Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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sábado, 5 de julio de 2014

Cuando Andorra regateó a Napoleón

Se cumple el segundo centenario del decreto napoleónico que restableció la soberanía francesa sobre Andorra.

Hace 200 años, el 27 de marzo de 1806, Napoleón Bonaparte firmaba en el palacio de las Tullerías de París el decreto imperial que restablecía la (co)soberanía francesa sobre Andorra y que le permitía añadir el de Copríncipe a su larga colección de títulos, comenzando por el de Emperador de los franceses, desde 1804, y rey de Italia, desde 1805. No era fruto de una brillante campaña militar, ni de una astuta encerrona del estilo del pacto de Bayona, que como es sabido comportó la abdicación de los Borbones españoles en favor de su hermano José I. Ni mucho menos. La firma de Napoleón al pie del decreto imperial fue un gol en toda regla que la (ejem) diplomacia andorrana metió por la escuadra del monarca más pdroso del momento, según la entusiasta interpretación que acompaña la exhibición -por primera vez en público- de la copia andorrana del documento, que con motivo del bicentenario se puede visitar en la Casa d'Areny-Plandolit de Ordino.

Napoleón en su estudio de las Tullerías, óleo pintado en 1812 por Jacques-Louis David por encargo del duque de Hamilton que desde 1954 se conserva en la Washington National Gallery of Art. Quizás fue en este lugar donde el emperador firmó el decreto por el que restablecía la qüèstia y por lo tanto la cosoberanía sobre Andorra, suspendida en 1793. Fotografía: Washington National Gallery of Art. 

Fotografía inédita del Armario de las Seis Llaves en 1936, que distribuyó la agencia Wide World Photo; en este mueble que todavía existe en un rincón de la sala noble del antiguo Consell General, en la Casa de la Vall de Andorra la Vella, se conservaron hasta 1993 -fecha en que fueron depositados en el Archivo Nacional- los principales documentos generados por el Consell General, el órgano legislativo andorrano. Entre ellos, la copia del decreto imperial que restablecía la qüèstia. En 1976, con la segregación de Escaldes y la creación de la séptima parroquia, se le añadió una séptima llave, una por parroquia: para abrir el armario, se debían introducir las siete llaves simultáneamente. Fotografía: Wide World Photo / Fondo Marc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra.

Aquel 27 de marzo de 1806 hacía más de seis años que se jugaba el partido: exactamente, desde que en 1801 el Consell General -el órgano máximo de la administración andorrana- había comisionado a dos de sus miembros para solicitar a Bonaparte el retorno a la situación anterior a 1793, cuando en plena resaca revolucionaria al tesorero del Arieja le dio un ataque de ortodoxia y se negó a recibir les 935 libras en que el historiador Antoni Morell cifra el tributo -la qüèstia, de reminiscencias feudales y por lo tanto contrarrevolucionarias- que históricamente satisfacía Andorra al copríncipe francés. El honorable pero insidioso gesto del tesorero -¿quién le mandaba hacerle ese favor a los andorranos?- comportó la suspensión de hecho de la cosoberanía que desde 1278 -con el Segundo Pareatge- ejercían el obispo de Urgel y el rey de Francia -heredero del conde de Foix, que es quien firmó el documento. No es que los andorranos sintieran una especial devoción por el emperador, sino que el mutis francés ponía en peligro el equilibrio de poderes entre España y Francia preconizado por Fiter i Rossell en el Manual Digest como una de las claves de la independencia del país. Y sobre todo, y esto era mucho peor, finiquitaba el peculiar régimen aduanero que -ya entonces- se encontraba en la base de la precaria  prosperidad andorrana: "La Revolución no había tenido consecuencias en la vida política de Andorra porque incluso en tiempos de la monarquía absoluta la intervención francesa se limitaba al nombramiento del veguer. Pero sí tocó los bolsillos de los ciudadanos: como súbditos que según este alambicado régimen de Coprincipado se consideraban del rey de Francia, podían importar libremente del país vecino alimentos y otras mercancías con las que mercadear luego por España. Un privilegio similar por el lado español les permitía exportar productos andorranos Pirineos abajo. Así que se había instituido desde tiempos remotos un singular circuito comercial transpirenaico: sobre todo, mulas y animales de tiro, que los andorranos compraban en Francia, engordaban en el Principado y revendían en España haciéndolos pasar por propios", cuenta el también historiador David Mas.
La Revolución había acabado con este interesante statu quo -interesante para los andorranos, claro. Seis años tardó a burocracia imperial en resolver la insólita petición andorrana: no parece una exhibición de influencia diplomática, precisamente. ¿Cabe hablar en estas circunstancias de gol andorrano? ¿Ni siquiera de dribling? "Era necesaria una cierta habilidad para que un asunto que afectaba a la remota, insignificante Andorra llegara siquiera a los oídos del emperador. Y también hay que tener en cuenta la coyuntura: Napoleón estaba en el momento de máximo apogeo. Con el Coprincipado se investía de uno de los títulos -y del aura que lo acompaña- que habían ceñido los monarcas franceses, un gesto que también podía tener algo de vanidad personal. Por otra parte, Bonaparte se aseguraba el control de un paso fronterizo que podía ser decisivo en el caso de una hipotética invasión de España". O no tan hipotética, si tenemos en cuenta cómo transcurrió posteriormente la historia. En cualquier caso, ya fuera por la pericia de los negociadores, por el contexto internacional o por la vanidad del emperador, lo cierto es que Andorra recuperó en 1806 la cosoberanía, y de paso los privilegios comerciales. Y que tanto la una como los otros los ha sabido conservar hasta el día de hoy. Y para esto sí que es necesaria una indiscutible habilidad.

