Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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viernes, 16 de mayo de 2014

Miquel Bolart, vetereno de la guerra de Ifni: "Lo cierto es que allí no había nada por lo que valiera la pena luchar (y II)

-¿Hubo algún enfrentamiento en campo abierto, o la contienda se enquistó en una incómoda guerra de guerrillas?
-En Tagragra hubo enfrentamientos, sí. Cuando nos retiramos, dejamos atrás una compañía para efectuar la voladura del fuerte; nos encontramos que habían copado los dos laterales del monte y tuvimos que correr tres kilómetros y medio bajo fuego enemigo. Nunca había corrido tanto en mi vida. 

-¿Cómo vivió la celada a la sección de Ortiz de Zárate, camino de Telata?
-Cuando llegamos a Ifni todavía no los habían liberado, pero ya sabíamos que él había muerto. Cuando volvieron a Sidi Ifni estaban destrozados. Casi ni los reconocía, y habíamos pasado meses juntos.

-Además de la Operación Gento, ¿en qué otras tomó parte?
-Cuando nos replegamos, pasado ya todo el jaleo, a la sección de transmisiones nos destacaron unos 10 kilómetros al interior. Estuvimos casi tres semanas. Fue en una de estas digamos misiones, protegiendo un depósito de agua, cuando vino Carmen Sevilla. La buena moza se portó como una señora; dijo que al día siguiente visitaría los puestos de primera línea, así que nos afeitamos -todos con la misma navaja- para recibirla como merecía. A pelo, sin agua ni nada. La poca agua que había era para beber. Yo estuve días sin poder reír.

-¿Y cumplió con su palabra?
-¡Qué va! ¡Cómo iba a venir! 

-¿Sufrieron algún ataque?
-Un par de noches: respondimos al fuego y eso fue todo. La verdad es que fregados de verdad, con cientos o miles de tíos liándose a tiros, no los hubo. Hay que decirlo porque fue así. Era más bien una estrategia de hostigamiento. Claro que en ocasiones reunían una fuerza considerable, 50, 100 o quizás 150 hombres. En la Operación Gento, camino de Tagragra, solicitamos apoyo aéreo a eso de las 10 horas para tomar una loma; a las 13.30 todavía lo esperábamos. Así que el comandante ordenó que avanzáramos sin esperarlos. Fue entonces cuando llegaron, soltaronn cuatro bombas y no nos mataron porque Dios no lo quiso.

-¿Tomaban prisioneros?
-Se hacían prisioneros, sí. Enseguida se hacía cargo de ellos la Policía. Y no querría parecer racista, pero el moro no es lo que parece: cogíamos a uno y lo primero que te soltaba era un "Arriba Franco", o un "Viva España", "Paisa, te quiero mucho"... Pero mejor no darles la espalda porque te arriesgabas a que te clavaran la gumia hasta el hígado. Y no estoy generalizando: hablo de lo que vi. El moro es un tipo especial. Y los del Rif, todavía más. ¡Peor que los gallegos! En fin, que nadie se equivoque: sabían perfectamente lo que hacían, nos dieron lo que quisieron y más, nos hicieron correr, nos mataron a gente... Al moro le das un fusil y parece que sabe disparar casi por instinto.

-Cuando regresaron a la Península, ¿la gente estaba informada de lo que había ocurrido en Ifni? ¿O fue realmente una guerra silenciada?
-Pensaban que habíamos ido a pegar cuatro tiros y poco más. Ni se imaginaban que había habido muertos. Y una guerra, menos todavía. Al principio se habló de una revuelta, pero se fue silenciando progresivamente.

-Pero hubo cuestaciones populares para enviar lotes de Navidad, por ejemplo.
-Codorniu nos envió 12.000 botellas de champán. Pero ni vimos ni bebimos ni una. Alguien se forró con ellas, porque se quedaron en las Canarias. Hay que decir también que el transporte desde las Canarias era problemático, se hacía en barco y para desembarcar había que esperar el momento, más bien el día adecuado para los carabos.

-¿Qué aviones utilizaban los paracaidistas?
-Nos lanzaban desde los Junker: un buen aparato, muy difícil de derribar... aunque hubo un accidente, sí. Pero yo he volado en un Junkers una patrulla de exhibición desde Alcalá hasta Alcantarilla con solo dos motores, el del morro y el del ala izquierda. Estuvimos enganchados casi 20 minutos por si había que saltar, pero resistió. Era muy buen planeador, y muy fiable. Podía transportar hasta a doce paracaidistas, que teníamos que saltar por una puerta de 1,40 metros de alto. Había que agacharse e ir con cuidado de no dar en el dintel con el paracaídas. Si todo iba bien, en ocho segundo habíamos saltado los doce.

-¿Hasta cuándo estuvo destinado en Ifni?
-En mayo de 1958 toda la Segunda Bandera regresamos a la Península para el desfile de la Victoria. Casi salimos en hombros, y bueno, eso ya fue algo. Creo que hacia 1959 volvieron a Ifni, donde se había quedado estacionada la Primera. Pero yo me licencié antes, en septiembre de 1958, al cumplirse los tres años. Podría haberme reenganchado pero hice cábals y vi que como mucho podría ascender hasta comandante. No me interesaba. No me quejo: como caballero legionario paracaidista cobrábamos 575 pesetas al mes, una pequeña firtuna para la época, sobre todo si lo comparas con la peseta diaria que le pagaban al soldado de reemplazo.

-Volvamos a la guerra: desde su punto de vista, ¿era correcta, la estrategia de liberar los puestos del interior, replegarse en la capital y abandonar el resto del territorio? ¿Era la única opción viable?
-Hay que decir que las unidades profesionales, marina, aviación, paracaidistas e incluso Tiradores, podrían haber mantenido la colonia. En cambio, hubo compañías de morteros que desembarcaron en Ifni sin haber disparado jamás, que sacaban la pistola de la funda por primera vez. La estrategia del repliegue me imagino que fue para evitar un enfrentamiento a gran escala con Mohamed V, sospecho que hubo algo así como un acuerdo para que la cos no pasara a mayores. Por otra parte, y con la mano en el corazón, en Ifni no había nada por lo que valiera la pena luchar.

-Así que, en el fondo, replegarse era algo sensato.
-Quizás no era la postura más honrosa, pero sí, era la más sensata, porque nos estaban dando por todos los lados. Por otra parte, lo que se cedió tampoco era gran cosa: 50 años después, en algunos de los puestos que volamos cunado nos retiramos todavía o se ha movido una piedra. Todo continúa igual.

-¿Echaron de menos el apoyo de carros de combate, helicópteros, artillería pesada...?
-Un carro hubiera sido de gra ayuda, pero hay que tener en cuenta la época: en 1957 el ejército español quizás disponía de dos docenas de tanques. Era un ejército muy peculiar, diseñado exclusivamente para la represión interna más que para defender el país de un enemigo exterior. Los pocos Sherman que teníamos en la Península habñian llegado tras el acuerdo con Eisenhower... En fin, no olvidemos que era una época de miseria absoluta. Pero lo que te puedo asegurar es que si algo funcionó de maravilla fue la Armada. Las veces que le dimos al Canarias las coordenadas de bombardeo lo clavó: no se desviaron ni un metro.

-Pues corre el rumor de que en Sidi Ifni cayó algón obús por error...
-Que yo sepa, jamás. Hubo casos de fuego amigo, pero por parte de la aviación, no de la Armada. Las transmisiones del Canarias y el Méndez Núñez las llevaban sargentos con tres millones de años de servicio a sus espaldas. Aquella gente no se equivocaba.

