de Baulard -que muy probablemente sean los que Pere Canturri recierda bajando en procesión desde el puerto y en dirección al Pas de la Casa- y de otro los militares del 28ème Génie rescatados del olvido por el bibliófilo Casimir Arajol en aquella estupenda serie de fotografías que hoy completamos con una nueva entrega inédita. ¿Se trata del mismo destacamento? Benet deja en el aire la respuesta hasta que aparezca la prueba fehaciente, quizás un registro que certifique la unidad a la que pertenecían los skieurs... Por supuesto, podremos sobrevivir unos años más sin resolver este pequeño enigma, pero, ¿no darían algo -no sé, un poquito de soberanismo, ahora que cotiza tan a la baja y a todo el mundo le sobran un par de arrobas- por dar con la respuesta? En cualquier caso, Benet especula que el nulo rastro que dejaron en la memoria colectiva andorrana -las fotografías de Arajol aparte, claro- se deba probablemente al hecho de que no estuvieron estacionados en el país sino en Porte, y a que complementaban las funciones esencialmente policíacas que ejercían los gendarmes de Baulard: "Es muy posible que los andorranos del momento no distinguieran entre unos y otros, entre gardes y soldados".
De hecho, y contrariamente a los que sosteníamos días atrás, en las fotografías que hoy reproducimos sí que encontramos escenas en que militares del 28ème Génie -si es que lo son- y gardes mobiles confraternizan relajadamente en un punto de la carretera de la Massana. Aun más: también accede a retratrse con ellos unos de los seis agentes de la Policía andorrana -Benet sugiere que se trata de Canturri, el padre de nuestro Pere: otro dato pendiente de confirmación- en este caso en las escaleras del Paulet, que en algún momento sirvió de cuartel del destacamento como prueban las imágenes tomadas desde el balcón de una de las habitaciones del hotel, con Escaldes al fondo. El historiador, en fin, ha aportado algo de luz al misterio de los zapadores. Queda por comprobar, entre otros extremos, si se trata de la misma unidad que Baulard mandó llamar, pero los indicios apuntan en esta dirección. Y falta también por confirmar cuál era exactamente esta unidad -¿el 28º regimiento de ingenieros? ¿El 28º batallón? ¿O el 28º de transmisiones?- y sobre todo hasta cuándo prestaron sus servicios de enlace postal. Tampoco estaría mal conocer el nombre de su comandante -quizás dejó un dietario de su aventura andorrana, extremos al que eran muy aficionados los militares franceses, vean el caso del mismo Baulard- y cuál fue su destino en la inminente guerra mundial. Pero si hemos llegado hasta aquí, no duden que daremos con el final de esta historia. Es cuestión de tiempo, y la verdad, después de 74 años, no viene de unos meses.

[Este artículo se publicó el 8 de julio de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

domingo, 29 de junio de 2014

El enigma de los zapadores (con un final tirando a triste)

El bibliófilo Casimir Arajol localiza una serie de fotografíes de un destacamento del cuerpo de ingenieros desplegado en Andorra probablemente a finales de los años 30; es la primera vez en que se documenta la presencia militar francesa en el país.

Sabíamos de la presencia de los gendarmes de Baulard. Y en dos tandas: el tenso verano de 1933 y durante la Guerra Civil. Ya saben: para prevenir las tentaciones anexionistas de los contendientes. Sabíamos también de las esporádicas y clandestinas incursiones de la Gestapo en los difíciles años de la II Guerra Mundial -recuerde el lector la captura de Eduard Molné y los cuatro militares polacos perpetrada en octubre de 1943- y sabíamos por Claude Benet que patrullas alemanas acostumbraban a visitarnos de estrangis, y que tenían especial querencia por la Vall d'Incles, donde da noticia de mas de un avistamiento -¡cómo si estuviéramos hablando de Ovnis! Por no hablar de los soldados de la Werhmacht que Paul Barberan, el "contrabandista feliz" rescatado del olvido por Sala Rose en El marqués y la esvástica, solía contratar como paquetaires -que es el sonoro nombre como por aquí arriba se conoce a los porteadores, especialmente cuando se dedican a contrabandear: por el paquet, el inmenso fardo que cargaban a la espalda. Ni la estupenda instantánea de Francesc Pantebre que ejerce de pórtico de este blog, con la esvástiva ondeando en el mástil de la aduana francesa del Pas de la Casa: era el 16 de enero de 1944. Y tenemos finalmente la imagen de los requetés navarros en la Farga de Moles, recién terminada la Guerra Civil, y la de los guardias civiles que Franco empaquetó hacia Andorra durante la guerra mundial para marcar bíceps. Pero nunca, jamás hasta ahora habíamos visto un destacamento militar campando alegremente y abiertamente por aquí. ¿Quiénes son, estos soldados de aquí al lado? ¿Cuándo vinieron? Y sobre todo, ¿para qué?