¿Y si no hubiera firmado?
La situación políticamente inédita (y dudosa) en que quedó Andorra entre 1793 y 1806, cuando Napoleón ordena aceptar el tributo andorrano y el nombramiento del veguer, y restablecer con este simple gesto la cosoberanía, permite especular con lo que hubiera podido ocurrir si el emperador no hubiera firmado el dichoso papel. O si la petición, más bien súplica andorra -qué extraño, debió de pensar el corso, que vengan a casa a decirme que no quieren ser independientes, que prefieren tener como soberano a alguien como yo- no hubiera llegado a sus altas manos. ¿Habría continuado Andorra bajo la soberanía ahora única del obispo de Urgel? O más probablemente habría terminado absorbida por uno u otro de sus ambiciosos, insaciables  vecinos? En este último caso, ¿por cuál? ¿Por la poderosa Francia, que con Napoleón ya había previsto la anexión de la Cataluña español? ¿O quizás por España, hacia donde basculaba de forma natural la influencia del obispo, y que también había trazado una serie de planes más o menos quiméricos para ocupar el Principado, uno a cargo de Francisco de Zamora, a finales del XVIII, y otro algo más tardío, obra de Bonifacio Ulrich y fechado hacia 1840? Mas lo tiene claro: "La cosoberanía ha sido históricamente la garantía de nuestra independencia. Con el obispo como copríncipe único, calculo que a mediados del siglo XIX, tras la Desamortización de Mendizábal y en el contexto de las guerras carlistas, España hubiera intentado zamparse a Andorra. Otra cosa es si Francia lo hubiera permitido. Aunque también cabe imaginar una especia de transacción entre ambas. Por ejemplo, que Andorra pasara a manos españolas a cambio de la cesión a Francia del enclave de Llívia. O el mismo tejemaneje pero con el Valle de Arán como moneda de cambio. Lo que me parece de todo punto inimaginable es que Andorra hubiese sobrevivido hasta el día de hoy como estado independiente". En cualquier caso, la historia parece haberle dado la razón a Fiter i Rossell, que aviesamente recomienda en el Manual: "En temps de guerra entre Espanya i França, no demostrar parcialitat per una Corona en contra de l'altra, sinó conserva la neutralitat" (máxima 37). Y también: "Per ningun motiu redimir-se de la quèstia i drets que les Valls paguen als coprínceps, ni tampoc procurar altra Justícia que la que han tingut fins al present" (máxima 48).