-También se ha dicho que los obuses caían en el lugar indicado pero no exñplotaban porque eran defectuosos...
-Las seis andanadas que dispararaon por encima de nuestras posiciones estallaron. Y tanto: ¡en mi vida lo he pasado tan mal! Pero sí que había armamento en mal estado: las granadas, por ejemplo, pero más que por defectusoas, porque tenían un sistema endiablado, con una cinta que venía enrollada y que en teoría saltaba cuando lanzabas la granda ;luego resultaba que raras veces lo conseguías y tenñías que ir a recuperar la granada... La P2 era más fibale; la pistola Star, una maravilla, y el subfusil... Bueno, con el primer cargador, funcionaba bien, pero cuando se calentaba era jmuy probable que se encasquillara.

-¿Cómo se ganó la vida cuando dejó el ejército?
-Primero como dibujante y guionista, para Selecciones Ilustradas de Toutain; pero duró poco y pronto me pase al sector comercial -soy perito mercantil- hasta la jubilación.

martes, 22 de abril de 2014

Josep Maria Contijoch, veterano de la guerra de Ifni: "Por la noche te entraba el miedo a una bala perdida" (y II)

-Los baamranis no son saharauis, pero tampoco marroquíes...
-Creo que en el fondo sí que se sienten marroquíes, aunque son de origen bereber. Hay quizás un sentimiento de diferencia, pero por circunstancias históricas se han acabado identificando. El Sáhara, en cambio, es otra cosa: los saharauis siempre han dicho que ni rezan al sultán ni pagan impuestos.

Contijoch, veterano de la guerra de Ifni y autor de Impresiones de un movilizado, entrevistado en 2007 su residencia de Montblanc (Tarragona). Fotografía: Máximus.


Vista aérea de la ciudad de Sidi Ifni en los años 50 (arriba), y en la actualidad; los monumentales cuarteles de la Legión y de los Tiradores, en la parte superior derecha, han sido sustituidos por nuevos barrios residenciales. Fotografía: El Rincón de Sidi Ifni.


Desembarco de material militar con barcazas, debido a la inexistencia en los años 50 de puerto en la capital de la colonia; de hecho, lo habitual era que personal y pertrechos fueran descargados en las playas a bordo de carabos, nombre que recibían las barcazas locales. Fotografía: El Rincón de Sidi Ifni. 

-Se cuenta la anécdota de las mujeres baamranis de Sidi Ifni que escupían a los soldados españoles porque sabían que tenían órdenes de no responder y así los humillaban; y de los hombres baamarani que trazaban una línea en la arena de la calle y les retaban a no traspasarla porque más allá, decían, era territorio marroquí...
-Lo del escupitajo lo vi, pero lo atribuyo al ramadán: podíamos estar por ejemplo formando para el desayuno, que nos repartían el chusco con leche, y ellas pasaban a una distancia de unos cincuenta metros y escupían, sí, pero es que no las veíamos, dudo mucho de que fuera con la intención de ofendernos. Los de la ralla en la arena no lo había visto ni oído jamás, pero puede ocurrir que interpretes un hecho de una manera que tiene poco que ver con la realidad, y que con el tiempo vayas deformando y magnificando las cosas.

-El caso es que usted tampoco se atrevía a ir solo por el barrio moro.
-Por pura precaución, porque te arriesgabas a toparte con un tipo capaz de pegarte cuatro tiros.

-Entonces, ¿tenían algún trato, con los nativos?
-Con los moros que servían como ayudantes, sí; con las moras, no, pero es que eran ellas mismas, las que ponían distancia. Pero esto también fue después del follón; antes, por ejemplo, las putas de Sidi Ifni eran moras; después ya fueron siempre españolas.

-Ocio: ¿cómo mataba una guarnición de miles de hombres el tiempo?
-En Sidi Ifni no había nada que hacer. El único empresario que había era un tal Barber, oriundo de Tarragona. Creo que había llegado con Capaz, y él y su familia eran los propietarios de casi todos los negocios, incluido el cine. Antes de mi quinta parece que hubo dos cines: el moro y el europeo.

-¿Europeo, dice?
-Sí, así decíamos, porque españoles se supone que también lo eran los moros. Por lo visto en el cine moro proyectaban películas pornográficas. Pero eso yo ya no lo vi porque cuando llegué ya lo habían cerrado. El caso es que lo tenían muy bien montado, los Barber: pasaban una película a las 3, otra a las 5, una más a las 7 y la última sesión, a las 10. Todas, diferentes. Como no había nada más que hacer, ibas a la primera sesión y a media tarde ya no sabías cómo matar el tiempo. Cuatro películas era impensable porque te salía por un censal. En fin, que en mis ratos de ocio los pasaba en la oficina arreglando papeles, que estaba hecho un desastre; de vez en cuando, cine, pasear, fumar y estar en la plaza de España.

-¿Había chicas españolas?
-Las hijas de los oficiales eran inaccesibles: hacían vida aparte. Hay que tener en cuenta que la guerra marcó un antes y un después: se acabó la buena vida de los viejos tiempos -mi comandante venía a las 12 a firmar y no le volvíamos a ver el pelo en la oficina- y tuvieron que ponerse manos a la obra, por lo menos para tener a las unidades al día por lo que respecta a la instrucción.

-De todas formas, no da la impresión en sus memorias de un ejército desorganizado, de una tropa más propia de Pancho Villa, como alguien lo definió.
-Una cosa eran los oficiales de academia, que alguna vez te podían meter un puro pero que eran gente más o menos cultivada que bueno, y otra los chusqueros, algunos de los cuales habían pasado por la División Azul, o habían hecho la Guerra Civil como cabos o sargentos, que con los años fueron ascendiendo -tampoco demasiado, hasta teniente, aunque también había algún capitán. En cualquier caso, mis llamémosles colegas del estado mayor eran burócratas y, por lo genera, gente pacífica y de trato fácil.

-Cuando estalló la guerra, ¿estaban preparadas, las unidades? ¿Era correcta, la instrucción?
-Hay que tener en cuenta la sociología del ejército: a los soldados se les instruye para hacer la guerra, pero si no haces la guerra, enseguida te olvidas de lo que has aprendido. En mi caso, cuando terminé la instrucción con la brigada paracaidista, estaba relativamente bien entrenado; un año después, tras servir doce meses en las oficinas del estado mayor y no haber vuelto a coger un fusil, no sabía ni disparar. Lo mismo ocurría con otros destinos: pagaduría, intendencia, automobilismo, sanidad... Y muchos de estos oficios los desempeñaban reclutas catalanes. Te puedo contar la anécdota de un coronel de Tiradores que cada vez que licenciaban a una quinta se lo montaba para que el nuevo personal fuera catalán y con oficio: barbero, sastre, cocinero... Si te tocaba, la mili se había terminado, para ti.

-El armamento: ¿es cierto que la guerra significó también un antes y un después, con una notable mejora del material a partir de la invasión?
-Paracaidistas y legionarios estaban bien armados; los soldados de leva seguimos con nuestros máusers; pero, claro, estábamos en segunda línea.

-Se dice que el Canarias disparó por error sobre las posiciones propias: ¡fuego amigo!
-Recuerdo cuando ocurrió: eran las 8 de la mañana, estábamos durmiendo y de repente fue como un trueno, como si nos hubiera sobrevolado un jet, pero cien veces más fuerte. Y otra vez. Subimos a las terrazas a ver qué era aquello y vimos al Canarias abriendo fuego, sí, pero no sobre nuestras posiciones sino al interior del territorio. Lo de fuego amigo fue un rumor malintencionado. La prensa extranjera dijo que estábamos machacando a las cabilas. Aquello duro un par de días. Luego creo que pasaron por Agadir: una exhibición de músculo. No sé si tuvo que ver con el Canarias, pero lo cierto es que a partir de entonces la presión de los moros bajó.