Estupenda instantánea del grupo de militares franceses pertenecientes al 28º regimiento de ingenieros en la aduana francesa del Pas de la Casa; el primero, el tercero (con sus galones de soldado de primera, matiza a historiadora Amparo Soriano) y el cuarto por la izquierda aparecerán en varias de las fotografías de la serie. Compárece con la imagen tomada por Francesc Pantebre el 16 de enero de 1944, con la esvástica ondeando en el mástil, que sirve de pórtico a Pirineos en Guerra. Fotografía: Colección Casimir Arajol.

Nieve, esquís y, al fondo, lo que parece en opinión de Canturri, Arajol y Lacueva el refugio de Envalira, en las primeras rampas del puerto. Fotografía: Colección Casimir Arajol.

Una cara conocida, en la carretera de la Massana, tras los túneles de Sant Antoni: a la izquierda de la imagen, la Serra de l'Honor; a la derecha, el Pui de la Massana. Fotografía: Colección Casimir Arajol.

Otro de los protagonistas habituales de la serie, en la plaza Rebés de Andorra la Vella; a la derecha de la imagen, la desaparecida terraza de Casa Rebés, que da nombre a la plaza; al fondo, la estafeta de Correos, y detrás, la Poste. Fotografía: Colección Casimir Arajol.

Los ingenieros ejercen de lo que son. O por lo menos, lo simulan: trepando por un poste de telégrafos en algún punto entre la Aldosa y Anyós, con el Casamanya al fondo. Fotografía: Colección Casimir Arajol.

Turismo cultural: en el rótulo bajo la cubierta de Sant Miquel d'Engolasters se lee: "Llac d'Engolasters". La puerta de la iglesia se encuentra hoy bajo los soportales; ésta se había abierto en 1902 y se cegó con la restauración del templo. Fotografía: Colección Casimir Arajol.

De nuevo camino de la Massana, una vez superados los túneles de Sant Antoni; pero ahora, con estos dos misteriosos figurantes que no pertenecen al grupillo de amigos que suele aparecer en las fotografías: ¿quiénes eran? Fotografía: Colección Casimir Arajol.

Ante el hotel Paulet de Escaldes, en un momento de distensión. En la fachada, entre las ventanas, puede leerse: "Hotel Paulet (Banys)". El rubio que asoma la cabeza no se ha perdido casi ninguna de las fotografías. Fotografía: Colección Casimir Arajol.

En el lago de Engolasters, probablemente el mismo día que se fotografiaron en Sant Miquel. Atención a las vías del primer término, que servían a las vagonetas de Fhasa, la eléctrica propiedad de Miguel Mateu que durante la Guerra Civil Franco amenazó con bombardear -cuenta Amparo Soriano en Andorra durant la Guerra Civil espanyola- si no cesaba de suministrar fluido a las fábricas catalanas. Fotografía: Colección Casimir Arajol.

Sobre esta fotografía no hay acuerdo: Arajol y la historiadora Lourdes López opinan que se trata del puente de Aixovall, desaparecido con las inundaciones de 1982; Canturri se decanta por el vecino puente de la Margineda, mientras que la también historiadora Ludmilla Lacueva tercia en el debate e introduce una tercera opción: el puente de la Tosca, en Escaldes. Vecino, por cierto, del hotel Paulet. Fotografía: Colección Casimir Arajol.

