Incursiones relámpago, estilo Sturmtruppen, en episodios que tuvieron lugar en Andorra y cercanías durante la Guerra Civil española, la II Guerra Mundial y las dos postguerras, con ocasionales singladuras a alta mar, a ultramar y si conviene incluso más allá.
[Fotografía de portada: El Pas de la Casa (Andorra), 16 de enero de 1944. La esvástica ondea en el mástil del puesto de la aduana francesa. Copyright: Fondo Francesc Pantebre / Archivo Nacional de Andorra]

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domingo, 17 de mayo de 2015

Una de cátaros

El historiador Carles Gascón lo tiene claro: Andorra y los andorranos -o lo que fuésemos por entonces: estamos hablando de la primera mitad del siglo XIII, antes incluso de los Pareatges- tuvieron en el asunto cátaro un papel más bien marginal, y el hecho de que nuestro rincón de universo se convirtiera durante una década larga, pongamos que entre 1235 y 1240, en una especie de refugio para los Hombres Buenos es antes fruto de una imposición condal -del conde de Foix, se entiende- que de una repentina conversión en masa de nuestros tatarabuelos a la herejía occitana. De hecho, y según Gascón, autor de Càtars al Pirineu català (Salòria), los andorranos del segundo tercio del siglo XIII se vieron casi literalmente entre la espada y la pared. O mejor dicho, entre la espada y el crucifijo.

Monumento a Arnaldeta de Caboet, pubilla de les Valls d'Andorra, que puso por su matrimonio con el vizconde Arnau de Castellbó las tierras de Andorra en la órbita de Foix y, por lo tanto, del catarismo. Una aproximación que un siglo después sancionarían los Pareatges de 1278 y 1288. La pieza, obra del tallista y grabador Sergi Mas, se encuentra en el Prat Gran de Escaldes. Fotografía: Máximus.

Por una parte, el poder efectivo que el conde de Foix detentaba sobre el territorio andorrano -y nunca mejor dicho, porque faltaba todavía medio siglo para los Pareatges, y el de Foix podía tener muchas pretensiones, pero ninguna jurisdicción sobre él- le permitía embarcarse en aventuras tan descaradas como erigir en la Bastida de Ponts -justo frente a la Farga de Moles, donde hoy se encuentra la frontera hispanoandorrana- una especie de fortaleza con el objetivo de proteger a los fugitivos de la escabechina de Castellbó, el reducto o, más bien, la avanzadilla cátara en el obispado de Urgel. Fortificación que fundamenta uno de los agravios que el obispo Ponç de Vilamur repasa en el Memorial de danys donats per lo comte de Foyx a l'iglesia d'Urgell, documento redactado en 1239, exhumado por Cebrià Baraut y que constituye la primera (y última) referencia explícita a las peligrosas relaciones cátaras de Andorra.

Del otro lado se encontraba el obispo de Urgel, legítimo señor feudal de estos parajes y que pese a encontrarse en horas bajas -y las que vendrían- podía hacer la puñeta, y mucho, a los pastores andorranos: "Conde y obispo tenían la llave de paso para los rebaños trashumantes que constituían la base de la economía andorrana del momento. Se imponía por lo tanto actuar con tacto extremo. Abrazar la causa cátara de forma activa les podría haber granjeado a los andorranos -de hecho, les habría granjeado- la inquina episcopal. Y consecuencias tan terrenales como que les impidieran el paso a los pastos del sur."