-Otro rumor sostiene que los EEUU no permitieron a Franco utilizar el material más moderno que el ejército español acababa de adquirir y que por esta misma razón hubo que recurrir a los veteranísimos Junkers y Heinkel alemanes.
-No sé si había mejores aviones o no, pero que los americanos no permitieron utilizar material más adecuado es un hecho. No les interesaba que el conflicto se les fuera de la mano, ni que uno de los contendientes machacara al otro.

-¿Y la colaboración francesa, más allá de alguna pasada de los cazas?
-Creo que sí hubo una cierta colaboración por lo que respecta a inteligencia.

-Una cuestión terminológica: a los insurrectos, ¿cómo les llamaban: "bandas" o "Ejército de Liberación"? Es que hay una diferencia...
-El Ejército era el conjunto de las bandas; pero bandas no en un sentido digamos mafioso sino porque eran grupos de 20, 30 o cien hombres, que actuaban no se sabe muy bien bajo qué órdenes. De hecho, nosotros tampoco las llamábamos "bandas" sino simplemente "los moros".

-En su opinión, ¿por qué se quedó España once años, hasta 1969, después del fin de la guerra?
-Por una cuestión de orgullo imperial. Nada más. Así como en el Sáhara hubiera tenido alguna justificación resistir hasta el último momento y hasta el último hombre, por las minas de wolframio, en Ifni no había nada que defender, ninguna riqueza que explotar... salvo el prestigio, el honor de no renunciar a lo que se consideraba territorio español. ¡Y con rango de provincia!

-Sidi Ifni, ¿era una ciudad bien acondicionada, con red de alcantarillas, agua corriente, electricidad...?
-Era excepcional, porque en las cabilas no había nada de esto. En Sidi Ifni había hospital, escuelas, incluso un zoo. Los dos barrios, el moro y el europeo, estaban separados por una especie de vaguada. No es que fuese obligatorio, pero a la hora de instalarse, cada uno lo hacía con los suyos: los moros con los moros y los europeos con los europeos. Al principio, como ya he contado, llevaba mi ropa a lavar a una mora que vivía en el barrio moro; al día siguiente me traía la colada limpia su marido, que era uno de estos soldados moros que cobraba la muna.

-De la visita triunfal de Carmen Sevilla y Gila no guarda muy buen recuerdo...
-No encontrarás ni un solo veterano de Ifni que te hable bien de aquello. Atención, que hablo de Gila, no de Carmen Sevilla. Y no es una cuestión de ideologías: lo que no tenía que haber hecho es decir que fue a Ifni "obligado", que si hubiera podido no hubiera viajado. Nosotros sí que fuimos a la fuerza, porque no nos quedaba otro remedio, y no nos sirvió de nada; con la diferencia que él estuv en Ifni una semana: nosotros, 15 meses, y que a él le pagaron sus buenos dineros, por no hablar de la campaña de publicidad gratuita que aquello le reportó. Gila fue el único de los diez o quince artistas que fueron a Ifni que habló de aquella manera. Carmen Sevilla, por ejemplo, siempre lo ha evocado con cariño.

-¿Asistió usted al espectáculo?
-Sí: lo vi en el cine; pero también lo hicieron en los destacamentos: quedaba muy bien, Gila, con su número del teléfono y burlándose del ejército, todo hay que decirlo; montaban un tablao y bailaban también sevillanas... En fin, que a mí siempre me ha parecido que copiaron las giras que los americanos montaron en la II Guerra Mundial, con Bob Hope, James Stewart y compañía. Lo volvieron a hacer en Vietnam, como se ve en Apocalipsis Now.

-La primera semana después de la invasión fue también la semana del hambre...
-Hay que decir que en Ifni se comía bien; por lo menos, los paracaidistas, con los que hice la instrucción. Atención, que "bien" no significa comilonas y platos sofisticados, sino estofado, macarrones y cosas así. El resto de las unidades disponían de menos recursos y ya era otra cosa, pero se comía; jamás se pasó hambre. En los primeros días lo que ocurrió es que todos los barcos y aviones disponibles -del campo de aviación despegaba un avión cada minuto- se destinaron a transportar pertrechos militares desde las Canarias y la Península -entre ellos, una unidad de morteros de Barcelona- y resulta que se les olvidó el suministro de alimentos. Lo pasamos relativamente mal, porque ni con dinero encontrabas comida. Pero fue debido antes a la mala gestión que no a la escasez.

-Pasado el susto inicial, ¿sentían que la ciudad estaba a salvo, que no iba a caer?
-Estaba claro que no. Aunque los primeros días, digamos que la primera semana, no te podías quitar el miedo del cuerpo. Pero lo hacen bien, los militares, escogían a unos cuantos con narices, tirando a chulos, y los hacían desfilar por las diferentes unidades para levantar la moral: que esto está ganado, que los vamos a machacar... Luego, por la noche, cuando estabas de guardia solo en la terraza, te quedaba el resquemor de que te diera una bala perdida.

-¿Fue una guerra limpia? Me refiero con los prisioneros: ¿se les brindó un trato humano?
-En las memorias cuento el caso de un soldado moro, al que pillaron en unas maniobras escondiendo una pistola. El teniente de la unidad, un chusquero, lo envió al cuartel. Me había olvidado del caso cuando a la semana siguiente veo a un moro que moro que me sonaba: era él. Alguien dijo que incluso le habían aplicado descargas eléctricas para que cantara: claro que era un desertor, un desafecto. En cualquier caso, diría que aquello fue algo excepcional, por lo menos no tuve noticia de otros casos, y estahndo como estaba en el estado mayor -nos pasaban los partes de baja de todo el mundo, civiles incluidos- me hubiera enterado.

-¿Estuvo en alguna ocasión en el frente?
-Tuve suerte, porque en el estado mayor vivíamos en este sentido muy bien; si hubiera continuado en la Policía con toda seguridad me hubiera tocado liberar alguno de los fortines. Por eso me sorprende que Sánchez de León, el que después fue ministro con Suárez, acabara en Talata: siendo abogado hubiera podido solicitar un destino más seguro.

-¿Disfrutó de algún permiso, a lo largo de sus quince meses de servicio?
-Ni uno. Zamalloa los denegaba todos porque decía que necesitaba a todo el personal en la plaza. Hubo un caso, en nuestra unidad: un tal Torres, madrileño, que obtuvo un permiso por Navidad. Volví a contactar con él cuando publiqué Impresiones de un movilizado y le dije, "¡Hombre, tú eres el enchufado aquel que se largó a casa por Navidad!" Y me respondió que de enchufado nada, que había alegado que tenía exámanes en la Universidad y que si no se presentaba perdería el curso, y coló. Claro que luego lo suspendió todo: con el lío que teníamos en Ifni, cualquiera se ponía a estudiar.




lunes, 21 de abril de 2014

Josep Maria Contijoch, veterano de la guerra de Ifni: "Todo el reconocimiento que obtuvimos fue una medalla de latón" (I)

Sirvió en Ifni entre junio de 1957 y noviembre de 1958, así que se chupó toda la guerra (y más). Destinado primero en la unidad de policía de la colonia, Josep Maria Contijoch (Montblanc, Tarragona, 1935), ingresó a los tres meses como mecanógrafo en el estado mayor del gobernador del África Occidental Española, el general Gómez de Zamalloa. Era el encargado de escribir a las familias para comunicarles la baja en combate de su hijo. Como policía cobraba una soldada de 720 pesetas al mes; en la península, los reclutas como él recibían una (digamos) paga de 30 pesetas. Ha recogido sus memorias de guerra en Sidi Ifni '57. Impresiones de un movilizado (Cossetània, 2002).