Este documento gráfico excepcional es uno de los últimos tesoros desenterrados por el bibliófilo y coleccionista Casimir Arajol: medio centenar de minúsculas fotografías en blanco y negro -7 por 4 centímetros- con una sola y lacónica leyenda -"28eme Génie"- y un montón de enigmas por resolver. El mayor de todos: ¿cómo es posible que no hubiera quedado constancia en ningún lado de la presencia de este destacamento francés en suelo andorrano? Es evidente que pertenecen a una unidad de ingenieros. Sí, pero, ¿a cuál? ¿Al 28º regimiento? ¿Al 28º batallón? ¿O al 28º de transmisiones? ¿Fueron destinados a Andorra durante la Guerra Civil? Si es así, ¿cuándo? ¿Al principio? ¿Ya avanzada la conflagración? ¿O más probablemente, hacia el final? Si compartieron escapada andorrana con Baulard y compañía, que no abandonaron el país hasta agosto de 1940 y a instancias de Franco, ¿por qué no aparece ningún gendarme, en las fotografías? ¿O es que quizás aparecieron por Andorra una vez terminada la Guerra Civil y cuando la mundial era todavía una drôle de guerre, la guerra de mentirijillas que terminó abruptamente en mayo de 1940 con la invasión nazi de Francia?
Hay que ver cómo son las cosas: le solicitamos al historiador Pere Canturri que eche un vistazo a las fotografías. Y resulta que el que nos responde no es el historiador sino el niño Pere, que recuerda -¡bingo!- la presencia en los estertores de la Guerra Civil de un batallón de zapadores alpinos. ¿Nuestros ingenieros? Muy probablemente, opina: de hecho, el 28º du génie, formado en 1929 y acuartelado en Montpeller, estaba adscrito a la 28ª división de infantería alpina. Así que todo cuadra. O lo parece, por lo menos.
Canturri era entonces Pere, ya se ha dicho: un niño de 4, quizás 5 años, y se le quedó clavada en la retina la imagen de una hilera de soldados que descendían esquiando desde lo alto del puerto de Envalira hacia el Pas de la Casa. ¿Y qué hacía él en el Pas, donde en los años 30 se levantaban a lo sumo media docena de cabañas de madera? Pues ayudar a su abuelo, que atendía el refugio Calones, el primero que abrió las puertas en el poblado. Iban camino de Hospitalet o, quizás, Ax-les-Thermes: "Hasta recuerdo el nombre del oficial que estaba al mando, porque se llamaba igual que yo: Pierre. Y eso a un chaval lo impresiona". Dice Canturri que debieron llegar al país hacia el final de la Guerra Civil, en un momento en que la proximidad del frente -con los nacionales presionando por la parte del Pallars- hacía poco recomendable circular por la zona fronteriza. Los ingenieros, continúa, tenían la misión de asegurar las comunicaciones con Francia. Sobre todo, el correo, que en tiempos de paz y en pleno invierno, mientras el puerto permanecía cerrado, se distribuía pasando primero por España. Con las comarcas del Pallars, el Alt Urgell y la Cerdaña convertidas en escenario bélico, Envalira se convirtió en la única puerta de entrada a Francia. Formidable, sí, pero no infranqueable, como los paquetaires habían demostrado en tiempos de paz, y como comprobarían enseguida los miles de fugitivos de la Europa ocupada por los nazis que desfilarían por Andorra durante la inmediata guerra mundial.