Un precio que no se podían permitir. Así que se dedicaron a lo que mejor sabían: hacer el andorrano. Dice Gascón que el país servirá durante estos años de "puente" para los cátaros catalanes que huyen hacia el norte de Italia, y poco más. No se imagina la existencia de "casas" cátaras que actuaran como foco activo de la herejía del estilo de las que en esos mismos años sí funcionaban en Castelló. El caso es que la huella cátara por aquí arriba es más bien escasa. Por no decir inexistente al margen de los cuatro pedruscos de la Bastida de Ponts que han sobrevivido hasta nosotros. En cambio, sí que hay noticia -sucinta, pero no nos vamos a poner ahora tiquis miquis- de paisanos más o menos comprometidos con la herejía. Para empezar, cita Gascón a un tal Joan "de la Vall d'Andorra", así se le designa, de quien el obispo de Tarragona sospecha que se ha pasado al bando de Foix: en 1237 lo reclama por prófugo -al mismo conde de Foix: iluso que era el obispo- y se le pierde inmediatamente la pista. Igualmente de puntillas pasan por esta historia otros posibles paisanos y correligionarios suyos: un tal Ramon Boer, "hereticus, qui fuit de Andorra", es denunciado en 1274 y de nuevo en 1278 por dos cátaros capturados por la Inquisición de Tolosa.

Parece, dice Gascón, que el buen Ramon abandonó Andorra hacia 1250. En cualquier caso, en 1264 lo reencontramos establecido en la Campania y acompañando al diácono de Cataluña, hecho que podría sugerir, especula, que Andorra se convirtiera en algún momento en refugio de la jerarquía cátara catalana. Pero de nuevo carecemos de toda evidencia documental al respecto. Telegráfica es también la noticia sobre un Michael Andorrà que entre 1234 y 1239 asiste regularmente a las prédicas heréticas en Montsegur. Por lo menos tuvo el buen tino de desaparecer para cuando el sitio de la plaza, en 1244. Pero desconocemos si los apelativos -"de la Vall d'Andorra", "qui fuit d'Andorra", "Andorra"- se debían al lugar de origen de los interesados o los habían heredado de sus padres. O simplemente, que Andorra fue su última parada antes del exilio.

Lo más sorprendente de todo es que la penetración del catarismo en las tierras de lo que hoy es el Alto Urgel, sobre todo en Castellbó, fue una maniobra del vizconde Arnau, puro cálculo político para cohesionar a los suyos antes sus rivales: el obispo y el conde de la Cerdaña. Una forma de atizar las diferencias y de fomentar -no sé si les suena- una identidad supuestamente propia. Esto explicaría el auge del catarismo en una zona que queda, advierte Gascón, en la periferia de las rutas de entrada de la herejía en Cataluña, que seguían los caminos que comunicaban las grandes ciudades occitanas -Tolosa y Foix- con Lérida, a través del Valle de Arán y la Cerdaña. Lo que hoy es el Alto Urgel quedaba definitivamente a trasmano de todo este barullo herético. Una lumbrera, Arnau, a la altura -ya lo ven- de ciertos políticos actuales que juegan a revolver el avispero identitario, no por nada, solo por ver si pillan cacho. Lo peor de todo es que la jugada le salió medio bien: los Pareatges reconocieron una singularidad que ha perdurado hasta hoy. Lástima -para él- que no fuera la de Castellbó, sino la de Andorra.

¿Exageramos unos y otros, en fin, el papel del catarismo en la historia medieval pirenaica, movidos quizás por el gancho de la hecatombe gloriosa de Montsegur y el indudable atractivo que tienen los perdedores, especialmente si les da por perder con épica y más todavía si cultivan con cariño un lado ocultista? Gascón se decanta por un punto intermedio entre esta historiografía cautiva por el gesto wagneriano de Montsegur y la que en épocas algo más reculadas simplemente ninguneó el papel de la herejía cátara. Lo cierto, insiste, es que fue lo suficientemente peligrosa -o por lo menos así lo percibió la jerarquía católica- como para que en Cataluña se instaurase la Inquisición. Dos siglos antes, por cierto, que en Castilla. Y recordemos que la Inquisición sobrevivió hasta la Constitución de Cádiz. La de 1812

[Este artículo se publicó el 14 de mayo de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

martes, 31 de marzo de 2015

Carles Gascón, autor de 'La catedral saquejada': "Los agresores eran gente del país, mercenarios que hacían la guerra a tiempo parcial"