El armario de las sorpresas
El decreto imperial que hasta el 27 de abril se expone en la Casa d'Areny-Plandolit procede el fondo documental conservado en el llamado Arxiu de les Set Claus (Archivo de las Siete Llaves), así denominado porque se custodiaba en el Armari de les Set Claus (Armario de las Siete Llaves: una por parroquia, o que es como se llaman los municipios por aquí arriba) que por lo menos desde 1580 servía de archivo para la documentación que generaba el Consell General, el máximo órgano político y administrativo del país: actas, sentencias, privilegios, cuentas, ordenaciones, resoluciones, correspondencia con copríncipes y veguers, e incluso una escogida biblioteca con títulos como la copia manuscrita del Manual Digest (1748), el Politar andorrà (1763) y la Lleuda de Cerdanya (1493). Pero la estrella del Arxiu de les Set Claus és el Pareatge de 1278, firmado por el obispo de Urgel, Pere d'Urg, y Roger Bernat III, conde de Foix y vizconde de Castellbò, un documento que constituye el acta de nacimiento del Coprincipado. Interesante es también el Codex miscel·lani, un conjunto heterogéneo de textos fechado entre los siglos XII y XVI, entre los que destaca un largo fragmento en catalán del Tristany i Isolda que el romanista suizo Enric Ros sospecha que podría tratarse de la versión madre -procedente, eso sí, del original francés, hoy perdido- de uno de los títulos fundacionales de la literatura occidental. Vamos, que según el bueno de Ros los Tristanes que pululan por el mundo son (quizás) traducciones y versiones del andorrano... En total, el Arxiu de les Set Claus conserva 5.525 documentos en papel y 190 pergaminos, el más antiguo de los cuales data de 1176, que no está nada mal. Faltan, eso sí, las actas del Consejo entre 1681 y mediados del XIII. Un lamentable vacío que ha impedido seguir, por ejemplo, la peripecia de la comisión encargada de negociar el regreso de la cosoberanía. O la génesis del Manual Digest, el gran tratado político e institucional del país. Añadamos para finalizar que el Armari de les Set Claus lo fue originalmente de solo seis: la séptima llave hiubo que añadirla un cerrajero en 1978, cuando Escaldes -hasta entonces un quart o barrio de la capital, Andorra la Vella- se convirtió en la séptima parroquia del país. Los fondos del Arxiu de les Set Claus se microfilmaron en 1983 y se pueden consultar en el Archivo Nacional.

[Este artículo se publicó el 14 de abril de 2006 en el semanario Presència]





Vindicación del obispo Simeón

El historiador catalán Jordi Buyreu reconstruye el decisivo papel del prelado de Urgel en el mantenimiento de las instituciones, la neutralidad y los privilegios andorranos tras la Guerra de Sucesión, en que el Consell de la Terra reconoció al perdedor, el archiduque Carlos.

Imagínese el lector al Muy Ilustre Síndico dirigiendo una recua de mulas cargando los 600 quesos, 600, que el Consell de la Terra le envía en plan obsequio al rey Felipe V, que ha puesto corte en Zaragoza. Sólo el viaje ya debió de ser una aventura, por no decir una proeza, entre dramática y algo cómica. Dramática porque la comitiva atravesaba un país sumido en la Guerra de Sucesión; y cómica porque uno se imagina el diálogo de besugos del buen Síndico ante las inquisitivas preguntas de las tropas con que se iba cruzando: "¿Qué llevan estas bestias? Pues quesos para nuestro señor el Rey". El caso es que los andorranos de la época intentaban congraciarse con el nieto de Luis XIV, el Borbón que aspiraba a la corona hispánica -de hecho, ya era rey- y en cuyo favor se estaba decantando la guerra. Estamos en 1711 y resulta que llevados de un exceso de celo, por las circunstancias o -más probablemente- por una fatal colusión de todos estos factores, el Consell de la terra tenía que hacerse perdonar la precipitada toma de partido por el rival de Felipe, el archiduque Carlos de Anjou, desde 1705 rey de los catalanes. Lo cuenta con pelos y señales el historiador catalán Jordi Buyreu, profesor de Historia Moderna en la Universidad de Barcelona, en La Guerra de Sucesión en los Valles de Andorra (1700-1720), suculento artículo recientemente publicado en la revista de Historia Moderna de la Universidad de Valencia.

"Plan de Castel Siutat et de la Ville d'Urgell" conservado en la Biblioteca Nacional de Francia. Fotografia: Gallica.


"Planta de fortificación de Castellciutat con lo que esté hecho, lo que se va fabricando y lo que se ha de hacer", fechado en 1692 y conservado en el Archivo General de Simancas junto a un discurso del ingeniero mayor Ambrosio Borsano sobre la ciudadela, uno de los escenarios de la Guerra de Sucesión en el Alt Urgell. Fotografía: Ministerio de Cultura / Archivo General de Simancas.