Tambores de guerra
No es la memoria de Canturri la única que habla; también la fotografia de aquí arriba en que se intuye a un grupo de militares en un entorno nevado y que él mismo y también Arajol identifican con el refugio de Envalira. Y la historiadora Ludmilla Lacueva, que recuerda que el refugio se abrió en 1933. Pero lo cierto es que el resto de las imágenes nos presentan a un puñado de hombres -casi siempre los mismos, con alguna variación- en escenas campestres: en Sant Miquel d'Engolasters, en el lago -atención a las vías de las vagonetas de Fhasa en primer término-, paseando por la plaza Rebés de la capital, o en la salida de los túneles de Sant Antoni, camino de la Massana. También nos los encontramos descansando ante el hotel Paulet de Escaldes -Canturri opina que estaban acantonados en Hospitalet y que iban y venían, pero que probablemente de vez en cuando hacían noche en el país: ¿por qué no en el Paulet?- y, atención, trepando por un poste de telégrafos en algún lugar entre la Aldosa y Anyòs, con el Casamanya al fondo, porque es posible, añade, que una de sus ocupaciones habituales fuera el mantenimiento y reparación de la línea.
En fin, que se les ve distendidos y sonrientes, un grupo de amigotes de excursión más que en misión militar, hecho que parece corroborar la hipótesis de que nos encontramos todavía en los meses finales de la Guerra Civil y que la mundial es una posibilidad, sí, pero todavía lo suficientemente remota como para que tengan el tiempo, las ganas y el humor de hacer turismo y pasárselo razonablemente bien. La historiadora Amparo Soriano -máxima autoridad en estos fascinantes años: Andorra durant la Guerra Civil espanyola, no se lo pierdan- comparte la hipótesis de Canturri: el caos y el interregno que precedieron y acompañaron a la derrota republicana, el fuerte despliegue militar que siguió a la victoria nacional y, sobre todo, la presión a que Franco sometió a Andorra a cuenta de los convoyes de alimentos que había hecho llegar durante la Guerra Civil -Mateu mediante- debieron aconsejar al gobierno francés que prescindiera temporalmente de la (dudosa) buena voluntad española para asegurar las comunicaciones con el país.
Desconocemos en fin cuánto tiempo se quedaron por aquí nuestros zapadores, y cuándo se marcharon para no volver. Es probable que esto ocurriera como muy tarde a mediados de 1940, con la mobilización de todos los recursos para hacer frente a la invasión alemana -y el oportunista zarpazo de Mussolini. Dicen las crónicas militares que la 28a división alpina tuvo un papel destacado y lucido en la Batalla de Francia. Y produce una cierta desazón pensar que estos muchachos de quienes no conocemos ni el nombre -solo sus caras casi adolescentes- y que posan despreocupadamente para el fotógrafo estaban a punto de marchar hacia el frente, aunque ellos todavía no lo saben. Y que el mundo que han conocido está a punto de estallar en mil pedazos. ¿Cuántos de ellos no volvieron a casa? ¿Para cuántos Andorra fue una de les últimas visiones de un mundo en (relativa) paz?

[Este artículo de publicó el 28 de junio de 2014 en El Periòdic d'Andorra]

viernes, 4 de abril de 2014

Puerto de Envalira, invierno del 36

Fermí Rubiralta reconstruye en Vida i mort d'un separatista la trayectoria de Miquel Badia, político independentista y excomisario de Orden Público de la Generalitat asesinado en Barcelona hace 75 años.

Ayer se cumplieron 75 años. Miquel Badia (Torregrossa, Lérida, 1906-Barcelona, 1936), antiguo comisario general de Orden Público de la Generalitat, cabeza visible de los comandos paramilitares de Estat Català, veterano de los Fets d'Octubre e independentista de largo recorrido que acababa de regresar a Cataluña después de dos años de exilio, era abatido a tiros en la calle Muntaner de Barcelona -número 38, esquina Diputación: una placa recuerda hoy el episodio- por cuatro pistoleros de la CNT, la principal central anarquista del momento. Faltaban tres meses escasos para que estallara la Guerra Civil, y el sector más radical del separatismo catalán perdía a un hombre de acción que como número 2 de Josep Dencàs en la consejería de Interior de la Generaliat había impuesto el orden -a tortazos, cuando convenía- en la turbulenta Barcelona de 1933 y 1934.