Año del Señor de 1195: medio millar de hombres a las órdenes del conde Ramon Roger de Foix pone sitio a la Seo de Urgel, prende fuego a la ciudad y expolia la la catedral. Empieza lo que el historiador local Carles Gascón denomina la Guerra de los Cien Años del Pirineo, que trastocará para siempre el orden establecido e influirá decisivamente en la configuración del Coprincipado de Andorra. Lo cuenta en La catedral saquejada (Salòria), donde propone también suculentas novedades historiográficas, como que fue la madre del conde de Urgel, Dolça, quien reclamó la intervención de Ramon Roger de Foix en contra de su propio hijo, y que el obispo, Bernat de Castelló, se puso muy probablemente del lado del invasor. Sin que se notara demasiado.

El historiador de la Seo Carles Gascón, autor también de Càtars al Pirineu català i de Comarques oblidades -donde sigue la peripecia de José Zulueta, el ideólogo de la Cooperativa del Cadí- propone en La catedral saquejada la tesis de que fue la misma madre del conde Ermengol de Urgel, Dolça, quien auspició la intervención del conde Ramon Roger de Foix, y que el obispo de Urgel,  se unió sibilinamente a los invasores. Fotografía: Ricard Lobo.

¿Por qué estalla esta Guerra de los Cien Años pirenaica?
La unión de las casas de Castellbó y de Caboet, primero, y de Castellbó y Foix, después, culmina la maniobra envolvente sobre los territorios del obispo de Urgel, que se encuentra en la disyuntiva de luchar para conservar su poder o resignarse a un papel secundario, que es lo que acabará ocurriendo.

¿Serán cien años de reloj?
La guerra se prolongará durante todo el siglo XIII, hasta que el Pareatge de 1278 resuelve aunque sea parcialmente las principales disputas políticas en juego.

¿Quién gana?
Más bien quién pierde: el obispo de Urgel, que empieza la guerra como poder hegemónico en los territorios del norte del condado, la terminará siendo obligado a compartir el señorío de Andorra con el conde de Foix.

¿Es gracias a esta guerra, que Andorra es Andorra?
Entre otras causas, porque se firmaron otros pareatges similares en Orgañá, la Vallfarrera y Ferri de la Sal, por ejemplo, y ninguno de estos territorios dio lugar a una entidad remotamente parecida a Andorra, regida por dos soberanos -el obispo de Urgel y el conde de Foix- que ejercen un poder indiviso.

Pero sin el coseñorío, que es consecuencia de la guerra, ¿habría seguido Andorra el camino de los otros valles pirenaicos?
Sin duda.

Dice el historiador Climent Miró que el norte del condado de Urgel no se recuperará jamás de este siglo de enfrentamientos fratricidas. ¿Por qué?
Todo el territorio desde Coll de Nargó hasta los valles de Andorra había estado hasta entonces en la órbita del condado de Urgel. En adelante serán los señores de Foix los que mandarán por aquí arriba, y el condado de Urgel, que en otro tiempo no muy lejano llegaba hasta las mismísimas puertas de Lérida, queda reducido a la mitad de lo que actualmente es la comarca de la Noguera. 

¿Y el señor obispo?
Seguirá siendo un actor importante, pero el que podría haber sido el árbitro de los litigios de esta región acaba confinado tras las murallas de la Seo. Y todavía puede darse con un canto en los dientes.

Vayamos a la guerra: ¿en qué consistió, la invasión?
En el sitio e incendio de la Seo y el consiguiente saqueo de la catedral, donde se había refugiado la población -en la época, un millar escaso de almas. Pero el saqueo fue tan solo un efecto digamos colateral, no el objetivo de las operaciones: el conde lo autorizó para pagar la soldada de los mercenarios que servían en su ejército.

¿Hubo víctimas?
Muertos, sin duda. Y nos consta que algunos defensores fueron secuestrados y tuvieron que satisfacer luego el consiguiente rescate. También fueron muy comentados los sacrilegios cometidos por las huestes del conde de Foix.

A ver, a ver.
Hubo quien dio de comer a las monturas en los altares de la catedral.