Josep Maria Contijoch (Montblanc, Tarragona, 1935), sirvió como recluta en Ifni entre junio de 1957 y noviembre de 1958; la invasión le pilló como mecanógrafo en el estado mayor del general Gómez de Zamalloa, gobernador del África Occidental Española; en la imagen superior, con el uniforme de policía en 1957; en las dos inferiores, en su residencia de Montblanc, en 2007, mostrando el mismo uniforme y la medalla de latón con que el gobierno franquista condecoró a los veteranos de la guerra de Ifni. Fotografía: Archivo J. M. Contijoch / Máximus.

-¿Nadie se esperaba una operación enemiga?
-Algo nos olíamos, porque teníamos noticia de concentraciones tanto en Agadir como en Bulimin, pero no se nos advirtió que el ataque era inmimente. Tanto fue así que los fortines del interior quedaron rodeados; entre ellos, el de Sidi Inno, donde sólo había un cabo español: los auxiliares, todos moros, se lo cargaron.

-Y el alto mando, ¿tampoco?
-Lo mismo: si sabían algo, nadie lo exteriorizó, y de hecho no había ninguna inquietud. Y lo sé porque yo mismo servía en esos momentos en el estado mayor.

-Pero en los meses precedentes los incidentes habían sido continuos, casi diarios.
-Por eso mismo no pensábamos que fuera posible una invasión con todas las de la ley. Algaradas y golpes de mano, sí, pero una invasión coordinada -estilo japonés, como si dijéramos, sin declaración previa de guerra ni nada- nadie la vio venir, del comandante hacia abajo.

-¿Dónde le coge a usted, exactamente, el intento de invasión del 23 de noviembre?
-Durmiendo. Cuando se dio la alarma, cada uno se dirigió a su puesto; el mío era la oficina del estado mayor.

-¿Siempre sirvió en el estado mayor?
-No. Llegué a Ifni como soldado de reemplazo. Resultó que alguien decidió que había que reforzar el cuerpo de Policía de Ifni, que estaba dejado de la mano de Dios; parecía el ejército de Pancho Villa. En fin, no sé qué criterio debieron seguir, pero el caso es que nos cogieron a ochenta de mi quinta y nos destinaron al cuerpo de Policía. Para la instrucción nos encuadraron en una bandera paracaidista: menos saltar del avión, lo hicimos todo. Tras la jura de bandera, serví unos tres meses como policía: controles de carretera, batidas por el barrio moro... Enseguida presenté la solicitud para ingresar en el estado mayor, y aquí es donde me pilló la invasión.

-¿Cómo vivió, aquella noche?
-Supongo que el caos habitual en estos casos, con los oficiales dando órdenes contradictorias y sin mucho tino. Y nosotros, claro, no sabíamos qué hacer. La alarma saltó primero en la circunvalación de la ciudad y después se extendió al campo de aviación.

-La línea defensiva ya existía, ¿o se construyó después?
-Es posterior. Sidi Ifni era entonces una ciudad abierta. Las tropas de élite, Legión y paracaidistas, se desplegaron enseguida por los puntos más vulnerables, pero no existían posiciones defensivas, ni búnkers ni parapetos ni nada. Unos y otros tenían el campamento fuera de la ciudad, en aquel monte donde todavía se puede ver el escudo gigante que tallaron.

-¿Hubo en algún momento sensación de pánico, de desbandada?
-Pánico, no; fue más bien la sorpresa del momento; en los dos, tres y cuatro días siguientes los zapadores tendieron alambradas de espino; a los que servíamos en las oficinas nos dieron fusiles y nos destinaron a las azoteas -porque en Sidi Ifni los techos son planos- así que cada noche dejábamos las máquinas de escribir y nos íbamos de guardia. Porque después del susto inicial no estábamos todo el día con el fusil en las manos ni se combatía casa por casa o por las calles; no había una línea de frente ni tiroteos constantes, sino más bien esporádicos.

-A los nativos, ¿les llamaban moros?
-Sí, así es como les llamábamos.

-Las "bandas", el Ejército de Liberación, era una formación regular, en su opinión, o mas bien una guerrilla?
-Una guerrilla: ni se trataba de compañías regulares ni vestían con uniformidad: unos iban de civil, otros que cogimos prisioneros vestían uniformes norteamericanos, quién sabe de dónde los sacaron. Quizás se los facilitaron los mismos yanquis.

-¿Usted cree?
-Oficialmente nunca lo admitieron, pero los EEUU siempre jugaban a dos barajas: según se dijo, parece que en Agadir los rebeldes habían asaltado una base norteamericana y habían tomado armamento y uniformes. Pero dudo de que la capacidad organizativa de esta gente les diera para asaltar con éxito una base americana. Lo dudo muchísimo.

-En sus memorias afirma abiertamente que la invasión estaba instigada y organizada por Marruecos.
-Nunca lo han reconocido, pero se sabe. Situémonos en 1957: hacía 35 años de Annual, y 20 de la Guerra Civil. Al gobierno de la época lo último que le interesaba era un lío monumental como el que parecía que podía estallar en Ifni. A nosotros nos sorprendía enormemente que los periódicos españoles que leíamos no dedicaran ni una sola línea a Ifni. Y así ha sido desde entonces: por eso levantamos la asociación de veteranos, para que se nos reconozca lo que hicimos...

-¿Y qué hicieron?
-Al fin y al cabo, fuimos los últimos que defendimos lo que quedaba del imperio español. Pero miento: sí que se nos reconoció el esfuerzo, con una medalla de latón. Lo que me sorprende no es que la Dictadura nos ignorara, al fin y al cabo qué podíamos esperar de aquella gentuza. Se entiende que no quisieran revivir el fantasma de las guerras de África. Lo que nos solivianta es que con la democracia, y después de 50 años de aquello, no se reconozca que en Ifni hubo una guerra, todo lo corta que se quiera, pero una guerra con todas las de la ley -y con tres centenares de españoles muertos.

-¿Qué es lo que reclaman, ustedes, exactamente?
-Reconocimiento. Primero, con una labor de divulgación. Después, con la extensión a los veteranos de Ifni de los derechos que hoy amparan a los veteranos de las misiones en Kosovo y Afganistán. Ni más ni menos. Lo que no es justo es el olvido actual.

-Es indiscutible que hoy Ifni a la mayor parte de la población le suena a cosa marciana. Bien pocos podrían situarlo en el mapa.
-Lo cierto es que Ifni los militares profesionales vivían la mar de bien, con sus salarios doblados y sin hacer gran cosa. Pero es que aquello era un puro abandono: la única riqueza era la pesquera. Se podía haber explotado montando fábricas conserveras. ¿Por qué no se hizo? Durante la primera semana de la guerra el alimento principal de la tropa fueron las sardinas de un banco que había ido a parar a la costa. Pero claro, primero habría habido que construir un puente de verdad. Cuando volví a Ifni en el 2000, una empresa valenciana había abierto unas instalaciones para elaborar conservas: ¡en unos antiguos edificios de intendencia del ejército español que alquilaba al gobierno marroquí por 18 dirhams al mes! Unas conservas destinadas en su mayor parte al mercado español. O sea, que no que no se hizo cuando era una colonia española se hace ahora que es marroquí.

-Tampoco da la impresión, leyendo sus memorias, que aquello fuera un caos, ni un nido de mandos ineptos.
-Es que no lo eran. Lo que faltaba en Ifni eran civiles, hombres de negocios, empresarios. Los militares cumplían con su deber... y hacían lo que podían. El armamento daba miedo de lo viejo que era, pero esto no era culpa de los oficiales destinados en Ifni, sino del gobierno. Yo mismo hice la instrucción... ¡con un fusil que todavía llevaba estampado el sello de la Generalidad republicana! Por lo menos tenía 30 años.