10 de febrero de 1936: Miquel Badia, a la izquierda, departe con Secundino Tomàs, jefe de la policía andorrana, en la actual plaza Benlloch de la capital; atención al campanario de San Esteban, al fondo, antes de la remodelación a la que lo sometió Puig i Cadafalch en 1940: salió de ella con un piso más. Fotografía: Archivo Arnau González i Vilalta.

Badia, hoy figura casi legendaria para cierta izquierda irredenta y que nuestro Jaume Ros -él también militante de Estat Català de primera hora- había retratado cuando nadie se acordaba del personaje en Un defensor oblidat de Catalunya, dispone ya de su primera biografía académica. se titula Vida i mort d'un separatista (Duxelm) y la firma el historiador Fermí Rubiralta. Biografía que tiene, por cierto, una curiosa, poco conocida y finalmente decisiva deriva andorrana: porque Badia, exiliado desde los Fets d'Octubre -de 1934: ya saben, cuando Companys salió al balcón de la Generalitat para proclamar por su cuenta y riesgo y saltándose la legalidad republicana el Estat Català- y que había sido todopoderoso comisario general de la Generalitat, apareció el 19 de enero de 1936 en el refugio del puerto de Envalira.

Hasta el 13 de febrero de aquel mismo año, cuando se le pierde definitivamente la pista andorrana, fue una de las vedettes de la vida social, política y también policial del momento: el batlle episcopal primero -Antoni Tomàs, en la época- y el secretario del veguer francés, después -Paul Larrieu, que últimamente nos aparece en todas partes- sometieron a aquel incómodo huésped a sendos interrogatorios que el historiador Arnau González i Vilalta -a quien Rubiralta sigue en este punto- rescató de las profundidades abisales del archivo de la veguería francesa en Nantes. Sostiene Rubiralta que la aventura andorrana de Badia constituye la última etapa del exilio que había estrenado dos años atrás y que lo había llevado a Francia, Colombia, México, Alemania y Bélgica. Se trataba de estar lo más cerca posible de Cataluña para cuando se consumara el esperado triunfo de las izquierdas en las municipales de febrero de 1936. Unas elecciones que, esperaba, le abrirían las puertas del regreso: él era el hombre destinado a reorganizar a las juventudes de Estat Català descabezadas tras los Fets d'Octubre. Pero no tuvo tiempo: los pistoleros de la CNT, con un tal Justo Bueno como jefecillo del comando, lo liquidaron en el atentado del 28 de abril que les costó la vida a él y a su hermano Josep.

Un conspirador de altura
El invierno andorrano del 36 fue, por lo tanto, el último de su breve y agitada existencia. El 19 de enero había entrado clandestinamente en el país bajo el nombre falso de Miquel Comes -según Vilalta, que recoge el episodio en Miquel Badia: documents sobre el seu pas per Andorra- y después de recorrer esquiando los 20 kilómeros que separan Pimoren de Envalira. Los excursionistas que se encontraban aquel día en el refugio -que por otra parte se convirtió en su hogar durante las siguientes cuatro semanas, con ocasionales escapadas a la capital y Escaldes, donde se hospedaba en el hotel Palacín: ¡el mismo donde el invierno siguiente pernoctaría Escrivá de Balaguer!- reportan la llegada de un individuo "vestido de esport, con el pecho al aire y con semblante patibulario, que vestía armilla especialmente corta y muy falto de elementos económicos..." Él ni se inmuta: dedica las siguientes jornadas a entrevistarse con sus conmilitones de Estat Català -Miquel Xicota y Manuel Masaramon- con la consecuencia que el 6 de febrero las autoridades locales empiezan a inquietarse ante la frenética actividad más o menos conspirativa que despliega Badia. Con la excusa de unas supuestas injurias que podría haber proferido contra los veguers con motivo de la lejana expulsión de Enric Canturri, alcalde de la Seo que tras los Fets d'Octubre se había refugiado en Andorra, el batlle Tomás lo cita a declarar. Y Badia, claro, lo niega todo: "En el ánimo del declarante sólo hay un poso de agradecimiento hacia las autoridades y hacia el pueblo andorrano donde ha encontrado acogida", manifiesta con algo de peloteo.