Una aventura excepcional porque nuestros abuelitos del XVIII llevaron hasta la perfección el noble arte de hacerse el andorrano. Ya saben, mirar hacia otro lado, hacer como si no y preguntarse en voz alta: ¿Yo? ¡Ni idea! Buyreu trata de explicar(se) en una veintena de suculentas páginas cómo se li hizo aquella buena gente para mantener no solo las exenciones fiscales y los pirivilegios comerciales que España y Francia les reconocían desde tiempos casi inmemoriales sino también y sobre todo el peculiarísmo statu quo jurisdiccional e institucional: el Coprincipado, la (proto)independencia y la semilla de la soberanía actual. En resumen: ¿cómo es posible que Felipe V respetara la singularidad andorrana después de que el Consell de la Terra apostara por Carlos de Anjou, cuando en la vecina Cataluña se aplicó a consciencia para anular sus instituciones seculares Decreto de Nueva Planta mediante? ¿Por qué perdonó a Andorra pero no a Cataluña? Y mira que tenía muchos y buenos motivos para el castigo. No solo el reconocimiento del rey Carlos III, detalle que según cómo podría interpretarse como un crimen de lesa majestad. Es que en 1709 el Consell de la Terra satisfizo la qüestia reglamentària al obispo Julián Cano, como era de ley aunque el mitrado estuviera huido, y también al de Anjou, por si acaso se le ocurría cortar el grifo y retirar los privilegios comerciales, como había amagado que haría. Hay que añadir que Andorra no lo tenía fácil, y que se la jugaba tomara la decisión que tomara e independientemente del aspirante al que apoyara: el obispo, decíamos, estaba huido porque -como recuerda Buyreu- era partidario de Felip, mientras que el capítulo catedralicio de la Seo se había alineado con el archiduque. Una situació "anómala" -según el historiador; quizás le sentaría mejor "pintoresca"- en que a los andorranos no les quedaba otra que hacer equilibrismos -la puta i la Ramoneta, vaya- para evitar males mayores. Tan pronto hubo reconocido al de Anjou como Carlos III, éste les confirmó los privilegios para importar mulas desde Francia. Pero es que además, cualquiera le tosía entonces a Carlos, con los ejércitos austracistas instalados en Cataluña y llevando la voz cantante en la guerra.
Pero estas veleidades imperiales no les iban a salir gratis, y los Borbones se lo iban a cobrar antes que después: ya en 1709, el duque de Noailles propone una primera represalia -los dichosos mulos que los andorranos podían importar libres de impuestos para después revenderlos en España. El mismo año, dice Buyreu, el Consell de la Terra ha de abonar una multa de 1.000 libras francesas, oficialmente por haber dejado pasar por su territorio a una partida de badoleros, pero la cosa huele también a represalia. En 1711, otra multa, esta vez de 11.000 libras. Una relación tirante que ya había empezado mal: en 1701, en los prolegómenos de la Guerra de Sucesión, las Cortes catalanas acordaron un "donativo" de 1,5 millones de libras barcelonesas al rey Felipe, y la Diputación del General exigió a Andorra  una contribución de 450 libras, "como el resto de poblaciones catalanas". Una exigencia absolutamente inólita que provocó las lógicas renuencias y que solo la intervención in extremis del obispo Cano evitó.