-¿No vieron un solo Cetme?
-Los soldados de reemplazo, no; la Legión y los paracaidistas, sí.

-Se ha convertido en tópico referirse a la de Ifni como la "guerra secreta" o la "guerra silenciada". Pero viendo las fotografías de Carmen Sevilla y Gila desembarcando en Sidi Ifni, y que en las Navidades de 1957 el diputado por Barcelona organizó una colecta para hacer llegar un lote a las tropas, parece que sí que tuvo cierta repercusión en la prensa.
-Para escribir mis memorias tiré mucho de hemeroteca, y puedo dar fe de lo que decían, sí, y sobre todo de lo que callaban los diarios de la época. La Vanguardia, por ejemplo, habla tan solo en dos  tres ocasiones de Ifni... entre el 27 de noviembre y el 15 de diciembre: lo más crudo de la guerra. Y todavía, informaciones interiores: nada de portada ni de grandes despliegues. Curiosamente, el único medio que hizo un seguimiento relativamente extenso de la guerra fue Arriba, el diario oficial del Movimiento, pero siempre desde una perspectiva digamos imperial, que si héroes por aquí, patria y sacrificio por allá. Y a partir de enero, silencio absoluto. Ifni desaparece de los diarios.

-Los desastres, las posiciones interiores que iban cayendo, ¿también se silenciaron?
-La muerte de Ortiz de Zárate, primer paracaidista caído en combate, no se podía ocultar, así que lo convirtieron en un héroe: hasta el punto que la 3a bandera paracaidista lleva hoy su nombre. Pero lo cierto es que de unos hechos así hoy habría un seguimiento exhaustivo. Y lo repito: a partir de enero, silencio. Estoy seguro que hubo consignas superiores en este sentido.

-Pero en Ifni se desplegaron miles de soldados: no se podía ocultar, una movilización como ésa.
-Repartidos por toda España. De mi comarca, la Conca de Barberá, que tendría unos 20.000 habitantes, yo fui el único quinto que estuvo en la guerra.

-Cuando volvió, ¿sabían algo de lo ocurrido en Ifni, sus amigos y conocidos?
-Les sonaba que había habido follón, pero ni por asomo sabían que en Ifni se habían producido 700 bajas, entre muertos y heridos. Incluso esto se ha sabido después, cuando el general García de la Vega escribió su libro sobre la guerra. A él le dieron todas las facilidades que yo no tuve para consultar las listas de bajas en el Archivo Militar. En fin, que como mucho sabían de Ortiz de Zárate y de algún otro ilustre caído. Lo que no pudieron ocultar fue la liberación de los soldados capturados por los moros, Cinco o seis de los 80 hombres de mi compañía que estaban en las guarniciones de los fortines fueron capturados. Tuvieron suerte, porque aparte del cabo de Sidi Inno mataron a otros cinco. Debieron ser sobre el medio centenar, y cuando los liberaron lo vendieron como propaganda: los buenos oficios del franquismo y todo eso.

-También ustedes debieron hacer prisioneros entre los soldados del Ejército de Liberación.
-Por supuesto. No sé qué fue de ellos; sé que los enviaban a las Canarias y me imagino que al final también los liberarían. De hecho, yo mismo asistí a algunos interrogatorios, y por lo menos en estos no hubo la menor violencia.

-Lo que me sorprende es que, excepto los más pequeños, los fortines resistieran el ataque de cientos, quizás miles de rebeldes.
-Nuestra suerte era que no disponían ni de morteros ni de artillería. Los fortines eran baluartes; resistieron los mejor defendidos, como el de Talata, con una guarnición de una veintena de hombres más los moros. A éstos los debían desarmar al día siguiente, como ocurrió en la ciudad. Aunque hay que reconocer que no cumplieron las consignas que les habían dado: cada ordenanza tenía que liquidar a su oficial. Ninguno lo hizo. Claro que con los españoles vivían muy bien, con unos sueldos que podían llegar a las 3.000 pesetas. Eso, en la época y todavía más en Ifni, era mucho. Y muchos de ellos todavía cobran la pensión como veteranos del ejército.

-Teniendo en cuenta esta lealtad que los baamaranis mostraron hacia España, ¿cómo se explica la insurrección?
-Porque fue algo instigado desde el exterior. Vino de Marruecos; en Ifni no había un sentimiento antiespañol; al contrario, los baamaranis admiraban a Franco, eran más franquistas que la mayoría de los españoles destinados a Ifni. Tenía narices, la cosa.

-Los sorteos de quintas, ¿eran limpios?
-Lluís Noguer dice en su libro, Almogàvers a la força, que en 1943 enviaron a Ifni a un grupo de catalanes y vascos en represalia no se sabe exactamente por qué, quizás por catalanes y por vascos. Si fue por esto, en la época de la guerra ya no existía, esta discriminación. Cuando a uno le tocaba África, ya no había nada que hacer: tenía que pisar África. En cierta ocasión apareció por el cuartel general un chico de quien se dijo que era baloncestista de élite; anduvo tres o cuatro días por allí y al siguiente desapareció: había regresado a la Península. Los enchufes funcionaban de esta manera, pero primero tuvo que ir a Ifni

-¿Cuáles eran los peores destinos en Ifni?
-Las guardias en la frontera, los fortines... A los fortines habitualmente iba la policía. De hecho, me podía haber tocado a mí. Sánchez de León, el que fue ministro de Sanidad con la UCD, estuvo destinado en Telata. Como había estudiado Derecho, enseguida congeniamos. En cierta ocasión le propuse escribir sobre este episodio, pero dice que lo ha olvidado todo...

-¿Qué tiene de especial Telata?
-Es donde se produjeron más bajas. El plan de operaciones establecía que las columnas enviadas desde Sidi Ifni tenían que liberar los fortines sitiados y devolver a las guarniciones a la capital. Fue de camino a Telata donde la sección de Ortiz de Zárate cayó en una emboscada, tuvieron que refugiarse en una cresta y esperar a que Tiradores y legionarios los liberaran... ¡A ellos, que iban a liberar Telata! En en fin, la guarnición de Telata resistió como las demás, seis, siete, ocho días antes de la llegada de refuerzos. Creo que los últimos en ser liberados fueron los de Tiliuin, donde tuvo lugar el primer salto de combate del paracaidismo español. Muy bien armados, por cierto, con Cetmes y ametralladoras.

-¿Hubo muchas bajas?
-En Telata, dos: un cabo apellidado Castillo y un brigada, gran tipo. Le pegaron un tiro porque, esto si que hay que reconocerlo, los moros -bien o mal armados- eran grandes tiradores. Tienen mucha paciencia y eran capaces de pasarse las horas que fueran necesarias esperando su presa.

-Antes de la guerra, las relaciones con los moros eran -dice- relativamente cordiales.
-En la ciudad, sí; en el interior las cosas eran más... vacilantes, nadaban entre dos aguas, así que cuando veían que del otro bando era más, pues cambiaban de bando.

-Cuando los desarman, ¿se establece entre ustedes y ellos un clima de desconfianza?
-Cuando estalló la guerra los militares se dieron cuenta -e hicieron bien- de que mantener aquel pedazo de tierra lleno de cactus y de lagartijas era una pérdida de tiempo, con los fortines en mal estado y la guerrilla al acecho. Oficialmente el territorio se había conservado, pero en realidad lo que se hizo fue envolver Sidi Ifni, la capital, con una triple barrera de alambre de espino, un perímetro de 6 o 7 kilómetros, reforzado con ametralladoras y pozos de tiradores. No hubo demasiados follones, aunque en mi opinión todas las quintas que fueron a Ifni después de la mía, aunque la colonia no estuviera oficialmente en guerra, merecen el mismo tratamiento de veteranos de guerra, porque la realidad es que en Ifni estuvieron en pie de guerra hasta la retrocesión de 1969.