El veguer francés también mete baza y envía al secretario Larrieu para que lo interrogue en el mismo refugio de Envalira. Donde, por cierto, tiene que esperarlo cinco horas hasta su regreso de una jornada de esquí con un periodista de La Dépéche du Midi. Lo más sospechoso que le sonsaca Larrieu es alguna baladronada y una luctuosa premonición -"Se ha jactado de algunos golpes de fuerza en que tuvo que esgrimir el revólver con cierto virtuosismo, y teme ser víctima de una muerte violenta, que por otra parte espera lejana...- y le asegura que se opondrá a una eventual extradición a España. El veguer concluye que llegado el caso habría que expulsarlo a la fuerza. Una eventualidad que afortunadamente para todos no llegó a producirse porque Badia desapareció el 13 de febrero exactamente igual a como había llegado: por sorpresa y sin encomendarse ni a Dios ni al diablo.

Tampoco a las autoridades andorranas, que se quitaron un peso de encima mientras Badia se encaminaba con paso firme a su cita con la muerte. El atentado del 28 de abril levantó mucha polvareda. Todavía hoy la sigue levantando. La versión oficial sostiene que los autores materiales del asesinato fueron cuatro anarquistas de la CNT -Manuel Costas, Ignacio de la Fuente, José Villagrasa y Bueno, el cabecilla- como venganza porque Badia, al frente de las juventudes de Estat Català les había reventado en 1934 una huelga de tranvías. A eso se le llama tener memoria. Esta es también la tesis de Rubiralta, que niega verosimilitud a hipótesis más rocambolescas: la extrema derecha, las mafias del juego y hasta Companys (?), por un oscuro asunto de faldas a cuenta de Carme Ballester, entonces esposa del presidente de la Generalitat.

Lo cierto, concluye el historiador, es que la enemistad con Companys era manifiesta desde los Fets d'Octubre, cuando los separatistas de Estat Català se sintieron engañados por el presidente. Le reprochaban haber hecho, según ellos, todo lo posible para que el golpe fracasara. Según esta tesis, Companys sólo buscaba un golpe de efecto de cara a la galería; Estat Català, la efectiva separación de España: "A Badia lo asesinan el 28 de abril de 1936", concluye Rubiralta. "Pero políticamente ya estaba muerto desde el 6 de octubre de 1934. Es entonces cuando fracasa su estrategia y la de Dencàs, el ideólogo de Estat Català, de profundizar en la nacionalización [glups] de Cataluña aprovechando la hegemonía política de ERC y, si se presentaba la ocasión, lanzarse por el atajo hacia la independencia. Este atajo tenían que ser los Fets d'Octubre: cuando fracasa el golpe, fracasa Badia". Con algún matiz, todo este asunto suena inquietantemente familiar.

[Este artículo se publicó el 29 de abril de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

miércoles, 26 de febrero de 2014

El último del Palanques

Con la muerte de Eduardo Molné, el pasado 21 de agosto, desaparece el último testimonio de la cadena de evasión que Forné dirigía desde la Massana.

Ya está, ya no queda ninguno, así que a partir de ahora tendremos que husmear en los libros de historia y en las (escasas) entrevistas que concedieron en vida el puñado de hombres que desde el hotel Palanques de la Massana se jugaron durante la II Guerra Mundial el pellejo para conducir hasta el consulado británico en Barcelona a fugitivos de toda la Europa ocupada que pretendían cruzar el Pirineo, la última frontera de la libertad: ya saben, pilotos aliados abatidos en los cielos del continente, militares polacos refugiados en Francia después de la blitzkrieg de 1939, franceses en edad militar que pretendían evitar el Servicio de Trabajo Obligatorio o unirse a las fuerzas de la Francia Libre, y judíos de todas las nacionalidades -o peor aún, apátridas- condenados a los campos de exterminio.