La datación del saqueo, con la transcendencia que tuvo, sorprende por incierta. ¿Cómo se explica esta ausencia de fechas concretas?
Durante años se dijo que había tenido lugar en 1198. Pero hemos reducido la horquilla a un período comprendido entre mayo de 1195, cuando Bernat de Castelló es nombrado obispo de Urgel, y agosto de 1196, cuando el mismo obispo y la condesa dan unos dineros para reconstruir precisamente el altar mayor de la catedral, signo inequívoco que el saqueo ya se había producido.

Los hombres de Foix, ¿eran un ejército de verdad, o simples bandoleros?
Ni una cosa ni otra. Los documentos de la época los describen como "aragoneses" o "brabançones" -de Brabante, en Falndes, tesis que considero altamente improbable. En mi opinión, se trataba de gente el país que se dedicaba a la guerra a tiempo parcial. Incluso conocemos el nombre de uno de ellos: un tal I. de Nargó.

¿Eran muchos?
Medio millar, quizás, pero es una cifra que deducimos de lo que sabemos de episodios similares en territorios próximos. Las crónicas coetáneas no nos dicen nada al respecto. Pero para un ejército feudal, medio millar de hombres no estaba nada mal.

¿Y los defensores?
En el mejor de los casos hubo una milicia integrada por los caps de casa. Pero la gran diferencia es que los agresores eran mercenarios, profesionales que guerreaban a cambio de una paga; los defensores eran civiles, tejedores, sastres, herreros, tenderos...

Propone una tesis alternativa a la tradicional para explicar la invasión del obispado. Primero de todo, ¿cuál es la tesis digamos oficial?
Que el conde Ramon Roger de Foix saqueó la catedral porque era intrínsecamente malo. Un degenerado. Un argumento completamente ahistórico que en los últimos tiempos se había apuntalado en el supuesto catarismo del conde.

¿Y qué relectura propone?
Que un hecho de tan graves consecuencias no se puede explicar simplemente porque el conde era "malo". El deber del historiador es buscar las causas geopolíticas, económicas y sociales que condujeron a esta guerra.

Pues díganoslos usted.
Se puede resumir en la lucha de facciones dentro del condado de Urgel.

¿Cuáles eran, estas facciones?
De un lado, y simplificando, la alta nobleza, con Arnaldo de Castellbó como figura prominente.

¿Y del otro?
El obispo, el conde y el rey, que intentarán en vano limar los poderes de los señores feudales e imponer una especie de nuevo orden público. Fracasarán.

El conde de Foix, ¿a quién apoya?
A los barones, para enfrentarse a Ermengol de Urgel. La cosa se complica porque la madre de Ermengol -y a su vez tía del conde Ramon Roger- es quien insta al conde de Foix a intervenir...

¡...contra su propio hijo!
Eso es, porque Ermengol estaba casado con Elvira, a quien creía estéril, y quería promover a otra de sus hijas, casada ésta con el conde de Cabrera.

Mala pécora, esta Dolça.
Y encima se equivocó por todo lo alto: Ermengol de Urgel tuvo finalmente una hija con esta esposa supuestamente estéril, Auremabiaix. Quien, por cierto, fue amante de Jaime I el Conquistador.

También insinúa que el obispo se puso del lado del de Foix: ¡el invasor de su propio obsipado! ¿Un traidor?
Más bien un peón al servicio de la facción que lo había puesto en el cargo, los canonges de la catedral, a su vez extraídos de la nobleza local.

[Esta entrevista se publicó el 4 de marzo de 2015 en el diario Bon Dia Andorra]

martes, 8 de abril de 2014

Sant Serni de Tavèrnoles: fue el terremoto

Josep Maria Nogués reconstruye los siete siglos de vida del monasterio de Sant Serni en Els benedictins a Tavèrnoles-Anserall; el autor avala la tesis de que la decadencia del cenobio se acentuó con el seísmo de 1428.