El arte de hacerse el andorrano
Catorce años y dos cambios de bando después, los consejeros no lo veían tan claro. Con razón: "¿Por qué los vencedores no abolieron las instituciones andorranas? ¿Por qué ni la monarquía española ni tampoco la francesa aprovecharo la coyuntura para acordar el traspaso del territorio a la jurisdicción de la una o de la otra?", se pregunta con legítima sorpresa Buyreu. Seguramente no fue gracias a los 600 quesos de 1711. Más bien apunta a las dotes diplomáticas (!?) de los síndicos del momento -esta rara habilidad para jugar a dos barajas sin terminar nunca de pillarse los dedos- pero sobre todo a la figura proteica del sucesor de Cano, Simeón de Guinda, al frente del Obispado desde 1714 hasta su muerte, en 1737, y a quien el historiador presenta como "un personaje capital para entender el mantenimiento de la neutralidad andorrana en aquellos difíciles años".
¿Cómo se lo hizo el navarro Guinda para convencer a Felipe y conservar pues los privilegios y el statu quo andorrano? Ante todo, siendo un hombre del régimen -del régimen borbónico, claro-, y porque por algún motivo que desconocemos tenía cierta influencia en la corte del monarca. Más que cierta: la suficiente para salirse con la suya y conseguir que en 1717, cuando se decretó la clausura de todos los colegios de la Compañía de Jesús  para favorecer a la leal ciudad de Cervera, la orden no afectara al de la Seo, el único de toda Cataluña que continuó abierto y como si nada. En fin, que el hombre "se tomó muy a pecho los derechos que le confería el Coprincipado y no estaba dispuesto a renunciar ni al poder ni a la jurisdicción sobre los Valles de Andorra, ni a ninguna otra de las prerrogativas y rentas que el título comportaba". Así que ordenó al Consell de la Terra que no satisficiera ningún tributo más que al rey de Francia o a él mismo, como estaba mandado, por mucho que lo mandara la borbónica administración de Su Católica Majestad.
El panorama se complicó de nuevo en 1719 con jua nueva guerra, esta vez entre Franca y España, y la consiguiente ocupación gabacha de los territorios fronterizos, incluida la Seo, donde los ocupantes restablecieron astutamente el régimen anterior a la Nueva Planta. El caso, dice Buyreu, es que "miembros destacados de la comunidad" -se refiere de nuevo a la Seo- mantuvieron "algunas reuniones conspirativas en Andorra para facilitar la entrada en la ciudad [de la Seo] de las tropas francesas". ¿Dónde? En casa del mismísimo Síndico, Joan Antoni Torres. Cuando las cosas se calmaron, tras la retirada francesa, de nuevo tenían los andorranos sobrados motivos para temer la ira del Borbón. Pero ni así. Concluye Buyrey que si salieron indemndes desués de jugar con fuego durante un par de décadas fue gracias a la doble señoría -el Copríncipe francés no tenía ninguna intención de dejarse arrebatar sus derechos de cosoberanía por estas latitudes- a la habilidad negociadora de Torres y compañía y sobre todo, sobre todo, a la influencia entre bambalinas que ejerció el obispo Guinda: "La paradoja es que la monarquía española aceptó las peticiones de Andorra por boca de Guinda -aun habiendo reconocido a Carlos III durante buena parte de la Guerra de Sucesión- mientras anulaba y perseguía las instituciones del Principado de Cataluña?" ¿Cabe mayor y mejor demostración práctica del noble arte de hacerse e landorrano? En fin, que agradecidos como sólo los andorranos sabemos ser, Simeón no tiene hoy ni una calle, ni una plaza, ni un triste rincón que salvaguade su memoria. Y esto, en un país en cuyo callejero clérigos, mosenes, obispos y demás són legión. Mi país y yo somos así, Señora.

[Este artículo se publicó el 2 de julio de 2014 en El Periòdic d'Andorra]


Reivindicación del obispo Simeón

El quinto volumen del Diplomatari de la Vall d'Andorra, consagrado al siglo XVIII, repasa unos años decisivos en la configuración de Andorra como realidad política "diferente de España y de Francia", sostiene el coordinador de la obra, el historiador catalán Jordi Buyreu.

Una mina, oigan. De lectura quizás pelín reconcentrada, porque no se puede obviar su origen (y su destino) esencialmente académico; pero con algo de paciencia -no mucha, de verdad- una auténtica mina de episodios y de personajes insólitos y pintorescos. Esto es lo que ofrece la quinta y -de momento- última entrega del Diplomatari de la Vall d'Andorra, correspondiente al siglo XVIII, editada por Jordi Buyreu y que ayer se presentó en la Biblioteca Nacional. Noticia de las gordas porque el anterior volumen del Diplomatari -el del siglo XV, porque el orden es en esta aventura algo caprichoso- se remontaba al 2002 y el proyecto parecía aparcado sine die en el cajón de las buenas intenciones. Como tantos otros similares, ya que hablamos de ello. ¿Por ejemplo? La coleción L'Andorra dels viatgers que patrocinaba el ministerio de Exteriores en la época de las vacas gordas -la del ministro Minoves, por concretar- y que un día fuese y no hubo nada.

Buyreu, en la presentación del Diplomatari de la Vall d'Andorra en la Biblioteca Nacional de Andorra, en diciembre de 2012. Fotografía: Àlex Lara / El Periòdic d'Andorra.