Molné, a la izquierda, con Joaquim Baldrich, ante el hotel Palanques, el centro de operaciones de la cadena que Antoni Forné dirigía desde la Massana. Fotografía: Màximus.

Documento procedente de los National Archives británicos que de cuenta de la captura de Fernando Molné y de cuatro polacos por parte de la Gestapo, la noche del 29 de septiembre de 1943. Fotografía: Màximus (Fondo Lang / Archivo Nacional de Andorra).

Con la muerte, el pasado 21 de agosto, de Eduard Molné (1917-2013) desaparece el último testimonio de la cadena que el abogado catalán Antoni Forné dirigía desde el Palanques por cuenta del MI6, el legendario servicio exterior de Su Graciosa Majestad. Él y Joaquim Baldrich, fallecido en enero de 2012, fueron los primeros que a principios de la década pasada dieron el paso de evocar públicamente uno de los episodios más fascinantes pero -hasta entonces- peor conocidos del siglo XX andorrano: la participación en este tráfico de hombres de redes de pasadores radicadas en nuestro rinconcito de Pirineo. Hubo por supuesto otras, pero la de Forné es probablemente una de las mejor estudiadas gracias en primer lugar al mismo Forné -en aquella imprescindible, fundacional serie de artículos publicados en 1979 en la desaparecida revista Andorra 7- y al testimonio de Baldrich y de Forné, que salieron del armario en otoño de 2003 en otro reportaje publicado esta vez en el semanario Informacions. Pongamos nombre a esta estirpe de héroes, porque además de Molné, Baldrich y Forné -el cerebro de la cadena- también deben figurar aquí -se lo debemos- sus compañeros de peripecia bélica: Alfredo Vicente Conejos, Josep Mompel y Salvador Calvet. Queda dicho.

Pero vayamos de una vez al grano: así como Baldrich era el pasador arquetípico, el hombre de acción que condujo hasta Barcelona -según recordaba él mismo- a cerca de 400 clientes en algo menos de 40 misiones -y sin perder jamás un solo hombre, como le gustaba recordar con legítimo orgullo- Molné encarna al colaborador ocasional, espontáneo y la mayor parte de las veces anónimo que prestaba servicios puntuales pero que constituía un eslabón imprescindible para el éxito de las cadenas. Jamás ejerció de guía sobre el terreno, ni condujo a ningún grupo de refugiados por caminos erigidos en autopistas de la libertad.

De hecho, su participación en esta peripecia se reduce a un único pero sonadísimo episodio. Fue la noche de 23 de septiembre de 1943. Molné, él mismo hijo del hotel Palanques y mecánico de profesión, había acompañado al volante de su Renault -matrícula AND 591- a Forné y a Conejos hasta el Vilaró, justo antes de llegar al lugar de Llorts, para recoger una expedición formada por cinco militares polacos procedentes de Pàmies -dos oficiales, Jan Daniez y Jan Sarnicki, y dos soldados, Czeslaw Giejstowt y Josef Lawicki, cuenta Claude Banet en Guies, fugitius i espies, la biblia sobre la materia- que habían sobrevivido al frío y al agotamiento pero que habían perdido por el camino a otro compañero de evasión, Alozy Bukowski. El plan consistía en conducirlos en automóvil hasta el Palanques para reponer fuerzas. Pero en la Massana les esperaba una desagradable sorpresa: dos coches con matrícula francesa -un Delaye y un Citroën, según Forné- con cuatro o cinco hombres envueltos muy cinematográficmente en sospechosas gabardinas: "Fue Conejos el primero que, instintivamente, exclamó: '¡La Gestapo!' Un terror repentino y muy vivo se apoderó de nosotros, pero no perdimos el oremus, y aceleramos al pasar con la intención de huir", contaba el mismo Forné en 1979.