Cojamos los bártulos y retrocedamos unas líneas hasta el siglo XI. Es el 17 de enero de 1040, y Anserall bulle de una insólita actividad: una multitudinaria, pintoresca fauna humana que incluye dos obispos -Eribau de Urgell y Arnulfo de Ribagorça- la condesa Constanza y su hijo Ermengol III de Urgel y hasta ocho abades procedentes de monasterios de uno y otro lado de los Pirineos, incluido el anfitrión, se han concentrado en esta pequeña localidad vecina de la Seo de Urgel. No hay para menos: hoy se consagra la nueva iglesia de Sant Serni. Con el claustro del cenobio y las otras dependencias monacales constituye un conjunto monumental con escasos pares en la Cataluña vieja. Pues bien: de todo aquel esplendor, hoy tan solo sobreviven el transepto, el ábside y un pedacito del muro. Miren la última fotografía: migajas.

Ábside de la iglesia de Sant Serni de Tavèrnoles en 1931; atención a la torre cuadrangular, abatida en la cuestionada reconstrucción del templo, en los años 70. Fotografía: Walter Mur.


El baldaquino románico de Sant Serni de Tavèrnoles, hoy en el MNAC, fue arrancado el 15 de septiembre de 1906, y vendido por 2.000 pesetas. Fotografía: Archivo Nacional de Cataluña / Museo Nacional de Arte de Cataluña. 
Vista actual de los arcos que sostenían las bóvedas del templo; no resistieron al seísmo de 1428. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Pero estamos en 1040 y todavía faltan unos cuantos siglos para la decadencia. En Sant Serni residen de forma permanente hasta una veintena de monjes y una docena de presbíteros que disponen de una nutrida biblioteca con medio centenar de volúmenes, entre los que se cuentan los Diálogos de san Gregorio Magno y las Sentencias de san Isidoro de Sevilla. Quizás no son los best sellers de hoy, pero para el siglo XI parece que no iban mal servidos. Avancemos ahora hasta 1560 para acompañar a Pere Frigola, abad de Sant Benet de Bages, en su reglamentaria visita canónica a Sant Serni. El panorama con el que se da de bruces no puede ser más desolador: "Hay dos monjes, uno de los cuales ejerce como prior y como sacristán; se excusan por no poder impedir la entrada de bandoleros en el monasterio; en la Iglesia faltan vestidos y ornamentos; los altares están tan indecorosamente conservados que parecen establos, y el claustro, el refectorio, el dormitorio y las otras estancias del cenobio son auténticas ruinas".

Nada que ver con la exhibición mundana del año 1040. Tavérnolas es cinco siglos después la pura sombra de lo que había sido. Y todavía lo será más cuando el papa Clemente VIII decrete en 1592 -y quien sabe si a la vista de los informes del abad Frigola- la supresión de la vida monacal y la conversión de lo que queda de la iglesia en la parroquial de Anserall. ¿Qué ha ocurrido, durante estos 500 años, para que el orgulloso cenobio del abad Guillem haya conocido tan adversa fortuna? Esto es lo que ha intentado averiguar Josep Maria Nogués, presidente del Centre d'Estudis de Sant Sadurní de Tavèrnoles, en Els benedictins a Tavèrnoles-Anserall. la monografía definitiva -de momento, claro- sobe este monasterio del Alto Urgel. Nogués se ha sumergido en los diplomatarios editados por Cebrià Baraut para reocnstruir los principales episodios de esta milenaria historia. Aquí van tres de ellos con algo de carnaza, para abrir boca: el nombramiento de Feliu -ya saben, el paladín del adopcionismo: le acabaría costando el cargo- como primer abad del cenobio, en 776; la ratzia de Abd al-Malik, que en 795 arrasa Castellciutat -¿aprovechó para desviarse hasta Andorra?- y el periplo de un tal Pere Rovira, jurista de Besalú, que en 1391 se personó en Tavèrnoles para recoger las reliquias de san Vicente y llevárselas a Gerona. Una premonición, si quiere el lector, de los episodios de rapiña artística -con coartada conservaconista, eso sí, y aval de la Diputación de Barcelona- de principios de siglo XX.