-La guerra acaba en junio de 1958, pero no se firmó oficialmente la paz. ¿Hasta cuándo duró, la presión de las bandas armadas?
-En Navidad todo había terminado: los fortines habían sido liberados y en febrero ya los habían dinamitado.

-Le preguntaba por las relaciones con los moros: usted mismo dice que dejó de llevarle la ropa a la señora que le hacía la colada después de la insurrección.
-Había tensión, desconfianza y miedo. Temíamos que les hubieran cambiado el chip  y nos fueran a poner una bomba. No pasó nada de esto, pero lo cierto es que eran dos formas de pensar diferentes: no sabíamos como iba a reaccionar, aquella gente, así que los desarmaron y les dijeron: "Sentáos aquí y a final de mes cobraréis la muna". Incluso llegaron a retirar al personal moro que servía en el casino de oficiales.

-A los nativos que se mantuvieron leales a España, ¿los represaliaron, en 1969, con la incorporación a Marruecos?
-Que sepamos, no. En los años 50 habría unos 3.000 habitantes; hoy deben de ser sobre los 10.000. Todo continúa igual: las viviendas de oficiales, la pagaduría, incluso el águila franquista sigue en su sitio, y el campo de aviación... aunque lleno de cabras. La plaza de España, hoy de Hasán II; el monolito a Capaz, que ocupó Ifni en 1935 -aunque sin el busto.

[Primera parte de una entrevista inédita con Josep Maria Contijoch mantenida en 2007; la segunda parte de publicará mañana]

martes, 25 de febrero de 2014

Ifni: la guerra fantasma

El 23 de noviembre de 1957, el Ejército de Liberación penetraba en territorio de Ifni con el objetivo de expulsar a la potencia colonial: España. El régimen de Franco decidió conservar aquel "pedazo de arena, piedras y lagartijas" -como lo definió el humorista Gila- en un conflicto que a lo largo de medio año se cobró cerca de 300 muertos del lado español. Con todo, aquella guerra quedó rápidamente cubierta por un velo de silencio. Medio siglo después, los soldados de reemplazo que se vieron involucrados en la última contienda colonial reclaman un lugar en los libros de historia.

Más conocida como "la guerra silenciada", "la guerra olvidada" o hasta "la guerra chica" -así era como ser referia a ella el almirante Carrero Blanco, delfín de Franco- la de Ifni fue una guerra nunca declarada oficialmente que se dio por terminada la medianoche del 30 de junio de 1958.El alto el fuego fue una de las consecuencias de los acuerdos de Sintra del 1 de abril de aquel mismo año, un sucedáneo de tratado de paz con el que Franco se ahorró la humillación de la derrota. Pero el dictador no pudo evitar pillarse los dedos: conservaba Sidi Ifni, la capital de la colonia, pero renunciaba tácitamente al resto del territorio y rendía al Marruecos de Mohamed V el denominado Protectorado Sur. Es decir, la zona al norte del Sáhara español comprendida entre el paralelo 27º 40' y el río Dra, con capital en Tarfaya. Salvar el honor le había costado a Franco cerca de 300 bajas, la mayor parte de las cuales soldados de reemplazo destinados en la colonia o procedentes de los regimientos que fueron enviados precipitadamente desde la Península para combatir la insurrección.

Vista de Sidi Ifni, la capital de la colonia. Ifni era una franja de terreno de unos 30 kilómetros por 70, una cuña desconectada del Sáhara que penetraba en territorio marroquí; la presencia española se remontaba a 1934, con el desembarco del coronel Capaz; en los años 50 estaba habitado por entre 8.000 y 12.000 baamranis, tribu nativa de origen bereber. En la capital se concentraba una guarnición de 2.700 soldados. Fotografia: Archivo Contijoch.

Tras el intento de invasión del 23 de noviembre de 1957, el ejército rodeó la ciudad de Sidi Ifni de un perímetro defensivo que incluía alambre de espino, trincheras, búnkeres y barricadas. Fotografía: Archivo Contijoch.

El ejército español utilizó en Ifni a los venerables Junkers (en la foto) y Heinkel alemanes, veteranos de la II Guerra Mundial. Fotografía: Archivo Contijoch.

Barricada levantada por la guarnición del destacamento de Telata, uno de los cuatro que resistió hasta la evacuación, junto con los puestos de Tiluin, Tennin y Tiugsa. Fotografia: Archivo Contijoch.

Salida de las columnas que iban a liberrar los fuertes del interior de la colonia, asediados por el Ejército de Liberacion. Fotografia: Archivo Contijoch.

Demolición del fuerte de Telata por las fuerzas españolas en retirada. José Luis Martínez de Abellanosa sugiere que se trata en realidad del bombardeo del puesto de Tiluin previo al lanzamiento de los paracaidistas. Fotografía: Archivo Contijoch.


Dos de los doce fuertes distribuidos por el interior de la colonia en los que se desplegaron pequeñas guarniciones que fueron presa fácil del Ejército de Liberación. Fotografia: Archivo Contijoch.

El primer salto en combate de los paracaidistas del ejército español tuvo lugar en Ifni; en la fotografía, un salto de entrenamiento sobre la posición de Tiluin, semanas antes del comienzo de las hostilidades. Fotografía: Archivo Contijoch.


Cuestión de honor
Mohamed V se mostró más astuto que el Generalísimo, porque el nuevo statu quo con el que Franco pretendía blindar lo que quedaba de la denominada África Occidental Española -o AOE, qu englobaba las colonias de Ifni, el Protectorado Sur y el Sáhara español- duró poco más de otro decenio. El 30 de junio de 1969, y en cumplimiento esta vez de los acuerdos de Fez, se consumaba la llamada "retrocesión", barroca fórmula diplomática que se tradujo en la definitiva cesión de Sidi Ifni a Marruecos. Seis años después, España abandonaba el Sáhara por la puerta de atrás, dejando el territorio y su no muy promarroquí población en manos de Mohamed V.

Hasta la retrocesión, Sidi Ifni -o "Ciudad de las flores", en el idioma local- había sobrevivido en un inquietante "alto el fuego en estado de alerta permanente", como destaca el presidente de la Asociación Catalana de Veteranos de Sidi Ifni, Miquel Querol: "Por eso para los miles de soldados de reemplazo que prestamos servicio en la colonia la condición de excombatientes, y que el tiempo de servicio militar compute como cotizado en la Seguridad Social". Querol, que fue destinado al territorio en 1962, sirvió quince meses en el cuerpo sanitario. Como él, calcula que entre 1957 y 1969 debieron desfilar por Sidi Ifni cerca de 20.000 reclutas, "una quinta parte de los cuales fueron catalanes", matiza. La entidad, creada en 1988, aglutina a 430 de estos veteranos, y además de los beneficios de que disfrutan los militares destinados en misiones de paz en el exterior, reclaman la recuperación pública de este capítulo hoy olvidado de nuestra historia reciente.

Es cierto que, a diferencia por ejemplo del Sáhara español, sobre Ifni cayó enseguida un velo de silencio, probablemente fruto de la mala conciencia. La memoria colectiva sólo ha conservado -y aun gracias- la imagen de una pletórica Carmen Sevilla rodeada de paracaidistas, en las Navidades de 1957, cuando aterrizó en a colonia en compañía del humorista Miguel Gila y una docena de artistas más para elevar la moral de la tropa. Los lectores más veteranos quizás recuerden también los nombres de la dos víctimas ilustres de la guerra: el teniente Ortiz de Zárate y el alférez Francisco Rojas Navarrete, las únicas víctimas con nombre y apellidos de una lista de más de 300 bajas entre los cuales seguramente figuren unos sesenta catalanes, añade Josep Maria Contijoch, veterano de la guerra fantasma y él mismo autor de Sidi Ifni'57. Impresiones de un movilizado.