Un silencio que duele
Tuvieron éxito... a medias: la persecución terminó tras unos tiros intimidatorios -especula Forné que querían cogerlos vivos- por parte de los alemanes; Molné cruzó el coche al llegar al desvío de Sispony, y tanto Conejos como Forné saltaron hacia el otro lado, aprovechando la oscuridad para huir en dirección a Sispony. Ni Molné ni los polacos -los cuatro encajados en el asiento posterior del pequeño Renault- tuvieron tanta suerte y fueron capturados inmediatamente a punta de pistola. La comitiva inició enseguida el camino hacia el cuartel general de la Gestapo en Tolosa, con el Renault de Molné situado entre los dos vehículos alemanes. Así lo contaba el mismo Molné en Informacions: "A partir del puerto de Envalira nos encontramos un palmo de nieve en la calzada, así que nos hicierrn bajar para empujar los coches. Cuando llegamos a la frontera del Pas de la casa la barrera estaba bajada. Parlamentaron con el policía de la aduana andorrana, que me conocía, pero a pesar de que le hice gestos ostensibles para que me viera, no se apercibió de que iba dentro del Renault". Aquí sí que se vio perdido, admitía, porque Molné fue  encerrado en la prisión de Saint Michel, donde pasó "ocho o diez días". Si salió indemne de ésta fue porque pudo convencer a sus captores de que era un simple taxista que se había limitado a ejercer de chófer... y también -probablemente sobre todo- gracias a las gestiones de su padre, exsubsíndico, y del entonces síndico, Francesc Cairat, ante el obispo Iglesias -muy bien relacionado con el régimen franquista: había sido capellán castrense del dictador- y ante la vegueria francesa. Mucha menos fortuna tuvieron los polacos y un tal Bobby, norteamericano también de origen polaco que formaba parte de la cadena de Forné y que fue capturado en el Palanques: de ninguno de ellos se volvió a saber jamás.

El episodio tiene especial significación por dos motivos: por un lado, porque el golpe alemán -que Viadiu recoge, novelado, en Entre el torb i la Gestapo- fue posible por la infiltración de un topo en el grupo de Forné, un tal Nicodème -Nico, para los amigos. De otra, porque se trata de una de las escasas operaciones documentadas en que los alemanes actuaron dentro de Andorra, violando así la neutralidad del país. Por lo que respecta a Molné, se trata de la única misión en que consta que participara, y de hecho él mismo siempre insistió en figurar en un discretísimo segundo plano a la hora de los homenajes, como en la inauguración del monumento que evoca la memoria de la cadena justo ante el Palanques. ¿Un pobre bagaje? "Tuvo el valor suficiente para acompañar a Forné y a Conejos en una aventura en que se jugaban mucho, como después se vio. Y estoy convencido de que si no lo hubieran pillado, habría repetido", especula Benet, que describe a nuestro héroe del día como "un hombre elegante y modesto; otros con muchos menos méritos lo habrían explotado más; él, en cambio, optó siempre por la discreción".

De la misma opinión es el historiador catalán Josep Calvet, autor de Las montañas de la libertad, la monografia definitiva sobre la epopeya de nuestros pasadores: "No fue el guía prototípico, el refugiado español más o menos politizado, sino el autóctono que colabora de forma esporádica pero decisiva, en un nivel quizás secundario pero imprescindible: sin la complicidad de gente como Molné la misión de los pasadores estaba condenada al fracaso". Por eso duele, y mucho -añadimos nosotros- el silencio institucional que ha acompañado a la desaparición de nuestro hombre: ni una palabra por parte de las autoridades; nada de nada. Como apunta Calvet de forma sangrante, "en otro país, Molné sería un héroe". O quizás porque, como remata Benet, "Andorra es un país ingrato con la memoria histórica, sin apenas curiosidad, como si a mucha gente ya le pareciera bien que de ciertos temas cuanto menos se hable, mejor. Y en parte se entiende, porque si tiras de la madeja, a veces salen episodios honrosos, como el del Palanques, y otras aparecen sorpresas muy, muy desagradables". La buena noticia es que todavía estamos a tiempo de que el silencio y la indiferencia no se repitan con Lluís Solà, él sí el último de nuestros pasadores. De todos.

[Este artículo se publicó el 27 de agosto de 2013 en El Periòdic d'Andorra]