Seis siglos de decadencia
Avancemos las conclusiones de Nogué: los inicios de la decadencia hay que situarlos en 1347, cuanod la Peste Negra liquida expeditivamente al 40% de la población europea -incluida la guarnición del castillo andorrano de Sonplona, en la Roureda de la Margineda. De hecjo, especula el autor, "quizás el abad Roger fue una de las primera víctimas del monasterio", lo cual es -reconocerá el lector- mucho especular. Siguen unos decenios de recuperación más aparente que real.. Hasta que llega el golpe de gracia con la serie de terremotos de 1427 y 1428. Nogués se apunta a la hipótesis del historiador Carles Gascon y del geólogo Valentí Turull, que atribuyen la ruina del monasterio al seísmo del 2 de febrero de 1428. A partir de este momento, las sucesivas visitas canónicas dcoumentan la imparable decadencia de Sant Serni: en 1430 e labad gabriel advierte que si no se repara urgentemente la iglesia los monjes la tendrán que abandonar; en 1441 se han cumplido sus negros augurios porque el visitador de turno -el abad Francisco de Sant Pedro de Portella- se encuentra el monasterio "totalmente abandonado, sin un solo monje, y es recibido por el guardián, que vive en las dependencias con su mujer y dos hijos. [San Serni] ofrece un espectáculo lamentable, la iglesia sin gran parte del techo, el claustro y el capítulo arruinados, convertidos en depósitos de forraje y suciedad..."

Casi un siglo después, en 1534, Bernat Broçà dice que el abad del momento trabaja en la reconstrucción del techo del monasterio arruinado, sostiene, "a causa de los terremotos y bandidajes..." Pero sin mucha suerte: a Sant Serni sólo le quedaban seis décadas escasas de lenta agonía. Y lo que vendría despuñes, porque en los siglos siguientes la piedra del antaño orgulloso cenobio sirvió para levantar y apuntalar las casas del pueblo de Anserall, y el patrimonio artístico del monasterio fue sistemáticamente expoliado: Nogués sigue la pista del baladaquino, del frontal del altar y de los capiteles románicos del claustro, todos ellos hoy en el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC). El baldaquino fue vendido en 1906 por 2.000 pesetas; los capiteles, a tres duros la pieza... De aquel templo monumental consagrado en 1040 en presencia de Eribau, Arnulfo y Constanza sólo quedan el ábside, dos tramos de la nave principal y una dudosa reconstrucción perpetrada en los años 70 que el autor no se cansa de cuestionar. Pero esta es otra historia. Porque la culpa, en fin, fue del terremoto.

[Este artículo se publicó el 4 de octubre de 2011 en El Periòdic d'Andorra]

martes, 18 de febrero de 2014

1428: el año que el Pirineo tembló

El geólogo Valentí Turull y el historiador Carles Gascón localizan en la Vall del Valira trazas documentales del terremoto más devastador jamás registrado en el noreste peninsular.

El historiador Joan Lluís Ayala ha pasado recientemente lista a las catástrofes naturales registradas en nuestro rincón de mundo a partir del siglo XVI: inundaciones, grandes nevadas, lluvias torrenciales, incendios, ventisqueros y ventoleras. Algunas de las cuales de fatales consecuencias, como el alud que en abril de 1718 causó cinco víctimas mortales en la zona de la Portelleta, a la entrada de Soldeu. Y otras auténticamente devastadoras, como la crecida del Valira en 1772, que destruyó el puente de la Tosca, en Escaldes, y que Ayala no duda en calificar -aunque no consta el número de víctimas- como el peor desastre natural jamás registrado en el país. Sorprendía en esta inquietante relación de desgracias naturales la ausencia de terremotos: sobre todo, que el del 2 de febrero de 1428, el más devastador registrado en Cataluña, y el del 1 de noviembre de 1755 -el que destruyó Lisboa- pareciesen haber pasado de largo. O no haberse atrevido ni a entrar en estos predios. Como si un extraño, caprichoso designio divino hubiese preservado nuestro pedazo de Pirineo de los periódicos accesos de ira de la madre Naturaleza. Qué raro. Ya entonces advertía Ayala de la posibilidad de que sí, que se hubieran producido en tiempos más o menos recientes seísmos que no dejaron no obstante huella en los archivos que él ha podido consultar, y que por lo tanto habían escapado a su olfato.