Soldados de segunda
El mismo Contijoch consigna otro aspecto sangrante de aquella contienda: cerca de un centenar y medio de soldados nativos que servíen en 1957 en el ejército español cobraban todavía en el 2001 pensiones de 70.000 pesetas mensuales. Un trato que no han merecido los reclutas que, como él y Querol, fueron destinados a una colonia en "estado de alerta permanente". Pero, ¿qué era, Ifni? La población de aquel territorio de 1.500 kilómetros cuadrados a duras penas ascendía en 1958 a unas 50.000 almas, mayoritariamente de la etnia de los ait ba amrani. Los europeos, nos 5.000, eran sobre todo militares -y sus familias- y se concentraban en la capital, Sidi Ifni, y en los destacamentos del interior, fortines custodiados por pequeñas guarniciones de tropa española e indígena. La ocupación efectiva del territorio arranca en 1934, con el desembarco del coronel Fernando Capaz. La nueva colonia comenzaría enseguida a tener un papel destacado en los asuntos de la metrópolis: se calcula que aproximadamente 9.000 baamaranis sirvieron en el bando franquista durante la Guerra Civil, enrolados en el Grupo de Tiradores de Ifni que el mismo Capaz había creado en 1934.

La efervescencia que se respiraba en el territorio en 1957 hay que atribuirla a la entonces recentísima independencia de Marruecos, que el sultán Mohamed V había proclamado en junio del año anterior. Pero Mohamed V no se contentaba con el fin del protectorado hispanofrancés y pretendía construir el Gran Marruecos, que incluía Ifni, el Sáhara español y parte de Mauritania y del Senegal, entonces bajo protección francesa. El instrumento del expansionismo marroquí era el llamado Ejército de Liberación, las "bandas armadas" según la terminología franquista, sospechosos a ojos de los españoles de actuar a las órdenes de la familia real marroquí. Las "bandas" se habían dirigido inicialmente contra la Mauritania francesa amparándose en la actitud contemporizadora de las autoridades españolas del AOE, que permitieron a los insurrectos plantar sus bases en un Sáhara en teoría bajo control español. Franco esperaa que dándoles algo de coba conjuraba el riesgo de que las reivindicaciones nacionalistas se giraran sobre sus posesiones. Pero una vez más se equivocaba.

La insurrección estalló en Ifni en enero de 1956, cuando tres nativos murieron en la localidad de Sidi Inno abatidos por una patrulla de la policía que intentaba retirar una bandera marroquí izada en a mezquita de la localidad. En abril, el cabo Ángel Sánchez Jiménez se convertía en el primer muerto español de la etapa prebélica. Pero el atentado más sonado tuvo lugar el 12 de junio de 1957, con el asesinato en pleno zoco viejo de Sidi Ifni de Mohamed ben Lahsen, el capitán Musa, oficial de la policía nómada y por lo visto un auténtico personaje local... demasiado afecto a los españoles. La revuelta se había extendido a la capital. El balance tras dos años de enfrentamientos larvados se elevaba, la vigilia de la insurrección general, a ocho muertos.

La invasión propiamente dicha empezó la madrugada del 23 de noviembre. A Contijoch, la alarma general le sorprendió en la cama: "Aquello era un auténtico caos. Nadie sabía qué hacer. Nos ordenaron dirigirnos a nuestras posiciones. La mía era la oficina del estado mayor del gobernador de Ifni, el general Mariano Gómez de Zamalloa. Afortunadamente, el fregado fue en la circunvalación y en el aeropuerto, y legionarios y paracaidistas enseguida se desplazaron a los puntos calientes para hacer frente a los moros. Hay que tener en cuenta que Sidi Ifni era entonces una ciudad abierta, vulnerable: no había posiciones defensivas, ni trincheras, ni búnkers. Todo esto vino después: en 1957 no había nada de nada". La operación, para los atacantes, consistía en ocupar el aeropuerto y destruir los polvorines de la ciudad. Además, los rebeldes contaban con que los soldados nativos que servían en el ejército español eliminarían a los oficiales. Pero a pesar del efecto sorpresa, las "bandas" no consiguieron ninguno de sus objetivos iniciales, y los baamaranis de Sidi Ifni se mostraron sorprendentemente leales a España. Contijoch recuerda unos pocos días de auténtico miedo: "No había una línea de frente ni combatíamos contra un ejército regular. Se trataba más bien de una guerrilla urbana, con mucha tensión contenida y tiros esporádicos que con frecuencia eran más fruto de nuestro nerviosismo que de un ataque enemigo". A pesar del pasmo inicial, la llegada de refuerzos masivos a partir del día siguiente de la invasión dejó meridianamente claro a las dos partes que Sidi Idni no iba a caer en manos de los rebeldes. Otra cosa era el resto de la colonia.

La auténtica guerra se libró en el interior del territorio, en aquella cuña que penetraba entre 30 y 40 kilómetros en tierra marroquí y que trazaba una frontera de unos 130 kilómetros de frente. De los doce destacamentos españoles en el interior de la colonia, sólo resistieron cuatro: Tiugsa, Tenin, Telata y Tiuluin. Los ocho restantes fueron tomados y sus guarniciones, aniquiladas o hechas prisioneras. Pero lejos del caos que con frecuencia se ha adjudicado al mando español, Contijoch recuerda una reacción ordenada y contundente. Durante la semana siguiente se organizó un puente aéreo con medio millar de operaciones de aterrizaje y de despegue desde el minúsculo aeródromo de Sidi Ifni. Un puente aéreo que permitió el refuerzo de la guarnición local con cuatro batallones de reemplazo procedentes de la Península así como la VI bandera de la Legión, tropas que se añadían a los tres tabores de tiradores con base en el territorio de Ifni y a las dos banderas paracaidistas que habían sido destinadas a la colonia meses antes en previsión de posibles incidentes. Inmediatamente se organizaron las operaciones de rescate -bautizadas con nombres muy del momento: Netol y Gento- que culminaron el 8 de diciembre con el regreso a la capital de los convoys con los supervivientes de los últimos fortines liberados.

Fue durante esta fase de la contienda que legionarios y paracaidistas estrenaron los primeros subfusiles Cetme, entonces de última generación. También se enviaron a Ifni cañones sin retroceso, ametralladoras Alfa y morteros de 120 milímetros, pistolas Astra y los veteranos pero eficacísimos naranjeros de la Guerra Civil. Las corbetas Atrevida y Descubierta, por su parte -las unidades más modernas de la Marina- patrullaron las costas de Ifni y del Sáhara, y una flota liderada por el crucero Canarias apareció un buen día ante Agadir y apuntó sus baterías contra la ciudad, en un claro gesto intimidatorio que emulaba la periclitada diplomacia de las cañoneras.

En campaña
Fue en el transcurso de las operaciones de liberación de las posiciones del interior asediadas cuando tuvieron lugar las acciones más sonadas de la guerra: el 29 de noviembre, cinco aviones Junkers JU.52 lanzaron sobre Tiluin una compañía entera de 75 paracaidistas. La guarnición y este refuerzo llegado por vía aérea fueron finalmente evacuados el 3 de diciembre, en una de las escasas acciones airosas de aquella guerra. La liberación de las otras tres posiciones fue más dramática: la columna de Ortiz de Zárate, que había salido de Sidi Ifni y se dirigía por carretera a socorrer el puesto de Telata, fue víctima de una emboscada y resistió ocho jornadas a campo abierto hasta ser a su vez liberadoa, el mismo 3 de diciembre. Zárate, sin embargo, murió en combate. Era el primera paracaidista caído en acción de guerra, y fue inmediatamente promovido a la condición de héroe del régimen. También o fue el alférez Rojas Navarrete, caído junto con otros 18 reclutas que protegían la carretera de Tiugsa a Sidi Ifni. La evacuación de Tiugsa, por cierto, se cobró otras cuatro víctimas, y la de Tenin, cuatro más.