Pues no. Y vayamos de una vez por todas al meollo del tocho de hoy. Buyreu ha transcrito 109 documentos depositados mayoritariamente en el Archivo Nacional -archivo de las Set Claus, Llibre de resolucions del Consell de la Vall- y en menor medida, en los archivos comunales, parroquiales y también familiares -Casa Bonavida, Casa Colat, Casa Blau... Un trabajo de hormiga -decir de chinos, con el caso Emperador sub iudice, parce inoportuno- que Buyreu ha aparcado con dos criterios entre ceja y ceja: por un lado, seguir documentalmente el "proceso de afirmación" de Andorra como realidad política, social y cultural "diferente del Reino de Francia y de la monarquía hispánica". Un "proceso" que tiene en la Guerra de Sucesión y en la figura del obispo Simeón de Guinda (1714-1737) el momento y el personaje decisivos. Volveremos en seguida a ellos. Por otra parte, rastrear la vida cotidiana de los andorranos del momento. Entre los documentos que el historiador catalán ha desenterrado figura una centencia criminal -con c ochocentista, sí- dictada por el Consell de la Terra el 12 de octubre de 1739 y que condena a Guillem Castellà, "treballador del lloch d'Arensal", a tres años de remo en galera. No sabemos ni el crimen del que se acusa al pobre Castellà, ni dónde cumplió la pena, ni si volvió para contarlo. Tampoco queda claro si el tribunal fue en esta ocasión más o menos benévolo que el que el 2 de septiembre de 1733 había condenado a un ciudadano de quien no sabemos ni el nombre a la pena de "relegació ha una isla, nomenadora per sa magestat cathòlica, per lo temps de deu anys". Tampoco en este caso nos ha llegado el pecado que el reo debía expiar en una "isla". Contrabando de tabaco, quizás, no de los deportes nacionales que ya practicábamos tres siglos atrás con contumacia y que fue objeto de prohibiciones tan repetidas como, por lo que se ve, ignoradas: "Que desta hora en avant ninguna persona de qualsevol estat, sexo o condició que sia se atrevesca a fer o plantar tavaco, fabricar-lo ni negociar ab ell, baix pena de cot de la terra [o multa] i desterro perpétu de estas Valls", insistía el Consell General el 1 de marzo de 1765... señal de que la prohibición no tenía mucho seguimiento.
Más color tiene todavía la intervención del veguer Pere Fiter i Rossell -hermano de Antoni, el del Manual Digest: ¡menuda familia!- fechada en julio de 1754 y por la que ordena la detención de Jaume Vila, Isidor Font y Andreu Vila, "fadrins de la vila de Sant Julià", por haberles reventado el baile de la noche de San Juan a los vecinos de la plaza mayor de la localidad. Los hechos son los siguientes: "Jaume Vila isqué ab una barra, y mos apagarent los llums, cridant als demes fadrins que tranquessent los instruments al músich, no sent content de aver apagat ls llums y fer quedar donselles y casaes y viudes sensa llum a la plasa". Igualmente curiosa es la institución, el 14 de noviembre de 1713, de una causa pía a favor de la "doncellas pobres" de la capital por el benefactor Antoni Bosquets. Debía de haber más mujeres "aptas y idòneas" que dineros contante y sonante. ¿Cómo se repartía el capital? Fácil: en primer lugar, a la más pobre, en una competición algo indigna; si dos candidatas se demostraban igual de pobres, entonces tenía preferencia la más "virtuosa"; y en el caso extremo de que dos aspirantes fuesen igual de pobres y a la vez igual de virtuosas -que ya sería- "se posarà lo nom de cada una en redolí y sgons la sort de cada qual se farà consigna".
Hasta aquí hemos ido viendo cómo se las arreglaban los andorranos del siglo XVIII para ir tirando. Pero es que Buyreu se interesa también (y sobre todo) por la idiosincrasia política de este rincón de Pirineo. Se trata de explicar cómo y por qué Andorra, que tuvo el poco ojo de seguir a los catalanes en el apoyo al candidato austracista consiguió salir indemne de la Guerra de Sucesión. Mérito mayúsculo porque -como nos recuerdan día sí, día también, Junqueras y compañía- los territorios de la Corona de Aragón salieron trasquilados de la contienda. Para Buyreu, el mérito hay que repartirlo a partes iguales entre Guinda -no lo busquen en el callejero andorrano, tan pródigo en copríncipes de aquí y de allá, porque no lo encontrarán por ningún lado- y a las habilidades diplomáticas de los astutos andorranos del Ochocientos, que consiguieron dársela a todo un Luis XIV. En fin, que esto es un no acabar. Ya lo saben: en el Diplomatari del XVIII. Y no se dejen asustar por el título.

[Este artículo se publicó el 7 de diciembre de 2012 en El Periòdic d'Andorra]