Ábside de la iglesia de Sant Serni de Tavèrnoles en el primer tercio del siglo XX: la torre, inicialmente circular, se había reconstruido con planta cuadrada. Fotografía: Archivo Comarcal del Alto Urgel (Fondo Plandolit).

Exterior del antiguo monasterio de Sant Serni de Tavèrnoles, parcialmente arruinado a causa del terremoto de 1427. Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Interior de la iglesia del monasterio, restaurada en los años 70. Un documento de 1534 afirma que ya no se puede celebrar la Misa en el templo "a causa del seismo que hundió y arrasó el cenobio". Fotografía: Tony Lara / El Periòdic d'Andorra.

Pues tenía razón. Porque Andorra no es territorio libre de terremotos, por si alguien se lo había creído. En absoluto. El geólogo Valentí Turull y el historiador Carles Gascón han documentado los efectos que el seísmo de 1428 tuvo en la Vall del Valira: el hundimiento de las naves, del campanario y de la torre de la iglesias de Sant Serni de Tavèrnoles. El monasterio no se recuperó jamás de semejante golpe, hasta el punto de que un siglo y medio después, en 1592, el papa Clemente VIII suprimía el cenobio y convertía lo que quedaba del templo en la parroquial de la localidad vecina de Anserall. Una tesis que defienden en el artículo Pont Trencat: la seqüència sísmica del 1427-1428 a la Vall de la Valira, publicado recientemente en el primer número de la revista Interpontes. Una tesis que obligará a revisar la interpretación académica del terremoto de 1428, con epicentro en Caprodón y cuyos efectos se percibieron incluso en Zaragoza. Hasta ahora, dice Gascón, se creía que Puigcerdà marcaba el límite del área donde el seísmo exhibió todo su poder destructivo. Según las crónicas, en esta villa causó entre 100 y 300 víctimas al hundirse la bóveda del convento de San Francisco donde en el momento de producirse el terremoto se estaba celebrando Misa. En cambio, no hay noticias de las consecuencias del movimiento desde Puigcerdà hacia aquí.

Pero lo cierto es que el terremoto de 1428 no pasó de largo. Ni mucho menos. La pista la dio Turull, que al estudiar las terrazas fluviales del Valira localizó en la zona del Pont Trencat, en el antiguo trazado de la N-260 de la Seo a Andorra, un desprendimiento de origen sísmico que fechó entre 1424 y 1456. Una horqiulla temporal que coincidía con la serie de terremotos de 1427 y 1428. Con esta prueba geológica en el zurrón, Gascón se puso manos a la obra. Pero, ¿dónde buscar el rastro documental, si se han perdido -ya es mala suerte- las actas de las visitas parroquiales giradas en el obispado de Urgel entre 1312 y 1545, actas que son la fuente canónica para seguir las huellas del terremoto porque -dice el historiador- dan exacta constancia del estado de conservación de las iglesias de la diócesis? Con ojo clínico, Gascón buscó una institución susceptible de haber dejado documentación de este período. Descartado el archivo municipal de la Seo, pendiente de catalogación, se sumergió en el diplomatario de Sant Serni de Tavèrnoles publicado por Cebrià Baraut. Y la clavó: un documento de 1500 indica que hay que reparar la parte de la iglesia que quedó en pie después del seismo. Otro papel de 1534 insiste que no se puede decir Misa en el templo "a causa del terremoto que hundió y arruinó el cenobio". Es verdad, admite el historiador, que ni el uno ni el otro concreta la fecha del seismo que "arruinó" Sant Serni. Pero también lo es que desde 1430 -dos años después de la catástrofe- abundan las referencias al pésimo estado de conservación del monasterio benedictino, con noticia de las bóvedas hundidas y del colapso del claustro y de las dependencias monacales. En 1441 sólo reside en Sant Serni el guardián, y el altar mayor está a la intemperie. En 1479 consta el colapso de la torre del campanario.