Pero el 8 de diciembre todas las guarniciones se encontraban a salvo en la capital, convertida en plaza fuerte y rodeada de alambre de espinos, barricadas y búnkers, y defendida por cerca de 9.000 efectivos. Un bastión inexpugnable para la guerrilla. Pero el balance tras dos semanas de guerra semiabierta era demoledor: 34 muertos, 41 heridos y seis desaparecidos, más 21 prisioneros en manos de las bandas que no serían repatriados hasta mayo de 1959. Lo peor de todo era que la carnicería no había servido para nada, porque una vez liberadas y evacuadas, las posiciones interiores fueron dinamitadas y España abandonó de hecho la mayor parte del territorio.

A partir de aquel 8 de septiembre, Ifni sólo existiría en los mapas: los más de 1.500 kilómetros cuadrados de la colonia se habían visto reducidos al centenar escaso que formaba el perímetro defensivo levantado al rededor de la ciudad. Sin duda, las deficiencias del ejército español por lo que respecta a artillería, carros blindados e incluso de un puerto como dios manda desde done poder abastecer y pertrechar a las tropas fueron elementos que ayudan a comprender el desenlace. Por otra parte, ¿qué hubiera ocurrido si Franco se hubiera enfrentado a un ejército de verdad, y no a unos enemigos con carabinas y fusiles de cerrojo por todo armamento? Pero la guerra todavía no había concluido. De hecho, no concluiría hasta la retirada española de la ciudad, once años después. En enero de 1958, una vez fracasada la invasión -fracaso a medias, porque los guerrilleros quedaron como los amos de todo el territorio, excepto de Sidi Ifni- el Ejército de Liberación se revolvió, ahora sí, hacia el sur, hacia el país Tekna y Alaiún, el norte del Sáhara.

El principio del fin
En este nuevo escenario se produjo el mayor revés español de la guerra: el 13 de enero de 1958 una incursión en territorio controlado por la guerrilla terminó con 47 legionarios muertos, 64 heridos y un desaparecido. Es el desastre de Edchera, a la vez punto de inflexión de la contienda. En febrero, España había desplegado en el conjunto de la AOE cerca de 11.000 soldados, y ahora ya con la colaboración francesa procedió a liquidar los últimos reductos de resistencia en el Sáhara. Pero esta aparente victoria no ocultaba la realidad: España conservaba el Sáhara, sí, pero Ifni había quedado reducida a una ciudad virtualmente asediada: las "bandas armadas" fueron inmediatamente sustituidas por soldados del Ejército real marroquí que ocuparon posiciones al rededor de la capital. Ya no las abandonarían jamás y España no volvería a poner el pie más allá del perímetro defensivo de Sidi Ifni.

Pero, ¿fue realmente una guerra "silenciada"? Como recuerda Pius Pujadas, destacado a la colonia justo después de la guerra, "en la Península sabíamos que había habido tiros y algunos muertos. Pero no que las bajas se elevaban a centenares de hombres y que la solución había consistido en abandonar el interior de la colonia y concentrarse en la capital". Y eso que en enero de 1958, superada la fase crítica de la guerra, las Cortes franquistas lanzaron un órdago y elevaron Ifni y el Sáhara a la categoría de provincias españolas. Se trataba de una supuesta jugada maestra con la que el régimen pretendía dar carta de naturaleza a una ficción administrativa: considerar que aquellas dos colonias africanas formaban parte intrínseca de España como cualquier otra provincia metropolitana y que, por lo tanto, no les afectaban las resoluciones de la ONU que instaban a la descolonización de los dos territorios. El mismo Contijoch, al regresar a casa en junio de 1958, se topó con la cruda realidad del desconocimiento general por parte de la población de lo que había ocurrido en Ifni: "Los diarios lo cubrieron las primeras semanas, cuando el régimen no pudo ocultar las muertes de Zárate y de Rojas, ni tampoco el desastre de Edchera, pero dándole un tono inevitablemente épico, triunfalista, como si nos estuviéramos paseando ante unas bandas de desharrapados. La visita de Camen Sevilla también tuvo mucha repercusión. Pero si consultamos la prensa e la época comprobaremos ocn estupor que a partir de enero de 1958 las referencias a Ifni son cada vez más escasas, hasta que acaban despareciendo. Un apagón en el que tomó parte incluso el diario Arriba, que a pesar de ser el diario de Falange había hecho hasta entonces el seguimiento más completo de la guerra."

El balance final varía según las fuentes. Como no se dispone de datos oficiales, existe un consenso tácito entre los escasos historiadores que han investigado la contienda en reconocer unos 300 muertos por parte española, más medio millar más de heridos, para un contingente que pasó de 3.614 a 5.200 hombres e quince días, y a cerca de 11.000 en enero de 1958. Dos tercios de las bajas mortales se registraron en Ifni. Y no se dispone de datos para las bajas del Ejército de Liberación, al que los servicios de información españoles atribuían unos efectivos totales que oscilaban entre los 4.000 y los 5.000 guerrilleros. Por lo que respecta al resultado estratégico de la guerra, el acuerdo de Sintra firmado el 1 de abril de 1958 por España y Marruecos sancionaba el statu quo de Ifni -los españoles conservaban la capital pero abandonaban el resto de la colonia-  establecía la cesión del Protectorado Sur, con capital en Tarfaya. Franco aceptaba la mutilación del AOE con la esperanza de satisfacer así las ambiciones territoriales de Marruecos. Un tremendo error de cálculo que sólo tardaría un decenio más en aflorar, pero que se zampó los años de juventud de los reclutas que fueron destinados a la colonia para cumplir con su servicio militar.

La vida cotidiana en Sidi Ifni
En 1957, Sidi Ifni era una ciudad de cerca de 8.000 habitantes dividida en dos barrios: el europeo y el baamani, y las dos comuniades mantenían unas relaciones correctas. El tedio era el principal enemigo de los reclutas destinados en "El Territorio", el nombre con que se conocía a la colonia. Los reclutas podían pasarse sus 15 meses de servicio sin salir de Ifni. En los buenos tiempos de antes de la guerra, las autoridades ofrecían anualmente un avión para que los nativos cumplieran con el precepto de visitar la Meca por lo menos una vez en la vida. Las únicas opciones e ocio en Sidi Ifni eran las sesiones triples en el cine Avenida. El casino de oficiales estaba vetado a la tropa, como también cualquier contacto femenino: las únicas mujeres que veía un recluta eran o bien las esposas y las hijas de los oficiales -fuera por lo tanto de sus posibilidades- o bien las Fátimas, como los soldados llamaban a las mujeres nativas. Por no haber, no había ni prostitutas: el partido Istqlal prohibió a las prostitutas moras que ejerciesen en los burdeles de la ciudad. Y en 1960 ya no quedaba ni una sola de entre las profesionales que fueron llegando desde las Canarias paa sustituirlas. Lo que sí que abundaba en Sidi Ifni era el quifi, la marihuana. Pero el gran acontecimiento de la guerra fe sin duda la caravana de artistas que aterrizó en la colonia en las Navidades de 1957, con Carmen Sevilla y Miguel Gila al frente.

[Ese artículo se publicó en enero de 2007 en la revista Sàpiens]