Lo que dura un Avemaría
Otros indicios avalan la tesis de que en el primer tercio del siglo XV se produjo en la zona un seismo catastrófico. El Manual de protocolos del capítulo de la catedral de la Seo conserva una nota fechada el 29 de septiembre de 1437 en que el notario Lluís Martí apela a la protección divina ante los terremotos que, dice, "han sacudido la Seo repetidamente, de día y de noche". Tampoco el notario Martí especifica, es cierto, si se refiere al terremoto de 1427 o a otro. Pero la localización histórica localizada por Gascón y las pruebas geológicas efectuadas por Turull permiten a los investigadores sugerir que el movimiento de tierras de Pont Trencat y la ruina de Sant Serni "podría haber sido ocasionados por el seismo del 2 de febrero de 1428". Un seismo con la potencia suficiente para hundir una construcción tan sólida como lo era el monasterio de Sant Serni. La pregunta obvia es: ¿se percibió el terremoto en Andorra? Gascón argumenta por inducción: si tuvo consecuencias tan catastróficas en el tramo final del Valira, es muy probable que llegase al otro lado de la frontera. Aunque tampoco ha quedado constancia documental. Pero si el terremoto de 1428 se sintió por el este en Puigcerdá, por el sur en la Seo y Sant Serni, y por el norte en Pamiers y otras localidades del condado de Foix, la prudencia y el sentido común, aparte de los indicios indirectos, "invitan a pensar que Andorra también fue víctima del seismo", concluye.

Malas noticias para el hecho diferencial andorrano, pero estupendas para la historiografía. Y no se acaban aquí, porque el de 1428 no es el primero, ni el único ni tampoco el último terremoto que ha visitado en época histórica nuestro rincón de Pirineos. El mérito del pionero es para el 3 de marzo de 1373, con epicentro en la Ribagorza. Gascón sospecha que Santa Cecília d'Elins, en el valle de Pallerols, se hundió a causa de este seismo. Del de 1448, con epicentro cerca de Granollers y que castigó la Cataluña central y litoral, no hay en cambio noticias. Parace que a partir de aquí la Tierra se tomó un tiempo de respiro. Tres siglos, exactamente: el XVIII será un siglo sismológicamente pródigo en el Alto Urgel -y probablemente en Andorra.

La primera referencia es del 31 de mayo de 1709, cuando el capítulo catedralicio ordena unas rogativas -dice el historiador- para frenar un terremoto del que no se tienen más referencias. El que sí que dejó huella es el de 1755. El relato procede del libro de notas del ayuntamiento de la Seo: "En dicho día de Todos los Santos a las once y cuarto de la mañana se experimenta el Terremoto y los que estaban dentro de la iglesia catedral lo experimentaron  muchos más; pero no fue sino por espacio de una Avemaría, se movió el edificio, las lámparas y los salomones. En el mismo día y hora sucedió en Portugal, por el que quedó arruinada la ciudad de Lisboa". El último susto sísmico del siglo se registra en 1788: entre el 11 de enero y el 31 de mayo se sucedieron una serie de movimientos -ahora es el historiador Lluís Obiols el que toma la palabra- debidamente reseñados en el libro de notas del consistorio, que tuvieron su clímax en la procesión del 3 de febrero, con el señor obispo al frente y con la exposición del Santísimo, los pendones y las reliquias de San Ot y de San Ermengol. Debió surtir efecto, la procesión: parece que la única víctima del terremoto de 1788 fue la torre de Arfa, hundida en esta última tanda.

[Este artículo se publicó el 20 de junio de 2011 en El Periòdic d'Andorra]